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Los “militares” aparecen como los responsables únicos de una “dictadura genocida”.
Y por eso deben ser juzgados, para que no haya “impunidad”, es decir, para no que
vuelvan a cometerse atentados contra la libertad de los “ciudadanos”. Kirchner,
expresión de la “nueva Argentina” que renace moralmente tras el incendio del 19/20
de diciembre de 2001, no hizo más que “ponerse los pantalones” y realizar los
sueños de los protagonistas del Argentinazo. La realidad es otra, muy otra: los que
dieron el golpe de estado fueron los representantes de una clase social, la
burguesía, en especial, de sus fracciones más poderosas, incluyendo al
imperialismo. Algunos militares son parte orgánica de esa fuerza social, son su
brazo armado. Otros son simple masa de maniobra, ejecutores, los que se ensucian
las manos en las peores porquerías. Aunque puedan creerse destinados a encabezar
una lucha universal contra el mal, como Seineldín. Esto no significa que no sean
responsables, sino que no son los únicos. Ni siquiera son los más importantes, no
importa el tipo de atrocidad concreta que hayan cometido. El golpe del ’76 es
inexplicable si no se recuerda a Martínez de Hoz, que sería inexplicable sin los
empresarios argentinos que lo apoyaron y se beneficiaron hasta el hartazgo con su
política. Pero lo que hicieron los empresarios argentinos no hubiera sido posible
sin la colaboración activa de los gobiernos y empresarios de los mismos países que
ahora quieren lavarse la cara, impartiendo en el exterior una justicia que no son
capaces de aplicar en su interior. Ni permitiendo que se juzgue a sus “ciudadanos”
en otras naciones: Aznar, Bush o Blair, por ejemplo, deberían comparecer como
criminales de guerra en Irak.