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Alborada
Ciclo de Lorwyn – Libro II

Scott McGough
Cory J. Herndon

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Indice
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Capítulo 1 ......................................................................................................................... 7
Capítulo 2 ....................................................................................................................... 15
Capítulo 3 ....................................................................................................................... 25
Capítulo 4 ....................................................................................................................... 35
Capítulo 5 ....................................................................................................................... 47
Capítulo 6 ....................................................................................................................... 57
Capítulo 7 ....................................................................................................................... 63
Capítulo 8 ....................................................................................................................... 71
Capítulo 9 ....................................................................................................................... 81
Capítulo 10 ..................................................................................................................... 91
Capítulo 11 ..................................................................................................................... 99
Capítulo 12 ................................................................................................................... 109
Capítulo 13 ................................................................................................................... 121
Capítulo 14 ................................................................................................................... 131
Capítulo 15 ................................................................................................................... 141
Capítulo 16 ................................................................................................................... 151
Capítulo 17 ................................................................................................................... 159
Capítulo 18 ................................................................................................................... 169
Capítulo 19 ................................................................................................................... 175
Capítulo 20 ................................................................................................................... 183
Capítulo 21 ................................................................................................................... 189

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Capítulo 1

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Un jinete solitario emergió de la brillante y cegadora niebla en el límite del
Bosque Hojas Doradas. El elfo de largas extremidades montaba erguido y orgulloso en
un impecable cérvido dorado, la espalda recta y la mirada al frente. El jinete sabía cuán
gloriosos habrían parecido ambos a un espectador, cuán magnánimos y excelentes, cuan
perfectos… si no hubiera sido por los dos muñones rotos y mellados en su frente, los
restos destrozados de los que alguna vez habían sido magníficos cuernos.
La estoica boca del jinete se arrugó en una sonrisa irónica. El camino más sabio
para un conocido y desfigurado Hoja Dorada exiliado sería uno que evitara por
completo el territorio de la gran tribu. Era doblemente imprudente viajar sin disfraz,
como el jinete lo estaba haciendo ahora, pero era una absoluta estupidez suicida
introducirse descaradamente en el mayor campamento de los Hojas Doradas en la
región. El más mínimo atisbo del jinete lanzaría a los cazadores de élite de la manada
Cicuta de los Hojas Doradas en una persecución a todo pulmón.
Por lo menos algún tipo de sombrero sustancial hubiera sido de ayuda.
Por el momento los únicos sonidos del campamento venían de más adelante así
que él convenció al cérvido de detenerse suavemente. El jinete se había ofrecido
voluntariamente para esta tarea, insistido en ella a pesar del considerable riesgo. No, no
era absolutamente prudente que la presa andrajosa y acosada se detuviera, girara, y
llamara la atención de los cazadores sin embargo eso era exactamente lo que esta presa
tenía intención de hacer. Si todo iba según lo planeado los kithkin de Kinsbaile
cantarían acerca de esta aventura durante los próximos veinte años.
El jinete inhaló profundamente y empujó suavemente las flexibles costillas del
cérvido con largas pezuñas hendidas. El magro corcel pasó a través de la maleza y
apareció en un amplio claro que estaba iluminado por pilares de color amarillo brillante
de difusa luz solar.
El pequeño claro era luminoso y fresco, vivo con colores y sonidos. Seis
cazadores Hojas Doradas estaban agrupados en el extremo más alejado, cada uno
luciendo la insignia de la manada Cicuta. Ninguno estaba montado pero el jinete se
dispuso a girar y salir disparado ante el menor aviso. Notó que dos de los Cicuta
portaban largos arcos pulidos. Y a pesar de que el maestro del cérvido era imprudente
no le haría ninguna gracia la tarea de dejar atrás sus mortíferas, probablemente
envenenadas, flechas.
Un tirón de las riendas y un apretón de las rodillas hicieron retroceder al cérvido,
pataleando en el aire con sus patas delanteras. Cuando la montura se acomodó en el
césped el elfo gritó.
"¡Salve, elfos nobles de la Manada Cicuta!" La sonora voz del jinete fluyó por el
claro y se hizo eco en los árboles. "Vayan ahora y díganle a sus líderes que Rhys ha
venido a reclamar el mando que le corresponde. Háganlo o enfréntenme… si se
atreven."
Los arqueros Cicuta eran incluso mejores que su reputación. Apenas habían
muerto los últimos ecos de las palabras del jinete entre las zarzas y el musgo que dos
cuerdas de arco vibraron, liberando dos ejes afilados de triglochin directamente hacia el
intruso.
El desgraciado elfo estaba preparado, por supuesto, aunque los proyectiles
pasaron zumbando demasiado cerca para su comodidad. El ágil y fuerte cérvido no fue
tan elegante o tan rápido como debería haber sido y sus largas patas parecieron flaquear.
Juntos, montura y jinete, apenas lograron saltar fuera de peligro.

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"Si 'apenas' es la diferencia entre la vida y la muerte," murmuró el elfo, "Me la
llevo."
Los elfos Cicuta cargaron. Gritaron a sus compañeros y sacaron sus espadas
mientras corrieron. Más elfos aparecieron desde los espesos bosques al norte y al oeste
del claro.
Ahora viene la parte divertida. El jinete hizo girar al cérvido alrededor para
exponer su trasero a los enfurecidos cazadores Cicuta. Hundió sus pezuñas en el costado
del cérvido, instando a la montura a dar un poderoso brinco a través de una pequeña
elevación e introduciéndose en la espesura del bosque. El jinete se agachó, su nariz casi
tocando el liso y aleonado pelaje del animal, y volvió a sonreír. Las cosas habían
comenzado bien siempre y cuando nadie lograra un tiro tremendamente afortunado o
improbable.
El corazón del jinete latió mientras flechas y gritos de caza pasaron velozmente a
su lado y la sonrisa se convirtió en una eufórica y feliz carcajada. Ellos cantarían esto en
Kinsbaile, oh sí. De hecho, y sólo para asegurarse de que la balada comenzara bien, lo
más adecuado sería proporcionar el primer verso… y tal vez el estribillo.
El jinete, tarareando mientras la dorada montura galopó a través de los árboles,
compuso las primeras líneas de una conmovedora y heroica épica. Los cascos del
cérvido le dieron el ritmo.

* * * * *

Iliona, la mayor de las hadas de la pandilla Vendilion, observó al último de los


cazadores elfos desaparecer en el bosque esmeralda. Los elfos habían, como se había
predicho, perseguido a su presa con una enorme manada de guardabosques y arqueros.
"Conté cincuenta cazadores de Hojas Doradas," dijo Iliona calculando rápidamente el
número de elfos saltando con agilidad a través de la maleza y ramas bajas. Sí, por lo
menos medio centenar de soldados veteranos de la tribu más grande y poderosa del
mundo.
"Parece que está funcionando."
"Esto no me gusta," fue la respuesta del hada. "Estos son Cicuta. Si vimos
cincuenta al menos el doble de ese número tienen que estar escondidos."
El bosque quedó en silencio mientras las sombras y el follaje se tragaron al
último de los cazadores elfos. "Ese fue el último de ellos," dijo Iliona un poco molesta.
"El último de la mitad de ellos, si quieres." Mantuvo sus ojos hacia delante mirando el
bosque en busca de signos de movimiento.
"Han mordido el cebo."
Iliona estiró sus largas alas translúcidas y subió zumbando en el aire nocturno.
"Sigue sin gustarme."
"Ya te he entendido," dijo Maralen. "Pero tienes que admitir que hasta ahora está
funcionando." El zumbido de las alas de Iliona tomó un tono enojado. La más vieja de
la pandilla Vendilion odiaba cómo la voz de la extraña doncella elfa hería sus delicados
oídos. Iliona odiaba que se viera obligada a colgar de cada palabra como si hubiera
venido de los benditos labios de la Reina Oona misma.
La hada desaceleró sus alas y el ruido furioso retrocedió. Maralen era alta para
un elfo y altanera incluso para su especie. Llevaba ropas confeccionadas al estilo y la
moda de la tribu Mornsong del extremo norte, elfos justamente famosos por sus voces
inquietantemente hermosas en vez de sus habilidades en los senderos forestales, pero un
elfo era un elfo. Maralen, aunque no era de ese lugar, se movió tan rápidamente y con

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tanta confianza en el territorio de los Hojas Doradas como lo habría hecho en su propio
hogar. Atravesó las zarzas sin hacer crujir ni una sola hoja.
Sin darse cuenta de la ira de Iliona (o, más probablemente, sin preocuparse por
ella), Maralen volvió a hablar. "Ya no falta mucho. Nos introduciremos tan pronto como
recibamos la confirmación de que los elfos no están mirando hacia atrás." Ella se volvió
y sonrió socarronamente, inclinando la cabeza hacia un lado. "Entonces su parte del
plan entrará en acción y podrán volver a estar a cargo. Tal vez eso te haga aflojar esos
dientes apretados."
Iliona presintió la aproximación de sus hermanos un momento antes de que
Maralen y la más vieja de los Vendilion sonrieran.
Cuando Maralen al fin oyó el zumbido de alas minúsculas dijo: "¿Ves? Ya está
confirmado."
Iliona se adelantó zigzagueando para saludar a sus hermanos antes de que lo
hiciera Maralen. Los gemelos Veesa y Endry descendieron del dosel del bosque oscuro
en una brillante nube de humo y polvo, haciendo locos círculos en espiral. Su dura piel
quitinosa reflejó un mosaico de colores vivos cuando sus alas de libélula encendieron
heladas chispas azules del humo y el polvo que les rodeaba.
"¡Estamos de vuelta!" trinaron los gemelos. Iliona aplaudió con alegría y
momentos después las tres hadas se estaban persiguiendo unas a otras a través de los
límites superiores del bosque.
"¡Atención, queridos míos!"
El trío de hadas se detuvo en seco. Endry incluso hizo una mueca. Maralen,
mucho más abajo, esperó en silencio con los brazos cruzados. La desgraciada elfa no
volvió a hablar pero si torció la cabeza hacia un lado y levantó una ceja amenazante. La
pandilla Vendilion intercambió una hosca mirada culpable y se encogieron de hombros
al mismo tiempo. El trío, con sus manos unidas, bajó girando suavemente hacia
Maralen.
La elfa de cabellos oscuros miró fijamente a seis ojos suaves y sin rasgos
distintivos. Iliona sintió los pensamientos de Maralen introduciéndose profundamente
en su mente, sus bordes duros y puntiagudos con la curiosidad. Sin una sola palabra
hablada Iliona sabía lo que sabían los gemelos, lo que Endry y Veesa habían visto, y
Maralen también lo sabía.
"Maldita sea esa kithkin," dijo Maralen.
"¿Problemas?" La lánguida voz de Cenizeida resbaló a través de dos metros de
zarzas desde el lado opuesto de la espesura. La llameante peregrina mantuvo su
sombrero de ala ancha de metal inclinado sobre sus ojos por lo que sólo su barbilla era
visible, y el frío fuego amarillo que subía naturalmente desde su clavícula y sus codos
estaba opaco y silencioso. La peregrina se aclaró la garganta. "¿Iliona?"
Maralen frunció el ceño e Iliona supo por qué. Más temprano Rhys había
declarado su confianza inquebrantable en Cenizeida pero Maralen no había estado tan
segura. Había opinado respetuosamente que la apatía de la llameante era un problema
grave. Rhys había apartado esa preocupación a un lado, dejando a Maralen cocinándose
a fuego lento en su propia tranquila ansiedad. Iliona saboreó cada momento de ello.
"Hay buenas noticias y malas noticias," dijo Iliona a la peregrina. Además de ser
la hada más grande de la pandilla Iliona era la mayor lo que la convertía en la más
responsable; lo que, como rezaba el dicho, era un poco como decir que Iliona era la
piedra más seca en el fondo del Vinoerrante.
"En realidad," dijo Veesa con sus alas como una mancha sólida mientras flotó
sobre Cenizeida, "hay buenas noticias y malas noticias y peores noticias."

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Endry intervino. "Y sin embargo," dijo alegremente, "todavía sigue
pareciéndome divertido."
Las llamas de Cenizeida brillaron un poco más. "Díganme lo que pasó."
"La buena noticia es que los elfos están persiguiendo al cérvido pero no lo han
alcanzado."
"Y la mala noticia es que los elfos están persiguiendo al cérvido pero no lo han
alcanzado."
"Respóndanle a su pregunta," dijo Maralen con una contundente calma, "de
forma rápida y clara."
Iliona puso mala cara por un momento. Luego dijo: "Se está poniendo mal."
"Los elfos Cicuta están haciendo lo que queríamos," añadió Veesa.
"Pero nuestro lado la está complicando."
Cenizeida echó la cabeza hacia atrás y miró hacia arriba a las brillantes criaturas
desde debajo del ala de su sombrero. "¿Exactamente como? ¿Cuál es el problema?"
"Cantando," dijeron las tres hadas al unísono. Iliona no había visto esto por sí
misma por lo que fue la más ansiosa por explicar. "Ella está cantando acerca de cómo
esto la hará aún más famosa. Acerca de lo inteligente que es." Los ojos de la hada más
grande refulgieron. "Y esto está empezando a mostrarse."
Una esbelta figura conocida, silenciosa como una sombra, se materializó al lado
de Cenizeida. La mandíbula apretada de la peregrina se relajó un poco cuando vio al
recién llegado y ella inclinó el ala de su sombrero respetuosamente. "¿Tú qué piensas?"
"Vamos a tener que darnos prisa," dijo Rhys. Dio un paso adelante y se volvió
para poder hacer frente tanto a Cenizeida como a Maralen. "No volveremos a tener otra
oportunidad como esta. Conseguimos lo que necesitábamos, un camino despejado hacia
el campamento. Yo digo que es suficiente. Iremos hacia adelante."
"Pero ¿entonces qué?" dijo Cenizeida.
"Ella tiene razón," dijo Maralen. "Todo el rescate dependía de que la mayor
parte del campamento de Hojas Doradas saliera a perseguirte por el bosque. Cuando
ellos se den cuenta de que ella no eres tú van a estar de vuelta, y van a estar muy, muy
enojados. Podríamos entrar pero apenas estamos en nuestro mejor momento." Ella miró
fijamente a Cenizeida. "Si eso ocurre no podremos abrirnos paso luchando a través de
toda la manada."
"No por nuestra cuenta," dijo Rhys. "Pero dos gigantes muy enojados de nuestro
lado deberían inclinar las cosas a nuestro favor."
Maralen ladeó la cabeza. "¿Así que el nuevo plan es la primera mitad del plan
antiguo?" dijo ella. "Tenemos que inmiscuirnos pero en lugar de escabullirnos
tendremos por delante otra batalla por nuestras vidas." Se cruzó de brazos. "Ahora si
que no me gusta esto."
"Que lástima," dijo Rhys. "Esta es mi parte del plan, ¿recuerdas?"
"Vamos," murmuró Cenizeida. Inclinó su sombrero hacia atrás y las llamas de
color naranja pálido florecieron de sus ojos. "Estamos perdiendo tiempo."
Maralen frunció el ceño pero finalmente cedió con un suspiro. Iliona supo lo que
estaba pensando la desgraciada elfa incluso sin juramentos ni magia mental. Su plan
original era menos que perfecto para empezar y ahora se estaba desmoronando. Más de
la mitad de su partida estaba ofuscada, obsesionada o no era confiable, pero iban
adelante de todos modos. Iliona sonrió al ver la expresión agria de Maralen y sintió a
sus hermanos sonriendo junto con ella. El estimulante contacto terminó cuando Rhys
apuntó repentinamente con un dedo índice al trío aleteando.

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"Ustedes dos," dijo Rhys señalando a Iliona y Veesa. "Vayan por delante de
nosotros en el campamento. Encárguense de cualquier elfo que haya entre aquí y los
corrales de parracreados."
"¿Y yo qué?" Dijo Endry.
"Tu alcanza a nuestro señuelo y ayúdale si es necesario. Sólo asegúrate de que
estén de nuevo en el río a tiempo, nosotros no seremos capaces de esperar por ustedes."
"Creo que tu no entiendes," dijo Endry. "La pandilla Vendilion trabaja en
conjunto. Como un equipo." Y se cruzó de brazos mientras flotó.
"Eso no es lo que necesitamos en este momento," dijo Rhys.
"Bueno pero yo todavía quiero ir con mis hermanas."
Rhys arremetió con una mano y agarró al chisporroteante e indignado Endry.
"Endry," dijo el elfo, "¿qué sabes acerca del veneno de tejo?"
Endry rotó su cuerpo para quedarse mirando a Rhys a través del rabillo del ojo.
"No mucho," admitió.
"¿Quieres saber más?" Preguntó Rhys soltando a su prisionero zumbando
airadamente. Entonces el elfo sacó una pequeña botella de arcilla de su mochila y quitó
el corcho. Un olor amargo y aceitoso de hierbas salió de la botella. Las tres hadas
olfatearon el aire con emoción.
Endry zigzagueó hacia la boca de la botella pero Rhys la volvió a tapar y retiró
la mano. "Lo que pido de ustedes es importante y no lo pido a la ligera. Vale la pena una
recompensa, en mi opinión. Una recompensa significativa. Pero sólo si se hace
exactamente cuándo y exactamente como yo lo quiero."
Los ojos de Endry fluyeron entre Rhys y la botella. "De acuerdo," dijo.
"¡Yo también! ¡Yo también!" intervinieron Iliona y Veesa al unísono. Por un
momento la más vieja de los Vendilion olvidó que estaba obligada a una bruja elfa
malformada y se perdió en el regocijo de encontrar algo nuevo.
Rhys quitó el corcho y extendió su mano. Hizo un gesto a Iliona y Veesa para
que retrocedieran mientras Endry se acercó flotando. El gemelo varón sacó una
diminuta cuchilla similar a un alfiler. Alejó el rostro de la bocanada amarga que
emanaba de la botella abierta y con cautela sumergió la punta afilada de su arma en el
interior. Cuando retiró el alfiler Endry acercó la punta reluciente cerca de su cara.
"Es como oro líquido," susurró, "que puede matarte." Rió y se elevó por encima
de sus hermanas para trinar: "¡Empecemos!"
Iliona y Veesa rápidamente visitaron la botella de Rhys a su vez, mojando sus
pequeñas hojas en el veneno de tejo. Un instante después las tres hadas estaban
persiguiéndose alrededor en una ráfaga de humo incandescente y centelleante ruido.
"¡Agárrense a sus cabras de las nubes gigantes malolientes!" coreó Iliona.
"¡Hadas al rescate!"

* * * * *

"Oh, Rhys con la Manada Cicuta volvió."


"Con un asentimiento y un aire cínico su ojo le guiñó."
"No pueden atraparme, cantó."
"No puedes atrapar a un zorro si estás persiguiendo a una liebre. Y entonces su
espalda les mostró."
No está mal, pensó Brigid Baeli. Aunque se necesitará modificarlo. Exceso de
Rhys, por decir una cosa.

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La arquera kithkin guió su montura para saltar sobre un árbol caído abrazándola
con fuerza a medida que se arquearon por el aire. Los saltanejos eran rápidos, y desde
un comienzo parado podrían saltar más alto que cualquier cérvido pero estaban lejos de
ser tan ligeros de pies. La ilusión que hacía que los elfos creyeran que estaban
persiguiendo a Rhys en un cervin había incluido enmascarar el pesado trote del
saltanejo y sus amplias pisadas distintivas pero no habían podido evitar que el choque
de cada salto y aterrizaje hicieran temblar la espalda de Brigid.
Esta era una gran aventura y ella disfrutaría de la mirada en los rostros de los
elfos cuando se dieran cuenta de que su presa era la mitad de alta y el doble de ancha de
lo que esperaban y, además, que era una mujer, montando no un ciervo dorado de
extremidades como zancos sino un animal de granja negro como el carbón con patas
como gruesos muñones. Apretó con más fuerza las manos en torno a los robustos
cuernos del saltanejo sabiendo que a sus perseguidores les parecería ver a Rhys tirando
de la delgada cadena de guía del cérvido.
Brigid espoleó al saltanejo y la bestia robusta retumbó hacia adelante, sus pies
amartillando el suelo del bosque. Ella había estado pensando en esta aventura como otro
verso de su popular balada en constante evolución "La Heroína de Kinsbaile" pero a
medida que continuó la persecución Brigid se volvió más segura de que exigiría una
canción propia. Cuanto más tiempo la persiguieran los cazadores de Hojas Doradas más
tiempo tendrían los otros para atacar el campamento. Además, cuanto más tiempo ella
mantuviera a la Manada Cicuta tras la liebre cuando ellos querían al zorro más divertida
iba a ser su canción.
Por supuesto que ella se había ofrecido para esto: en términos prácticos los
saltanejos eran las únicas monturas de fácil acceso y sus extensas habilidades como
jinete habían hecho de ella la opción obvia. Brigid también tenía algo que demostrar
más allá de su valor práctico. Inicialmente había ido junto con Rhys y los demás sólo
para servir como un espía, un agente actuando en un esquema que ella no se había
tomado la molestia de explorar o entender, un esquema que la había llevado a acciones
que ahora veía con vergüenza y remordimiento. Les había mentido a sus amigos, porque
estas personas habían sido sus amigos, los había atacado, secuestrado, y los había
entregado a los que les habían querido hacer daño. Aunque al final se había arrepentido
de sus acciones y había vuelto con los que ella había traicionado eso también se había
sentido menos que noble y más como… otra traición.
En resumen Brigid no había cumplido con la reputación de Heroína de
Kinsbaile, la leyenda viva que ella misma había creado y definido con sus propias
hazañas. La Heroína de Kinsbaile no ansiaba rango ni gloria sino que la gloria
encontraba a la noble arquera de todos modos, ese era todo el punto. Cuando el pueblo
de Kinsbaile necesitaba una figura audaz para protegerlos hacía un llamamiento a su
héroe. Siempre había habido un Héroe de Kinsbaile.
Esta era la primera vez que Brigid pudiera recordar en la que no estaba
completamente segura de que ella fuera ese héroe.
La única manera que ella vio para quitar el deslustre de esa aclamada auto-
imagen sería volver a equilibrar la balanza. Sólo después de que ella le hubiera
regresado a sus aliados más de lo que había tomado y restaurado la genuina camaradería
que sus irreflexivas acciones habían destruido, sólo entonces Brigid Baeli reclamaría el
manto de héroe.
Una robusta flecha de maderaplateada pasó silbando a su lado demostrándole
una vez más el peligro muy real que enfrentaba. Maderaplateada, no un sencillo eje de
triglochin. Los Hojas Doradas querían bien muerto a Rhys. Brigid se agachó y apretó la
barbilla entre los hombros del saltanejo. La lana suave y rizada le hizo cosquillas en el

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interior de su nariz pero ella se mantuvo baja. Quizás quisieran a Rhys muerto pero
desde luego que él no era al que los arqueros estaban en realidad apuntando con sus
mortales disparos.
El elfo más cercano estaba de pie y a más de un centenar de metros detrás de ella
a través de una espesa cortina de árboles. Brigid, siendo una arquera, sabía lo difícil que
había sido ese último disparo, qué tan fuerte el brazo que había doblado el arco, y que
tan cerca había llegado a pesar del difícil objetivo que ella significaba. No tenía que
tomar a la ligera a los cazadores de Hojas Doradas o moriría. Eso nunca encajaría con el
tono caprichoso de su nueva canción.
Más flechas pasaron silbando y ella extrajo otra explosión de velocidad del
saltanejo. Los elfos se acercaban rápido, ahora bien dentro del alcance de una flecha
acertando al azar en un golpe directo. Una amplia sonrisa se extendió por los rasgos de
Brigid. Tanto mejor, pensó. Tenía que haber un peligro real o no sería tan emocionante
cuando lo contaran. En las garras de ese momento ella se oyó a si misma cambiar de un
tarareo a una valiente canción…. cantando naturalmente, "La Heroína de Kinsbaile."

Un ardiente saltanejo
Ella monta con honor.
Lucha ahora, Brigid Baeli,
Que nunca falle tu valor.

¡Eso estaba mucho mejor! El orgullo hinchó su pecho, su coraje se reforzó y su


confianza en sí misma regresó. La jinete kithkin se lanzó al segundo verso que detallaba
el momento en que Brigid había derrotado sin ayuda a todo el equipo de Dundoolin en
el concurso anual de tiro con arco. Estaba comenzando la tercera estrofa, el segmento
siempre popular de la “matanza del lobo” de la balada, cuando Brigid se dio cuenta que
algo andaba mal.
El saltanejo brincó alto, rozando la parte posterior de la cabeza de Brigid contra
hojas a baja altura. Sintió cascajos y escamas apergaminadas revolotear debajo de su
cuello. Bajaron resbalando por la parte posterior de su túnica y le hicieron picar. El
viento en su rostro se hizo más fuerte y el polvo irritante se volvió más espeso contra su
rostro y hombros. Se preguntó si de alguna manera esa última rama le había dejado una
vieja colmena reseca alojada en su cabello por lo que la cáscara ahora se estaba
desintegrando por todo su cuerpo mientras ella seguía cabalgando.
El saltanejo golpeó un punto suave en la tierra y trastabilló. Brigid dio un vuelco
a la derecha cuando la bestia recuperó su ritmo. Sintió a sus nudillos apretándose y
rápidamente aflojó su agarre sobre los cuernos del saltanejo antes de que estos crujieran.
Sus ojos se abrieron ampliamente y se lanzaron adelante y atrás de un cuerno a otro para
asegurarse de que ella no había hecho ningún daño.
La kithkin levantó la cabeza. Vio los hombros de Rhys por encima de ella,
delgados y translúcidos como los de un fantasma, un fantasma cuyo centro también
estaba ocupado por el cuerpo muy real de ella. Ella ni siquiera debería haber sido capaz
de verlo en absoluto y si ya se estaba desvaneciendo a la ilusión le quedaba muy poco
tiempo. Brigid se torció hacia atrás sobre su hombro. Entonces insultó.
Estaba dejando un chorro de pequeñas escamas brillantes de ilusión en su estela.
No habían sido los restos secos de una colmena lo que se estaba desintegrando sino su
aspecto exterior de elfo noble. Un creciente entumecimiento helado le apretó el
estómago cuando la estrecha y filosa cabeza de un cérvido dio paso al rechoncho y
redondeado cráneo de un saltanejo de pura raza de Kinsbaile.

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"Espectacular ilusión allí Maralen," dijo enojada hablando a través de los rizos
lanudos del saltanejo. "Muy eficaz. Yo misma tejí una magia más fuerte para saltar a la
cuerda cuando era niña." Quizás la trama mental kithkin no siempre era tan visualmente
convincente como las ilusiones pero al menos era lo suficientemente resistente como
para sobrevivir a una persecución por el bosque.
Ella intimidaría a Maralen en persona después. El plan había sido dejarse ver, a
la vista pero tentadoramente fuera de alcance, con el fin de prolongar la persecución el
mayor tiempo posible. Los arqueros elfos seguían disparando a ciegas pero si cerraban
la brecha aún más sus penetrantes ojos seguramente la encontrarían. Harían retroceder
sus arcos, se dirigirían a su objetivo, afinarían la puntería… y se darían cuenta de que
estaban disparando a un señuelo medio envuelto en los restos harapientos de un disfraz
mágico.
Brigid oyó una fuerte voz élfica gritar en la distancia "¡Ahí está!" justo cuando
su montura dejó atrás la cima de una cresta rocosa. Ya no estaba pensando en su
canción, o en la gran aventura, o en reñir con Maralen por los hechizos de mala calidad.
En cambio Brigid estaba pensando en su propio arco y su carcaj relleno con flechas
colgado apretadamente y bajo a través de su espalda.
El saltanejo jadeaba profundamente. Tenía tal vez otros cinco minutos de plena
carrera. Brigid podría mantenerse por delante de los elfos durante cuatro de esos
minutos. Entonces ella desmontaría, enviaría al saltanejo fuera de peligro con una
cordial palmada en sus ancas, prepararía una flecha y esperaría a que los elfos la
alcanzaran.
Su dedo se deslizó distraídamente a lo largo de la correa de cuero del carcaj. De
una forma u otra Brigid Baeli debería asumir su parte de la carga. Mantendría a los elfos
ocupados allí, tantos como pudiera, lejos de los otros en el campamento. El honor, el
orgullo y el deber se lo exigían. La Heroína de Kinsbaile no podía hacer menos.
Brigid, con suavidad pero con firmeza, reanudó su tarareo.

Capítulo 2

14
Cenizeida siguió a Rhys y Maralen mientras se acercaban al campamento de
los cazadores de Hojas Doradas. El color y la intensidad del fuego de Cenizeida habían
cambiado, habían sido cambiados, en los últimos días, alejándose de su antiguo rojo
vibrante hacia un más pálido y moderado naranja amarillento. Las llamas que ahora se
alzaban desde los hombros y la clavícula de Cenizeida rodeaban y envolvían su cráneo
detrás de un estoico rostro de piedra oscura y maleable. Algo acerca de la nueva
coloración de la llameante combinado con su persistente humor sombrío invitó a que las
hadas Vendilion hablaran de Cenizeida como "esa antorcha de dos piernas en una
máscara de muerte."
La luz de la llama de Cenizeida desapareció casi por completo en la luz perpetua
del atardecer pero ella sabía que no aguantaría una vez que ella entrara en las profundas
sombras entre los árboles. Se concentró y humedeció su fuego tan bajo como se atrevió
sin llegar a sofocarlo por completo y perder la conciencia. Las llamas amarillas eran
más delgadas que las rojas pero controlarlas requería más concentración.
Introducir su llama en sí misma y fuera de la vista del público fue menos
vigoroso de lo que nunca había sido antes pero Cenizeida no se enorgulleció del hecho.
Su fuego interior se había vuelto débil y difuso por lo que apenas era un triunfo
atenuarlo aún más. Los demás se habían dado cuenta, por supuesto, y todos desde Rhys
hasta las hadas Vendilion habían comentado sobre ello. Hasta el momento ninguno de
sus camaradas había expresado lo obvio, que las diferencias en la apariencia y el
comportamiento de Cenizeida sólo se habían manifestado después de que ellos la habían
rescatado de Kinsbaile. Aunque nadie más lo había dicho y Cenizeida no podía el
momento y la verdad eran obvios, innegables.
Cenizeida había dedicado su vida al camino del llameante peregrino,
transitándolo a dondequiera que llevara en busca del antiguo espíritu elemental que la
había elegido en el momento de su nacimiento. La búsqueda del peregrino estaba
destinada a ser una larga, consumiendo la mayor parte de una vida si no en su totalidad.
Cenizeida había buscado vigorosamente a su propio elemental por más de una década,
ansiosa, incluso impaciente por la conclusión de su viaje en cada paso del camino.
En Kinsbaile Cenizeida había sido arrojada a la fuerza a la plena presencia de
ese gran espíritu, empujada a una comunión con un ser que la mayoría de las criaturas
mortales no podían ver ni sentir, mucho menos entender. Después de una década de
búsqueda y sólo atormentados destellos y una intuición recordada a medias para
demostrarlo Cenizeida contempló a su espíritu protector como era. Incluso antes de ver
su forma ella entendió su poder. Era una cosa salvaje y primitiva de velocidad y fuerza,
libre de limitaciones o preocupaciones mortales. Era la encarnación de la voluntad
indomable de la libertad misma, una expresión viva de la feroz alegría que creaba la
libertad.
El elemental se había aparecido a Cenizeida como un majestuoso corcel blanco
con pezuñas y crines de fuego. Enorme y descomunal, la presencia del espíritu del
caballo era una de gracia sin esfuerzo, de espíritu indomable y resistencia inagotable.
Era la acción desenfrenada, el movimiento frenético, la pura alegría del salvajismo
abandonado manifestado como músculo equino y poder místico.
El ser había sentido un inexplicable terror cuando la había visto a ella. Es cierto
que el terror había disminuido rápidamente una vez que sus dos llamas se habían unido
en una sola pero si Cenizeida hubiera vivido hasta los diez siglos de antigüedad ella
nunca hubiera sentido nada tan verdaderamente espantoso como el miedo primario que
había tenido este divino elemental. En sus pesadillas, en sus estados de fuga, el terror
del caballo era monumental, abrumador… infinito.

15
El entrar en la presencia de su elemental fue la culminación de la obra de su vida
y casi la había destruido. Cenizeida había tocado al espíritu directamente, probado su
asombroso poder en sí misma mucho antes de incluso sus expectativas más impacientes.
La ambiciosa peregrina veía ahora que no había estado preparada, que no lo había
merecido. Había comulgado con su elemental demasiado temprano, demasiado pronto,
y esa comunión forzada había llegado a un precio que ella no había podido pagar.
Su antigua confianza e impaciencia le avergonzaron. Qué equivocada había
estado. La peregrina en la que ella había tenido la esperanza en convertirse habría hecho
alejar el miedo del elemental, habría encontrado una manera de ayudar al gran espíritu
en lugar de haberse sentido sobrecogida y abrumada.
Lo peor de todo era que ahora se había establecido irrevocablemente el contacto
entre Cenizeida y el elemental. Aunque ella pudiera alejar los dolorosos recuerdos del
fuego y la vergonzosa verdad de su propio fracaso, incluso si pudiera borrar Kinsbaile y
reanudar su camino, como un peregrino menos apresurado y más sabio, eso ya no
importaría. Ella no era libre. El elemental la conocía, se había fusionado con ella y tal
vez incluso la había aceptado en niveles profundos. El ser tenía su olor y podría
encontrarla cuando lo deseara. Como peregrina Cenizeida había perseguido al espíritu
pero ahora sabía con certeza que el espíritu la perseguía. Y cuando la alcanzara ella no
sabía si podría sobrevivir a su glorioso fuego.
El descanso de Cenizeida, acosado tanto por los elfos de Hojas Doradas como
por esa vasta entidad primitiva, era superficial e intermitente. Pero por lo menos era sin
sueños. Sus horas de vigilia no eran tan bendecidas. Al menos una vez al día, todos los
días, la llameante se sentía abrumada por visiones de fuego y el sonido de cascos
atronadores. Esto la hacía detenerse en su lugar sin importar lo que ella estuviera
haciendo, la dejaba congelada e insensata, y la dejaba sollozando. Llamas ilusorias la
rodeaban por todos lados, la engullían, vaporizaban su cuerpo, y llenaban su mente con
humo y éxtasis cegador. Rhys se había visto obligado dos veces a permanecer cara a
cara con Cenizeida y gritar su nombre hasta que sus facultades regresaron. Iliona
también se había encontrado a Cenizeida en este estado. Las abrasivas burlas del hada
hacían volver a Cenizeida aún más rápidamente.
En ese momento Rhys levantó el puño cerrado y Maralen se detuvo a su lado.
Cenizeida también se quedó inmóvil pero fue el creciente eco de los cascos distantes
tanto como la señal de Rhys lo que la hizo callar. La peregrina apretó los labios y cerró
los ojos contra los sonidos fantasmales. Ella tenía un trabajo que hacer, un papel que
desempeñar, y no le daría a Rhys motivos para lamentar su fe en ella.
Cenizeida subió a rastras y se puso de pie en el lado izquierdo de Rhys opuesta a
Maralen. Los elfos estudiaron atentamente la densa línea de los árboles unos seis metros
por delante y Cenizeida siguió su línea de visión hasta que sus ojos se encontraron con
los cuerpos de dos arqueros Hojas Doradas caídos entre las hojas muertas.
"Con cuidado y rápidamente a la línea de árboles," dijo Rhys, "a mi señal."
Rhys esperó unos instantes y echó a correr hacia los árboles. Maralen le dio una
ventaja de dos zancadas y luego le siguió. Cenizeida cayó detrás de Maralen y juntas las
mujeres llegaron a los centinelas inmóviles justo cuando Rhys terminaba la inspección
de sus cuerpos inconscientes. La llameante vio que los centinelas estaban respirando
pero más allá de eso los elfos de Hojas Doradas eran cosas flácidas y muertas.
Rhys levantó la mirada de los centinelas inconscientes. "Estamos despejados,"
dijo. Hizo un gesto y se deslizó a través de los árboles en el campamento de los Hojas
Doradas.
Maralen se detuvo para mirar hacia atrás a Cenizeida. La doncella elfa miró
hasta que la peregrina asintió con enojo.

16
"No esperes por mí," dijo la llameante. Maralen ladeó la cabeza con curiosidad,
sonrió y siguió a Rhys a través de los árboles.
Cenizeida se movió una vez que Maralen había desaparecido de la vista. La
peregrina nunca había visto antes el interior de un campamento de cazadores pero
también sabía que esta no era una manada típica o una situación típica.
Había filas y filas de pequeños cobertizos de un solo ocupante, cada uno
construido de una sola rama y una sola hoja gigantesca. Había tres grandes carpas
dispersas por toda la cuenca poco profunda que se extendía por el interior del
campamento, corrales de cérvidos y perreras de regresabuesos, pero todos estaban
vacíos o habitados por elfos en estado de coma. Su señuelo había apartado a casi la
totalidad de los guardabosques, arqueros, y oficiales, y las hermanas Vendilion habían
hecho su trabajo tan bien que no había un solo elfo activo en todo el campamento aparte
de Rhys y Maralen.
Rhys volvió a levantar el puño y lo agitó, señalándole a Cenizeida y Maralen que
se acercaran. Cuando todos estaban apiñados detrás de un espeso serbal Iliona y Veesa
bajaron revoloteando de la copa del árbol. Por una vez las hadas fueron tranquilas y
hubo un momento de perfecto silencio antes de que Rhys por fin hablara.
"Estamos aquí," dijo. "Los corrales de parracreados están justo ahí. Mis gracias,
damas. Lo han hecho bien."
Iliona sonrió y entonó los ojos. Veesa enganchó un fuerte dedo entre sus labios y
se alejó volando tímidamente.
"El veneno de tejo es divertido." Dijo la voz de Iliona sonando como una
pequeña campana.
"¿Cómo quieres entrar?" dijo Cenizeida.
"De la misma forma en que llegamos así de lejos," dijo Rhys. "Las hadas
reconocerán el terreno. Yo iré en pos de ellas, luego Maralen, luego tú." Él levantó la
cabeza y estiró el cuello para que la oreja derecha apuntara al cielo. "No escucho nada
viniendo por nuestro camino y eso es bueno. Los hechizos que tenemos que lanzar
tomarán algún tiempo." Niveló sus ojos con los de la llameante y preguntó "¿Estás
lista?"
"Lo estoy."
Rhys asintió. "Bien. Ahora bien." Miró hacia arriba a las hermanas hadas,
entonces a Maralen. La elfa de cabellos oscuros asintió y Rhys dijo, "Váyanse."
Iliona y Veesa sofocaron una risita alegre y volaron hacia el cercano recinto
amurallado. Rhys contó en voz baja para sus adentros hasta que el rastro brillante de
polvo y humo en la estela de las hadas desapareció de la vista.
"Si hubieran chocado con algo inesperado," dijo, "ya tendríamos que haber oído
algo." Rhys siguió adelante cubriendo el tramo de tierra entre el serbal y el portón de
madera en tres zancadas. Cenizeida quedó impresionada: con cuernos o sin cuernos
Rhys era un guardabosque consumado, rápido, seguro y silencioso. Se dio cuenta de que
Maralen la estaba mirando y dijo, "¿Qué?"
"Sólo quiero saber si puedes hacer esto."
"Te dije que estaba bien."
"Eso no es lo que pregunté," dijo la mujer elfo. Sus ojos se veían claros y
preocupados. "¿Puedes hacer esto? Hará falta los tres de nosotros y yo todavía no
entiendo muy bien cómo tu magia de fuego va a ayudar a hacer el trabajo."
"Es mucho más que fuego…" comenzó a decir Cenizeida pero antes de que
pudiera terminar una figura alta y ancha se separó de la sombra de un árbol y derribó a
Rhys de sus pies con un poderoso golpe de su puño. Rhys pareció más sorprendido que
lastimado por el golpe.

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"Parece que las hadas se olvidaron de uno." Maralen se abalanzó sin respuesta,
siseando maldiciones mientras lo hacía.
Rhys volvió a pararse. El ex líder de los Cicuta y el centinela de los Hojas
Doradas se miraron con recelo. Cenizeida vaciló. Todos los demás vigilantes habían
sido despachados sin una lucha. ¿Por qué la visión de este último centinela le causó a
Rhys y Maralen tal preocupación?
La llameante, manteniendo su posición en la retaguardia, se movió para
flanquear al enemigo. Habían llegado al medio de la Manada Cicuta. ¿Cuánto problema
podría dar un elfo más?

* * * * *

Brigid Baeli estaba de pie en la luz del sol y las sombras cerca del centro de una
hondonada. Su saltanejo se había marchado amablemente sin prisa después de un
menos-que-amable golpe en sus ancas traseras por lo que Brigid enfrentaba sola a los
sonidos de elfos acercándose. Los cazadores Hojas Doradas sonaban menos numerosos
de lo que habían sido y su número más pequeño también era menos frenético y más
deliberado en su aproximación. Incluso habían dejado de disparar flechas a ciegas hacia
ella.
Brigid podía adivinar la razón: Su ilusión se había ido, desaparecido mucho
tiempo atrás, y sin esa magia enmascarando su rastro los elfos se habrían dado cuenta
rápidamente de que habían sido engañados. Esto era malo para los demás, por supuesto,
pero en verdad era bueno para ella. Con el ardid expuesto ya no tenía sentido seguir
correteando por el bosque. Brigid podría hacer más si volvía sobre sus pasos. Tal vez
podría volverse mucho más útil si participaba en el propio rescate principal. Primero
tendría que lidiar con esos pocos elfos restantes que seguían persiguiéndola pero en
opinión de Brigid no había más de doce de ellos. No era una tarea fácil, sin duda, pero
era mucho más alentador ser superado en número de una docena a uno que de cien a
uno.
Comprobó sus alrededores por última vez. Era un buen lugar para resistir. Tenía
mucho espacio y lugar para moverse. También había árboles a poca distancia si tenía
que retirarse y ponerse a cubierto. No había tenido tiempo de preparar el terreno tan
ampliamente como le hubiera gustado pero estaba segura de que podía arreglárselas con
lo que tenía. Sus ojos siguieron las crudas líneas que había grabado en el suelo con la
punta de una flecha. Estaba rodeada de un cuadrado con pequeños fetiches kithkin y
tótems en cada esquina.
Los elfos poseían una poderosa magia de bosque pero los kithkin eran criaturas
industriosas de casa y hogar, tomaban la cruda naturaleza salvaje y la hacían habitable,
incluso acogedora. La magia kithkin podría hacer de cualquier lugar un refugio, un
lugar donde la gente de Brigid podía descansar y recuperarse y, si era necesario,
defenderse.
Los límites de la hondonada de Brigid se volvieron repentinamente silenciosos y
ella sonrió. Con un teatral encogimiento de hombros descolgó el arco de su hombro y
dio un paso atrás para tomar el arma brillante en su mano extendida.
"Déjenme ahorrarles los problemas," gritó. Sacó una flecha de su carcaj y la
preparó en la cuerda del arco pero no disparó. "Me tienen rodeada."
Brigid oyó el canto corto y agudo de un pájaro y diez cazadores Hojas Doradas
aparecieron simultáneamente alrededor del perímetro de la hondonada. Cinco sostenían
arcos largos con flechas preparadas. Cuatro más tenían sus espadas desenvainadas. El

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último elfo emergió con las manos vacías pero lucía una complicada insignia de rango
en su frondoso peto de cuero.
Brigid siguió sonriendo. Hasta ahora todo bien. ¿Sólo diez? ¿Sólo cinco
arqueros? Tal vez ella se había preparado demasiado.
Aún así Brigid tuvo que admitir que era una banda de aspecto impresionante.
Los cazadores de Hojas Doradas eran todos altos y perspicaces, serios, cosas severas
que a ella le parecieron peligrosos y elegantes al mismo tiempo. Hombres y mujeres por
igual llevaban el pelo largo y trenzado en torno a sus gruesos cuernos curvos.
El elfo con la insignia miró fríamente a Brigid, el asco retorciendo sus finas
facciones. "Un kithkin en un saltanejo," dijo y negó con la cabeza. "Decepcionante.
Kithkin miserable, te has burlado de los Hojas Doradas. Deberías haberte contentado
con permanecer oculta de nuestra atención."
"Yo no había terminado de prepararme para los invitados," respondió Brigid.
"Pero si así es cómo ustedes planean comportarse debo insistir en que muestren un poco
más de respeto por su anfitrión."
"Este es un territorio elfo," protestó el oficial. "Tú eres la invitada aquí, feo
barrilito de cerveza, y desagradable en eso."
Brigid miró casualmente debajo de sus pies y luego volvió a levantar la mirada.
"Se siente como un hogar para mí." ¿Por cuánto tiempo irían a esperar? El elfo que la
enfrentaba consideró lo que ella había dicho, equilibró la actitud extrañamente tranquila
de ella en contra de la urgencia de su situación compartida. Reflexionó un segundo más
largo de lo que Brigid había esperado pero entonces el oficial le dio la espalda. Sus
músculos se tensaron cuando el elfo ordenó a sus arqueros. "Terminen esto."
Cinco cuerdas de arcos élficos vibraron al unísono. Brigid abandonó su aire
informal. La kithkin, haciendo caso omiso de los misiles aproximándose, plantó los pies
y se defendió, disparando cinco flechas a cinco arqueros elfos en rápida sucesión. Los
arqueros Hojas Doradas eran indiscutibles maestros de su oficio pero Brigid tenía toda
una vida de entrenamiento y práctica que la convertían en un igual de cualquier arquero
vivo, elfo o no elfo. Si su magia fuera tan sólida como sus ojos y su brazo…
Las primeras dos flechas de Brigid pasaron directamente bajo los proyectiles
élficos volando hacia ella mientras que su tercer disparo golpeó la punta de otra flecha,
rompiendo a ambas en una nube de astillas. Sus cuarto y quinto disparos fueron una
completa sorpresa para los arqueros de Hojas Doradas, quienes claramente habían
esperado que ella fuera ensartada antes de siquiera haber tenido la oportunidad de
apuntar.
Gritos de dolor y sorpresa emergieron de cuatro de los arqueros elfos. El oficial
se volvió hacia Brigid una vez más con un iracundo juramento en los labios pero su voz
murió en su garganta cuando vio lo que vieron los demás.
Cinco tallos de triglochin colgaban inmóviles en el aire alrededor de Brigid, a
varios metros de distancia de su objetivo. Una sexta flecha élfica se unió a las otras
cuando el último arquero en pie volvió a disparar pero esta también se detuvo en seco
tan pronto como alcanzó el contorno del cuadrado delimitado de tótems de Brigid.
Brigid no se detuvo. Disparó al oficial y luego dos veces a cada uno de los
guardabosques esgrimiendo las espadas. Golpeó a cada uno de los elfos al menos una
vez aunque mientras lo hizo el arquero de Hojas Doradas que quedaba dejó tres
proyectiles más colgando en las paredes de su casa improvisada.
El último arquero, sin desanimarse, cambió de táctica. Se lanzó hacia la
izquierda y volvió a disparar desde las sombras más profundas. Luego saltó hacia atrás
más allá de su posición original y disparó una vez más. Brigid permaneció equilibrada
sobre las puntas de sus pies, su cabeza quieta pero sus ojos lanzándose tras el elusivo

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elfo. Brigid sintió una brisa que le provocó escozor en su mejilla cuando su última
flecha se detuvo a sesenta centímetros de su cara y clavó al arquero a un árbol en el
límite noreste de la hondonada.
La kithkin reprimió una risita semi-satisfecha de sí misma. Se giró para
enfrentarse a los guardabosques pero un poderoso cuerpo robusto la embistió a mitad de
su vuelta. El impacto le sacó el aire de sus pulmones y Brigid gruñó pero se aferró a su
arco. Nunca sueltes tu arma, eso es lo que le habían enseñado. Sintió el peso del oficial
elfo llevarla a la tierra y si le hubiera quedado algo de aliento habría vuelto a gruñir.
Se quedó mirando un instante a los furiosos rasgos del elfo mientras luchaban
antes de estrellar su ancha frente en la nariz finamente cincelada del oficial. Oyó un
crujido y sintió sangre caliente salpicar su rostro mientras se escabulló por debajo de él.
Los kithkin eran expertos en la lucha cuerpo a cuerpo, sus músculos estaban
concentrados en un denso pero flexible paquete y eran tenaces combatientes. El oficial
podía haber sido el doble de su altura pero no era ni dos veces más fuerte ni el doble de
experto. Podría haber establecido un firme agarre sobre Brigid pero no resistiría mucho
más tiempo.
Efectivamente, Brigid se liberó fácilmente y se escapó del oficial. Se puso en pie
rodando justo cuando otro guardabosques elfo entró corriendo con su espada. Hizo girar
su arco robusto hacia arriba para desviar a un lado la cuchilla cayendo hacia la tierra.
Brigid agarró suavemente la muñeca del elfo, se dejó caer sobre su espalda, y dio una
patada con sus dos piernas cortas y rechonchas. La rodilla derecha del guardabosque
elfo se rompió bajo sus talones y el cazador de Hojas Doradas cayó, su rostro una
silenciosa máscara de agonía.
Brigid se alejó a rastras y se paró de un salto. Contó rápidamente a todos los
elfos en la hondonada: nueve acabados, o por lo menos nueve heridos hasta el punto en
que ya no significaban una amenaza. Sólo quedaba el oficial.
Plantó sus pies y lo enfrentó cara a cara. Brigid tenía su espada pero él también
la suya. Intercambiar flechas y peleas cuerpo a cuerpo eran una cosa pero ella nunca
podría igualar la habilidad con la espada de un oficial de Hojas Doradas. Si él sacaba su
larga hoja seguramente la cortaría en pedazos.
Fue claro que el oficial tuvo pensamientos similares. Miró a Brigid y su mano
cayó a la empuñadura de su espada. La kithkin sólo pudo pensar en una única manera de
evitar que el usara esa arma por lo que bajó la cabeza y cargó, acometiendo al alto elfo
en el estómago. El largo cuerpo del oficial se dobló alrededor de la cabeza de Brigid
cuando ella le empujó hacia atrás. Sus dedos gruesos y fuertes arañaron y amartillaron
hacia la espada hasta que esta cayó de la mano del elfo.
El oficial, para sorpresa de la kithkin, decidió no lanzarse tras la hoja. En cambio
le dio un fuerte rodillazo a la barbilla de Brigid, enderezó su cuerpo y la dejó mareada.
Brigid y su oponente se miraron a los ojos por una fracción de segundo. La kithkin
volvió a sonreír a través del zumbido en sus oídos. Vencer a este elfo al menos sería
digno de una nueva línea, sino todo un verso, de su balada favorita. El oficial arremetió
con su larga pierna, tratando de hundir su casco en la garganta de la kithkin pero Brigid
se retorció y recibió el golpe en su hombro izquierdo. El dolor la dejó media ciega y ella
insultó en forma explosiva pero eso era mejor que una tráquea aplastada.
Su brazo izquierdo colgó inerte. Ella rodeó al oficial y le obligó a darle la
espalda a su arma caída. Sacó una flecha de su carcaj y mantuvo la punta hacia su
enemigo.
"Diez contra uno." Dijo Brigid a través de bocanadas carrasposas de aire. "Sin
importar cómo termine esto yo igual me encargué de lo mejor de los Hojas Doradas."

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Los labios del oficial se curvaron. Despreciando la espada detrás de él, dio un
paso adelante y pateó a Brigid en la cara. El golpe se produjo tan rápido que la kithkin
no se dio cuenta lo que había pasado hasta que se tambaleó hacia atrás.
La flecha cayó de su mano. Brigid recuperó el equilibrio y sacudió la cabeza
para despejarla. Sonrió a través de la sangre y la niebla del dolor. "Bonito," dijo. "Estás
aprendiendo. Pero tu lección aún no ha terminado."
"Lo hará." El elfo le devolvió la sonrisa aunque en su rostro fue mucho más
cruel. "Pronto, barril de cerveza. Muy pronto."
Brigid se estremeció cuando el oficial dio un paso hacia ella. El elfo siguió
adelante, sin prisa, resuelto, y Brigid dio marcha atrás para mantenerse alejada de los
cascos intermitentes. Las cosas podrían haber sido peores pero ellos también podrían
haber dado un espectáculo condenadamente mejor. Por primera vez Brigid se preguntó
si esa pelea iba a terminar lo suficiente bien como para convertirse en un verdadero
verso en su balada en preparación… y si ella estaría alrededor para escucharla.

* * * * *

Rhys cruzó espadas con el último centinela de los Hojas Doradas. Cenizeida se
acercó con cautela. Ahora que ella veía al enemigo de cerca tenía una mejor idea de por
qué Rhys y Maralen estaban tan perturbados. Era alto, incluso más alto que Rhys, y
ampliamente construido. También estaba cubierto de los cuernos a los cascos con una
armadura de madera de forma ajustada que parecían tejida con resistentes enredaderas
trenzadas.
Cenizeida se reprendió a sí misma. Era obvio que los corrales de parracreados
tendrían un centinela parracreado. Los parracreados eran las armas vivientes más
poderosas de los Hojas Doradas, criaturas encantadas con enredaderas y zarcillos
vivientes que mejoraban su fuerza, velocidad y ferocidad. Los más famosos sabios elfos
y guías de semillas tendían las simbióticas parratejidas y las entrenaban para que
crecieran dentro y alrededor de sus anfitriones hasta que no había diferencia entre los
dos. Para alguien como Cenizeida eso parecía ser un destino mucho peor que una
inmersión total en el Vinoerrante.
"Ey," dijo la aireada voz de Iliona. "Nosotras ya habíamos derribado a ese."
"Él no está jugando limpio," dijo Veesa. "Vamos a matarlo de nuevo."
Rhys y el parracreado competían en silencio por una abertura. Los ojos de
Maralen permanecían centrados en el duelo cuando ella dijo, "Una excelente idea
señoritas. Por favor háganlo."
Veesa golpeó primero, pasando como un rayo por las defensas del parracreado y
cortando con su espada embebida en veneno de tejo. El Hoja Dorada encantado apenas
hizo una mueca y continuó acechando a Rhys sin ninguna evidencia de haber sido
envenenado.
"No se acerquen," dijo Rhys. "El material que les di no mata así que éste ni
siquiera se dará cuenta de ello."
"¿No mata?" dijo Iliona consternada. "¿Qué hay de divertido en eso?"
"¿Quieres decir que todos esos elfos que matamos no están muertos?" Dijo
Veesa poniendo mala cara. "¡Eso no es justo! ¡Estábamos teniendo un concurso!"
Cenizeida decidió que era el momento de mostrarle a Rhys y los demás por qué
nunca había habido un llameante parracreado. Apartó hacia atrás el ala de su sombrero
para soltar un brote repentino de fuego rojo brillante. Su letargo desapareció y ella se
sintió más fuerte y más vibrante de lo que se había sentido en días.
"¡Rhys!" dijo. "¡Mantente alejado!"

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"Ahora eso sí que es una excelente idea," dijo Rhys. Cenizeida echó la mano
abierta hacia atrás y la lanzó hacia delante como si arrojara una piedra a través de un
estanque. Un delgado atado de llamas voló de sus dedos hacia la amplia espalda del
parracreado y encendió las vides allí. El fuego no ardería mucho ya que las enredaderas
eran demasiado verdes, pero sería suficiente si Cenizeida podía mantener la presión.
El rugido del centinela fue más de rabia que de dolor pero igual hizo rechinar los
dientes de Cenizeida. La llameante preparó una ráfaga de fuego mucho más caliente y
más sustancial, decidida a matar al parracreado de una sola vez en lugar de permitir que
volviera a hacer ese sonido pero ya le había dado a Rhys toda la apertura que
necesitaba.
El exiliado de los Hojas Doradas saltó mientras el parracreado se retorcía y
agitaba por debajo de su humeante caparazón verde, hundió su espada en el pecho de la
criatura y la punta salió por el otro lado en un chorro de líquido negro verdoso. El grito
triunfante de Cenizeida se marchitó en su garganta cuando Rhys continuó su ataque.
Soltó las dos manos de la espada y apuñaló con su daga corta a través del cuello del
parracreado.
La criatura encantada se tambaleó hacia atrás con ambas hojas de Rhys todavía
alojadas en su cuerpo. Rhys se agachó y se apoderó de una roca del tamaño de un puño.
Movió su brazo en un amplio arco donde estaba y aplastó la piedra contra la cara del
parracreado, triturando roca, madera y huesos por igual.
"Más," gritó Rhys. Dejó caer la roca rota y recogió otra. "No se queden ahí
paradas. ¡Ayúdenme a derribarlo!"
Maralen respondió, saltando hacia adelante con una pequeña daga nunca antes
vista en una mano. Se agachó bajo el brazo azotando del parracreado y clavó el cuchillo
en su caja torácica, una vez, dos veces, tres veces más mientras Rhys seguía martillando
la cabeza del centinela con la segunda piedra. Iliona y Veesa dieron vueltas alrededor
del combate cuerpo a cuerpo, golpeando repetidamente a través de los huecos de la
armadura de madera tejida del centinela, acribillando aún más a su enemigo con el
abuso y la invectiva.
Cenizeida recogió una espada élfica caída y corrió hacia adelante para contribuir
a la derrota de su propietario pero el parracreado se desplomó de rodillas antes de que
ella se acercara. Un icor bombeó de sus heridas y la tierra, ya manchada con el
asqueroso material, se saturó.
Las manos del parracreado cayeron al suelo y sus hombros se aflojaron. Su
cabeza se mantuvo alta y su cuello recto cuando clavó sus ojos revoloteando sobre Rhys
erguido sobre él.
"Desgracia Visual," siseó la criatura. Su voz fue profunda y apagada, un eco
desde el fondo de un barranco boscoso. "Te encontraremos."
Rhys se volvió a Cenizeida e hizo un gesto para que le entregara la espada. La
peregrina, aturdida, pasó la hoja a Rhys y dio un paso atrás. El elfo paria levantó el arma
en alto y clavó sus pezuñas en el césped. Con un solo golpe rápido Rhys rebanó la
cabeza del parracreado de sus hombros.
La cuchilla prestada y la cabeza golpearon el suelo simultáneamente.
"Muévanse," dijo Rhys. El elfo caído en desgracia, sin esperar a que ellas le siguieran,
marchó por el borde exterior del recinto de parracreados. Cenizeida fue la primera en
seguirlo y, un momento más tarde, Maralen y las hadas se unieron a Rhys dentro de los
confines de los cobertizos.
El recinto de los parracreados estaba silencioso y quieto, extrañamente
iluminado por farolas de los Hojas Doradas que sumían el interior del cobertizo en un
enfermizo manto verde. Rhys, Maralen y las hadas continuaron a través del claro sin

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echar un vistazo a las formas inquietantes que cubrían todo el suelo pero Cenizeida no
estaba tan concentrada. Tuvo que hacer una pausa para dilucidar los detalles de los que
la rodeaban, sin importar lo escalofriantes y espeluznantes que eran.
Decenas de criaturas yacían boca abajo e inmóviles en el suelo. Venían en varias
formas y tamaños pero cada uno estaba al menos parcialmente cubierto por enredaderas.
La mayor parte de los parracreados de allí eran elfos pero Cenizeida reconoció formas
más pequeñas que podrían haber sido kithkins o boggarts. También había animales,
regresabuesos y cérvidos y otras bestias de cuatro patas. Ella los podía ver y escuchar a
todos respirando. Las vides se movieron, crecieron, se expandieron y contrajeron
alrededor de los cuerpos reunidos pero por lo demás los parracreados de allí estaban
somnolientos, desgastados, y muertos para el mundo.
"Cenizeida," susurró Rhys bruscamente. "Por aquí."
La llameante caminó con cautela a través de la escena verde chillón para llegar
al otro lado del recinto en donde Rhys y los demás esperaban. Lo que en un primer
momento ella había pensado era una sólida colina de árboles y arbustos era de hecho un
enorme montículo de parratejida. Dos montículos, de hecho, representando dos criaturas
parracreados tan grandes que no cabían dentro del cobertizo sino que servían como su
pared occidental.
"Los hemos encontrado," dijo Rhys. "Ahora todo lo que tenemos que hacer es
despertarlos."
"Y escapar," dijo Maralen. Estaba mirando hacia el este, a donde Brigid había
guiado al grueso de la manada de los Hojas Doradas.
Rhys siguió su mirada y asintió. "Esa será la parte fácil. Ahora empecemos,"
dijo. "No tenemos mucho tiempo."
La confundida Cenizeida miró hacia el este y escuchó atentamente. Sus oídos no
eran tan agudos como los de un elfo pero no pasó mucho tiempo antes de que ella
captara lo que habían oído Rhys y Maralen. Los cazadores regresaban. Habían
capturado o matado a Brigid o habían abandonado por completo la persecución.
Rhys le hizo señas. "Más luz por favor."
"¿Sabes? No soy una linterna," respondió Cenizeida frunciendo el ceño. "Está
bien, está bien," dijo quitándose el sombrero. Llamas vivientes estallaron de un brillante
amarillo anaranjado, su vigor rejuvenecido dominando al pálido resplandor verde de los
faroles.
"Gracias." Rhys y Maralen se dieron la mano y comenzaron a hablar en un
idioma que ella no entendió. Iliona y Veesa sobrevolaban por arriba,
misericordiosamente en silencio en su fascinación.
Bajo la luz de la llama de Cenizeida y la influencia de la magia élfica, los dos
grandes montículos de vides se retorcieron y agitaron. Por último, y con gran renuencia,
las parratejidas que cubrían el muro occidental comenzaron a retroceder.

23
Capítulo 3

24
La pezuña del oficial rebotó contra la sien izquierda de Brigid y ella se
tambaleó para quedar en una rodilla. Estaba haciendo lo mejor posible para defenderse
pero lo mejor en ese momento le estaba consiguiendo un rostro siendo apaleado.
Brigid escupió sangre a través de labios partidos e hinchados. Era difícil
prepararse para golpes que ella no podía ver ni oír venir. Se obligó a ponerse en pie, los
ojos fijos en su torturador mientras él se burlaba de ella con la promesa de otra patada
que podía venir en cualquier momento. El elfo la tenía más o menos a su merced pero su
rostro no mostraba signos de triunfo. Sus elegantes y afilados rasgos estaban arrugados
con cierto desdén pero sus ojos lucían aterradoramente calmados. No se precipitaría a
dedicarse a la importante tarea de reducir el cráneo de Brigid a papilla.
El oficial de los Hojas Doradas, aunque sin prisas, fue implacable. Sus golpes
vinieron en una fluidez medida y constante y ya sea si aterrizaban o no cada uno de
ellos la obligaron a mantenerse en movimiento. Él la acechó con calma,
deliberadamente, sin permitir que se relajara pero sin intentar matarla cada vez que
lograba deslizar un golpe más allá de sus defensas.
La estaba haciendo retroceder con firmeza hacia la densa línea de árboles en el
borde de la hondonada, donde no habría espacio para moverse y ningún lugar para
esquivar o agacharse entre patadas. El cazador la aplastaría contra una pared de corteza
y madera.
Esta no era una forma de morir para la Heroína de Kinsbaile.
El elfo se acercó a una columna de luz solar que le prestó un glorioso brillo
dorado a su rostro y a sus cuernos.
La arquera kithkin se irguió. "Yo soy Brigid Baeli," dijo ella. "B-A-E-L-I, para
el registro. La Heroína de Kinsbaile."
La estoica expresión del elfo se agrió. Brigid se preparó para el golpe letal que
sabía que venía. Se preguntó si él incluso gastaría una maldición susurrada sobre ella
antes de que cayera el golpe final.
Sin embargo el cazador no dijo nada. Sus pezuñas permanecieron firmes en el
suelo y se quedó rígido, todavía envuelto en la luz del sol como la estatua de un héroe
divino.
"Yooo," dijo el oficial. Se inclinó hacia delante y cayó al suelo, rígido y recto
como un tronco. Una reluciente figura alada subió en espiral desde las sombras detrás
del elfo herido.
"¿Viste eso?" dijo Endry. Sus ojos brillaron y él hizo un gesto con su pequeña
lanza de metal hacia Brigid. "Vamos, kithkin. Se supone que tenemos que encontrarnos
con todos en el río y si mis hermanas llegan antes allí nunca voy a escuchar el final de
todo esto."
Brigid nunca había estado tan contenta de escuchar la voz tintineante de un hada,
o la voz de cualquier persona para el caso. Incluso el zumbido en sus oídos no pudo
ahogar al hada masculina de los Vendilion. La habían salvado.
Brigid exhaló un suspiro largo y constante y se sentó en el suelo. "Endry, mi
muchacho," dijo ella, "Dame un momento."
Endry se elevó sobre Brigid y se giró hacia el río. "Vamos, vamos. Es hora de
irse."
"Todavía no he terminado mi momento."
"Levántate o te tendré que llevar."
Brigid se desplomó sobre su espalda. "Eso suena realmente atractivo."
Endry se precipitó sobre Brigid y voló en círculos sobre ella. "Entonces
piénsatelo de nuevo, kithkin. Si tengo que llevarte tendré que apuñalarte primero."

25
"¿Apuñalarme? ¿Por qué?"
"Por diversión." Endry sacó la pequeña astilla de metal afilado y la agitó
alrededor una vez más. "Jugo de tejo. Rhys me lo dio. Es mi nueva cosa favorita."
"¿Rhys te dio jugo en un alfiler?"
"No, estúpida, me dio jugo de tejo para el alfiler. Yo se lo clavé a la mitad de las
criaturas que vi en mi camino hacia aquí y cada una de ellas se desplomó al instante
como un saco de papas mal llenado." Endry fue contando la punta de sus dedos. "Me
encargué de un pájaro, dos ardillas, una cosa parecida a un armiño, y un grande y obeso
saltanejo. Ha sido un buen día." La pequeña hada parpadeó. "Debo estar agotándome.
Tu compañero de juegos de ahí tardó mucho tiempo en caer."
"Estaba decidido," dijo Brigid y luego frunció el ceño. "Espera. ¿Tú pinchaste a
mi saltanejo?"
"¿Gordito, de lana negra, cuernos rechonchos? Claro que lo hice." Endry agitó
su espada. "Hizo un ruido muy satisfactorio cuando cayó."
Brigid se sentó rápidamente, obligando a Endry a salirse de su camino.
"Tal vez sólo esté en un sueño," dijo Endry.
"Muy bien, deja de hablar," dijo la kithkin reprimiendo un insulto. No había
tiempo para los juegos de palabras verbales con alguien de las hadas. "Ya estoy lista."
"¿No quieres que te lleve?"
"Quiero que me lleves. No quiero que me pinches."
Endry consideró esto. "¿Qué tal si te pincho pero no te llevo?"
Brigid hizo rodar los ojos. Se puso de pie, se tambaleó un poco, y se dirigió
hacia el río.
"Está bien, está bien." El hada subió en zigzag y enfrentó a Brigid, manteniendo
un ritmo perfecto mientras volaba hacia atrás. Abrió los brazos y agitó las manos en un
amplio círculo cerrado. Un remolino de polvo azul brillante salió de sus manos y rodeó
a Brigid. Los pies de la arquera kithkin comenzaron a flotar y se alzaron de la tierra.
Endry rió para sí mismo y salió velozmente hacia el río.
Brigid voló tras Endry, arrastrada por la magia del hada. Al principio se movió
lentamente pero luego cada vez más rápido hasta que las hojas que pasaban abofetearon
su cara lo suficientemente fuerte como para hacerle arder. Ella se la cubrió con ambas
manos para evitar una nueva lesión y se acurrucó en una bola para proteger las ya
existentes. Al menos Endry no la arrastró a través de los obstáculos sólidos, aunque ella
estaba segura de que sólo era porque no quería retrasar su progreso. Debería haber
dejado que me envenenara, pensó.
"¡Vamos!" gritó Endry. "¡Todo el mundo está dirigiéndose hacia el río! ¡No
queremos perder el bote!"
"Antes muerta," murmuró Brigid. Se concentró en curarse a sí misma a un
estado donde pudiera volver a luchar. La sencilla magia de sanación que sabía era
confiable pero lenta. Haría falta tiempo para sentir los efectos completos pero gracias a
Endry ella tenía tiempo y oportunidad. Una vez que su recuperación fuera por buen
camino Brigid podría guiar sus pensamientos a asuntos más importantes, como a la
traducción de todas sus heridas infligidas por el elfo en coplas cortas y pegadizas que
obligara a los juerguistas kithkins a cantar espontáneamente en un regocijante coro.
Ansiaba poder enseñarle las palabras a todo el mundo.

* * * * *

La vuelta de los elfos de Hojas Doradas no fue para nada tan medida o silenciosa
como su salida. Cenizeida oyó cantos de pájaros distantes y los gruñidos apagados de

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perros de tórax profundo. Los cazadores Cicuta estarían pronto sobre ellos, su sed por la
sangre de Rhys palpable tras el doble insulto de su presencia, a la vez real e ilusoria.
Las hadas hermanas flotaban en extremos opuestos del doble montículo de
gigantes agachados y florecidos. Cenizeida se acercó a Rhys y Maralen mientras
trabajaban su magia. Ambos elfos estaban parados rígidos y sin pestañear sus ojos en
blanco en sus órbitas. Rhys tenía una mano media extendida hacia el montículo de
parratejida, y los brazos de Maralen estaban cruzados, sus manos posadas sobre sus
propios hombros. Una canción suave y cadenciosa se alzó de la parte posterior de la
garganta de la joven elfa.
La pared de enredaderas se retorció y alborotó como una cama de serpientes
pero los gigantes Brion y Kiel permanecieron inmóviles. La llameante miró
detenidamente la masa retorciéndose. La capa de vides trenzadas estaba lejos de estar
completa como lo había estado en el centinela parracreado pero la vegetación era más
densa alrededor de las cabezas y los hombros de los gigantes. Cenizeida siguió con la
mirada a los más firmes y más resistentes zarcillos enroscados alrededor de las
gargantas de los hermanos y luego retrocedió hasta sus anchas orejas carnosas. La
parratejida, adecuadamente tendida, crecía dentro y alrededor de sus anfitriones hasta
que los había cubierto como una segunda piel. Las vides se habían fusionado con el
cuerpo de los gigantes hasta que estos ya no eran dos entidades separadas sino un
individuo completamente nuevo: un parracreado.
Los hermanos gigantes estaban en esta situación debido a Rhys… y Maralen, y
Brigid, y Cenizeida misma. Sus enemigos de la manada Cicuta se habían topado con
ellos fuera de Kinsbaile pero Brion y Kiel habían estado en el camino. Por un
malentendido este encuentro casual se intensificó rápidamente en un combate en toda
regla. Los ex compañeros de Rhys habían tenido que usar todas sus fuerzas para
someter a Brion y Kiel y, una vez que quedó claro que los Hojas Doradas prevalecerían,
Rhys y los demás habían decidido escapar.
Había sido una decisión práctica, una hecha bajo coacción, pero aún así era un
recuerdo vergonzoso para todos ellos. Especialmente para Rhys. Cuando él había
presentado a los demás su plan para rescatar a Brion y Kiel había dicho que el haber
abandonado a los hermanos no había sido la última elección difícil que haría, o la más
traumática, pero sería la más fácil de remediar. También había dicho que los hermanos
tenían acceso a un oráculo de algún tipo, uno que podría ayudar a comprender mejor los
misterios y amenazas que les rodeaban.
La canción de Maralen alcanzó un crescendo y la elfa se tambaleó hacia atrás. Se
sujetó la cabeza entre sus manos, cerró los ojos y respiró profundamente.
"He terminado," dijo. Sus grandes ojos negros se abrieron de golpe. "Rhys,
¿puedes mantenerlo allí?"
"Puedo." Rhys asintió con la cabeza y las sombras irregulares de sus cuernos
rotos bailaron a través de su rostro. "Cenizeida."
"Preparada."
Encantar las parratejidas sobre una criatura era una disciplina precisa y exigente
pero desencantarlas era aún más difícil. Rhys y Maralen podrían realizar los
complicados y sostenidos rituales para despertar a los hermanos pero no podrían
completar la eliminación en el poco tiempo que tenían. Lo mejor que podían hacer era
aflojar el agarre de las parratejidas. Correspondería a la magia de la peregrina retirar a
Brion y Kiel de su hibernación forzada por completo.
La llameante dio un paso adelante y ajustó su sombrero sobre la parte superior
de su espalda como si fuera un gigantesco caparazón de tortuga. Allí era donde todos
averiguarían si ella se merecía la confianza de Rhys, incluida ella misma.

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Cenizeida atrajo su atención hacia su interior. Sus llamas la siguieron,
introduciéndose en sus articulaciones donde parpadearon como velas moribundas.
Rhys entendía esto: los hechizos de los llameantes no queman simplemente y los
peregrinos buscaban algo mucho más simple que encender un fuego más grande y más
brillante. Las llamas eran la forma primaria de su magia pero no era calor lo que en ese
momento parpadeaba desde los ojos y las articulaciones de Cenizeida. Era iniciativa,
inspiración, la comezón de la curiosidad y el impulso hacia la acción. El fuego de un
llameante era jovial, creativo, y urgente, en una palabra, el antídoto perfecto para el
estupor inducido por las parratejidas.
Cenizeida sintió cambiar el color de sus llamas, el amarillo opaco dando paso a
un neblinoso blanco plateado. Las llamas blancas eran las más poderosas que ella podía
producir, su fuego impregnado por su espíritu y sus emociones así como su inteligencia
y disciplina. Era un fuego frío que calmaba la mente perturbada de Cenizeida pero para
su confort se agrió cuando oyó el eco lejano de cascos equinos.
La garganta de la llameante se tensó y ella cerró los ojos. Lentamente,
deliberadamente, Cenizeida extendió su fuego blanco hacia los gigantes con
incrustaciones de enredaderas. Podía sentirlos, pesados e inmóviles como montañas.
Estaban dormidos, vacíos. No tenían iniciativa y ningún impulso urgente propio de los
suyos. Cenizeida podía sentir esa ausencia en ellos y, con un empuje cuidadosamente
enfocado, sintió a su magia fluir hacia el interior de ese hueco vacío, llenándolo lenta
pero inexorablemente.
La mente de la peregrina chisporroteó. Ahora podía ver cómo trabajaban las
parratejidas, entender la conexión entre la vid y el anfitrión. Rhys y Maralen habían
tenido suerte en que los gigantes fueran tan grandes ya que con tanta criatura por cubrir
las parratejidas no habían tenido tiempo suficiente de meterse en las cavidades más
profundas de los hermanos.
La peregrina sonrió detrás de los ojos cerrados. Ella también tenía la suerte de
que los hermanos fueran gigantes. Eran criaturas de apetito y no requería mucho agitar
esos apetitos. Cenizeida sintió la frustración de Brion y hambre física. Su estómago
apenas había comenzado a aceptar el hecho de que nunca se llenaría de nuevo, que todo
su alimento vendría a través de las parratejidas. Kiel estaba igualmente irritado por su
mortaja de inactividad pero el gigante más grande no anhelaba comida o bebida sino
historias, cuentos que absorber, digerir y almacenar.
Cenizeida se tambaleó. Nunca antes había sostenido llamas blancas en esta
escala, nunca había logrado este tipo de intensidad. Se estaba esforzando a sí misma
más de lo que nunca había hecho antes, sin embargo ella no estaba perdiendo poder sino
ganándolo, cada vez más alerta y activa con cada momento que pasaba. Se deleitó por
un momento en la sensación hasta que el sonido de los cascos en sus oídos se alzó junto
con el ruido real de los elfos Hojas Doradas acercándose.
"Ahora," dijo la voz de Maralen. "Cenizeida, tiene que ser ahora."
Cenizeida abrió los ojos y estalló, bañando a la cubierta de parratejidas con un
brillo blanco ahumado. Arroyos maleables de fuego pálido ondularon hacia los
hermanos y se retorcieron alrededor de los zarcillos que los sujetaban. La movediza
pared de parratejida se endureció y se puso rígida bajo esta caricia ardiente aunque las
llamas no consumieron ni siquiera una sola hoja.
Brion y Kiel respondieron. Cenizeida olió la deliciosa bocanada de buey asado.
Escuchó claramente el nombre de una mujer a través de los zumbantes sonidos
crepitantes de las mentes despiertas del hermano: Rosheen.
"¡De pie!" El gruñido de Cenizeida raspó dolorosamente a través de su garganta
y le picó sus propios oídos. De repente sus brazos y piernas se extendieron rectamente y

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flotó cerca del suelo. Llamas blancas bailaron en los bordes de su forma desplegada
como águila. Los ojos de la llameante soltaron chorros gemelos de frío fuego blanco y
Cenizeida repitió. "¡De pie! ¡Vamos! ¡Rosheen está esperando!"
El montículo más pequeño, redondo y uniforme de vides se movió. La masa
leñosa rodó hacia delante, estirándose y rompiendo las parratejidas que lo anclaban al
suelo. Rhys y Maralen tuvieron que saltar hacia atrás para evitar ser aplastados.
Cenizeida volvió a introducir las llamas blancas en su cuerpo. Sus pies se
asentaron en el suelo. Jadeando, observó una enorme y gruesa mano emerger a través de
la cubierta de enredaderas. El brazo del gigante se dobló en el codo y dedos gruesos y
callosos se rascaron un pedazo recién expuesto de una calva.
"No tenías que gritar." Dijo la voz de Brion retumbando a través de la masa de
vides todavía cubriendo su rostro. "Ya te he oído." Se sentó más alto y más de la
cobertura de parratejida se apartó de su cuerpo. Ahora la mitad del rostro de Brion y uno
de sus hombros estaban completamente expuestos. El gigante, a través de ojos
desenfocados, miró hacia abajo a la maraña de parratejidas a su lado. Curvó su mano en
un puño, lo alzó en alto, y lo dejó caer sobre la parte superior del otro montículo con un
golpe seco de árbol temblando.
"Levántate Kiel." Brion todavía sonaba soñoliento, petulante como un niño. "No
puedes gritarme para que me despierte si todavía sigues durmiendo."
La segunda masa de hojas crujió bajo el puño de Brion. Antes de que la mano de
jamón pudiera rebotar del golpe el largo brazo de Kiel rasgó a través de las vides y sus
dedos nudosos se engancharon alrededor de la garganta de Brion.
"No grites." La voz de Kiel fue más profunda, más lenta y más áspera que la de
su hermano. "Y no golpees."
Brion luchó pero el agarre de Kiel fue firme. El primero exhaló y agitó su brazo
hasta que arrastró a su hermano de la espesura de la vid. Ambos gigantes cayeron
derribados hacia atrás por lo que la mitad el cuerpo de Kiel aterrizó sobre el de su
hermano, inmóvil pero aún sujeto con fuerza a la garganta de Brion. Sin sus enormes
cuerpos como apoyo para las parratejidas toda la maleza detrás de los gigantes se
desplomó lentamente sobre sí misma. Las ondulaciones de las enredaderas
desaceleraron y los zarcillos retrocedieron.
Brion tosió y escupió espuma. "Está bien, está bien. Tú no gritaste y yo no te
golpeé."
Los dedos de Kiel se relajaron. Echó su brazo hacia atrás, plantó dos palmas de
las manos sobre el suelo del bosque, y levantó su largo torso fuera de la tierra. Kiel se
paró y se balanceó mareado sobre sus pies. Se acarició la chiva de su barbilla que le
llegaba hasta sus tobillos mientras miró fijamente a Cenizeida.
"Hola, llameante," le dijo. "Te quemaste. No creo que te haya gustado mucho."
Brion se aclaró la garganta y miró a Cenizeida. Su mirada recorrió al grupo hasta
que se posó sobre Rhys y Maralen. "Ey, Jefe," dijo amablemente.
Una veintena de arqueros Cicuta y una media docena de regresabuesos irrumpió
a través de los árboles. Los perros hicieron un amplio círculo para flanquear a su presa y
una veintena de disparos de triglochin se arquearon por encima de los gigantes. Brion
dio una risita cuando las flechas de los elfos resonaron contra su piel. Una o dos se
alojaron brevemente en su gruesa piel pero se soltaron cuando Brion se estiró y bostezó
en el dorso de su mano.
"¿Esos no son los elfos que nos ataron?" Los ojos soñolientos de Brion se
estrecharon y una alegre malevolencia se deslizó en su voz. "Odio a esos elfos."

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Los primeros regresabuesos alcanzaron a los gigantes y pulularon alrededor de
los pies de los hermanos, mordiendo y gruñendo. Brion miró hacia abajo,
momentáneamente confundido, y les enseñó los dientes apretados. "Perros malos," dijo.
Se agachó y giró su carnoso brazo en un amplio arco de barrido. Un ataque de
medio círculo con el brazo extendido como una guadaña, su gruesa barba trenzada
girando salvajemente alrededor de su cara. Mientras rotó Brion recogió a los seis
regresabuesos en el hueco de su codo. Los perros ladraron y aullaron pero fueron
aplastados sin poder hacer nada contra el musculoso brazo del gigante.
Brion enderezó sus piernas mientras terminó su vuelta y lanzó su brazo hacia
arriba. Los perros salieron disparados hacia el cielo y desaparecieron en el lado lejano
del bosque.
Cenizeida luchó contra el sonido de golpes de cascos y habló a través de una fría
sensación amarga en la parte posterior de su garganta. "Vamos, Kiel," dijo. "Por favor.
Es hora de irse. Rosheen está esperando."
Brion pasó junto a su hermano con un grito alegre y tronó hacia los elfos
atacantes. Los
arqueros Hojas
Doradas gritaron
bajo una avalancha
de vides gigantes y
rotas. Brion siguió
adelante y más gritos
de elfos se alzaron
desde los bosques.
Cenizeida sintió el
impacto de dos
enormes manos
aplaudiendo juntas y
todos los árboles
alrededor de Brion
se doblaron por el
golpe.
Cenizeida
exclamó: "¡Kiel! Por favor."
Kiel asintió. Inclinó su rostro hacia abajo a Cenizeida, luego se agachó y bajó su
hombro. Extendió su brazo como una rampa y la llameante subió corriendo por el.
Cenizeida plantó los pies en el musculoso hombro de Kiel, colocó una mano en su
lóbulo carnoso y se agarró con fuerza.
"¿Entiendes lo que digo?" dijo ella. Kiel asintió. A los demás gritó: "¡Él
entiende! Suban y salgamos de aquí."
Rhys vaciló, luego agarró la mano de Maralen y corrió hacia Kiel. Los elfos se
unieron rápidamente a Cenizeida en el hombro del gigante. La peregrina esperó hasta
que Rhys y Maralen estuvieran seguros y luego dijo, "Kiel, llévanos hasta el río."
"Brion," dijo Kiel.
Rhys gritó. "Él tiene razón. No podemos dejarlo."
"No lo haremos." Kiel se dirigió hacia los sonidos de la batalla de su hermano
hasta que Cenizeida vio a Brion dando pisotones y aplaudiendo con sus manazas entre
varias docenas de cazadores de Hojas Doradas. A pesar de que se estaba manejando
claramente bien (y se estaba divirtiendo mucho con la tarea), Brion estaba poco a poco

30
siendo rodeado. Los elfos le habían derrotado antes pero esta vez no parecían inclinados
a atraparlo vivo.
"Brion." Kiel se situó detrás de su hermano y se aferró a la parte posterior de la
correa y el collar de Brion. "Hora de irnos."
"Ey," comenzó a decir Brion pero Kiel se echó hacia atrás y levantó a su
hermano en el aire por encima de su cabeza antes de que Brion pudiera terminar su
objeción. Cenizeida, Maralen, y Rhys gritaron juntos cuando casi se soltaron por el
sacudón.
Brion era demasiado pesado como para sostenerlo por mucho tiempo, incluso
para Kiel, por lo que el gigante más grande dejó caer a su hermano sin relajar su agarre.
Kiel bajó a Brion hasta que las trenzas de su hermano rozaron el suelo y comenzó a
girar. Los cazadores cercanos de Hojas Doradas retrocedieron, bien lejos de los brazos
como molinos de Kiel.
Kiel dio varias revoluciones más, acumulando velocidad e ímpetu hasta que
Cenizeida sintió náuseas y Brion se convirtió en un borrón circular aullando. El gigante
más grande dio un gruñido y lanzando a Brion lo envió a toda velocidad hacia el otro
lado del bosque, un enorme misil de huesos gruesos y piel endurecida que arrasó todo a
su paso.
"Hora de irnos," dijo Kiel. "Así que nos vamos."
Ahora Brion estaba totalmente furioso, con Kiel así como con los elfos. Aplastó
bosquecillos enteros y rompió enormes trozos de césped para volver a ponerse en pie.
"Es un comienzo," dijo Rhys. "Pero no podemos tirar a Brion todo el camino
desde aquí hasta el río."
Cenizeida luchó por dar una respuesta pero fue Maralen quien habló. "Déjanos a
Brion a nosotros," dijo. La cabeza de la doncella elfa se ladeó y ella estaba sonriendo.
Iliona y Veesa bajaron, rodearon la cabeza de Kiel y se marcharon zigzagueando en
dirección a Brion en una corriente de polvo brillante.
"Brion," dijo Maralen. Su voz fue suave y melodiosa. "Detrás de ti."
La confusión nubló los rasgos de Brion y este se detuvo en seco. Se dio la vuelta
y Cenizeida siguió su mirada a través del dosel. Un único elfo estaba parado allí, altivo,
brillando como un fantasma de humo. La llameante reconoció a Gryffid, el elfo que
ahora comandaba a la manada Cicuta, el que había jurado venganza contra Rhys y los
otros… y que habían dirigido la captura de Brion y Kiel. Gryffid, que ahora era tres
veces más grande que un elfo normal y parcialmente transparente.
Era una buena ilusión, pensó Cenizeida. Una ilusión lo suficientemente grande
como para captar la atención de un gigante enojado.
"Tú allí. Hombre gordo," dijo el falso Gryffid y su voz fue la de las hermanas
Vendilion. "Atrápame si puedes. Ya no te necesito de todos modos. No cuando puedo
tener a Rosheen."
Kiel se puso rígido ante esto y Brion gritó tan fuerte que las hojas volaron de los
árboles. "Te voy a raspar de la suela de mi bota con un palo, pequeña cagada de elfo."
La figura absurdamente grande de Gryffid se volvió y echó a correr hacia el
bosque, en dirección oeste hacia el Vinoerrante. Brion se lanzó justo detrás de él,
estrellándose a través de los árboles y gritando por todo el camino.
"¡Ve, Kiel, ve!" Cenizeida bajó la cabeza cuando Kiel se arrojó hacia delante,
pisoteando todos los árboles que quedaban en pie en la estela de Brion. La fuerza
principal de los Hojas Doradas, sin tener que lidiar con los gigantes, se desplegó por el
bosque, pero lo hicieron demasiado tarde y eran demasiado pequeños. Cada una de las
zancadas del gigante valía cincuenta de las de sus perseguidores.

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El suelo tembló mientras Kiel corrió. Rhys se aferró firmemente. "Si tu primer
señuelo no tiene éxito en...," dijo. Luego sacudió la cabeza con asombro. "Excelente
trabajo, Maralen."
La elfa de cabello oscuro sonrió con orgullo. "Hacemos un buen equipo."
"Sí. Un trabajo excelente de todos." Rhys se volvió a Cenizeida y gritó, "Ahora
bien, si Sygg respeta su parte estamos fuera de peligro."
Maralen respondió con otro grito, "Sólo si Brigid logra llegar a tiempo. Lo que
hará porque yo le dije a Endry que se asegurara de que lo hiciera."
Cenizeida respetó la confianza de Maralen. Las hadas eran como mucho
inconstantes pero cuando Maralen le daba una orden a la pandilla Vendilion esta se
llevaba a cabo. Incluso ahora la combinación de magia faérica y músculo gigante
estaban poniendo buena distancia entre los cazadores elfos y sus presas. Poco tiempo
después los sonidos del caudaloso río se hicieron más fuerte que los gritos de caza de
los elfos y los ladridos de sus regresabuesos.
Kiel llegó a la cima de una colina empinada y Cenizeida vio la espalda de Brion
tronando directamente hacia el río. Estaba totalmente consumido en su huida hacia
delante y una vez más Cenizeida le dio crédito a Maralen. La elfa tenía una lengua
afilada pero nadie podía cebar y atraer el temperamento como un hada.
Kiel saltó y por un momento todos quedaron sin peso. Flotando en silencio por
un momento de ensueño. Entonces el gigante bajó con fuerza, conduciendo sus piernas
rechonchas en el suelo blando. El primer salto de Kiel cerró la brecha entre ellos y
Brion y su segundo les llevó a la distancia de su brazo extendido.
La prensa con trenzas del gigante se había desvanecido y ahora Brion estaba
parado momentáneamente desconcertado en el borde de la orilla del río. Se estremeció
cuando Kiel se estrelló contra el suelo junto a él pero sólo un poco.
"¿A dónde se fue ese elfo?" Dijo Brion.
"Al agua," gritó Rhys. "¡Se metió en el agua!"
Kiel envolvió un largo brazo sobre los hombros de su hermano y lo obligó a
marchar hacia el río. El Vinoerrante fluía libre y fuerte allí y cualquier criatura menos
enorme que un gigante hubiera sido llevada por la corriente. Sin embargo Brion y Kiel
se movieron constantemente hacia adelante, vadeando hacia el centro del río hasta que
el agua les llegó a los muslos.
"¿Dónde está el merrow?" dijo Maralen. "¿Dónde está Sygg?"
Rhys se balanceó sobre el hombro de Kiel, colgándose del lóbulo de la oreja del
gigante con una mano. "Allí," dijo señalando.
Cenizeida miró. Una larga forma serpentina acechaba justo debajo de la
superficie del río. Su cuerpo ondulaba y su cola larga y plana aleteó. Una cabeza de
aletas afiladas rompió la superficie del agua y el rostro ancho y sonriente del Capitán
Sygg surgió de las olas.
"Tengo un barco vacío que necesita ser llenado," dijo Sygg. Estiró sus ojos hacia
arriba y hacia abajo a los hermanos gigantes y silbó. "Vaya, vaya. Retiro lo dicho. Por
hoy ya estamos completos, ¿no es así?"
"Aún no podemos irnos," dijo Maralen. "Endry y Brigid…"
"¡Estamos aquí! ¡Estamos aquí! Nadie tiene que esperar." Endry salió del bosque
en la orilla opuesta con Brigid en el remolque. "Lo hicimos a tiempo. Nadie puede decir
lo contrario."
"Están aquí" se regodeó Iliona, "pero han sido los últimos."
"Al igual que tú has sido la última desde el día en que nacimos."
"Muy bien," dijo Sygg bruscamente. "Todo el mundo entre al agua. Esto va a
tomar un poco de esfuerzo y tengo que empezar."

32
Endry se adelantó y dejó caer a Brigid en la espalda de Kiel. Sygg se deslizó por
debajo de la corriente y Cenizeida siguió el curso del capitán merrow mientras rodeó la
isla más nueva y temporal del Vinoerrante.
"Si no hay un elfo grande y brillante por aquí que pisotear," dijo Brion, "Yo voy
a volver del modo normal."
"No tendrás que ir muy lejos," dijo Rhys. "Ellos están justo detrás"
Era verdad, los cazadores Cicuta ahora estaban corriendo por la ladera hacia la
orilla del río. La piel de Brion y Kiel era lo suficientemente gruesa como para despreciar
las flechas de triglochin pero Cenizeida y el resto no eran tan afortunados. Si Sygg no
conjuraba un escape para ellos todo ese esfuerzo todavía podría terminar en lágrimas.
Pero Sygg los estaba rodeando tan rápidamente que parecía que la corriente del
río no existía. Mientras Cenizeida observaba el rumbo del Vinoerrante cambió
doblándose a su alrededor. Un muro de agua se alzó detrás de ellos, subiendo casi hasta
los hombros de Kiel, mientras que por delante las aguas agitadas se redujeron al
mínimo.
Flechas se quebraron en la cabeza calva de Brion. Kiel levantó los brazos para
proteger a sus pasajeros de la lluvia mortal. La corriente giratoria mostró por fin los pies
del gigante del lecho del río pero en vez de girar con ella los gigantes flotaron
tranquilamente en el centro del extraño vórtice.
El lecho del río delante de ellos estaba vacío y seco salvo por algunos charcos
poco profundos y una capa de barro. Brion y Kiel se mecieron dentro del enorme
caparazón de cambiagua que Sygg había creado. Cenizeida y los demás ya habían
viajado antes a través de la magia de agua del capitán del ferry así que sabían que no
había peligro real de ser ahogados. Sin embargo todos subieron inquietos arriba del
amplio pecho de Kiel para evitar la subida del agua, la peregrina más rápido que
cualquiera de ellos. A ella no le gustaba ni siquiera la más ligera posibilidad de una
inmersión. No otra vez.
El Capitán Sygg emergió del borde del remolino, elevándose hasta que todo su
cuerpo quedó libre de las olas. "¡A zarpar se ha dicho!" gritó.
La oleada de agua detrás de ellos rompió. Impulsó la enorme nave de cambiagua
hacia delante, el transporte tan amplio como el propio río y moviéndose tan rápidamente
que Cenizeida tuvo que arrebatar cada respiración del aire mientras ella corría a través
de este.
La pandilla Vendilion trinó triunfalmente. Cenizeida se volvió y vio a los elfos
vertiéndose en el cauce vacío del río detrás de ellos. Si el más reciente ferry de
cambiagua de Sygg era lo suficientemente grande como para transportar gigantes
también era lo suficientemente grande como para comandar a toda el agua del
Vinoerrante durante un tiempo. Cenizeida no sabía cuánto tiempo le tomaría al río
restablecer toda su fuerza pero por ahora hasta la última gota estaba bajo control de
Sygg. Detrás de ellos no había quedado suficiente río como para hacer flotar siquiera el
barco de papel de un niño kithkin. Aunque los cazadores Cicuta hubieran tenido las
herramientas para continuar su búsqueda ya no tenía los medios. Si tenían suerte los
cazadores se quedarían en el cauce vacío hasta que las aguas se precipitaran de nuevo,
ahogándolos a todos.
La llameante exhaló. Aún cuando el resto de la manada Cicuta sobreviviera a las
caudalosas corrientes ellos lo habían logrado. Los gigantes eran libres. Ellos estaban a
salvo tanto como uno pudiera entenderlo cuando la tribu más poderosa en el mundo los
quería muertos.

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"¿Y ahora, jefe?" Brion habló cuidadosamente y por la intensa mirada en su
rostro se vio que no estaba acostumbrado a doblar su cerebro en direcciones bien
pensadas. "¿Qué sigue?"
Cenizeida esperó por la respuesta y notó que los demás hicieron lo mismo.
Incluso las hadas dejaron de cacarear.
"Terminamos de escapar," dijo Rhys. "Después de eso…" El levantó la cabeza y
apuntó sus ojos a Cenizeida. "No lo sé. Lo crean o no esta fue la parte fácil." Aumentó
la presión sobre la piel floja y coriácea de Kiel y agregó, "Solo vayamos a donde
estamos yendo y decidamos que será lo que ‘sigue’ una vez que recuperemos el
aliento."
Eso pareció satisfacer a Brion. La llameante peregrina no se sorprendió al
encontrar eso demasiado satisfactorio. Por ahora ella se limitó a agarrarse, a sufrir por el
viento húmedo y la espuma del río y disfrutar la bendita ausencia de cascos tronando a
través de su cráneo. El Vinoerrante casi la había matado no mucho tiempo atrás pero al
parecer su elemental no era bienvenido entre sus orillas.

Capítulo 4

El Daen Gryffid de la Manada Cicuta pasó junto a los rostros abatidos de sus
cazadores reunidos. El Segundo Oficial Culloch dio un paso al frente, se volvió en sus
cascos, y saludó.
"¿Ordenes Taer?"

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Gryffid marchó al lado de su lugarteniente sin ralentizar o devolver el saludo.
Sus cuernos temblaron con furia a cada paso. A mitad de camino entre la línea de
cazadores en posición de firmes y su tienda de mando Gryffid dijo por encima del
hombro, "Encuentra a Uaine y tráelo a mí."
"¡Sí, Taer! ¡Enseguida, Taer!" Los cascos de Culloch traquetearon rápidamente a
través de la hierba mate, un resorte en su paso haciéndose cada vez mayor con cada
zancada que lo alejó del daen enojado.
Gryffid bajó sus cuernos y entró en su tienda. El fracaso de hoy de los Cicuta
había sido vergonzoso y catastrófico, y enteramente su responsabilidad. Tenía toda la
razón en despreciar a Rhys como desgracia visual y forajido pero no podía ignorar lo
que sabía: que su ex compañero también era un oponente formidable que no podía ser
tomado a la ligera. Hasta ahora a Gryffid le había salido todo completamente al revés,
no había prestado atención de Rhys cuando debería haber estado alerta y había sido
demasiado cauteloso cuando debería haber sido más audaz. La desgracia visual había
hecho parecer tontos a los cazadores de Gryffid pero sólo porque ellos habían seguido
con precisión la orden que él mismo había dado: capturar vivo a Rhys. Nada más
importaba.
Así que Gryffid no tenía ningún motivo para seguir su primer instinto, que había
sido diezmar a la manada. Y, además, ordenar tal matanza iría más allá de sus derechos.
Él sólo era el comandante en funciones de estas manadas reunidas y el verdadero
guerrero de élite de la Nación Bendecida nunca aceptaría un sangriento castigo a gran
escala que ellos no hubieran ordenado por sí mismos.
Cascos marchando se acercaron a la puerta de la tienda y Culloch dijo: "¡Taer!
El Segundo Oficial Culloch y el Primer Oficial Uaine reportándose."
"Esperen afuera." Gryffid enderezó su armadura y sacó su espada de la vaina.
Inspeccionó la hoja, asintió con la cabeza, y la envainó de nuevo. No podría matar a un
gran número de su propia manada para expiar su fracaso compartido o incluso
restablecer la verdadera disciplina Bendecida pero podría hacer un ejemplo de uno o
dos.
Gryffid abrió la solapa de la tienda y entrecerró los ojos por el fuerte brillo de la
luz diurna. Culloch estaba junto a Uaine, sosteniendo al elfo más alto con ambos brazos.
Uaine había sido el líder de la persecución del falso Rhys después de que se había
descubierto el engaño. Lo habían encontrado ensangrentadamente golpeado e
inconsciente, con la mitad de sus cazadores heridos o peor. Ahora Uaine estaba parado
aturdido, sus ojos desenfocados y su piel pálida. Gryffid se acercó y caminó alrededor
de la pareja, midiéndolos en silencio.
"Ha sido envenenado," dijo Gryffid a Uaine sin dejar de acechar en círculos
lentos alrededor de sus subordinados. "¿Qué fue, selenera? ¿Cicuta? ¿Orina de
boggart?"
Uaine gimió. "No, Taer. Fue… extraño. No punzante o ardiente como selenera.
No amargo como la cicuta. Más bien… asfixiante. Sucumbiendo a un gran peso."
"Magia de tejo." Escupió Gryffid. "El arma especial del forajido. Tiene suerte de
estar vivo, Oficial."
"Sí, Taer."
"Y fue veneno de tejo lo que incapacitó a los centinelas que ustedes dejaron
atrás." Dijo Gryffid poniéndose delante de sus oficiales. Se inclinó hacia delante,
colocando su rostro delante de los suyos. "Ilusión élfica, astucia kithkin, y veneno de
arbóreo. ¿Es todo esto lo que se necesita para avergonzar a los Cicuta de Hojas
Doradas?"
"Pero los gigantes, Taer…" comenzó a decir Culloch.

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"Cuénteme, Segundo Oficial Culloch."
Culloch dejó hundirse a Uaine y saludó a Gryffid. "Taer, los gigantes estaban
sueltos."
"¿Y ustedes no ajustaron sus tácticas?"
"No hubo tiempo. Esos grandes cabrones no se habían movido un centímetro en
días y de pronto uno de ellos cayó desde el cielo sobre nosotros."
"Ya veo." Gryffid desenvainó su espada de plata. "Pero al final, Segundo
Oficial, los medios y el método de su desgracia no tienen importancia. Es la misma
desgracia la que debe ser reparada."
Uaine quedó mirando a la hoja reluciente con los ojos entrecerrados. El elfo
herido encogió el brazo de Culloch, saludó y se inclinó hacia adelante con su largo
cuello estirado.
"Acepto su juicio, Taer." Uaine miró hacia arriba y se encontró con la mirada de
Gryffid. "Si al Daen le place le pido que perdone mis cuernos."
Culloch se puso rígido. Su rostro se lanzó de la espada levantada de Gryffid al
cuello expuesto de Uaine. El segundo oficial saludó y se inclinó por la cintura junto a
Uaine.
Gryffid levantó su espada más alto. "Ambos serán enterrados como cazadores de
Hojas Doradas." Él haría honor a estos dos en la muerte pero primero tendría que
matarlos, para que sean su ejemplo. Cuando la noticia de esta ejecución se extendiera
por las manadas bajo su mando la historia no sería una de fracaso y castigo sino de la
fuerza de la voluntad de Gryffid y de la férrea garantía de la disciplina de su manada.
"Deténgase, Daen Gryffid." La voz fue aguda, clara y precisa. Gryffid no había
comenzado su golpe descendente pero sostuvo la hoja en alto mientras volvió su mirada
al recién llegado. El elfo era claramente de la nobleza de Hojas Doradas, vestido con
brillantes telas de plata y una amplia y endurecida armadura de hojas. No llevaba armas
y sólo portaba un bastón de maderaviva con un grueso enrollamiento de hojas vivas en
su extremo superior. La cabeza del noble elfo era larga y angulosa, sus rasgos nítidos y
cuadrados dispuestos apretadamente alrededor del centro de su elegante rostro.
"¿Y por qué habría de hacerlo?" preguntó Gryffid. "Identifíquese a si mismo, por
favor."
"Yo soy el Taercenn Eidren, Perfecto de los Hojas Doradas, aquí por mi propia
cuenta así como la del Consejo de Sublimes. Tengo negocios en esta región, Daen
Gryffid, y me temo que mi negocio tiene prioridad sobre el suyo." Eidren echó hacia
atrás sus orgullosos cuernos. "Baje su espada ahora, amigo mío, y venga a sentarse
conmigo. Me gustaría hablar con usted en privado."
Había algo
de verdad en las
palabras del recién
llegado. El Daen
podía olerlo. Y él
había oído el
nombre, por
supuesto. No
habría ni un solo
Hojas Doradas
vivo que no
hubiera oído el
nombre de Eidren.
Gryffid aceptó a

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regañadientes pero preguntó lacónicamente, "¿Entonces me está relevando del mando?"
Eidren, Dorador de Hojas
"Por supuesto que no." Eidren sonrió, mostrando sus deslumbrantes dientes
blancos. "Al menos no todavía. Estoy aquí para evaluar su mando no para asumirlo. Yo
no soy un cazador, Daen, sino un artista, un escultor de maderaviva." El Perfecto sonrió.
"El primero para la Manada Cicuta, por decirlo así. Soy consciente de minimizar
cualquier… confusión sobre quién está a cargo aquí. La disciplina de la manada debe
mantenerse. Así que por ahora, Daen, quédese tranquilo. Usted todavía tiene la misión
de capturar al traidor desgracia visual Rhys y la administración del castigo pertinente.
Todos nosotros, los del Consejo de Sublimes, estamos en claro acuerdo sobre eso. Pero
también se le ha dado la tarea de perseguir a mi presa, que es aún de mayor importancia
para la Nación Bendecida. Nuestras metas se superponen, la suya y la mía, así que yo he
decidido que las conseguiremos juntos."
"¿Usted ha decidido?" le desafió Gryffid.
"Por favor Gryffid, relájese. Yo sólo estoy aquí en calidad de asesor. Todo lo
que se requiere de usted es que se deje aconsejar."
"Taercenn." Gryffid envainó su espada y trató de calmarse a sí mismo como
Eidren le había ofrecido. Una rápida relajación demostró ser imposible pero, con
esfuerzo, al menos quitaría el ceño fruncido de sus características. "No lo entiendo.
¿Qué otra presa podría ser más importante que la desgracia visual que mató a su
predecesor?"
"Sí, el traidor Rhys," reflexionó Eidren. "Pero dígame, ¿él no viaja en compañía
de una doncella elfa de pelo oscuro de la tribu Mornsong?"
Gryffid asintió.
La sonrisa de Eidren no cambió. "En ruta a casarse conmigo," dijo él, "Peradala
de los Mornsong y su séquito fueron asesinados en el límite del Bosque Hojas Doradas.
Esta doncella, Maralen, fue la única sobreviviente. Me gustaría mucho hablar con ella,
sobre todo teniendo en cuenta que ella tenía intención de ser mi sirviente personal."
Eidren inclinó sus cuernos hacia la cercana tienda de Gryffid. "Ahora. El resto de lo que
tengo que decir es sólo para los oídos de un daen. Retirémonos juntos."
Eidren pasó junto a los cazadores Cicuta reunidos y desapareció en el interior de
la tienda de Gryffid. El daen miró a Culloch y Uaine, ambos todavía doblados y
esperando el golpe que nunca llegaría.
"Culloch," dijo Gryffid. "¿El río aún sigue fluyendo?"
Culloch se enderezó. "Casi ha vuelto a la normalidad, Taer. Nos llevamos un
buen susto. Volvió con más rapidez de lo esperado pero no perdimos más cazadores."
Sus ojos se posaron en el recién llegado y agregó rígidamente, "mi Daen."
"Tome dos escuadrones en regla. Siga los bancos del Vinoerrante durante quince
kilómetros o hasta que encuentren su rastro. Vuelva para informarme."
"¡Taer!" Dijo el oficial y se puso una vez más en marcha.
Gryffid se volvió hacia Uaine. "En cuanto a usted…"
La cabeza de Eidren emergió de la tienda. "Estoy esperando, Daen," dijo.
"Tenemos mucho que discutir."
El Perfecto se deslizó de nuevo fuera de la vista y Gryffid apretó los dientes.
"Puede retirarse," dijo a Uaine. "Pero no vaya a ninguna parte. Aún no hemos
terminado."
Gryffid, temiendo la influencia de un artista en su manada de caza, nada menos
que un escultor de maderaviva, cruzó el recinto y entró en su tienda de campaña.

* * * * *

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Rhys se agachó en la cima de un peñasco medio enterrado y se protegió los ojos
con la mano. Miró por encima del espeso bosque hacia el este. Gryffid y la Manada
Cicuta estaban ahora en algún lugar de ese bosque y se moverían mucho más
rápidamente de lo que lo haría la partida de Rhys. Los cazadores de Hojas Doradas
también vendrían directamente hacia ellos ya que simplemente no había manera de
mover dos gigantes por el bosque sin dejar un rastro que los Cicuta no pudieran seguir.
Hasta ahora Rhys ni siquiera se había molestado en cubrir sus huellas, concentrándose
en cambio en mover al engorroso grupo lo más rápido posible.
El progreso de su partida había sido decepcionante. El creciente hambre de los
gigantes desaceleró a todos, distrayendo a "los muchachos" y disminuyendo su
legendaria resistencia. Los gigantes bien alimentados podían vagar durante semanas sin
interrupción pero los vientres de los hermanos estaban vacíos. Después de sólo unas
pocas horas en el camino ambos estaban jadeando a través de tensas expresiones rojas.
Rhys había tenido que ordenarles dos veces que pararan y descansaran y cada retraso
había traído a los cazadores de Hojas Doradas más cerca.
Las cosas habían mejorado cuando Iliona reportó una pequeña piara de cerdos en
el valle por delante. La promesa de carne fresca espoleó a los gigantes hacia delante y
una vez que Brion y Kiel olieron la piara distante por sí mismos su cansancio
desapareció por completo. La velocidad de los hermanos superó a todos pero compensó
su lento comienzo y ahora, cuando habían tenido que parar y recuperar sus fuerzas de
todos modos, también podían atiborrarse de comer alimentos sólidos mientras
descansaban.
Rhys giró la cabeza para que uno de sus filosos oídos se orientara hacia el valle
detrás de él. La caza del cerdo de los hermanos había durado tres segundos, lo que había
sido dos segundos de chillidos aterrorizados más de lo que Rhys le hubiera importado
soportar. Ahora los sonidos primarios que retumbaban desde la cuenca herbosa eran
dientes crujiendo contra el hueso y labios relamiéndose contra labios.
El elfo desplegó una ancha hoja de color marrón que llevaba un mapa
aproximado de la campiña. Aún con los gigantes totalmente alimentados y de vuelta a
sus formas robustas ellos no podrían mantenerse por delante de los cazadores Cicuta
durante más de un día o dos. El tenía que actuar y antes de que pudiera hacer eso
necesitaba saber cuáles eran sus opciones y activos. Había llegado el momento de hablar
con Sygg.
Rhys caminó a través de la hierba alta que conducía a la orilla del río. Había
pasado más tiempo en el Vinoerrante durante el mes en curso que en los últimos diez
años y hasta ahora el río había sido muy bueno con él. No siempre estaba en sus manos
elegir sus destinos y a menudo a él no les gustaba lo que encontraba allí pero aquel al
que la kithkin le gustaba llamar "Gran Río" siempre lo había llevado rápidamente,
directamente y sin quejarse.
Una aleta colorida rompió la superficie del río. Rhys sonrió irónicamente. El río
nunca exigía respuestas o pagos pero el Capitán Sygg era otro asunto.
El ancho rostro del merrow se alzó por encima del Vinoerrante, agua de río
corriendo en riachuelos por sus ojos abiertos y su boca sonriente. Aceleró mientras se
acercó a Rhys en los bancos, ampliando su estela y levantándose hasta la cintura por
encima de la superficie.
Rhys salió de la hierba hasta la arcilla húmeda. "Capitán Sygg. Oportuno como
siempre."
"Taer." Sygg aminoró la marcha al acercarse a la orilla, enviando un grueso
oleaje sobre la orilla y sobre los cascos de Rhys. "Uups. Perdón."

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"En absoluto. Estaba a punto de reunir a los demás y traerlos aquí."
La sonrisa de Sygg se amplió de modo que se vieron las puntas afiladas de sus
dientes. "¿Ya pensando en la próxima etapa de su viaje?"
"Sí." Asintió Rhys. "Una vez que determinemos su dirección, por supuesto."
"Por lo que recuerdo," dijo el merrow: "Yo firmé para un rescate gigante." Se
levantó más alto en el agua hasta que se asomó sobre la cabeza de Rhys, luego cayó
hasta el nivel de los ojos. "Yo veo un par de gigantes rescatados. Mi trabajo está hecho."
Luego se balanceó en el agua inclinándose respetuosamente. "¿A menos que desee
hacer otros arreglos?"
"Tal vez lo haga," dijo Rhys. "Y si lo hago tengo la mayor confianza de que voy
a conseguir el valor de mi dinero de Sygg y el Vinoerrante."
El merrow sonrió con orgullo. "¿Qué tiene en mente?"
"Estoy pensando que deberíamos ir río arriba," dijo Rhys, "a las montañas."
"La región de los gigantes." Sygg se frotó la barbilla. "Arriesgado."
"Tenemos gigantes con nosotros," dijo Rhys. "Parientes sanguíneos de la gente
del lugar. Eso debería garantizar una recepción amistosa."
"¡Ja! ¿Así que te llevas bien con todos sus familiares, eh?" Sygg sonrió.
"Además, mi experiencia dice que a los gigantes no les gustan los visitantes. Traer a dos
chicos rebeldes de regreso a casa sólo podría garantizarnos una pelea sin cuartel entre
ellos y su familia. No me gustaría ser aplastado accidentalmente por bultos de doce
metros de músculo enojado. Estaba en lo cierto la primera vez: Esto es riesgoso."
"Pero vale la pena el riesgo," dijo Rhys. "No puedo hablar por Cenizeida o el
retoño o Maralen pero creo que todos estarían de acuerdo conmigo. Necesitamos
respuestas."
"Me temo que yo no." Sygg envió una amplia capa de agua salpicando hacia
atrás y se levantó por encima del río de manera que sólo su cola siguió aleteando en el
agua. "Lo siento, Daen, pero no tengo ningún interés en ir río arriba. Sobre todo en
territorio de gigantes."
"Ya veo. ¿Y estás seguro de eso?"
"Muy seguro. Si no encontramos gigantes encontraremos llameantes. Aparte de
nuestra amiga peregrina con el sombrero en mi experiencia los llameantes sienten poco
amor por mí o los de mi tipo." Sygg apretó el puño y metió el pulgar levantado hacia el
cielo. "Vamos, Taer, usted no necesita mi transporte cuando tiene hadas y gigantes."
"Yo no voy a llevar a esos gigantes." Dijo Veesa.
"Ni por separado ni juntos," agregó Endry. Ambas hadas descendieron, luego se
marcharon persiguiéndose entre sí a través de las ramas cubiertas de musgo.
Rhys las vio irse. "Puede que tenga hadas," dijo, "pero todavía necesito un
transporte confiable."
Sygg se encogió de hombros y mostró a Rhys una sonrisa triste. "Lo siento Taer.
Tengo que encargarme de mi propio negocio."
Rhys asintió. "Muy bien. Entonces nuestro trato está hecho. Nos has ayudado
más de lo necesario. Adiós, Capitán. Espero que nos volvamos a ver."
Sygg se inclinó por la cintura. "Hasta que negociemos de nuevo," dijo. El
merrow se alzó, dobló su cuerpo sinuoso, y se deslizó por debajo del Vinoerrante con
apenas una salpicadura.
Rhys había esperado la negativa del capitán pero eso no quería decir que estaba
feliz por eso. En cualquier caso el río no los habría llevado hasta el territorio de los
gigantes pero habría conseguido dejarlos a más de la mitad del camino. Viajar con Sygg
también le habría proporcionado a Rhys más tiempo para reflexionar sobre la larga serie
de decisiones importantes que pronto se vería obligado a tomar.

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En cierto modo Rhys lamentó el rescate rápido y exitoso de los gigantes. Sus
camaradas actuales eran mucho menos precisos y más improvisados de lo que él jamás
habría permitido en una manada de Hojas Doradas bajo su mando y su ejecución de su
plan dejaba mucho que desear. Sin embargo mientras el resultado final fuera el éxito sin
pérdidas Rhys estaría dispuesto a ser flexible.
Aun así, él estaba plagado de un persistente y constante temor de bajo grado.
Había dirigido o participado en un centenar de reuniones de estrategia, discusiones de
alto nivel entre sus pares con un interés común. En esta empresa ese interés común
estaba lejos de ser claro.
Una sola cosa definida los conectaba a todos ellos: las acciones del mentor de
Rhys, Colfenor. El gran sabio tejo había intrigado y conspirado para arreglarlos a todos
ellos de acuerdo a sus grandiosos y enloquecedoramente impenetrables diseños. A
través de Gaddock Teeg, el alcalde de Kinsbaile, Colfenor había enviado a Cenizeida a
encontrar a Rhys, y a Brigid a secuestrar a Cenizeida. El gran tejo rojo utilizó a la
peregrina para alimentar un ritual aterrador, avivando sus innatas llamas elementales en
un sacrificio infernal sobre las que luego se arrojó el sabio arbóreo. Colfenor, mientras
ardía, había hablado de un profundo cambio, un trastorno catastrófico que pronto
sacudiría las raíces de todo Lorwyn.
Rhys y los demás habían oído las últimas palabras de Colfenor pero no las
habían podido entender. Ellos, simples jugadores en el juego elaborado del sabio, no
tenían una comprensión real de su propósito y nunca la tendrían hasta que combinaran
lo que sabían y actuaran en concierto para aprender más. Los distintos miembros del
grupo tenían piezas esenciales del rompecabezas pero sólo uno de ellos podría
ensamblar las piezas en un todo coherente.
Justo cuando los pensamientos de Rhys se volvían una vez más al retoño este
apareció entre los árboles en frente de él. Como era usual, el tejo más nuevo de Lorwyn
pareció arraigado allí donde estaba parado como si siempre hubiera estado allí, sin
embargo dos segundos antes el espacio que ocupaba había estado vacío.
El retoño no se asemejaba mucho a Colfenor como evocación de lo que el viejo
árbol podría haber sido si hubiera sido una niña recién nacida. Pues eso era el retoño,
una arbórea femenina. El parecido era sólo ligeramente, pero era suficiente para
perturbar a Cenizeida y poner nervioso a Rhys. El arbóreo sin nombre tenía mucho más
de tres metros de altura, su corteza rojiza y fresca. Su tronco era delgado, no más ancho
que un elfo, y coronado por una sencilla serie de cuatro ramas principales. Dos largos
brazos como ramas
colgaban a media
altura de su tronco.
Sus anchos rasgos
faciales se extendían
entre sus brazos,
crestas afiladas de
corteza haciendo
sobresalir cejas y
mejillas en torno a
una doblada nariz
protuberante. Sus
enormes ojos
asimétricos eran de
un rico dorado rojizo
que llenaba cada

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hueco hasta el borde, sus irises círculos rasgados de verde y negro.
Retoño de Colfenor
El retoño no tenía nombre, o más bien aún no les había dicho su nombre. Era
usual que los árboles tuvieran años, incluso décadas, para decidir sobre un nombre antes
de convertirse en arbóreo totalmente móvil y consciente de sí mismo, pero gracias a
Colfenor el retoño se había vuelto consciente desde el principio. Dado que el ciclo de
vida de un arbóreo era largo, lento y deliberado, y puesto que el retoño tenía sólo un par
de semanas, pasarían meses o incluso años antes de que ella determinara su propio
nombre. Y posiblemente más tiempo antes de que se viera posibilitada a articularlo. Así
que por ahora ella sólo era "el retoño."
Su expresión fue abierta y tranquila. Rhys oyó raíces probando el suelo húmedo
pero el retoño se quedó inmóvil a excepción de una ligera brisa a través de sus agujas.
"Estaba a punto de ir a buscarte," dijo Rhys. El retoño crujió ligeramente en la
brisa. Sus facciones cambiaron con el sonido crujiente de la corteza y ella frunció sus
anchos labios torcidos.
"Gracias, hermano." Su voz fue ligera pero fuerte. "Tenemos mucho de que
hablar." Rhys se quedó mirando mientras el retoño se retorció en el centro y volvió su
alta cara hacia el sol. "Las palabras pronto vendrán a mi."
"Pero aún no."
El retoño se volvió hacia Rhys y giró su cara de lado a lado. "Pronto sin
embargo. Sé que será pronto."
La mandíbula de Rhys se tensó. "Muy bien."
"Con tu permiso, hermano, me iré." El retoño se marchó crujiendo, deslizándose
por el suelo y desapareciendo en los árboles detrás de Rhys. El resistió la tentación de
darse la vuelta para captar su movimiento. Sin importar lo rápido que se volviera sabía
que sólo volvería a verla de pie quieta y apacible en un solo lugar como si hubiera
crecido allí.
La incapacidad del retoño para decirle lo que él necesitaba saber era
enloquecedora pero no podía culparla por ello. A través de Colfenor ella era la heredera
de hasta el último trozo de conocimiento y saber de tejo desde el principio de la historia.
El no podía esperar que ella proporcionara los detalles específicos del último gran acto
de su padre cuando ni siquiera podía decirle su nombre.
Ella también todavía seguía conectándose con el suelo de Lorwyn, dando sus
primeros pasos fuera de la Espesura Murmurante donde había sido plantada. Cada paso
que daba le presentaba nuevos caminos, nuevas sensaciones, y nuevas fuentes de
alimentación que llegaban en extraños, exóticos sabores. Hasta que aprendiera el
lenguaje de Lorwyn el retoño simplemente no podría articular las respuestas a las
preguntas que ellos tenían, suponiendo que incluso tuviera esas respuestas. Hasta
entonces ellos tendrían que confiar unos a otros a fin de luchar con sus misterios
compartidos.
En ese sentido Rhys no tenía esperanzas. Maralen, Brigid y Cenizeida estaban
todos empapados en secretos: la impredecible lealtad y dedicación de la kithkin, los
orígenes y su relación con la pandilla Vendilion de la extraña mujer elfa, el
traumatizado humor austero de la peregrina y el papel aún mistificador en el ritual de
Colfenor. Rhys había llegado a depender de cada uno de sus nuevos compañeros en
diversos grados y cada uno de ellos lo habían satisfecho y decepcionado a su vez. Sabía
que los tres también habían dependido de él y se imaginó que él también los había
satisfecho y les había decepcionado.
Rhys sacudió su cabeza, frunciendo el ceño ante la desigual sombra de sus
cuernos rotos en el suelo delante de él. Él también tenía sus secretos, aunque al menos el

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mayor y más humillante de ellos ahora se mostraba abiertamente. La mayor razón por la
que Rhys continuaría viajando con este grupo sería la de que ninguno de ellos había
jamás expresado reservas sobre su desfiguración y completa falta de estatus. Si ellos
podían soportar la presencia de una desgracia visual, incluso seguirlo como su líder, sin
duda podría soportar sus caprichos y manías sin importar qué tan preocupantes fueran.
Rhys hizo a un lado sus pensamientos cuando oyó voces acercándose. No eran
voces altas pero a sus agudos oídos sonaron como campanas.
"¿Cómo puede ser eso mi culpa?" estaba diciendo Brigid. "Yo no soy la que
lanzó una ilusión que fue tan robusta como una pompa de jabón."
"No," respondió Maralen, "solo fuiste la que removió el suelo mientras la
cosecha todavía estaba madurando."
"Basta con la charla de jardinería," dijo Brigid. "¿Qué significa eso?"
Las dos salieron del bosque una al lado de la otra, mirándose mientras
caminaban. La pandilla Vendilion flotaba sobre Maralen y Brigid.
"¿Qué quiero decir?," reflexionó Maralen. Todavía no habían notado a Rhys en
su camino. "Veamos, ¿cómo puedo hacer esto lo suficientemente claro como para que
entienda una kithkin?" Levantó un dedo y se quedó sin aliento como si hubiera sido
golpeada por una gran revelación. "Ya sé. ¿Iliona? ¿Veesa? ¿Endry? ¿Cómo iba esa
canción?"
Las hadas Vendilion se dispersaron y comenzaron a tararear. Sus voces
combinadas fueron casi dolorosamente dulces y etéreas, un sonido melifluo ascendente
hasta que llenó el aire. Sus notas compartidas alcanzaron su punto máximo y cuando su
último eco murió una nueva canción empezó, una alegre melodía entregada en una
impecable armonía de tres partes.
"Da-da-da, da-da-da, da-da-da, da-deil."
"Da-da-da, da-da-da, Heroína de Kinsbeil."
"Sí, sí, espléndido." Maralen sonrió con los labios cerrados y los ojos
entornados. "Esa era. Una melodía fácil e infantil enterrada en un galimatías."
"¿Y qué?" Brigid se encogió de hombros. "¿No te gustan las canciones alegres?"
El rostro de Maralen se hizo más frío aunque su sonrisa no cambió. "No me
gustan las canciones que socavan mi magia. No cuando tenemos trabajo importante que
hacer."
Brigid se volvió y se dio cuenta de la presencia de Rhys. "Oh, bien. Una persona
razonable." La arquera enfrentó a Maralen y dijo, "Todo esto suena como un problema
con tus preparativos, no con mi rendimiento." Brigid se volvió hacia Rhys, su mano
distraídamente sacando el arco en su hombro, y dijo, "Tú no estarás con ella, ¿verdad?
¿Tú crees que hice bien el trabajo, no?"
Rhys se agachó sobre una rodilla para no estar mirando hacia abajo a Brigid.
"Yo creo que hiciste bien el trabajo, kithkin. Aunque hubiera preferido que hubieras
durado un poco más, uno tiene que admirar a un señuelo que sobrevive a la caza."
La pandilla Vendilion rió. Brigid frunció el ceño.
"Genial," dijo ella. "Simplemente genial. Aquí estoy, tratando de hacer lo
correcto por ustedes ingratos y todo lo que consigo es dolor. Esta," señaló a Maralen,
"cuestiona mi competencia, tú me condenas con débiles elogios y Cenizeida ni siquiera
me habla."
"Cenizeida apenas sigue hablando," dijo Maralen. "Ha estado enfurruñada sobre
los gigantes desde que llegamos aquí. Yo no creo que haya dicho más de tres palabras a
cualquiera de nosotros."
"Pero ella me evita."

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La doncella elfa sonrió dulcemente. "También evita al retoño. No puedo
imaginar por qué los habría individualizado a ustedes dos por un tratamiento tan
especial… Oh, espera. Sí que puedo. Entre ustedes dos casi la convirtieron en un carbón
congelado."
Brigid echó humo. "¿Por qué no son directos y me lo dicen? Aún están enojados
conmigo."
"Si eso fuera cierto," dijo Rhys, "no estarías aquí en absoluto. Te habría dejado
boca abajo en el barro de los muelles de Kinsbaile con mi daga en tu cuello."
"¡Gracias!" Dijo Brigid. "Por fin, un poco de honestidad."
El ignoró el tono sarcástico de la kithkin y se volvió hacia Maralen. "¿Cómo va
el festín de los gigantes?"
"Misericordiosamente ya casi están listos." Maralen negó con la cabeza y se
estremeció. "Es decir, ya casi no les quedan cerdos. Pensé que un atracón gigante sería
algo digno de ver. Ahora me temo que no volveré a ver otra cosa así." Ella inclinó la
cabeza hacia atrás y cerró los ojos. "Sí, ahí está otra vez," dijo ella. Maralen abrió los
ojos y sonrió. "La materia de las pesadillas."
"¿Así que no requieren supervisión?"
"Cenizeida estaba con ellos," dijo Maralen. "Y no van a ser difíciles de manejar.
Brion ya se estaba quedando dormido cuando los dejé y Kiel empezaba a cabecear."
Rhys asintió. "Sygg se ha ido," dijo.
"¿Ido? ¿Dónde?" Maralen frunció el ceño. "¿Sólo nos dejó aquí?"
"Yo le di permiso para que se fuera."
La expresión de Brigid sólo se hizo más problemática. "Yo ni siquiera llegué a
decirle adiós ni nada. Le debo una… Bueno, digamos que yo tenía la esperanza de hacer
las paces especialmente con él."
"Estoy seguro de que lo volveremos a ver," dijo Rhys. "El es demasiado útil.
Tarde o temprano vamos a necesitar su ayuda. Creo que podremos contar con él cuando
llegue ese momento, siempre y cuando podamos contactarlo y cubrir sus gastos. En este
momento ninguno de nosotros está exactamente hecho de hilo de oro."
Maralen se encogió de hombros. "Supongo que tendremos que salir del paso por
nuestra cuenta en el ínterin." Ella sonrió a Rhys. "Dime, ¿cuál es nuestro próximo
movimiento, de todos modos?"
Rhys miró hacia el este y dijo, "Primero tengo que hacer algo en el bosque."
"¿Y hacía falta que nos contaras sobre ello?" preguntó Veesa con una ceja
arqueada.
"No es eso," dijo Rhys con cara de piedra. "Ahora escuchen. Todos ustedes
deben estar listos para moverse mientras yo no esté. No podemos quedarnos aquí."
"¿Y hasta cuándo será eso?"
"No mucho, espero. Y los encontraré si tengo que hacerlo."
"Muy bien entonces. Tu haz lo que tengas que hacer y nosotros vamos a levantar
el campamento." Dijo Maralen haciendo una reverencia. Se dirigió hacia el río con la
pandilla Vendilion flotando sobre su cabeza. Su zancada de piernas largas cerró
rápidamente la brecha entre ella y Brigid y las dos reanudaron una vez más su
argumento.
"¿Melodía infantil?" murmuró Brigid. "¿Galimatías? Ustedes snobs de
Mornsong no reconocerían una buena canción aun cuando corriera y les mordiera el
trasero."
Maralen tosió ligeramente y el trío tarareó. "La Heroína de Kinsbaile."
"¿Ves? Eso es exactamente lo que quiero decir. Esa es una verdadera canción la
que están tarareando allí miserables pequeños tábanos." La voz de Brigid se fue

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desvaneciendo mientras ella y Maralen desaparecían detrás de una elevación. "Yo te
enseñaría las palabras si pensara que fueras lo suficientemente inteligente como para
recordarlas. Pero en este momento realmente tengo que alejarme de tus cosas
charlatanas y restaurar mi cordura."
Las hadas se burlaron y la abuchearon. Las pisadas de Brigid se separaron de las
de Maralen y ambas se alejaron solas en dirección al río. Rhys quedó contento de
escucharlos irse a todos y no sólo porque se llevaron sus enojadas burlas con ellos.
Volvió su rostro hacia el este y aspiró profundamente por la nariz. En realidad
no podía oler nada fuera de lo normal pero algo estaba ahí fuera. Fuera lo que fuese
estaba haciendo poner ansioso a Rhys.
Rhys se quedó mirando sobre el bosque detrás de ellos. Se agachó, hundió dos
dedos en el barro y dibujó una raya oscura en un lado de su cara.
Antes de que él y su partida dieran el siguiente paso en su viaje Rhys tendría que
asegurarse de que no fueran atacados en el momento en que lo tomaran.

* * * * *

Cenizeida estaba sentada entre los gigantes dormidos con sus brazos rectos y las
palmas sobre las rodillas. Brion, acurrucado en la base de su valle poco profundo,
roncaba a su derecha mientras Kiel murmuraba y eructaba a su izquierda. Ella sólo
había conocido a unos pocos gigantes durante su viaje de peregrinación y hasta el
último había sido huraños, apartados, o francamente hostiles. Nunca había esperado ser
inspirada por ellos.
La llameante peregrina cerró los ojos y respiró hondo. Dominó sus pensamientos
y se concentró en su fuego interior. Con un cuidadoso y preciso esfuerzo Cenizeida
transformó sus llamas amarillas casi transparentes a un sólido blanco resplandeciente.
No había progresado lo suficiente en el Camino de la Llama como para conjurar llamas
blancas tan poderosas como éstas, ni ahora ni antes, cuando había ayudado a liberar a
los gigantes de las parratejidas. Ella no debería ser capaz de sostenerlas con esta
intensidad o con tanta facilidad.
De hecho ella no debería haber sido capaz de cambiar el color de sus llamas en
absoluto hasta después de haber completado un ritual comunitario a gran escala con sus
compañeros llameantes. Por rito y tradición el progreso de un peregrino en el Camino
no era reconocido hasta que había sido compartido con y confirmado por el resto de la
tribu. Sin embargo allí estaba sentada, su innegable fuego blanco arrojando sombras
difusas contra los cuerpos dormidos de los hermanos y brillando contra las barbas de
chivo de Kiel y la calva de Brion.
Entonces Cenizeida hizo a un lado esos pensamientos que la distraían y dejó que
el bálsamo de su fuego interior la consolara. Debajo de la confusión, el dolor y el
trauma que Cenizeida llevaba ella sintió una vez más la emoción familiar de anticipar
donde su camino iría desde allí. Se sentía reconfortante recordar que ella era, después de
todo, sólo una peregrina.
Rhys tenía la intención de dirigirse a la región de los gigantes para encontrar a
Rosheen Meanderer, la hermana mayor de Brion y Kiel. Se decía que la gigante estaba
dotada con fuertes habilidades oraculares y una riqueza de conocimiento oculto. Si
había alguna criatura de Lorwyn que podía ayudarles a descubrir la verdad detrás de las
acciones de Colfenor en Kinsbaile esa era Rosheen. Hasta ahora Cenizeida no había
decidido que hacer: no había duda de que Brion y Kiel estarían de acuerdo en ir con
Rhys por lo que si ella también iba podría explorar el extraño vínculo que parecía
haberse formado entre ella y los hermanos. Aún así a ella no le gustaba pasar más

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tiempo con el condenado retoño de Colfenor o soportar la nueva mirada vacía medio-
inquisitiva del nuevo arbóreo. Si hubiera alguna manera de hacer el viaje a Rosheen con
Rhys y los gigantes pero sin el retoño.
Cenizeida estaba tan concentrada en sus propios pensamientos y en el color y la
textura transformada de su magia que casi no se dio cuenta del sonido de cascos
galopando. Comenzaron bajos y distantes pero rápidamente se hicieron más altos,
fuertes y rápidos.
Por primera vez el sonido no congeló a Cenizeida con un temor paralizante. Sus
llamas blancas y el brillo fantasmal que produjeron la fortificaron, la protegieron, la
calmaron y le dieron valor. La peregrina abrió los ojos y se puso de pie. Brion y Kiel
continuaron durmiendo en el refulgente resplandor blanco que emanaba del cuerpo de la
llameante, inconscientes de su brillo o del sonido cada vez más atronador de cascos de
caballos.
"Vamos entonces," dijo Cenizeida y sus palabras sonaron tan desafiantes y
fuertes que la envalentonaron aún más. "Si quieres que te devuelva este fuego vas a
tener que tomarlo." Frías llamas blancas ardieron desde sus hombros, codos, muñecas y
rodillas. Ella sintió su magia fluyendo desde su interior, filtrándose en el suelo debajo
de sus pies, extendiéndose hacia el exterior. Volvió a introducir el poder en ella y lo
sostuvo detrás de mandíbulas apretadas y labios sellados. El trueno acercándose hizo
temblar el suelo. La visión de Cenizeida se puso blanca cuando el valle y los gigantes
dormidos desaparecieron detrás de un velo creciente de fuego.
Cenizeida olfateó al caballo con tanta claridad como lo oyó, rico, humeante, y
dulce. Cerró los ojos y vio atisbos fracturados del gran espíritu: un destello de una
ardiente melena naranja, pezuñas negras arrancando chispas de filosas rocas rojas,
borrones de músculos y huesos envueltos en un blanco resplandeciente. Volvió a sentir
el miedo, el terror que sentían tanto ella como el espíritu. Tal vez ellos lo inspiraban uno
a la otra. Tal vez ellos estaban sintiendo el mismo miedo.
Pero ella no vaciló y por su parte superó el temor equilibrándolo con la justa
indignación hacia Colfenor, por lo que le había hecho a ella, y el elemental, por
habérselo permitido. Cenizeida, bañada y rodeada por un profundo fuego blanco, vio
por primera vez que la aparición del espíritu elemental no marcaba el final de su viaje
de peregrina sino el comienzo de su fase final y más profunda. Los próximos pasos que
ella tendría que tomar serían como mucho más difíciles y peligrosos, y ahora ella sabía
que nunca había habido la intención de que ella los tomara sola.
A partir de ahora ella no tendría compañeros, ni socios, ni mentores… pero ella
tendría un corcel.
Cenizeida echó hacia atrás la cabeza y rió. Ella era una llameante, una peregrina
y una caminante del Camino de la Llama. Ya no huiría de su futuro, ni tampoco
simplemente se pararía y esperaría a que la encontrara mientras retorcía las manos y se
encogía. Ya no correría delante del gran espíritu caballo ni se quedaría detrás de su
estela. Cenizeida era una peregrina y correría desafiante hacia adelante para recibir con
los brazos abiertos lo que le esperara en el camino por delante. Este era su viaje y ella
era su directora, quien elegía su curso y establecía su ritmo. Su camino estaba delante de
ella, como siempre lo había hecho. Juntos, ella y su elemental montarían desde allí hasta
el final de su viaje.
El ardiente caballo blanco se alzó ante ella, por encima de los árboles más altos.
Resopló humo negro de sus fosas nasales y cortó el aire con sus patas delanteras.
Cenizeida saltó hacia el espíritu, corriendo para abrazarlo. Un trueno retumbó y
llamas rugieron pero incluso estos sonidos eclipsaron el loco y extasiado aullido de
Cenizeida. La extraña persecución había comenzado.

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Las llamas blancas en el fondo del valle se apagaron, dejando un círculo de
hollín y negras cenizas entre dos ajenos gigantes todavía durmiendo.

Capítulo 5

Brigid Baeli tenía la intención de hablar con Cenizeida para sentar las bases de
su expiación por lo que bajó hacia el valle donde Brion y Kiel dormían. La llameante
estaba allí, sentada entre los hermanos gigantes, y aunque Brigid levantó una mano y
preparó un grito jovial el saludo murió en sus labios.
Cenizeida aún no había visto a Brigid. Estaba claramente distraída, saludando a
un insecto revoloteando que Brigid no podía ver. La arquera kithkin asumió que una de
las hadas se había acercado para darle un poco de lucha verbal. Pero quedó rápidamente
demostrado que ese no era el caso ya que incluso desde esa distancia Brigid habría sido
capaz de distinguir las alas brillantes de las diminutas criaturas. No, era más como que
Cenizeida estaba ahuyentando con su mano un pensamiento errante o un sonido
irritante.
El movimiento de su mano se detuvo y la peregrina cayó sobre una rodilla en
una posición de cuclillas. Cenizeida colocó su mano contra un costado de su rocosa
frente en señal de dolor pero era un dolor que ella estaba resistiendo. Sus ojos brillaron
al rojo vivo.

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El dolor finalmente sacó a Brigid de su asombro y ella corrió hacia Cenizeida.
Nada era más importante para un kithkin que la comunidad y actualmente este pequeño
grupo era toda la comunidad que ella tenía.
Además, ¿qué clase de héroe no se apresuraba al lado de un aliado en necesidad?
Ella había recorrido unos treinta metros cuando Cenizeida saltó de su posición
agachada y echó a correr directamente hacia Brigid. Esto estuvo cerca de ser lo último
que Brigid había esperado y el asombro le hizo perder el paso. Tropezó con una raíz,
cayó de rodillas, y lanzó los brazos por encima de su cabeza para evitar que Cenizeida
la pisoteara.
Los ojos de Brigid se abrieron de par en par entre sus propios antebrazos cuando
una enorme gota de fuego consumió a la peregrina en mitad de un salto. Un momento
antes Cenizeida saltaba hacia adelante, al siguiente se vio suspendida en el aire, y luego
había desaparecido en un destello resplandeciente de oro y blanco. Luego nada.
Es decir, nada más que una feroz ola de calor que empujó físicamente a Brigid
hacia atrás. El dorso de sus manos se llenó de ampollas y ella olió a su pelo largo
quemándose. Por encima y más allá del rugido persistente en sus oídos, Brigid oyó el
batir de cascos. ¿Era su imaginación? Y si no… ¿de quiénes eran esos cascos y a dónde
se dirigían?
"A ninguna parte," dijo Brigid. "Ahí es donde." Se asomó con mucho cuidado
desde detrás de sus brazos levantados. Cenizeida había desaparecido y todo lo que
quedaba detrás era un agujero humeante en la hierba. Los gigantes ni siquiera se habían
estremecido.
Brigid se puso en pie y reconsideró cuál de los caminos delante de ella sería el
más sabio tomar. Ella había sido criada en Kinsbaile a orillas del Vinoerrante y hablar
de los viajes guiaba naturalmente sus pensamientos hacia el Gran Río. "Supongo que si
no puedo hacer las paces con aquella a quien maté," murmuró, "puedo hacerlas con
aquel a quien le disparé. Y en verdad que le disparé mucho."
"Cambiando de tema, ¿eh? Buena idea."
Brigid se volvió hacia el sonido del hada Endry flotando justo por encima de su
alcance. "¡Fuera de mi pelo, hada!"
"Sabes, tú nunca te ofreciste a pedirnos disculpas a nosotros," dijo Endry. "Un
montón de buenas hadas… Bueno, eran un poco estúpidas, y a nadie realmente les
gustaban, y no es que no existan muchas más hadas mudas que no sean Vendilion de
donde esas habían venido...."
Endry negó con la cabeza. "Permíteme comenzar de nuevo. Ya sabes, un montón
de hadas mediocres fueron quemadas por tu culpa."
"¿En serio?"
"Sí," dijo Endry indignada. "No es que te importe."
"Bueno," dijo Brigid, "Supongo que lo siento."
"No lo dices en serio," dijo él. "Lo puedo ver."
"Hago lo mejor que puedo," respondió Brigid.
"Disculpas no aceptadas," dijo Endry. "¿Por qué no vas a practicar con alguien
de tu tamaño y vuelves cuando te animes a pedir disculpas correctamente?"
"Ya me estoy yendo," dijo la arquera, "pero no porque tú quieres que lo haga."
"Eso es lo que dicen todos," respondió el hada.
"Lo digo en serio," dijo Brigid agitando una mano hacia él mientras echó a andar
por el camino.
"Eso también es lo que dicen todos," dijo Endry. "Ahora ponte en marcha,
¿quieres? Soy un hada ocupada y deshacerme de ti es sólo una de muchas, muchas cosas
que tengo que hacer."

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"¿Qué se supone que significa eso?" preguntó Brigid. "No, no importa. No
quiero saberlo. Si ves a Rhys, o Maralen supongo, hazles saber que no he traicionado
ninguno de sus secretos. Sólo tengo que encontrar a alguien, en algún lugar, que me
deje ser la Heroína de… ¿estás escuchando?"
El hada ya se había marchado zumbando.
"No sé por qué me molesto," murmuró para sí misma. Pero no pasó mucho
tiempo antes de que sus firmes pasos le hicieran empezar a tararear una alegre melodía
conocida. La Heroína de Kinsbaile estaba de vuelta en el camino.

* * * * *

Había pasado demasiado tiempo desde que Sygg había viajado solo por el
Vinoerrante, libre de frágiles cruzatierras y las responsabilidades de un barquero.
Cabalgó con abandono sobre las imponentes corrientes que las criaturas de dos patas
temían con buena razón, jugando hábilmente con las pistas entrelazadas de agua en
movimiento una contra la otra para darle una velocidad que sus clientes más ricos nunca
podrían pagar y nunca verían.
Sygg subió girando perezosamente a la superficie con una carcajada burbujeante.
Contempló el cielo brillante con sus azules, rosas, verdes y dorados. Estaba un poco
apurado pero permitió que su cola lo empujara perezosamente contra la corriente
mientras se tomaba un momento para descansar y disfrutar de la vista. Los merrows no
dormían como los cruzatierras pero sí descansaban durante períodos prolongados en un
estado que podría acercarse a un trance consciente. Nadadores consumados podían
hacer esto con poco esfuerzo y sin perder el contacto con el mundo de la vigilia y Sygg
estaba entre los nadadores más destacados que los merrows alguna vez hubieran visto.
Este descanso fue más consciente que la mayoría. El se estaba acercando a un
lugar especial al que se había estado dirigiendo en su rodeo desde que se había apartado
de los demás. Se empujó cada vez más y más rápido en contra de la corriente y sintió
una pequeña ola romper contra la cresta de su cabeza. Si él iba a hacerlo el momento era
ahora. ¿Pero iba a hacerlo?
Sí, lo haría. Había creído que ese día nunca llegaría pero ahora ahí estaba.
Cuando él les había advertido a sus amigos del cardumen Aletas de Papel, aunque los
miembros de ese altivo enclave pudieran ser amables, les había dicho a todos que tenían
que estar preparados para cualquier cosa. Por su propio bien y por el de ellos el esperó
que los merrows de su crannog lo hubieran tomado en serio.
Sygg sostuvo su cola rígida contra una corriente estable y cayó al lecho del río,
hundiéndose como un tronco cabeza abajo, manteniendo su posición fácilmente con las
aletas ventrales y dorsales agitándose como alas de hadas. Tenía que tener cuidado de
no agitar demasiado el lodo antes de que pudiera localizar el punto exacto que
necesitaba encontrar. Cuando lo encontró en medio del barro y el limo se detuvo por el
equivalente merrow de una respiración profunda y empezó a cavar.
El barquero excavó profundamente en el barro salobre del fondo del
Vinoerrante, desgarrando plantas medio podridas y dispersando los sedimentos
acumulados por las olas de la temporada de lluvias en la corriente del agua limpia. Una
nube de barro marrón envolvió el cuerpo del barquero merrow.
Justo cuando Sygg estaba empezando a pensar que había equivocado las señales
de la superficie y el subsuelo el barquero encontró oro. Bueno, láminas de oro sobre
bronce, pero uno nunca habría sido capaz de decirlo con seguridad sin una estrecha
inspección, y nunca cuando se enfrentara al lodo y la suciedad en el fondo del más

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grande de todos los Carriles. Así como las hadas tenían a su Gran Madre Oona y los
boggarts a sus Tías, una gran matriz cultural de esa clase gobernaba a los merrows.
El Padre de los Carrilles era como los habitantes del río lo habían llamado
mucho tiempo atrás, antes de que habían encontrado kithkin o elfos, y todavía utilizaban
el nombre entre ellos en la actualidad. "El Padre de los Carriles ofrece." "El Padre de los
Carriles envía fuertes corrientes para levantar a sus hijos." "El Padre de los Carriles
protege nuestros secretos como nosotros protegemos el suyo." Esa última frase era muy
popular y utilizada para justificar una gran cantidad de cosas.
Los merrows no eran gestados ni nacían como los niños cruzatierras. Aunque los
padres merrow cuidaban de sus nuevas crías tan de cerca y cuidadosamente como una
pareja normal de cruzatierras cada merrow sabía que su verdadero padre, madre y
creador era el río.
Sygg, sin demasiado esfuerzo, se apoderó de las asas de oro en lo alto del cofre
tan grande como un kithin y tiró, levantando un nuevo ciclón de lodo con su poderosa
cola. El cofre se soltó después de unos segundos de aleteo que despejaron más barro.
"Gracias, Padre de los Carriles," murmuró Sygg y flexionó sus branquias para
tomar un respiro del agua fría de las profundidades. Nadó hasta la orilla del río y dejó
reposar el cofre sobre una gran roca plana. La robusta caja de madera no había visto la
luz del día por un tiempo muy largo. Se meció hacia atrás en su cola y se agachó para
darle la vuelta al pestillo. Si hubiera sido un poco más rápido no habría sentido el
sonido de un paso en el agua, el sonido del cerrojo lo habría ocultado.
Alguien lo estaba siguiendo. Un cruzatierra desconocido, pero uno plenamente
conciente de que los merrow compensaban su audición relativamente pobre a nivel de la
superficie con su sensibilidad a la más mínima vibración en el agua hasta unos dos mil
metros de distancia. Sygg había "oído" las salpicaduras de un pie, un pie pequeño, y
sólo una vez. Quienquiera o lo que sea que había sido se había dado cuenta del error y
se había congelado en su lugar.
¿Un elfo? Sin mirar él no podía estar seguro. Que hubiera sólo uno era una
bendición aunque era perfectamente posible que una manada entera se estuviera
moviendo rápidamente a través del dosel del bosque que crecía hasta la orilla del río.
El capitán merrow no entró en pánico, eso era un comportamiento bochornoso.
Los merrow no eran peces y los que se comportaban como si fueran poco más que
truchas de río no merecían ser llamados merrow desde el principio.
El merrow consideró el cofre, todavía cerrado. Tendría que abrirlo pronto y
había pensado que este era el momento perfecto pero este perseguidor furtivo le hizo
detenerse. La nube de sedimentos ya se estaba dispersando en las corrientes y Sygg
sería visible a cualquier cruzatierra que hiciera el esfuerzo de mirar. Abrió rápidamente
el cofre y sacó un modesto pedazo pequeño de hueso plano labrado y lo metió en una
bolsita en su cintura. Entonces Sygg volvió a enterrar su cofre, un poco al azar, pero el
objeto que ya había tomado era la cosa más importante dentro de el. Ya no importaría
mucho si ahora perdía el cofre.
Otra salpicadura. Bueno, bueno, lo había logrado justo a tiempo. El acosador se
había vuelto impaciente, o incierto.
Con el cofre oculto de forma segura el merrow nadó unas pocas docenas de
metros río abajo y rompió la superficie con un aletaplateada retorciéndose
apretadamente en sus dientes afilados como navajas. Captó un leve movimiento tal vez
a un centenar de metros aguas arriba, como si un cruzatierra hubiera cambiado el
equilibrio en sorpresa. No mucha sorpresa por la sensación de ello. Sygg, sin girarse en
la dirección de su acechador, arrancó vigorosamente el contenido salado del pescado.

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Consumió todo la cosa, los huesos y todo, en cuestión de segundos. Sólo unos pocos
restos inevitables flotaron río abajo pero serían suficientes.
El merrow se lanzó a una alegre canción de río cuando echó a andar por el
Vinoerrante, una canción tan vieja como los merrows mismos pero una que todo
cantante que se dignara serlo la habría personalizado cuando no era más que un
pececillo. Sygg nadó, sumergiendo una y otra vez el rostro en el agua como si no se
preocupara por nada del mundo.
El cruzatierra le siguió. El perseguidor de Sygg era inteligente, moviéndose con
un ritmo desigual e impredecible que demostró que sabía muy bien lo mucho que podía
oír el barquero.
Lo que el cruzatierra no pudo saber, y no pudo sentir ni oír, fue el sonido de
cientos de potentes y pequeñas aletas maniobrando fuertes y rápidas contra la corriente.
Sygg continuó nadando directamente hacia el sonido mientras bordeó poco a poco hacia
la orilla suroeste. Cuando estuvo completamente rodeado por los cardúmenes de
aletaplateadas dejó de mover sus propias aletas y se dejó hundir perezosamente bajo la
superficie. La canción continuó burbujeando hacia la superficie durante unos segundos
antes de que las corrientes se la llevaran.

* * * * *

Brigid casi rugió un insulto boggart cuando Sygg desapareció en el Vinoerrante,


llevándose su alegre canción ocultadora de pisadas con él. Parecía estar alimentándose,
o bien por la nube limosa que envolvió al capitán merrow tal vez luchando con una
arbomandra. La arquera kithkin aún no había decidido sobre la mejor manera de abordar
al merrow así que por ahora simplemente había permanecido cerca. El momento se
presentaría por si solo. La Heroína de Kinsbaile saludaría a su aliado y su aliado vería
que la heroína no era una traidora después de todo sino una víctima de conjuros y
traición. Alguien que podía ser digna de… bueno, si no digna de perdón simplemente
digna. Si los verdaderos actos heroicos como los que ella había mostrado al ayudar a
Rhys a rescatar a los gigantes no habían cambiado la opinión de todos, ella cambiaría su
opinión de uno en uno, empezando por aquellos a quienes ella había perjudicado más.
Cenizeida quizá había sido la que más había sufrido como resultado de la arrogancia y
la debilidad de Brigid pero la llameante estaba fuera de su alcance. Brigid también había
perforado un poco a Sygg, por lo que el capitán merrow del ferry se había convertido en
su nueva prioridad. Sólo era lo que un héroe adecuado haría, se dijo la arquera para sus
adentros.
Por desgracia el agraviado en cuestión no se estaba llevando bien con su plan,
había que admitirlo, algo chapucero. Después de varios minutos Sygg todavía no había
salido a la superficie por lo que Brigid se arriesgó a salir del agua para caminar
rápidamente a lo largo de la orilla. Siguió adelante por las aguas poco profundas de
juncos, pisando con cuidado de piedra en piedra para no meter de bruces un pie en el
lodo, hasta que llegó al lugar donde el merrow había desaparecido.
Ya hemos apostado un hilo, ahora todo el rollo, se dijo Brigid a sí misma. De a
poco dio su primer paso de la tierra firme a la corriente casi inexistente entre las
espadañas. El agua de allí le llegó hasta las rodillas pero poco a poco se levantó unos
centímetros más cuando la bota se acomodó en el barro. Sygg había estado abajo por
mucho tiempo. Tal vez se había ido. Ella esperaba que no.
Un sonido de succión casi cómico acompañó un paso más trabajoso lejos de la
orilla del río que trajo el agua sobre la cintura de Brigid. Ella tarareó unos pocos
compases de "La Heroína de Kinsbaile" pero no pudo conseguir poner su corazón en

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ello. El agua estaba fría y estaba empezando a preguntarse si se había arrojado a una
misión inútil.
El siguiente paso de Brigid no sucedió exactamente como la kithkin pretendió.
Oh, su pie se levantó, su rodilla se dobló y se levantó, y el sentido inconsciente de
equilibrio de su cuerpo se preparó para cambiar su peso a la extremidad en movimiento.
El problema fue que sólo el pie se movió: su bota quedó firmemente hundida en el lodo.
Brigid apenas tuvo un momento de tomar la mitad de un aliento antes de que la
corriente le sacara la otra bota y la alejara de la orilla.
Cuando Brigid no había sido más que una niña, la más joven de siete hijos
conocidos colectivamente (y no con mucha precisión) como los "Bastardos Baeli",
había sido aficionada a la proclamación de las muchas grandes hazañas que planeaba
lograr cuando fuera adulta. Una de las más audaces de esas proclamaciones había sido
su anuncio de que ella, Brigid Baeli, un día sería conocida como la Heroína de
Kinsbaile. Otro, y uno que le había ganado la burla no sólo de sus seis hermanos y la
mayoría de los otros niños de su edad, era que ella, Brigid Baeli, se convertiría en la
primera kithkin de Kinsbaile en toda la historia conocida de Lorwyn en aprender a
nadar.
Y mientras esa última bocanada de aire se escapaba de los pulmones de Brigid
en la rápida corriente acelerando ella deseó, y no por primera vez en las últimas
semanas, haber llegado cerca de lograr verdaderamente ese segundo alarde.

* * * * *

El retoño encontró que la parte más difícil de interactuar con criaturas de carne,
fuego y hueso era recordar los nombres. El tejo recién nacido no tenía ni siquiera uno,
no sentiría la necesidad de uno durante algún tiempo. No quería, no podía, responder al
nombre "Colfenor." Colfenor había sido un árbol completamente diferente. El
pronombre en función del género a la que ella se encontró pegada fue el resultado de las
suposiciones de los demás, sin darse cuenta de que ni ella ni su predecesor Colfenor
eran hombre o mujer, como ellos lo entendían. Sin embargo "ella" parecía hacer sentir
más cómodos a la gente-de-carne que el más apropiado "eso".
El retoño conocía Lorwyn como la palma de una hoja, desde el Bosque Hojas
Doradas hasta el Monte Tanufel a ambos extremos del Vinoerrante. Ella le podría decir
a cualquiera que le preguntara (no era que alguien lo había hecho) el orden de
nacimiento exacto de cada una de las hadas Vendilion. Que Iliona reverdeció primero
era obvio para cualquier observador que no sabía nada en absoluto acerca de las Hadas,
pero el retoño sabía que Veesa era mayor que Endry. Los varones eran raros y siempre
los últimos en separarse de la Gran Madre. Podría describir el amargo calor de las
tierras altas de los llameantes, las piedras que marchitaban las raíces y hacían desesperar
a un árbol. El retoño podía nombrar a los últimos doce alcaldes de Kinsbaile en orden
de sucesión, su edad, color del pelo, o un millar de otras variables. El retoño podía ver
lo que había causado que Rhys disparara la ola de muerte que había aniquilado a sus
camaradas y destrozado sus propios cuernos. Ella sabía lo que el Capitán Sygg mantenía
oculto en un cofre de oro debajo de la mugre y la oscuridad del gran río de Lorwyn.
El retoño también sabía lo que venía, entendía el por qué y cómo, aunque
dudaba de que alguna vez pudiera ponerlo en términos que un elfo o un kithkin fueran a
entender.
Pero todo ese conocimiento se derivaba de la experiencia de Colfenor y estaba
impregnado de percepciones y prejuicios del viejo tejo. El retoño nunca había visto
estos lugares por sí misma, nunca había sentido la magia en su suelo o el toque de su

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cielo. Nunca había conocido a Rhys hasta ahora sin embargo conocía muy bien al elfo.
Ella había sido creada en Kinsbaile sin embargo el mundo que ella conocía se estiraba
atrás en el tiempo cientos de años.
El legado de Colfenor era el conocimiento, tal vez incluso la sabiduría. Lo qué
Colfenor no le había dado era una identidad, un sentido de lugar en el mundo. Y
conociendo a Colfenor como lo hacía ella ya había empezado a pensar en el viejo tejo
como una entidad separada viviendo en su interior, el retoño creía que eso era parte del
designio de Colfenor.
"Hola, Retoñil," dijo una de las hadas revoloteando entre las ramas del retoño.
Era Endry, para su sorpresa, y solo en este caso.
"Puedes llamarme 'Retoño,'" respondió el retoño. "O ‘el retoño.’ Por favor no me
llames…"
"Colfenor, lo sé, lo sé," zumbó Endry. "O Colfeneta o Colfenora. Ya lo
mencionaste. Y yo no. Yo te llamé… No importa." El hada se posó en la rama de la
frente y añadió, "Sólo estaba diciendo 'Hola.' No hay necesidad de arrancarle de un
mordisco la cabeza de un hada."
"Te aseguro que no tengo intención de arrancar nada de un mordisco de ti," dijo
el retoño. "Los rayos del sol y el abrazo de los elementos, el sol, la tierra, el agua, los
vientos, eso es lo que me alimenta, pequeña criatura. Alimentarme de los de tu clase
sería a la vez inútil y francamente imposible. Supongo que podría masticarte, en cierto
modo."
"Ahora que estoy hablando contigo," dijo Endry con una sonrisa pícara, "No
puedo imaginar por qué los otros están tan opuestos a la idea."
"He hablado con Rhys," dijo el retoño. "Mi propósito está vinculado al de él. No
necesito relacionarme con los demás." El rostro del retoño se ensombreció. "Sin
embargo a él no parece importarle. Ni siquiera ha preguntado las instrucciones de
Colfenor. Él no sabe lo que debe hacerse. Mi nacimiento fue sólo el comienzo."
"¿Es así?" Preguntó Endry, su sonrisa deslizándose en un ceño de preocupación
fingida. "Ellos no confían en ti, ¿sabes? Especialmente la cerilla. Y ahora que ella se ha
ido te están mirando a ti con recelo."
"Un llameante sigue su camino," respondió el retoño un poco sorprendida de que
el hada no pareciera darse cuenta de lo que era tan obvio. ¿Acaso Endry no había
escuchado el estruendo de los cascos, el batir de alas de otro mundo como lo había
hecho ella? ¿De qué otra forma se podía explicar lo que había sucedido?
Ella continuó. "La kithkin también se ha ido. Probablemente en persecución,
según pienso. Es curioso lo que no es visto por los demás. La kithkin está haciendo lo
que deberíamos estar haciendo Rhys y yo. Nuestro camino es el mismo que el de ella.
Estos se reunirán. Deben hacerlo. Todo está sucediendo demasiado pronto, demasiado
pronto."
"¿Ves? Ahora eso es interesante y nosotros deberíamos hablar de eso. Cuando no
compartes pequeñas porciones de información importante haces que las personas
desconfíen de ti. Incluso tu elfo favorito."
"Te refieres a Rhys," dijo el retoño.
"Sí," Endry suspiró realmente exasperado. "Rhys. ¿Colfenor era así de denso?
No, no podría haber sido. Nadie es así de denso." Él flotó delante de las anchas
características torcidas del retoño. "Estoy diciendo que Rhys sospecha tanto de ti como
el resto de ellos. Él está fuera siguiendo su propio camino. Si quieres que él siga el tuyo
vas a tener que ponerte manos a la obra para tomar una parte más activa en las cosas…
o ramas a la obra, o como tú lo dirías."

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"Pero yo soy el recipiente del conocimiento de Colfenor," dijo el retoño.
"Necesito que el estudiante más capaz de Colfenor lo emplee correctamente. La
llameante, el elemental, éstos eran medios para un fin. El conocimiento no debe
perderse. El trabajo no ha terminado."
"Y yo te digo," dijo Endry, "que él no está interesado en eso. Se ha ido. Está
jugando con sus amigos gigantes. Ahora dime, ¿qué guía de semillas juega con
gigantes, retoño de tejo? ¿Los enemigos mortales de tu especie?"
"Él volverá a mí," dijo el retoño. "Juntos veremos realizado el gran propósito de
Colfenor. No importa lo que tú creas, eso es lo que él está destinado a hacer. Esto yo lo
sé. No puedo alejarme de su lado."
"Haz lo que quieras," dijo el hada con un encogimiento de hombros de hada,
"aunque yo no diría que tú estás a su lado ahora."
"Él volverá," respondió el retoño con confianza. "Tenemos mucho de que hablar.
Mucho que hacer. Yo ya le he dicho esto. Debemos encontrar a Cenizeida."
"Él no parece pensar que tú tengas mucho que hacer y yo no estaría tan seguro
de que ustedes encontrarán a la llameante. Se desvaneció en un instante mientras yo
miraba. No, si Rhys creyera que a ustedes dos se les ha consignado cumplir algún
destino espectacular, ¿no te habría invitado a que lo acompañaras a sea cual sea el
misterioso recado elfo que está llevando a cabo?"
No, eso no estaba bien, se dijo el retoño a sí misma. Sólo había una prioridad y
esta era el plan de Colfenor. No podría haber ningún retraso o el sueño de su
semillapadre nunca llegaría a buen término. Días, meses, estaciones, siglos pasarían y,
con el tiempo, la herencia del retoño se escaparía de sus manos.
"Demasiado pronto."
"Eso ya lo dijiste," dijo el hada. "¿Qué es demasiado pronto?"
"Todo," dijo el retoño. "Si no, no habría necesidad de los seres como yo… o
Rhys… o ella."
"Podrías hacer algo al respecto," susurró Endry desde las ramas del retoño.
"Podrías encontrar a la llameante y tal vez también a la kithkin. Tienes toda esa historia
en tu tronco, ¿no? Tú sabes a dónde ha ido la llameante. Sabes lo que la llevó allí.
¿Quién controla tu destino, retoño de tejo? ¿Un árbol muerto convertido en cenizas?"
"Sí," dijo el retoño en voz baja. "Lo es." El tejo miró hacia atrás a lo que
quedaba de su pequeño grupo y sólo vio una doncella elfa tranquila, una fogata
humeando, y una persistente sensación de que su propósito previsto ya no estaba tan
claro.
"Rhys podría no volver hasta que sea demasiado tarde," contestó el hada, "y la
llameante se perderá para siempre. ¿Y entonces qué de ese destino?" Endry revoloteó
hacia abajo para flotar ante el rostro del tejo. "Y sólo porque yo puedo ver que me
necesitas voy a ir contigo. Mis hermanas tienen todo aquí bajo control y a ti te vendría
bien algo de ayuda. Puedes ver que soy el único amigo que tienes por aquí, ¿verdad?"
"¿Cómo sabes estas cosas?" dijo el retoño sintiendo una desconfianza por
primera vez en su corta vida. "Tú eres poco más que un insecto. Tu especie no vive lo
suficiente como para acumular tanta sabiduría."
Endry rió en voz baja. "Yo sé estas cosas porque ella sabe estas cosas y si tú no
entiendes eso, bueno, creo que eso es algo más que tendrás que aprender. Sólo confía en
mí… la única forma de conseguir lo que quieres es traer de vuelta esa llameante a Rhys.
Él no va a seguir las órdenes de nadie, y mucho menos las tuyas. Tienes que hacer que
suceda. Confía en mí."

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"Confío en ti," dijo el retoño. El hada… el hada estaba en lo cierto. Se sintió
bien llegar a esa conclusión, cualquier conclusión, incluso si esta entraba en conflicto
con el conocimiento que era el regalo de Colfenor.
"¿Vienes o no?" dijo Endry despegando del tejo y saliendo en una dirección que,
el retoño sabía, conducía directamente al único destino posible de la peregrina.
Y Rhys seguía desaparecido. En última instancia eso fue lo que le hizo tomar la
decisión. Eso y la afirmación de Endry de que tenía que tomar una parte activa en el
cumplimiento de su propio propósito. Podría haber sido un simple aguijoneo pero tenía
una verdad esencial en su corazón: desde que ella había nacido Rhys había ignorado
casi por completo su presencia en todos los sentidos.
El retoño se marchó de la pequeña fogata y siguió a la hada por el estrecho
sendero de vegetación sin decir nada más. Eso era, pensó, lo qué habría hecho Colfenor.

* * * * *

Brigid se sorprendió más que alivió cuando la corriente la dejó en libertad.


Había estado tal vez a mitad de un minuto de desmayarse por completo, ya habiéndose
atragantado con una cantidad de agua salobre de río como para llenar dos pulmones.
Ahora ella aspiró aire frío y húmedo y aunque era ligero y húmedo, era aire.
La arquera kithkin, a medida que su visión borrosa regresó, vio que no había
sido puesta en libertad por las corrientes del río tanto como retirada de ellas. Brigid se
sentó en el suelo de una burbuja de cambiagua y lanzó una ola débil pero desafiante al
Capitán Sygg flotando en medio de la corriente en el otro lado de su nueva y, ella
esperó, temporal prisión.
El merrow no le devolvió el saludo sino que nadó firmemente y asomó su mitad
superior a través de la pared de cambiagua opuesta a Brigid.
"¿Por qué me sigues, kithkin?" le exigió el barquero con un aleteo enojado de
sus branquias. Los ojos de Brigid se trasladaron a los dedos con uñas afiladas del
merrow y reconoció que nunca conseguiría sacar su espada de la vaina a tiempo si Sygg
deseaba desgarrarle la garganta. Aunque no era que la kithkin tuviera la intención de
darle ninguna razón para hacerlo.
"Yo te traicioné," comenzó a decir ella.
"Pues estás condenadamente en lo cierto de que me traicionaste," dijo el capitán.
"Nos traicionaste a todos nosotros y los otros te perdonaron. Yo seguí adelante con el
plan de ellos con la condición de que no tuviera que lidiar contigo en lo sucesivo. Tú
sabías eso. Por lo tanto debo asumir que me estás cazando. Puede que los otros crean
que estabas bajo la influencia de la trama mental, yo personalmente creo que no son tan
estúpidos, creo que están permitiendo que ayudes porque francamente necesitan tu
ayuda, aún cuando no se puede confiar en ti."
"Pueden confiar en mí," protestó Brigid. "Y los otros me dijeron…"
"Lo que ellos necesitaban a fin de obtener tu ayuda. ¿Crees que alguno de ellos
esperaba que sobrevivieras, cabalgando por ahí como un señuelo?" El merrow mostró
los dientes. "Esperaban que murieras. Y en lo que a mí respecta deberías haberlo
hecho."
"¿Entonces por qué me sacaste del río? ¿Por qué no dejaste que me ahogara?"
dijo Brigid. De repente estaba cansada, cansada de la negativa de Sygg a escuchar sus
disculpas, cansada de su culpa y la desconfianza que vio en sus ojos.
"No quiero que te mueras sin escucharme decirte que me dejes en paz arquera,"
respondió Sygg. "Y ahora, si me disculpas, me voy a casa. Voy a tratar de tener listo a
mi pueblo para el combate porque en todos mis años no he visto tantos cruzatierras tan

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dispuestos a matarse entre sí, y es sólo una cuestión de tiempo antes de que vuelvan sus
ojos a los crannogs. Y tu no me vas a detener."
"¿Puedes parar?" dijo el kithkin. "¡Yo quiero ayudarte! Sé lo que hice, Sygg, sé
que no confías en mí. Quiero ganar esa confianza de nuevo, empezando por ti, al que
más traicioné de todos."
"Si quieres pedirle disculpas a alguien encuentra a la peregrina y discúlpate con
ella."
"Se ha ido. Desapareció en un instante. No puedo disculparme con ella. Pero si
tu me perdonas cualquiera lo hará."
"Yo no te perdono."
"Pero eso no me impide tratar de obtener tu perdón." Brigid se encontró teniendo
que agacharse un poco dentro de los confines de la burbuja. Esto le ayudó a despejar su
cabeza o tal vez eso era el orgullo justiciero arrastrándose de vuelta. Para la anterior y
futura Heroína de Kinsbaile el orgullo nunca estaba demasiado debajo de la superficie.
"Capitán Sygg, tal vez usted nunca me perdone pero yo no puedo vivir con lo
que hice. Yo fui influenciada y manipulada pero sí, lo hice. Y si usted no me perdona
equilibraré la balanza a pesar suyo. Le llevaré a su hogar sano y salvo y le ayudaré a
proteger a su pueblo. ¿Qué puede hacer usted frente a los peligros que hay sobre las
aguas? Apenas puede soportar estar en tierra firme por más de unos pocos minutos.
Usted me necesita."
"Lo hago, ¿lo hago?" dijo Sygg.
"Usted puede hacer lo que sienta que deba hacer para mantenerse a salvo de mí,"
continuó diciendo Brigid. "Yo haré lo que sienta que debo hacer para expiar mis
acciones. Lléveme con usted, Capitán. Yo seguiré sus órdenes y juntos ayudaremos a su
gente a prepararse para esta... esta cosa que está por venir, lo que sea que resulte ser.
Lléveme con usted o regréseme al río para que muera."
"Eres persuasiva para ser una kithkin," dijo Sygg con su sonrisa conocida
regresando. "Dame tu espada y tu arco y tienes un trato."
"¿Mi espada?" objetó Brigid. "Sin un arma…"
"Sin un arma yo voy a ser capaz de darte la espalda. La obtendrás de nuevo
cuando te la ganes." El merrow tomó el arma de la kithkin y la deslizó en su cinturón de
piel de anguila. El arco lo arrojó al río.
"¿Está loco? Yo…" empezó a decir Brigid.
"Esa es una clase de disculpa."
"Bien," dijo Brigid. "Ahora, ¿me retornará a la tierra para que podamos
proceder?"
"No," respondió Sygg. "Yo no tengo tiempo para que me alcances yendo a pie.
Es posible que desees acurrucarte."

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Capítulo 6

Maralen se apartó de los otros una vez que Rhys se marchó a su misión en la
espesura del bosque. Fue bastante fácil encontrar la soledad, Rhys estaba ocupado, Sygg
se había ido y Brigid se había alejado. Cenizeida y los gigantes estaban arraigados en el
valle por debajo y las hadas Vendilion se sintieron felices de dejar a Maralen a su
suerte. El retoño, en lo que a Maralen concernía, apenas estaba allí.
Maralen luchó contra el impulso de preocuparse. El molesto zumbido constante
en la parte posterior de su cráneo se había vuelto más fuerte últimamente, más
contundente. Había sido capaz de bloquear el ruido como uno habría hecho con un dolor
de muelas crónico pero en ese momento este bajó resonando por su espalda y a través de
sus hombros y ella sintió dedos fríos de náuseas flexionando el fondo de su estómago.
No podía dar cuenta de este malestar repugnante pero entendía que no debía ser
ignorado. Algo estaba mal y ella no se atrevió a quedarse allí.
La elfa de Mornsong confió en que Rhys tuviera algo importante y significativo
que hacer antes de que siguieran adelante. Ya debía sentirse especialmente frustrado por
los desafíos de dirigir a este grupo rebelde de extraños e inadaptados. Maralen sabía que
él no tenía necesidad de oír sus nebulosas preocupaciones, aunque le importara hacerles

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frente él ya estaba ansioso por seguir adelante y nada de lo que ella dijera le aceleraría
aún más. Y cuanto más tiempo ella se quedara en ese lugar más necesitaría meterle
prisa.
La enfermedad zumbante se había vuelto cada vez peor desde que habían
rescatado a los gigantes. Al principio Maralen había asumido que estas sensaciones
habían venido de la hosca resistencia cada vez mayor de los Vendilion a su autoridad
pero ahora cuando los sentimientos enfermizos alcanzaron su punto máximo ella se dio
cuenta que en realidad era lo contrario. Su repentina debilidad e incomodidad habían
envalentonado la desobediencia de las hadas y no al revés.
Maralen se tambaleó mientras caminaba y se detuvo hasta que recuperó el
equilibrio. Por un momento no reconoció dónde estaba y eso envió una pequeña
sacudida de pánico a través de ella. A tientas como un sonámbulo, Maralen se obligó a
seguir adelante, alejándose del valle y el río, alejándose de los demás. Ellos no debían
verla así.
Se obligó a caminar durante todo el tiempo que pudo, apenas consciente de su
entorno. Se apoyó pesadamente contra un roble de tamaño mediano. La corteza fue
áspera pero fresca contra su frente. Las oleadas de náuseas y el penetrante sonido eran
ahora abrumadoras, el ruido estrellándose de un mar de enojadas alas batiendo.
Los dedos fríos en sus entrañas se apretaron y Maralen gritó. Un vago coro de
voces entrecortadas se filtró a través de su mente confusa pero las palabras de su
canción fueron lejanas y difusas. Maralen, haciendo una mueca, se esforzó por entender.
Devuelve, cantó el coro, grandioso pero distante. Todo lo que has pedido
prestado, todo lo que eres.
Maralen cayó de rodillas, su estómago agitado. Si hubiera comido el desayuno
ahora estaría salpicado por la hierba. Su voz carraspeó con los dientes apretados.
"Déjame. En. Paz."
Devuélvelo a mí. Todo ello.
Maralen tosió, sus ojos llorosos. Clavó los dedos en el suelo y se concentró en la
única respuesta que tenía: Aún no he terminado con ello.
Una explosión de fuego blanco sacudió el valle desde donde Cenizeida y los
gigantes descansaban. Maralen sintió retirarse la nauseabunda presencia.
El coro distante se disolvió en silbidos de indignación y murmullos de ira.
El zumbido en la cabeza de Maralen cesó y los dedos helados relajaron su
control sobre sus entrañas. Maralen permaneció en cuatro patas por un momento para
reunir sus fuerzas y apreciar el lujo de respirar y pensar con normalidad. Cuando su
visión se aclaró vio un nuevo montículo de tierra inmediatamente a su derecha, uno con
un pequeño círculo de setas blancas frescas alrededor de su cima.
La mente de la elfa de cabellos oscuros aceleró. Ahora no había duda de que el
incierto temor de Maralen tenía un nombre: Oona. La Reina Madre de las Hadas le
había otorgado a Maralen gran influencia sobre la pandilla Vendilion. Se suponía que
debía ser un regalo, un regalo notablemente generoso, aunque sólo un tonto aceptaba el
regalo de un hada a su valor nominal. Maralen no era ninguna tonta. Ella había esperado
que la Madre Oona le exigiera una devolución de este regalo especial pero no tan pronto
ni tan forzosamente.
Maralen escupió, se limpió los labios con el dorso de la mano, y se puso en pie.
Su primer instinto fue llamar a la pandilla Vendilion pero temió que eso sólo empeorara
las cosas. Ellos eran hijos de Oona y si todo se reducía a una lucha entre Maralen y la
Reina de las Hadas no había duda de que lado se pondrían las hadas.
La bola de fuego blanco en el valle fue preocupante, por decir lo menos, y había
llevado una bocanada del fuego elemental que había consumido a Colfenor. Si algo le

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había pasado a Cenizeida o los gigantes todos ellos podrían quedar atrapados allí
durante horas. Maralen no podía permitirse el lujo de esperar.
Enderezó los hombros. Lo que ahora tenía que hacer no era sabio pero era su
mejor opción y tal vez la única. Niños, pensó. Vendilion. Atiéndanme.
Durante cinco segundos agónicos no hubo respuesta. Entonces la aburrida e
impaciente voz de Veesa dijo: "¿Qué pasa ahora? Y nosotros no somos tus hijos."
"Tranquilos y escúchenme." Maralen habló tan bajo que sus palabras fueron
apenas audibles. "¿Qué acaba de pasar en el valle?"
"¿Oh, que? La llameante explotó. O al menos eso es lo que pareció. Hubo una
gran bola de fuego y desapareció."
"Ya veo. ¿Y los gigantes?"
"Están bien. Todavía allí, todavía intactos, aún haciendo mucho ruidos
digestivos repugnantes. Y feos olores."
"Eso no importa. ¿Siguen dormidos?"
"Si."
"Bien," dijo Maralen. "Quiero que les lleven un sueño especial. Nada del otro
mundo y permítanme enfatizarles esto en particular: nada llamativo. Que sea sutil. Sutil,
¿entienden? Bajo ninguna circunstancia dejen que les noten. La idea tiene que aparecer
como si les hubiera venido desde dentro."
"¿Qué idea?"
"De hecho un recuerdo. Quiero que despierten el anhelo por su hermana.
Háganles que sueñen con Rosheen, los mejores y más cálidos momentos que han tenido
juntos. Háganles creer que su hermana les está llamando, que ellos quieren ir a ella, y
que es urgente. Quiero que ellos oigan, degusten y huelan cuanta necesidad tiene de
tenerlos cerca." Maralen asintió para sí misma. "Eso es todo. Haced esto bien y su
propia naturaleza se encargará del resto."
"Muy bien. Si tú insistes."
"Oh, sí." Maralen estaba a punto de despedir a Veesa pero luego dijo: "¿Dónde
están Iliona y Endry? También deberían haber respondido."
"Todavía están ocupados llevando a cabo la pila anterior de trabajo," dijo Veesa
escupiendo la última palabra con una rara indignación. "Debería aflojar, capataz. Sólo
hay tres de nosotros, después de todo, y somos muy pequeñas."
"En apariencia, tal vez, pero ambos sabemos que ustedes tres son capaces.
Mantengan eso en mente. Ahora manos a la obra. Los quiero a todos aquí tan pronto
como hayan terminado. Sin perder tiempo."
"Como quieras." Los pensamientos de Veesa se alejaron y Maralen se permitió
una leve sonrisa. Todavía estaba nominalmente bajo control, todavía apenas capaz de
protegerse a sí misma. Tendría que tomar medidas para mejorar esa situación y para
hacer la mejora permanente. La elfa Mornsong se había vuelto bastante cansada de
sentir, de ser… temporal.
Maralen se limpió el polvo de sus manos y rodillas, se arregló la ropa y se
dirigió a la orilla del bosque para esperar a Rhys.

* * * * *

Rhys se movió rápidamente a través de la espesura del bosque. Estaba bien


camuflado con lodo y un traje improvisado que había creado con hierbas altas de la
ladera por detrás. Saltó silenciosamente de una rama a otra, desapareciendo contra el
follaje cada vez que se detuvo. Silencioso, invisible, olfateó, probó y sintió el mundo a
su alrededor.

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Había tres exploradores de Hojas Doradas desplegados en el suelo del bosque, a
sólo treinta metros del árbol de Rhys. Estaban ligeramente armados con dagas y
vestidos con una fina armadura de cuero. Sus túnicas sin mangas tenían cuellos altos,
cada una con un vívido emblema blanco y púrpura que los marcaba como cazadores de
de la manada Belladona.
La presencia de los exploradores de elite de Hojas Doradas confirmó los peores
temores de Rhys. Si Gryffid había desplegado a los Belladona en esa región ya tenía
una idea de que Rhys había retrocedido. El rastreador elfo con menos experiencia los
había encontrado en menos de un día y los Belladona eran mucho mejor que eso.
Peor aún, Rhys sabía esto como un simple daen, Gryffid no tenía la autoridad
para mandar a los exploradores Belladona tan lejos fuera de su propio territorio. El
Taercenn Nath había reunido a las manadas Belladona, Cicuta y Oronja bajo su
autoridad pero Nath estaba muerto y los Belladona tenían sus propios daens. Alguien
con un rango mucho más alto que Gryffid debía haber venido a sustituir a Nath, un
Exquisito o mejor, y era este elfo desconocido el que había dedicado estos rastreadores
de elite a la destrucción de Rhys.
Rhys se permitió un momento de pesar, luego lo empujó a un lado. Debería
haber esperado esto. El ya no era un miembro de la Nación Bendecida sino su odiado
enemigo. Exiliado, desgracia visual, traidor, asesino de su raza. Haber matado a Nath no
había completado su caída de la perfección, sólo la había aumentado, renovado y
redoblado. La vergüenza y el daño que le había infligido a los Hojas Doradas no habían
escapado a la atención de las altas esferas de la tribu y, al igual que Gryffid, ellos tenían
la intención de vengar a Nath y continuar su trabajo.
Los exploradores se acercaron al árbol de Rhys y él tensó los largos músculos
de sus piernas. No todo estaba perdido… aún. Cuanto más tiempo tardaran estos
exploradores en informar más de una ventaja tendría su partida. Si Rhys podía retrasar
el regreso de estos exploradores, o prevenirlo por completo, podría hacer la diferencia
entre una huída y una captura.
Aferró la empuñadura de su daga, esperó hasta que el elfo más delantero
estuviera casi directamente debajo de él y salió al espacio. Curvó sus pies debajo de él
mientras el viento pasaba silbando por sus oídos y a lo largo de los bordes dentados de
sus cuernos. Miró hacia abajo entre sus pezuñas a la imagen cada vez más grande de la
cornuda cabeza del líder de los exploradores.
En el momento anterior al contacto Rhys oyó a uno de los otros dos
exploradores decir: "Taer…"
El líder explorador se agachó hacia delante justo cuando los cascos de Rhys
rozaron la parte superior de su cabeza. Rhys dio un pisotón en la espalda del elfo
aplastando al explorador contra el suelo, sintió el golpe sordo del impacto a través del
torso de este y oyó el húmedo crujido de costillas rompiéndose.
Rhys flexionó sus piernas y rebotó hacia arriba, elevándose varios metros sobre
el elfo roto. Soltó las agudas sílabas de un hechizo de tejo y lanzó su daga al Belladona
más lejano de él. El otro explorador se lanzó en el camino de la daga con sus brazos
estirados hacia fuera pero su puntería fue mala y el tiro de Rhys demasiado fuerte. La
daga envenenada perforó a través de la mano del valiente explorador y envió al elfo
girando torpemente al suelo. El anterior blanco de Rhys corrió hacia las profundidades
del bosque.
Rhys gruñó. Eso no era cobardía, ni siquiera una retirada práctica ante un
enemigo mejor armado en terreno desconocido. Los exploradores Belladona eran
entrenados para evitar el combate abierto en favor del retorno con la información que
habían recogido. El explorador superviviente no huía por temor sino porque sabía que

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Rhys sólo ganaría si la noticia de su llegada nunca llegaba al cuartel general de los
Hojas Doradas.
Rhys se precipitó tras el explorador huyendo, ahora maldiciendo al peludo traje
camuflado. El holgado mantón de enredaderas y hierba era el camuflaje perfecto pero
atrapaba el viento como una vela y obstaculizaba la velocidad de su carrera. Se retorció
y se liberó del traje mientras corría por una ladera. Rhys se detuvo en la parte superior
de la subida y desenvainó la espada. Su corazón latía en su pecho y él se esforzó por
escuchar sobre el ensordecedor retumbar de la sangre en sus oídos.
Aislar los suaves sonidos de un explorador Belladona habría sido un reto
considerable pero Rhys encontró el trabajo mucho más fácil, y por lo tanto mucho más
preocupante de lo que había esperado. No oyó a un explorador Belladona sino a varios.
De hecho, a una media docena o más.
Dejó que la punta de su espada se hundiera en el suelo, se puso de pie y miró a la
espesura del bosque, escuchando. Una serie de suaves e infinitesimales sonidos le quitó
hasta lo último de su iniciativa.
Los bosques estaban llenos de exploradores Belladona, todos los cuales ahora
estaban retrocediendo. Rhys había detenido a uno, tal vez a dos, pero había muchos
más. Esta batalla ya había terminado y él había perdido.
Detrás de él, desde la base de la colina, el explorador que había recibido la daga
de Rhys en la mano gimió. Rhys envainó su espada y volvió a bajar por donde había
venido. Encontró la daga en donde el elfo había caído, su hoja angular manchada de
sangre y veneno de tejo. Encontró al explorador a varios pasos de distancia de allí, boca
abajo y arrastrándose a través del polvo.
Rhys le rodeó para ponerse en frente. "Nombre y posición, Cazador."
El explorador volvió a gemir. Se derrumbó por un momento y luego se obligó a
ponerse sobre su espalda con un gruñido.
"No escucho tus palabras," dijo con voz áspera. Su rostro estaba pálido y
demacrado. Había espuma en las comisuras de su boca. "Traidor. Desgracia visual."
"¿Quién te envió?"
El elfo giró su cara hacia otro lado.
"Gryffid comanda a los Cicuta," dijo Rhys. "¿La élite de los Belladona ahora
responden a un simple daen?
El explorador no dijo nada. Rhys observó en silencio como el entumecimiento se
apoderó del pecho del otro elfo. El explorador jadeó, su respiración volviéndose rápida
y débil, hasta que por fin sus músculos se relajaron y su pecho dejó de moverse.
Rhys se quedó mirando al cadáver enfriándose. Volvía a ser un asesino de su
raza pero envidiaba así como lamentaba estas últimas víctimas de su necedad. Habían
servido a la Nación y muerto con honor en su nombre. Ahora el trabajo de ellos estaba
hecho. No tenían misterios que desentrañar, ningún compañero extraño y secreto que
manejar. Se habían mantenido fieles a su lugar en el mundo, aceptado la justiciera y
rigurosa disciplina que demandaba la perfección y ahora ese lugar y su gloria estaban
asegurados para siempre. Esos hombres serían recordados como cazadores fieles y
disciplinados de Hoja Doradas.
Rhys se inclinó, levantó al explorador Belladona muerto en sus brazos y llevó el
cuerpo cerca del otro explorador muerto. Arregló sus cuerpos uno al lado del otro, cruzó
los brazos sobre sus pechos y dijo una sencilla oración de respeto.
Rhys había elegido esto y, a pesar de que ya no tenía ningún estatus en la
Nación, era todavía un elfo y no iba a flaquear. Temía que nunca se fuera a acostumbrar
a matar a los de su propia especie. Entonces temió hacerlo alguna vez. Él era un villano

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para sus antiguos compañeros, un monstruo. Gryffid y quien fuera el que lo apoyaba a
él tenían derecho a tener sed de sangre de Rhys.
Rhys bajó una vez más la cabeza, se despidió de sus enemigos, y se dirigió de
vuelta al valle en el que los gigantes habían cenado cerdo salvaje. Antes de haber
terminado tenía la intención de ganar una gran cantidad más de ira de los Hojas
Doradas.

* * * * *

Cenizeida corrió a toda velocidad aunque no tenía ni idea de qué tan rápido o en
qué dirección. Sin embargo estaba definitivamente en marcha y lo había estado durante
algún tiempo. No estaba segura de cuando la persecución había dejado de ser una
persecución pero se sintió como un merrow que habían estado persiguiendo al
Vinoerrante sólo para ser arrastrado por la corriente.
Haberse puesto en pie para encontrarse con el desafío del elemental podría no
haber sido la decisión más sabia pero estaba segura de que era la correcta. Por lo menos
había sido mejor que temblar de miedo e ir a la deriva sin propósito. Ahora que ella se
había aferrado a su premio le llevó aún más de su fuerza y determinación sostenerse.
Cenizeida se agarró al cuerpo del elemental, colgando y arañando como un loco
con manos y pies, haciendo todo en su poder para mantener un agarre físico sobre una
cosa que no era del todo física. Viejas dudas volvieron a surgir, la punzante sensación
de que ella no estaba destinada a estar con esta criatura, aún no, si es que alguna vez lo
había estado. Se suponía que debían permanecer separadas. Conectadas pero aparte. No
había manera de rendirse a esas dudas en su situación actual, o incluso reconocerlas, así
que continuó montando su corcel a través de un reino nebuloso de fuego.
No un corcel. Una guía.
Los cascos del elemental forjaron un camino ardiente por el cielo y la entidad
resopló, forzando una sonrisa mareada de Cenizeida. Un peregrino sólo era un viajero,
después de todo y, ¡oh, cómo viajaban ellos ahora! Lorwyn apareció muy por debajo de
los cascos del elemental. El paisaje pasó rodando como un mapa kithkin desplegándose.
La llameante vio montañas, ríos, campos, y granjas a través de jirones de fuego que
fluían como agua. El mundo entero apareció detrás y por debajo del fuego pero no ardió
ni se marchitó. En cambio las llamas sostuvieron el mundo como la tierra firme y
llevaron a todos sobre ellas como las aguas del Vinoerrante.
Las formas se hicieron más claras fuera de la envoltura de las llamas; formas que
pasaron tan rápido que Cenizeida finalmente tuvo un verdadero sentido físico de su
velocidad. Aún así había algo raro acerca de las formas: repetición, un patrón. Como si
ella estuviera viendo el mismo viaje una y otra vez.
Sí. Estás viendo el ciclo de repetición de lo que ha sido, lo que es, lo que será.
Pronto volverá a comenzar. Siempre ha sido así.
La voz del elemental sonó muy parecida a la suya pero más vieja, más
experimentada. Ella se volvió sobre sus palabras en su mente. "¿Entonces mi viaje
nunca acabará?" dijo ella. "¿O simplemente volveré al principio y empezaré de nuevo?"
En realidad la llameante no esperó ninguna respuesta y comprobó su profecía
cuando el ser ardiente reanudó su silencio.
No, había una diferencia entre ignorarla y no contestarle. Cenizeida relajó las
partes de su mente que ordenaban las cosas en términos de lenguaje, distancia y tiempo.
Sintió que sus manos y rodillas relajaban su control sobre el elemental pero no resbaló.
La llameante tomó cada pedacito de su ser y su identidad, todo lo que hacía que
Cenizeida fuera Cenizeida, y lo introdujo en la parte posterior de su mente, donde, con

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un poco de suerte, permanecería con seguridad para cuando ella lo necesitara. Entonces
Cenizeida abrazó completamente a la criatura de fuego, sin su cuerpo, y al fin sintió lo
que significaba el elemental.
Sin nombre, sin forma, y libre, la unión de la peregrina y el elemental ardió
brillante y caliente, fundiéndose con el cielo de fuego que envolvía el mundo por
encima y debajo de ellos. Todo se derritió, todo el mundo fue consumido en la gran
conflagración que marcó el fin del mundo. La maníaca alegría de Cenizeida retornó y
ella gritó en voz alta una vez más. Era ella misma, era el caballo, era todos los
llameantes en todas partes. Cenizeida, unida con su tribu y su elemental, supo que el fin
del mundo era el de ellos, la recompensa final para todos los peregrinos y el destino
final de todos los llameantes. Ellos entrarían juntos en el infierno que todo lo consumía.
Era de ellos. Ellos lo habían creado, eran sus dueños, y ellos experimentarían su
devastación final en persona.
Las llamas a su alrededor se volvieron más calientes y Cenizeida se sintió
deslizarse lejos, todo lo que había sido y alguna vez sería convertido en una sola llama
más en un rugiente infierno. Para su consternación y deleite Cenizeida encontró que la
combinación de caballo y jinete y tribu no sólo le daba la bienvenida a la oportunidad de
unirse a este gran fuego sino también anhelarlo, hasta que todo pensamiento y sensación
llegaron a una brusca detención repentina.

Capítulo 7

C
" enizeida no ha sido destruida," dijo el retoño. "Puede que haya parecido así
pero eso es imposible. Fue tomada o se fue por su propia voluntad."
"¿Cómo lo sabes?" dijo Endry. "¿Acaso viste lo que sucedió? Yo si. La arquera
kithkin también, aunque no es que me importe lo que piense ella. Esa llameante acaba
de saltar en el aire, hubo un gran destello, y desapareció. Por lo menos tienes que
admitir que es posible. Vamos, admítelo."
"No," respondió el retoño. "No voy a admitirlo porque no es cierto. Colfenor
eligió a Cenizeida por una razón, por su inigualable conexión con su elemental y su
interpretación… poco ortodoxa del Camino de la Llama. Sé de primera mano como se
siente esa conexión y te digo que la tierra debajo de mis raíces dice que ella está aquí
pero no aquí. Ella es de Lorwyn pero no de dentro de Lorwyn. Ella está en el reino del
fuego elemental. Ningún llameante puede sobrevivir a eso por mucho tiempo y sólo hay
una salida: el Monte Tanufel."
"Si tú lo dices," dijo Endry. "Pero tus raíces podrían estar equivocadas."
"Lo dudo," dijo el retoño. "La tierra no tiene ninguna razón para mentir y a pesar
de algunos poemas épicos kithkin que dicen lo contrario los llameantes no desaparecen
en un instante sin razón. Pero cuando entran en comunión con los más altos poderes
elementales…"
"Ahora si que te estás inventando palabras."
"Sólo estoy comentando algunos de los conocimientos que mi semillapadre me
pasó," dijo el retoño. "No tienes porque creerme. O seguirme, según sea el caso."

62
"Yo te sigo porque me has dicho que quieres ir a un lugar que no existe. He
conocido a personas aparte de ti, obtusos kithkin en su mayoría, que piensan que hay
una gran ciudad llameante mágica en el Monte Tanufel."
"Es que en verdad hay una ciudad de llameantes en el Monte Tanufel. Y sólo
tiene sentido que Cenizeida haya ido allí cuando alcanzó el fuego blanco."
Endry suspiró. "Hueles a bromas."
"No tengo intención de bromear. Pensé que estábamos conversando."
"Y no eres tan divertida como yo esperaba," dijo Endry. "Oye, ¿alguna vez miras
hacia abajo?"
"En raras ocasiones," admitió el retoño. "Mis pies de raíces pueden encontrar
solos el camino."
"¿Y si no hay ‘camino’?
"¿Ningún camino? ¿Qué…?"
El resto de la pregunta del retoño quedó suspendida cuando ella se encontró
resbalando a lo largo de una lodosa cuesta empinada. Minúsculas ramitas verdes en las
puntas de sus ramas se retorcieron y doblaron pero no se quebraron… aún.
La caída del retoño terminó abruptamente, aunque una pequeña avalancha de
rocas mojadas y hojas verdes continuó hasta el borde del Vinoerrante, el que ella ahora
vio claramente con un ojo rodando de forma independiente.
"Sí, lo curioso de esos caminos," dijo Endry, "es que una gran cantidad de ellos
no cruzan el río. Lo cual me lleva a mi siguiente pregunta: ¿los retoños de tejo saben
nadar?"
"Yo no había…" El retoño se volvió a parar de un empujón sobre sus pies de
raíces, doblando una pierna bruscamente en su rodilla con nudos para situarse como un
macho cabrío en la ladera de una montaña. "Yo no había pensado en eso."
"Pero sabías que estaba aquí, ¿verdad?"
"Por supuesto. Sólo que estaba centrada en mi objetivo."
"Veo que eres de una solo pensar como un… bueno, como un árbol."
"Lo soy."
Endry revoloteó impaciente delante del retoño. "Si Cenizeida te necesita como tú
dices," dijo. "Sólo tendrás que flotar a través. Yo estoy seguro de que no te puedo
levantar. Quiero decir, yo puedo levantar mucho, no me malinterpretes. Especialmente
si mis hermanas me ayudan." Inclinó la diminuta cabeza hacia el cielo. "Ey, me
pregunto en qué andarán. Tal vez debería…"
"Es una buena sugerencia," admitió el retoño. "Pero me temo que eso tampoco
va a funcionar."
"Vamos retoño de tejo, todo el mundo sabe que la madera flota sobre el agua."
"No toda la madera," respondió el joven tejo. "Yo estoy vivo….creo que el
término kithkin es 'verde'. No voy a flotar. No, sólo voy a tener que caminar."
"Espera, ¿estás loca? ¡No puedes caminar por el fondo del Vinoerrante!
Vayamos a encontrar a un barquero en alguna parte. No nos alejará demasiado de
nuestro camino. O mejor aún, ponernos de nuevo en contacto con tus elementos. Agua.
Es elemental. Tú puedes… ¡Oye, mira eso! ¡Una vellosa abejaplateada!"
"Realmente no hay necesidad de que me sigas."
"¡Bah! Yo no te estoy siguiendo. ¡Estoy disfrutando mi libertad!" respondió
Endry. "Vamos, retoño de tejo, ¿acaso todo esto no es emocionante? ¿La libertad? ¿La
libertad de las personas que quieren mandarnos todo el tiempo? Personas que siempre
están diciendo cosas como: 'Cállate, Endry, ' y 'Espera tu turno, Endry,' y 'Cómete esa
baya extraña, Endry.'" Él se rió y dejó escapar un pequeño chillido de alegría de las

63
hadas dando una voltereta en el aire. "¡Pero ya no, retoño de tejo! ¡Tú y yo vamos a
disfrutar de las vistas!"
"Eso no nos ayudará a alcanzar a la llameante," dijo el retoño y comenzó un
lento descenso cuidadoso del banco.
Endry orbitó el tejo con entusiasmo. "¡Ella no va a ninguna parte! Bueno, no va
a ninguna parte donde nosotros no sepamos a dónde va, ¿verdad? No, espera… ¿Acaso
yo acabo de decir…?"
"A menos que las hadas hayan aprendido a nadar desde que murió mi
padresemilla tú no deberías seguirme muy de cerca," dijo el retoño y se metió en la
rápida corriente. Extendió los muchos dedos de sus pies de raíces y se permitió quedarse
en la superficie de la suciedad sin hundirse demasiado profundamente. Mientras siguiera
moviéndose debería ser capaz de llegar a la otra orilla sin arriesgar mucho más que un
caso de anegamiento.
"Ey, ¿no deberías tomar aliento antes de hacer eso?" Preguntó el hada justo
cuando el rostro del retoño se hundió por debajo de la superficie. Las corrientes pasaron
a través de sus ramas con agujas, ella tendría suerte si le quedaba algo de vegetación en
absoluto después de esto, y tuvo que hundir sus pies de raíces más profundo en el fondo
del río para evitar ser barrida. Este frenó su progreso considerablemente pero no le
causó demasiada preocupación.
El retoño sabía que su falta de experiencia en lo que las criaturas de carne
llamaban "el mundo real" sería un impedimento para el cumplimiento de los deseos de
su semillapadre. Aún así apenas podría haber esperado anticipar a un merrow
transportando a una kithkin por el Vinoerrante a una asombrosa alta velocidad, por lo
que el retoño no se culpó a sí misma cuando Sygg y Brigid le pasaron rozando.
Tampoco los vio cuando se marcharon disparados por el río, en su lugar tomándose ese
momento para dirigir su atención a la savia saliendo de la rama que el merrow había
(ella asumió sin querer) roto. El merrow y la kithkin no habían sido de ningún interés
para Colfenor por lo que no eran de interés para el retoño.
La rama rota comenzó a sanarse mientras el retoño caminó dificultosamente a
través de la mitad del río. Una hora más tarde ella apareció en la orilla sur.
Endry la estaba esperando cuando salió a la húmeda arena gris. "¿Viste algo
interesante?" preguntó el hada.
El tejo, con total honestidad, respondió negativamente.

*****

Brigid despertó de la segunda siesta accidental de su interminable viaje por las


corrientes del Vinoerrante. Su pequeña y robusta burbuja de cambiagua todavía estaba
llena de aire
sorprendentemente
limpio y fresco
aunque
decididamente
pegajoso. El paisaje
se veía
extrañamente
borroso por delante,
la burbuja era, por
supuesto,
transparente, y la

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tenue luz era suficiente para distinguir formas por encima de la superficie, y de vez en
cuando una cosa plateada (o muchísimas cosas plateadas ) pasaba zumbando. Una o dos
veces ella había vislumbrado la silueta de una arbomandra flotando perezosamente río
abajo. Los enormes anfibios tendían a bloquear cualquier luz de la superficie. Lo qué
Brigid no habría sabido era que las arbomandras lucían completamente diferente desde
abajo. Cuando eran vistas desde la orilla del río se parecían a bancos de arena flotantes
con incrustaciones de hongos pero sus barrigas eran de un color arena pálido que más o
menos coincidía con el nublado brillo del cielo desde ese punto de vista submarino.
Brigid también vio gruesas colas con formas de remos casi dos veces más largas que el
voluminoso tronco. Las patas traseras de la arbomandra eran más como aletas largas que
piernas para caminar y sus patas delanteras eran extendidas, palmeadas, y terminaban en
garras casi tan largas como Brigid misma. Y todos ellos lucían plumosos tallos de
diferentes largos y formas creciendo de sus branquias, pero los patrones de la lechugilla
de cada arbomandra eran completamente únicos.
La arquera también aprendió que las arbomandras no eran sino las más grandes y
más visibles, al menos para los kithkin, de una gran variedad de anfibios ribereños. Una
pareja de estas criaturas, posiblemente hermanos o compañeros, les siguió durante dos o
tres kilómetros, manteniéndose fácilmente a su lado mientras flotaron directamente
sobre la burbuja de Brigid. Cada una era de un tono diferente de azul intenso y la
kithkin se encontró echándoles de menos cuando se marcharon y volvieron a fuera cual
fuera el propósito oculto que los anfibios tenían en el fondo del Vinoerrante.
Y hubo otras pocas cosas, si las hubo, que los kithkin nunca hubieran visto en
absoluto desde cualquier ángulo: antiguos troncos retorcidos que se habían fusionado
con el barro; bagres que rivalizaban en tamaño con las arbomandras pero que nunca
dejaban el barro y la grava; y lo que ella pensó podría haber sido un cementerio merrow.
Era sorprendente que esa cantidad de luz llegara hasta allí abajo. Brigid supuso
que se estaba moviendo a lo largo de unos seis metros bajo la superficie. Aún así ni ella
ni Sygg, cuya cola ondulante la saludaba desde adelante, habían levantado ni una brizna
de sedimentos durante todo su viaje. Brigid razonó que debía ser alguna magia de
cambiagua muy poderosa. Su paso no dejó pistas sobre las corrientes. Si Sygg llegaba a
optar por ahogarla Brigid imaginó que no se convertiría en mucho más que comida de
bagre.
Se trató de estirar y volvió a acordarse del aspecto tal vez más desagradable de la
magia de Sygg. Incluso alguien del tamaño de Brigid no podía desplegar sus brazos sin
gran esfuerzo. Tenía un montón de aire pero no se sentía como si hubiera un montón de
aire. Con respiraciones profundas y estables había estado luchando durante horas para
evitar un inminente ataque de claustrofobia.
El corazón de Brigid casi se detuvo cuando lo hizo su movimiento hacia
adelante. La inercia hizo lo mejor que pudo para derrumbarla contra el extremo
delantero del ataúd de cambiagua y la planta desnuda de su pie derecho resbaló contra la
superficie brillante. Su tobillo se torció dolorosamente, afortunadamente sin quebrarse,
pero no era una lesión que pudiera pasar por alto si ella planeaba caminar en cualquier
momento de un futuro próximo.
La arquera evaluó todo esto antes de que su corazón comenzara a latir de nuevo,
terminando justo a tiempo para que un cadáver merrow parcialmente comido chocara
contra la superficie de la burbuja de cambiagua con un sonido como una pierna de
saltanejo golpeando una pava de agua. Brigid gritó de terror quizá por primera vez
desde que habían sido una niña.
El merrow muerto descansó allí, causando que la parte interna de sus estrechos
confines se inclinara incómodamente hacia adentro. El cadáver quedó en las sombras

65
pero tan cerca de su rostro eso no importó. Brigid tuvo una visión íntima de la cuenca
del ojo izquierdo del merrow muerto donde una ondulante criatura agusanada parecía
haber consumido al anterior ocupante. El ojo derecho del merrow muerto era blanco y
turbio, la mitad de su mandíbula había desaparecido, y la que quedaba colgando batió
contra la burbuja con un ping, ping, ping. Entonces la cosa resbaló, desapareciendo a su
izquierda con una sacudida, dejando atrás una nube momentánea de carne putrefacta y
limo verde amarronado que brilló en la corriente.
"Kithkin." Susurró una voz en el oído izquierdo de Brigid. Esta vez ella no gritó
pero no fue por falta de esfuerzo. Sygg se había introducido en la cambiagua, sujetado
una húmeda palma escamosa sobre su boca y negado firmemente con la cabeza. "El
agua transporta el sonido, ¿sabes?," le regañó el merrow.
"¿Qué…?"
"Algo está mal." El perpetuo nivel de reproche de Sygg hacia la arquera se
fundió en una mueca ansiosa. "Hay merrow muertos en la corriente. Esto no debería ser
así."
"¿Ellos no siguen, ya sabes, dando vueltas, verdad?"
"¿De qué estás hablando?" Dijo Sygg. "Están muertos."
"Claro. Ya lo sabía," dijo la kithkin controlando lo que le quedaba de su
compostura. "Por lo tanto nos estamos quedando aquí abajo porque hay, ¿qué?,
¿boggarts en la superficie?"
"Tal vez," respondió el barquero. "Hasta ahora he vislumbrado a catorce de mi
especie. Les debo regresar al limo del río sin demora. El Vinoerrante ha tenido
suficiente de ellos, creo."
El kithkin apenas podía creer lo que oía. "¿Primero no deberíamos tratar de
averiguar lo que los mató?" preguntó ella con toda la calma que pudo. "¿Quizás
dividiéndonos? Uno de nosotros en el agua y el otro, ya sabes, en seco. Más seco."
"Tú no entiendes," dijo Sygg. "Si se los deja en el agua el Vinoerrante nunca
liberará sus almas. El Padre de los Carriles es un padre celoso y no le importa dar a sus
hijos a la Madre del Lecho. Sin embargo lo hace. Así que ya ves por qué no
podemos…"
"Si algo los mató también te puede matar a ti y entonces yo me ahogo."
Sygg miró a Brigid con repentina sospecha. "Tal vez los arqueros de Kinsbaile
han estado 'hundiendo ranas en un cubo' como dice el dicho kithkin. Matando merrows
en un crannog."
"¡Eso ni siquiera tiene sentido!" le espetó Brigid. "¿Por qué iba Kinsbaile,
cualquier kithkin, a querer matar merrows? Sin el río todos nos moriríamos de hambre y
los merrows son los guardianes del río."
"¿Cómo voy a saberlo?" gruñó Sygg. "Tal vez ustedes han descubierto alguna
manera de recorrer los carriles sin nuestra ayuda. Alguna especie de astuto artilugio
kithkin como sus arcovoladores y dirigibles y sus... sus jardines."
"Eso es una locura," dijo el kithkin. "Solo escucha lo que estás diciendo."
"Pero los nativos de Kinsbaile andan metidos en algunas cosas locas, ¿no?
Pequeñas ceremonias notablemente extrañas, como todo el pueblo queriendo quemar a
Colfenor."
"Yo no hice…" empezó a decir Brigid pero se contuvo. Esta pequeña
argumentación no la haría salir de su burbuja. "Haz hecho un buen punto. Pero Capitán,
si tengo que permanecer en esta burbuja durante mucho más tiempo me voy a volver
loca. Le doy mi palabra: No voy a actuar contra usted de ninguna manera"

66
"¿Aún cuando encuentres una falange de arqueros kithkin esperando?" Dijo
Sygg todavía sospechoso. "¿O tal vez sólo estás suponiendo que vas matarme una vez
que estés en tierra? ¿Acabar con el último merrow del Crannog Aughn?"
"Sygg," dijo Brigid. "Yo ni siquiera sabía que tu crannog era el Crannog Aughn
hasta ahora."
"Muy bien," dijo el merrow. "Te dejaré sobre la orilla sur del río, el lado opuesto
a tu pueblo."
"Ya sé de qué lado del Vinoerrante está Kinsbaile."
"Entonces entenderás por qué yo podría desear evitar un ataque kithkin si esto es
algún tipo de truco," dijo el barquero. "Te estaré siguiendo justo debajo de la superficie,
cerca de la costa. No oigo ninguna actividad en el crannog pero mi audición no es de
fiar si cruzatierras están esperando en emboscada." Sygg mostró unas pocas docenas de
dientes. "Cuando estemos a menos de cien metros espera en la orilla mientras yo
inspecciono las esclusas y los subniveles."
"¿Acaso no debería estar inspeccionando la zona de los cruzatierras del lugar?
Tú acabas de decir…"
"Tú solo vigila por cruzatierras acercándose a través de los muelles o caminos. Y
yo pensaría que una arquera de tu renombre podría acertar a un kithkin en movimiento,
o lo que se presente, a un centenar de metros sin mover una agalla," dijo Sygg. "Por eso
es que yo fui y saqué este arco del barro."
"Sí, gracias por eso," dijo Brigid sin molestarse en mencionar que la inmersión
no le habría hecho ningún favor a la cuerda del arco.
"Te avisaré cuando la costa esté despejada por debajo," agregó Sygg.
"¿Cómo?"
"En un minuto," dijo el merrow. "Cuando la costa esté despejada por debajo
comienza a ascender a través de la estructura interna. Encuéntrate conmigo en el muelle
sur. Entonces podremos rodear la parte norte."
"Suenas como un hombre que cree que sabe lo que va a encontrar."
"No sé lo que vamos a encontrar," admitió Sygg. "Espero que no sean más
muertos… Bueno. Sólo porque no estén haciendo ruido no significa que no estén ahí.
No significa que estén todos muertos." Ahora Brigid sintió que él no sólo estaba
hablando de la población del crannog como un todo sino de personas cercanas a él.
¿Acaso el hosco capitán tenía una familia, alguna cría merrow?
"Uno de esos cuerpos… ¿alguien que conocías?"
"Sí," dijo Sygg. "Algunos." Flexionó sus branquias y chasqueó los dientes en
una expresión merrow de determinación. "Y puede que haya más si no nos vamos ya.
Yo diría que esperes pero no hay realmente mucho sentido. Toma esto." Él sacó la mano
de la burbuja por un momento y cuando esta volvió a atravesar la cambiagua sostenía lo
que parecía una pequeña bola de cristal. La kithkin extendió su mano abierta y tomó la
esfera, que se sintió fría y familiar, era de cambiagua, y si había algo que ella ya conocía
era la sensación de la cambiagua presionando contra su piel.
"¿Qué hago con esto?" preguntó Brigid.
"Aférrate a ella," dijo el merrow. "Y ‘esto’ me llevó una hora darle forma así que
no la pierdas. Seguiremos en contacto a través de ella. Escucha mi voz." Y diciendo eso
Sygg se volvió a colocar delante de la superficie de la burbuja de cambiagua con apenas
un pop. Al momento siguiente Brigid se volvía a mover. A mover muy rápido.
Rompió la superficie del agua donde el río sólo tenía unos metros de
profundidad y las espadañas eran espesas y altas. Brigid las golpeó de cabeza y aterrizó
con un golpe húmedo boca abajo en el borde de un pequeño nido de tortuga, tan cerca

67
que la dueña del nido no se inmutó en esconder su cabeza dentro de su caparazón sino
que mordió la cercana nariz de la kithkin.
El dolor causó que Brigid se echara hacia atrás pero no a tiempo para evitar que
la pequeña bestia le hiciera sangrar. "Fantástico," dijo mientras se paraba de un
empujón. Con esfuerzo se las arregló para poner la mayor parte de su peso sobre su
tobillo bueno y no caer de nuevo en el barro.
La tortuga, satisfecha de haberse hecho entender, se alejó hacia el centro de su
nido, dejando que la extraña invasora cojeara hasta una tierra un poco más seca. No fue
difícil encontrar un tronco caído sobre el cual ella pudo subir un poco cómodamente
durante su inspección del Crannog Aughn.
La inspección, como sucedió, duró los cinco minutos que ella había esperado.
Brigid no sabía lo que esperar: boggarts, o elfos, tal vez incluso kithkin (aunque en su
corazón dudó de eso) pero ciertamente no había esperado ver a un trío jorobado de
merodeadores merrows salir del muelle superior del Crannog Aughn, agitando sus colas
a través del muelle sur y zambullirse en las aguas poco profundas cerca de la orilla. Se
estaban dirigiendo… De hecho se estaban dirigiendo hacia Brigid.
"Emboscada kithkin, ¿eh?" murmuró la arquera y casi saltó cuando Sygg pareció
responder.
"Arquera," dijo la voz de Sygg desde la esfera de cambiagua a través de un velo
de burbujeante distorsión. "¿Qué es lo que ves arriba? No he encontrado ni una maldita
cosa en el…"
Brigid nunca supo donde era que Sygg no había encontrado una maldita cosa. La
esfera de cambiagua en su mano simplemente perdió toda la tensión de su superficie y
se volvió a convertir en agua normal. La kithkin se quedó mirando en estado de shock a
su húmeda palma abierta por una fracción de segundo pero fue suficiente para evitar que
detectara el arpón de hueso dentado antes de que el misil le quitara de un golpe su casco
de confianza de su cabeza.

* * * * *

Sygg extrajo una lanza de hueso del carcaj en su espalda y la sostuvo con
firmeza en una mano, usando la otra para conducir mientras su poderosa cola lo llevó
hacia adelante a toda velocidad.
No, esa no es la forma, se dijo. La cautela es el acercamiento más inteligente.
Aunque el ansiara ver a sus crías y sus compañeros restantes tenía que sobrevivir para
llegar al crannog. Paró de nadar y dejó que la corriente se lo llevara en silencio hacia la
casa, sólo cortando el agua con su cola para evitar algún cadáver de vez en cuando.
Reconoció a algunos de ellos pero hasta ahora no había visto más de la familia.
El barquero casi había dejado a la kithkin ahogarse cuando había descubierto el
cuerpo de Creiddylan. Hacía mucho que ella era su compañera favorita, una amiga así
como la madre de más de dos docenas de sus descendientes. Creiddy había sido quien le
había asegurado a Sygg el mantenerse en contacto con toda su descendencia y también
sus madres. Ella había sido la razón que incluso Sygg sintiera que tenía una familia. El
barquero no había conocido nunca a muchos de sus hijos pero se había sorprendido por
lo bien que le hacía sentirse verlos crecer y convertirse en fuertes jóvenes merrow. Eso
se lo debía a Creiddylan y ahora su cuerpo probablemente nunca encontraría un hogar
en el limo del río. Su alma nunca llegaría a ser una con el Vinoerrante sino que en su
lugar derivaría a lo largo de sus corrientes por toda la eternidad. Y ella no era el único
pariente que él había visto muerto en el agua.

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Un par de merrows enredados pasaron al lado de Sygg. Si no hubiera sido por el
destello del gancho mientras el flotaba más allá de ellos él nunca habría supuesto que
aquello se trataba de algo más que desafortunados que la corriente los había golpeado en
un abrazo macabro. El gancho contó una historia diferente. Incluso ahora uno de los
cadáveres seguía aferrando su arma en un abrazo mortal mientras que el final de esta
estaba atascado en las branquias de su compañera. Era obvio que la compañera se había
sofocado en su propia sangre pero no había ni rastro del que había matado al portador
del gancho hasta que Sygg nadó más allá de ellos y miró hacia atrás.
La hembra había desgarrado el abdomen izquierdo del macho con, al parecer,
sus garras desnudas. Trozos de carne blanca y piel gris eran aún evidentes en el extremo
de sus dedos. Cuatro cortes profundos le mostraron a Sygg que el corazón del merrow
con el gancho había sido completamente dividido en dos.
El barquero, aún desconfiando de moverse demasiado rápido pero ya sin poder
dejarse simplemente flotar a lo largo de las corrientes del río, se conformó con aletear
perezosamente con su cola lo que lo llevó a las compuertas exteriores en cuestión de
minutos. El crannog debajo de la superficie era mucho mayor que la porción superior
pero los niveles submarinos solamente eran para merrows. Se sintió aliviado cuando vio
que no había burbujas de aire dentro de las propias compuertas. Si allí había cruzatierras
estos estaban aguantando la respiración. Hasta ahora todo bien.
Una sombra se movió más allá del rabillo de su ojo. El se dio media vuelta pero
sólo vio una corriente de burbujas blancas en donde había estado el movimiento. La
corriente alejó las burbujas instantáneamente pero para entonces Sygg no pudo ver lo
que las había causado.
Supuso que la sombra había tenido el tamaño aproximado de un merrow aunque
no pudo entender por qué si había algún merrow allí todavía no lo había recibido con
brazos abiertos.
Miró de nuevo a los dos merrow muertos en su final abrazo asesino. Tal vez
estos merrows no tenían ninguna razón para darle la bienvenida. Agarró la lanza de
hueso un poco más fuerte.
Después de unos minutos de explorar el interior del crannog y no encontrar
ninguna señal de ningún merrow o cruzatierra, vivo o muerto, Sygg se relajó
parcialmente. La forma que había visto era probablemente sólo un bagre o tal vez una
arbomandra joven. Estaba demasiado aliviado por la falta de cadáveres dentro del
Crannog Aughn para dejarse preocupar demasiado.
No, la preocupación más urgente era mantener un ojo en esa arquera kithkin. Él
todavía no confiaba en ella pero ahora necesitaba su ayuda. Con sólo un poco de
esfuerzo formó una esfera de cambiagua en la palma de su mano, hacer una esfera para
una cruzatierra como Brigid sólo llevaba una hora, en donde reflejó su rostro
pálidamente iluminado mientras trató de conectarse con su gemela. Sería mejor que la
kithkin no hubiera perdido la suya.
El barquero apenas había hecho contacto con la kithkin cuando vio un segundo
rostro aparecer en la reflexión sobre la piel de la cambiagua de su esfera. Reconoció el
rostro de Gulhee, el propio primo segundo de Sygg que transportaba carga desde y hacia
aldeas kithkin. Antes de que Sygg pudiera gritar una sola palabra de alarma su pariente
lo golpeó en la cara con una gran roca plana.

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Capítulo 8

Después de lo que pareció una eternidad abriéndose camino a través de un


universo de puras llamas, caer sobre la piedra del Monte Tanufel fue como un balde de
fría agua de río en el rostro. Cenizeida debía haberse estado moviendo a cierta velocidad
ya que el final de su paseo elemental había dejado un ardiente surco en el suelo de seis
metros de anchura.
A pesar de que su corcel, o guía dependiendo del punto de vista de uno, ya no la
estaba llevando a través del reino de fuego Cenizeida pensó que todavía podía sentir su
presencia. Escupió bilis ardiente cuando se puso en pie de un empujón y escudriñó los
cielos. El elemental pareció aparecer y desaparecer a voluntad del espectro visual pero,
eso sí, todavía estaba allí. Si ella se concentraba en su tenue conexión…
Allí. Ella vislumbró a la ardiente criatura contra el cielo brillantemente dorado,
pareciendo como si acabara de salir del mismo sol. El ser giró en el cielo, rodeando la
montaña misma durante unos minutos, y finalmente descendió para posarse sobre el
pico más alto de Lorwyn. Se quedó allí, una pequeña forma equina rodeada de fogosas
alas claramente visibles incluso a esa distancia. Ella sintió una vez más el zumbido de
contacto con el elemental y supo que este la vio tan claramente como lo hacía ella.
No un corcel. Un guía.
"Ya he tenido suficiente con tus declaraciones," dijo Cenizeida y se dio cuenta
que era verdad. Toda su vida se había dedicado a buscar y entrar en comunión con esta
criatura y allí estaba esta jugando con ella. Ella sabía que el Camino de la Llama no era
un paseo casual que uno tomara para pasar el tiempo pero desde que ella había hecho
contacto con esta criatura esta parecía decidida a atormentarla. Ya no más.
"¿Quieres jugar a seguir al líder?" preguntó ella. "Bueno, yo ya me cansé de
jugar. Esto ya no es un juego. Es una cacería."
Si el elemental escuchó o entendió sus palabras no respondió así que ella
continuó cediendo con malevolencia a la hirviente cólera y resentimiento que sentía
hacia esta criatura, y a Colfenor, y a la kithkin, a todos los que la habían hecho pasar por

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esa ardiente pesadilla en Kinsbaile. Quizá al final este era el verdadero significado del
Camino de la Llama: hacer desaparecer las ilusiones y los sueños infantiles de
comunión y comprensión. "Yo voy a encontrarte y ambos vamos a llegar a un acuerdo.
Y el que se interponga en mi camino arderá."
El elemental en la cima de la montaña ardió de un color blanco contra el cielo y
sus alas se desplegaron hasta que el caballo desapareció, dejando sólo una abrasadora
media luna dada vuelta hacia arriba.
Tú no entiendes.
El elemental se desvaneció con un destello final y un sonido como un trueno.
Por más que lo intentó Cenizeida ya no pudo verlo. Sólo vislumbró un penacho de lo
que podría haber sido vapor escapando de un respiradero volcánico.
El elemental se había ido, su conexión rota. Después de un momento aturdido el
resto de su entorno se enfocó con más claridad. Nada importó más en esos primeros
segundos que el vacío en su alma que el ser había dejado atrás y esa ausencia se sintió
aún peor que la repentina violación de poder que ella había experimentado en Kinsbaile.
Había tierra, piedra, debajo de su espalda, y su cuerpo tenía peso en contra de
ella. Cenizeida se sintió inusualmente fría después del calor de la persecución y su
enojada declaración. Sus llamas habían disminuido hasta casi el punto de apagarse por
completo. La llameante no se había sentido tan débil desde antes de que el elemental la
había reanimado forzosamente, la primera vez que ella había hecho ese terrible
contacto. El elemental de fuego había sido tan crudo y puro que ella ni siquiera había
intentado contenerlo.
Aún así la ira y el sentimiento de traición ardió en su interior, así como más que
un poco de culpa. La culpa fue involuntaria pero estaba allí, unida con la vergüenza de
haber sido utilizada y su determinación de no volver a serlo nunca más de esa manera.
A medida que su mente reafirmó el control en ausencia del elemental las llamas
del Cenizeida ardieron brillantes una vez más, titilando caóticamente hacia arriba y
abajo de su cuerpo. Ella tenía un nuevo propósito, una nueva sección en el Camino de la
Llama, pero seguía siendo una peregrina. Un peregrino se mantenía en calma en la
adversidad y también en el dolor, el sufrimiento, el miedo, la culpa y, sobre todo, la
furia.
Nuevos e inesperados sonidos irrumpieron en su introspección mientras el resto
de sus sentidos regresaron para quemar plenamente. Al principio la llameante ni
siquiera reconoció los sonidos como voces, tanto tiempo había pasado desde la última
vez que ella había escuchado el lenguaje de su hogar en la montaña. Ninguna otra
criatura en todo Lorwyn podría imitar la lengua de los llameantes, con sus rasguños
susurrados y sus huecas exhalaciones de azufre. Ella estaba una vez más entre los de su
especie. Aunque no pudo precisar de inmediato cuántos de ellos. Cenizeida sólo pudo
escuchar dos voces individuales pero podría haber otros allí, en silencio y esperando.
El elemental había llevado a la peregrina a su hogar pero por muy poco y ahora
esperaba en la cima del pico que le había dado su vida. La superficie caliente del Monte
Tanufel fue inconfundible una vez que ella dejó que sus llamas lamieran la roca del
subsuelo. La roca no era más que la punta de una montaña entera de piedra viva que se
había extendido miles de metros bajo la superficie de Lorwyn. Sin embargo, una vez
hecho contacto, a ella se le hizo imposible retirarse. Era completamente diferente al
toque del elemental o al reino de fuego pero aún así le recordó que ella no era la
llameante que había sido cuando había partido en sus andanzas.
Cenizeida estaba un poco más arriba en la cumbre de lo que había creído al
principio. El surco excavado en la piedra a su llegada terminaba en un peñasco asentado
encima de un dedo de profundidad de roca gris en la mitad de la montaña. Cenizeida

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notó que conocía este lugar ahora que hacía un esfuerzo por concentrarse en algo que no
fuera el elemental. A sólo unos metros de distancia a cada lado de ella había un
precipicio que no terminaría por varios cientos de metros, una caída que haría volver a
incluso el más fuerte y más pedregoso de los llameantes a la piedra de donde había
venido. Las voces venían de la dirección de la cima de la montaña, que se alzaba unos
pocos cientos de metros por delante de ella antes de terminar en la cima plana del Cráter
Tanufel, el lejano sitio donde estaba posado el elemental. El Monte Tanufel estaba
plagado de afloramientos y protuberancias puntiagudas de piedra metálica y ella podría
haber estado descansando en cualquiera de ellos. Pero a juzgar por el aspecto de sus dos
visitantes ella estaba sobre el que servía como atalaya de observación en tiempos de
guerra, agujas olvidadas y sin uso durante generaciones.
Los dos oradores interrumpieron su conversación cuando Cenizeida se sentó
abruptamente, tiesa como un palo. Los conocía a ambos, o más bien conocía sus capas
de quebracho. "Monjes de la Brasa Caída," saludó ella. "Saludos. Soy Cenizeida, una
peregrina. Les pido que me permitan pasar sin obstáculos." Dejó que la declaración
flotara en el aire sin añadir más amenaza a ella. No iba a dejarse intimidar o detenerse
ahora pero tampoco quería hacer enemigos de los Brasa Caída. Eso sólo sería añadir
más dificultades a una cacería que ella sabía iba a ser muy difícil.
Los Monjes de la Comunidad de las Brasas de la Montaña eran guerreros
llameantes sagrados, descendientes espirituales del último guerrero llameante que había
combatido a las tribus de elfos por el dominio mucho tiempo atrás. O al menos eso
decían. Cenizeida había conocido a algunos de ellos antes de que había salido en su
camino y había encontrado que la mayoría de ellos no pasaban mucho tiempo
entrenándose en el arte de la guerra como alegaban.
Cada uno de los Brasa Caída estaba cubierto desde el cuello hasta los pies en
placas de corteza de quebracho entretejidas con hilos de acero. Sus cabezas y brazos
estaban desnudos y en llamas. Cenizeida había oído que se tomaba más de diez años
terminar los uniformes de los monjes gastando nueve de estos en la recogida de la
corteza de quebracho arrojada naturalmente. Para su sorpresa sus vestimentas
cuidadosamente cosidas no hicieron ningún sonido a medida que avanzaron al unísono
hacia ella. La llameante notó que ninguno de ellos se movió más rápido. Si estos dos
monjes tenían un líder este no estaba presente. Mientras ella quisiera no serían difíciles
de tratar. Si tenía que hacerlo podría llamar a su poder elemental y convertir su
quebracho en cenizas.
Ninguno de los monjes respondió inmediatamente. En su lugar se volvieron
hacia ella como uno solo y se adelantaron.
"Pido disculpas por esta intromisión," continuó diciendo Cenizeida. "Si me
permiten pasar a través de las puertas del monasterio me sentiré honrada de dejar una
ofrenda por su continuo…"
Los ardientes puños de los desconocidos atacaron al unísono, uno en el centro de
su abdomen y el otro con fuerza contra su mandíbula. Cada uno de ellos siguió el primer
golpe con golpes más fuertes que hicieron tambalear a Cenizeida. El pico de la montaña
giró como un juguete kithkin y Cenizeida retrocedió un paso, dos pasos, y un tercer
paso involuntario sólo encontró un espacio abierto. Las miradas despiadadas de los
Brasa Caída se cruzaron con su grito de rabia sin un rastro de emoción, sólo
moviéndose para seguir su descenso cada vez más veloz.

* * * * *

72
"¿Cómo les has llamado?" preguntó el retoño a su hada… compañero. Sí,
"compañero" era la única palabra para él, aunque la palabra parecía poco atractiva por
razones que ella no podía ubicar. Ese último día la joven tejo había experimentado esta
sensación en diversos grados y sabores con creciente frecuencia.
"Les llamé ‘ratas terrenales.’ Parodias cometierras de las hadas. Olorosos
gusanos que deberían ir arrastrándose al Vinoerrante y ahogarse."
"¿Te das cuenta de que están justo aquí?" preguntó el retoño. "¿Y que pueden
oírte?"
"¿Crees que me importa lo que piensen?" se burló Endry. "No son familiares
míos, sin importar lo que digan."
"Son tus familiares," dijo el retoño algo desconcertado por la incapacidad de la
criatura diminuta
para captar este
hecho
completamente
evidente. Había tal
vez unas veinte de
las "ratas," cada una
prácticamente
idéntica (desde el
punto de vista del
tejo) a Endry salvo
por la falta de alas
plateadas, y cada
una dedicada a
apuntar
afanosamente
estacas de plata
hacia los pies de
raíces del retoño. Cada una de ellas salvo aquellas que no estaban enganchando sus
ramas con diminutas cuerdas con ganchos y tirando fuertemente en un aparente esfuerzo
por derribarla sobre su espalda. ¿Por qué?, ella no pudo decirlo. Por lo tanto Endry
tendría que hacerlo antes de que ella fuera disuadida aún más de su objetivo.
Esa no era la primera vez en su corta vida en la que ella había estado
lógicamente correcta y absolutamente equivocada y esto alarmó al retoño casi tanto
como sus combates cada vez más frecuentes de emociones que no parecían ser propios
de ella.
"No estoy hablando con ellas," reiteró Endry. "Ellas deberían haber tenido el
buen sentido de ir a morir cuando perdieron sus alas."
"Algunas de nosotras fuimos brotadas sin alas," respondió espontáneamente una
de las hadas caminando. Se apoderó de una cuerda y se unió a los esfuerzos de los
demás, lo que obligó al retoño a esforzar cada fibra de su estrecho tronco verde para
evitar flexionarse bajo la tensión. Con alas o no estas hadas eran tan fuertes como Endry
y sus hermanas.
"No me importa, Yo… ¡Cállate! ¡No estoy hablando contigo rata de tierra!"
"Eso ha herido realmente mis sentimientos," dijo otro, uno de varios machos.
"Ustedes son los que invadieron nuestro exilio. Como si nosotros quisiéramos hablar
contigo, Bola de alas."
"¿Bola de alas?" rabió Endry. "¡Ven aquí y dímelo en mi cara!"

73
"Endry," dijo el retoño luchando por mantener la calma en su voz. "No puedo
permanecer de pie por mucho tiempo. Si me caigo no voy a ser capaz de levantarme de
nuevo hasta que estas hadas me liberen. Creo que no tienen previsto hacerlo pero estoy
segura de que no lo harán si sigues peleando con ellos."
"No, definitivamente no," dijo el terrenal masculino con los sentimientos
heridos. "Ustedes dos han destruido nuestro pueblo."
"Yo no hice nada por el estilo," se opuso el retoño. "Yo no estaba consciente de
que su…"
"¡Su asqueroso pueblo maloliente se lo merecía!" gritó Endry aún más agitado
que antes.
"Este árbol pisoteó nuestro pueblo," cargó la hembra. "Ahora necesitamos
nuevos hogares. Tu amiga aquí va a convertirse en esos hogares una vez que logremos
tallarla. ¡Así que vete a volar mosca!"
"Vivirá," añadió el macho, "pero apuesto a que se volverá loca. Bola de alas."
"Ustedes están locos si creen… Esperen, ¿qué estoy diciendo? A mi no me
importa lo que hagan con este retoño de tejo."
"¿Qué no te importa?" preguntó el retoño.
"¿No te importa?" repitió la hembra terrenal.
"¡Yo estoy en una misión para encontrar a la peregrina llameante!" dijo Endry
con orgullo. "Y a la peregrina tampoco le gusta mucho este palo caminante. Le da malos
recuerdos. ¿Quién la necesita?"
Ahora el retoño estaba sintiendo verdaderamente miedo y estaba casi segura de
que este sentimiento no era un eco heredado del alma de su padresemilla. Era
demasiado instintivo, demasiado agudo. Los portadores de picas habían completado su
trabajo y se escabulleron a sus cuerdas con ganchos, y lo más parecido a un aliado que
tenía el retoño estaba haciendo su mejor esfuerzo para animar a las criaturas que querían
matarla a hachazos.
"¿En serio? ¿No te importa?" preguntó el macho. "Pero estabas viajando con ella
y hablándole como si fuera tu mejor amiga del mundo."
"Sí, no nos quieras engañar," dijo un tercer terrenal con voz aguda. "Esto
realmente te va a bajonear. ¡Bajo como un terrenal!"
"¡Como nosotros!"
"¡Háganle sentir lo que se siente el ser uno de nosotros!"
"¡Figurativamente hablando!"
"¡Sí, figurativamente!"
"¡También emocionalmente!"
"Figurativamente y emocionalmente hablando," dijo Endry girando en el aire
para mostrarle sus cuartos traseros a los terrenales, "ustedes gusanos pueden quedarse
con esto porque yo me voy. Ya tienen su diversión. No me quedaré aquí para ver."
"¡Nora, tú dijiste que íbamos a dar un golpe para los sin alas! ¡Qué él le haría
saber a la Gran Madre de nuestra situación!"
"Si a él no le importa, ¿por qué estamos tratando de derribar un árbol? ¡Un árbol,
por la Madre! ¡Nosotros somos hadas! Si Oona estuviera aquí para oír…"
La discusión continuó pero poco a poco la tortuosa tensión contra el tronco del
retoño se alivió cuando las diminutas criaturas soltaron sus cuerdas con ganchos,
uniéndose al parloteado debate. Otros arrancaron las picas de sus pies con disgusto y
ella permitió que savia se desplazara a las áreas lesionadas. Sanarían rápidamente; las
heridas de las raíces siempre lo hacían.
"Si se me permite," dijo el retoño, "me gustaría tomar un momento para
compensar mi falta de cuidado."

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"¿Sí?" dijo el terrenal masculino. "¿Y cómo vas a hacer eso?"
"Magia, por supuesto," respondió el retoño. "Por favor, llévenme a su pueblo."
"Para que puedas volver a pisotearlo, ¿cierto?" preguntó Endry esperanzador.
"¿Cierto?"
"¿Por qué hacer aún más daño?" dijo Nora y se volvió hacia sus compañeros
terrenales. "Tal vez deberíamos clavarla de nuevo."
"Eso no es necesario. Por favor, Nora, ¿verdad? Déjame ayudarles."
"Muy bien," respondió la terrenal. "Sígueme, pero mantén tu distancia."
Tomó menos de un minuto desandar el camino y encontrar la aldea terrenal
destrozada, la que el retoño no se había dado cuenta era una "aldea" en absoluto.
Consistía en un gran tronco podrido situado a lo largo del camino lleno de plantas que el
tejo y el hada habían estado siguiendo hacia el Monte Tanufel. El retoño, incapaz de
rodearlo, había pasado a través de el.
"Es una aldea," soltó Endry. "¿Por qué molestarse? Ustedes… Ustedes gente
están viviendo como kithkins. Como kithkins." Sus alas zumbaron con rabia en la
última palabra. "Retoño de tejo empieza a dar pisotones. Tú sabes que es lo correcto."
"Endry," dijo el tejo, "creo que deberías inspeccionar el terreno por delante."
"De ninguna manera," dijo el hada. "Sé que estás tratando de hacerme callar. No
va a funcionar."
El retoño no eligió seguir el argumento. En cambio se inclinó para mirar más de
cerca, doblando su flexible tronco verde y sus piernas de una manera que habría roto el
esqueleto de un elfo en cuatro lugares. El tronco había tenido unos noventa centímetros
de diámetro, muerto y podrido y aún así lleno de vida vegetal y animal. En medio de los
nidos y chozas destrozados que habían sido la mayor parte de los hogares de los
terrenales había insectos y criaturas aún más diminutas que los insectos llenando cada
rincón de musgo y madera rota. Ella se sintió aliviada al no ver ningún cadáver de
terrenal entre los restos.
"Un montón de musgo," dijo el retoño. "Colfenor sabe..."
"¿Colfenor sabe qué?" preguntó Endry.
"¿Qué es un Colfenor?" preguntó Nora.
"Eso muestra lo que sabes," dijo Endry. "Colfenor era un gran sabio del pueblo
arbóreo."
El retoño se desconectó de lo que sin duda sería una biografía muy imprecisa de
su semillapadre y extendió ampliamente sus dedos de brotes. Los bajó suavemente en su
lugar sobre la porción arruinada del tronco, cubriendo el hueco de noventa centímetros
de ancho marcado por su huella de arbóreo, y comenzó a susurrar. El sonido fue como
el viento silbando entre las ramas de un bosque solitario y le permitió al retoño tocar el
laberinto con forma de red del poder mágico que entrelazaba cada centímetro cuadrado
de la tierra y la madera.
El musgo respondió, susurrándole con una débil voz colectiva que crujió como
hojarasca bajo sus pies. Extendió finas fibras tan pequeñas que sólo un hada podría ver
y las fibras atravesaron las heridas en los pies del tejo para alimentarse de una parte
infinitesimal de ello.
Ella había sido afortunada de encontrar esta clase particular de musgo. Era un
carroñero que se alimentaba de madera muerta como la del tronco y esto le dio a ella
una forma de manipular fácilmente su crecimiento. El musgo consumió la savia del
retoño y transformó la materia de la vida en la materia de la muerte, puro veneno de tejo
concentrado. Ella había pensado que eso podía ser hasta cierto punto doloroso pero
ejerciendo su voluntad y los dones de Colfenor en su lugar sólo fue emocionante. Era el
proceso natural de la vida alimentándose de si misma, sirviendo como una herramienta

75
para crear más vida. El veneno no era su objetivo sino el medio por el cual ella iba a
reconstruir la aldea similar a una colmena de los terrenales.
El musgo, aunque lleno de magia mortal, creció a lo largo de sus dedos
extendidos como sinuosas parras a lo largo de un viñedo kithkin. Se alimentó de
aquellas partes de la savia que no fueron utilizadas en la creación del veneno. El tejo,
con sutiles empujones y matizados halagos, animó a tomar forma a un facsímil de los
hogares de los terrenales bajo sus manos, reemplazando cada choza, montículo, y celda
con tanta precisión como su memoria de raíces se lo permitió. El retoño sintió todo el
pueblo asentarse en el suelo después de los hechos y con su guía el musgo reconstruyó
todo en cuestión de minutos. Con crujidos y un gemido involuntario de alivio ella se
enderezó y se puso de pie, contemplando su obra. Un toque aquí, un toque allá, más o
menos tan bueno como nuevo. Excepto por el musgo.
El musgo seguiría creciendo. Eso era para lo que había sido el veneno.
Descubrió que había programado este veneno especial para trabajar casi a la
perfección. Tan pronto como ella declaró completa la nueva aldea del tronco que el
retoño vio al musgo comenzándose a poner negro y enjuto. Mientras murió el musgo se
solidificó en una imitación aproximada de madera, hasta el último pedazo del mismo.
Ahora la aldea no se volvería demasiado grande por sí misma en cuestión de horas pero
probablemente duraría más de lo que lo hubiera hecho si ella no la habría pisoteado
aquella primera vez.
Fue entonces cuando ella se dio cuenta de que aún nadie había sido testigo de su
obra. Los terrenales parecían haber hecho algún tipo de paz con Endry, que flotaba en
alto y claramente disfrutando de sí mismo.
"Y así es como Colfenor mató a Maralen, la Gigante de Siete Brazos. Bestia del
Valle Mornsong, que también apestaba a un montón de excrementos de kithkin."
"Pensé que habías dicho que Maralen era una elfa estúpida que Colfenor se
comió durante la Noche de la Comilona Elfica de los Arbóreos," dijo Nora.
"¿Y no era Maralen también el nombre de la vaca?" le preguntó su compañero.
"¿Aquella cuyo estiércol mágico volvió el resto del ejército de Colfenor contra él?"
"Definitivamente era la vaca," confirmó otro.
"Sólo les estoy contando las historias que conozco, mis pequeñas ratas de tierra,"
dijo Endry con lo que pareció ser, para él, un gran afecto. "Juzgad vosotros mismos."
"Endry, ya está hecho," dijo el retoño. "Terrenales, sin alas, su hogar ha sido
rehecho. El musgo volverá con el tiempo pero por ahora debería ser exactamente como
lo dejaron. Una vez más lo siento por las molestias que les he causado."
"¿Cómo hiciste…? Oh, mi…" dijo Nora. El resto de su paseo por la renovada
aldea del tronco fue hecho en silencio, haciéndose eco por el resto de los terrenales
mientras miraban cuán completa había sido la renovación.
Para sorpresa de nadie fue Endry quien rompió ese reverente silencio. "Sí,
bueno, Nora, otras ratas de tierra, todos y cada uno, realmente debemos seguir nuestro
camino," dijo él en un tono que el retoño encontró cómicamente extraño, sonando como
si estuviera tratando de bajar la voz un registro completo y fallando por la mitad.
"Vamos Endry," dijo el retoño.
"Esperen," dijo Nora desde lo alto de una torre de tres pisos de madera-musgo.
Subió corriendo por una rama rota que servía como un puente hacia el exterior del
tronco y saludó al hada. "Endry de Glen Elendra."
"¿Cómo me has llamado?" dijo Endry. "Nunca nadie me ha llamado nada de
eso."
"¿Fue incorrecto?" preguntó Nora.
"No, yo sólo… No. Gracias. Quiero decir, no lo fue. Y te doy las gracias."

76
"Creo que lo entendí," dijo Nora. "Endry, ¿podrías hacer algo por nosotros? ¿Le
dirías a Oona que estamos aquí? ¿Que existimos?"
"Si lo sé, ella lo sabrá," dijo Endry y esta vez el retoño no oyó ninguna nota falsa
en su voz en absoluto. Fue, en la corta experiencia del tejo con el hada, la primera.
La aldea destrozada de los terrenales había quedado a unos ochocientos metros
por detrás de ellos antes de que Endry alcanzara al tejo, anunciando su presencia con
vítores. "¡Ja! Yo me di cuenta de eso por mi mismo. ¡Muerde un hongo, Veesa!"
"¿Te diste cuenta de que? ¿Que yo podría ayudarles a rehacer su casa?"
"¿Qué? No, eso fue estúpido y no fue mi idea, muchas gracias. Me refiero al
plan," dijo Endry. "Les hice pensar que no me importaría si te hacían picadillo. Eso les
desconcertó bastante, ¿no?"
"¿Así que te importaba?" preguntó el retoño confundida.
"No," dijo Endry. "Y entonces les puse a todos a pensar que me gustaba
contarles historias. ¡Ja! ¡Esa fue la segunda parte brillante!"
"¿No te gustó?"
"¡Por supuesto que sí!" dijo el hada riendo. "¿Cómo voy a ser un héroe hada
grande y famoso, aún más famoso quiero decir, si no practico mi técnica de narración de
cuentos épicos?"
"Ahora suenas como la arquera kithkin," dijo el retoño.
"Retira lo dicho." Dijo Endry pero no del todo convincente. "Y luego hubo esa
parte al final. Como si yo le vaya a decir algo a Oona acerca de esos cabrones."
"Pero era cierto, ¿verdad?" preguntó el retoño. "¿Oona sabe todo lo que tú
sabes?"
"Oh," dijo Endry. "Bueno, tal vez sí, pero…Oh. Ratas."
"¿Por qué tu caparazón es rosa?" preguntó el retoño.
"No lo es."
"Sí, lo es."
"No estoy flotando por aquí sólo para ser insultado," dijo Endry.
"Flota donde quieras," dijo el retoño. "Pero tú eres de color rosa, mi amigo. Tal
vez deberías hacer que una de tus hermanas le echara un vistazo a eso."

* * * * *

A Cenizeida le tomó tres segundos completos reaccionar con algo más que un
grito de sorpresa después de que sus pies tocaron por última vez la roca sólida. Luego,
con el suelo de abajo dirigiéndose hacia ella a una velocidad vertiginosa y la ráfaga de
viento rotando su cuerpo cayendo, la necesidad de permanecer encendida la abrumó y
ella ardió de forma involuntaria. Luego su control voluntario se hizo cargo y Cenizeida
hizo salir tantas llamas como pudo reunir para mantener a raya el viento.
Pero seguía cayendo. La sensación no fue nada como el viaje de ensueño que
había tomado a través del reino elemental. Ese viaje iba a terminar en la muerte, incluso
para ella.
El recuerdo del elemental todavía estaba allí. Concentrarse en él. Llamarlo.
Traer al elemental allí. Seguramente ella podía hacer eso. Ella ya lo había hecho dos
veces sin siquiera intentarlo.
Este se negó a acudir en su ayuda pero su esfuerzo fue suficiente para abrir un
destello momentáneo de contacto. El elemental podía sentir su hostilidad e ira pero su
miedo de ella había regresado con justificación. Eso fue lo que ella sintió en la conexión
que había abierto. Pero, aún si el elemental lo quiso o no, por una fracción de segundo
Cenizeida estuvo en contacto directo con el elemental y ella no sintió ningún reparo en

77
tomar concientemente el poder que alguna vez había sido visto obligada a lanzar sobre
ella.
La explosión incineró las copas de varios árboles que tuvieron la desgracia de
estar directamente debajo de ella. La llameante, en el centro de la conflagración, luchó
por frenar el aumento de las energías que se negó a ser embridado. Quizá ella pudiera
guiar a esta energía y ella misma hacia abajo. Cenizeida quedó un poco alarmada por lo
fácil que le fue cuando puso su mente en ello. La llama prestada se convirtió en una
cuña de calor y energía dirigidos que consumió los troncos de los moribundos árboles
de la montaña hasta sus raíces y siguió su camino, haciendo un hongo de humo contra el
suelo rocoso.
Y aún así el poder prestado del elemental arrasó a través de ella. Cenizeida tuvo
la intención de tomar tanto como pudo, de consumir por completo al elemental si tenía
que hacerlo, pero había subestimado gravemente la cantidad de energía que había para
tomar.
Debería estar muerta, se dijo Cenizeida a sí misma al sentir su caída, ya
desacelerando, deteniéndose a unos dos metros por encima de la ladera de la montaña
envuelta en llamas. Y entonces ella comenzó a subir en una columna de vapor y humo
negro. Cuanto más desvió el poder hacia el suelo más rápido fue. Pronto ella tuvo la
aguja rocosa desde la que había caído a la vista y con menos esfuerzo que antes. Tal vez
los monjes que la habían arrojado por el borde aún podrían ser tomados por sorpresa.
Una veloz patada a la cabeza cuando ella llegó a la cima de la atalaya le privó
rápidamente de esa noción. La cabeza de Cenizeida golpeó el costado de la montaña
pero se recuperó sin demasiado daño a otra cosa que su orgullo. Los llameantes
inusitadamente agresivos habían seguido con claridad su descenso, su muerte poco
probable, y su ascenso lentamente acelerado. Ni por un momento habían sido
engañados.
Ella casi utilizó el rebote para contraatacar salvajemente y sin piedad pero algo
la hizo detenerse y tomar un buen vistazo con lo que estaba luchando. Dos de ellos. Los
mismos dos. No eran tan idénticos como ella había supuesto por primera vez. La
similitud de su vestimenta y su extrañeza le había impedido darse cuenta de las
diferencias de matiz, constitución y tamaño. Ellos también habían ajustado sus
posiciones y ya no estaban más uno al lado del otro, el que tenía la llama ligeramente
más azul estaba más
adelantado por un
par de metros
mientras que el
monje más dorado y
ligero se hallaba
perpendicular a los
hombros del otro,
dándoles una
razonable cobertura
de 360 grados. No
sabía lo que estaban
esperando a parte de
ella pero Cenizeida
se sintió un poco
desairada. Ella
estaba canalizando el
poder de un

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elemental y parecía como si ellos estuvieran a punto de enseñarle una simple lección a
un estudiante errante.
Cenizeida ya había observado lo suficiente. Si estos dos querían una pelea
obtendrían todo lo que ella tenía de su elemental de fuego y algo más. Sus ojos
parpadearon y ella envió la llama viva golpeando contra la montaña, conduciéndola
hacia sus enemigos como una flecha ardiente. O lo habría hecho si su conexión con el
elemental no habría sido retirada de su agarre. La voluntad del elemental, supo
inmediatamente. Y ella estaba cayendo una vez más.
Esta caída no fue ni de tan lejos tan peligrosa. Se deslizó por la ladera unos
pocos metros para aterrizar sin gloria sobre sus cuartos traseros con un ruido sordo. Una
pequeña cascada de grava la duchó sobre sus hombros y su cabeza, chisporroteando y
estallando mientras su fuego rugió furiosamente.
Otra breve avalancha de grava esparció arenilla sobre sus piernas dobladas y ella
siguió la cascada con su mirada hasta su fuente. El monje azul estaba parado en el borde
interior del afloramiento, con las manos en las caderas. No sonrió y ni siquiera pareció
particularmente amable pero sus ojos habían perdido su chispa asesina que sólo otro
llameante podría reconocer. Aún así hizo un gesto con la mano al monje dorado para
que se acercara y luego hacia el cinturón del subordinado. El monje dorado desenrolló
un rollo de acero tejido y le arrojó el extremo a Cenizeida, luego apoyó su pie contra
una roca sólida.
"Le has impresionado," dijo el monje dorado. "¿Puedo interesarte con una taza
de té de kerosén?"

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Capítulo 9

Iliona observó de cerca a Rhys mientras este se introdujo en el centro del


círculo quemado en la base del valle. El bajó la mirada hacia la superficie humeante que
marcaba el lugar en el que ellos habían visto por última vez a Cenizeida. El cazador elfo
olfateó el aire, frunció el ceño y miró a Maralen. "Despliégate," dijo. "Encuéntrala."
Maralen se situó en el borde del claro. "No creo que siga aquí."
Iliona no sintió la presencia de Maralen inmiscuyéndose en su mente, lo que
significó que la repugnante criatura estaba demasiado preocupada por los otros
pensamientos doblados y retorcidos que sacudieron su cabeza de oscura cabellera. Bien.
Tal vez ella no se daría cuenta de que faltaba Endry o cuanto tiempo hacía que el
gemelo masculino se había ido.
"No creas," soltó Rhys. "Sólo… Por favor sólo envía a las hadas a explorar el
área inmediata. Que busquen signos de Cenizeida o de la dirección en la que se fue."
Rhys se cruzó de brazos mientras esperó.
Maralen asintió. "Ya lo han oído," dijo ella. "Den una buena mirada alrededor y
dígannos si ven algo."
"Ahora mismo." Iliona le hizo señas a Veesa para que la siguiera y salió
disparada muy alto a las partes altas de los árboles. De su actitud, Rhys obviamente no
esperó que las hadas encontraran algo útil. El elfo, siendo la pragmática y paternal
criatura que era, tenía que asegurarse.
Iliona rompió a través del dosel en el sol brillante de la mañana, Veesa se le unió
segundos después. Las hermanas Vendilion se dieron la mano y presionaron sus frentes
juntas mientras hablaron.
"Una pérdida de tiempo," dijo Veesa. "Hace mucho que la llameante se ha ido."
"Y trabajo pesado," agregó Iliona. "¿Dónde está Endry?"
"No le he visto," dijo Veesa. "Él murmuró algo acerca de todas las cosas
divertidas que hay para investigar por aquí. Me imagino que husmear por el sendero
inexistente de una peregrina extraviada no está muy a su altura."
"Lo sé," respondió Iliona. "Es por eso que te detuve aquí. Tengo una propuesta
radical."
"Oh," dijo Veesa fingiendo un gran interés. "Dime, dime."

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"Tuve la idea cuando solamente tú contestaste a su llamada para darle a los
gigantes su sueño especial. Maralen nos dio órdenes. Yo digo que si esas órdenes se
llevan a cabo para su satisfacción no importa cuál o cuántos de nosotros consiguen
hacer el trabajo."
"¿Desobedecer?" Los ojos de Veesa brillaron.
"No directamente. Más bien como... interpretar vagamente."
"Pero Madre Oona nos hizo prometer ser buenos."
"Endry ya ha roto esa promesa. De lo contrario estaría ahora aquí, ¿no es así?"
"Pero no podemos ser malos sólo porque Endry lo fue." Veesa pudo haber tenido
la intención de decir palabras cautas pero su expresión encantada traicionó por completo
sus verdaderos sentimientos.
"Oh, seremos buenos. Maralen conseguirá lo que ella pida. Así que, ¿por qué
nosotros no podemos conseguir lo que queremos?"
"Yo quiero un montón de cosas," dijo Veesa.
"Pero una cosa en particular: volver a hacer lo que nos plazca."
"¿Qué tienes en mente?" dijo Veesa.
"Tú ve a buscar a la llameante," dijo Iliona. "Y no la encontrarás porque ella ya
no está aquí. Así que haz eso, ambos cubriremos a Endry, y yo volveré para vigilar a
Maralen y Rhys. Quiero ver cuan de cerca ella nos está prestando atención, cuanto nos
podemos salir con la nuestra."
"¿Así que quieres que yo busque a la llameante?"
"Así es."
"A pesar de que no vaya a encontrarla."
"Exactamente. A Maralen no le preocupa de verdad la búsqueda del fósforo, ella
sólo quiere montar un espectáculo. Ni siquiera ha echado de menos a Endry en la
medida de lo que se pueda decir."
Veesa sonrió. "¿Así que me tengo que poner a hacer nada? Me gustan los planes
que me obligan a no hacer nada."
"¿Entonces estamos de acuerdo?" Veesa asintió, su expresión aguda y fría. Iliona
liberó las manos de su hermana y se alejó flotando. "Sigue adelante entonces," dijo ella
y las hermanas Vendilion se separaron con una risa compartida.
Iliona descendió lentamente del dosel, con cuidado de no traicionarse a sí misma
por sonido, vista, o pensamiento. Le tomó concentración y esfuerzo, dos cosas por las
que las hadas no eran famosas, pero fue capaz de mantener el más mínimo toque de
contacto con su hermana sin llamar la atención de Maralen. Iliona esperó encontrar
pronto a Endry. Cuanto más pronto dominaran el hablar a espaldas de su supervisora
más pronto podrían explotarlo.
Iliona se posó en una rama gruesa y se agazapó entre las sombras.
"Así que todo se debe a magia de llameante," dijo Maralen, "Cenizeida en la
búsqueda de su elemental."
"Parece ser así," dijo Rhys.
"Es así," dijo Maralen. "¿Qué otra cosa podría ser?" Rhys no dijo nada pero ella
vio la respuesta en sus ojos. "¿No creerás que Brigid se haya vuelto contra nosotros y se
halla llevado a Cenizeida? ¿Otra vez?"
"Ya lo ha hecho antes," dijo Rhys. "Pero no, yo no creo eso. Sólo quiero
descartarlo." Entonces él se sobresaltó. "¿Dónde está la kithkin?"
"No la he visto últimamente." Maralen miró a su alrededor.
Rhys suspiró. "¿Puedes decirles a las Vendilion que también la busquen?"
"Por supuesto," dijo Maralen.

81
Iliona tembló. Si Maralen la llamaba desde esa distancia el juego habría
terminado antes de empezar. La mayor de la pandilla Vendilion se hizo tan discreta
como le fue posible, sin atreverse a pensar una idea coherente.
Por debajo, Maralen se concentró. Una oleada de fastidio cruzó sus rasgos. Para
su alivio Iliona oyó el irritado asentimiento de Veesa.
"Sí, sí, también buscaremos a la arquera. ¿Acaso no habías dicho que nos ibas a
aflojar un poco nuestras tareas?"
Maralen sonrió a Rhys. "Está hecho."
Iliona exhaló pero no se relajó. Casi no había manera de que Maralen no la
hubiera sentido acechando por arriba, no a menos que su dominio sobre la pandilla
Vendilion se estuviera debilitando más de lo que pensaban. Y eso sin duda valdría la
pena explorarlo.
Rhys miró sospechosamente a Maralen. "¿Algo no está bien?"
"No, es sólo que…" La doncella elfa echó la cabeza hacia atrás casualmente.
"Son pequeños insectos muy voluntariosos, es todo. Tratar de seguirlos es como contar
hojas de hierba en un campo."
Espinas en un rosal, le corrigió Iliona. Nosotros somos mucho más como espinas
en un rosal, porque las hojas de hierba no te cortan cuando eres descuidado.

* * * * *

Rhys miró fríamente a Maralen. Él no quería que ella sintiera como que las
malas noticias que ella tenía fueran su culpa pero no tenía otra reacción honesta que dar.
"Todos se han ido," repitió Maralen. "Cenizeida, Brigid, Sygg… incluso el
retoño. No hay rastro de ellos en ningún lugar." Esperó a que Rhys contestara y cuando
no lo hizo dijo, "¿Qué quieres hacer?"
"Quiero encontrarlos." Dijo Rhys. "Pero no tenemos tiempo. Los Cicuta están
demasiado cerca." Odió el tono lastimero de su voz y cuando lo oyó deseó no haber
hablado en absoluto. "No sé cómo podremos rastrear a todos y salir de aquí. No
podemos estar en dos lugares a la vez."
"Rhys, por supuesto que podemos. Tenemos hadas." Ella ladeó la cabeza y
sonrió. "Tú y yo podremos llevar a los gigantes a Rosheen. Endry ya fue tras el retoño."
"¿En serio?" farfulló Iliona, luego añadió, "Es decir, ¡lo hizo!"
"Sí, lo hizo," confirmó Maralen con una expresión peculiar. "Es difícil de llegar
a él pero finalmente conseguí su atención. El retoño se ha puesto a dar un buen paseo
por lo que Endry me dice. Su movimiento no es rápido ni al azar por lo que debe ser un
asunto sencillo permanecer a su lado."
Rhys se volvió y enfrentó a Maralen. "Bien. Yo he estado llamando al retoño
pero creo que ella no me escucha. Definitivamente yo no la escucho. Parece que el
estrecho vínculo que compartíamos Colfenor y yo no es hereditario."
"Ya no deberíamos tener que preocuparnos por ella. Y Endry dice que el retoño
está buscando a Cenizeida. Él podría terminar encontrándolos por nosotros. Y si no lo
hace enviaré a una de las otras hadas para encontrar a la llameante, o incluso a Brigid si
así lo deseas. Al menos podremos determinar dónde están y si necesitan ayuda."
"Si es que las hadas pueden encontrarlos," dijo Rhys.
"Los encontrarán. ¿No es as, mis amigas?" Preguntó Maralen e intercambió
miradas obedientes con las hermanas Vendilion. "¿Ves, Daen? No te preocupes. Ellas
conocen a Cenizeida y al retoño lo suficientemente bien como para descubrirlas en una
multitud, por así decirlo. Tomará algún tiempo encontrarlas pero podemos usar ese
tiempo para llegar a Rosheen y ver lo que tiene que decirnos."

82
Rhys dejó hundirse esta noción. Podría funcionar. Se movió un poco para poder
ver tanto el horizonte oriental como a Maralen en su visión periférica. La Mornsong de
pelo oscuro seguía haciéndolo sentir perplejo e impresionado. Ella no había tenido
ninguna relación personal con alguno de ellos, o con el ritual de Colfenor. Ella no había
jugado ningún papel en este, no guardaba ninguna responsabilidad por ello, y de hecho
no había ganado nada ni sufrido por ello. Sin embargo las dos personas más
íntimamente afectadas por el ritual, Cenizeida y el retoño, se habían ido, y Maralen
seguía buscando activamente para desentrañar sus misterios.
Rhys sabía que Maralen estaba motivada por más que pura bondad pero ella se
mantenía firme y con ganas de contribuir. También mandaba a la pandilla Vendilion y
aunque Rhys tenía toda una lista separada de preguntas relacionadas con ese pequeño
arreglo también estaba agradecido de haberlas dejado para más tarde. Era cierto que
había muy poco que las hadas no pudieran encontrar por lo que si Cenizeida y el retoño
aún estaban vivos y en Lorwyn también lo estaban a su alcance.
Sin embargo, antes de que Rhys pudiera responder a Maralen, sus agudos oídos
oyeron algo gigantesco moviéndose hacia ellos desde el oeste. En realidad, dos cosas
enormes.
Las ramas más altas de los árboles se abrieron y Brion metió su cabeza grande y
redonda en el claro. Los rasgos nudosos del gigante mostraron una sonrisa de dientes
torcidos. Parecía alerta y enérgico después de su siesta, sobretodo completamente
recuperado de la reciente prueba por la que había pasado con su hermano.
Avanzó pesadamente hacia el claro en medio de una nube de ramas rotas, plantó
sus enormes puños en las caderas y dijo: "Hola Jefe."
"Brion. ¿Te sientes mejor?"
"Por supuesto Jefe."
Kiel emergió detrás de Brion, eliminando las ramas altas que la entrada de su
hermano no había derribado. Los ojos de Kiel estaban entrecerrados y arrastró los
nudillos por el suelo mientras caminó, como era su costumbre.
"Queremos ir a ver a Rosheen," dijo Brion. "Kiel no puede esperar más."
"¿Qué?"
"Rosheen. Hay algo importante que tenemos que decirle… o saber de ella. No
está claro en los detalles." Brion se encogió de hombros. "Sólo sabemos que es hora de
irse. Así es como funciona Rosheen."
Kiel se inclinó hacia delante y empujó el hombro de su hermano con los
nudillos. "Rosheen," dijo el gigante de barba larga. "Cuentos."
"Lo sé," gruñó Brion.
Kiel le golpeó de nuevo. "Rosheen espera."
Brion le enseñó los dientes. "Está bien, está bien." Echó un vistazo a Rhys.
"¿Podemos irnos ahora Jefe?"
"Podemos," dijo Rhys asintiendo con gravedad. "Y creo que será mejor que lo
hagamos."
Maralen exhaló, aparentemente aliviada de lo fácil que había sido convencer a
los gigantes. "Entonces," dijo alegremente, "espero que ustedes muchachos sepan dónde
encontrar a Rosheen. Es fácil llegar al territorio de los gigantes pero encontrar a
cualquier gigante en particular…"
"Rosheen es fácil de encontrar," dijo Brion. "Sólo tienes que saber dónde buscar
y seguir el sonido de su conversación."
"Está bien." Dijo Rhys esforzándose para no dejar caer los hombros. "Eso es
todo entonces," dijo. "No hay nada que nos retenga aquí. Si todo el mundo está listo
para viajar deberíamos irnos."

83
Iliona y Veesa descendieron de las copas y volaron en forma de ocho alrededor
de las cabezas de ambos gigantes.
"¡Aquí estamos! ¡Hola, gigantes!" dijo Iliona y se volvió a Rhys y Maralen,
"¿Nos vamos a la fiesta de Rosheen?"
"Claro," dijo Maralen.
"En un momento," dijo Rhys. "Primero tengo que depender una vez más de
ustedes. Tengo otro trabajo para la pandilla Vendilion."
"Por supuesto." respondió Maralen. "Iliona…"
"Aquí estoy." Dijo Iliona zumbando de un parche de hierba cerca del borde de la
pendiente.
Maralen frunció el ceño. "¿Dónde está tu hermana?"
"Aquí." Veesa se levantó de la misma parcela de hierba. Se lanzó hacia Iliona y
permaneció flotando allí.
"Sólo necesito una," dijo Rhys. "La otra debería ser enviada tras Cenizeida." El
saltó desde el peñasco y aterrizó suavemente junto a Maralen. "¿Si me lo permites?"
"Por supuesto."
Rhys hizo señas a las hermanas hadas para que se acercaran y desplegó su mapa
diagramado en una ancha hoja. "¿Ven esto? Aquí es donde estamos. Y aquí es donde
vamos."
"¿Tú dibujaste esto?" Dijo Iliona. "Es un buen trabajo."
"Gracias."
"Deberías haber sido cartógrafo," dijo Veesa. "O calígrafo. Tienes una bella
escritura."
"Yo era un daen de Hojas Doradas," dijo Rhys con brusquedad. "He
memorizado mapas de toda la Nación Bendecida y todos sus alrededores."
Ambas hadas revolotearon junto a Rhys, cada una mirando el mapa desde uno de
sus hombros.
"Tantos detalles," dijo Iliona y asintió con la cabeza a Veesa. "¿Ves? Incluso
hizo pequeños garabatos para los árboles y pequeñas formas puntiagudas para las
montañas."
"Veo."
"Presten atención por favor."
"¡Mira! ¡Allí hay un pequeño gusano!"
"¡Basta!" soltó Rhys. "Por favor. Esta es una simple solicitud. ¿Ven este lugar
aquí? ¿En donde el Valle Escudilla colinda con las faldas de las montañas?"
"Lo vemos."
"Allí hay un barranco llamado Dauba. Hace años que yo no atravieso ese
territorio pero solía tener un puente de maderaviva que lo atravesaba. Necesito que me
confirmen que ese puente todavía sigue allí."
"¿Por qué?"
Veesa bostezó. "Las hadas no usan puentes."
"¿Eso significa que ustedes no saben como luce uno?"
"No."
"Entonces no importa si ustedes lo usen o no o por qué quiero que lo encuentren.
Yo recuerdo a un puente extendiéndose sobre el Barranco Dauba. Averigüen si hay uno.
Es así de simple."
"Iliona," dijo Maralen, "ve tú. Quiero a Veesa aquí conmigo."
Rhys asintió. "Ve directo al barranco en el límite oeste de Escudilla. Ve ahora."
Iliona agachó la cabeza a Rhys y zigzagueó hacia las copas de los árboles.
Rhys se volvió hacia Maralen. "Si están listos," dijo, "podemos irnos ahora."

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"Más que listos." Maralen sonrió y ladeó la cabeza. "Ansiosos, de hecho."

* * * * *

Gryffid marchó a través del campamento de los Hojas Doradas hacia el grupo de
tiendas de mando en su centro. El Taercenn Eidren se había instalado en los cuarteles de
Gryffid y la presencia del Perfecto había minado a fondo la autoridad del comandante
en funciones. Los daens y oficiales de los Cicuta, Belladona y Oronja todavía obedecían
a las órdenes del Gryffid no sin antes echar un vistazo al taercenn por confirmación.
Hasta ahora Eidren había apoyado magnánimamente a Gryffid hasta el más mínimo
detalle pero estaba claro que los cazadores que Gryffid comandaba a raíz de la caída de
Nath ya no estaban exclusivamente a sus órdenes.
El daen desaceleró al acercarse a su propia tienda. Perder el control de los Cicuta
y otras manadas reunidas había sido un terrible deshonor pero no era nada comparado
con lo que le habría costado perder la manada en sí.
Un grupo de cortesanos finamente vestidos estaba acurrucado en un costado de
la solapa de la tienda y en el otro había un escuadrón de temibles y estoicos elfos
parracreados. Eidren viajaba con una exaltada compañía, los mejores y más brillantes
elfos nobles y los más feroces y formidables guerreros elfos. Estas descuidadas
adicciones habían cambiado el carácter de la manada de Gryffid hasta el punto que él
mismo casi no la reconocía.
Aún así Gryffid todavía era un elfo de Hojas Doradas. Había pronunciado un
terrible juramento de venganza contra Rhys pero incluso eso no borraba su deber más
grande para con la Nación. Estaba atado por la voluntad de sus superiores y si no podía
lograr su venganza bajo la dirección de Eidren sabía que no la lograría en absoluto.
Eso no significaba que tuviera que sentarse y dejar que el taercenn definiera sus
obligaciones. Se quedó mirando por un momento más a los cortesanos y parracreados,
los cuales le ignoraron estudiadamente. Gryffid enderezó la espalda. Él era el líder de la
manada Cicuta y conocía a la presa mejor que nadie. Su experiencia podría reducir al
mínimo esta caza y provocar la muerte tan merecida de Rhys, no sólo por su propio
sentido del honor sino también por el bien de toda la tribu. Eidren podría no aceptar las
opiniones de Gryffid pero si tendría que escucharlas.
Gryffid pasó junto a los reunidos a cada lado de la solapa y entró en la tienda de
mando. La influencia de Eidren fue aún más evidente allí que afuera. El nuevo taercenn
estaba claramente acostumbrado a un mayor nivel de lujo que los comandantes de
campo tradicionales. Bajo Gryffid la tienda había sido un asunto típicamente escaso y
severo: una silla para el comandante, una mesa sobre la cual extender mapas, y un trío
de verdes linternas de Hojas Doradas. El interior de la tienda, a menos de un día bajo el
dominio de Eidren, se había visto envuelto en brillantes retazos de tela fina, ricas
enredaderas verdes con flores magníficamente rojas ondulando a lo largo de los postes
de soporte, y un olor a jacinto en el aire. Eidren mismo estaba sentado en la única silla,
relajado y cómodo a pesar de su postura perfecta.
"Ah, Daen," dijo. Se levantó y esperó a que Gryffid saludara, volviendo a su
sitio tan pronto como él llegó. "¿Hay noticias?"
"Aún no, Taer."
"No unas que usted sepa, querrá decir. Venga." El se acercó a la mesa y le hizo
señas a Gryffid para que hiciera lo mismo. "Si no está aquí para informar sobre su
misión principal debe tener algo igualmente importante que declarar."
"Taer, mi único interés es en el traidor."
"Por supuesto. ¿Sabe?, el Taercenn Nath habló muy bien de su dedicación."

85
"Yo admiraba mucho a Nath," dijo rígidamente Gryffid. "Era un excelente
general, un excelente elfo. Fue un honor servirle."
"Yo no esperaba menos," dijo Eidren. "Pero usted y Nath eran incluso más
cercanos que taercenn y daen, ¿no es así?"
"Yo… no lo entiendo, Taer."
"Vamos, vamos. Nosotros sabemos que Nath vino aquí para reafirmar el control
sobre los Cicuta, para guiarlos de nuevo a la Nación y de nuevo al camino hacia la
perfección. En ayuda de esto él le promovió y lo tomó bajo su ala, ¿no es así?"
"Sí, Taer."
"Combinó tres manadas completas, además de auxiliares, y le entregó el mando
a usted sobre un tercio de sus fuerzas."
"Sí, Taer."
"Volvió a traer una verdadera disciplina. Reconoció su potencial y le promovió
para que usted pudiera darse cuenta de ello."
"Sí, Taer."
"Él le honró. El le enseñó lo que realmente significaba servir a la Nación. Y a
continuar haciéndolo incluso hasta después de que ciertas circunstancias…
desafortunadas… hicieran que el servicio pareciera imposible."
"Sí… Taer."
"Así que entonces déjeme preguntarle." Eidren se inclinó hacia adelante para que
sus facciones afiladas y precisas estuvieran a centímetros de la cara de Gryffid. "Cuando
el traidor Rhys les desfiguró a ustedes y mató a todos esos elfos fuera del Valle
Escudilla… ¿Fue Nath el que le enseñó el uso de las ilusiones o usted ya lo sabía?"
La columna vertebral de Gryffid quedó helada.
"Yo sé que usted vio el cuerpo de Nath," dijo Eidren. "Así que ya sabe cómo
lucía sin su fachada mágica. Mi pregunta es: ¿él le mostró su secreto antes de morir?
¿Le habló del deber y del sacrificio, de las exigencias que la perfección pone sobre
todos nosotros? ¿Le mostró cómo esconderse de la Nación aún cuando uno trabaja para
avanzar en ella?"
"Taer, yo…"
Eidren se reclinó hacia atrás en la mesa. "Responda con la verdad, desgracia
visual. Complázcame y finja que su vida depende de ello."
Gryffid tragó saliva. "Nath se reveló ante mí luego del desastre de la malvada
magia de tejo provocada por el asesino de su raza. Me dijo que la Nación todavía tenía
usos para los desgraciados y desfigurados. Vio las heridas que yo tenía y me salvó de
todos modos. Me ofreció elegir entre dos opciones: Ocultar mis imperfecciones y
continuar sirviendo o morir bajo su mano y ser contado entre los muertos por decenas
del hechizo venenoso de Rhys."
"Y usted tomó la decisión correcta."
"Taer, no había otra opción en absoluto. Yo desperté empalado en las ramas de
un árbol en ruinas y desde entonces he tenido dos objetivos: matar a Rhys y luego morir
yo mismo. Daría todo lo que tengo y todo lo que soy por ver al traidor muerto. Si
después de eso puedo ser de utilidad para la Nación tanto mejor pero en verdad estaría
igual de satisfecho si este deber sagrado fuera mi último. La Nación debe seguir viva, y
vivirá, pero yo no veo ningún papel para mí en ello que no sea este."
"El servicio a la Nación es un camino duro y arduo, Daen. Muy pocos de
nosotros somos capaces de hacerlo en el largo plazo, sin importar cuán exaltados o
exitosos lleguemos a ser. Yo no puedo medir su contribución en años, o incluso meses,
pero puedo prometerle esto: Rhys pagará por lo que ha hecho y usted estará allí para
verlo."

86
"Entiendo."
"No creo que lo haga. Nath me explicó que él no era más que uno de muchos de
nosotros, unos que actúan por el mejor interés de la Nación a la sombra del Consejo de
Sublimes. Influencias extranjeras, arbóreos y similares, no deberían tener que
relacionarse con el rey y la reina. Nath no trabajaba para un solo gobernante sino para la
Nación misma, y él le trajo al redil, informalmente sin duda, pero no sin la debida
consideración."
Gryffid se irguió con la espalda recta como una flecha. "El taercenn me dijo de
esas cosas. Habló de algo así como una sociedad secreta de elfos nobles, parracreados y
desgracias visuales que mantenían la pretensión de una perfección y belleza física
cuando la realidad no fuera adecuada a sus posiciones. Ellos soportaban esta mentira en
lugar de retirarse de la Nación y privarla de sus talentos. No dio muchos más detalles
más allá de eso."
"Entonces permítame," dijo Eidren. "La sociedad secreta de la que Nath habló en
verdad existe. Yo mismo soy miembro de ella aunque no he tenido que depender de la
ilusión para proyectar el rostro de la perfección. Mi sacrificio es de una naturaleza
diferente."
"¿Usted? Pero Taer, yo…" Gryffid dejó que su oración muriera sin terminar.
¿Hasta qué punto las raíces de esta conspiración penetraban en la jerarquía de los Hojas
Doradas? ¿Cuántos elfos eran sólo exteriormente leales al Consejo de Sublimes?
¿Cuántos otros como Nath, Eidren y Gryffid estaban allí?
"Somos muchos," dijo Eidren leyendo los pensamientos de Gryffid en su rostro,
"sin embargo demasiado pocos. La pérdida de Nath fue un gran revés para nuestra
causa. Él era el perseguidor más vigoroso de nuestros fines. No será fácil reemplazarlo."
"¿Es usted consciente de la situación que subyace en su búsqueda de la cabeza
de Rhys? Los boggarts de las tierras bajas se han vuelto salvajes y se encuentran cerca
de una revuelta. Manadas itinerantes de ellos depredan el campo como bandidos. El
Consejo de Sublimes está sumido irremediablemente en el consejo de los arbóreos y sus
lacayos guías de semillas. A los viajeros Perfectos se les está drenando la vida y se los
está lanzado para que mueran a la orilla de la carretera. El sabio tejo más anciano
orquesta su propio suicidio público por fuego elemental en las calles de Kinsbaile. El
anterior daen de la Manada Cicuta borra a decenas de sus propios cazadores, luego
asesina brutalmente a su taercenn a plena vista de sus manadas reunidas."
"Todas estas cosas en conjunto crean una preocupante tendencia. Las cosas no
son como deberían ser. Esta es precisamente el tipo de situación por la que nuestra
sociedad se unió originalmente para combatir. ¿Usted quiere matar a Rhys y morir,
Daen? No tiene ese lujo. El futuro continuado de la Nación le demanda a usted mucho
más y requiere un sacrificio mucho mayor de lo que ha hecho hasta ahora."
Gryffid gruñó un poco pero se las arregló para convertir su enojo en palabras
antes de que Eidren pudiera castigar su insubordinación. "Taer, ¿Puedo pedirle permiso
para hablar sin tener en cuenta el rango?"
Eidren sonrió pacientemente. "Continúe."
"Usted habla de lujo y sacrificio," dijo Gryffid, "pero sigue sentado aquí,
ensuciándose con lo primero y privado de este último." Extendió la mano y tomó un
puñado de brillantes telas plateadas. "Este lugar es más la sala de estar de un dandy que
la tienda de mando de una taercenn. Nath era un gran cazador y esta es una tarea de
cazadores. ¿Por qué usted, un artista, ha venido aquí?"
"Mi respuesta a su remarcablemente… elocuente y, si yo no le hubiera
permitido, suicida explosión será doble." Eidren se estiró por encima del escritorio y
sacó un rollo de pergamino. "En primer lugar le complacerá el saber que, mientras que

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yo no soy ni de lejos el cazador que Nath era, he conseguido resultados que harán que
nuestra constante búsqueda sea un éxito. Hice una visita al campamento de los
Belladona antes de siquiera poner un solo pie en su tienda de campaña." Eidren desató
la cinta y desenrolló un mapa detallado del oeste de Lorwyn sobre la mesa. "A mi
sugerencia el daen de los Belladona inundó con sus exploradores la región entre
Kinsbaile y la Espesura Murmurante. Vieron a Rhys aquí hace apenas unas horas. El
informe dice que él y su pequeña banda harapienta se dirigen al norte, hacia las colinas.
Por qué es una incógnita aunque yo tengo mis sospechas y sin modestia alguna sugiero
que estoy en lo correcto. Ahora mismo están por aquí." Eidren señaló el mapa hasta que
estuvo seguro que Gryffid estaba mirando y el taercenn se enderezó. "Una vez que usted
y yo acordemos el curso de acción apropiado podremos avanzar con toda la fuerza."
Los ojos de Gryffid se agrandaron. "Una excelente noticia, Taer."
"Estoy de acuerdo. Ahora, usted realmente tendría que hablar con mucho más
cuidado acerca de mí sobre el tema del sacrificio." Eidren se adelantó y Gryffid se
preparó para un golpe. El nuevo taercenn no arremetió, sin embargo, sino que tomó el
cuello alto de su túnica con ambas manos y la abrió dejando al descubierto su pecho.
Gryffid miró, incapaz de hablar. Debajo de la túnica el pecho de Eidren estaba
casi completamente cubierto por una complicada red de parratejidas.
"A Nath no se le reemplazará fácilmente," dijo Eidren. "Yo no estaba preparado
para la tarea, ningún elfo lo estaba. Fui instruido para aceptar el abrazo de las
parratejidas y lo he hecho con gusto, con entusiasmo, por el bien de la Nación. Con mi
fuerza, velocidad y concentración así mejorados, y con su hábil ayuda en el mando de la
manada la pérdida de Nath no será tan vivamente sentida."
"Estoy en el mejor momento de mi vida. En otras circunstancias le habría
servido a la Nación por otra década o más antes de haber requerido que la ilusión
ocultara mi edad avanzada. Ahora no tengo más que un año para cumplir con mi deber,
tal vez menos. Soy más fuerte, más rápido, más perspicaz, pero estaré muerto en
cuestión de meses… o tal vez un poco más de tiempo dada mi experiencia con el
cultivo." Eidren volvió a cerrar su bata y se alejó de Gryffid. "Así que no me hable de
sacrificio, Daen Gryffid. Difícilmente conozca el significado de esa palabra."
"Perdóneme, Taer," farfulló Gryffid. "Yo no sabía…"
"Tampoco lo necesitaba, no hasta ahora. Escuche bien y entienda: Las opciones
que Nath le dio no han cambiado. Será uno de nosotros, actuará de acuerdo con nuestros
dictados pero a su propia voluntad… o nosotros lo destruiremos mucho antes de que
alcance su amarga meta. Las ilusiones son un juego de niños. Nosotros también
haremos un parracreado de usted, para que finalmente pueda lograr medir el valor real
de la Nación Bendecida. Esta es su manada, Daen, pero es mi misión la que tiene
prioridad. Usted no conocerá la victoria, o la derrota, o incluso la muerte hasta que yo
haya terminado con usted. ¿Está claro?"
"Sí, Taer. Perfectamente claro."
"Muy bien. Gryffid, usted es un excelente soldado y un líder competente. Su
presa está a su alcance. Vaya ahora y conduzca a sus cazadores a ella."
Gryffid vaciló. "¿Con la totalidad de las fuerzas?"
"No escatime esfuerzos. Yo siempre estaré justo detrás de usted, apoyándolo,
guiándolo. Cuando finalmente derribe a Rhys tengo la intención de estar allí para
presenciar su merecido."
"Sí Taer."
Eidren enderezó su ropa y le dio la espalda a Gryffid. "Puede irse."
"Gracias Taer."

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Gryffid abandonó la carpa lo más rápido que pudo. Afuera pasó junto a los
cortesanos y parracreados y gesticuló a dos de los oficiales Cicuta que estaban cerca.
"Nos vamos," dijo Gryffid. "Reúnan a todos y todo. Quiero estar al sur de
Kinsbaile por la mañana."
"¿Lo encontramos Taer?"
"Sí. Lo tenemos." asintió Gryffid a su subordinado. "Y esta vez no vamos a
descansar hasta que tengamos su cabeza en una pica."

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Capítulo 10

R
" emo, tu amiga está despierta." La acentuada y rasposa voz del merrow fue
aún más gutural que la de Sygg. "Y creo que ha visto días mejores. ¿Dónde recogiste a
uno de los de su clase?"
El orador estaba oculto en la oscuridad. Brigid sólo podía ver la silueta de la
mitad de un merrow tan grande como la del capitán sumiendo a su amiga, o aliada al
menos, en la sombra. El hombre-pez flotó en el aire por encima de Sygg, bloqueando la
luz del sol filtrándose de manera extraña y lanzando a la kithkin y el capitán en una
tenebrosa oscuridad. Sin embargo Sygg era claramente visible, una sombra rodeada de
caóticos rayos naranjas que se filtraban a través de huecos en la pared interior del
crannog. Sus branquias latían débilmente y él no gastó su aliento en responder al
merrow que lo había derribado.
No, se corrigió Brigid, el gran merrow no estaba flotando en medio del aire. En
medio del agua. Agua en movimiento. En medio de una corriente. La pared del crannog
que ella vio era el interior de la base de la estructura y la arquera misma descansaba
contra otro pedazo de ella. Brigid ya no estaba seca y protegida por la burbuja de aire de
cambiagua de Sygg sino flotando libremente en las profundidades. Sus pulmones
insistieron en la búsqueda de un aire que estaba por lo menos a seis metros por encima
de su cabeza. Ella sabía que debería estar ahogándose, muriendo, pero de alguna manera
continuó respirando.
El aliento que tomó fue dulce y puro y tenía un sabor ligeramente a… Mejor no
pensar en el ligero sabor que tenía. Ella estaba respirando, respirando agua de río, pero
respirando. Brigid se preguntó si podría hablar.
"De hecho he visto mejores días," dijo satisfecha de oír su propia voz aunque
amortiguada por el agua. "Y he visto caras más bonitas. ¿Exactamente qué es lo que está
pasando aquí, eem...?" Piensa, Brigid. Algún término merrow de respeto. "¿Maestro de
cardumen?"
El descomunal merrow azotó la cola y estuvo sobre Brigid en cuestión de
segundos. Ella juró en silencio de pensarlo más la próxima vez. La arquera se empujó
hacia atrás pero fue comprensible que no estuviera familiarizada con la mecánica de la
natación bajo el agua y por eso no llegó muy lejos.
La extraña bestia no se movió para atacarla o dañarla. Simplemente flotó en
donde se detuvo, suspendido a centímetros de su rostro con los ojos abiertos de par en
par. Las largas y sombrías facciones del merrow aparecieron desde el interior de la
sombra de Sygg. El desconocido se parecía al enorme bagre que ella había visto

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anteriormente a excepción de los largos y afilados dientes entrelazados que sobresalían
al azar de su boca incluso cuando esta estaba cerrada, como fue en ese momento.
"¿Te burlas de mí, cruzatierra?" farfulló el merrow.
"Perdóneme, mi merrow oxidado," dijo Brigid. "¿Creería usted que ni siquiera
podía respirar bajo el agua hasta hace unos minutos? No seré fluida en sus títulos
honoríficos preferidos durante al menos otros cinco o seis minutos."
"La respiración es un privilegio que se puede quitar," dijo el merrow. Sus dientes
rayaron y chirriaron contra sí mismos mientras habló. "Pero yo no lo haré a menos que
tu me obligues." Sus saltones ojos de color gris-lechoso miraron hacia sus manos y pies
que Brigid trató de mover instintivamente. Aunque no había nada alrededor de las
muñecas o tobillos de la arquera ahora estos parecían firmemente fijados a la viscosa
roca de los fundamentos. Las ataduras invisibles se sintieron suaves y flexibles pero
también extremadamente duras y resistentes. Sin duda estaban lo suficientemente
apretadas.
"¿Grilletes de cambiagua?" dijo Brigid. "Esto se pone cada vez mejor. Así que,
Guapo, ¿puedo convencerte de que me digas por qué estás aquí? Porque yo aprecio ese
regalo de la respiración. Realmente, realmente lo aprecio, y no quiero poner en peligro
eso. Pero me gustaría mucho saberlo. Y me gustaría saber por qué el Capitán Sygg sólo
está… flotando por allí. ¿Se encuentra bien?"
"Sygg ha sufrido heridas pero creo que yo me he ocupado de ellas a tiempo. Él
tiene que ir en un viaje."
"Eso es maravilloso," dijo Brigid. "En verdad. Yo no creo que él haya viajado
suficiente últimamente. Él y yo viajamos juntos, ¿sabes? Así que tal vez sólo
deberíamos seguir adelante. Yo no quiero…"
"¿Alguna vez te callas la boca cruzatierra?" dijo el merrow.
"Sólo dime lo que está pasando. Si es que estás tratando de, ¿qué, tenerme de
rehén? ¿Para conseguir que Sygg haga algo? ¡Déjame preguntarle! Nosotros somos
compañeros, aliados. Yo soy conocida en algunas partes de este mundo como la
Heroína de kmphblf. ¡Funnummabiff!" Algo suave se asentó sobre la boca de Brigid y
mientras que no interfirió con su respiración redujo sus palabras a ese galimatías.
"Eso está mejor," gruñó el merrow. Los sonidos apagados de Brigid se hicieron
más fuertes y más intensos a medida que su angustia aumentó.
"Casi," dijo el merrow. "Mira, cruzatierra, ahora que estás amordazada no tienes
esperanza de ser comprendida. Así que por favor, quédate en silencio. Los malévolos
que hirieron a Sygg todavía pueden estar cerca."
"¿Whuffamuwifmeh?"
"Malévolos. Merrows con los que tú no quisieras encontrarte, cruzatierra. Espera
aquí. En silencio." Y con eso el merrow nadó hacia arriba para retomar su vigilia sobre
Sygg mientras Brigid fue dejada ardiendo de ira contra una roca en el fondo del río.
Y así fue. Durante la primera media hora ella intentó hablar, clamar, chillar y
gritar a través de la máscara de cambiagua pero no hizo sonidos coherentes y no recibió
respuesta por parte del extraño. Cuando por fin se dio por vencida de gritar decidió que
podría ser hora de tener una mejor idea de lo que había pasado allí.
La luz filtrándose a través de la pared de la base del crannog era el lugar más
obvio para empezar. Los agujeros en las maderas que alguna vez habían sido estancos
mostraban señales de violencia aunque parecían haber resistido los golpes sin hacer caer
la estructura.
Muy bien, así que ella no sería aplastada por el colapso de un crannog. Ella
todavía no se atrevía a quedarse allí sentada atada y amordazada.

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Allí. La compuerta abierta. La mitad superior parecía romper la superficie del
río. Aunque el gran merrow le hubiera quitado su derecho a respirar Brigid
probablemente podría llegar a esa compuerta antes de ahogarse, si no fuera por las
ataduras alrededor de sus muñecas.
Después de una media hora de hacer rebotar su mirada de la compuerta sin
vigilancia al merrow flotando inmóvil por arriba, las profundas corrientes del
Vinoerrante mecieron suavemente a Brigid hasta sumirla en un sueño improbable e
inconveniente.

* * * * *

"¿Esto?" preguntó el retoño. "¿Este es tu atajo?"


"Eres muy perspicaz para ser un árbol," remarcó Endry. "Qué, ¿tienes miedo?"
"El miedo no tiene nada que ver con esto," dijo el retoño, "Simplemente estoy
siendo práctica. No tiene sentido que me ponga a cruzar eso."
Eso era una de las cosas más alarmantes que el retoño había visto en su corta
vida. Incluso con todo su conocimiento heredado ella no podría determinar cómo un ser
hecho enteramente de madera y hojas podría atravesar un río abierto de lava fundida.
El retoño no había esperado esto en absoluto. Ella había elegido esta ruta como
un camino seguro y directo a la base del Monte Tanufel, que se alzaba con lo que el
hada había insistido era un "presagio de mal agüero" sobre ese río mortal de roca
ardiendo.
"Yo estoy dispuesto a probar…"
"No, eso es imposible," le interrumpió el tejo. "Aunque tengas la fuerza para
levantarme el esfuerzo de poner todo mi peso en una sola de mis ramas…"
"¿Y qué? Sólo perderás una rama. Yo ya te he visto perder unas de esas."
"Tú no me llevarás a través del río de lava."
"Tú eres la que está apurada por encontrar a una mujer hecha de roca y fuego,"
dijo Endry. "Yo sólo estaba ofreciendo ayuda."
"Podemos rodearlo," dijo el retoño, "pero no sé si lo lograremos a tiempo."
"¿A tiempo? Espera, ¿a tiempo para qué?" preguntó Endry.
"Al principio yo no lo vi," dijo el retoño agitando una mano frondosa a la roca
fundida, "pero esto demuestra que el tiempo está cerca. La montaña no está lista."
"¿Qué?" Dijo Endry. "Habla con sentido."
"Tendremos que llegar a Cenizeida pronto o ella ya no será Cenizeida."
"Entonces muy bien. Si tú lo dices. Pero ¿cuándo es pronto?"
"Pronto," respondió el retoño. "Eso es todo lo que sé. Ni siquiera Colfenor sabía
la hora exacta. Pero él vio las señales, reconoció su importancia. Al igual que yo."
"¿Señales de qué? Pensé que la idea sólo era volver a juntar a todos." Él flotó
ante el rostro del retoño y apuntó un minúsculo dedo a su ojo. "¿No es así?"
"Eso está por verse," dijo el retoño. "La sabiduría de Colfenor, en lo que respecta
al futuro, es menos que perfecta. Confía en mí, hada, las cosas están cambiando."
"Claro," dijo Endry. "Las cosas están cambiando todo el tiempo. Eso es lo que
yo siempre digo. Yo digo: 'Las cosas, seguro que sí cambian.' Ahora, ¿podemos irnos?"
"No me entiendes," dijo el retoño. "Yo no estaba siendo específica. Todas las
cosas van a cambiar."
"Oh. Pero yo no," dijo el hada. "Yo nunca voy a cambiar."
"No," dijo el retoño al hada con total honestidad, "tú no lo harás."
"Bien," dijo Endry. "Ahora vamos, ¿no iras a caminar alrededor de esto,
verdad?"

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"Sí, lo haré," dijo el retoño. "No tengo otra opción. Puedes sentirte libre de
encontrarte conmigo en el otro lado."
"No es por eso que pregunté," dijo el hada. "Sólo pensé que deberías saber que
eché un vistazo alrededor a unas pocas decenas de metros por arriba mientras estabas
mirando a lo lejos y pensando en tus profundas ideas de retoño de tejo. Si vas a ir por
ese camino tendrás un paseo de ciento sesenta kilómetros. Pero si me sigues podremos
tomar el puente. Sólo está a unos cien metros lava arriba de aquí."
"¿Un puente?" dijo el retoño perplejo. "Esa formación es nueva. ¿Cómo podría
alguien haber tenido tiempo para construir…?"
"Un puente de piedra natural," dijo Endry con impaciencia. "Hecho de piedra.
Era sólo una piedra grande pero la roca caliente derritió a través de él y dejó la parte
superior de la misma en pie. Así que es un puente, y hay suficiente piedra sólida para
que tú puedas atravesarlo de forma segura. Si tienes suerte. Y cuidado."
"Tomemos el puente," respondió el retoño en señal de acuerdo. "Muéstrame el
camino."

* * * * *

Un golpe amortiguado sacudió a Brigid de su sueño, recordándole a la arquera


kithkin lo mucho que quería volver a despertar en tierra firme. El golpe volvió a
resonar, esta vez acompañado por un ominoso crujido.
"¡Heeeey!" gritó ella a su captor merrow tranquilamente burbujeando.
"¡Heeeytuuu!"
"El hechizo casi ha llegado a su fin," burbujeó-silbó el merrow. "Cállate, maldita
sea."
Cállate. Otro golpe, otra vez ninguna reacción de ninguno de los merrow, y
ahora la corriente moviéndose en torno a Brigid creció notablemente más fuerte. Un
bajo crujido permaneció después del sonido más pesado y la kithkin estuvo bastante
segura de que cuando el crujido terminara todo el crannog caería encima de su cabeza.
Brigid trató de gritar por cuarta vez a través de la máscara y, como finalmente
sucedió, el golpe se convirtió en un choque y el choque reveló la causa del sonido.
Era una arbomandra, la más grande que Brigid o cualquier otro respirador de
aire hubiera visto en su vida. Ella había oído historias de ellas en los muelles, por
supuesto. Cada merrow barquero tenía que superar a sus competidores con cuentos de
las gigantescas maravillas de las profundidades que podrían cambiar el curso de los ríos.
Y como para demostrar que esos cuentos eran ciertos el monstruo abrió su boca y la
kithkin sintió el cambio actual hacia sus enormes mandíbulas.
La atracción fue tan fuerte que el cuerpo de Brigid tiró de sus ataduras de
cambiagua apretadamente entre ella y la pared de piedra detrás. Ella arriesgó una mirada
hacia arriba y gritó en alarma e ira al ver que ambos merrow habían desaparecido. Ese
desgraciado hombre-pez se había fugado con Sygg y, lo que era peor, la había dejado
allí para ser aplastada, ahogada, o comida, si no las tres en rápida sucesión.
La arbomandra había destrozado casi la mitad de las bases del muro, o al menos
la porción debajo de la superficie, pero su grueso y musculoso cuello y su dura piel
sirvieron para seguir manteniendo en pie al crannog. Al menos por ahora. El torrente de
agua se llevó flotando a su arco aún sin utilizar, que de alguna manera había
permanecido a su espalda, aunque sus flechas hacía mucho que habían desaparecido, y
la arbomandra se lo tragó entero. Brigid insultó a través de su máscara y el juramento se
convirtió en un grito cuando sus ataduras de cambiagua desaparecieron sin previo aviso.

93
La corriente del agua la envió dando vueltas tras su arma perdida. Pero más importante
que eso fue que sin la cambiagua no podría respirar.
Teniendo en cuenta a dónde se dirigía Brigid decidió que el no respirar
probablemente era un problema menos urgente de lo que parecía. La arquera, tratando
de mantener lo que quedaba de aire en sus pulmones, pataleó violentamente hacia la
superficie. Ya se estaba sintiendo mareada, y pronto tendría que exhalar, y luego…
"¡Te tengo!" dijo Sygg sacándole el aire de sus pulmones con un golpe merrow a
toda velocidad. Los ojos de Brigid se abrieron con terror, terror que sólo aumentó
cuando sintió que se movían hacia la apreciada superficie. El terror se desvaneció
cuando ella emergió del agua y tomó largos y húmedos tragos de aire. Sygg la sostuvo
en alto, dejando que su tos expulsara el agua que había logrado infiltrarse en sus
pulmones.
"Sygg," dijo Brigid después de poder hablar de nuevo, "estás vivo. Una vez
más."
"Soy difícil de matar," respondió el merrow en acuerdo, "como tú bien sabes,
Brigid."
"Ey, me llamaste 'Brigid'" Dijo la arquera sonriendo débilmente. "No kithkin."
"Deberías respirar más y hablar menos."
"Me has perdonado."
"Ni de casualidad. Simplemente no quiero un kithkin muerto en mi crannog."
"Por supuesto. Dime... ¿por qué volvemos a estar en el crannog?"
"Si ustedes dos han terminado," dijo el extraño merrow y Brigid se dio cuenta
por primera vez que la bestia había salido a la superficie en el lado lejano del interior
del crannog, "la cruzatierra tiene razón. Debemos irnos." Y como para enfatizar el punto
la nariz de la arbomandra salió a la superficie, enviando otro estremecimiento a través
de las paredes del crannog. En cuestión de segundos estas se pusieron a crujir y
balancear en la corriente.
"¿Cómo?" Dijo Brigid. "Yo no creo que pueda subir… Alguien me ató a una
roca y yo tuve que nadar, y en caso de que no lo hayan notado mi cuerpo no había sido
creado para ello. Es sólo que no tengo la fuerza." Le dolió admitirlo pero era cierto.
"Quéjate después," dijo Sygg. "Esta cosa se está cayendo sobre nuestras
cabezas." Como para demostrar el punto del barquero un trozo de la pared superior del
crannog se soltó bajo la tensión del desacostumbrado peso y se desplomó hacia ellos.
"Vamos Flyrne." Dijo Sygg metiendo bruscamente a la kithkin bajo el brazo.
Con la otra invocó sucesivamente una columna de cambiagua directamente debajo de
ellos. El agua los llevó fuera del camino de los escombros cayendo y siguió adelante
hasta que ellos salieron a la deslumbrante luz del mediodía. Por debajo el crannog se
derrumbó sobre sí mismo pero no antes de que un descomunal merrow conocido
emergiera sobre su propia columna de agua.
Largos maderos hundidos de los restos del Crannog Aughn salieron a la
superficie y una marea de sangre burbujeó. Una larga cola negra aleteó débilmente
desde el centro de esa agitada caldera. La arbomandra, al parecer, no había sobrevivido
a su destructiva visita al crannog.
"Sygg," dijo Brigid al fin, "tú estabas bien, bueno, muerto, o inconsciente, o
fuera lo que fuera que estabas. ¿No deberíamos volver a bajar?"
"Sí," dijo Flyrne. "Sygg, tienes que volver al río. Aún no estás bien. La
malignidad…"
"Mira el agua," dijo Sygg esforzando su voz como Brigid había temido que lo
haría. "Esa arbomandra… nadie la estaba controlando. Esa fue la malignidad Flyrne. Y
si el río antes no lo estaba ahora estará lleno de ella."

94
"Entonces trasladémonos río arriba," dijo Brigid, "lejos de la sangre. Antes de
que Sygg se desmaye, creo."
Sygg sólo asintió. Gruñó por el esfuerzo que le tomó bajar su carga a la
superficie, incluso con la ayuda de Flyrne. El barquero la soltó casi de inmediato y fue
lo único que pudo hacer para avanzar en el agua contra la corriente. Poco a poco los dos
comenzaron a nadar de vuelta hacia los sangrientos cadáveres.
Afortunadamente Sygg no estaba orgulloso. "Flyrne, ¿te importaría ayudar a
Brigid a llegar a la orilla?"
El brutal desconocido tomó a Brigid en un suave cabestrillo de cambiagua que
guió sin problemas a la arquera kithkin al borde del río. Ella no estaba segura de que
esto habría puesto alguna presión indebida en Sygg así que preguntó con más que un
poco de rencor, "Así que, ¿Flyrne? ¿Para que eran los grilletes? ¿Trataste de ahogarme
y ahora somos amigos?"
"Yo no me disculpo por mis acciones," dijo Flyrne.
"Él pensó que yo no entendería lo que pasó," dijo Sygg. "O peor aún, que eso ya
había llegado a mí, esta… malignidad."
"La próxima vez podrías tratar de conversar, Flyrne," dijo Brigid. "Preguntar tal
vez."
"Uno no habla con un maligno," dijo el gran merrow. "No dos veces. Tenía que
asegurarme."

* * * * *

"Yo pienso lo que quiero," dijo Endry.


"Sin embargo recibes las órdenes de tu Diosflor," dijo el retoño.
"Oona," le corrigió el hada. "Su nombre es Oona."
"Sí," dijo el retoño. "Ese es uno de sus nombres."
"Te estás evadiendo retoño de tejo," dijo el hada. "El puente no se va a volver
más sólido cuanto más tiempo lo mires. De hecho yo diría que hay un poco menos de el
que antes. Si yo estuviera en tu lugar aceleraría el paso."
El retoño sintió un momentáneo destello de vergüenza porque el hada tenía toda
la razón, ella estaba haciendo tiempo y por un simple miedo.
"Hay cosas moviéndose allí abajo," dijo el retoño.
"Eso es la lava," dijo Endry. "Creo que hace eso."
"No, en la lava," dijo el retoño. "¿No los ves?"
"Creo que esa es tu imaginación," respondió el hada zumbando hasta la mitad
del puente. "No, todo se ve muy bien para mí. Ahora ¿por qué no damos ese primer
paso? Estaré justo aquí por si acaso resbalas."
"Si me resbalo te permitiré que me quiebres una rama para que me lo recuerde,"
dijo el retoño. "Pero agradezco la preocupación."
Un paso. Sencillo. Ella había dado un gran número de pasos desde que había
fracturado el suelo y tomado conciencia del gran mundo a su alrededor y la herencia que
llevaba. Uno más, además de otros veinte o así, y esta pesadilla de fuego habría quedado
detrás de ella. Seguramente no más de treinta.
"Esa piedra tiene que ser bastante gruesa," dijo el retoño. "Tiene que soportar mi
peso."
"Vas a ser como una pluma aterrizando sobre el pelo de un saltanejo."
"¿Qué?"
"Como dicen los kithkin."
"No, no lo hacen."

95
"¿Cómo lo sabes? Acabas de brotar. Ahora empieza a moverte," ordenó Endry.
"Esa cosa sin duda se está poniendo cada vez más delgada… y más pequeña. ¡Vamos,
retoño de tejo, adelante y a través!"
"El calor. Aquí apenas puedo soportarlo." El retoño se sentía como si fuera a
estallar en llamas en cualquier momento. "Tiene que haber otra… ¿Endry?"
"¡Por la Gran Madre, es un ejército de llameantes ardiendo a plena llamarada!
¡Todos vamos a ser quemados vivos!"
No fueron las palabras de Endry mismas las que la enviaron rebotando al puente
sino más bien su volumen, proximidad, y el efecto que ambos tuvieron sobre los nervios
apretados del retoño. El primer contacto que ella hizo con la piedra increíblemente
caliente fue doloroso pero no fue nada que no pudiera manejar si seguía moviéndose. Si
se detenía en el puente la piedra recalentada bajo sus pies de raíces seguramente la
encendería. Aún caminando a toda velocidad el tejo pudo oír su corteza crepitando con
cada paso.
Su décimo paso abrumó las barreras del dolor que ella había erigido. El
undécimo fue pura agonía.
"Estás a mitad de camino de casa," gritó Endry pasando por encima de sus ramas
para flotar frente a ella. "Ahora, no quiero alarmarte pero cuando diga que saltes tú vas
a querer saltar."
Doce pasos. Un dolor insoportable.
"¿Qué? ¿Por qué yo tengo…?"
"¡Salta!"
Trece.
La piedra bajo sus pies tronó y estalló cuando el calor se cobró su inevitable
peaje en el puente.
Catorce.
El retoño miró hacia abajo cuando un trozo del puente tan ancho como su altura
se derrumbó en el río fundido por debajo.
Quince.
Algo en la lava la miró, su mirada concentrada en la de ella.
Dieciséis. El algo desapareció en el río fundido. Diecis…
"¡Ay!" gritó el retoño. El impacto fracturó la roca ya maltratada y el tejo tuvo
que inclinarse hacia adelante y gatear por la piedra para evitar caerse.
"¡Levántate!" gritó Endry desde arriba. El retoño sintió los pies con garras del
hada y sus dedos largos apoderarse de una rama de su hombro y el efecto sobre los
esfuerzos del tejo fue inmediato. La elevación extra le dejó aferrarse a la roca agrietada.
Ella reprimió un grito cuando hojas y corteza crepitaron en el calor. Esas partes de su
cuerpo se curarían y volverían a crecer. Todo su cuerpo no lo haría.
Llegó al otro lado del río en tres largas aunque desbalanceadas zancadas.
"Exactamente veinte," dijo ella. Pero añadió veinte a eso antes de que ella
aminorara el paso lo suficiente como para ver sus heridas.
"Reduce la velocidad, no eres la única que se está haciendo daño. ¡Mis alas
estaban en un peligro terrible!"
"Endry," dijo ella con voz rasposa. Cada pedacito de humedad que ella pudo
extraer del aire o de sus partes ilesas iría hacia la curación de sus extremidades todavía
humeantes. "¿Has visto algo en la lava?"
"Sí," dijo el hada. "Fuego. Está caliente."
"Por supuesto," dijo el retoño por el momento optando por quedarse con lo que
había visto para sí misma. "Dime, ¿estás bien?"

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"Pues sí… Vaya, gracias por preguntar. Mis alas están un poco secas y todo este
lugar apesta. Realmente apesta, como azufre."
"Eso es la lava," dijo el retoño. "A mi también me gustaría alejarme de ella. Sólo
dame un momento."
El retoño supuso que debería acostumbrarse a este tipo de heridas. Nada podría
reemplazar a las hojas perdidas excepto el tiempo, pero sus quemaduras ya se estaban
curando con savia endurecida y una nueva y verde corteza.
Desde allí su ritmo se hizo más lento. La montaña se volvió más pronunciada y
aunque sus raíces tuvieron pocos problemas para agarrarse con firmeza aún en la roca
más densa del Monte Tanufel la marcha desaceleró y pronto se convirtió en casi
vertical.
"Estoy empezando a pensar," dijo Endry después de que el retoño subió sobre
otra saliente con agónica lentitud, "que quizás necesitemos encontrar otro camino."
"Tonterías," dijo el retoño, sus hojas flexionándose visiblemente por el esfuerzo
que estaba tomando la subida. "Este es el camino más directo. Tu puedes volar, y yo…"
sus hojas quedaron flácidas. "…puedo trepar."
"Estás casi muerta," dijo el hada. "Castañeas como astillas cada vez que te
mueves y ni siquiera estamos a la cuarta parte del recorrido. Será mejor que esperes aquí
y me dejes encontrar una ruta mejor. A menos que quieras volver atrás."
"Nada de eso. El tiempo…"
"'El tiempo se acorta. La hora se acerca' Sin embargo tú estás perdiendo el
tiempo al tratar de escalar un acantilado escarpado," dijo Endry. "Pero creo que yo
vislumbré otra manera de subir." Se echó a reír. "De hecho puede que no tengamos que
dar marcha atrás en absoluto."
"¿Qué es este nuevo atajo?" preguntó el retoño examinando la ladera del
acantilado en cuestión y de mala gana pero coincidiendo en silencio con la hada.
"Una cueva. A unos seis metros de altura y a treinta metros a nuestra izquierda."
"¿Cómo sabes que conduce a donde tenemos que ir?"
"Porque me siento con suerte."
La entrada de la cueva estaba seca y caliente, demasiado reminiscente del puente
para el gusto del retoño, pero si los llevaba a donde querían ir: hacia arriba. Ella inclinó
las ramas cerca de su tronco y se metió dentro.
"Está un poco oscura," dijo el retoño.
"¡Claro!" Dijo Endry. "Supongo que los árboles no podían esperar ser dotados de
la vista de las hadas." Zumbó ella cerca de la cara del retoño. "Y supongo que nosotros
no podemos prenderte fuego. Probemos esto."
El hada dio un aplauso como pedernal golpeando la piedra y una fría y diminuta
brizna de brillante luz azul apareció sobre su cabeza. Los siguientes cuarenta metros de
suelo empinado del túnel, pared y techo aparecieron inmediatamente. Ocupando al
menos treinta de ellos había un campamento de unos veintitantos boggarts que no se
vieron en absoluto contentos de ser repentinamente despertados por un enorme árbol, un
hada charlatana, y su luz azul brillante.
"Yo no me siento con suerte," dijo el retoño.

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Capítulo 11

G ryffid marchó hacia el borde de la ladera del valle, donde una unidad de tres
elfos exploradores de la manada Belladona estaba esperando al lado de una gran roca
cubierta de musgo. "Informe," dijo.
"Estuvieron aquí Taer. Hace menos de un día. Tanto el paria como la doncella
elfa. También hay pistas gigantes bajando hacia el valle." El explorador arrugó la nariz.
"Nos atuvimos a sus órdenes Taer pero déjeme decirle que huele a un matadero ahí
abajo."
"Bien hecho. Por ahora monten guardia. Pronto volveremos a movernos." A
juzgar por el leve ruido alzándose de los bosques detrás de él Gryffid adivinó que
Eidren y su guardia de honor se acercaban. Se apartó de los exploradores de Belladona y
esperó.
El taercenn pronto salió del bosque, flanqueado a cada lado por tres de sus
parracreados de elite. Eidren no sonreía pero traía una actitud brillantemente informal
más apropiada para una reunión de notables que para la caza de una presa.
"¿Hemos progresado, Daen?"
"Considerablemente, Taer. Los exploradores estiman que no estamos muy lejos.
Los alcanzaremos en las próximas horas."
Eidren investigó el cielo. "Si se me permite hacer una sugerencia..."
"Por supuesto."
"Proceda según lo planeado. No hay ninguna razón para no cerrar la brecha entre
nuestra presa y nosotros hasta que estemos a distancia de ataque. Pero retrase ese
ataque. Él sabe que lo estamos siguiendo así que sabrá cuando estemos cerca. Démosle
al marginado un día más para que mire por encima del hombro, desgastarle un poco más
antes de que lo atrapemos."
Gryffid se aclaró la garganta. "Eso se oye bastante bien, Taer, pero debo decir
que estoy respetuosamente en desacuerdo. Encontramos dos cadáveres más de elfos en
el bosque, víctimas del asesino de su raza."
"Sus nombres se añadirán a la maldición que invocaremos sobre su cuerpo
destrozado."
"Muy bien. Pero no creo que podamos pedirles a nuestras fuerzas que se
detengan una vez que lo encuentren. La manada entera tiene hambre de sangre del
traidor."
"¿La manada o simplemente usted?"
"Como líder de la manada yo hablo en nombre de la manada," dijo Gryffid.
"Rhys y sus secuaces estarán lo suficientemente cansados después de un duro esfuerzo.
Puede que resulte difícil pedirle a los cazadores que se contengan cuando su presa esté
justo en frente de ellos."

98
"Eso suena como una simple cuestión de disciplina," dijo Eidren, "que espero
que usted mantenga. Déjese guiar por mí en este asunto, Daen Gryffid, por el bien de la
Nación, no por los pensamientos de su popularidad en la manada."
"Yo no… Sí, Taer."
Eidren bajó la mirada hacia el valle. "Siga adelante entonces," dijo.
"Muy bien, Taer." Gryffid se volvió y contempló el camino hacia el valle. El
pasto era alto y seco y cubría cada centímetro del terreno que tenían que transitar. En la
luz del sol el mar de ondulantes hojas adquirió un brillo de color amarillo dorado. Sería
difícil que el mismo Rhys fuera tan tonto como para esconderse debajo de la alta
alfombra dorada pero no había duda de que él había dejado señales de su presencia allí,
tal vez incluso pistas de su dirección y destino final.
Gryffid decidió mantener el orden de batalla que había pedido Eidren, los
regresabuesos y exploradores inspeccionarían el fondo del valle y aprenderían lo que
pudieran, seguidos por los arqueros, guardabosques, y parracreados. Les hizo una señal
a los maestros de los sabuesos y señaló hacia el valle.
Una decena de regresabuesos y sus cuidadores cargaron hacia el borde de la
ladera y se detuvieron en una línea. Luego Gryffid les indicó a los exploradores
Belladona situados cerca. A esos tres rápidamente se les unió una media docena más a
los que parecía faltarles el aire. Los rastreadores de élite avanzaron, formándose entre
los regresabuesos, y permanecieron con sus cabezas en alto y orgullosas sobre sus
cuellos erguidos, sus ojos claros y nítidos mientras esperaron la señal para avanzar.
"Adelante," dijo Gryffid y sus sabuesos y exploradores respondieron de
inmediato. Los elfos Belladona se dispersaron y prácticamente todos desaparecieron de
la vista cuando los perros cortaron en una sola y amplia franja a través de una hierba a la
altura del muslo.
Gryffid se dio la vuelta y señaló a la gran hueste de arqueros y parracreados
menores. Los mantuvo listos mientras siguió con la mirada el progreso de los
regresabuesos a través de la hierba alta, viendo como los perros llegaban a la parte
inferior de la pendiente y se aventuraban en el fondo del valle.
Gryffid nunca pudo darle a su segunda oleada la señal para avanzar. Un grito de
angustia acudió flotando desde el valle en el mismo momento en que los regresabuesos
pusieron un pie en la tierra llana. Un solo aullido lastimero comenzó y luego se
desvaneció rápidamente como si la garganta que lo pronunció estuviera siendo
fuertemente estrangulada.
"¡Atrás, atrás!" Repitió una de las voces de los maestros de sabuesos subiendo
por la colina. "¡Tráiganlos a todos de vuelta!"
Gryffid se giró hacia su segundo oficial, que estaba de pie cerca. "Culloch.
Conmigo." Sacó su espada y corrió colina abajo. Culloch perdió sólo unos pocos pasos
antes de seguirle. Mientras corría Gryffid notó a varios de los exploradores Belladona
parados en la hierba alta. Salir de su escondite era algo inaudito para estos rastreadores
pero antes de que Gryffid incluso pudiera preguntarse el por qué todos los exploradores
de pie tropezaron, se tambalearon y cayeron fuera de la vista.
Gryffid y Culloch llegaron al borde del fondo del valle, en donde estaban
esperando todos los regresabuesos y sus cuidadores. Una media docena de perros y dos
maestros de sabuesos estaban en cuclillas mientras los demás los rodeaban. Gryffid vio
que ninguno de los perros o los elfos afectados estaban muertos pero cada uno había
sido ciertamente inutilizado, ya sea adormilado o inconsciente.
"¿Qué está pasando aquí?"

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El líder de los cuidadores era bajo y fornido para un elfo. Inclinó su ancha y
cornuda cabeza y dijo: "Veneno Taer. No es letal pero la hierba de aquí abajo está toda
recubierto con él. Veneno de tejo."
"¿Y no se dieron cuenta? ¿Las mejores narices de toda la Nación no pueden
notar que estaban entrando en una trampa?"
"No es su culpa, Taer." Un oficial de los Belladona se levantó de la hierba al
lado de Culloch y se inclinó al lado del maestro de caza. "Nuestros exploradores
tampoco reconocieron el peligro, no hasta que fue demasiado tarde. Hay más que
extracto de tejo trabajando aquí. Alguien lanzó un poderoso hechizo en este valle."
"Los perros no huelen magia Taer." Respondió el maestro de sabueso
manteniendo su cabeza baja. "Al menos no sobre las plantas cuando están rastreando
carne viva."
"¡Silencio! Tienen suerte de estar vivos. Cada palabra que dicen me anima a
negar su buena fortuna." Estaba bien dentro del poder de Rhys bañar todo el valle con
sus tóxicos hechizos de arbóreo y lanzarlos con tal potencia que mataran en lugar de
incapacitar. No había mostrado ninguna vacilación en asesinar a sus compañeros de
caza antes. ¿Por qué ahora les estaba perdonando?
Gryffid contempló el campo de hierba aparentemente inocente. La terrible
belleza de la maniobra de Rhys lentamente se hizo evidente. Esta había sido una táctica
dilatoria, y una brillante. Les tomaría horas quemar un camino a través del valle
envenenado y cualquier elfo que cayera en el proceso se convertiría en una carga para
aquellos que quedaran. Muertos podrían ser dejados atrás. Inconscientes tendrían que
ser atendidos o llevados.
"¿Daen?" La voz calmada de Eidren llegó directamente desde atrás de Gryffid.
"¿Qué pasa aquí?"
"El traidor ha bloqueado nuestro camino Taer." Gryffid gesticuló con la mano
hacia el fondo del valle. "Tendremos que rodear este valle o forzar nuestro camino a
través, un lento paso a paso. Cualquiera de los métodos nos costará un tiempo valioso,
tiempo que él puede usar para escapar o dejar más sorpresas para nosotros en el
camino."
"Hmm," dijo Eidren. "Si, preocupante. Puedo ver por qué usted tiene tal odio por
nuestra presa Daen. Un oponente digno que es indigno de respeto."
"Bien dicho Taer," murmuró Gryffid.
"Pero si se me permite hacer otra sugerencia..."
"Por favor."
"Saque a sus sabuesos y exploradores por ahora. Despeje el valle de Hojas
Doradas, atienda a los heridos, y retroceda. Yo arreglaré nuestra situación."
"Muy bien Taer." Gryffid dio un paso atrás y con la ayuda de Culloch le ordenó
a los regresabuesos y Belladona que volvieran por la pendiente. Un rápido vistazo
confirmó a seis perros y cinco elfos entre los caídos. No era una pérdida paralizante
pero una definitiva carga para el resto de la manada. Gryffid giró y miró a Eidren para
ver como un artista podía hacer lo que un cazador no podía.
El glorioso Perfecto arrojó su capa hacia atrás, dejando al descubierto sus
pálidos brazos y hombros. Estiró su bastón de maderaviva hacia adelante y puso a
prueba la tierra delante de él, avanzando lentamente hacia el suelo del valle. Estaba
susurrando para sí mismo, sus palabras melódicas y cadenciosas aunque Gryffid no
pudo entender ni una sola.
"Allí." Eidren dejó de moverse luego de introducirse dos metros en el fondo del
valle. Levantó su bastón y clavó el extremo inferior en el suelo. Un humo verdoso se
reunió alrededor del nudo de madera en la parte superior de su bastón. El taercenn abrió

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las manos y las colocó a ambos lados del palo parado en posición vertical. Eidren giró
poco a poco las palmas de las manos hacia el suelo y estiró los brazos en línea recta
hasta que sus codos estallaron.
La hierba alta directamente en frente de él comenzó a marchitarse y rizarse. Las
briznas se derrumbaron en un verdoso polvo negro hasta que Eidren quedó de pie en el
centro de un amplio semicírculo de tierra aplanada desprovista de vegetación. La zona
muerta se extendió horizontalmente hasta que fue lo suficientemente grande como para
que veinte elfos se pararan uno junto al otro. Eidren sacó su bastón del suelo y dio un
paso adelante en el claro espacio muerto que había creado.
La hierba debajo y alrededor de los pies de Eidren había desaparecido pero las
hojas en el borde de la zona muerta se hincharon fuertes y saludables. Justo fuera del
alcance del hechizo de Eidren las hojas cambiaron del color amarillo seco al verde
exuberante. Entonces crecieron más altas. Estos tallos más largos y más gruesos se
trenzaron alrededor de sí mismos, volvieron hacia el suelo, y luego se deslizaron hacia
arriba una vez más. Instantes después de que comenzara este nuevo crecimiento el
espacio despejado de Eidren quedó flanqueado por dos paredes sólidas de color verde.
Cuando ambas paredes fueron más altas que el elfo más alto Eidren asintió.
Apoyó su bastón en el suelo y estiró los brazos hacia fuera al lado de este una vez más.
La zona muerta se lanzó hacia delante por lo que la hierba envenenada entre él y el otro
lado del valle cayó, una fila a la vez, como si fuera segada por un equipo de segadores
invisibles.
Gryffid observó, alegría y asombro compitiendo con la vergüenza y la sospecha.
Se había equivocado acerca de Eidren. El nuevo taercenn no era ningún guerrero,
ningún apropiado cazador elfo, pero tenía una magia muy poderosa así como posición.
El trabajo que había hecho allí no sólo había sido práctico y eficiente, había sido…
hermoso. Había sido arte.
Las paredes del sendero de Eidren continuaron creciendo y rizándose unas
contra otras, incluso después de haber sido completamente formadas. Coloridos brotes
germinaron, flores que no hubieran podido ni debido crecer de una simple hierba. Para
la franca sorpresa de Gryffid símbolos y formas reconocibles aparecieron en el extraño
nuevo seto, guiados e inscritos por la mano de su amo hasta que una delicada serie de
frisos adornaron cada centímetro de su superficie. Gryffid reconoció los símbolos del
Consejo de Sublimes, del rey y la reina Perfecta, del tradicional escudo de armas de los
Hojas Doradas. Esta magia, durante el tiempo que durara, marcaría el camino que la
Nación Bendecida habría tomado a través de este valle y les recordaría a todos aquellos
que lo siguieran del dominio y la destreza de los Hojas Doradas.
Gryffid caminó en silencio hasta ponerse junto a Eidren. "Magnífico mi
Taercenn," dijo.
Eidren mantuvo sus ojos en el carril avanzando pero sonrió. "Daen, le dije que
yo era un artista. He esculpido cosas vivas de esta manera toda mi vida. Este talento me
hizo ganar mi rango y mi posición actual así como un compromiso con los Perfectos de
más alto rango de los Mornsong." Eidren bajó sus manos pero la hierba siguió cayendo
mientras la línea se extendía al otro lado del valle. Se volvió hacia Gryffid y dijo, "Si
usted quiere ir ahora el camino estaría del todo despejado para el momento en que
alcance el extremo del valle."
"Muy bien, Taer." Gryffid saludó y se fue corriendo de nuevo hacia los sabuesos
y exploradores en la ladera. "Prepárelos," le dijo a Culloch. "Aquellos que todavía
puedan rastrear que procedan inmediatamente por el sendero que el taercenn ha
abierto."
Culloch asintió. "¡Taer!"

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* * * * *

Varias horas después de que sus regresabuesos cruzaron el valle envenenado


Gryffid descubrió que la magia de tejo no era la única herramienta que Rhys había
empleado para retrasar sus perseguidores. Los Hojas Doradas habían seguido el rastro
del forajido hasta más de la mitad de la distancia entre el límite del bosque y el Valle
Escudilla, ganándole terreno a su presa con cada paso. Ahora, desde donde Gryffid se
alzaba sobre una colina rocosa, el cielo estaba claro y brillante y las montañas costeras
al oeste estaban a la vista.
Gryffid siguió las montañas con su mirada, deslumbrado por el impresionante
panorama. Desde su punto de vista sobre la cresta podía ver por kilómetros hacia el
oeste, sur y este. A todas partes menos al norte, la dirección que había tomado su presa
y la que debían seguir.
Dos terceras partes del horizonte estaban despejadas pero esa importantísima
tercera final estaba oculta a la vista. Una niebla impenetrable se había posicionado sobre
la depresión pantanosa que se extendía entre dos colinas próximas, una niebla que no
debería existir en esa época del año. Era un obstáculo mucho más simple que la hierba
envenenada pero también más eficaz. Con casi ninguna visibilidad los cazadores de
Hojas Doradas tendrían que trabajar mucho más duro para seguirle la pista a través de
matorrales empapados y coloridos pantanos. La niebla también le impediría apuntar
correctamente a los arqueros de Gryffid.
Gryffid se volvió hacia donde Eidren miraba desconcertante sobre el banco de
niebla. Los talentos del taercenn no se extendían más allá de las plantas, al parecer, por
lo que en este caso el estaba tan frustrado como el resto de la manada.
"Esto es bueno," dijo Eidren. "Excelente de hecho."
"¿Taer?"
"¿No lo ve?, está desesperado. Cualquier niño elfo puede crear un banco de
niebla. Si no lo estuviéramos presionando habría creado algo más elaborado, más
eficaz."
"Taer, es muy eficaz contra los arqueros."
"Creo que no ha entendido mi punto," dijo Eidren. "¿Por qué se dispondría él a
frustrar a los arqueros si no estuviéramos dentro del rango del arco? Creo que estamos
más cerca de lo que cualquiera de nosotros espera. Por lo que sabemos él está
acurrucado en medio de esa niebla, rezando para que no arriesguemos a marchar tras él
por miedo a otra pasiva trampa de veneno."
"Si eso es así," dijo Gryffid, "él ya se ha dado a entender. Puede haber cualquier
número de sorpresas esperándonos allí."
Eidren suspiró con tristeza. "Usted realmente tiene que empezar a mirar el
cuadro grande si tiene la intención de seguir guiando a una manada entera," dijo. "La
niebla no oculta sus armas. Es su arma. Él se aseguró de que viéramos lo que podía
hacer con la magia de tejo en el valle y ahora la amenaza del veneno es aún más
poderosa que el propio veneno. Quiere que perdamos el tiempo preguntándonos,
desacelerarnos obligándonos a andar con cuidado y mientras tanto poder dedicar más
recursos a la creación de su siguiente táctica. Está tratando de obligarnos a hacer lo que
él quiere que hagamos. Clásico, un pensamiento militar que prueba su tiempo, Daen.
Me sorprende que usted no lo haya visto por si mismo."
"Lo veo, Taer. Pero si es clásico es por una razón: Es eficaz."
"También es predecible," dijo Eidren. "Algo que ahora podemos aprovechar."
Gryffid asintió. "Parece que usted tiene otra sugerencia."

102
"La tengo. Suba a su montura y llévese a una media docena de sus mejores
jinetes de cervin con usted. Le enviaré una docena de mis parracreados como soporte.
Vaya con toda la velocidad posible a través de la niebla hasta que rompa el banco en el
otro lado."
"¿Y si pasamos a través de otra zona de hierba envenenada?"
"Entonces quedaré muy sorprendido. Pero no estará en serio peligro si él se
aferra a su patrón. Quizás pierda un cervin o dos durante la duración de esta caza, o se
enferme usted mismo, pero me atrevería a decir que mis parracreados ni siquiera se
darán cuenta de una dosis letal de la magia de tejo."
"Va a ser algo lento," dijo Gryffid. "Su rastro será más difícil de detectar."
"Entonces no siga su rastro. Repito, dese prisa. Atraviese este obstáculo y recoja
su rastro más allá de el. Cuando él se de cuenta de que la niebla no ha funcionado estará
sobre él, o cerca de estarlo, con todo el peso de la manada Cicuta pisándole los talones."
"Pero si se está escondiendo en la niebla como usted ha dicho…"
"Entonces nosotros lo encontraremos cuando nos movamos en bloque a través
de la niebla. Pero yo estoy seguro de que no está allí. Él no es del tipo que cava un
agujero y espera que el tiempo mejore. Se está dirigiendo hacia un lugar, un lugar
específico, y dudo mucho que sea este pequeño y alegre pantano."
"Por lo que debe darse prisa. Elija su equipo y vaya. El resto de nosotros puede
proceder con cautela pero con diligencia. No importa si él está en la niebla o más allá de
ella, vamos a encontrarlo, y más rápido de lo que él piensa."
Gryffid miró la niebla. "¿Y si yo lo encuentro antes que usted y los demás me
alcancen?"
"Entonces tendrá que tratar con él en consecuencia. Sin embargo yo insisto en
que guarde su vida hasta que tenga la oportunidad de hacerle preguntas a él y a su
compañera Maralen. Más allá de eso puede hacer lo que le parezca."
"Gracias, Taer."
"No, en absoluto. Ahora dese prisa. ¿Tiene una cervin fiable al que montar?"
"Es una montura muy útil, Taercenn," dijo Gryffid, "pero no es nada comparado
con las maravillas en su establo."
"Entonces tendrá una de las mías." Eidren le hizo una seña a uno de sus
cortesanos para que se acercara. "Ve con mi maestro de cuadra y dile que quiero el
mejor cervin. Susurro, si está disponible, o quizá Céfiro. La elección depende de él pero
en cualquier caso traiga la montura aquí inmediatamente." El cortesano hizo una
reverencia y se deslizó entre la multitud de elfos.
Eidren dijo a Gryffid, "Le sugiero que busque a sus cazadores, Daen, y me
espere en el borde de la niebla. Lo veré allí una vez que haya reunido a mis
parracreados."
Eidren devolvió el rápido saludo de Gryffid y se marchó. Este último envió a
Culloch a reunir seis jinetes, dejando al Daen de los Cicuta solo en la cima de la colina.
El nuevo taercenn le era desconcertante. Había que conceder que hasta ahora Eidren
había estado en lo cierto y su ayuda había sido invaluable pero Gryffid seguía inquieto.
Tal vez estaba demasiado acostumbrado a los líderes elfos que ladraban órdenes en
lugar de hacer sugerencias.
Pronto seis elfos Cicuta montados en cervin llegaron cabalgando junto a la
colina de Gryffid. El comenzó a decender y dobló un dedo para indicarles que lo
siguieran. Culloch no les había dicho de su misión y ellos tenían la suficiente
experiencia como para esperar a que Gryffid le entregara sus órdenes a su debido
tiempo. Dirigió a los seis por un sendero sinuoso a través de los matorrales y se detuvo
cerca del borde de la niebla.

103
Gryffid investigó con la mirada. La ahumada niebla gris no era espesa pero se
las arreglaba para desconcertar a los ojos. Se agachó, recogió una pequeña piedra y la
arrojó. Aunque siguió su camino de cerca esta desapareció de la vista a menos de treinta
centímetros del límite del banco de niebla.
"Daen Gryffid." La suave voz de Eidren llamó la atención de todos los elfos
Cicuta. "Permítame presentarle a Susurro."
Gryffid se aguantó un jadeo. Varios de sus jinetes no fueron tan estoicos. Sin
embargo el no sintió ira ni hizo planes para disciplinarlos ya que el cervin del taercenn
era verdaderamente impresionante. El animal se elevaba hasta casi los hombros de
Eidren y su rostro estaba alerta, orgulloso y vigoroso. El pelaje del enorme corcel era
plateado como la luz de la luna con manchas de negro y sus ojos eran de un penetrante
hielo azul.
Gryffid se acercó cuidadosamente a Susurro. Le tendió la mano y el cervin la
olió. Luego puso una mano en el largo cuello de la bestia y se deslizó a sí mismo sobre
su espalda.
"Me honra, Taercenn."
"Me alegro mucho." Respondió Eidren haciendo una reverencia. Cuando se
enderezó, añadió: "Aquí también hay miembros selectos de mi guardia de honor."
Eidren se hizo a un lado para revelar una falange de guerreros parracreados de
tres de ancho y cuatro de profundidad. Sus rostros estaban ocultos bajo máscaras
trenzadas de madera y hojas. Entre los jinetes de Gryffid la llegada de los elfos
parracreados eclipsó a la de Susurro aunque esta vez no hubo exclamaciones de
asombro ante su belleza.
Los parracreados pasaron desfilando al lado de Eidren y se situaron detrás de los
jinetes Cicuta. Una vez posicionados la guardia de honor del taercenn se quedó como
estatuas. Eran, a su manera, aún más magníficos que el cervin de plata, pero la suya era
una belleza terrible y severa.
Eidren se dio la vuelta. "Le dejo a lo suyo."
"¡Espere! Taer, yo…" Gryffid luchó por palabras incluso después de que Eidren
giró y con paciencia se cruzó de brazos. "¿Van a seguir mis órdenes, Taer?"
"Por supuesto Daen Gryffid. Pero no hay necesidad de preocuparse por ello. Yo
ya les he dado las instrucciones: Cruzar la niebla y esperarme en el otro lado. Entre aquí
y allá le servirán tan fielmente como los miembros de su propia manada."
"Pero no están montados. ¿Podrán mantenernos el ritmo?"
"¡Ja! Hijo mío, espero que usted tenga problemas en mantenerse por delante de
ellos. Ahora vaya."
"Ya habéis oído al Taercenn," dijo Gryffid. Se dio la vuelta en Susurro, deseoso
de poner a Eidren y sus parracreados detrás de él y sumergirse en la niebla. "Monten
rápido y mantengan los ojos abiertos. Estamos buscando tomar cautivos, no cadáveres,
así que si vislumbran algo viviente en esa condenada niebla no lo maten."
Uno de sus jinetes preguntó. "¿Qué debemos hacer, Taer?"
Gryffid niveló sus ojos con los del cazador. "Quiébrenlo," dijo. "Y llámenme.
Luego párense sobre su cuello hasta que yo llegue."
Una risita suave y malvada brotó entre los jinetes Cicuta pero el sonido sólo
resonó en las cáscaras de madera de los parracreados.
"Ahora," dijo Gryffid, "¡A montar!" Taconeó a Susurro y el cervin se lanzó hacia
adelante. Aceleraron rápidamente y, aunque Gryffid oyó el regular traqueteo de los
cascos de Susurro en el suelo, el viaje fue más suave que haberse quedado quieto.
Mucho más emocionante también. La niebla fue rancia en su nariz pero fría
contra su piel. Una vez en movimiento Susurro no requirió que lo taconearan más.

104
Gryffid ni siquiera tuvo que dirigirlo ya que la montura anticipó correctamente sus
intenciones antes de que él pudiera transmitirlas a través de la delgada cadena de guía y
bocado. Gryffid no podía ver más que unos pocos metros más allá de la cabeza del
cervin pero Susurro pareció oler el camino a seguir y evitó todos los obstáculos.
El Daen escuchó al resto de los jinetes detrás de él y detrás de ellos el sonido
formidable de doce parracreados de elite siguiéndoles el ritmo. Los cervins Cicuta eran
animales finos pero no habrían sido capaces de mantener ese ritmo sin Susurro a la
cabeza. Los cervins como este estaban reservados para las castas más altas de la
sociedad elfa y en ese momento Gryffid supo el por qué. Nunca había viajado así de
rápido, ni siquiera en los rápidos del Vinoerrante.
Aún así dicha velocidad tuvo un precio: En cuestión de minutos ellos subían un
ligero ascenso, saliendo de la húmeda zona pantanosa que Rhys había sembrado con
niebla. Gryffid rompió a través de la niebla y respiró el aire limpio y dulce. No hizo
desacelerar a Susurro por lo que la montura mantuvo su ritmo vertiginoso. Juntos
galoparon hasta la mitad de la cuesta. Entonces Gryffid detuvo en seco a Susurro.
Los jinetes Cicuta surgieron de la niebla en formación cerrada, seguidos
inmediatamente por la falange de parracreados.
"Despliéguense," dijo Gryffid. "Busquen señales de elfos o gigantes. ¡Vayan!"
No creyó que a los más destacados de la manada Cicuta les costara mucho tiempo
encontrar el rastro de un gigante y no quedó decepcionado.
"¡Taer!" Gritó uno de sus jinetes moviendo un mano desde entre dos árboles a
cincuenta metros bajando por la orilla. Gryffid le silbó a los demás para que se
reunieran con él y galopó hacia el que había señalado. Su corazón latió con fuerza
mientras se acercó. No había duda de los signos: Dos gigantes habían caminado por esa
ladera apenas unas horas atrás.
"¡Arriba!" dijo Gryffid. Taconeó las costillas de Susurro y el cervin plateado
subió disparado por la pendiente. Gryffid detuvo una vez más al cervin en la cima y
levantó la mano para detener a los demás antes de que lo pasaran.
Más marisma se extendía ante ellos pero este pantano no era tan húmedo y
carecía totalmente de niebla. Gryffid fue capaz de ver claramente a través de las llanuras
y sobre el Barranco Dauba trescientos metros más allá.
Un único y enorme árbol de roble hacía de puente sobre el Dauba. Durante
décadas los guías de semillas de Hojas Doradas habían tendido y guiado
cuidadosamente al roble para que cubriera la brecha. El grueso puente cubierto de
musgo se veía negro con el brillante sol de la tarde detrás de él. Dos siluetas estaban de
pie en su centro y aunque no parecían mucho más grandes que su puño cerrado Gryffid
vio que eran elfos: un macho y una hembra. Finalmente había encontrado a Rhys.
"Ahí están," dijo en voz baja. Las siluetas sobre el puente se alejaron corriendo y
desaparecieron en el lado lejano. Gryffid giró a Susurro alrededor. "¡Están aquí!
Parracreados, conmigo. El resto de ustedes esperen al taercenn antes de seguirnos."
Los jinetes de Gryffid no tuvieron la oportunidad de responder. Los doce
parracreados de Eidren rompieron filas y se apartaron de los otros elfos. Esta acción
repentinamente coordinada sorprendió a muchas de las monturas cervin y mientras sus
jinetes recuperaron el control toda la formación de Gryffid se disolvió en el caos.
"Esperen," dijo, pero la guardia de honor del taercenn ya había reformado su
falange junto a la confusión. Susurro permaneció perfectamente inmóvil mientras los
parracreados pasaron al lado de Gryffid a la carga hacia el barranco. Este giró su
montura a tiempo para ver a la guardia de honor romper en una carrera a todo trapo.
Eidren no había exagerado su velocidad y cuando Gryffid llevó sus talones a los flancos
de Susurro supo que no iba a alcanzarlos antes de que llegaran al barranco. Incluso

105
desde lo alto de una cervin tan excelente como Susurro lo mejor que Gryffid podía
esperar era mantener a los parracreados a la vista mientras los perseguía por detrás.
Susurro fue tan rápido y tan elegante como siempre pero no hubo alegría en ese
paseo. Gryffid se quedó tan bajo como pudo, su cuerpo casi moldeado a la espalda del
cervin. Vio las espaldas de la falange de parracreados mientras subía por la pendiente
que conducía a la orilla del Dauba. La retaguardia estaba a veinte pasos por delante de
él y, sin importar lo veloz que corrió Susurro o la urgencia con que Gryffid lo taconeó,
el daen y su caballo no ganaron ningún terreno.
El terreno se niveló. Desde lo alto de su cervin Gryffid pudo ver tanto al
Barranco Dauba como el gran puente de madera de roble extendiéndose sobre este. La
primera fila de elfos parracreados se acercó al borde del puente. El ruido de cascos
contra maderaviva llegó resonando a Gryffid y él sintió una fulminante oleada de temor.
"Deténganse," dijo él pero los parracreados volvieron a ignorarlo. Las dos
primeras filas entraron al puente y se extendieron para cubrir todo el arco de lado a lado
mientras cruzaban. Tres pasos después todos los guerreros cayeron repentinamente a
través de la superficie del puente y desaparecieron sin hacer el menor ruido. Un instante
antes habían estado de pie y en persecución y al siguiente desaparecieron
inexplicablemente.
"¡Alto!" rugió Gryffid y esta vez la guardia de honor del taercenn cumplió,
aunque el daen estuvo seguro de que no fue su voz la que finalmente les hizo detenerse
sino la suerte de sus compañeros.
"Retírense," dijo Gryffid severamente. "Hacia mí. Poco a poco."
Los parracreados restantes intercambiaron una mirada y retrocedieron a
regañadientes desde el borde invisible que se había tragado a sus camaradas. Cuando
estuvieron de pie sobre la roca junto Gryffid, el Daen desmontó. Miró a los parracreados
pero los guerreros encantados se negaron a devolverle la mirada. Rhys, maldito sea su
nombre, lo había vuelto a hacer, y una vez más el fracaso de los Hojas Doradas era de
Gryffid y sólo de Gryffid. Debería haberlo sabido, debería haber visto el patrón que
habían tomado las pequeñas estratagemas de Rhys. Primero, un valle de aspecto
inocente que paralizó a los incautos. A continuación, una niebla de aspecto preocupante
que no ocultaba ninguna amenaza en absoluto. Ahora, un puente aparentemente intacto
que en realidad no llevaba a ninguna parte.
Gryffid, con sus manos temblando de rabia, sacó una pequeña botella de arcilla
de su cinturón. Acunó la botella en la palma de la mano, echó su brazo hacia atrás e hizo
rodar suavemente la botella a través de la superficie del puente. Aunque de forma
irregular, el tiro de Gryffid fue perfecto y la botella rodó sin problemas, directamente
hasta el centro de la vía. Cuando llegó al lugar donde los elfos parracreados habían
desaparecido también se perdió de vista y desapareció sin hacer ruido.
La ardiente ira de Gryffid se enfrió. La furia se endureció en algo filoso y frágil
en el fondo de su mente. Miró fijamente al lugar donde la botella había desaparecido y
sus labios se curvaron en una mueca salvaje. Ahora podía verlo: El puente ya no existía
pero la ilusión colocada en su lugar le decía a los ojos incautos que todavía seguía allí.
Gryffid sacó su espada y con un encantamiento enojado introdujo
profundamente la punta en el puente de maderaviva de roble. Una onda de distorsión
salió rodando desde la hoja y onduló a lo largo de la superficie del árbol. Gryffid se
levantó y observó las ondas rebotando y reflejando hasta que el puente entero brilló.
El sólido arco de roble vivo se desvaneció para revelar la última de las horribles
blasfemias de Rhys contra la Nación Bendecida y sus obras. El puente estaba hecho
añicos a menos de quince pasos del extremo sur. Gryffid apenas podía imaginar la
fuerza bruta que debió haber llevado dividir un puente de manera tan completa, pero no

106
había ningún misterio acerca de donde había obtenido la fuerza Rhys. Las marcas de
pies y puños gigantes eran claramente evidentes en lo poco que quedaba de la extensión
moribunda. Rhys no sólo le había ordenado a algunos de los seres más bajos y más
inferiores en todo Lorwyn que destruyeran un orgulloso hito de los Hojas Doradas,
también lo había hecho para evitar la justicia élfica que tanto merecía.
También se había vuelto a ganar el nombre de asesino de su raza. La sola
destrucción del puente habría sido suficiente como para retrasar a sus perseguidores de
Hojas Doradas pero el había seguido adelante al esconder su crimen para que más de
sus antiguos camaradas cayeran a sus muertes. Estaba claro que había esperado
reclamar decenas de vidas elfos cuando toda la partida de caza hubiera marchado por el
puente con todas sus fuerzas.
Un movimiento en el acantilado norte llamó la atención de Gryffid. Él miró a
través de la niebla y vio dos enormes figuras caminando torpemente hacia el borde del
barranco. Reconoció a los dos como sus antiguos cautivos, los hermanos gigantes que
casi habían sido convertidos en parracreados antes de que el traidor Rhys los ayudara a
escapar. El más alto con la barba larga y rala sólo miró a Gryffid torvamente a través de
la extensión del Dauba pero el gigante más pequeño con la oscura barba trenzada saltó
arriba y abajo, gesticulando salvajemente.
Gryffid simplemente se quedó mirando mientras el gigante más pequeño empujó
y golpeó juguetonamente a su hermano. Esa silueta más pequeña luego se volvió,
jugueteó con algo en la cintura y se bajó los pantalones. El gigante más alto se cubrió el
rostro con las manos y se sacudió con la risa mientras el otro meneó su trasero desnudo
a los cazadores Cicuta de la Nación Bendecida.
El daen sintió el insulto en su estómago como un bulto inmóvil de piedra pero
fue Rhys y no la infantil visualización del gigante lo que empañó su mente con negra
rabia. Si a él le tomaba un año cruzar el Barranco Dauba a pie, o diez años para hacer
crecer un nuevo puente, Gryffid lo soportaría todo.
Después de eso él cortaría pedazo tras pedazo a la desgracia visual Rhys sin
importar lo que el Taercenn dijera.

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Capítulo 12

Cenizeida bebió profundamente de una copa de acero pulido. El té de kerosén


era venenoso para una criatura de carne y hueso pero fue exactamente lo que la
peregrina necesitaba. Ella se encendió con una sensación casi inmediata de renovado
vigor y calidez. No ardió más caliente, sólo más saludable. Era algo que nada más que
otro llameante podría notar y el monje en oro lo hizo de inmediato.
"Tu fuerza ha regresado," dijo el joven monje, una declaración de asunto cortés,
no de estímulo o comodidad. Cenizeida se preguntó si el joven llameante habría
permanecido tan impasible ante la ausencia de su maestro ya que aquellos eran
claramente los roles de estos dos ocupantes solitarios del populoso monasterio.
La peregrina también encontró difícil creer que estos dos eran en verdad los
únicos monjes en ese venerado lugar. Aquel no era el verdadero monasterio de la
Comunidad Brasa, le habían dicho, sino un santuario y una fortaleza. La estructura
había sido construida en geometrías y sensibilidades que hubieran sido imposibles de
imaginar por cualquier arquitecto más que aquellos hechos de piedra y llama viva.
Arcos curvados y pulidos de obsidiana soportaban asimétricamente un techo convexo
revestido de tejas de quebracho que se parecía a la vestimenta de los monjes más que
cualquier otra cosa, pero los que adornaban la pared estaban cortados en formas más
regulares. El techo soportaba una aguja que a su vez se parecía a una estalagmita
toscamente tallada. Esta se parecía a un hermano más pequeño del monasterio
propiamente dicho, todavía algo en lo alto de la ladera de la montaña.
"El té está bueno," dijo Cenizeida. "Gracias." La peregrina dejó la bebida delante
de sus piernas cruzadas y enderezó la mitad superior de su cuerpo. "Pero no puedo
seguir sentada y disfrutar nada más hasta que me digan por qué los dos trataron de
matarme."
"Tranquila, Cenizeida de Tanufel." El monje levantó la mano con la palma hacia
afuera. Cenizeida sintió un calmante influencia fluir del llameante más anciano. Ella se
encendió instintivamente, sólo un pequeño destello, pero fue suficiente para romper el
hechizo del monje.
"Yo estaré como quiera," dijo Cenizeida. "Pero no me volverán a atrapar con la
guardia baja y no me van a manipular."
"Yo no busco manipularte," dijo el monje más anciano, "sino prepararte para el
desafío por delante."
"Todo lo que realmente quiero saber es por qué me lanzaron a un precipicio,"
dijo la peregrina.
"Debes entrar a la Brasa Caída. Ninguno de los nuestros puede alcanzar la
cumbre sin hacerlo."
"A mi no me importa cuáles sean las reglas," dijo Cenizeida señalando con el
pulgar por encima del hombro al monasterio. "Están hablando con alguien que acaba de
volar por la ladera de una montaña. Denme tiempo y voy a hacer contacto de nuevo, sin
importar si a ese alto y poderoso elemental le guste o no. ¿Están haciendo su voluntad
manteniéndome aquí?"

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"El poder no fue tomado sino otorgado… un regalo que es mejor no quedárselo
mucho tiempo para que no te consuma," respondió el monje, "y su regreso no volverá a
tu antojo. La llama blanca ha venido a ti demasiado pronto, demasiado pronto. Nosotros
sentimos tu tormento, peregrina, incluso desde estas alturas. Sabemos lo que has
sufrido. Sin embargo esto no cambia el hecho de la llama blanca. Hay una razón por la
que los llameantes no se han apagado a lo largo de los siglos en las guerras y conflictos.
Es el Camino de la Llama lo que nos mantiene en paz con nuestros parientes y cuando
uno de los nuestros es poseído por ese poder…"
"Oh, este me poseyó en toda regla," dijo Cenizeida. "Sé que por lo general hay
rituales. Yo los extrañaba, Hermano Monje. Pero no hay duda de que lo hecho, hecho
está, y yo no voy a volver a ir a través de una danza complicada con ustedes para
obtener lo que quiero."
"Debes llegar a Brasa Caída bajo tu propio poder. El Camino de la Llama lo
exige. Has tocado la llama blanca y esta te ha tocado a ti. El novato más tenue puede ver
eso. Debes mantenerte en tu camino, peregrina."
"Ustedes ni siquiera me conocen así que no presuman de decirme a dónde tengo
que ir. El camino ya no exige nada de mí. Sí, soy una peregrina. Toda mi propósito era
seguir el camino a mi elemental y lo hice," dijo Cenizeida. "Este me atrajo y me usó
sólo para salvarse a sí mismo. Tal vez yo respetaba los rituales, las creencias, pero esa
cosa no lo hizo."
"¿Quieres decir que no lo hiciste de buen grado? ¿Acaso el gran espíritu no vale
el sacrificio de un solo peregrino llameante?"
"No." Quizás había sido el té o la oportunidad de compartir por fin su tormento
con dos seres que al menos podrían comenzar a entenderla pero Cenizeida ya no pudo
contener más su ira. "De hecho yo no veo que valga la pena salvarlo. Estas… cosas,
estos seres divinos de fuego y aire… se suponen que deben ser mejores que eso.
Mejores que nosotros. Mejores que cualquiera de nosotros. Sin embargo yo miré a ese
ser divino a los ojos y vi terror. Cobardía. El habría permitido que me consumiera
completamente en su lugar."
"Tal es nuestro destino, el destino de todos los llameantes. Apagarse es el único
pecado verdadero, peregrina."
"No me tires perogrulladas y proverbios a mí," le advirtió Cenizeida. "Yo no
planeo apagarme ni volver a la roca viva en el corto plazo. Estallaré cuando muera y lo
haré tan brillantemente que los elementales mismos, cada uno de ellos, se protegerán
sus rostros." Ella se apartó de la mesa y se puso de pie, sus llamas controladas pero
ardiendo acaloradamente.
"Suenas como una asesina," dijo el monje azul. "¿Pero puedes matar a un dios?
¿Acaso te imaginas que nosotros vamos a permitirte que destruyas lo que es más puro,
la cosa a la que todos aspiramos, sólo porque te sientes abandonada? Estás loca, ¿sabes?
Has alcanzado fácilmente una especie de perfección a la que la mayor parte de la
Comunidad de la Brasa nunca se acercó y ahora buscas explotarla y abusar de ella."
"¿Perfección? ¿Acaso ahora nosotros nos volcamos al credo de los elfos?"
"¿Cómo llamarías tú a una criatura que vive en un estado sin defecto? Una en el
que cada acto suyo es, por definición, adecuado y correcto."
"Una ilusión," respondió la llameante. "¿Y cualquiera que adora a un ser así? Un
tonto." Cenizeida apretó los puños y sus llamas emergieron. "Yo iré a la cima de esta
montaña, Hermano Monje, y domaré a tu ser perfecto. La llama blanca es mía para
comandar. ¿O acaso es tuya?"
"Tus amenazas son inútiles, peregrina," dijo el monje azul. "Has sido juzgada
digna de escalar la cumbre en virtud de la llama blanca y el camino subiendo por la

109
ladera de este pico no es tema de debate. No encontrarás otro camino de subida. Pasarás
a través del monasterio o no llegarás a tu destino. Yo te juzgué digna de entrar en este
santuario pero sólo aquellos mayores que yo pueden decidir quién llega a la cima de la
montaña. Ahora veo que tú seguramente fallarás." Y sin decir una palabra más se
levantó, se inclinó ligeramente a su alumno, y se marchó de la cámara. Aquello golpeó a
Cenizeida como un movimiento muy petulante para alguien tan aparentemente lleno de
sabiduría.
"Encantador tipo, tu maestro," le dijo al monje en oro que todavía estaba sentado
a la mesa sosteniendo su taza de té. "Yo no voy a jugar estos juegos. Si él trata de
detenerme… si tú tratas de detenerme, yo voy a…"
"Te veremos en el muro," dijo el joven monje. "Te invitamos a que disfrutes de
otra taza de té si así lo deseas pero por favor entiende, esta es la única forma para lo que
buscas. Tanto figurativa como literalmente. Las rocas al oeste son intransitables. Hacia
el este, nada más que grietas y viento." Se puso de pie, asintió brevemente, y siguió a su
maestro fuera de la cámara.
"Espera, ¿qué muro?" preguntó Cenizeida.
"Sígueme," fue la respuesta por el pasillo a oscuras.

* * * * *

Cuando llegaron al muro Cenizeida comenzó a tener un indicio de cuán difícil


iba a ser la tarea que tenía por delante.
"¿Por qué el camino simplemente termina aquí?" Preguntó la llameante al monje
de vestiduras doradas. No tenía ganas de hablar con el maestro del monje más joven,
sobre todo si él se negaba a hacer contacto visual.
"Estás equivocada," dijo el monje azul antes de que su alumno pudiera
responder. "Aquí es donde tu camino vuelve a comenzar."
"Eso realmente no me ayudó para nada," dijo Cenizeida. "Pero no creo que me
vayas a explicar lo que quisiste decir, ¿verdad?"
El monje azul negó con la cabeza.
"Muy bien, entonces, revela el pasadizo secreto, haz que la ilusión desaparezca,
haz lo que sea que tengas que hacer."
"Tú revelarás el camino hacia arriba," dijo el monje azul. "Tú lo elegirás."
"¿Cómo?" preguntó Cenizeida. "Porque si por mí fuera me gustaría una sencilla
puerta con la cima de la montaña en el otro lado."
"Examina este muro, peregrina," dijo el monje azul. "Busca patrones, formas en
la piedra. El camino se te dará a conocer pero tú lo elegirás de los patrones que veas. Tú
eres de esta montaña, Cenizeida. Fuiste la última nacida de su piedra y no serás la
primera en destruir su corazón. Mira el muro. ¿Qué ves?"
Cenizeida dio unos pasos hacia atrás. Desde ese punto de vista fue más fácil ver
las líneas y fisuras en la superficie de la piedra. Cuanto más tiempo se quedó mirando el
muro más fácil fue ver a lo qué se refería el monje. Las líneas aparentemente aleatorias
pronto comenzaron a dibujar formas al azar en la pared del acantilado. Nada que ella
reconociera, hasta…
"Allí," dijo la peregrina. "Una figura. Dos piernas, dos brazos, una cabeza. Ese
debe ser mi guía. ¿Uno de ustedes, supongo?"

"Te equivocas," dijo el monje de azul y asintió con la cabeza en dirección a su


estudiante. El monje de oro se acercó a la pared y presionó su mano ardiente contra la
piedra.

110
La pared cobró vida. La forma que Cenizeida había visto brilló con luz dorada,
luz que ardió aún más caliente hasta que fue del blanco más puro, blanco con el más
ligero tinte azul. Ella dio otro involuntario paso atrás cuando la piedra dentro de esas
líneas empezó a moverse. La forma que ella había definido se extrajo a sí misma de la
pared del
acantilado como
una escultura
saliendo del molde
con un estallido,
excepto que esta
escultura era un
pedazo caminante
de la ladera de la
montaña de unos
cuatro metros y
medio de altura.
La cosa dio un
solo paso con una
sucesión de
chasquidos y
crujidos que
sacudieron la tierra
y envió grava deslizándose por las partes inmóviles de la pared. Sin ceremonia los
monjes también retrocedieron de la criatura pero esta ni siquiera reconoció su presencia.
Su segundo paso casi la aplastó y un golpe sorprendentemente rápido de su mano
similar a un guante casi la hizo caer de la montaña. En el momento en que Cenizeida
tuvo tiempo de mirar hacia arriba los monjes habían desaparecido.
"Voy a matarlos," insultó Cenizeida. "Cuando baje de esta montaña voy a
matarlos."
La llameante huyó a toda velocidad para ponerse a cubierto justo cuando el
enorme pie de piedra sin dedos, fácilmente el doble del tamaño del de Brion, se estrelló
y arrasó el final del camino. La gigantesca criatura rocosa, con una tremenda sacudida,
se liberó por completo de su prisión de piedra y dio un segundo paso tan pesado que
abrió una nueva fisura en la base de la montaña.
La peregrina se levantó y se apresuró hacia la roca más cercana, atenuando sus
llamas mientras lo hizo. Si lograba evitar la mirada del gigante de roca durante unos
segundos podría ser capaz de encontrar una manera de… ¿derrumbarlo? Cenizeida
pensó que eso era mejor que quedarse a esperar a ser aplastada.
La peregrina se metió en un grupo de rocas que marcaba los restos de una lluvia
provocada por una antigua avalancha. Cenizeida, momentáneamente escondida con toda
seguridad, examinó más de cerca a su enemigo.
La llameante se dio cuenta de que aquella podía no ser una criatura en absoluto o
siquiera un guardián encantado siendo en su lugar uno de los más raros de los raros, un
verdadera elemental de piedra. Se sabía que habitaban las montañas y no había ninguna
montaña más grande que el Monte Tanufel en todo Lorwyn. Por qué los monjes le
habían permitido a esta cosa que morara tan cerca de su monasterio era una incógnita.
Cenizeida nunca había esperado ver algo de su tipo, al menos no allí. Había estado
esperando volver a tener que luchar contra los monjes, no con la propia montaña.
La forma del elemental de piedra era casi simiesca, largos brazos y rechonchas
piernas dobladas soportando un grueso tronco rocoso, aunque su cabeza no se parecía a

111
nada más que una columna de piedra de dos metros con un rostro. Cuando este
pensamiento se cruzó por su mente un puño de roca del tamaño de una casa kithkin casi
destrozó esa mente y cada pensamiento en ella. Mientras Cenizeida se arrojaba lejos del
punto de impacto vislumbró el segundo puño, este echándose hacia atrás para convertir
el incluso resistente cuerpo de Cenizeida en polvo.
Ella ya no tenía el poder del elemental de fuego pero si disponía de sus propias
reservas. Cenizeida, recordando su viaje por la ladera de la montaña, manipuló una
magia suficiente para un chorro constante de fuego que la empujara justo fuera del
camino para evitar el golpe del gigante de piedra. En su lugar el puño se hundió en la
cara del acantilado dejando un cráter de impacto anillado con grietas.
El tiempo que le tomó al gigante extraer su puño fue suficiente para que
Cenizeida se pusiera en pie rodando y empezara a correr. Cualquier otra idea de estudiar
esta cosa maravillosa y mortal se desvaneció. Cenizeida se resignó a la única cosa que
podía hacer. Correr.
La peregrina se dirigió hacia el oeste, no por una razón específica que no fuera el
hecho de que el gigante no estaba allí. A pesar de correr a toda velocidad el pie de
piedra apenas le erró, la cosa podía cubrir la mitad de su altura en un solo paso, de modo
que correr tampoco era una gran opción.
Cenizeida, reuniendo sus energías rejuvenecidas, preparó algo que ella no estuvo
segura de que fuera a funcionar sin arrebatar más poder del elemental, y ese poder
estaba dolorosamente fuera de su alcance. Pero tenía que intentarlo. La peregrina,
haciendo arder por completo sus llamas, las concentró todas hacia abajo en la propia
montaña. Como había esperado la explosión la lanzó directamente hacia la columna de
piedra del gigante que hacia de cabeza.
Los ojos del ser brillaron de color blanco plateado y no parpadearon ante su
improbable acercamiento. En lugar de ello abrió una boca amplia y rectangular y se
dispuso a tragar entera a la llameante ardiendo. Cenizeida no alteró su curso pero si
pidió prestado un poco del fuego que la mantuvo en alto para encender sus puños. Estos
encendieron las cavernosas fauces desde dentro cuando chocaron con el techo de la
boca del gigante en medio de un ruido de piedras quebrándose.
El rugido agónico del monstruo envió a Cenizeida volando hacia atrás por donde
había venido, totalmente fuera de control. Cayó a través del espacio abierto y trató de
enfocar sus llamas o enderezarse pero esa explosión inicial le había costado demasiado.
"¿Qué me está pasando?" susurró momentos antes de chocar con la cara para
siempre desfigurada del Monte Tanufel. La peregrina fue capaz de formar un colchón de
calor para absorber la mayor parte del impacto pero lo que vino en medio fue suficiente
como para aturdirla y desorientarla por un instante. Volvió a maniobrar su calor en un
esfuerzo por mantenerse en el aire pero fue demasiado tarde.
Afortunadamente la aparición del gigante de piedra había dejado más que un par
de asideros y cornisas en el acantilado y la llameante fue capaz de empujarse a sí misma
en un aterrizaje forzoso sobre una cornisa que una vez había encajado perfectamente
contra el codo izquierdo del monstruo.
El grito del gigante murió lentamente mientras este dio la vuelta su titánico
cuerpo para enfrentar a Cenizeida una vez más. Pareció no tener ningún problema para
localizarla en la saliente sumida en sombras y estuvo sobre ella en un solo paso. Echó
hacia atrás un puño de obsidiana y rugió, aún perdiendo plasma rojo de las heridas que
ella le había hecho en su boca abierta.
"Te he hecho daño," dijo la llameante. "¿Qué te parece?"
El siguiente golpe de piedra vino disparado hacia ella. Cenizeida se lanzó hacia
adelante, no hacia el puño del gigante sino justo encima de él. Mantuvo sus manos al

112
rojo vivo y trepó hasta el hombro de la criatura de piedra. Después de un salto
prodigioso se paró encima de su cabeza.
La siguiente saliente, con la forma aproximada del puño izquierdo del monstruo,
estaba tal vez a cuatro metros por encima de ella y tres de distancia. Era un salto
peligroso pero si le erraba estaba bastante segura de que podría amortiguar el golpe y
volver a intentarlo, incluso si eso significaba lesiones graves en el corto plazo. Si lo
lograba ella podría quedar en lo alto del acantilado y bien lejos del gigante. Si no
intentaba la maniobra arriesgada en absoluto el monstruo de piedra la aplastaría con sus
puños escarpados. En ese momento el monstruo ya estaba alzando esos puños para
alcanzar su nueva posición.
Convocó toda la energía que le había quedado, cambiadas o no sus reservas
estaban lejos de ser infinitas, y dio un salto volador desde la cabeza del guardián
asesino. Lo columna con cabeza se torció para seguirla y ese movimiento amplió la
brecha entre Cenizeida y el sitio de aterrizaje que ella había elegido. En lugar de un
hueco de tres metros ella en ese instante tuvo que cubrir nueve.
La llameante, a pesar de verter todo lo que tenía en el esfuerzo, simplemente no
pudo cubrir la distancia a tiempo, el impulso y la gravedad lucharon un poco más duro.
Esto fue suficiente para desequilibrarla y ella aterrizó al lado del primer cráter que la
monstruosa criatura de piedra había creado cuando se había extraído de la ladera de la
montaña.
La peregrina hizo arder sus piernas y la parte inferior del torso pero el fuego
crepitó y chisporroteó furiosamente. Sin una sustancial eyección de poder elemental
prestado nunca sería capaz de volar tan lejos; tendría que trepar.
"Que así sea," dijo. En sus palabras le pareció ver un brillo en la cima de la
montaña, un parpadeo de alas. Y allí, un fragmento de poder, una fracción de lo que
había tomado pero dado libremente. Entonces el elemental volvió a cortar el contacto.
¿La criatura se estaba burlando o simplemente no había entendido la intención de
Cenizeida?
Era una pregunta para otra ocasión. La lucha contra esta criatura no la estaba
llevando a ninguna parte rápido. La llameante miró al descomunal gigante, quince
metros de piedra que se parecían a algo esculpido por un escultor loco… y de repente lo
vio en una nueva luz. Si podía evitar sus puños esta criatura podía ser su camino de
subida por el resto de la montaña. "El comienzo del camino," de hecho. El gigante de
piedra era el camino, si ella decidía utilizarlo.
Mientras el monstruo luchó por rastrear sus movimientos bajo sus pies Cenizeida
enganchó sus dedos en una grieta en la pierna izquierda de la criatura. Trepó, saltó a la
pierna derecha y tomó un nuevo asidero. Repitió este movimiento tres veces más hasta
que llegó a la cintura del gigante. Escalarlo se hizo mucho más fácil a partir de ese
punto.
El gigante de piedra finalmente la vio cuando ella se lanzó de su hombro hacia la
pared superior del acantilado, deseando que sus llamas la mantuvieran en el aire el
tiempo suficiente como para atrapar el borde de la saliente. Sin embargo Cenizeida vio
inmediatamente que se iba a quedar varios metros corta a menos que ella atrajera la
saliente hacia ella.
Con un grito de desafío Cenizeida vertió fuego desde sus manos y derrumbó los
sesenta o noventa centímetros de roca por encima de ella. La saliente de piedra se
desintegró en una lluvia de pedruscos calientes fundidos que salpicaron el rostro del
gigante y le hicieron ganar a Cenizeida otro enfurecido rugido cavernoso. Ignorándolo
ella vislumbró el borde brillando intensamente del acantilado cortado en diagonal y
trepó por el resto del camino.

113
La montaña se sacudió y tembló cuando el frustrado monstruo hizo escombros la
pared del acantilado con un golpe, casi enviándola dando volteretas hacia atrás por el
costado. Cenizeida fue capaz de sostenerse hundiendo sus dedos en la piedra fracturada
y enfriándose. Llegó a un robusto tramo seguro del camino sacudido por el temblor
justo cuando el resto del acantilado cedió, enterrando a su enfurecido perseguidor en
una avalancha de piedras, tierra y barro.

* * * * *

"¿Quién ha oído hablar alguna vez de boggarts habitando cavernas?" ridiculizó


Endry a la pandilla gruñendo de enojados boggarts cavernícolas.
"Pues parece que ellos no quieran hablar," dijo el retoño. "Por favor, no los
agraves aún más."
"Pero teniendo en cuenta mis brillantes ideas yo puedo deshacerme de esta
gentuza," dijo Endry, "hay un montón de luz de esas antorchas. ¿Lo entendiste?
‘¿Brillantes ideas?’"
El dedo de madera del retoño se deslizó entre las manos de Endry antes de que él
pudiera aplaudir.
"No, guarda eso. Podemos necesitarlo," dijo.
"Yo no creo que tu vayas a ninguna parte, retoño de tejo," dijo el hada. "Y yo no
lo necesito, así que…"
"Nos iremos pronto," dijo el retoño. "Sólo estoy tratando de encontrar una
manera de atravesar este túnel sin tener que matar a todos ellos."
"¿Por qué?" preguntó Endry mientras zumbó en un bucle agitado, "Son boggarts.
Utiliza tu veneno de tejo o ve y planta tus raíces, diría yo. Suponiendo que no te
prendan fuego antes de que encuentres la salida."
Los boggarts se
veían como si fueran a
sentirse más que
felices de hacer
precisamente eso. El
tejo estaba parado en
una cornisa a unos tres
metros por encima de
los boggarts. Su
campamento, o más
bien su nido
maloliente, estaba en
desorden y al menos la
mitad de ellos llevaba
antorchas o hierros
prendidos fuego que
habían encendido con
encantamientos
malévolos cuando el
retoño y Endry habían interrumpido su sueño. Los boggarts más grandes en el pequeño
grupo, una media docena llenos de cicatrices y de aspecto más o menos rudo, portaban
puntiagudas armas hogareñas que parecían más que capaces de desmembrar lo que las
antorchas no quemaran. Aunque el retoño no comprendió los gruñidos insultos y
sibilantes amenazas de los guardias entendió el mensaje de que ellos tenían la intención

114
de hacer justamente eso y que no tenían previsto esperar a que el fuego se apagara antes
de hacerlo. Detrás de ellos estaban los boggarts más pequeños que parecían igual de
amenazadores y detrás de estos, acurrucados junto al fuego, había muchos pequeños. De
vez en cuando uno de ellos añadió un chillido de cerdo a la algarabía general.
El hada tenía razón acerca de la luz, el tejo podía ver el camino subiendo por el
túnel en pendiente, extendiéndose hasta una pared rugosa que reflejaba la tenue luz solar
golpeando la piedra con una tonalidad diferente al anaranjado resplandor sucio de los
fuegos de los boggarts. No era la salida real pero estaba cerca de la salida.
Moralmente hablando Endry tampoco había estado del todo errado. Estos
boggarts habían estado cazando viajeros, la evidencia estaba en todas partes, desde la
ropa kithkin decididamente mal ajustada que muchos de ellos vestían a los trozos de
metal trabajado que adornaban su armamento de madera y hueso. Por no hablar de…
"¿Esos son cráneos?" jadeó Endry. "¿Cráneos kithkin?"
"Creo que lo son," dijo el retoño. "Y se ven frescos."
"Está bien, no los mates," zumbó Endry. "Estos son mi tipo de boggarts."
"Tal vez sólo a los líderes," dijo el retoño. Ella ya estaba enviando los
ingredientes volátiles del veneno fluyendo a sus dedos y a las agujas que recubrían el
dorso de sus anchas manos pero algo la estaba deteniendo. El problema era la dosis.
Con algo de tiempo ella podría fácilmente producir una variedad no letal de veneno de
tejo, una que indujera a un coma, pero se tomaría horas sólo para polinizarla. El veneno
en la yema de sus dedos mataría de inmediato y literalmente incluso en una dosis de un
minuto. Sin embargo ellos estaban arrinconados. Varios de los boggarts, incapaces de
alcanzar la pared de roca por debajo de la cornisa, se habían dado la idea de formar una
pila de boggarts, uno a la vez, hasta que pudieran llegar a ella. La pila ya tenía tres de
ellos, otros pocos boggarts y ellos serían capaces de prender fuego a sus raíces. En la
mayoría de las circunstancias esto no habría sido letal pero sin agua en esta cueva
extremadamente caliente podría causar un daño grave antes de que estuviera
terminado… asumiendo que los boggarts no la arrancaran miembro a miembro mucho
antes de que eso sucediera.
"Lo siento pequeños," dijo el retoño con tristeza y levantó las manos
extendiendo ampliamente sus dedos. "Endry, vete. Ya te alcanzaré. No querrás estar
aquí cuando el aire se llene de veneno."
"Estoy en camino," dijo Endry. "Hasta…"
La despedida del hada terminó en un choque atronador cuando algo
tremendamente pesado sacudió todo el túnel desde el exterior. El retoño tuvo que dar
una palmada con las manos contra la pared detrás de ella y hundir los aterrorizados
filamentos de sus raíces en el suelo por debajo para mantener su equilibrio. Los
boggarts comenzaron a chillar y charlar con temor y dejando caer sus antorchas y
hierros recogieron a los niños y bebés para salir corriendo por el camino del que Endry
y el retoño habían venido. El segundo choque, mucho más fuerte que el primero, envió
una lluvia de piedras del tamaño de un hada por el suelo del túnel y unas pocas que
fueron mucho más grandes que eso. Los boggarts cubrieron a sus crías y dos de los más
grandes, habiendo dejado caer sus armas a los pies de Cenizeida, empujaron
fuertemente contra una roca plana hasta que rodó a un lado para revelar otro túnel
mucho más estrecho por el que la pequeña y triste tribu de bandoleros boggart se
precipitó. Después de un tercer terremoto atronador el último boggart desapareció por el
agujero sin tomarse la molestia de volver a colocar la puerta en su lugar detrás de él.
"Bueno. Resolviste ese problema con bastante facilidad," dijo Endry. "Entonces
dime, ¿cómo hiciste temblar la tierra?"

115
"Eso no fue…" Otro choque, este justo por arriba, causó que una grieta se
convirtiera en una fisura y la saliente bajo los pies del retoño se derrumbó bajo su peso.
La piedra a la que ella se había agarrado con tanta fuerza con sus filamentos fibrosos se
convirtió en nada más que un peso muerto y ella fue arrojada sobre su espalda contra el
suelo del túnel empinado. El siguiente choque fue menos fuerte que el anterior pero fue
lo suficiente como para zarandear el tenue control del retoño en el suelo y esta empezó a
deslizarse por la pendiente con los pies por delante. Ella arrojó una mano, atrapó el
borde del túnel de escape de los boggart y se aferró con fuerza mientras la pequeña
avalancha de piedras afiladas rodó hacia ella.
Cuando la lluvia de piedras pasó su corteza quedó agrietada y rezumando savia
de docenas de lugares. Había perdido toda una rama en su hombro izquierdo pero por lo
demás estaba más o menos intacta.
Otro choque, subiendo por la montaña, aún más lejos.
"Así que si tú no hiciste eso," dijo Endry desde cualquier hendidura en la que se
había protegido durante la caída del retoño por la pendiente, "¿Qué lo hizo?"
Como si fuera una respuesta la tenue luz del sol al final del túnel se encendió
con la luz de un fuego blanco. Sólo apareció por un momento pero el retoño quedó en
sintonía con el aire alrededor de ella, suspiró a través de las millones de pequeñas agujas
que cubrían su cuerpo y extremidades, y el persiste sabor picante en el aire fue
inconfundible para el tejo.
"Cenizeida," dijo el retoño. "Ella está muy cerca."
"¿Puedes sentirla?" preguntó Endry.
"No," respondió el retoño. "Puedo olerla."
"¿Cómo es que ella está haciendo temblar el suelo de esa…?" Otro choque, pero
uno que apenas soltó unas cuantas piezas de grava. "Ella no está haciendo eso,
¿verdad?" modificó Endry.
"No lo creo. Creo que algo le está persiguiendo. Algo con pies muy, muy
pesados."

* * * * *

Endry y el retoño salieron a una amplia cornisa muy por encima del santuario de
la Brasa Caída a tiempo para ver la forma ardiente de Cenizeida trepando por la ladera
de la montaña a un ritmo vertiginoso. Estaban demasiado lejos para hacer algo más que
ver como el elemental de piedra hizo todo lo posible por derrumbar la montaña sobre sí
mismo. El gigante de piedra rugió, al no tener otra forma de desahogar la frustración
que poseyó todas las fibras de su mente simplista. Arremetió contra la pared de la que
hasta hacía poco había sido parte y el muro se derrumbó. Simplista o no, el gigante de
piedra había sucumbido al instinto por los poderes que lo habían creado. Ese instinto le
impidió quedar completamente enterrado y pocos momentos después ya se estaba
liberando ruidosamente.
"Esa fue Cenizeida, ¿no es así?" preguntó Endry.
El retoño no respondió de inmediato sino que se empujó trabajosamente a sí
misma hasta el pie de la pila de escombros, ahora marcada con huellas rectangulares.
Sólo habló cuando sus raíces estuvieron una vez más en un terreno relativamente estable
y nivelado.
"Fue ella," afirmó el retoño.
"Parecía diferente," dijo el hada.
"Sí."
"Así que, ¿vamos a tratar de detener a esa cosa?"

116
"Sí," repitió el retoño. "Pero ella también debe estar advertida de que esa criatura
la sigue persiguiendo. Ella debe sobrevivir. El tiempo se…"
"El tiempo se acerca," dijo Endry. "La llameante debe sobrevivir. Ya has dicho
eso retoño de tejo. Por favor no digas más nada."
"Tú serás capaz de llegar a ella mucho más rápidamente que yo."
"Es verdad," respondió el hada. Bajó delante del rostro del tejo y zigzagueó por
la emoción en el aire. "Buena suerte, retoño de tejo. Y recuerda, la piedra puede aplastar
la madera. Y si esa cosa da un paso sobre ti nadie va a ser capaz de reconstruirte a partir
del musgo. No te hagas convertir en astillas ahora."
"Haré lo que mejor pueda," dijo el retoño. "Vete. Ayúdala. Ya te alcanzaré."
Cuando Endry se marchó zumbando alegremente por la montaña el retoño sintió
a la roca bajo sus pies de raíces temblar con cada paso. Su progreso había sido muy
bueno. Habían tenido la suerte de alcanzar a Cenizeida justo a tiempo ya que la mayoría
de las amenazas potenciales del Monte Tanufe, incluyendo a esos monjes guerreros
llameantes, se habían centrado exclusivamente en ella. Aparte de Endry nadie tenía la
menor idea de que el retoño estaba allí o de lo que ella era capaz, ni los monjes, ni el
elemental de roca, ni las cosas que esperaban aún más allá por la pendiente.
Cenizeida no necesitaba ninguna advertencia de que el aplazamiento de su
persecución era temporal. Eso no impedía que Endry le advirtiera de todos modos.
"¡Cenizeida!" gritó el hada. Cuando el gigante rocoso asomó su pesado cuerpo
de piedra por arriba de la ladera empinada y traicionera detrás de ella, cada paso
llevándole más cerca de la llameante. "¡Monstruo de roca! ¡Gran monstruo de roca!
Viniendo hacia… Ah, veo que ya lo sabes."
En retrospectiva, él tuvo suerte de que Cenizeida no lo incinerara al momento de
hablar. Así y todo apenas escapó de perder sus alas pero la suerte de las hadas estuvo
con él.
Cenizeida refulgió. "Hada ¿qué estás haciendo aquí?"
"Yo podría hacerte la misma pregunta," dijo Endry. "La última vez que te vimos
no estabas allí. Pareció como que te habían llevado a pasear."
"Se podría decir que sí," afirmó la llameante. "Ahora estoy paseando a mi
antojo. Tengo que llegar a ese monasterio allí arriba," agregó señalando a los distantes
capiteles negros del monasterio Brasa Caída que brillaban de un rojo opaco en los rayos
del tenue sol del atardecer.
"¿Por qué?"
"Eso es entre yo y el elemental."
"El otro elemental querrás decir," dijo el hada.
"Sólo hay una elemental que me preocupa," dijo Cenizeida. "Todo lo demás es
un obstáculo."
"Esa es una pésima respuesta," dijo Endry. "Entonces, ¿qué es lo siguiente?
¿Hay alguna noticia que quieras que le lleve de vuelta al retoño? ¿O tu objetivo es
permanecer aquí hasta que ese obstáculo llegue y aplaste tu cabeza?"
"¿El retoño?" preguntó la peregrina mientras la culpa y la sospecha luchaban por
controlar sus emociones. "¿Vienes con el retoño? ¿Por qué?"
"Ella… ella quería que le ayudara a encontrarte," le esquivó el hada. "Todos te
extrañamos en el campamento, ¿sabes? Estábamos a punto de empezar a cantar
canciones alrededor de la fogata acerca de… fogatas."
Cenizeida examinó a la pequeña criatura. Su aleteo había adquirido una cualidad
nerviosa. "Estás escondiendo algo."
"¡Ya te he dicho todo, Fósforo!" gritó Endry. "Y tú todavía no has contestado…"

117
Las palabras de Endry fueron ahogadas en otra cascada de rocas cayendo cuando
el gigante de piedra sacó su enorme masa por el borde del acantilado por debajo de ellos
y se acomodó en el amplio camino que a Cenizeida le había llevado algún tiempo
alcanzar.
"Creo que no es momento oportuno para contestar," dijo Cenizeida.

118
Capítulo 13

119
El sol estaba en alto cuando Maralen y sus compañeros finalmente llegaron a
la región de los gigantes. El territorio de los elfos Hojas Doradas terminaba en un
terraplén empinado que se estabilizaba en un ancho y extenso valle. Unos cien metros
de suaves colinas ondulantes cubrían la vasta cuenca verde desde donde Maralen estaba
de pie hasta las estribaciones escarpadas hacia el noroeste. Las achaparradas montañas
cuadradas de Lorwyn se hallaban más allá de estas colinas, anchos trozos cuadrados de
granito salpicados con porciones de verde peludo. Maralen cerró un ojo y tendió la
mano hacia el
horizonte. Podía
imaginarse esas
lejanas
estribaciones de
piedra rematadas
con hojas como
peñascos cubiertos
de musgo a un
brazo de distancia.
Los otros ya
habían bajado por
el terraplén. Estos
alegres campos y
lomas abiertas eran
un marcado cambio
de las sombras
empalagosas que
habían cubierto la espesura del bosque y cada miembro de la partida se estaba
adaptando a los cambios. Rhys no había tenido problemas y las hadas hermanas
rápidamente habían tomado ventaja del cielo completamente abierto para estirar sus
alas. Brion y Kiel fueron los más lentos para aclimatarse a la luminosidad y los dos
gigantes entrecerraron los ojos mientras vagaron sin rumbo entre las colinas bajas.
El panorama de este nuevo territorio no afectó a Maralen tanto como los
sonidos. Se asombró una vez más por lo lejos que viajaba el ruido cuando no estaba
impedido por los infinitos árboles cubiertos de musgo, cuan claro y silbante podía ser un
eco cuando rebotaba en las rocas escarpadas en lugar de las ramas frondosas.
"Bueno," dijo Maralen. "Estamos aquí. ¿Verdad?"
"Así es." Rhys se agachó sobre una rodilla y apretó su mano contra la hierba.
"Este es el límite del territorio de los gigantes. Ahora todo lo que tenemos que hacer es
encontrar a Rosheen."
"Deberíamos tener un montón de tiempo," dijo Maralen, "después de la
diversión que tuvieron los chicos con el puente Dauba."
"Señorita, eso no fue divertido. Fue un acto de guerra."
"Pero fue necesario."
"No lo habría hecho si no hubiera sido así. El puente Dauba era una belleza."
"Eso ya hacía tiempo que había servido su propósito a la Nación. Nosotros
teníamos otro uso más urgente para ello. Anímate amigo mío. Cuando todo esto termine
podemos ayudar a hacerlo crecer nuevamente, mejor y más magnífico que nunca."
"Cuando todo esto termine." Asintió Rhys. "Pero primero lo primero."

120
"Encontrar a Rosheen," dijo Maralen y señaló hacia la inclinación a Brion y
Kiel. "Afortunadamente no tenemos que depender exclusivamente de los gigantes para
eso. Haber hecho pedazos el Dauba fue agotador, incluso para ellos. Míralos, no estaban
así de mareados después que los sacamos del parratejido."
Rhys se puso en pie. "¿Vas a enviar a Iliona y Veesa a reconocer el terreno?"
"Como acordamos." Ella se concentró y pensó: Iliona, Veesa. Presten atención.
Dos gemidos simultáneos de infantil decepción acudieron volando desde arriba.
Las hermanas Vendilion descendieron en un patrón de zig-zag superpuesto que dejó el
entramado de un polvo azul brillante a su paso.
"¿Y ahora qué quieres?" Dijo Iliona.
"Hora de ir a trabajar. Sepárense y encuentren a Rosheen."
Veesa se enojó. "Nosotras ya estábamos haciendo eso mujer estúpida.
Estábamos investigando afanosamente la disposición de la tierra cuando nos
interrumpiste y nos hiciste bajar hasta aquí para decirnos que investigáramos la
disposición de la tierra."
"Bueno, ahora pueden volver a comenzar. Sólo que esta vez será porque yo se
los dije. Pónganse a trabajar."
Veesa se cruzó de brazos y alzó la cabeza. "Tú no eres mi madre."
"No, pero soy la siguiente mejor alternativa. También estoy parada aquí y si
sigues siendo truculenta me vas a hacer disgustar."
Veesa colocó sus palmas en las mejillas con fingido horror y dijo, "¡Ay de mí!
La extra-mandona elfa extraña está disgustada conmigo. ¿Cómo voy a vivir con esa
vergüenza?"
"No es la vergüenza de lo que tienes que preocuparte," dijo Maralen con voz
tranquila. "¿O si?"
Veesa se tensó ligeramente. Sus manos cayeron a su lado y abrió su boca pero
optó sabiamente por guardar silencio.
"¿O sí?"
"No," dijo Veesa.
"Así que sigue adelante. ¿Salvo que Iliona tenga alguna objeción?"
Iliona miró fijamente a Maralen. La más grande de las hadas Vendilion negó con
la cabeza. "Ninguna," dijo.
"Eso pensaba." Maralen sacudió la cabeza y las hadas captaron la indirecta.
Iliona y Veesa se marcharon zigzagueando por el valle sin decir nada más.
"Algún día," dijo Rhys, "te pediré que me expliques los detalles de tu acuerdo
con esas hadas."
Maralen sonrió y ladeó la cabeza. "Y ese día," dijo, "te responderé lo mejor que
pueda."
Rhys no quedó ni encantado ni desarmado por su airada respuesta. "No se puede
negar que ellas nos han ayudado muy bien. Pero todavía no veo lo que vayan a sacar de
ello."
Maralen se encogió de hombros.
"Yo puedo esperar, por supuesto," dijo Rhys. "Voy a ir a ver si los gigantes
pueden colocarnos en la dirección correcta." Hizo un gesto hacia Maralen. "¿Vienes?"
"Ve tú primero," respondió ella. "Yo voy a sentarme por un momento y
asegurarme de que las hermanas Vendilion no se distraigan."
Maralen observó a Rhys descender a la cuenca. Esperó hasta que llamara a los
gigantes y ellos respondieran y luego se dejó caer con las piernas cruzadas sobre la
hierba.

121
La pregunta de Rhys la había agarrado con la guardia baja y en ese breve
momento en el que su concentración decayó las náuseas regresaron con toda su fuerza.
Maralen apretó los puños contra el malestar batiendo en su estómago y una sola lágrima
fría se deslizó por su mejilla.
Si Rhys dudaba de ella, ella realmente no sería nada. Semanas atrás, cuando se
había encontrado de pronto desamparada y vagando sin rumbo a través del Bosque
Hojas Doradas, había estado aterrorizada. No sabía quién era ni cómo había llegado
hasta allí. No sabía su propio nombre. Sin embargo si conocía a Rhys. Sin identidad
propia u hogar al que regresar ella había sido impulsada hacia la única cosa que parecía
importante. Nunca había conocido a Rhys, nunca lo había visto antes, pero Maralen lo
sintió cercano. Fue una joya de valor incalculable perdida en la hierba alta, allí pero
tentadoramente fuera de su alcance y en su pánico Maralen se arrojó tanteando
ciegamente hacia él.
Ahí está. Ella ya lo tenía. Maralen sintió la suave superficie fría de la joya contra
sus dedos. Su puño se apretó alrededor de la piedra y ella se quedó sin aliento. La mitad
trasera de la gema estaba agrietada y desigual. Había encontrado su tesoro e incluso lo
había reclamado para sí misma sólo para descubrirlo roto y arruinado.
O bien, intervino una voz odiosamente conocida, tal vez fue el acto de encontrar
tu tesoro lo que lo arruinó.
Maralen abrió los ojos. El coro lejano de voces vagas pero insistentes se alzó una
vez más en sus oídos y esta vez Maralen pudo escuchar claramente las palabras de su
estridente canción.

La raíz yo soy.
Tú no eres más que la flor.
Tuya es la voluntad pero mío es el poder,
Yo soy las ramas y el tronco inmortal,
Una majestad que ninguna floración fugaz puede contener.
Una grandeza más allá de lo que una flor puede albergar.
Mientras esta se desvanece y marchita, Oona siempre permanecerá.

"No." Maralen apretó los dientes con tanta fuerza que su mandíbula crujió.
"Ahora no. Vete."
¿A quién le hablas? Dijeron Iliona y Veesa al unísono, sus voces
momentáneamente elevándose por encima del ruido en la cabeza de Maralen.
No podemos irnos, pensó Iliona.
Porque estamos muy lejos de ti, añadió Veesa.
Justo como lo solicitaste.
También por nuestra preferencia, añadió Veesa.
"Entonces vuelvan a ello," dijo Maralen en voz alta. "Las llamaré si las necesito,
cuando las necesite."
Mmm.
Amargada.
Maralen negó con la cabeza tan fuerte que su visión se empañó. Sufrió otra ola
paralizante de náusea y dolor y luego se puso de pie, hundiendo sus cascos
profundamente en el suelo blando.
"Te estoy ignorando, poderosa Reina," dijo ella. "Y voy a seguir ignorándote."
Ella esperó pero las voces se limitaron a repetir su canción. La mente de Maralen se
despejó poco a poco y el horrible zumbido se retiró. El coro se desvaneció y Maralen se
permitió tomar una larga y dulce bocanada de aire fresco del valle.

122
Miró a su alrededor para asegurarse de que estaba sola. Se arrastró hasta una
subida y se agachó bajo mientras Rhys guiaba a los gigantes a través de la cuenca, hacia
las colinas rocosas en la parte más alejada.
Entre las hermanas hadas y los hermanos gigantes tenían una excelente
oportunidad de encontrar a Rosheen. Maralen no sabía qué esperar cuando llegaran a la
gigante oracular pero sabía que las hadas no sabían mucho acerca de Rosheen y eso
significaba que Oona tampoco. Si la videncia de Rosheen tenía validez ella también
podría tener información que Oona no tuviera y esa era el tipo de información que
Maralen quería por encima de todo.
Por lo menos Maralen esperaba que algo iluminara sus propios problemas, algo
que le ayudara a hacer frente a la presencia cada vez más intrusiva de Oona. Aunque
Rosheen no tuviera nada útil que decir sobre el tema de Colfenor y Cenizeida y el
retoño la giganta aún podría tener algo que ofrecer a Maralen.
La elfa se quedó mirando al ex daen de los Cicuta. Gran parte de su memoria
había regresado a ella poco después de que se había encontrado por primera vez con
Rhys pero ella todavía no tenía ningún recuerdo de cómo había pasado de ser un
miembro de una partida nupcial de Mornsong a vagar como una sonámbula por el
bosque. Su pasado seguía incompleto y su futuro, de hecho todos sus futuros juntos, era
un confuso y burbujeante estofado de sinceras intenciones y desagradables realidades.
Ahora ellos tenían elecciones más difíciles que hacer y se verían forzados a tomar más
antes de que todo estuviera dicho y hecho.
Maralen alejó de un pisotón las dudas y los inquietantes semi-recuerdos. La
única forma en la que cualquiera de ellos podía dar forma a su futuro en el éxito o el
fracaso sería hacer estas elecciones y la única manera de hacerlo era seguir adelante.
Se secó el rastro de la lágrima en la mejilla y llamó a Rhys y los gigantes
mientras se dirigió bajando por la cuenca para unirse a la búsqueda de Rosheen.

* * * * *

Encontraron a Rosheen Meanderer al mediodía, justo cuando el sol alcanzó en lo


alto su punto máximo.
Fue Iliona y Veesa las que vieron por primera vez a la giganta durmiendo. Rhys
había esperado que Brion o Kiel hicieran el descubrimiento, sobre todo porque Kiel era
un vidente en persona, pero los gigantes se habían vuelto extrañamente distraídos y
vacilantes. Se habían comportado como colegiales errantes anticipando un castigo
merecido en lugar de hermanos al borde de una reunión familiar.
"¡La encontramos! ¡La encontramos!" Exclamaron ambas hadas más animadas
de lo que Rhys les había visto en su vida, resplandecientes y centelleantes incluso
mientras flotaron en el mismo lugar.
Iliona señaló repetidamente con manos alternas, sus dedos apuñalando hacia la
colina grande más cercana. "Más allá de esa elevación hay otra colina que es aún más
grande. Pasando eso hay un valle poco profundo."
"Con la mujer más grande que alguien hubiera visto jamás durmiendo
despatarrada en el fondo." Veesa voló hacia abajo y se aferró al dedo más pequeño de la
mano izquierda de Rhys. "¡Vamos! ¡Vamos! Tienes que ver esto." Aunque ella hizo
gran fuerza sólo logró tirar del brazo del elfo unos centímetros hacia adelante.
"Esperen," dijo Rhys. Se liberó delicadamente del fuerte agarre de Veesa y le
hizo un gesto a los gigantes para que se acercaran. "Creo que tenemos algo." Dijo y
señaló. "Las hadas dicen que Rosheen está allí."

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Brion parpadeó, bostezó y se estiró, haciendo crujir un poco sus hombros y
cuello. "¿Está seguro Jefe?"
"Por supuesto que estamos seguras tú gran zoquete atolondrado," dijo Iliona.
"A menos que haya dos señoras del tamaño de montañas durmiendo por estas
partes."
Brion consideró esto. Kiel se acercó a su hermano y se quedó mirando a las
hadas con los ojos entrecerrados.
"La que ustedes vieron." Brion se frotó la barbilla, pensativo. "¿Estaba
hablando?"
Veesa asintió cuando Iliona respondió. "Balbuceando hasta por los codos.
Aunque ninguna palabra de ello tenía sentido."
"Pies," dijo Kiel.
Rhys compartió una mirada divertida con Maralen. "¿Qué has dicho?"
"Pies," respondió Brion. "Es una buena pregunta. ¿Qué me dicen de sus pies?"
Iliona frunció el ceño. "Tenía pies, si es eso lo que quieres decir."
Veesa asintió. "Aunque para ser justos estaban atrapados en la boca de una
cueva."
"Esa es Rosheen," dijo Brion con una sonrisa. "Odia tener los pies fríos mientras
duerme."
"Entonces bien."Asintió Rhys a Maralen y la elfa de cabellos oscuros le devolvió
el saludo. "Tendríamos que investigar."
"Eso es lo que hemos estado diciendo," dijo Iliona.
"¿Por qué alguno de ustedes nos escucha alguna vez? Nosotras siempre estamos
en lo correcto."
El entusiasmo de las hadas infectó rápidamente a Brion y Kiel así que no tomó
mucho tiempo conseguir que todo el grupo se volviera a mover. Ahora los gigantes se
volvieron más despiertos que unos momentos atrás, más centrados y menos vacilantes.
Rhys y Maralen flanquearon al grupo sobre la primera colina y luego hasta la segunda
deteniéndose en la cima de este montículo más grande de tierra y rocas apisonadas. Por
debajo estaba la aguda grieta que las hadas habían descripto, un pliegue irregular de
piedra salpicado de robles y cubierto por una gruesa alfombra de hierba.
Rosheen Meanderer yacía boca arriba con las manos cruzadas sobre el vientre.
Era enorme, remarcablemente enorme para un gigante femenino. El cuerpo de Rosheen,
alto como el de Kiel y ancho como el de Brion, llenaba totalmente la mitad del suelo del
valle. Los ojos de Rhys siguieron el enorme contorno de la forma dormida de arriba a
abajo, desde su salvaje maraña de pelo negro azabache hasta la boca de la cueva en sus
tobillos. Los pies de Rosheen estaban efectivamente introducidos en el interior de la
cueva y ocultos a la vista.
"Miren," Iliona señaló hacia arriba, su voz asombrada y encantada. Rhys y los
otros miraron. Muy por lo alto, elevándose entre las nubes más altas, casi indistinguible
para ellos, había una brillante cabra de pelaje blanco lo suficientemente grande como
para que alguien del tamaño gigantesco de Rosheen la montara, de hecho mucho más
grande. Mientras Rhys observaba la totalidad de la vasta criatura distante calculó que
fácilmente podría dar asiento a todo el trío de hermanos gigantes.
Un constante zumbido murmurante subió flotando desde la grieta, alejando la
atención de Rhys de la leal cabra de las nubes de Rosheen. La voz de Rosheen era
profunda y resonante aunque ella sólo estaba murmurando en sueños. Las sílabas que
pronunció se convirtieron en un galimatías, un canto en constante evolución que había
perdido todo su significado a través de incontables repeticiones. La giganta, a excepción

124
del continuo aumento y caída de su pecho y el aleteo de sus labios, estaba
completamente inmóvil.
"Es ella,"
dijo Brion con
felicidad.
"Rosheen,"
dijo Kiel.
"Y el Sr.
Chuletas." Agregó
Brion gesticulando
hacia la enorme
bestia blanca entre
las nubes. "Esa es
su cabra."
"Por fin,"
dijo Maralen
tocando a Rhys en
el hombro. Y
cuando él se volvió
pronunció, "Lo
logramos Daen. Felicidades... y muchas gracias."
"No me lo agradezcas todavía. Además de la entrega del mensaje de Brion no
hay garantía de que vayamos a lograr algo aquí."
"Estás siendo demasiado duro contigo mismo," dijo Maralen. "Escapamos de los
cazadores de Hojas Doradas y encontramos al único ser en Lorwyn que es anciano y
pueda saber más que Colfenor." Maralen dobló su mano detrás de su espalda y estudió a
Rosheen. "Mírala. No me digas que no puedes sentir su presencia. Olvídate de la vista,
el oído y el olfato, sabes que ella está justo frente a ti. ¿No sientes la magia profunda
que viene de ella en olas? Yo lo hago. Aquí hay poder Rhys y tal vez respuestas
también."
Rhys también volvió sus ojos hacia la giganta. "Si, lo siento," dijo. Pero no le
gustó. Había estado viendo densas nubes juntarse y formarse contra la barrera rocosa de
las montañas de Lorwyn. Rosheen no frecuentaba las montañas y las fuerzas que el
sintió agitándose y uniéndose contra su considerable superficie no eran naturales sino
sobrenaturales.
Hasta ahora Rhys nunca se había puesto a pensar en lo que había acabado de
decir Maralen, que los seres antiguos como Colfenor acumulaban enormes reservas de
conocimientos y magia en el transcurso de su larga vida, y en que Rosheen era incluso
más vieja que lo que su mentor había sido. Quizás la giganta nunca llegaba a decirles lo
que ellos querían saber ni siquiera si lograban despertarla pero la presencia misma de
Rosheen estaba afectando a toda esa zona, concentrando la energía arcana local y tal vez
incluso alterándola. Esta era una oportunidad única para todos ellos: Lo qué era
imposible en cualquier otra parte de Lorwyn bien podría ser alcanzable a la sombra de
Rosheen.
"Acerquémonos," dijo Rhys. "Pero vayamos despacio, con cuidado." Se dio
cuenta de que las palabras que él estaba a punto de decir eran absolutamente ciertas y
ese hecho le preocupó profundamente. "Ninguno de nosotros sabe realmente qué
esperar."
"Usted vaya adelante, Jefe." Dijo Brion señalando amablemente y se sentó con
un ruido sordo a tierra retumbando. "Nosotros hemos despertado a Rosheen antes y

125
confíe en mí: Ella sólo le perdonará la primera vez." Le hizo un gesto a Kiel para que se
le uniera en el suelo y después de un momento de vacilación y un gruñido de
resignación Kiel así lo hizo.
"Mensaje," dijo Kiel. "Cuentos."
Rhys metió la mano en su mochila y sacó el maloliente y fuertemente plegado
pergamino que los hermanos le habían dado para entregar. "Aquí está."
"Bien. Tú ve. Nosotros esperaremos."
"Creo que necesito al menos a uno de ustedes para que venga conmigo," dijo
Rhys. "Serán necesarias las presentaciones. Y yo esperaba que ustedes pudieran traducir
ese… lo que ella está diciendo en algo que pueda entender."
"Vaya Jefe." Dijo Brion gesticulando a Rhys para que se fuera. "Rosheen
siempre ha sido amable así que usted no necesita una introducción."
"Pero ¿cómo voy a entenderla?"
"Escuche," dijo Kiel.
"¿Qué?"
Brion se rascó debajo de la barbilla. "Lo que él quiere decir es que tenga
paciencia. Si se sienta y escucha lo suficiente del balbuceo de Rosheen ella empieza a
tener sentido."
Rhys miró a los hermanos con duda. "Seguro."
"Claro. Y si sigue escuchando ella volverá a no tener sentido así que tiene que
estar allí en el momento justo."
"Ya veo. ¿Hay algo que necesitamos saber antes de que la conozcamos? ¿Sólo
en caso de que despierte?"
Kiel se giró por la cintura por lo que enfrentó a Rhys y Maralen. El gigante de
barba larga olfateó ruidosamente, dos veces, como si se preparara para desatar el abuelo
de todos los estornudos gigantes. Entonces, para asombro de Rhys, Kiel comenzó a
hablar.
"La historia de Rosheen," dijo el gigante. "Un día Rosheen nació, y ese día todo
cambió." Los ojos de Kiel fueran claros y su voz adquirió un extraña cadencia
melodiosa. "Rosheen dice que no es su culpa que su cumpleaños fuera tan especial.
Simplemente ocurrió así. También lo dijo de inmediato. Rosheen empezó a hablar con
su primer aliento aunque durante mucho tiempo nadie entendía una palabra de lo que
decía."
"Después del primer Sueño Nombre ella despertó y dijo que su nombre era,
"Rosheen Meanderer." Y la gente empezó a escucharla porque ella comenzó a tener
sentido. Sin embargo ella siempre fue Rosheen, siempre la Meanderer antes y después
de que el nombre la encontrara. Así que ella sigue hablando. Ella siempre está hablando
y si no eres paciente después de un tiempo te cansas de escuchar todo esto sólo para
escuchar pedacitos acerca de ti."
"Ella siempre es Rosheen sin importar qué. Ha tenido dos Sueños Nombre más
desde el primero pero ella siempre despierta siendo Meanderer. Ahora su cumpleaños se
acerca y ella decidió probar un nuevo nombre por última vez. Porque las cosas siempre
cambian en su cumpleaños especial y quizás esta vez es el turno de su nombre."
Kiel se volvió hacia ellos y su barba quedó atascada en un gran arbusto de bayas.
Brion eructó ruidosamente. "¿Todo claro ahora? Buena suerte, Jefe."
"Espera, espera. ¿Qué fue todo eso justo ahora?"
"¿Qué?"
"Kiel no había dicho más de cinco palabras seguidas desde que le conocí. ¿De
dónde vino ese largo discurso?"

126
"¿Oh, eso?" Brion hizo un ruido grosero. "Nos han tamborileado eso dentro
nuestro desde que éramos pequeños gigantes. Rosheen solía hacerle decir eso cada vez
que él se encontraba con ella sólo para asegurarse de que se lo supiera de memoria. El
no estaba hablando, Jefe. Estaba recitando." Brion se volvió y golpeó la parte trasera de
la cabeza de Kiel. "Y te equivocaste otra vez, tonto. Lo dices diferente cada vez."
Rhys tartamudeó mientras buscó la expresión adecuada de indignación y
confusión pero Maralen nunca le dio la oportunidad.
"Vámonos, sólo tú y yo," susurró. "Ciertamente será más fácil y probablemente
lo mejor. Me gustaría echar una mirada más cercana y no los necesitaremos realmente
hasta que ella despierte."
"Deja a un hada para que los vigile," dijo Rhys. "No quiero más sorpresas."
"Dalo por hecho."
"Muy bien. Vamos a echar esa mirada más de cerca."
Los pequeños escuadrones de moscas zumbando entre los árboles de matorral se
alejaron cuando Rhys y Maralen se acercaron. Ellos se detuvieron en un montículo de
césped cerca de la zona intermedia de Rosheen.
A juzgar por lo alto que la hierba había crecido alrededor de Rosheen la giganta
había estado durmiendo allí durante bastante tiempo. El cuerpo de Rosheen, al igual que
un antiguo tronco hueco, había sido parcialmente reivindicado por el musgo y la
vegetación. Cosas
pequeñas y peludas
correteaban a través
de sus piernas,
libélulas se movían
de aquí para allá
sobre su estómago y
había un nido de
cuervo en la hebilla
de su cinturón. La
voz de Rosheen era
más fuerte desde allí,
clara, pero las
palabras aún corrían
juntas en un espeso
flujo indescifrable.
Rhys se
quedó escuchando
durante unos momentos. Rosheen Meanderer
"Los gigantes deben ser gente paciente porque yo ya me estoy aburriendo," dijo
Maralen. "¿Cuánto tiempo crees que Brion quiso decir que esperáramos?"
"El que sea necesario."
"Sabía que ibas a decir eso." Maralen suspiró, miró por arriba de la cabeza de la
giganta y dijo: "¿Qué se está moviendo allá arriba?"
Rhys mantuvo la mirada hacia adelante. "Probablemente otra familia de ardillas.
Hay toda una colonia abajo de sus rodillas."
"No, mira. No es… no es algo normal."
Rhys miró, parpadeó y volvió a mirar. Había algo sucediendo alrededor de la
barbilla y los hombros de Rosheen. Había formas vagas y confusas que estaban…
¿bailando?

127
"Bien visto," dijo él. Se dirigió hacia la parte superior de Rosheen, cuidando de
mirar a las figuras ondulando extrañamente mientras se acercaba. Estas parecían fluir
juntas y luego separarse, nunca sosteniendo a una forma por más de unos pocos
segundos.
"¿Eso es real?" susurró Maralen. Rhys compartió su confusión. La escena
maleable era hipnótica, fascinante. La voz de Rosheen se oía más fuerte que nunca.
Rhys podía sentirla en sus huesos. Real o no esta nebulosa demostración era sin duda
algún tipo de efecto secundario de la magia que rotaba y se arremolinaba contra la
forma dormida de Rosheen.
Mientras él y Maralen se acercaban Rhys vio individuos entre la multitud semi-
cubriendo el pecho y los hombros de Rosheen. Las criaturas eran en su mayoría de un
brillante azul opalescente, sus cuerpos semejantes a gomosos niños barrigones con pies
palmeados. Sus cortas aletas afiladas se curvaron detrás de ellos y sus grandes ojos
vacíos apenas parpadearon. Sus características vacías color arándano siguieron flácidas
mientras cambiaron y se balancearon.
"Cambiaformas," dijo Rhys.
"Nunca he visto a los cambiaformas hacer esto," dijo Maralen.
"Este lugar
es especial." Rhys se
relajó brevemente.
El tampoco había
visto a los
cambiaformas hacer
esto pero igualmente
muy pocos en
Lorwyn habían visto
a un cambiaformas
en absoluto. En ese
momento docenas,
tal vez cientos de las
cosas maleables sin
sentido, se habían
asentado sobre
Rosheen, muy
probablemente
atraídos junto con el resto de la energía arcana que se acumulaba alrededor de la
giganta. Todo aquello tenía un cierto tipo de sentido. Era normal que las extrañas
criaturas primordiales sólo imitaran a lo que estaba junto a ellas en ese momento pero
eran fácilmente influenciadas por la magia poderosa.
"¿Se están alimentando, o…?" La voz de Maralen se apagó. "¿Qué están
haciendo?"
"No creo que importe. No son una amenaza pero tampoco una ayuda."
"Oh." El rostro de la elfa de cabello oscuro se iluminó. "O podrían ser de gran
ayuda."
"¿Cómo lo sabes?"
"Brion dijo que teníamos que ser pacientes, ¿no? Esperar y escuchar. Estos
pequeños bichos gomosos han estado aquí por quién sabe cuánto tiempo. Si han estado
escuchando desde hace algún tiempo tal vez han llegado a un punto en el que Rosheen
tiene sentido. Todo lo que tenemos que hacer es encontrar la manera de hablar con
ellos."

128
Rhys sacudió la cabeza. "Eso nos pone de vuelta al punto de partida, a la
necesidad de un traductor."
Maralen ladeó la cabeza. "Aún así yo puedo intentarlo, ¿o no? No hay daño en el
intento. Con la ayuda de las hadas… Ellas son expertas en la recolección de material
onírico después de todo. Esto debe ser pan comido para ellas."
Rhys se quedó mirando por un momento mientras los cambiaformas maullaron,
cabecearon y se desmayaron. Uno de ellos tropezó con el hombro izquierdo de Rosheen
y rodó hacia Rhys y Maralen. Veesa bajó volando cerca de la criatura pero tuvo la
precaución de no tocarla. No obstante Rhys vio como cuatro razonables (pero
correosos) facsímiles de alas de hada brotaron desde la parte superior de la espalda del
inquieto cambiaformas.
"Ey," dijo Veesa. Ella batió sus alas y se volvió a elevar por encima de Rosheen.
Cuanto más se alejó del cambiaformas más rápido se redujeron las alas de este.
"Por favor," dijo Rhys, "inténtalo por todos los medios. Todo lo que pido es que
no despierten a Rosheen."
"¿Por qué no? Puede que sea lo mejor para nosotros."
"Debido a que se considera mala suerte despertar a un gigante dormido por una
razón," dijo Rhys. "Es suicidamente estúpido."
"Lo hemos hecho antes." Dijo Maralen sonriendo. "Dos veces."
Rhys sacudió la cabeza. "La primera vez que despertamos a Brion y Kiel ellos
arremetieron y casi nos aplastaron antes de que estuvieron completamente despiertos. Y
la segunda vez tuvimos la ayuda de Cenizeida."
Maralen consideró esto. "Muy bien," dijo ella. "Prometo no despertar a la
giganta."
Rhys miró a la masa de cambiaformas retorcerse a través de Rosheen. Maralen
giró y se concentró, llamando a sus hadas.
El intento no la lastimaría. Ellos tenían tiempo mientras Gryffid y los Cicuta se
abrían paso a través del Dauba. El podía darse el lujo de sentarse y escuchar a los
cambiaformas, hacer un esfuerzo para entender lo que Rosheen tenía que decir.
Luego se pondría a buscar a Cenizeida, y al retoño, y a obligar al mundo a
empezar a tener sentido una vez más.

Capítulo 14

129
No pasó mucho tiempo para que los efectos de la sangre de la arbomandra
contaminada comenzaran a aparecer en los dos merrows. Sygg podía sentir sus
pensamientos tendiendo a la violencia de inmediato pero con esfuerzo pudo mantener
su ingenio.
Flyrne iba a ser otra cosa. El enorme merrow había estado habitando en el
Crannog Aughn desde que los malévolos habían atacado y era probable que lo que había
hecho que la mitad del cardumen Aleta de Papel se volviera loco ya había tocado a
Flyrne. La sangre de la arbomandra sólo aceleró el proceso.
La primera señal de que Flyrne iba a ser problema fue una que sólo Sygg notó, y
sólo porque Sygg había conocido al enorme pez por muchos, muchos años. Una
atenuación de las escamas de color arco iris, una rápida flexión de las branquias, la cola
aleteando sólo un toque más tenso de lo necesario. Sygg tuvo que aprender todo lo que
había pasado como pudo mientras Flyrne todavía fue capaz de responder.
"Flyrne," preguntó él tan casualmente como pudo, "¿Cuándo comenzó esto?
¿Por qué no había oído hablar de problemas en el crannog?"
"Se ha ido demasiado tiempo," dijo Flyrne. "Nadie sabía dónde. La mayoría
pensaba que estaba muerto, Capitán."
"Casi lo estuve," dijo Sygg mirando a Brigid Baeli mientras ella braceaba con
dificultad para mantenerse al día con ellos. "Más de una vez." El nado de la kithkin
estaba mejorando exponencialmente con cada minuto que pasaba bajo la superficie del
río pero nunca sería equivalente a un nativo del Vinoerrante. "No tenía idea de que
estaba sucediendo algo como esto."
"Ninguno de nosotros la tenía hasta que fue demasiado tarde," dijo tristemente
Flyrne. "Los merrows vigilantes fueron los primeros en caer. Ellos atacaron como…
animales." El enorme merrow parecía estar teniendo problemas para formar sus
palabras. "Aquellos a lo que atacaron se convirtieron como ellos, o murieron. Los
sobrevivientes huyeron al reducto."
"¿El reducto?" preguntó Sygg. "Nadie ha utilizado eso por siglos. Este no es un
enemigo del que pueda defenderse. Es una enfermedad." Él parpadeó, ladeando la
cabeza. "¿No es así?"
"Puede que hayan sobrevivido… puede que estén muertos," dijo Flyrne. "No
sabría decirlo. Sólo... algunos de nosotros... se quedaron atrás...."
La conversación llegó a un abrupto final cuando Brigid flotó a la vista y Flyrne
arremetió como una víbora de río y la mordió en la pierna.
Sygg gritó una alarma que la kithkin claramente no necesitó. Brigid, gritando de
dolor y sorpresa, llevó la punta de su bota libre en el hocico de Flyrne y empujó, algo
que sólo sirvió para forzar a que los dientes afilados del gran pez se hundieran más
profundamente en su carne. La arquera estuvo a salvo de ahogarse gracias a la nueva y
más flexible membrana de cambiagua que Sygg había colocado sobre su rostro.
"Capitán," dijo ella con toda la calma que pudo, "o separe sus mandíbulas o
mátelo. Por favor." Su rostro suplicante fue de color rosa en el agua nublada de sangre,
y las nubes se arremolinaron y se agitaron cuando Flyrne aleteó contra la extremidad de
la kithkin.
Sygg asintió e hizo una voltereta hacia atrás que lo puso al lado del frenético
hombre-pez. El capitán enganchó una mano en el labio superior de Flyrne, la otra en la
barbilla del gran merrow y tiró tan fuerte como pudo.
Al principio pareció que el enorme merrow no iba a ceder pero Sygg sabía que
podía hacer cansar a Flyrne. La malignidad aún no se había apoderado de sus sentidos

130
por completo y el enorme compañero estaba luchando contra su impulso primario de
atrapar y comer carne. Tal vez un poco de estímulo ayudaría a su ex tripulante.
"Flyrne, te lo he dicho mil veces: No mastiques a los pasajeros," dijo Sygg
tirando con fuerza en la primera sílaba de la última palabra. Unos pocos centímetros.
"Vas a quedar encerrado en la cárcel de mareas por esto. ¿Qué tienes que decir en tu
defensa?" Otro intento de apartar las mandíbulas de Flyrne mostró otro centímetro de
dientes ensangrentados deslizándose de la pierna de la kithkin pero todavía había varios
centímetros de dientes hundidos en la pierna. "¿Me estás escuchando? Te estoy
hablando a ti abridor de almejas."
"¿Cuántos dientes tiene?" Preguntó Brigid, el pánico mostrándose a través de su
máscara de cambiagua. "¿Y por qué no me suelta?"
En la palabra "suelta," los esfuerzos de Sygg finalmente dieron sus frutos. Los
músculos de la mandíbula de Flyrne cedieron y el barquero lo apartó de la kithkin. Le
dio al gran merrow un empujón y maniobró entre Flyrne y Brigid. La kithkin se estaba
agarrando la pierna para contener el flujo de sangre. Sygg alzó la mano por encima del
hombro, hizo un vendaje de cambiagua y con la otra mano levantó un sencillo escudo de
líquido sólido ante ellos.
Flyrne hizo rechinar los dientes una vez, dos veces, luego los cerró juntos con un
fuerte crujido. Sus ojos perdieron su brillo plateado y se convirtieron una vez más en los
orbes de color blanco lechoso del habitante de un fondo marino. "Al final a mi también
me ha pasado," dijo el enorme merrow. "Esperé por usted, o alguien como usted, Sygg,
para que volviera al crannog cuando los otros se fueron. Pensé que si tal vez usted
duraba tanto el problema no podía estar río arriba."
Sygg agitó la mano otra vez y el escudo se disipó.
"Podrías seguir con nosotros hasta el reducto," dijo Sygg. "Tal vez haya una
manera…"
"Me estoy convirtiendo en maligno," dijo Flyrne, "y eso es todo lo que hay
Sygg. Me tiene que dejar atrás. Pronto no será capaz de confiar en mí."
"Yo no confío ahora en ti," intervino Brigid. "Pero antes tampoco nadie confiaba
en mí tampoco así que supongo que eso es lo justo." Cuando Sygg y Flyrne la ignoraron
Brigid murmuró: "No se preocupen por mí, sólo estaré sangrando por aquí."
"Estarás bien," dijo Sygg a la kithkin. "La infección nunca se ha extendido a tu
especie."
"Yo no quiero saber cómo sabes eso, ¿verdad?" soltó Brigid entre dientes.
"Flyrne, necesito que me ayudes," rogó Sygg. "Yo sólo soy un moldeador de la
marea."
"No," dijo el merrow enorme. "Los Aletas de Papel, todos los cardúmenes,
deben saber lo que viene. Quizás si nos dispersamos, escondemos…"
"No creo que escondernos vaya a ayudar," dijo Sygg. "Nada nos va a ayudar
hasta que aprendamos de donde vino esta malignidad. Podría ser la piedra de origen o
algo en el origen mismo. Tal vez sólo sea un bicho en el agua. Pero tenemos que llegar
al reducto y ver cómo les ha ido."
"¿Reducto?" preguntó Brigid.

131
"El reducto real es donde los antiguos reejereys Paupurfylln, es decir los Aletas
de Papel, solían
encerrarse durante
las guerras. Los
cardúmenes
siempre estaban en
guerra en los viejos
tiempos, antes de
que todos
hubiéramos
planeado nuestros
propios territorios.
Los ingenieros
merrow tallaron el
reducto de los
abismos conocidos
como los Meandros
Oscuros. Ese es el
lugar a donde
deben haber ido los reejerey."
"¿Cómo es que eso vaya a ayudar para algo?" dijo Brigid. "Esta malignidad se
encuentra en el agua, ¿verdad?"
"Probablemente. Pero si no nos detenemos en el reducto no puedo estar seguro.
Y hay otra razón…" La voz de Sygg se apagó cuando se perdió en recuerdos enterrados
mucho tiempo atrás.
"Cuando atravesemos esto, Capitán, creo que va a quedar en deuda conmigo."
"Estoy listo para arreglarme contigo cuando lo desees," dijo Sygg saliendo de su
ensimismamiento. "Escucha esto kithkin: Voy a ir al reducto para ver si puedo arreglar
esto. Si tengo que nadar hasta llegar al origen para hacer las cosas bien lo haré."
"Lo haremos," dijo Brigid. "¿Pero acaso el origen no está en la cima del…?"
"Monte Tanufel," terminó Sygg. "Primero, el reducto. Tengo que entrar en razón
con una de mis esposas y tengo que hacerlo rápido."
Sygg y Brigid, dando un último saludo triste a Flyrne, partieron río arriba por el
poderoso Vinoerrante dejando al enorme merrow montando guardia sobre los muertos
durante todo el tiempo que pudiera.

* * * * *

Brigid se preocupó por no poder encajar en las curvas más estrechas en los
túneles totalmente negros de los Meandros Oscuros pero Sygg ya había planeado todo
con anticipación. El barquero soltó una varachispeante, una bengala de cristal de corta
duración que ardió con una fría luz azul, y la usó para señalar los huecos por los que
Brigid podría pasar fácilmente. El merrow la sostuvo sobre su cabeza mientras nadó,
utilizando su luz para evitar que la kithkin chocara dolorosamente con las rocas, aunque
Brigid experimentó algún golpe o raspón ocasional.

132
La arquera kithkin sintió a su noble propósito volviéndose a escapar. Le había
obligado a Sygg a aceptar su compañía para ayudar a expiar lo que ella había hecho
pero en opinión de
este esa expiación no
parecía necesaria. Y
esa ambivalencia de
Sygg, con su intención
o no, había hecho que
el deseo de Brigid de
encontrar alguna
medida real de
redención ardiera aún
más brillante. Desde
que había dejado a los
demás en su propia
búsqueda personal lo
único que había hecho
ella era seguir…
seguir la luz azul de
Sygg a través de los
túneles, y antes de eso
seguir las órdenes de Sygg, y antes de eso seguir a Rhys o Cenizeida o a quien sea que
necesitaba que lo siguieran. Era hora de cambiar eso. Ella había estado viviendo casi en
su totalidad bajo el agua durante días y el nado finalmente le había llegado a ser tan
natural como el caminar. Con lo que ella esperó fuera un golpe poderoso rodeó la forma
escamosa de Sygg y se metió en la oscuridad por delante.
"Por este lado," dijo Sygg. "Puedo sentir que estamos cerca."
Brigid imaginó que ella también podía sentir el profundo reducto del río, repleto
con jefes merrow,
reejereys,
charlatanes de los
pozos y rebaños de
trucha. Todos ellos,
desde el cortesano
mas majestuoso
hasta el merodeador
profundo más bajo,
estaban llenos de
orgullo, orgullo e
ira. Era palpable.
Brigid no
estuvo segura de
cómo había
obtenido estas
impresiones. Quizás
los merrows tenían
su propia forma de trama mental o algo que un experto tejedor como ella podía tocar
con sólo un poco de esfuerzo. Ese esfuerzo menor la llevó a estrellarse de cabeza contra
la superficie rugosa de la pared del túnel y cuando ella maldijo a la oscuridad Sygg y su
luz azul llegaron para revelar tres posibles rutas a seguir.

133
Brigid había tenido la mala suerte de chocar con el borde central de una pared
relativamente delgada que separaba las dos aberturas a su izquierda. La de su derecha
estaba más separada de las demás y parecía descender repentinamente después de un par
de metros. Sygg, sin detenerse, pasó junto a Brigid y se introdujo en el pasaje solitario a
la derecha. La arquera se tragó el poco orgullo que le quedaba, se empujó de la pared, y
le siguió. Había logrado cubrir casi un metro hacia Sygg cuando un par de tentáculos
exangües y pálidos salieron disparados de la pared y se envolvieron alrededor de la
kithkin.
"¿Qué, otra vez?" se burló Brigid y buscó en su cinturón por su espada corta.
Unos cuantos vaivenes de robusto acero kithkin se encargarían de estos cariñosos
bichos. Este era su cuarto encuentro de este tipo en su cuenta, estas criaturas viscosas
simplemente no parecían aprender.
Desafortunadamente Brigid encontró que su espada corta había desaparecido. Se
habría deslizado de su cinturón en algún lugar del camino a través de la oscuridad. Los
tentáculos, o la cosa unida a ellos, parecieron sentir su decepción, su repentina
impotencia, porque los blancos apéndices de goma no perdieron tiempo en arrastrarla
hacia atrás.
Brigid abrió su boca para llamar al capitán pero un tercer tentáculo surgió de la
pared del túnel y se envolvió apretadamente alrededor de su cabeza y rostro. Justo antes
de que la punta del tentáculo se cerrara sobre sus ojos Brigid vio a Sygg y su luz azul
desaparecer alrededor de otra curva a algunos veinte metros por delante. La kithkin
logró soltar un gruñido de frustración pero eso no impidió que los tentáculos se
amarraran alrededor de sus muñecas y tobillos, clavando miles de pequeños dientes en
su piel. Su gruñido se convirtió en un rugido ahogado cuando sintió dos tentáculos más
aferrándose a ella.
Había estado en situaciones peores. Por lo menos la máscara de cambiagua no se
había deslizado y ella todavía podía respirar por la nariz aun cuando no podía ver. Y
hasta el momento sus lesiones se limitaban a vergüenza y marcas de succión, Sygg
había tratado las heridas que Flyrne le había infligido con un simple vendaje de
cambiagua que adormecía el dolor y animaba a sanar las heridas.
No, las lesiones no eran el problema. Sygg escapando en la oscuridad por
delante era el problema y la frustración que sintió estaba dando rápidamente paso a un
miedo y pánico real. Estaba muy lejos de casa y lejos de su elemento. ¿Qué pasaría
cuando se alejara demasiado de Sygg para que la cambiagua permaneciera cohesiva?
Una muerte rápida, por lo menos, se dijo Brigid con gravedad. Si esta cosa
intenta atraerte y descuartizarte simplemente deja caer la máscara y todo habrá
terminado en no…
Los tentáculos unidos a sus miembros tiraron de repente en cuatro direcciones
diferentes mientras que el que estaba alrededor de su cabeza la mantuvo en su lugar.
Brigid no dejó caer la máscara a pesar de sus oscuros pensamientos de heroico
sacrificio. En cambio luchó lo mejor que pudo, tratando de torcer su cuerpo y encontrar
algún tipo de salida pero no sirvió para nada y sus movimientos no tuvieron ningún
efecto. Aún así los tentáculos tiraron y pronto el dolor de sus articulaciones siendo
apartadas abrumó ideas de libertad o incluso suicidio. Además el suicidio difícilmente
sería necesario en unos pocos segundos.
Ella había comenzado a caer en la inconsciencia cuando la presión en su brazo
izquierdo se aflojó. Luego el otro brazo quedó libre. Todavía no podía ver pero el
tentáculo alrededor de su cabeza se relajó un momento después. Brigid empujó la cosa
muerta fuera de su cara a tiempo para ver a Sygg, su cuchillo de desollar de confianza

134
en la mano, tratando de mantenerse al lado de ella mientras los dos últimos tentáculos se
llevaban a la kithkin tirando por sus tobillos.
Todo se volvió patas arriba cuando los tentáculos la golpearon contra el techo
del túnel y ella vio sangre en el agua, los tentáculos no habían sangrado pero la lechosa
sustancia viscosa que habían dejado en el agua se mezcló con su sangre para crear una
nube de color rosa que se puso morada cuando Sygg nadó a través de ella con su luz
azul brillante.
Sin embargo el merrow estaba teniendo problemas para alcanzarla. Brigid tenía
que hacer algo para salvarse o Sygg nunca sería capaz de llegar a ella. Agitando sus
estirados brazos molidos atrapó un afloramiento de piedra y logró aguantar durante unos
dolorosos segundos. Entonces la presión se hizo demasiado grande y la piedra fue
arrancada de sus manos. Fue suficiente para que Sygg la alcanzara. Con su mano libre
tomó el brazo de Brigid y se propulsó a sí mismo más allá de su cuerpo para llegar a los
tobillos. Hundió el cuchillo de desollar en uno de los dos tentáculos restantes una y otra
vez. Para el momento en que Brigid quedó libre del último tentáculo el agua estaba casi
completamente opaca con la sustancia lechosa y la sangre de la kithkin.
Sygg levantó una mano para indicar que podían descansar un momento allí pero
Brigid sacudió la cabeza. "No podemos quedarnos. No podemos quedarnos aquí."
"No te preocupes," le dijo Sygg. "Esas cosas sólo tienen cinco tentáculos."
"¿Pero, quién dice que sólo… sólo hay una de ellas?" dijo Brigid.
Sygg miró a través de la oscuridad y asintió. "Ese es un buen punto. ¿Crees
poder mantener el ritmo?"
"Me has vuelto a salvar la vida," dijo Brigid. "Así que mantendré el ritmo."
"Para ser una traidora asesina tienes una racha de abnegación de un kilómetro de
ancho," dijo Sygg con una sonrisa. "Te ayudaré a mantener el paso, ¿de acuerdo? Este
no es momento para el orgullo."
"Ese es también es un buen punto," afirmó ella. "Pero te agradecería si pudieras
evitar pegarme contra más rocas. Estoy muy, muy cansada de eso." Ella presionó su
palma contra la parte posterior de su cabeza y se sintió aliviada al ver que la herida no
había sido grave, aunque como cualquier herida en la cabeza sangraba como loca.
"Haré lo mejor que pueda," dijo Sygg con sus manos ya tejiendo una red de
cambiagua con la que pudiera acarrear a la kithkin. Con su máscara de enmalle aún en
su lugar no había necesidad de otro paseo en "la burbuja", lo cual fue un alivio.
El resto del viaje fue relativamente tranquilo y, para Brigid, mucho más
relajante. Ella se dejó llevar, sólo pateando de un lado a otro para evitar colisiones en
los estrechos confines del túnel. La kithkin ya no tenía siquiera la menor idea de dónde
podrían estar en relación con Kinsbaile, el Monte Tanufel, o cualquier otro sitio
distintivo. Se apoyó enteramente en Sygg para saber a dónde iba y afortunadamente el
barquero lo sabía.
A dónde estaban yendo, sin embargo, era un lugar que Brigid nunca había
imaginado estaría tan por debajo de la tierra. Un minuto antes se habían encontrando
dentro del túnel estrecho y al siguiente estuvieron flotando libremente a unos sesenta
metros sobre el suelo rocoso de una caverna submarina gigantesca. En el centro de la
caverna había una fortaleza construida en lo que Brigid tuvo que asumir era de un estilo
tradicional merrow y por primera vez la kithkin podía ver lo mucho que los merrows se
habían comprometido por acomodar a los cruzatierras en la estructura de sus crannogs.
No había madera utilizada en la construcción del reducto real, sólo piedra, hueso y
relucientes paredes de cambiagua. La magia que había hecho esas paredes tenía tanta
relación con la máscara que Brigid llevaba como ella tenía con un elfo, esta cambiagua
resplandecía como el cristal, formando torres, puertas y columnas, y a través de todo

135
ella podía ver a decenas, no, cientos de merrow nadando dentro y fuera. La mayoría
parecía estar preparando defensas.
"Sygg," susurró ella a través de su máscara, "¿por qué estamos siendo tan
reservados? Pensé que querías venir aquí. Que tu mujer estaba aquí."
"Si quería," dijo el capitán. "Si quiero." Y dando un suspiro burbujeante agregó:
"Y sí, ella está aquí."
"¿Entonces por qué…?"
"Te lo acabo de decir. Ahora calla y trata de mantener el ritmo."

* * * * *

"No deberías estar aquí," le dijo la guardia de honor merrow a Brigid cuando
ellos entraron en la extraña fortaleza submarina. "Este es un lugar para los hijos del río."
"Ella está conmigo," intervino Sygg, "y después de los últimos días Brigid Baeli
se ha convertido tanto en una hija del Padre Carril como cualquier cruzatierra jamás
podría aspirar a serlo. No te preocupes acerca de la kithkin. Sólo llévanos a los
reejerey."
"¿Quién eres tú para darme órdenes?" le demandó el guardia.
Sygg metió la mano en un bolsillo del cinturón y sacó una pequeña media luna
de hueso pulido adornada con inscripciones de plata que Brigid no reconoció. La media
luna colgaba de un hilo de grueso oro tejido que Sygg deslizó por encima de su cabeza
con una tranquila importancia.
"Yo soy Sygg Gauhren Gyllalla Syllvar, compañero de la Reejerey Kasella y
Heredero de la Media Luna de la Alborada. Usted se dirigirá a mi con el respeto que es
debido."
Tan pronto como él vio la joya que Sygg llevaba la actitud y la expresión del
guardia se volvió servil y el merrow armado se dejó flotar unos centímetros más bajo en
señal del respeto que Sygg había insistido se le debía. Brigid no podría haber quedado
más sorprendida a que si al barquero le hubieran brotado piernas y bailado una canción
kithkin.
Sygg, quizá presintiendo lo que Brigid estaba a punto de preguntar, levantó un
dedo con larga uña para hacerla callar.
El otro merrow asintió bajo su casco de batalla plateado y se tocó la frente con el
extremo de su lanza en un saludo. "Bienvenidos al reducto," dijo el guardia. "Voy a
notificar a mis superiores de su venida."
"Notifícale a quien quieras siempre y cuando le avises a la reejerey," dijo él.
Después de un momento de incómodo silencio Sygg añadió: "Pueden irse."
Los guardias asintieron de nuevo y se alejaron nadando hacia la más
impresionante de las estructuras de cambiagua que componía esa fortaleza submarina.
El palacio en el exilio para el líder de los Aletas de Papel, supuso ella.
Sin embargo, ahora que los guardias no estaban, Brigid ya no pudo contenerse.
"¿Heredero de la Media Luna de la Alborada? ¿Qué demonios es eso? ¿Por qué toman
órdenes de ti?"
"Sólo por el hecho de que cualquiera de ustedes kithkin lo que siempre me hayan
visto hacer es transportar a cruzatierras a través del río no quiere decir que esa sea toda
mi vida," dijo Sygg. "En secreto soy un merrow importante."
"Eso parece," dijo Brigid con ironía. "¿Por qué no usaste eso con Flyrne?"
"No era necesario," respondió Sygg. "Flyrne es un viejo amigo. No he hablado
con mi… con la reejerey durante algún tiempo. Años. Yo ya no quería nada de ese

136
mundo. Pero por los carriles que yo voy a usar mi título tanto como pueda. Ahora ya no
tiene sentido ocultarlo."
"De hecho no tiene mucho sentido en ocultar tu llegada," dijo una nueva voz
merrow desde lo alto, "al igual que no tiene mucho sentido venir aquí. Nosotros
tenemos a nuestro querido primo Sygg en la más alta estima, cruzatierra, pero él ha
elegido un mal momento para reafirmar su herencia." La voz pertenecía a una hembra
de la especie adornada con una versión mucho más elaborada de la misma armadura que
había llevado la guardia de honor, claramente un superior de algún tipo, si es que no era
la…
"Reejerey Kasella," dijo Sygg levantando una mano para detener a Brigid. "Es
bueno verte de nuevo, aunque tengo que admitir que estoy perdido en cuanto a por qué
te has retirado a este…" él hizo una pausa por un momento, buscando la palabra
correcta, "este escondite," concluyó.
"¿Primo?" soltó Brigid. "Tú dijiste que ella era…"
"Es complicado," dijo Sygg.
La reejerey en verdad se parecía a Sygg en muchas formas generales: el brillo de
sus escamas en la tenue luz azul de un coral fosforescente era casi idéntico, al igual que
la profunda negrura de sus ojos inteligentes. La mujer tenía menos bigotes que Sygg y
eran más pequeños pero la aleta de su cola y dorsales eran más largas, más elegantes.
Sus dientes eran más visibles. Y más filosos.
La red que acunaba a Brigid desapareció, dejándola flotar libremente. El efecto
fue invisible pero ella podía sentir a la cambiagua perder cohesión, si esto continuaba
ella misma sería una moldeadora de marea antes de que todo estuviera dicho y hecho.
Sin embargo ella sospechó que la otra merrow no se dio cuenta de que Sygg la había
soltado así que decidió estar lista para actuar rápidamente en caso de necesidad.
"Te debo una explicación, ¿es eso lo que estás diciendo?" preguntó la reejerey
con un acento peculiar que hizo poner nerviosa a Brigid, pero no tan nerviosa como las
sombras plateadas que ella vio emergiendo una a una de los rastrillos en forma de arco
en la base del reducto. La silueta de cada merrow llevaba el perfil de la misma armadura
que vestía la guardia de honor y parecía estar portando las mismas lanzas de plata.
Cualquiera fuera la explicación que la mujer iba a dar la respaldaría con unas pocas
docenas, tal vez cientos, de puntas muy afiladas. "Tengo la intención de darte una
cuando hayamos asegurado nuestro perímetro. Estamos en guerra, ¿sabes?"
"No lo sabía," dijo Sygg y Brigid vio su cola temblar cuando él, también, notó a
los guardias de la reejerey flotando en las profundidades. "Así que parece que llegué
justo a tiempo," añadió tranquilamente. "Traigo conmigo a la Heroína de Kinsbaile, la
llamada Brigid Baeli. Ella y yo hemos enfrentado a muchos peligros juntos para traerte
noticias de… noticias de más allá del perímetro. Para que puedas mantenerte informada
de…"
"No me mientas, Sygglet," dijo Kasella con una sonrisa llena de dientes. "Y no
temas. Sabemos que has estado entre los cruzatierras por un largo tiempo. No puedes
evitar en lo que te has convertido pero nosotros podemos. Este mamífero, sin embargo,
me temo que tendremos que ponerla en prisión durante el tiempo que dure la guerra. "
"¿Qué?" exclamó Brigid y la guardia de honor se volvió hacia ella con alarma.
"Usted no le habla a su más eminente…"
"¡Holgen!" exclamó la reejerey. "Ahora no." Se volvió y examinó a Brigid
estrechamente por primera vez, con inquietud ya que la kithkin sintió que Kasella la
estaba mirando como lo habría hecho con un juguete maltratado.

137
"Hace mucho que los cruzatierras han mancillado nuestras casas, kithkin," dijo
ella, "contaminado nuestros ríos y lagos y todos los carriles fluyendo bajo o sobre la
superficie de Lorwyn."
"No es como si nosotros no los hayamos invitado," intervino Sygg. "¿Por qué
haces esto, Kasella?"
"A mi no me importa lo que llevas alrededor de tu cuello, Sygg. Compañero o
no yo tendré tu silencio o tu lengua. La elección es tuya." La reejerey se volvió a Brigid
y sus ojos negros se estrecharon. "Ahora los cruzatierras han ido demasiado lejos. Hay
una malignidad en el Vinoerrante. En estos momentos cientos de merrow de todos los
cardúmenes que tocan al Padre Carril han cedido a su abrazo salvaje. Y por lo tanto
tuvieron que morir. Yo no voy a tolerar a un cruzatierra dentro de mi último lugar de
refugio mientras me estoy preparando para la destrucción de su especie."
"Eso es… Kasella, eso es una locura," dijo Sygg con tanto respeto como pudo
reunir. "Los cruzatierras no causaron esto."
"¿No?"
"¿Tienes pruebas?" dijo Sygg. "¿Por qué deshacer generaciones de paz basadas
únicamente en sospechas?"
"Mi consorte, sí Sygg yo tomé un consorte como tú bien sabes, fue víctima de
esta plaga de cruzatierras," dijo Kasella con veneno en su voz. "Él guió a un grupo de
nuestros más talentosos moldeadores de marea a la piedra de origen porque podían
sentir que estaba… cambiando. Nosotros no sabíamos que había sido obra de los
cruzatierras, pensamos que era algo que podía ser curado. Habíamos oído de otros
cardúmenes que sus propias piedras también estaban cambiando pero no había nada que
pudiéramos hacer por ellos. Y cuando la piedra cambió todos nosotros también lo
hicimos." Ella se giró hacia Sygg. "La malignidad nos espera Sygg. Podemos huir de la
piedra de origen y evitar el sangriento final de mi consorte y podemos vengarnos de los
que causaron nuestra caída mientras sigamos siendo merrow."
"Pero ustedes todavía son merrow," protestó Sygg. "Han sobrevivido a la
malignidad. Déjame ayudar. Déjame curar esto. Si yo voy al origen..." El dio un
golpecito a la media luna de hueso en su pecho. "Puede que yo haya heredado este
pequeño símbolo pero tú sabes tan bien como yo que me gané el derecho a usarlo
luchando contra cada uno de mis hermanos. Si tú insistes en este curso, Kasella, yo
utilizaré la media luna."
"Subestimas a nuestra gente Sygg," respondió la reejerey con una mueca de
desprecio. "Han pasado por mucho y no serán pacificados con palabras bonitas y joyas
llamativas. El tiempo para esas cosas ha pasado. El tribunal ha acordado y se me ha
dado la orden."
"¿La orden?" burbujeó Brigid. "Sygg, tengo que advertirles…"
"Comenzamos con la llameante," dijo la reejerey haciendo caso omiso de ella.
"Fue uno de los de su maldita clase quien ardió el día en que nuestro pueblo se volvió
loco. La piedra de origen del día cambió el día que nosotros cambiamos."
"¡Detén esto de una vez!" mandó Sygg. "Sí, ustedes han cambiado. Están
paranoicos, poniendo una culpa donde no pertenece. Nosotros somos los hijos del río.
Los cruzatierras tienen su dominio, nosotros tenemos el nuestro, y en ciertos lugares nos
entrecruzamos. Si hay un problema tiene que ser con el origen. ¡Por los Grandes
Carriles Kasella, los cruzatierras ni siquiera saben que existen las piedras de origen!
¿Cómo podrían ellos…?"
"¿Crees que los cruzatierras son tan inocentes?" preguntó la reejerey. "Como
dije, has estado demasiado tiempo entre ellos."

138
"No," dijo Sygg mirando a los guardias que habían dejado de flotar y ahora
nadaban lentamente hacia ellos. "Eso no va a suceder. Hay muchos tipos de malignidad.
Vine aquí para advertirte Kasella pero veo que llegué demasiado tarde para salvarte. Y
puede que tengas razón. Tal vez los Aletas de Papel no me seguirán fuera lo que fuera
que use pero no voy a dejar que te lleves a esta kithkin."
"Tú no puedes detenerme," respondió Kasella agitando una mano a sus guardias
para que siguieran adelante.
"Iré al origen," dijo Sygg. "Arreglaré esto, de alguna manera. Pero no me lo
impidas y no amenaces a mis amigos."
"Guardias," dijo la reejerey con su voz repentinamente alta y clara, "He estado
equivocada. El Heredero de la Alborada no puede ser salvado. La malignidad ya lo tiene
en sus malvadas garras. ¡Mátenlos a ambos!"
Brigid, sin esperar a ver lo que pretendía Sygg, giró en medio del agua y se
encontró cara a cara con una pared de escamas y armaduras. Ni siquiera los había oído
aproximarse pero estaba claro que no podrían huir por donde habían venido. La arquera
estaba a punto de
decirle eso a Sygg
cuando el barquero
la tomó por el brazo
y nadó tan rápido y
tan fuerte como
pudo hacia el centro
del brillante
reducto.
"¡Que no
escapen!" gritó la
reejerey Kasella.
"Cácenlos y
sáquenles los ojos.
¡Luego
marcharemos al
Monte Tanufel!"

139
Capítulo 15

I
"¡ zquierda! ¡Ve a la izquierda!" gritó Endry. "No, tu otra izquierda. ¡Otra!
Ahora derecha. ¡Muy bien! Derecha, derecha, derecha… ¡No, izquierda! ¡Izquierda!"
Con cada grito la llameante peregrina saltó en la dirección en la que su hada le
indicó a tiempo para evitar otro paso aplastador. Cenizeida no perdió el tiempo
asombrándose, ya había visto ese pie suficientes veces y la novedad estaba
definitivamente desapareciendo.
"Creo que me estoy…"
"¡Derecha!"
Una corrida hacia la derecha, otro paso haciendo temblar la tierra. "Creo que me
estoy dando cuenta del patrón, gracias."
Las llamas de Cenizeida ardieron brillantemente pero aunque ella lo intentó con
todas sus fuerzas no pudo conseguir que sus pies dejaran el suelo. Por el momento ella
había perdido esa capacidad ya que no había tenido ni una sola posibilidad para
concentrarse lo suficiente como para hacer contacto con su propio elemental de fuego,
sobre todo porque este no quería ser contactado. De hecho ella se enfrentó a la
posibilidad muy real de que el elemental ya no estuviera en la cima de la montaña.
Cenizeida había estado corriendo durante tanto tiempo que no sabía…
No. Allí estaba. Esperando, expectante, guardando celosamente su poder. Era
evidente que no le temía a su acercamiento. Cenizeida esperaba cambiar esa opinión lo
suficientemente pronto. Ahora que había encontrado a la criatura podría tomar lo que le
correspondía y…
Algo golpeó su hombro izquierdo y la hizo caer al suelo. Ella levantó la vista
para ver al hada aleteando frenéticamente sus alas ennegrecidas pero aún intactas y se
dio cuenta de que Endry había causado el mismo impacto. "Te dije 'izquierda,' Fósforo.
Ahora levántate. Ahí viene de nuevo."
Cenizeida rodó hacia la izquierda justo a tiempo para evitar otro paso y notó que
había quedado mirando directamente hacia el imponente gigante. Ahora que le estaba
dando un buen vistazo vio que este ya no estaba completamente intacto. Partes y piezas
habían sido erosionadas a lo largo de la larga corrida subiendo por la cara del Monte
Tanufel.
"Si erosionamos suficientes partes y piezas," dijo ella, "no habrá más gigante."
"¿Qué?" Dijo Endry. "No, eso no va a funcionar. Estás loca. ¡Corre!"
El gigante de piedra debió haberlos escuchado ya que eligió ese momento para
bajar su mirada. Cuando la cara de columna bajó para encontrar de donde había venido
el sonido Cenizeida ya no estaba allí.
"Funcionará," dijo Cenizeida. "Sólo necesitamos más poder. El elemental tiene
que darme más poder y yo podré hacer esto."
"No, no puedes," dijo Endry. "Pero ese retoño de tejo puede detenerlo si tú le das
una oportunidad."
"Tú sigues diciendo eso," respondió la llameante, "pero yo aún no he visto
ninguna prueba."

140
"La verás," respondió el hada. "De hecho, sólo sigue corriendo… Yo voy a ir a
ver que la está deteniendo."
"Bien, tú haz eso," dijo Cenizeida. "Yo tengo que encontrar un lugar donde
recuperar el aliento."
"¡Volveré!" exclamó el hada. "¡Oh, y a la izquierda!"
La peregrina esquivó a la izquierda justo antes de que el pie bajara. Lo hizo tan
cerca que el aire desplazado hizo que sus llamas parpadearan y el choque del impacto
casi la volvió a derribar. Ella lanzó una mirada hacia adelante, donde el camino, o lo
más cercano a el, conducía hasta la parte más empinada de la ruta desde la cara del
acantilado de piedra. Sería una lucha para Cenizeida pero si ella podía usar la maleza y
las rocas a lo largo del camino para acelerar su progreso podría ser capaz de detener a su
perseguidor o al menos retrasar a la cosa por un tiempo más largo.
"'Usar el terreno contra tu enemigo'," dijo la llameante. "Ahora, ¿por qué me
siento como un elfo?" Sin embargo, ¿qué otra cosa podía hacer? La pronunciada
pendiente y su tamaño mucho más pequeño eran todo lo que le quedaba. Pero si ella
lograba llevar a la cosa por la pendiente lo suficientemente lejos y desequilibrarla de
alguna manera llegaría a la cima antes de que el gigante de piedra terminara cayendo
hasta el fondo. Valía la pena el arriesgarse y valía la pena gastar una bola de fuego que
se estrellara contra el pecho del gigante.
"Si estás decidido a seguir con esto," gritó Cenizeida al monstruo de roca, "¡Te
veo en la cima!"

* * * * *

Endry había querido dirigirse directamente al retoño, que había prometido


alcanzarlo, y aunque el hada no sabía exactamente lo que el tejo tenía planeado no tenía
ninguna duda de que algo lograría hacer. Pero eso fue antes de que ella viera el anillo de
hadas. Había estado buscando un anillo de hadas durante horas. Tenía que ponerse en
contacto con Oona, no, no Oona. Maralen. Su nueva ama.
Endry no estaba seguro de como se sentía en tener una nueva ama. De hecho el
último par de días había estado preguntándose si realmente quería seguir teniendo
hermanas en absoluto. Y luego estaban esos saltadores, criaturas en todo derecho a ser
despreciadas. Sin embargo ellos parecían verlo como una especie de héroe. El había
sido de gran ayuda para el retoño, que sería de ayuda para Rhys, y eso haría feliz a
Maralen.
"No, no a Maralen," dijo él. "A mi. ¡Endry!"
El recientemente descubierto sentido de individualidad de Endry fue estimulante
y él decidió que tenía que ir a ese anillo de hadas y contarles todo a sus hermanas. No
había duda de que Maralen también querría oír hablar de ello.
"¡Fuera de mi camino mariposa!" gritó Endry dándole una patada a un insecto
que pasaba simplemente porque podía, con cuidado de no herir a la hermosa criatura.
Endry no quería tener vísceras de bicho en su pierna por lo que la mariposa se marchó
fácilmente con un ala doblada.
Sí, la individualidad era maravillosa. Había tantas cosas a las que patear. Y…
¡El anillo de hadas! Allí estaba, justo debajo de él. Endry viró hacia el anillo de
setas. Habían crecido recientemente, todo el anillo era de apenas tres envergaduras de
ancho, pero servirían. Se detuvo con gracia por encima del centro del anillo, se aclaró la
garganta y pensó muy, muy duro en Veesa y Iliona.

141
Cuando terminó tenía un nuevo sentido de propósito y dirección para ir con su
sentido de individualidad. Captó un olor a hojas de tejo en el aire y salió zumbando
hacia su próxima aventura.
Se sentía bien ser Endry, decidió Endry.

* * * * *

Cenizeida se lamentó con sinceridad de una cosa acerca de dejar ir a la irritante


hada, el par extra de ojos le habría ayudado a evitar a su perseguidor mucho mejor que
sus propios reflejos, que francamente se estaban volviendo cada vez mas lentos, sus
llamas atenuándose con el esfuerzo. La peregrina aún tenía reservas pero estas no iban a
durar para siempre. Y cuanto más lejos corrió por el empinado sendero montañoso más
expuesta se sintió.
El frío tuvo poco efecto sobre el gigante de piedra, que siguió estrellando sus
pies a su constante e infartante ritmo incluso por la súbita pendiente. Lo único que lo
había mantenido detrás de ella había sido el terreno. Sus pesados pies habían estado
excavando grandes surcos en la roca y el suelo pero el monstruo no hacía ningún
esfuerzo para subir de verdad, prefiriendo hundir sus propios pasos en el interior de la
ladera de la montaña. Cenizeida se preguntó si la cosa siquiera tenía un cerebro o
simplemente la ira. Tal vez cuando ella llegara a su presa aún pudiera saber por qué esa
ira parecía dirigida directamente a ella. Pero la inclinación le daría una oportunidad de
luchar. Si criaturas como esta eran conocidas por los Monjes de la Comunidad Brasa
eso incluso podría explicar por qué ellos habían construido un santuario en el flanco de
la montaña y mantenido su monasterio cerca de la cumbre. Indudablemente los monjes
de la Brasa Caída no le abrirían a un gigante de piedra golpeando la puerta de su torre
de estalagmita.
Al fin de cuentas si esta inclinación no evitaba que la criatura la alcanzara
Cenizeida tenía la intención de llevar a la criatura directamente al monasterio y seguir
adelante.
Por último la peregrina oyó el sonido que estaba esperando con una tenue
esperanza. Un paso en falso particularmente atroz suspendió el ritmo constante por un
instante y Cenizeida aprovechó ese momento para lanzarse a un grupo de copiosos
matorrales. El ardiente elemental en la cima de la montaña podría no estar dispuesto a
permitir que ella tomara su poder pero ella estaba de pie sobre la montaña que le había
dado a luz. Había suficiente energía de sobra bajo sus pies si podía tomarse unos
momentos de paz para estirarse y apoderarse de ella. Se arrodilló sobre la piedra,
obligándose a sí misma a no mirar en la dirección del elemental sino atenuar sus ojos y
mirar hacia su interior, dentro de sí misma, dentro de la montaña, dentro de su
propósito. Casi inmediatamente Cenizeida sintió una inundación de poder
rejuvenecedor fluir por su cuerpo. Fue cálido y acogedor pero otro choque y la tierra
temblando por debajo obligó a Cenizeida a perder la concentración antes de que ella
hubiera podido deleitarse con la sensación. De todos modos dejó una fina hebra de
conexión con los fuegos de la montaña en caso de que la necesitara para el largo plazo.
Esta pequeña excursión se estaba convirtiendo verdaderamente en un largo recorrido.
Cenizeida salió como un rayo de los árboles y había subido otros veinte pasos
por la ladera de la montaña cuando se dio cuenta que el golpe del pisotón que le había
roto el contacto con la roca viva fue el último que había oído desde entonces. El ritmo
constante de los pies del gigante de piedra, su compañero durante las últimas horas, se
había detenido. A su pesar la curiosidad abrumó a la peregrina y ella se detuvo en seco,
se volvió y miró hacia atrás bajando por la pendiente.

142
Se abría quedado menos atónita con lo que vio sólo si hubiera visto a toda la
montaña transformándose en un pastel kithkin de bayas.

* * * * *

"¡Retoño de tejo! ¡Por el nombre de todo lo que es Oona! ¿Qué estás haciendo?"
demandó Endry. "Estás llena de… ¿Qué es ese adminículo? Parece… kithkin."
"Hace falta un kithkin para conocer a un kithkin," dijo alguien que Endry estuvo
absolutamente seguro no era el retoño. Nora estaba parada a horcajadas sobre la rama
mas gruesa de uno de los hombros del retoño, agarrando dos puñados de agujas de tejo
para mantener el equilibrio mientras dirigía a sus compañeros terrenales desde arriba.
Su rostro, piernas y brazos habían sido pintados con rayas azules y negras, los colores
de batalla de las hadas. Sobre sus hombros descansaba un curioso artilugio del doble de
ancho que la altura de la líder de los terrenales. La cosa se parecía a alas de hadas en su
forma básica aunque las "alas" estaban hechas de hojas unidas a un marco hecho de
ramitas. Adherido a cada conjunto de alas por simples filamentos de oro había una
libélula zumbando.
"¡Nora! ¿Qué están…? Es decir, están muy lejos de su hogar terrenales," dijo
Endry con una emoción mal disimulada.
"El retoño nos pidió ayuda," dijo el conocido terrenal masculino desde abajo en
donde se estaba abrochando su propio par de alas de libélula sobre sus hombros,
excepto que él estaba usando lo que parecía ser un par de moscas. Endry supuso que las
libélulas estaban reservadas para los terrenales realmente importantes aunque el
concepto siguió siendo irrisorio para él.
Por otra parte los terrenales parecían estar pensando que él era importante así
que ¿quién era él para pensar de otra manera?
"¿Y cómo es eso, Nora?" Preguntó Endry asegurándose de mencionar al terrenal
con el que quería hablar por su nombre.
"Vamos a poner estas enredaderas por la ladera de la montaña, todos a la vez,"
dijo Nora.
"En un modelo cuidadosamente intrincado pero inteligente," agregó el macho.
"Y entonces yo uniré estas vides entre sí para formar una red viviente," dijo el
retoño.
"¿Crees que una red va a detener eso?" Preguntó Endry señalando al gigante de
piedra aún iracundo recogiendo trozos de piedra del tamaño del retoño del Monte
Tanufel con cada paso de sus enormes pies y cada golpe de sus poderosos puños.
"Me acordé de la forma en que nuestros amigos los terrenales quisieron
derribarme," explicó el tejo. "Asumí que los mismos principios podrían aplicarse a un
problema mucho más grande."
"Así que eso es un sí," dijo Endry.
"Eso espero," dijo el retoño, "pero ya veremos."
"¿Cómo los encontraste a... ellos?" Preguntó Endry señalando con el pulgar
hacia Nora y los otros terrenales.
"Estoy parada justo en frente de ti," dijo Nora. "Así que si me permites diría que
fue pura suerte."
"Ellos me encontraron. Yo tenía la intención de colocar estas enredaderas en su
lugar por mí misma," dijo el retoño, "hasta que vislumbré a Nora en su vuelo
inaugural."

143
"Por supuesto que fue un vuelo inaugural. Ella es una hada soltera," dijo Endry
con impaciencia y luego se contuvo. "Esperen. Esas alas son nuevas. Todo esto es
nuevo. ¿Desde cuándo los terrenales construyen máquinas voladoras kithkin?"
"En realidad has sido tú," dijo Nora, su voz con tintes de algo que sonó muy
extraño viniendo de un hada, cualquier hada, incluso una con poderosas alas caseras de
insecto. ¿Algo como… vergüenza? "Tus historias del poderoso Colfenor y tus propias
aventuras… nosotros apenas podíamos dejar de hablar de todo eso. Así que decidimos
que ya nos habíamos cansado de dejar que Oona o alguien más nos dijera que no
podíamos ser hadas de verdad. A mi se me ocurrió la idea de utilizar hojas y un marco
por lo que había visto de las máquinas kithkin." Ella señaló al hada masculina. "Cuando
Mullenick sugirió capturar insectos supimos que estábamos en el camino correcto. Eso
sí, " agregó Nora, "hasta ahora yo soy la única de nosotros en hacer un viaje con éxito, y
eso fue interrumpido. Pero todos estamos listos para hacer nuestra parte en ayudar a la
salvadora del Poblado Terrenal."
"Poblado Terrenal," dijo Endry con cara de piedra. "¿Ustedes llamaban al tronco
‘Poblado Terrenal.’?"
"Ahora lo hacemos," dijo Mullenick. "Estamos tomando orgullo de nosotros
mismos. Somos exiliados, no monstruos. Así que nos merecemos un poblado con un
nombre."
Nora abrió la boca para añadir algo pero un esfuerzo particularmente violento
del gigante de piedra para aferrarse a la ladera de la montaña casi la tiró de su lugar
encaramado. Incluso el retoño tuvo que abrir sus piernas para asegurarse de que no se
deslizara de debajo de ella.
"El gigante se está acercando demasiado," advirtió el retoño. "Es hora de que
tendamos esta trampa. ¿Están listos terrenales?"
"Espera, espera, espera," dijo Endry. "Esa no es forma de motivar a las hadas.
Déjame encargarme de esto." Él se frotó las manos y se volvió hacia Nora. "Muy bien,
terrenales, escuchen atentamente. Ahora bien ninguno de ustedes sabe nada acerca de
volar porque son terrenales. Ni siquiera son hadas."
"¿Acaso ahora vamos a ir hacia atrás?" preguntó Nora.
"Excelente pregunta Nora. Sí, lo haremos," dijo Endry. "Vamos a volver a lo
básico. Ahora, volar se trata de dos cosas: equilibrio, elevación y velocidad."
"Esas son tres cosas," señaló Mullenick.
"Deja de argumentar," dijo Endry. "Estoy tratando de enseñarles algo a ustedes
ratas de tierra. Ahora, como he dicho, tres cosas: equilibrio, elevación, velocidad y
resistencia."
Unos pocos minutos y una lección de vuelo terriblemente confusa después, o al
menos confusa para todos menos para Endry quien pensó que sonó bastante
impresionante y aprendida, y los terrenales voladores tomaron sus posiciones en los
extremos de las vides. El retoño caminaba por cada tramo similar a un cable tocando las
intersecciones de las vides e injertándolas mágicamente juntas en esos puntos. Lo hizo
durante casi diez minutos mientras el gigante debajo de ellos excavaba laboriosamente
en el acantilado, ganando cada minuto, aunque muy lentamente.
Ya sea por suerte o por diseño el puño del gigante de piedra apareció en la parte
superior de la cornisa casi en el mismo momento exacto en que el retoño se bajó de su
creación y retrocedió rápidamente.
"Endry," dijo el retoño, "Nora. ¿Están listos?"
"Estamos listos," respondieron Endry y Nora al unísono. Cada uno estaba
posicionado en cada extremo de la enorme red de vides del retoño.
"Súbanla," dijo el retoño. "Ahora, por favor."

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"¡Ratas de tierra, es momento de hacer historia!" dijo Endry. "En la vida de cada
hada llega un momento en el que debe elegir entre su amor por…"
"¡Ahora!" dijo el retoño instantes antes de que la segunda mano de piedra
apareciera por el borde del refugio temporal de ellos.
"Ya la han oído," gritó Nora. "¡Todo el mundo denle una palmada a esos bichos
y prepárense a levantar!"
"Uno, dos, tres," dijo Endry "¡Tiren!"
Con un zumbido como un enjambre de avispas enojadas, dos docenas de hadas
incluyendo una sola que voló bajo su propio poder, levantó la red de vides del retoño en
el aire.
Endry nunca se había sentido tan lleno de júbilo, vivo, o supremamente
poderoso. Esto, pensó, debe ser un indicio de lo que se siente el ser Oona. Había tantos
pendientes de sus palabras, bajo sus órdenes y haciendo su voluntad. Era cierto que en
realidad era la voluntad del retoño y Nora estaba ayudando pero Endry sintió una
cantidad excesiva de orgullo cuando la red se elevó por completo del terreno y siguió
subiendo. Pronto ellos estuvieron sobre la cabeza del retoño pero necesitaban elevarse
más alto. Mucho más alto.
"¡Más alto!" gritó Endry. "¡Se está acercando demasiado! ¡Tenemos que estar
por encima de eso cuando trate de pasar!"
"¡Lo sabemos!" gritó de nuevo Nora desde el otro lado de la red. "¡Es pesada!"
"¡Entonces pongan un poco de músculo en ello!" exclamó Endry. "¡Amenacen a
sus libélulas! ¡Muevan sus alas falsas! ¡Solo obtengan alguna elevación!"
Debajo de ellos Endry pudo ver al retoño moviéndose para encontrarse con el
gigante de piedra antes de que chocara de frente con la red e hiciera que todo no sirviera
para nada. Supo que esto no era parte del plan pero alguien tenía que hacer algo si la red
todavía iba a hacer el trabajo.
"¡Aquí abajo!" gritó el retoño mientras marchó por la pendiente. "¡Ey! ¡Ey, tú!
¡Mira aquí abajo!"
El gigante de piedra se negó a hacerlo. De hecho ni siquiera pareció notar que el
retoño estaba allí en absoluto. Dos metros y medio… no, al menos tres, quizás tres y
medio lo que ella había estado creciendo como una hierba. El árbol hablador ni siquiera
hizo al monstruo girar su cabeza.
"¡Más rápido!" gritó Endry. "Nada va a detener esto salvo nosotros. ¡Vuelen
terrenales! ¡Vuelen como nunca han volado antes! Lo que en realidad no han hecho pero
ese no es el punto. ¡Tiren!"
Al final el gigante de piedra llegó hasta el borde externo de la red de vides del
retoño por pocos centímetros, pero centímetros fue todo lo que este plan improvisado
requirió. Endry levantó una mano hacia Nora. "Esperen.... Esperen a que llegue al
centro."
"Estamos esperando," dijo Nora. "Pero es pesada."
Endry nunca lo habría admitido pero su propio agarre en las vides toscamente
tejidas también empezaba a resbalar. Chequeó la posición del gigante de piedra y vio
que no estaba en el centro exacto pero lo suficientemente cerca.
"¡Terrenales, suelten a mi señal!" dijo Endry. "Uno…"
Las hadas sin alas en sus dispositivos volantes soltaron la red al unísono, la que
se llevó a Endry junto con ella por un momento hasta que él pensó en dejarla ir.
"¡‘Uno’ no es una señal!" exclamó Endry pero sus palabras quedaron atrapadas
en su garganta cuando la red cayó suavemente hacia abajo para asentarse sobre el
gigante de piedra.

145
"¡Siguiente fase!" dijo Nora una vez que los bordes de la red golpearon contra la
ladera de la montaña. Tenían tal vez sólo unos pocos segundos para caer en un aterrizaje
antes de que los pies del gigante de piedra se enredaran en la red. Este luchó por un
momento pero pronto la gravedad se hizo cargo y se negó a permitirle al monstruo
entrelazado a permanecer sobre sus dos pies. Cayó boca abajo sobre la empinada ladera
de la montaña con un choque que envió al retoño volando de regreso por la pendiente.
Endry no tuvo tiempo de seguir con los ojos la caída del tejo. La parte más
importante del plan era la responsabilidad de sus aliados terrenales. Uno a uno se lanzó
al suelo, cada uno tomando una posición opuesta a uno de sus compañeros hasta que
formaron un amplio círculo alrededor del gigante de piedra retorciéndose. Luego cada
uno agarró el borde de la red y presionó hacia abajo hasta que se puso en contacto con el
suelo.
"¡Retoño!" gritó Endry. "¡Ahora! ¡Te necesitamos ahora!" Lanzó una mirada
bajando por la pendiente y no vio más que una nube de polvo en donde el retoño había
rodado por la ladera. "¡Retoño de tejo! ¡No podemos sostenerlo por mucho más
tiempo!"
"¡En camino!" exclamó el retoño. Cargó con una velocidad que Endry no habría
creído posible en línea recta por la ladera y tan pronto como llegó al borde de la red se
dejó caer con fuerza sobre una rodilla con un sonido como madera crujiendo. Cerró sus
manos de madera en las enredaderas y vertió tanta magia venenosa de tejo en ellas
como poseía, todo lo que pudo gastar y permanecer consciente.
La magia de tejo inundó las vides con el material bruto de la muerte y la red de
vides murió al mismo tiempo. Pero mientras lo hicieron las cuerdas ennegrecidas y
marchitándose se fusionaron con la piedra misma, chisporroteando y crepitando. Cada
nudo se incrustó profundamente en la roca viva mientras que los zarcillos expuestos de
la enredadera moribunda se tensaron y endurecieron como acero tejido.
Cuando el retoño finalmente dio un paso atrás para examinar su trabajo Endry
hizo lo mismo. El gigante de piedra estaba cuidadosamente inmovilizado contra la
ladera de la montaña, sus masivos brazos simiescos doblados debajo de su cuerpo de
una forma que no le dio al monstruo posibilidad de apalancarse y atado a la piedra en
todos los lados con vides tan gruesas como cables.
"Ahora eso, mi querido Endry," dijo Nora, "es como uno derriba a un gigante."

* * * * *

"¡Ay!" Dijo Endry. "¿Acaso eso no te duele, retoño de tejo?"


"Yo no siento ‘dolor’ en el sentido que tú quieres decir," dijo el retoño.
"¿Quieres decir que los árboles no sienten dolor?" preguntó Cenizeida con
escepticismo. La llameante había saludado al tejo sin su acostumbrada sonrisa
anaranjada y el retoño temió haber perdido la oportunidad de continuar con el plan de
Colfenor. Deseó tener tanta fe en el plan como había tenido su semillapadre. Era
probable que Colfenor hubiera cometido un error al no haberle dado al retoño la
creencia en el plan sino sólo la descripción rigurosa de lo que debía ser llevado a cabo y
cómo. Sintió una pequeña punzada de extraña decepción en su padre.
"Los árboles sienten dolor como una señal de problemas," dijo finalmente el
tejo. "Entonces lo apagamos, lo cubrimos. Nunca hay un ‘dolor’ prolongado."
"Entonces tienen suerte," dijo distantemente la llameante mirando al gigante de
piedra sujetado y atrapado ahora a varias decenas de metros detrás de ellos. Los
terrenales, cuyos compañeros insectos necesitaban tiempo para recuperarse de sus

146
esfuerzos, se habían ofrecido a quedarse atrás y montar guardia sobre el monstruo.
Enviarían una advertencia en caso de que lograra liberarse.
Ahora que ella tenía la atención de la llameante el tejo se sintió obligada a hacer
su declaración. "He estado buscándote, Cenizeida de Tanufel," dijo el retoño. "Tienes
un destino importante."
"Mucha gente parece pensarlo así," dijo Cenizeida dando un casual paso hacia
atrás del árbol. "Eres la segunda persona en decirme eso el día de hoy. Y todos ustedes
parecen olvidar que yo ya he hecho ese ritual. Tú, retoño, tú deberías saber mejor que
nadie que mi parte en eso ha terminado. Estoy en un camino diferente del que tú estás
ahora. Que el de Rhys. No deberían haber intentado encontrarme."
"Auch, vamos Fósforo," dijo Endry. "Esa no es forma de saludar a una amiga."
"¿Una amiga?" dijo Cenizeida con los ojos ardiendo de blanco con furia
repentina. "Este árbol no es mi amigo más de lo que lo era el otro. Si yo no necesitara
conservar mi fuerza la convertiría en cenizas ahora mismo. Agradezco la ayuda con la
gran roca allí atrás pero he terminado con las ideas de otras personas sobre mi destino.
Ahora yo conozco mi camino y ninguno de ustedes dos está en él."
"Te equivocas Fósforo," dijo Endry. "Tú también retoño de tejo. Yo no creo que
haya algún gran destino pasándole a cualquier persona en cualquier momento pronto."
"¿Y por qué es eso?" preguntó el retoño.
"Porque creo que va a haber otra pelea. Si a alguien le importa lo que pienso eso
es lo que habrá."
"¿Cómo es eso?" dijo la peregrina.
"¿Me están diciendo que se van a encargar de todos ellos por separado?"
El retoño siguió la dirección que señaló la pequeña mano de Endry. Al principio
no pudo ver nada más que la escarpada ladera de la montaña brillando en el sol radiante.
Entonces ella los vislumbró, blanco y oro contra los robustos árboles esmeralda y la
negra roca volcánica. Estaban girando furiosamente, diminutos torbellinos sobre la
cuesta de la montaña.
"¿Esos qué son?" preguntó el retoño.
"Demonios eólicos. Pequeños ciclones, y cazan en manadas," dijo Cenizeida
hablando más para sí que para cualquiera de ellos. "No había visto a ninguno de ellos en
años pero también hay que decir que hacía años que no venía al Monte Tanufel. Puedo
deshacerme de ellos si logro entrar en el medio. Suficiente calor y tendrán que amainar,
reformarse."
"¿Acaso ellos, tú sabes, no te echarán fuera de la montaña?" preguntó
nerviosamente Endry.
La peregrina miró con fiereza al retoño quien retrocedió involuntariamente ante
la mirada. "No si tengo un ancla," dijo la llameante. "Tú, sin embargo, puede que tengas
que encontrar una roca para esconderte debajo. Un hada no duraría dos segundos en el
cono de un demonio eólico."
"¿Roca? Yo no necesito ninguna roca, yo… ¡Roca! ¡Tierra!" Endry jadeó.
"¡Terrenales! ¡Tengo que advertirle a Nora!" Y con eso salió disparado por la ladera de
la montaña hacia el gigante capturado y sus guardias terrenales.
La llameante se volvió hacia el tejo. "Retoño, yo no estaba mintiendo cuando
dije que me gustaría hacerte arder. Pero la practicidad demanda que no lo haga. Te doy
mi palabra…"
El retoño ya estaba extendiendo sus raíces en la piedra, enviando filamentos
dentro de cada grieta y pequeña resquebrajadura corriendo a través de la roca volcánica.
"Por favor," dijo ella, "no necesitas asegurarme de nada, Cenizeida de Tanufel. Tú me

147
‘harás arder’ como has dicho. ¿No lo ves? Eso es parte del plan de Colfenor." El retoño
sonrió y agregó, "Pero todavía no."
"Yo no veo nada más que una manada de salvajes demonios eólicos a punto de
lanzarnos por un costado de esta montaña," dijo Cenizeida. "Deberías levantarme. Por
mis piernas. Voy a ponerme bastante caliente por lo que cuanto menos de ti esté en
contacto conmigo mejor."
"Entiendo," dijo el retoño.
"Trataré de esperar hasta que nos tengan rodeados para arder de verdad."
"Aprecio eso," le dijo el tejo, "pero ¿por qué te importa? No lo entiendo. Pareces
albergar rencor contra mí por algo que es verdaderamente maravilloso. Tú y yo nos
convertiremos en una vasija que se llevará a este mundo de eterno amanecer…"
"¿De qué estás hablando?" Preguntó la llameante. "Nosotros no vamos a
convertirnos en nada. Y si tú intentas realizar cualquier tipo de rito, ritual,
encantamiento o hechizo, por los condenados demonios eólicos que yo voy a romper mi
palabra. Ahora agárrate fuerte. Casi están aquí."

* * * * *

El retoño agarró a Cenizeida por los brazos y tiró a la llameante sobre las anchas
ramas de sus hombros. Desde ahí la peregrina se aferró de la rama que parecía más
robusta en lo alto de la cabeza del tejo. Cenizeida se sostuvo con fuerza mientras
furiosas ráfagas llenas de pedruscos, palos y otros escombros de la ladera los
acribillaron. Le tomó toda la llama que pudo reunir el evitar ser apagada y asfixiada,
sobre todo porque estaba tratando de mantenerse lo suficientemente fría como para no
encender al retoño. Funcionó por un tiempo pero luego el segundo demonio eólico
estuvo sobre ella, luego otro, y otro.
"¡Levántame!" gritó Cenizeida sobre el viento silbando. El tejo lo hizo sin decir
una palabra estirándose por encima de su cabeza para tomar a la llameante por las
piernas y levantarla en alto, como un kithkin elevando un sacrificio a sus antepasados.
Uno de los demonios eólicos se volvió lo suficientemente valiente como para
tratar de darle un bocado a la llameante peregrina, azotando hacia ella con destellos de
aire estático y letalmente acelerado. Esa era la forma en que cazaban, turnándose con su
presa, apagando trozos de calor, vida, y carne hasta que el cuerpo quedaba desnudo, sea
elfo, kithkin, hada, o arbóreo. Su comida preferida era fuego de llameante pero ya una
gran cantidad de agujas de tejo giraban locamente dentro de los ciclones. Cenizeida
creyó oír una risa con brisa desde arriba y algo parecido a un gruñido hambriento a su
izquierda.
"¡Prepárate!" gritó la llameante esperando que el retoño hubiera oído la
intención aunque no fuera las palabras exactas. No por algún deseo real de no hacer
daño al retoño de Colfenor sino para prevenir al tejo de hacer caer a Cenizeida cuando
las piernas de la llameante pasaran al rojo vivo. Vertió mucho más de sus restos
celosamente guardados de fuego elemental en los demonios eólicos y los ciclones se
alimentaron de él.
Los más cercanos a ella fueron los primeros en colapsar sobre sí mismos,
implosionando con una ardiente liberación de fuego sin comer. Por naturaleza los
demonios eólicos detrás de ellos trataron de consumir eso también sólo para encontrarse
a sí mismos abrumados de manera similar. Esto provocó una reacción en cadena de
agotamiento que obligó a Cenizeida a quemar casi todo lo que tenía. Cuando por fin el
último demonio eólico estalló con una ahumada explosión amarilla ella estaba

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peligrosamente cerca de ponerse a sí misma en un apagón en espiral que la habría
sofocado durante días.
"Creo que podrías ser útil después de todo, retoño," dijo la llameante jadeando
por el esfuerzo cuando el tejo la bajó con cautela y la dejó sobre el sendero de montaña.
El retoño no respondió. La mayor parte de su rostro estaba ennegrecido y
carbonizado aunque ya no en llamas. Las únicas agujas que le quedaban estaban en el
tronco sobre su espalda. Los otros eran poco más que palos ennegrecidos. Sus manos,
aunque agrietadas y quebradizas, parecían más o menos intactas pero estaban goteando
savia oscurecida cuando el torturado retoño luchó por sanar lo peor de sus quemaduras.
Esa misma savia ennegrecida alineó su boca cuando el retoño finalmente habló.
"Tengo un raro, posiblemente único, conocimiento, Cenizeida de Tanufel. Sé
exactamente el propósito para el que fui creada. Sé cómo nací, cómo voy a morir. La
utilidad es mi razón de ser." El tejo escupió brea. "Colfenor no me dio el don para
profetizar las partes en el medio de todo lo demás. Hechos y experiencias como ésta.
Me duelen. Me duele."
"No me sorprendería que lo haga," dijo Cenizeida.
"No me entiendes. Esto no es un ruego a favor de tu simpatía. Simplemente no
me habían herido verdaderamente hasta este momento. Tú me has concedido una
experiencia que fue inesperada. Simplemente quería darte las gracias."
"¿Gracias a mí?" dijo la llameante. "Casi te maté."
"Pero todavía no," dijo el retoño.

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Capítulo 16

Iliona y Veesa volaron en largos y lentos bucles alrededor de la mitad superior


de Rosheen Meanderer. Muy poco había cambiado: La giganta todavía estaba
murmurando, los cambiaformas continuaban su ondulante e inconcreta danza, y Rhys y
Maralen todavía esperaban para que algo de eso tuviera sentido, que era donde entraban
las hadas y su magia de sueño.
Maralen, Rhys, y los hermanos gigantes estaban sentados en una línea cerca del
hombro izquierdo de Rosheen. Para un observador casual aquello podría haber parecido
una improbable reunión de tres gigantes y dos elfos que habían elegido el mismo lugar
tranquilo para sentarse y descansar un poco, pero su desenfadada tranquilidad sólo había
sido posible después de horas de pesadas labores de las hermanas Vendilion. En lo alto,
el inmenso corcel cabra de Rosheen seguía ignorando el procedimiento con una frialdad
que sólo un terco herbívoro con cuernos en su cabeza podía reunir.
Como de costumbre Maralen había cargado a Iliona y Veesa con el trabajo
esclavo. No le importó lo difícil que sería para Iliona y Veesa prepararse para recolectar
material onírico sin Endry ni tampoco reconoció los desafíos que plantearían la
combinación de los sueños de los elfos con los de los gigantes de lenta inteligencia y los
cambiantes carentes de ella. Ella ni siquiera alabó a las hermanas después de que habían
hecho el trabajo duro y puesto en movimiento los complicados hechizos. Iliona echaba
humo. Una cosa era ser sirvienta de la malvada doncella elfa pero otra muy distinta era
ser tratada como, bueno, como una sirvienta.
"Está aclarando," dijo Veesa.
"Eso pasa cuando sale el sol," espetó Iliona.
"Sí, pero lo que yo quería decir era…"
"Y todavía sigue sin gustarme el aspecto de esa cabra." Dijo Iliona haciendo un
gesto hacia el cielo donde la gran cabra de las nubes de Rosheen mantenía su distante
vigilia.
"A mi no me gusta el aspecto de ninguna cabra," dijo Veesa lacónicamente.
"¿Pero, acaso yo te cargué con esa información? No, no lo hice."
"Perdona mi agudeza, querida hermana, pero hemos estado en esto durante
horas. ¿Cuando va a pasar algo?"
"Eso es lo que estaba diciendo, tú rufián." Veesa rompió su patrón de vuelo
enlazado e interceptó a su hermana. Señaló hacia Rosheen y dijo. "Mira. Es como el
amanecer."
Iliona miró. Los cambiantes sobre Rosheen estaban perdiendo todas aquellas
características que habían imitado de la giganta, encogiéndose, desinflándose, y
finalmente volviendo a sus naturales cuerpos azules y gomosos. Su mareada danza
desaceleró hasta que todos quedaron balanceándose en su lugar. Tanto Iliona como
Veesa sintieron como su magia se apoderaba de todo el valle mientras los últimos
aspectos de esta inigualable cosecha de material onírico caían en su lugar.
Rosheen y los cambiaformas desaparecieron lentamente bajo una nube
extendiéndose de bruma verde azulada. La niebla silbó como si estuviera hirviendo y
luego un crujido galvánico bailó a través de su superficie exterior. Rosheen y los

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cambiaformas fueron tragados por la niebla y dentro de esa niebla apareció un paisaje
totalmente diferente pero no menos familiar. Rhys y Maralen y los hermanos gigantes
todavía estaban sentados durmiendo en el borde del cuadro sólo que ahora estaban
sentados frente a una amplia franja de árboles y musgo en lugar de Rosheen y la hierba.
La extraña y abstracta imagen era claramente la de un bosque, muy
probablemente el de Hojas Doradas. Mientras las hermanas Vendilion observaban
cuidadosamente una vasta extensión del bosque se extendió rápidamente para cubrir
toda la superficie de la nube. Una vez que la visión se completó la forma de la nube
cambió de modo que tomó la forma sólida y las dimensiones de la imagen que contenía.
El borde oriental de la escena del bosque se volvió más brillante, de un verde
más vivo. Este tono se extendió lentamente por el paisaje en miniatura, lo que a Iliona le
hizo recordar la luz del sol moviéndose a través de una extensión oscura de los árboles.
Las hermanas descendieron y poco a poco hicieron un círculo alrededor del
espectáculo. Flotaron sobre el color más claro arrastrándose siguiéndolo todo el camino
a través de la imagen. Momentos más tarde una mancha de verde más oscuro se alzó en
el extremo más alejado. Esta también se extendió por el bosque fantasma hasta que
llegó a las hermanas Vendilion.
"¡Lo entiendo, lo entiendo!" dijo Veesa aplaudiendo alegremente. "Amanecer,
luz del día, oscuridad," dijo ella. "Eso tiene sentido, ¿verdad?"
"Ciertamente lo tiene. Pero todavía no oigo ninguna palabra real." Iliona miró
hacia abajo. "¿Crees que todavía hay palabras saliendo de esa ventosa caverna con la
que Rosheen ronca?"
"Eso no importa. La Señorita Maralen dijo que esperáramos hasta que las cosas
tuvieran sentido. Y yo digo que ahora están cobrando sentido. Si ella no lo entiende,
bueno, no es nuestra culpa que no sea tan inteligente como nosotras."
Iliona vaciló y luego sonrió con malicia a su hermana. "Sabes," dijo ella,
"cuando lo pones de esa manera cualquier otro punto de vista parece una locura."
Veesa sacó su pequeña daga. "¿Así que podemos empezar?"
"Vamos."
"Ya era hora. Una hora más viendo a estos fantasmas azules sin cerebro y me
habría comido mi propia cabeza."
"Estoy de acuerdo," dijo Iliona. "Mi propia cabeza, por supuesto." Ella sacó su
propia espada. "Tu empieza con el Señor Elfo Mandón. Yo me encargaré del bicho
raro."
La frente de Veesa se arrugó. "Ten cuidado," dijo ella. "Endry tuvo problemas
con ella la última vez y tú sabes cómo terminó eso."
"Yo podría hacer una lista durante una semana con todas las formas en que soy
superior a Endry." Iliona batió sus ojos. "Pero gracias por la advertencia."
Veesa rió y zigzagueó hasta ponerse al lado de Rhys. Flotó sobre la frente del
elfo entre sus cuernos en ruinas y luego se limpió de forma incidental las puntas de las
uñas con su daga. "Cuando quieras querida hermana."
Iliona flotó hacia abajo y aterrizó suavemente en el hombro de Maralen.
"Recuerda," dijo ella tanto para sí como para Veesa, "no te preocupes acerca de
compartir justo ahora. Concéntrate en encontrar. Podemos decidir qué hacer con ello
una vez que lo tengamos a mano."
"Entendido." Veesa bajó de la cabeza de Rhys y flotó al lado de su cuello. Se
inclinó y apretó suavemente el filo de la navaja de su daga contra su garganta. Iliona
hizo lo mismo con Maralen, aunque la mayor Vendilion fue dolorosamente precisa en el
posicionamiento de la cuchilla.

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Iliona hizo contacto visual con Veesa y las dos hadas asintieron. Una extraña
energía crepitó en el aire entre ellas y bailó en los bordes de sus hojas.
Las hermanas Vendilion, como si guiaran una cinta de humo hacia un frasco de
boca ancha, tomaron porciones iguales de material onírico de Rhys y Maralen. La visión
de vigilia de Iliona del panorama del bosque brilló y cuando se aclaró ella vio en su
lugar una vasta extensión de toda la campiña de Lorwyn, no sólo la parte muy boscosa.
Iliona no había visitado todo Lorwyn pero las hadas en su conjunto lo habían hecho por
lo que ella reconoció todo lo que vio por debajo. Había grandes extensiones de bosque
verde; anchas llanuras frondosas; y erguidas montañas afiladas. Había incluso una
versión más pequeña del río Vinoerrante corriendo longitudinalmente por el centro de la
escena.
La vista panorámica de Lorwyn estaba en un constante proceso de cambio, casi
lo mismo que el bosque-en-la-nube que habían visto. Como lo había hecho antes, la luz
se reunió en el borde oriental de la panorámica. El suave resplandor se extendió por
todo el terreno y luego fue reemplazado por una ola de oscuridad.
El ciclo de amanecer-día-anochecer se repitió tres veces antes de que la
imaginería desplazándose se hiciera mucho más compleja. Los árboles y plantas
experimentaron el proceso de todo un año de estaciones en el espacio de unos pocos
segundos. La vegetación floreció y brotó en medio de períodos alternados de luz solar y
lluvia primaveral. El calor ininterrumpido del verano hizo que el paisaje floreciera y se
volviera más frondoso hasta que los árboles quedaron envueltos en gruesas hojas sanas
y sus ramas colgando bajo con frutas y flores. Entonces la viva vegetación se contrajo y
marchitó cuando una brisa fría barrió a través de ella. Momentos más tarde cada árbol y
arbusto quedó desnudo y despojado, sus austeros esqueletos leñosos crujiendo y
temblando en el frío.
Esto servirá, pensó Iliona. La gran idea de Maralen en realidad estaba dando sus
frutos. El hechizo estaba en su lugar y el flujo de las hadas era magia fuerte y sensible.
Todo el mundo estaba durmiendo, soñando, compartiendo, y aunque las palabras de
Rosheen todavía eran indescifrables la giganta seguía hablando.
Vamos a ver lo que está diciendo, pensó Iliona apretando el borde de su daga
contra la garganta de Maralen. O mejor aún, vamos a ver lo que ésta está escuchando.

* * * * *

Maralen se concentró mientras su mente soñadora contempló todo Lorwyn por


debajo. Supervisar a la Pandilla Vendilion mientras equilibraba la necesariamente
calmada falta de rumbo de su estado de reposo fue un desafío pero no tuvo más remedio
que subir a ella. Maralen estaba decidida a aprender algo útil de Rosheen, si era posible,
sin revelarlo a los demás, sobre todo no a Iliona y Veesa.
Sintió a Rhys cerca aunque no podía verlo ni oírlo. ¿Acaso él vería y escucharía
exactamente lo mismo que ella? Maralen se concentró en no llegar a él. Fuera lo que
fuera lo que Rosheen revelaría Maralen prefería recibirlo y examinarlo por su cuenta y a
su debido tiempo. Muéstrenme, pensó, y su anhelo fue tan profundo e instintivo que
trascendió las palabras.
Varias características distintivas surgieron del paisaje extendiéndose. En el sur
un gran árbol rojo se alzó por encima de sus vecinos. En lugar de extender ampliamente
sus ramas superiores, como era natural, este árbol apretó sus ramas alrededor de su copa
hasta que esta se pareció a un puño de muchos dedos.
Un amplio y plano matorral espinoso se expandió hacia fuera en el centro de la
escena. Cañas tachonadas con clavos se estiraron hacia arriba y se cerraron una

152
alrededor de la otra hasta que tomaron la apariencia de la parte superior del cuerpo de
una mujer. Anchos pétalos planos rodearon su cabeza como una corona de flores.
Moscas brillantes parpadearon su luz alrededor de la real vestimenta de la reina
espinosa creando una lluvia resplandeciente de luz azul, verde y amarilla.
Una alargada forma equina apareció sobre las montañas en el borde norte del
mapa viviente. A medida que la blanca forma fantasmal se volvía más nítida Maralen
vio que sus cascos y crines estaban en llamas. La majestuosa figura equina flotó
adelante y atrás a través de la mitad superior de la escenografía, merodeando y poniendo
a prueba los límites de su área de alcance como una ansiosa bestia enjaulada.
Una hueste de figuras llameantes se encendió debajo del espíritu equino, su
fuego proyectando sombras irregulares desde los picos y riscos rocosos. Esta hueste
ardiente siguió cada movimiento del caballo con sus ojos de fuego.
Maralen reconoció al árbol rojo como Colfenor, el tejo sabio y mentor de Rhys.
También conocía al gran caballo como al espíritu elemental que buscaba Cenizeida y a
la gente de fuego como los miembros de la tribu de la llameante. La doncella elfa quedó
tranquilamente encantada de ver este tipo de cosas ya que al reconocerlas supo que
significaban que su plan estaba funcionando, que todos sus pensamientos se estaban
alineando con los de Rosheen.
La elfa de cabello oscuro estaba más interesada en la real figura que continuó
expandiéndose y llenando el centro del cuadro. Maralen también reconoció a esta
jugadora y, al igual que Colfenor era el autor de sus problemas actuales, la mujer de
setos planteaba y seguiría planteando la mayor amenaza para Maralen misma.
Maralen observó como la reina espinosa extendió hacia ella una sola enredadera
rizada. La vid se arrastró hacia delante y luego se plegó sobre sí misma. Continuó
serpenteando y curvándose hasta que hubo creado el cuerpo de otra mujer al lado de la
reina de espinas, aunque este nuevo lo hizo con las piernas completamente formadas.
La figura bípeda más pequeña se desprendió de la espesura principal. La reina de
seto hizo una reverencia con la cabeza hacia abajo hasta tocar a la de la nueva figura. La
mitad de las luciérnagas se separó del enjambre principal y se desvió hacia la criatura
que recién había brotado, con la mitad de la corona de la reina espinosa flotando con
ellas. Las coloridas hadas se instalaron alrededor de los hombros de la figura más
pequeña y pusieron la mitad de la corona en la parte frontal de su cabeza.
Algo al norte de esto llamó la atención de Maralen y ella vio formarse una vejiga
de enfermiza luz amarilla, haciéndose cada vez más grande mientras la figura coronada
más pequeña se apartó de su fuente. La burbuja se hinchó cada vez más y luego explotó,
cubriendo la vegetación de los alrededores con una aceitosa película amarilla. El humo
acre subió flotando mientras la película disolvió rápidamente todo lo que tocaba,
derritiendo el bosque de los alrededores en un arruinado páramo negro.
La subordinada figura real se quedó inmóvil por un momento, su rostro sin
rasgos se volvió hacia el círculo ennegrecido dejado por la erupción de la burbuja.
Comenzó a caminar y, después de varios pasos inseguros, la marcha de la princesa
recién coronada de espinas se hizo más fuerte, más confiada, y ella se dirigió hacia el
tejo rojo en el sur.
Maralen sabía que la figura tendría que ir muy lejos. Y más, sabía que la
princesa nunca llegaría a su destino a tiempo, pues mientras la princesa espinosa
atravesaba la mitad sur del paisaje el tejo rojo ya estaba saliendo en la dirección
opuesta.
Por un momento Maralen no pudo determinar cuál era su propósito pero
entonces el caballo fantasmal giró directamente hacia el gran árbol rojo. El tejo
enderezó sus ramas con un chasquido y se lanzó hacia arriba arrebatando con violencia

153
al equino desde el aire. El caballo resopló y pateó pero las ramas de tejo lo agarraron
con fuerza y lo arrastraron hacia abajo.
El tejo tiró del caballo y lo abrazó. De vuelta entre las montañas, la gente de
fuego se acurrucó junta y formaron una sola y gigantesca llama. Un sonido agudo se
elevó sobre la escena, en algún lugar entre un relincho y un grito, y la llama colectiva se
duplicó en tamaño e intensidad.
Maralen sintió un golpe y oyó una explosión. El fuego y la fuerza explosiva
desgarró las ramas del tejo y el imponente árbol rojo se derrumbó. El caballo, con su
libertad recuperada, se elevó, sus llamas ardiendo tan brillantemente que la mitad sur
del paisaje quedó bañada en un doloroso resplandor blanco amarillento. Maralen vio al
cuerpo de la reina espinosa agacharse cuando el tejo explotó y vio a la figura
estremecerse y cavar sus raíces profundamente en el suelo.
Extrañas luces en el cielo sobre la escena parpadearon y bailaron en una
recreación perfecta del evento anual de Lorwyn: la Aurora. Cada año las grandes tribus
observaban la Aurora de alguna manera, los kithkin con su festival de narración de
cuentos, los elfos con un solemne ritual seguido de un gran banquete, pero este
espectáculo de luz o causó o coincidió con algo mucho más grande y más profundo.
Mientras la Aurora bailaba el caballo corrió en círculos sobre la mitad norte de la
escena. En el centro, la reina espinosa recuperó el equilibrio y la compostura. Hacia el
sur, el gran tejo rojo se paró una vez más.
O, mejor dicho, una versión más pequeña y decididamente más femenina del
tejo. El nuevo tejo, más esbelta, más flexible, y nada arrugada, volvió a curvar sus
ramas en un puño, luego extendió esas ramas ampliamente mientras sus raíces también
se hundían en el suelo de Lorwyn.
Maralen se echó a reír y lágrimas de alivio salpicaron sus ojos. La respuesta…
La respuesta había estado en frente de ella todo el tiempo. La captura del gran tejo del
caballo elemental había sido una auto-destrucción pero también una auto-renovación. Y
más, había afectado a todo en Lorwyn, entregándole de alguna manera un choque brutal
a todo el mundo que el mundo podría soportar pero no negar.
La alegría de Maralen se enfrió. Ella consideró el impacto de esta revelación, de
los peligros que vendrían por actuar sobre ello. El ritual de Colfenor era la clave de su
futuro así como de su pasado común. Su curso de acción era claro. Sería costoso.
Pondría en peligro a todo lo que ella le importaba, todo lo de valor en lo que había
trabajado duro para alcanzar, pero si ella no hacía eso no tendría nada de todos modos.
Se podría hacer. Todo lo que necesitaba era un poco de tiempo, un poco de
suerte, y la ayuda de la pandilla Vendilion.
"Bueno, bueno ahora." La voz burlona de Iliona fue clara y penosamente
cercana. "Eso lo cambia todo, ¿no es así?"
"Si nosotros hacemos esto para ti," dijo Veesa, "¿qué obtenemos de ello?"
El pánico se levantó en Maralen pero ella lo sofocó con un pensamiento. "Si yo
consigo lo que quiero," dijo ella, "ustedes conseguirán lo que quieren." Como ella había
esperado esta audaz declaración silenció a las hermanas Vendilion por un momento.
"Tenemos que hablar," dijo Maralen. "Acerca de nuestro futuro. Y nuestro
beneficio mutuo."
Se produjo una pausa. Entonces Iliona y Veesa dijeron, "Estamos escuchando."
"Pero yo no voy a hablar. Todavía no." Maralen sonrió. "No aquí, no ahora."
"¿En dónde pues? ¿Cuándo?"
La mujer de pelo oscuro buscó con tranquilidad alguna señal de Rhys y no la
halló.
"Pronto," dijo ella. "Muy pronto."

154
* * * * *

Aunque Rhys se había dedicado a la magia práctica y pragmática de la tribu


Hojas Doradas también estaba versado en los caminos de la visión y la premeditación.
Aunque había estado igual de atento y desdeñoso de su mentor durante su ocupación
como aprendiz de Colfenor el haber estado en comunión con el árbol anciano lo había
preparado para recibir justo ese tipo de revelación así como la extrañeza del asistente
que vino de compartir puntos de vista de los otros.
Así que él se apresuró a tomar y digerir las vistas y sonidos del augurio de
Rosheen, filtradas como lo fueron a través del hechizo de sueño de la pandilla
Vendilion. La escena que tenía delante era Lorwyn, una representación de todo el
mundo. El siguió al Vinoerrante desde su nacimiento en las montañas, donde decenas de
pequeños llameantes parpadeaban como velas, todo el camino hasta su desembocadura
en la costa sureste. Vio al blanco caballo fantasmal con cascos de llamas rodear a las
montañas. Vio el crecimiento del tejo rojo hasta que superó a todos los otros árboles en
tamaño e importancia.
Rhys fijó sus ojos en la representación de Colfenor. El sabio arbóreo se mantuvo
en el centro de su misterio compartido con tanta seguridad como que dominó la mitad
sur del paisaje fantasmal y Rhys supo que las respuestas que buscaba yacían con el gran
tejo rojo.
Apretó los dientes cuando la miniatura de Colfenor tomó al caballo de fuego
elemental. Recreado en miniatura este acto inexplicablemente cruel y bárbaro fue tan
doloroso y tan desconcertante como lo había sido en el mundo real.
Su mentor cayó pero una versión más pequeña de Colfenor se puso de pie en
lugar del original. El sabio tejo había utilizado a Cenizeida para atrapar al caballo pero
también había utilizado a Rhys para provocar el surgimiento del retoño. Aunque este
evento también fue incorporado en la visión de Lorwyn viéndolo de nuevo no añadió
nada a la comprensión de Rhys del mismo.
Rhys, distraído, dejó que su atención derivara hasta que se asentara de forma
natural en el Bosque Hojas Doradas. El territorio de la Nación Bendecida cubrió más de
la mitad del mapa viviente, una fortaleza ininterrumpida de troncos verdes y marrones.
Una ola de amargura rodó a través del estómago de Rhys haciéndole darse cuenta de
que incluso esta recreación de la Nación no tenía puerta, ni ventanas, ni ningún punto de
acceso desde el exterior.
Un destello de movimiento atrajo su atención hacia el retoño. Este, sin rasgos, se
irguió alta y recta con los brazos frondosos extendiéndose hacia arriba. El mayor de
estos crujió y se movió reorientándose hacia el norte. Rhys se quedó mirando a la
extremidad de madera mientras se desarrolló, inexplicablemente paralizado por su
movimiento glacial.
Un silbido llegó a sus oídos desde la parte superior del mapa, el sonido de una
tetera hirviendo en un fogón. Rhys miró hasta estar seguro de que la extremidad del
retoño no se movería más y luego arrastró su mirada hacia el norte para investigar el
sonido.
Allí, debajo de las luces de la Aurora anual, se había reunido una brillante
oscuridad negra como la tinta. La espesa y aceitosa nube se revolvió y burbujeó a través
del perímetro exterior de la mitad norte de Lorwyn. Se elevó a lo largo de los bordes
exteriores del cuadro, una ola creciente que amenazó con hundir al mundo entero.

155
La ola extrema rompió pero, en lugar de inundar el mundo, su sustancia se
dispersó y se alejó. Lorwyn no desapareció bajo un diluvio de negro sedoso. Y así Rhys
fue capaz de ver claramente su efecto en su hogar.
El cambio se arrastró al sur a través del paisaje como un viento terrible, lento
pero inexorable, totalmente irresistible. Prados moteados de luz solar y exuberantes
bosques de roble dieron paso a turbias ciénagas y adustos sauces embrujados. Flores
silvestres se curvaron y afilaron en zarzas con puntas de un rojo brillante. El flujo puro
y limpio del Vinoerrante desaceleró a un húmedo y barroso arrastre en el sur, mientras
que en el norte estaba enfurecido y espumoso a través de una nueva serie de rápidos de
blancas aguas. Todas las velas llameantes reunidas más arriba en las montañas se
apagaron y en lugar de su fuego vivo surgieron innumerables arroyos de cenizas y
humo.
Rhys siguió la onda a lo largo y ancho de Lorwyn. Cuando terminó el terreno era
aún reconocible pero ineludiblemente diferente.
El ex daen se tambaleó cuando la perturbadora visión dio paso a un recuerdo: el
elemental del bosque que lo enfrentó a raíz de la catástrofe que le costó sus cuernos.
Como lo había hecho entonces el gran alce alado miró fríamente a Rhys por un terrible
instante. Luego fue eclipsado por la figura familiar de Colfenor como Rhys lo
recordaba, vivo, inescrutable, severo, pero con un brillo secreto en su ojo.
La mente de Rhys se despejó por el shock de la súbita revelación. La Lorwyn
cambiada volvió a la vista pero los pensamientos de Rhys no fueron del presente o del
futuro potencial sino del pasado. Tanto su mentor tejo como el espíritu alce le habían
advertido de un cambio que se avecinaba, un cambio fundamental en la naturaleza de
las cosas que sacudiría Lorwyn hasta sus cimientos. Ahora Rosheen, a través de la
magia de la pandilla Vendilion, había confirmado esta advertencia. ¿Acaso el cambio
era inevitable como creían los antiguos? ¿Sería tan oscuro y terrible como él había visto
aquí?
Sus ojos buscaron al retoño pero encontrarla en el mapa sólo creó nuevas
preguntas. Ella seguía en pie como antes, exactamente igual que antes, la única cosa con
vida que no había sido afectada por la penumbra extendiéndose. Rhys se dio cuenta
sombríamente de que esto tenía perfecto sentido. La auto-inmolación de Colfenor, su
cruel uso de Cenizeida, y su blasfemo abuso de su elemental habían logrado su
pretendido efecto, el conocimiento del tejo había resistido y estaba seguramente
encapsulado dentro del retoño.
Rhys se volvió una vez más hacia el Bosque Hojas Doradas. La fortaleza verde
había quedado muy disminuida, reducida a menos de la mitad de su tamaño original, su
perímetro anteriormente sólido e ininterrumpido ahora plagado de espacios y amplias
brechas.
Los territorios de los alrededores también se apretaban contra la Nación
Bendecida por todos los lados. Los boggarts y kithkin y gigantes siempre habían sido
vecinos manejables, muy por debajo de la dominante y civilizadora influencia de los
elfos. Pero en esta nueva Lorwyn estas tribus menores eran agresores, invasores.
Usurpaban el territorio elfo, disminuyendo activamente las fronteras ya reducidas de los
Hojas Doradas.
"No," susurró Rhys. La simple anticipación de este cambio grave había sacado
lo peor de Colfenor, de alguna manera conduciéndolo a sacrificar su propia vida, así
como la vida de Cenizeida como peregrina y la de Rhys como elfo. Ahora el terrible
cambio mismo amenazaba con echar al resto de Lorwyn en una similar oscuridad y
desesperación.
"Maralen," dijo él, "Ya he visto lo suficiente."

156
La doncella elfa respondió secamente aunque sonó un poco aturdida. "¿Qué ha
pasado, Rhys? ¿Lo has visto? Todo se volvió diferente."
"Lo vi," dijo Rhys. "Y no fue todo. El retoño se mantuvo sin cambios."
"No, tienes razón. La reina espinosa..."
Rhys no entendió la observación adicional de Maralen, ni le importó investigar
ahora. "Acaba con esto," dijo. "Dile a tus hadas que lo detengan."
"Pero yo…"
"Tenemos nuestras respuestas," dijo Rhys, "tal como son, tal como las
entendemos. Conseguimos lo que vinimos a buscar. Ahora tenemos que decidir qué
hacer con ello."

Capítulo 17
157
N
" o te muevas," le recordó Sygg a Brigid que no había dicho una palabra
durante diez minutos. Ella simplemente asintió con la cabeza y él le devolvió el gesto
antes de volver a mirar a escondidas por encima de los restos de madera que habían
utilizado para ocultarse. No fue fácil para ella mantener la boca cerrada durante tanto
tiempo.
A pesar de las esperanzas que había tenido Sygg en conseguir apoyo entre la
población del reducto sus súplicas habían caído en oídos sordos. No pasó mucho tiempo
sin que aliados potenciales dieran la alarma, con Media Luna de Alborada o sin Media
Luna de Alborada. La esposa de Sygg, y prima al parecer, se había negado a escuchar y
Sygg temió que sería su muerte. Tal vez la muerte de todos los merrows. Sygg no
buscaba el poder a pesar de que habría estado en su derecho tomarlo. Había dicho que
prefería de lejos la vida de un barquero. Se presentaba un problema, se trabajaba en el
problema, se resolvía el problema. Una vida así casi nunca dejaba a un merrow
flotando, hambriento y congelado, esperando que un par de malignos pasaran a su lado
en la oscuridad.
Los malignos casi los habían agarrado a los dos por sorpresa. Sygg había estado
estudiando las corrientes, tratando de encontrar una que él pudiera aumentar con la
magia moldeadora de marea para acelerar su viaje a través de esos profundos pasajes
debajo del reducto sin sospechar que los pasajes albergaban a los merrow locos y
salvajes. Había sido bastante fácil escabullirse de los guardias reejerey, incluso para una
torpe nadadora como Brigid. Al parecer habían estado demasiado acostumbrados a
enfrentar agresores desde que se había desatado la malignidad que ahora los Aletas de
Papel habían perdido el talento para la persecución. O eso, pensó la kithkin, o es que ya
sabían que estos túneles estaban llenos de malignos y en su lugar habían elegido
encerrarlos.
La arquera se había aprovechado de un bolsillo de aire submarino, según Sygg lo
que quedaba de un antiguo calabozo construido para albergar prisioneros cruzatierras,
dejando que su máscara de branquias se deslizara de su cara para tomar frías
respiraciones limpias de aire real aunque viciado por primera vez en lo que parecieron
días. Por los dioses, pensó Brigid, ¿han sido días? ¿O semanas? ¿Meses? Ella ya no lo
sabía más.
Fue entonces que Brigid bajó la guardia. Tendría que haber visto las formas
plateadas submarinas pero la máscara de branquias que Sygg había encantado
doblemente para concederle visión en la oscuridad así como aire bajo el agua ya no
estaba sobre sus ojos. La arquera debería haber escuchado las suaves salpicaduras que
ellos dejaron en la superficie a su paso pero había aprovechado la oportunidad de
respirar de verdad para tararear unas cuantas rondas que le levantaran el ánimo. Hizo
falta un pinchazo agudo de un zarcillo de cambiagua casi invisible, la alarma privada de
Sygg, para alertarla del peligro. Así que ella se había deslizado en el agua lo más
silenciosamente posible, volviéndose a poner su máscara de branquias mientras lo hacía.
Brigid vislumbró a Sygg inmediatamente, haciéndole gestos hacia su escondite, y
entonces vio a los cazadores malignos. Se unió a Sygg con unas cuantas patadas de sus
piernas cortas.
A Brigid los malignos le recordaron a los grabados en madera que había visto en
los libros de extraños reptiles de río que vivían en los distantes climas del sur, criaturas
puramente depredadoras con caras largas, pieles escamosas y filosos dientes, y estos dos

158
tenían dientes que habrían hecho sentir celos a los de Flyrne. Sus ojos eran negros y
fríos con la inteligencia animal. Las costillas de sus aletas se habían vuelto largas y
afiladas como agujas de tejer kithkin. Sus escamas habían tomado una gruesa apariencia
reptiliana y los dedos palmeados de sus manos tenían largas uñas curvadas en las
puntas. Cada uno de ellos sostenía una lanza afilada y dentada hecha con la quijada de
un pez cuya cabeza había sido de la mitad de la altura de Brigid. El arma del otro a la
izquierda todavía llevaba trozos pálidos de carne desgarrada pegada a su borde aserrado.
Una arquera kithkin, bajo el agua y sin un arco. Brigid no podía entender cómo
podía ser más inútil. Y ella sabía que estos dos malignos iban a atacarlos, y Sygg
volvería a tener que salvar su vida. Un héroe.
El capitán la sacudió de su breve ataque de autocompasión con un codazo. El
sostuvo el cuchillo de desollar por la hoja, ofreciéndole la empuñadura, y asintió con la
cabeza para que lo tomara. Brigid sacudió la cabeza pero la mirada en el rostro de Sygg
le dijo que no aceptaría un no por respuesta. Le indicó con señales de mano que lo
necesitaría en un momento y ella finalmente accedió. El cuchillo se sintió extrañamente
balanceado. El mango era demasiado largo para ella pero supo de antemano que la hoja
era afilada y más resistente de lo que parecía. Brigid sonrió con seriedad y asintió. Sygg
guiñó un ojo y le indicó que vigilara a los malignos. Luego metió la mano en el detritus
en el suelo del túnel y arrancó un pedazo de acero oxidado que parecía ser igual a las
lanzas improvisadas de los malignos.
¿Y ahora qué? Dijo Brigid con sus manos.
Ahora, respondió Sygg de la misma forma, los emboscamos.
Instantes más tarde el primero de los merrows alterados emergió de alrededor de
la curva por delante. Sin una palabra de advertencia Sygg arrojó su lanza oxidada
acertando al maligno en el cuello. Por desgracia el arpón improvisado no era la pica de
honor de un guardia y en vez de traspasar la garganta de la criatura apenas entró en su
piel acorazada, hizo un par de centímetros, y se detuvo. El maligno rugió, un sonido
inmediatamente recogido por su pareja. A lo lejos, río arriba y para consternación de
Brigid, ella oyó gritos de respuesta distantes. Las alarmas ni siquiera fueron palabras
pero no había duda de lo que había significado el sonido, Brigid nunca había oído nada
igual por encima o por debajo del agua. Aún así estaba claro que no tardarían en tener
compañía.
"No te limites a flotar allí," gritó Sygg. "¡Atrápalos!"
Le dio un empujón a Brigid y ella se las arregló para subir el cuchillo largo antes
de llegar al primer maligno. Este todavía estaba luchando con la lanza de Sygg y no vio
a Brigid echar su brazo hacia atrás hasta que fue demasiado tarde. La kithkin hundió su
cuchilla en el cuello del merrow monstruoso, justo debajo de las branquias, y utilizó el
mango de gran tamaño como palanca para girar la cuchilla hacia arriba, lo que debió
haber cortado la médula espinal del maligno. Los ojos negros y fríos se volvieron de
color blanco lechoso, su poderosa cola se puso fláccida medio segundo más tarde, y
cuando la kithkin sacó la mano la criatura sangrando se hundió en las aguas profundas
sin hacer ningún ruido.
Brigid, mantén la cabeza, se dijo a si misma. Esa es sólo una de ellas. Giró en el
lugar, buscó en la turbia agua nublada con sangre por el compañero del maligno muerto
y sólo vio estrechos haces de luz de la mañana haciendo todo lo posible por cortar el
agua y encontrando una fuerte resistencia. Se volvió hacia Sygg a tiempo para ver al
maligno restante hacer un arco sobre los restos y arrojar su lanza directamente hacia la
cabeza del barquero. Afortunadamente Sygg había estado manteniendo los ojos abiertos
y no fue tomado por sorpresa. Se inclinó a un lado para esquivar la lanza y, para
sorpresa de Brigid, arrebató su borde dentado con ambas manos. Sus palmas filtraron

159
nubes de sangre y el dolor en sus ojos fue palpable pero Sygg le había dado la apertura
que él necesitaba si es que podía mantener su agarre.
El maligno podría haber sobrevivido si simplemente hubiera soltado la lanza
pero se negó, como un perro con un hueso, a liberar el arma. Brigid supo en ese
momento dónde apuntar y en esta ocasión fue capaz de cercenar la columna vertebral
del merrow con menos esfuerzo, todo estaba en la puntería.
Se volvió hacia Sygg y se permitió un pequeño grito de victoria. El capitán, en
lugar de unirse a ella en su compartida aunque pequeña victoria, abrió los ojos como
platos acerca de algo sobre el hombro de la kithkin.
"Oh, no," dijo Brigid levantando el cuchillo y girando en la misma dirección.
Era otro maligno, uno que ambos reconocieron.
"Hola Flyrne," dijo Sygg. "Tengo que decir que esto es una sorpresa. ¿Cómo te
sientes?"

* * * * *

Cenizeida se agarró con fuerza a la trenzada cuerda que el retoño había torcido
de sus propias raíces, raíces que habían sido tratadas con la misma magia de tejo que
había inmovilizado al gigante de piedra. Esto fue suficiente para evitar que ella quemara
las vides ya que estas eran la única forma para que Endry la transportara subiendo por la
pared exterior del Monasterio Brasa Caída. El hada gritó y chilló mientras se balanceó y
zigzagueó para evitar los misiles de fuego que habían comenzado a llover sobre ellos
una vez que habían sido avistados. Eso hizo enojar a Cenizeida incluso más que haber
sido arrojada por el costado de la montaña, ellos estaban apuntando a Endry ya que no
había manera de que los monjes pensaran que esta pequeña lluvia de fuego sería de
algún impedimento para ella.
"Lo estás haciendo bien Endry," dijo alentadoramente. "Sólo llévame a la parte
superior del muro y podrás volver al retoño."
"¡De ninguna manera!" dijo Endry esquivando una pequeña bola de fuego que
golpeó a Cenizeida en el hombro. Esta absorbió fácilmente la llama y la hizo propia.
"¡Esto es lo más divertido que he tenido en horas! ¡Días, tal vez!"
"¿En serio?"
"Estoy teniendo un montón de…" Cenizeida sintió su carroza improvisada
hundiéndose repentinamente cuando el hada esquivó otro misil. "Estoy teniendo un
montón de diversión," terminó él.
"Eso no es lo que quise decir," dijo la peregrina. "Pero me alegro de que lo estés
disfrutando. Sólo ten cuidado. Sin ti el resto de esto tampoco va funcionar."
"Como si no lo supiera," afirmó Endry. "Pero no me importa que ustedes dos se
interpongan en mi aventura. Solo deseo que los terrenales hubieran podido haber
enviado un poco de ayuda."
"El retoño necesita de su ayuda más que nosotros," dijo Cenizeida. "Además,
esos pequeños juguetes suyos… no creo que sean verdaderos sustitutos de las alas
reales, ¿verdad? La pura elevación no es lo mismo que un vuelo verdaderamente
elegante."
Endry sonrió ampliamente. "No, no lo es. ¡Mis ratas de tierra habrían sido
acribilladas en un centenar de lugares para el momento en que llegaran a la cima!" Y
como para impresionarla a ella él cayó de repente para esquivar otro misil en llamas.
"Muy bien. Ya casi llegamos. Sólo déjame lo suficientemente cerca del borde."
"En seguida," dijo el hada y unos segundos más tarde Cenizeida fue capaz de
estirarse y enganchar los dedos en un asidero a sólo unos treinta o cuarenta centímetros

160
por debajo de la parte superior del muro. "Esperaré hasta que estés lista. Será más
dramático."
"Sólo que no te golpeen," dijo Cenizeida, "y buena suerte." Y con eso se arrojó
por encima del muro.
Sus pies aterrizaron sobre el camino de los guardias en la parte superior del
muro que en ese momento estaba ocupado por sólo dos personas, un par de monjes
conocidos. "Hola," dijo la peregrina. "Han pasado que, ¿días? ¿Arrojaron últimamente a
alguien de una montaña?"
El monje azul se volvió con calma y caminó hacia Cenizeida, que levantó una
mano ardiente para detenerlo. "Espera," dijo ella. "Sólo dime, ¿realmente van a tratar de
impedirme pasar por aquí? Ustedes insistieron que tomara esta ruta y yo no estoy
buscando una pelea con ustedes. Aunque les daré una de la que es probable que no
puedan alejarse. ¿Es eso lo que tú elijes, hermano azul?"
"Lo que yo elija no es de importancia," respondió el monje azul. "O lo que
cualquiera de la Comunidad de la Brasa elija. La única opción que importa aquí es la
tuya: ¿Vas a entrar en el monasterio? De ser así enfrentarás a lo que depara el
monasterio. Caso contrario el Ritual de la Llama Blanca quedará incompleto. Llevarás
el poder pero no el derecho. Serás una abominación."
"¿En serio?" dijo Cenizeida levantando la vista para asegurarse de que Endry
estuviera en posición. "¿Una abominación? Os digo, Hermano Azul, que sabes muy
bien cómo pagar un cumplido. No me extraña que vivas en la ladera de una montaña."
"Entra o deja de hacernos perder el tiempo."
"Ahora si que hablas como un llameante verdadero," dijo Cenizeida. "Te estás
enojando un poco, ¿verdad? Yo también estoy enojada. Hace un tiempo que estoy
enojada. Así que ayúdame, no te irá muy bien si no me dejas pasar."
"Yo no lo creo," dijo el monje azul y levantó una mano para disparar una
bengala de oro al cielo. Segundos más tarde por lo menos doscientos monjes en
doscientos hábitos de monje individuales diferentes salieron de la puerta de adentro y
llenaron el patio por abajo. "Sí, puede que sólo hayas tenido que luchar contra mi
aprendiz y yo," dijo el monje azul, "pero creo que no has aprendido lo suficiente en tu
paseo por la montaña. Así que tendremos que… ¿cómo lo dicen los kithkin?... ‘bajarte
un escalón.’"
"Es curioso," dijo Cenizeida, "Yo estaba pensando lo mismo de ti." Volvió el
rostro hacia el cielo y gritó: "¡Endry, ahora!"
Los monjes levantaron la mirada para encontrar al hada pero no pudieron
apuntar a él a tiempo. Endry esquivó cada ráfaga de llamas y todos los misiles de fuego
que los monjes pudieron lanzarle y estuvo fuera de su alcance en cuestión de segundos.
"No sé lo que piensas que has logrado, Cenizeida de Tanufel," dijo el monje
azul.
"Lo harás," dijo Cenizeida. A lo lejos ella oyó un redoble familiar y este se hizo
cada segundo más fuerte. Momentos más tarde la cabeza del gigante de piedra apareció
sobre la cresta de la montaña. Endry debió haber quedado con alas abatidas para
alcanzar al retoño tan rápidamente pero Cenizeida no podía quejarse.
"¿Maestro?" preguntó el monje más joven, su corona parpadeando
nerviosamente.
"Recuerden que traté de hacer esto de forma pacífica." Dijo Cenizeida.
La peregrina se lanzó como un rayo, dejando atrás a los asombrados porteros y
metiéndose en la multitud de llameantes por debajo.
Los cuerpos de los novatos y aprendices, ninguno de ellos brilló con el color
azul de un maestro Brasa Caída, amortiguaron su caída y ella rodó a sus pies sin perder

161
gran parte de su equilibrio o sus sentidos. Los monjes aturdidos a su alrededor
parecieron no poder decidir qué hacer. Tenían que luchar contra esta, se les había dicho,
pero su maestro aún no había ordenado el ataque.
Cenizeida no tenía la intención de darles la oportunidad de decidir y en su lugar
corrió directamente a través de ellos para llegar a la puerta interior. Una vez que estuvo
a un tiro de piedra de su destino se volvió hacia los compañeros reunidos y señaló a
través de las puertas.
"Quizás quieran salir del camino. O eso, o pueden pedirle a su jefe que apacigüe
a esa cosa. Esta parece más bien empecinada en seguirme y yo no creo que tenga la
intención de molestarse con puertas, o reglas, o ver donde pisa. Gracias Hermano azul
por eso."

* * * * *

"¿Cómo te sientes?" gruñó Brigid. "¿Eso fue lo mejor que podías hacer?"
"¿Qué esperas que diga?" objetó Sygg gritando para hacerse oír por encima del
estruendo de la corriente río abajo pasando velozmente por sus oídos. "Pensé que él
podría... Pensé que podría haberlo logrado."
"Bueno, no lo hizo," dijo Brigid. Luego, tras considerar que ese no era el
momento para su sensibilidad kithkin, añadió, "quizás ya no vale pero lo siento,
Capitán."
"Yo también," dijo Sygg. "A decir verdad él no estaría tratando de matarnos en
estos momentos."
"Eso es verdad," afirmó Brigid.
A Flyrne no le había tomado mucho tiempo expulsarlos de los pasajes y de
nuevo en el mismo Vinoerrante, corriendo río arriba tan rápido como la magia
moldeadora de mareas de Sygg podía llevarlos. Ni el barquero ni Brigid tuvieron que
nadar, no cuando la cambiagua los llevó tan rápidamente que ellos dejaron una estela
tan respetable como la cola de un gallo detrás de ellos. Con la esperanza de que Flyrne,
un habitante del fondo marino, se resistiera a acercarse demasiado a la superficie del río
ellos estaban navegando apenas por debajo de este. Hasta ahora el ex miembro de la
tripulación de Sygg no parecía inmutarse en lo más mínimo. Los siguió detrás sin perder
distancia pero aún sin cerrarse sobre ellos tampoco.
"¿Cómo es que aún se mantiene a nuestro ritmo?" preguntó Brigid. "Estás
utilizando todo lo que tienes, ni siquiera un merrow puede nadar así de rápido...
¿verdad?"
"Él si puede," dijo Sygg. "Él también es un moldeador de la marea."
"Pero él está todo, ya sabes, deformado. Monstruoso."
"¿Y por qué eso habría de evitar que él usara su magia?"
"Yo sólo asumí… Bueno," dijo Brigid, "debería dejar de asumir." Otro disparo
plateado pasó por delante de ellos viajando en la dirección opuesta y ella comentó: "Por
lo menos parece ser el único hasta el momento. Si el resto de ellos llega a poder
seguirnos el ritmo entonces sí empezaré a preocuparme."
"Toma bastante concentración mantener esta velocidad," dijo Sygg.
"Ah, bien," dijo Brigid. "Lo siento. Sólo una pregunta más."
"¿Sí?"
"¿Cuál de ustedes dos se va a quedar antes sin fuerza?"
"Eso no es algo que yo quiera averiguar," contestó Sygg, "pero ten ese cuchillo a
mano por si acaso."

162
Y fue afortunado que lo hiciera. A pesar de su bravuconería Sygg no había
descansado en absoluto y Brigid sabía que incluso lo merrows necesitaban descansar
aún si no "dormían" en el sentido habitual de la palabra. Brigid misma sólo había
conseguido un par de siestas pero ella no estaba tratando de mover a la vez a una kithkin
y a ciento ochenta kilos de hombre-pez contra las corrientes del río más grande de
Lorwyn. Al principio Brigid ni siquiera se dio cuenta de la desaceleración, lo primero
que notó fue que Flyrne, el aterrador y felizmente hambriento Flyrne, les estaba
ganando terreno a ellos.
"Capitán," dijo ella, "Sygg, ¿estás bien?"
"No sé," dijo. "Las manos me hormiguean. Creo... creo que podría haber sido
veneno en esa... la lanza. Un veneno lento."
"Perfecto," murmuró Brigid mientras su velocidad comenzó a disminuir
drásticamente. Flyrne estaría sobre ellos en instantes y Sygg parecía como si fuera a
hundirse hasta el fondo si ella no mantenía un agarre sobre su hombro. La kithkin giró
torpemente alrededor para enfrentar su perdición en las manos y los dientes del maligno
Flyrne.
"Vamos, Feo," gruñó Brigid levantando el cuchillo en lo que esperaba fuera una
manera amenazante. Dudó de que esa esperanza hiciera mucho bien.
Flyrne llegó como una flecha submarina y la kithkin intentó girar la cuchilla
hacia su garganta. Antes de que tuviera tiempo el maligno le arrebató la hoja de su
mano, luego sonrió.
"No necesitarás eso," dijo Flyrne. "Sygg. ¡Sygg! ¡Tengo una cura para la
malignidad!" Flyrne frunció el ceño hacia Brigid en lo que ella reconoció como un
signo de preocupación merrow. "¿Qué pasa con él? ¿La malignidad lo está
alcanzando?"
"No," dijo Brigid, "los malignos lo hicieron. Lanza envenenada. Dijiste que
podías curar la malignidad pero ¿puedes ayudarlo?"
"¿Con veneno?" dijo Flyrne. "Lo dudo. Pero he aprendido a colar las partículas
malignas del flujo sanguíneo. En realidad es sencillo para un moldeador de la marea
capaz. Tienes que…"
"¡Flyrne!" gritó Brigid, "Me alegro de que estés curado. No podrás creer lo
alegre que estoy de que estés curado. Pero yo no soy un moldeador de la marea por lo
que pierdes tus palabras y el tiempo que a Sygg le queda. Si no hacemos algo por él
morirá." La kithkin se giró hacia su amigo inconsciente, que fue volviéndose más pálido
mientras sus ojos se nublaban. "Sólo míralo."
"No sé que pueda hacer," respondió el descomunal merrow.
"Yo sí," dijo Brigid. "Si esperas aquí con él... creo que estamos en el recodo
correcto de los bosques...." Ella hizo un gran esfuerzo por ver más allá de la superficie
del río y se sorprendió al ver que ella conocía este tramo.
"¿El recodo correcto de los bosques? ¿Para qué?" Preguntó Flyrne. "Entenderás
que yo no paso mucho tiempo en los 'bosques'."
"El recodo correcto de los bosques para algunos antiguos remedios kithkin," dijo
Brigid. "Si puedo encontrarlos y encontrarlos rápidamente."

* * * * *

Brigid dejó a Flyrne y Sygg cerca de la orilla del río. Cuando la kithkin
encontrara sus remedios, asumiendo que lo hiciera, Sygg tendría que ser remolcado
hasta la playa para administrarlos. Brigid no tenía idea de cómo funcionarían estos en el
agua o si incluso pudieran servir. Había estado en su caza sin encontrar nada más hostil

163
que un nido de avispas cuando vio a los niños: una banda de cuatro jóvenes kithkin
jugando en el bosque.
Los niños kithkin nunca jugaban en el bosque a menos que el bosque estuviera
muy cerca de un pueblo kithkin donde sus padres podían vigilarlos. Eso significaba que
un asentamiento kithkin no estaba lejos. Pero ¿cuál? Ese río estaba lleno de muchos
pueblos kithkin y Brigid había perdido la cuenta de las distancias que había viajado
durante días por debajo el agua. Si tan sólo hubiera algún marcador familiar, algo que le
diera una pista sobre dónde…
"¡Ey, miren!" gritó uno de los kithkin, una niña en un vestido de color rosa a
cuadros. "¡Es Brigid Baeli!"
"Mi mamá dice que ella ya no es una heroína."
"Tenemos que ir a decírselo a ellos."
"¿Pero qué si se escapa?"
"Entonces los adultos la atraparán," respondió la niña del vestido a cuadros
rosas. "Ella es un criminal buscado. Miren incluso lleva una máscara."
"Ah," dijo Brigid. "Así que esto sería Kinsbaile."
Los niños gritaron cuando ella habló y Brigid se dio cuenta que se debía ver
como un monstruo, con sus ropas empapadas por el río, desgarrada por las rocas, las
armas, y cosas peores. Probablemente aún más aterradora para los niños con la máscara
de branquias que se había olvidado de quitar en su prisa por ayudar a Sygg. Sin
embargo los niños desparecieron antes de que pudiera detenerlos.
Tenía uno o dos minutos antes de que alertaran a los arqueros, tal vez más si no
creían de inmediato a los niños. Pero el haber escuchado a los kithkin Brigid imaginó
que lo harían. La noticia de sus "hazañas criminales" parecía haber conseguido
extenderse alrededor. Nunca nadie se había liberado de la trama mental. ¿Quién querría?
Afortunadamente, la arquera ahora sabía exactamente dónde estaba y aunque
ella no era un cazador elfo sabía lo suficiente acerca de hierbas y remedios para
encontrar lo que estaba buscando en menos de un minuto.
Y eso también fue bueno. Tan pronto como ella reunió lo que necesitaba que la
banda de arqueros que había estado esperando salió del bosque. Lo que no había
esperado ver era al hombre al frente del pequeño grupo: su antiguo superior Paertagh
Marphi.
"Hola Taer," dijo con una breve inclinación de la cabeza. "No quiero causar
ningún problema. Mi amigo está enfermo. Sólo tengo que llevarle unas medicinas y este
era el lugar más cercano."
Marphi asintió. "No me importa. Ya no eres bienvenida en este pueblo, Brigid
Baeli. La única razón por la que ya no estás llena de flechas es mi orden permanente de
que seas capturada viva con el fin de dejar expuestos a tus compañeros de
conspiración."
"¿Conspiradores?" dijo Brigid. "Yo no tengo compañeros de conspiración. Tú te
encuentras viendo a una conspiración de uno mi amigo." Y se obligó a no mirar en la
dirección del río. Si tenía que huir repentinamente no quería que Marphi supiera su
destino… aún podría ser posible perderlo si él no se lo esperaba. Y Sygg necesitaba esas
hierbas.

164
"Los elfos,"
exigió Marphi,
"¿Dónde están?
¿Por qué tratas de
mantenerlos con
vida? Ellos tienen
crímenes por los
que responder.
Ellos robaron…"
"Ellos no
robaron nada," dijo
Brigid
oscuramente.
"Nosotros
premiamos su
amistad con
traición y, peor
aún, yo fui quien
lo hizo. Así que tengo la intención de reparar eso por la gente que me importa. Yo sé
quién soy y lo que he hecho, y si ustedes no tuvieran dudas acerca de lo que ellos están
diciendo de mí ya me habrían disparado. Así que por qué no nos limitamos a decir adiós
y yo puedo ayudar a mi amigo y ustedes pueden regresar a sus hogares." La kithkin
tragó saliva. "Haz eso y yo te juro que nunca… nunca volveré."
Marphi se giró hacia sus arqueros y les ordenó volver al pueblo, luego regresó a
Brigid. "Y si hago este acuerdo contigo ¿cómo voy a saber que tienes la intención de
cumplir con tu parte del trato?"
"¿Por qué no habría de hacerlo?" dijo Brigid. "Yo no quiero morir, y yo no
quiero… no quiero ser humillada. Si tú me llevas con vida estaré en la picota. Si muero
cuando y donde yo elija, por razones en las que crea, que así sea. Pero no eso, Taer. No
me haga eso a mí."
"¿Por qué?" preguntó su antiguo superior. "Sólo dime eso. Nosotros somos tu
hogar, tu pueblo. El corazón de tu hogar, Brigid Baeli. Tú me has ofrecido un trato por
lo que yo te ofreceré uno a ti. Eres la mejor maldita arquera que alguna vez haya
entrenado y te necesito… Kinsbaile te necesita. Hay cosas extrañas ocurriendo ahí fuera
y por el aspecto que llevas tú ya has visto la mayoría de ellas. Cuando esas cosas
extrañas traten de venir por nosotros tenemos que estar preparados. Y para estar
preparados yo te necesito, arquera."
Fue entonces que la poderosa trama mental de Kinsbaile la tocó y por un
momento ella nunca había oído hablar de un elfo llamado Rhys, una extraña peregrina
llameante, un hombre-pez llamado Sygg, o el trío más irritante de hadas de todo
Lorwyn. Ella era la Heroína de Kinsbaile una vez más y Kinsbaile necesitaba a Brigid
Baeli.
Pero la gente de Kinsbaile era fuerte, se dijo. Juntos ellos eran mucho más que la
suma de sus partes y Brigid sabía eso mejor que nadie.
Sygg también la necesitaba. Y los otros. Si ella no regresaba al río Sygg estaría
muerto. Si ella traía a un grupo de arqueros pisándole sus talones era probable que Sygg
no estuviera mucho mejor. No tenía más remedio que confiar en la decencia básica del
hombre al que había seguido durante casi toda su vida.
"Taer," dijo ella con tanta formalidad como fue capaz, "Debo negarme. Hay
otros que necesitan mi ayuda y yo no puedo pasar por alto mi responsabilidad sobre

165
ellos. Espero que pueda comprender y créame cuando digo que no he hecho nada que no
fuera en última instancia por el bien de Kinsbaile y Lorwyn." Ella sintió un sudor
pegajoso formándose en su frente pero siguió adelante de todos modos. "Sin embargo
yo le ofrezco una advertencia. Los merrows están inquietos. Hay una plaga entre ellos
que llaman "la malignidad" y los está volviendo violentos. Peligrosos y salvajes.
Manténganse alejados de los ríos."
"Yo no he dicho que puedas irte," dijo Marphi.
"Tiene que dejar que me vaya," respondió Brigid. "Kinsbaile le necesita, Taer,
no yo. Hay héroes en todas partes. Yo sólo soy una arquera con suerte. Ahora por favor,
déjeme ir, Taer. Déjeme ayudarle a alguien que realmente necesita mi ayuda."
Tal vez fue una decisión grupal de la trama mental de Kinsbaile pero Brigid no
lo creyó así. Ella optó por creer que Marphi le permitió volver a sumergirse en el
bosque ya que eso era simplemente lo que había que hacer.

* * * * *

"Sygg," dijo Brigid, "No vas a creer dónde estamos."


El barquero merrow parpadeó, parpadeó de nuevo, y finalmente negó con la
cabeza, pero nada pareció romper lo que tenía que ser una alucinación. Él estaba
muerto, eso tenía que ser. El estaba muerto y ahora nadaba por los Carriles Eternos. Era
un poco extraño que una kithkin estuviera en los Carriles Eternos, y mucho más una
kithkin que conocía, pero Brigid había pasado una gran cantidad de tiempo bajo el agua
últimamente. Tal vez los guardianes de las santas exclusas le habían permitido a ella
una dispensación especial.
La presencia de Flyrne tenía más sentido. La forma descomunal de su antiguo
tripulante llenó la mayor parte de su visión pero él aún no había hablado. Era evidente
que había muerto después de que la malignidad había devorado su mente y ahora no era
más que un silencioso espíritu meditando en las grandes aguas de la vida en el más allá.
"Sygg," dijo Flyrne perforando otro muro en la hipótesis cuidadosamente
considerada del capitán. "Sygg, ¿estás bien?"
"¿Flyrne?" dijo Sygg soñadoramente. "Siento que estés aquí viejo amigo.
¿Cuánto tiempo ha pasado?"
"¿Desde cuándo?" Preguntó Flyrne.
"Desde que has muerto."
"¡Oh, por… Sygg!" exclamó Brigid. "¡Despierta! ¡Sal de ello! Tú no estás
muerto, yo no estoy muerta, y Flyrne…" ella señaló con el pulgar por encima del
hombro al gran merrow que, ahora que Sygg miró más de cerca, los llevaba a todos
juntos en su propia magia de cambiagua, "Flyrne va a llevarnos al origen. Tú has
estado… Bueno, pensamos que quizás estuviste muerto allí durante unos minutos. Pero
un poco de, bueno, una gran cantidad del remedio herbario casero de la Doctora Baeli
parece haber hecho el truco."
"Espera, donde… Tú dijiste que yo nunca adivinaría donde estamos."
"Así es," dijo Brigid.
Sygg lanzó sus ojos alrededor de todo el torrente de agua y la curva ascendente
de poca profundidad del lecho del río delante de él. "¡Estamos en la base del Monte
Tanufel!" susurró. "No he estado tan lejos río arriba en años. ¡No estamos lejos del
origen!"
"Me alegro de que estés pensando todo esto por tu cuenta," dijo Brigid
claramente ofendida. "No me gustaría darte una sorpresa ni nada como, por ejemplo, un
viejo amigo que ambos creímos que estaba muerto."

166
"¡Flyrne!" dijo Sygg de nuevo y esta vez la presencia de su ex miembro de
tripulación se hundió verdaderamente. "No estás…"
"Ya no estoy infectado," dijo Flyrne. "Y puedo mostrarle cómo hacerlo pero me
temo que es un truco que sólo funciona con moldeadores de la marea. Hay poco que
podamos hacer por los demás pero debería mantenerle a salvo."
"Entonces haremos que funcione," dijo Sygg. "Una vez que hablemos con el
origen."
"‘¿Hablar’ con el origen?" Preguntó Brigid. "¿Cómo hablas con el origen de un
río?"
"Bueno," dijo Sygg con una sonrisa, "por lo general encuentro que es una buena
idea empezar con 'Hola.'"
El mayor de los Carriles merrow se estrechaba considerablemente al pasar del
conocido y cómodamente amplio Vinoerrante de las tierras bajas a donde se convertía
en un feroz canal montañoso, tallando implacablemente su camino por la ladera de la
montaña más grande de Lorwyn. Afortunadamente Sygg, Brigid, y Flyrne no se
encontraron con más malignos, no tan lejos río arriba. El barquero había opinado que
probablemente era porque casi ningún merrow llegaba hasta allí, recordándole a Brigid
y Flyrne, algo que ambos sabían muy bien después de haberlo oído muchas veces antes,
que Sygg era uno de los pocos merrows que había viajado al origen más de una vez.
Lo que Brigid no entendía era cómo se suponía que ellos iban a hablar con un
arroyo o, en el mejor de los casos, un lago pequeño. La kithkin supuso que debía ser una
forma de hablar, que Sygg le "hablaría" al origen estudiándolo o tal vez incluso usando
algún tipo de magia moldeadora de marea para mirar en las partes componentes del
agua. Para sorpresa de la kithkin ella resultó estar completamente equivocada.
Pero eso sería más tarde. Primero sus compañeros merrow tuvieron que lidiar
con un veloz río cada vez menos profundo que ahora era más cascada que arroyo. No
vieron nada más que agua blanca por kilómetros. Habían llegado así de lejos gracias a
los esfuerzos combinados de Flyrne y Sygg pero Brigid no tenía idea de lo mucho que
aún tenían que ir o si la magia de los merrow podría moverlos hacia arriba en un río
demasiado playo para sostenerlos.
Al final resultó ser que no tendría que haberse preocupado. Los merrow
simplemente renunciaron a la inmersión completa y el trío salió a la superficie, saltando
a lo largo como piedras lanzadas por aburridos niños kithkin pero mucho más rápidos.
A dos tercios del camino subiendo por la montaña Brigid podría haber jurado
que oyó un choque proviniendo de los escarpados y ásperos acantilados en el lado más
alejado del Monte Tanufel.

Capítulo 18

167
El gigante se abrió camino a través de los restos del monasterio y los monjes
para detectar por fin a Cenizeida. Cuando este elevó sus puños con un rugido ella
respondió con un rugido propio y cargó hacia el gigante corriendo entre sus pies y sobre
el montón de escombros situados donde había estado el portón. No fue sino hasta que el
gigante, girando una vez más para mirarla, se congeló en mitad de un paso que
Cenizeida vio al monje azul otra vez, flotando donde había estado encima de la pared, el
aprendiz de dorado a su lado. A diferencia del rugiente chorro de llamas que Cenizeida
había requerido para propulsarse por la ladera del Monte Tanufel estos dos parecían
flotar con poco esfuerzo, sus pies brillando con chorros difusos de luz que hacían juego
con sus llamas. "Supongo que podría tener un poco que aprender sobre el control
después de todo," exclamó ella con una risa ronca. "¿Tú qué crees?"
"Yo creo," dijo el monje azul descendiendo lentamente sobre olas de calor casi
invisibles, "que has atravesado la puerta. No viajaste en la dirección que yo esperaba
pero la atravesaste de todos modos." El descenso del monje terminó un par de metros
por encima y él la miró hacia abajo desde su posición mientras ella luchó para volverse
a parar en sus pies cansados.
"Pero tu monasterio," dijo Cenizeida. "¿No te importa...?"
El monje azul hizo un gesto con la mano al gigante de piedra congelado
enviando una ola de calor casi invisible en su centro de gravedad. Unos segundos más
tarde ese centro explotó en una lluvia de piedras. Momentos después de eso la cosa
entera se derrumbó. Extrañamente nadie resultó herido aunque Cenizeida estaba
empezando a sospechar que el monje azul también se había encargado de eso.
"Esos jóvenes que viste en el interior de la puerta aprenderán mucho
reconstruyéndolo de los escombros," dijo el monje azul. "No será la primera vez que
haya ordenado una cosa así, yo mismo puse alguna vez la vieja piedra angular." Su
rostro permaneció impasible pero la dura luz azul en este lo calentó un grado o dos.
"También les enseñará el valor de defender su hogar. Es una cosa de piedra y tierra. La
puerta exterior no significa nada. La puerta interior conduce al verdadero monasterio... y
más allá de eso tú caminarás a solas."
"¿Por qué?" preguntó Cenizeida.
"Sí, ¿por qué?" repitió Endry.
La llameante se congeló. "Endry, ahora no."
"El retoño me envió," continuó diciendo el hada sin darse cuenta. "Quería saber
si estabas bien. Te ves muy bien. Así que pregunté por qué." Aleteó audazmente hasta el
rostro del monje azul y miró a los ojos ardientes del sabio llameante. "¿Por qué ella
tiene que ir sola? ¿Por qué no puede llevarse, digamos, a un apuesto pequeño héroe
hada?"
El monje azul sorprendió tanto a Cenizeida como a Endry cuando inclinó la
cabeza hacia atrás y soltó una carcajada. "Un héroe hada," dijo el monje. "Ahora si que
lo he visto todo. Y me refiero a eso. Ciertamente eres valiente pequeño hijo de Oona
pero esto no es para ti. Tampoco para tu amiga arbórea donde quiera que ella esté."
"Esa es una gran carga de balbuceo," le desafió Endry.
"Si te llevas al pequeño contigo," dijo el monje, "su suerte estará en tu
conciencia."
Cenizeida miró a la puerta interior. A diferencia de los escombros detrás de ella
estas puertas eran de construcción mucho más resistente. La peregrina dudó incluso de
que el desaparecido gigante de piedra hubiera podido perjudicar a este edificio

168
metálico. La puerta en sí estaba asentada en una gigantesca cueva que había quedado sin
ser molestada por los habitantes del monasterio y sus dos puertas eran de hierro macizo
de treinta centímetros de espesor pulida hasta parecer la superficie de un espejo y
arremolinándose con el plasma rojizo de encantamientos agresivos. Runas y tallas
decorativas, quizás arcanas, adornaban el metal, pero Cenizeida no pudo leer nada de
eso. Lo único que tenía sentido era un pictograma relativamente pequeño tallado en
ambas puertas y dividido en el medio. Representaba a un llameante cubierto en
enroscadas lenguas de fuego debajo de una perspectiva forzada de la puerta, una
miniatura casi perfecta de alguien anterior a ella, que flotaba sobre la cabeza de la
figura. Junto a la figura y la puerta había dos líneas rectas que se encontraban justo en el
centro exacto de ambos el dibujo de la puerta y la puerta misma.
El final del camino.
"Yo iré," dijo ella. "Endry, trae al retoño. Ella estará..." la peregrina echó una
mirada al monje, "ella estará a salvo aquí." Y casi en silencio, lo bastante alto como
para ser recogido por las orejas diminutas del hada agregó, "e invita a tus amiguitos si
logras encontrarlos."
"Claro que sí," dijo Endry en voz alta y con una amplia sonrisa completamente
falsa. "¡Endry se va!"
Cenizeida observó irse al hada con una sonrisa triste. Algo había cambiado en
ella al ver la figura tallada en esa puerta. Tal vez era la charla con el retoño sobre el
destino o el hecho de que gran parte de su terrible primer encuentro con el elemental
había sido completamente único para la experiencia de cualquier llameante. Tal vez
estaba siendo manipulada por poderes que ella no podía ver ni entender. Cualquiera sea
la razón Cenizeida lo sabía, sabía que ella era la figura representada en el grabado, el
que no tenía ningún sentido. Ella estaba tras el elemental con la intención de doblarlo
totalmente a su voluntad. ¿Cómo era que el grabador podía haber sabido eso?
Se volvió lentamente hacia el monje azul, sus llamas ondulantes con
escepticismo. "¿Algo más que debiera saber?" preguntó al monje. "¿Algo más que
quieras decirme?"
"Si. Debes saber que pocos han visto lo que tú verás," dijo el monje. "Tus
descubrimientos serán tuyos pero cuando emerjas no serás la misma."
"Hermano Azul, yo ya he visto varias cosas que muchos no han visto," dijo
Cenizeida. "Imagino que he visto mucho que tú tampoco has visto. Un simple ‘sí’ o ‘no’
servirá para la próxima vez." Ella tomó los pocos pasos finales, apoyó las dos manos
contra la puerta y empujó.
Nada ocurrió.
"Está bien, me rindo," comenzó a decir ella. "¿Cómo…?"
Y entonces las puertas del corazón de Brasa Caída se abrieron con un enojado
gruñido bajo.
"Ah," dijo la peregrina. "Justo así." Se tomó un momento para mirar a través de
la brecha ampliándose cada vez más, respiró hondo y entró en el monasterio.
La peregrina sintió un breve momento de pánico cuando escuchó a la puerta
interior cerrarse en su lugar por detrás. No tenía ni idea de si ella podría abrirlas desde el
interior del monasterio, si es que esa caverna estaba en realidad dentro del monasterio.
El lugar tenía un aire de otro mundo que le hizo dudar de esa realidad. La única luz del
lugar provino de las llamas de Cenizeida hasta que la puerta se cerró por completo con
un rotundo ruido metálico. Ante el sonido el interior de la caverna se inundó de una rica
luz rojiza. La caverna no estaba del todo vacía. Y aquella tampoco era una ciudad vacía.
La luz rojiza emanaba de sus numerosas torres, desde la cima de todas las estructuras,
desde las casas a los cuchitriles a los anfiteatros, desde las torres de la fortaleza a los

169
deslumbrantes tejados cristalinos de un fantástico palacio completo con un cuarteto de
estandartes de cristal que volaban a pesar de la falta total de brisa. Un camino de oro se
extendía ante Cenizeida, su sendero tan complicado pero tan atractivamente serpentino
que a la peregrina le quedó claro que había sido construido y no erosionado. Y dentro de
las luces formas de sombras de llameantes jugaban en las paredes y ventanas. Estaban
algo distorsionadas, probablemente el profundo color de la luz.
¿Todo ello entraba dentro de un monasterio? "Si termino atada a otro maldito
árbol…" maldijo Cenizeida.
Después de unos minutos la llameante notó que la estaban siguiendo. Una oscura
forma flotante, como un murciélago pero con un largo pico puntiagudo, voló tras ella
con una amenaza silenciosa. Cenizeida se preparó para una lucha contra la sombría cosa
y fuego blanco subió crepitando por sus brazos.
La cosa-murciélago viró y desapareció en las profundidades. La llameante se
preguntó si la grieta llegaba hasta la roca viva. Una repentina ola de vértigo la hizo
desviarse de la cornisa para centrarse en su meta: la resplandeciente ciudad por delante.
Al cabo de unos minutos sin más incidentes se acercó a la puerta de la ciudad.
Otra puerta. Cenizeida se estaba cansando de las puertas. Cansada de
derrumbarlas, cansada de abrirlas, cansada de entrar en ellas. Afortunadamente esta se
abrió por su propia voluntad, invitándola, acogiéndola. A través de la puerta pudo ver
más de esas siluetas de llameantes curiosamente distorsionadas y le pareció insólito que
siguieran luciendo tan extrañas así de cerca.
La primera que ella vio de cerca era un anciano, encorvado y débil. Al menos
eso fue lo que pensó al principio pero un examen más detallado reveló que este
llameante se encontraba en un estado mucho peor que la mera edad podría haber
causado. Su torso y extremidades parecían haberse encogido y marchitado, apagados
desde el interior. Su cabeza estaba agrietada y quebradiza y apenas le quedaba una
coronilla en absoluto. Sus dedos eran largos y deformes, terminando en garras.
Ella saltó hacia atrás un segundo demasiado tarde. El viejo llameante gruñó
como un animal y arremetió con su largo brazo simiesco. Sin embargo a pesar de que
debería haber perdido al menos un brazo por ese golpe ella no sintió nada. El bestial
llameante intentó golpearla de nuevo, desgarrarla en dos para ser precisos. Esta vez ella
vio cómo su mano entró en su pecho y salió por el otro lado sin ni siquiera una punzada.
"Fantasmas," susurró ella. "¿Eres una especie de fantasma?" Un murmullo de
rasguños, cliqueos, y silbidos fue su única respuesta. El murmullo había estado allí
desde que ella había entrado en la ciudad pero sólo lo notó cuando dijo la palabra
"fantasma."
Otros de los llameantes monstruosamente deformados emergieron a la vuelta de
la esquina, moviéndose con gracia depredadora, sus largas garras casi arrastrándose
mientras corrieron, encorvados, directamente hacia ella. La peregrina se armó de valor
para el impacto pero no esperó realmente uno. Como había pensado los dos llameantes
similares a lobos pasaron a través de ella. Cenizeida se dio la vuelta y los vio hacer lo
mismo, confundida y gruñendo.
"¿Quiénes son ustedes?" preguntó. "¿Por qué están…? ¿Qué les pasó?"
Una llamarada enfermiza más como humo negro que llama ardiente, el crujir de
dientes etéreos, y el murmullo de la ciudad fue la única respuesta que recibió.
Toda la ciudad era exactamente lo mismo. Sin importar dónde Cenizeida fue,
qué rescoldo secreto buscó, estos salvajes llameantes fantasmales la vieron y le dieron
persecución. Para el momento que llegó al punto en el que estuvo casi segura de que
había recorrido todo el lugar ella dobló una esquina y vio algo que le hizo caer su
mandíbula en llamas.

170
Una estatua tallada en negra roca ígnea. La escultura representaba un llameante
ardiendo, uno normal, no una de esas criaturas enfermas. La figura sostenía en alto una
espada ardiente con una hoja hecha de llamas y su pie se apoyaba en una representación
estilizada del Monte Tanufel. La estatua, a pesar de la dificultad de haberla echo en ese
material rocoso, estaba grabada con símbolos que Cenizeida reconoció. Uno de ellos era
el símbolo de su nombre. El otro era el de la palabra "Avatar."
Cenizeida subió los escalones que conducían al pedestal de la estatua y colocó
una mano sobre la empuñadura de la espada esculpida. Entonces el mundo explotó.
Llamas, llamas vivas, las llamas de los elementos más puros, los fuegos de los
dioses. La llama se centró en Cenizeida pero rodó por toda la ciudad como una onda
expansiva, quemando todo a su paso. El cuerpo de un llameante estaba diseñado para
soportar grandes temperaturas y permaneció ileso, mientras que las personas, los
monstruos llameantes simiescos...
Los monstruos que ahora volvían a semejarse a llameantes, ardieron con fuegos
sanos y caminaron erguidos y orgullosos. Cenizeida disfrutó de la experiencia, dando
vida, haciendo arder vida por toda una ciudad de muertos.
Por primera vez en mucho tiempo Cenizeida oyó el sonido distante del latido de
cascos.
Ahora tú ves.
"¡Espera!" gritó la llameante. "¿Qué significa esto? ¿Cómo se supone que vaya a
salvar a esta gente? ¡Ni siquiera sé lo que son!"
Sí, lo sabes.
"¿Lo sé?" Ella miró de nuevo a los prósperos fantasmas en llamas en busca de
algo familiar. Cuando lo notó no pudo comprender lo que significaba.
Todos los llameantes en la ciudad eran Cenizeida. Algunos eran hombres, o
jóvenes, o llameantes ancianos deseando que llegara el día en que murieran en un
glorioso resplandor. Pero sus rostros eran el de ella. Su caminar, el suyo. Sus voces…
sin duda la de ella, incluso los hombres.
El fuego no puede ser extinguido, dijo el elemental. Debe seguir su paso. El
cambio se acerca, y demasiado pronto. El mundo no está listo. Una vasija deberá llevar
la llama a la oscuridad y por el otro lado.
"No me importa," dijo Cenizeida aunque las palabras se sintieron huecas. Y así
debería haber sido porque eran una mentira. Ella había tratado de domesticar a esta
criatura, esta fuerza indomable de la naturaleza, una empresa descabellada si alguna vez
había habido una.
Sí, dijo el elemental. Tú no me cazaste. Yo te llamé. Avivé los fuegos de la
venganza en tu interior. Hice que me buscaras porque el tiempo se acorta.
"Los monjes," dijo la peregrina. "¿Cuánto es lo que saben?"
El maestro de los Brasa Caída no sabe nada más de lo que yo he compartido.
Una niña de la llama que busca alcanzar el siguiente nivel del Camino, él cree que eso
es todo lo que tú eres. Él no puede saber la verdad porque no la creerá. Pero tú, la
última hija del Tanufel, sabes lo que debes hacer.
Y ella lo hizo. Cenizeida se dirigió a través de la ciudad de los fantasmas hasta
que llegó a la puerta más lejana. Sin decir palabra la peregrina empujó las puertas de oro
a un lado para traquetear rotundamente contra la piedra.

* * * * *

"Está viniendo," dijo Sygg. Flyrne murmuró en señal de acuerdo.


"¿Qué está viniendo?" exigió Brigid.

171
"Algo," dijo el capitán. "No puedo decir... qué. Sólo lo sé. ¿Tú no? ¿No puedes
sentirlo?"
"Yo puedo sentirlo," dijo Flyrne. "Temo haberme curado a mí mismo en vano.
Lo que está viniendo va a cambiarlo todo."
"Yo no voy a cambiar," dijo Brigid. "Y tampoco ustedes dos. Ahora vamos
perezosas espinas de pescado. Tenemos que estar acercándonos al origen."
De hecho el origen había estado a menos de un kilómetro y medio de distancia
cuando Brigid habló y con los poderes combinados de dos moldeadores de la marea
para acelerarlos en su camino eso pareció pasar en poco tiempo. Al principio la arquera
kithkin pensó que estaba viendo exactamente lo que había esperado: un pequeño lago,
suspendido en una hendidura en forma de pecera a sólo unos pocos cientos de metros de
la cima del Monte Tanufel. Con un gran suspiro de alivio ella nadó hasta la orilla rocosa
y se quitó la máscara de branquias de su rostro. Instantes después se lo volvió a poner,
el aire era delgado allí arriba por alguna razón. La máscara de branquias la dejó respirar
con facilidad mientras Sygg y Flyrne subieron nadando por las blancas cataratas,
buceando como salmones en época de desove, hasta que llegaron a la laguna. Brigid
corrió por la orilla a su encuentro.
"¿Y bien?" preguntó. "¿Se parece a como ustedes pensaban que se vería? ¿Hay
algo malo con el origen?"
Sygg la ignoró. Aferró la media luna de hueso alrededor de su cuello y la
sostuvo en alto. "Yo soy Sygg Gauhren Gyllalla Syllvar, Heredero de la Media Luna de
la Alborada. Busco una audiencia sobre un asunto de gran urgencia. Apelo a su
misericordia, sabiduría y poder, Origen de los Carriles."
En la última palabra el agua en el lago empezó a enturbiarse y burbujear. Un
bulto debajo de la superficie empujó hacia arriba y mientras se elevaba fuera del río
Brigid pudo ver que no era algo por debajo de la superficie, el bulto era parte de la
superficie. La columna de agua se alzó hasta que su resplandeciente parte superior
bloqueó el sol. Entonces su forma cambió, rodando y flexionándose hasta que tomó la
forma aproximada de un gigantesco merrow, o más exactamente una merrow gigante de
cintura para arriba. Una hembra.
"Yeag Fryn yggli, Sygg Gauhren Gyllalla Syllvar," dijo el origen.
"Origen del Vinoerrante," dijo Sygg manteniendo sus ojos fijos en el agua
delante de él y no en su imponente imposibilidad. "Mi pueblo, los Paupurfylln, y
muchos otros que habitan en el río han sido… están enfermos. Culpan a las piedras del
origen que tú nos has dado a nosotros, tus hijos, en los días antes de que hubiera tiempo.
Mi pueblo piensa que las piedras han cambiado, y las piedras les han cambiado. Y yo no
puedo negarlo. Ellos han cambiado y no para mejor. Algo está mal en el río. ¿Tú estás...
tú estás bien?"
"Me hablas en la lengua de los cruzatierras, Sygg," dijo el origen con una voz
como una veloz cascada. "Yo responderé de la misma forma pero sólo porque tú así lo
deseas."
"Me honra, Origen del Padre de los Carriles," dijo Sygg con una breve
reverencia. "Se dice que el Origen de Toda Vida, el Padre de los Carriles, nunca
abandona a sus hijos en tiempos de necesidad. Yo te digo, te suplico, que los hijos del
Padre de los Carriles necesitan ayuda."
"¿Por qué el Padre de los Carriles es hembra?" preguntó Brigid.
"El Padre de los Carriles no es ni hombre ni mujer," dijo Flyrne, "porque el
Padre de los Carriles está por encima de esas consideraciones. Es un problema con la
lengua común de los cruzatierras."

172
"Tú preguntas acerca del cambio, Sygg Gauhren Gyllalla Syllvar. Un cambio en
tu gente. La respuesta es sí," dijo la encarnación del Vinoerrante. "Estoy cambiando.
Los merrow-hijos cambian conmigo. Pero demasiado pronto, demasiado pronto."
"¿Qué es demasiado pronto, Gran Dama?" preguntó Sygg.
"El Heredero de la Media Luna no lo sabe," rió el origen. "¿Qué ha sido de los
merrow-hijos?"
"Estamos enfermos," dijo Sygg. "O mejor dicho muchos de los merrow-hijos lo
están. Hemos sido curados pero sólo somos dos. Hay miles que necesitan tu ayuda y
orientación."
"Los merrow-hijos no están listos. Yo no estoy lista. El cambio que se avecina...
no es natural. Ordenado. Algo ha pasado mucho más allá de mi influencia. Mucho más
allá. Pero eso no es de importancia. El cambio ya no se puede detener pero no tiene por
qué temerse."
"¿Cómo podría temerlo?" Preguntó Sygg. "Yo no…"
"Nosotros ni siquiera sabemos lo que es," añadió Brigid dando un paso adelante
y alzando una mano ágil antes de que Sygg pudiera lanzarse a otra petición formal.
"Perdóneme, Capitán. Yo no tengo mi propia media luna. ¿Puedo?" Arrancó el talismán
óseo de las manos de Sygg. "Brigid Baeli, Heroína de Kinsbaile. Va a tener que ser más
específica," Dijo Brigid y siguió adelante. "Desde nuestra perspectiva el cambio del que
habla ya ha ocurrido. Sus... sus hijos-merrow se están destruyendo unos a otros.
Devorándose entre ellos," añadió ella aún sintiendo punzadas agudas de dolor una y otra
vez en la pierna que Flyrne había intentado arrancar. "Si usted pudiera ayudarlos...
cambiar el agua de nuevo de alguna manera, o…"
"No lo entiendes, hija de Kinsbaile," dijo el origen. "La Gran Aurora llegará a
todo Lorwyn. Todo este mundo veraniego morirá dejando un mundo de invierno y
muerte. La malignidad es sólo el principio. Los hijos-merrow son los más susceptibles a
sus efectos."
"¿La Gran Aurora?" preguntó Brigid.
"Gran Dama," dijo Sygg en un intento por recuperar el control durante el
interrogatorio, "Perdone la franqueza de la hija de Kinsbaile. Nosotros simplemente no
lo entendemos. ¿Qué es esta Gran Aurora?"
"La Aurora normal es el ciclo natural de las cosas. El tiempo entre el día y la
noche. Verano e invierno. Amanecer y anochecer. Pero la oscuridad llega demasiado
pronto, demasiado pronto."
"Usted ya ha dicho eso," dijo Brigid. "Dos veces. ¿Cuándo? ¿Cuándo sucederá?
¿Y qué nos hará a nosotros?"
"Nadie lo sabe," dijo el origen. "Pero están aquellos que se han preparado para lo
peor."

Capítulo 19

El valle alrededor de Rosheen Meanderer fue pacífico una vez más. El sol
estaba brillante y cálido. Una suave brisa agitaba la hierba y cantos de pájaros sonaron
a través del aire. La giganta seguía durmiendo, murmurando y roncando, y los

173
cambiaformas hacía mucho que habían reanudado su ondulante danza sin sentido.
Brion, Kiel, y las hadas se habían retirado después del ritual de sueño por lo que
Rosheen, Rhys y Maralen habían quedado a solas con los cambiaformas y la fauna más
habitual del valle. En lo alto, la gran cabra de las nubes seguía encaramada sobre el
horizonte, tan alta que apenas se podía ver.
"Tengo que irme," dijo Rhys. Se volvió hacia Maralen, que estaba sentada en el
suelo con los codos sobre las rodillas y la cabeza entre las manos.
"¿Irte a dónde?" dijo ella.
"A otro lugar." Rhys se puso de pie. "A algún lugar que no sea aquí. Necesito
despejar mi cabeza pero todo lo que veo son piezas de la visión."
Maralen escudriñó el valle a través de ojos semi-enfocados. El hechizo de las
hadas le había pasado factura a Rhys pero Maralen estaba visiblemente debilitada por
ello. La elfa de cabellos oscuros estaba tan agotada y enferma que apenas podía estar de
pie y el simple acto de girar la cabeza le envió punzadas de dolor bajando a través de su
cuerpo. Por un momento Rhys pensó que iba a vomitar.
Pero Maralen se estabilizó y superó la ola de náuseas. Se secó el sudor frío de la
frente y exhaló profundamente. "Es una buena idea. Deberías ir," dijo. "Una mente clara
es lo que necesitamos en estos momentos. Tómate el tiempo que necesites. Dudo que
algo importante vaya a suceder durante las próximas horas." Ella sonrió pero su tez
pálida hizo la expresión falsa, incluso inquietante. "Al menos no si requiere algún
esfuerzo de mi parte."
Rhys se acercó y se agachó junto a Maralen. Rígidamente puso una mano sobre
su hombro. "¿Estás bien?"
El color de Maralen mejoró con el toque de Rhys pero ella se mantuvo
indiferente, distraída. "Yo… estoy abrumada. Sólo entendí parte de lo que vimos y esa
parte me asusta. Todo está yendo mal y yo… yo temo hacer cualquier cosa y empeorar
las cosas. Por otra parte no puedo resignarme a no hacer nada."
"Entiendo," dijo Rhys. Apretó el hombro de Maralen y se volvió a parar.
"Volveré directamente aquí. Si no comienzas a sentirte mejor al poco tiempo te sugiero
que tú también te vayas de aquí."
"Gracias," dijo Maralen. "Si un cambio de escenario te ayuda bien puedo darle
una oportunidad." Ella bajó la cabeza a sus manos. "Ve, Daen. Yo me ocuparé de las
cosas por aquí."
Rhys hizo una rápida reverencia pero Maralen ya se había hundido de nuevo en
su contemplativo sopor. Hizo una pausa y luego decidió que no había nada más que
decir así que se volvió y subió por la pendiente.
Su estado de ánimo mejoró una vez que le dio la espalda a Rosheen y otra vez al
llegar a la cima de la pendiente y salir del valle de la giganta. Dudó que hubiera algún
beneficio práctico en aumentar la distancia entre él y el sitio del ritual de la visión por lo
que atribuyó el ascenso que estaba sintiendo a su propia debilidad. Alejarse de sus
problemas era mucho más fácil que enfrentarse a ellos y él maldijo esa parte de él que
sólo quería seguir caminando.
No había forma de escapar de lo que debía enfrentar y este terco hecho carcomió
su interior aún cuando se alejó de Rosheen. La Nación Bendecida disminuiría y sufriría
la indignidad de una invasión hostil. La tribu de llameantes se apagaría y expiraría. El
gran cambio del que Colfenor había hablado y Rhys había visto en el ritual por el ojo de
su mente lo abarcaría todo, lo consumiría todo, y sería inevitable.
Inevitable. Rhys odiaba esa palabra porque cada parte de su instinto le gritaba
que debía actuar. Algo terrible amenazaba a la Nación y sus compañeros por igual y era
usual que el elfo respondiera a las amenazas antes de que surgieran. El camino hacia la

174
perfección estaba lleno de peligros y así el peligro era una cosa que se debía anticipar,
reducir al mínimo antes de poder sentir totalmente su impacto. Rhys compartía la
frustración de Maralen, cualquier acción que pudiera tomar era o inútil o agravaría la
situación. Sólo tenía que pensar en el retoño, que había resistido intacto al gran cambio
sólo después de que un esfuerzo concertado había sido hecho en su favor, uno que vino
a un costo terrible.
Se le debía avisar a Cenizeida, pensó Rhys. La peregrina tenía derecho a saber lo
que Colfenor le había hecho, por qué lo había hecho, y del terrible destino que le
esperaba a su tribu si la predicción de Rosheen se hacía realidad.
El aumento de la convicción de Rhys se marchitó cuando se acordó de lo
impotente que él era realmente. Él no tenía la sabiduría de un antiguo sabio tejo o el
poder de un espíritu elemental primitivo. No podría expiar el suplicio que Colfenor le
había infligido a Cenizeida antes del cambio que se avecinaba, ni podría mitigar el
sufrimiento que todos los llameantes experimentarían una vez que se produjera ese
cambio.
Lo peor de todo era que el camino de Cenizeida la había llevado lejos del de
Rhys y si él la llamaba allí no había ninguna garantía de que ella contestara. Aún
cuando él le contara lo que había visto, si es que los augurios de Rosheen eran del todo
exactos y Cenizeida oía su confesión, no habría manera de hacerle entender, o creer, o
preparar. No habría manera de hacerle que lo perdonara.
Rhys descendió hasta la línea de árboles y caminó entre los matorrales. La
colección dispersa de troncos escuálidos era completamente diferente a la vibrante
abundancia del Bosque Hojas Doradas pero aún así le era familiar, todavía parte del
Lorwyn que conocía. Se preguntó si seguiría sintiendo esa reconfortante afinidad
cuando la propia Nación Bendecida estuviera desgastada y perdida como ese matorral.
Empezó a correr. Sus piernas se sintieron sueltas y fuertes y en instantes él había
alcanzado el ritmo del cazador perfecto: rápido, constante y casi completamente en
silencio. Sus pezuñas se hundieron en el suelo seco, sus brazos bombeando adelante y
atrás. Rhys bajó la cabeza y corrió perdiéndose en las simples demandas y recompensas
del esfuerzo físico.
Pronto el movimiento de su cabeza se alineó con el de su cuerpo. No podían
quedarse en el valle de Rosheen mucho más tiempo, no con la Manada Cicuta en sus
talones. Primero el haría que Maralen localizara a Endry y al retoño. El descendiente de
Colfenor todavía tenía información vital y Rhys ya no toleraría más el comportamiento
confuso e inconcreto del retoño. Una vez que ella compartiera más de los conocimientos
que había heredado de su padre Rhys llevaría esa información agrupada a Cenizeida
para que todos pudieran decidir su próximo paso.
Rhys también resolvió dejar ir a Brion y Kiel con cualquier pago que
requirieran. Se habían ganado una recompensa o al menos una justa compensación por
los problemas que habían atravesado. Los hermanos quedarían libres de la persecución
de los elfos una vez que ya no viajaran con Rhys y podrían valerse por sí mismos.
Rhys zigzagueó entre una larga fila de árboles, alternando de izquierda a derecha
y levantando pequeñas nubes de polvo con cada paso pivotante. El bosque de matorrales
se angostó al final de la línea y el terreno se abrió en una amplia cuenca rocosa.
Una cuerda de arco vibró y un delgado y filoso golpe explotó a través del
hombro de Rhys. El se tambaleó y mientras caía vio la punta de un eje de triglochin
sobresaliendo a través de su clavícula. Su rodilla se estrelló contra el césped y él rodó a
través de una serie de incómodos saltos mortales hasta que su impulso se detuvo.
Agachándose, respirando con dificultad, Rhys se quedó perfectamente inmóvil y aguzó
el oído.

175
Más arcos elfos sonaron y media docena de ejes de triglochin cantaron alto sobre
la cabeza de Rhys. Este vislumbró a los seis de un solo vistazo calculando su velocidad
y trayectoria, luego torció el cuerpo en un doloroso rizo irregular. Seis proyectiles
llovieron a su alrededor, cada uno pasando muy cerca de su brazo, su torso y sus
piernas.
Rhys se alejó rodando y se puso de pie con rapidez. Se lanzó hacia adelante,
plantó los dos pies profundamente en el suelo, y saltó veinte metros en el aire volando
con gracia hacia la rama más alta del árbol más cercano. Nunca llegó a su destino.
El largo cuerpo de un elfo parracreado lo golpeó a mitad de camino de su destino
previsto. El guerrero mejorado envolvió sus brazos apretadamente alrededor de la
cintura de Rhys mientras el peso y la velocidad de la repentina detención envió a ambos
hasta el borde de la cuenca. La dura armadura leñosa del parracreado rasgó la túnica de
capas de Rhys cuando cazador y presa se estrellaron con fuerza en el suelo rocoso.
Rhys se esforzó por romper el abrazo de su enemigo pero no tuvo ningún lugar
donde apalancarse y nada de que agarrarse. Se sintió como si estuviera atrapado bajo
una pesada estatua de piedra. Cinco parracreados más aparecieron en un estrecho
círculo en torno a él aunque no hicieron ningún esfuerzo por ayudar a su compañero.
Los magníficos guerreros silenciosos simplemente permanecieron allí mirando como la
lucha de Rhys se hizo más débil y entonces cesó por completo.
Gruñendo, Rhys forzó a que su cuerpo sin respuesta continuara. No tenía
ilusiones de escapar, o incluso de sobrevivir a ese encuentro, pero estaba decidido a
seguir luchando. A pesar de que estaba en manos de sus enemigos y su fracaso se había
completado no podía permitirse aceptar calladamente una muerte sin honor.
Siguió luchando hasta que uno de los parracreados dio un paso adelante y le dio
una patada en su rostro con un pie de filosas pezuñas. Rhys saboreó su sangre y sintió
un diente flotar libremente en su boca. Su visión se puso roja. Su cabeza se hundió.
Había sido derrotado.
El parracreado que lo sostenía, sintiendo su rendición, relajó su agarre. Los otros
cazadores con incrustaciones de zarzas atraparon rápidamente sus brazos y piernas y las
extendieron estiradamente casi arrancándolas de sus articulaciones. Luego le levantaron
por sobre sus cabezas y corrieron hacia adelante, golpeando la columna vertebral de
Rhys contra un robusto roble. Los parracreados doblaron los brazos y las piernas de
Rhys por detrás alrededor del árbol y lo sostuvieron agónicamente a varios centímetros
por encima del suelo del bosque.
La cabeza de Rhys colgó pero él se negó a perder el conocimiento. Quería morir
con los ojos abiertos y así, con un esfuerzo titánico, levantó el rostro.
Gryffid se paró frente a él, sus ojos ardiendo con odio. El antiguo compañero de
Rhys sacó una larga espada plateada y sostuvo el arma a su lado con la punta hacia
abajo.
"Te nos has entregado Rhys." Dijo Gryffid. "Corriste directamente a nuestros
brazos. ¿Te has vuelto realmente y completamente loco? ¿O simplemente quieres morir
tanto como yo quiero matarte?" Sus labios se curvaron en una mueca de desprecio. "No
importa. Que así sea para la memoria del Taercenn Nath y el bien de la Nación."
Una voz precisa y entrecortada interrumpió a Gryffid antes de que pudiera
levantar su espada. "Por esas mismas razones, Daen, debo insistir en que detenga su
mano."
Rhys miró más allá de Gryffid. Un glorioso elfo estaba detrás de su antiguo
camarada, vestido no como un cazador sino con las galas de un dignatario noble. El
recién llegado tenía claramente un alto estatus. Tal vez era un miembro del Consejo de
Sublimes. Ahora Rhys conocía el rostro del elfo que estaba apoyando la vengativa caza

176
de Gryffid pero incluso esto no tenía sentido ya que él no tenía ni idea de quién era el
encumbrado noble.
"¿Taer?" El rostro de Gryffid fue un estudio de la confusión y la frustración.
"Deténgase Daen Gryffid. Me gustaría hablar con el prisionero."
"Taer, yo…"
"Puede retirarse Gryffid." Las facciones del elfo aristocrático se endurecieron y
sus palabras fueron filosas. "Aléjese hasta que le llame."
Gryffid le disparó una última mirada ácida a Rhys. "Sí, Taercenn." El daen de
los Cicuta hervía cuando enfundó su arma. Luego Gryffid se giró en su lugar, mostró su
espalda a Rhys, y se marchó velozmente de la cuenca.
El elfo de alto rango esperó hasta que Gryffid se perdiera de vista. Se volvió y
apreció a Rhys con un ojo frío y calculador. "Bajen al prisionero," dijo. Los
parracreados relajaron ligeramente su agarre y Rhys se deslizó por el tronco del árbol
hasta que sus pies tocaron el suelo del bosque.
"Mi nombre es Eidren," dijo el recién llegado, "Perfecto de los Hojas Doradas y
taercenn en funciones de la Manada Cicuta. ¿Mi nombre le es familiar?"
Rhys logró torcer su cabeza de lado a lado. "No."
"Extraño," dijo Eidren. Se adelantó unos pasos y luego reunió a su abrigo de
capa en torno a su antebrazo derecho. "Soy un hombre de cierta reputación y no baja
posición. Es extraño que tantos me conozcan pero tú no lo hagas. Especialmente
considerando la compañía que tienes. ¿Seguramente habrás escuchado el nombre de
Peradala?"
El nombre le hizo llegar un recuerdo al nublado cerebro de Rhys. El buscó a
tientas en el antes de responder. Maralen había hablado de un elfo así aunque sólo de
pasada. "Una Perfecta de Mornsong," dijo Rhys, "poseedora de una hermosa voz para el
canto."
"Una voz para el canto sin precedentes," le corrigió Eidren, "la mejor de su tribu
y así la mejor de todo Lorwyn. Ella iba a ser mi novia, ¿sabes? Fue asesinada junto con
el resto de su séquito en la selva entre Mornsong y Hojas Doradas. Sólo hubo un
sobreviviente, una dama de honor Exquisita."
"Lamento su pérdida." Dijo Rhys sintiendo regresar su fuerza, "Y comparto su
dolor, Taer." El elfo arruinado sabía que nunca se liberaría de las garras que le
sostenían, ni siquiera en su mejor momento, pero al menos ahora se sentía capaz de
aprovechar una oportunidad de escapar si esta se presentaba.
"¿Entonces usted ha estado alguna vez comprometido?" preguntó Eidren. "¿Y
perdió a su futura esposa?"
"No. No, por supuesto que no."
"Entonces no puede entender la profundidad de mi dolor. Aún así fue muy
amable de su parte decir lo contrario. ¿Dónde estaba?... Ah, sí, la sobreviviente. Creo
que usted conoce a la señora. ¿Cabello oscuro, ojos afilados, tez pálida? Espero poder
llegar a conocerla mejor una vez que haya terminado con usted."
"Se refiere a Maralen." Rhys rió con aspereza. "Si usted quiere sacar algo de eso
tiene una tarea difícil por delante Taer."
"En verdad me refería a Maralen," dijo Eidren. "Aunque yo no conozco a la
persona a la que ahora se refiere. Pero vayamos al punto. Tú eres un maldito, un
forajido. Traidor, desgracia visual, asesino de tu raza, y peor. La Nación demanda tu
muerte."
"Es verdad, yo soy todas esas cosas." Rhys se irguió tanto como su posición
contenida se lo permitió. "Y me merezco el juicio de la Nación. Pero no voy a
retractarme y no voy a rogar."

177
"Una valiente declaración. Aunque debo decir que usted no está en condiciones
de descartar lo que hará y no hará en el futuro cercano." Eidren asintió calurosamente.
"Ahora lo voy a soltar. Usted no es libre, por supuesto. Es un prisionero de la Nación
Bendecida y, para todos los efectos, yo soy la Nación Bendecida. Usted responderá por
sus crímenes y si intenta huir o atacarme," el elegante caballero sonrió con confianza,
"lo que yo totalmente espero dada su costumbre de matar a sus oficiales superiores, le
prometo que no tendrá éxito. Y más, que quedará gravemente herido por mi guardia de
honor." Eidren se cruzó de brazos y dijo, "Suéltenlo."
Los parracreados liberaron a Rhys por completo. Sus piernas temblaron y sus
articulaciones quedaron libres de alfileres y agujas pero él se las arregló para
mantenerse en pie.
"Camine conmigo," dijo Eidren. Se apartó de Rhys y caminó casualmente hacia
el borde de la cuenca.
Rhys miró las caras estoicas de los parracreados formados en semicírculo. Estiró
el cuello y se sacudió para soltarse un poco de sus hombros, luego se trasladó detrás de
Eidren. El nuevo taercenn pareció flotar entre los árboles, tranquilamente elegante. Rhys
oyó al escuadrón de parracreados siguiéndole paso a paso.
"Quedé francamente impresionado por ese asunto de la hierba envenenada," dijo
Eidren. "Y la niebla. Y el puente Dauba. Usted tiene un enfoque terriblemente práctico
de las cosas. Muy eficaz. Es un oponente formidable."
"Los hechos dicen lo contrario Taercenn. Usted se encuentra aquí ahora y yo soy
su prisionero."
"No deje que eso le inquiete. Gryffid es un daen eficaz y dedicado. Condujo a la
manada a través del Barranco Dauba a un ritmo abrasador. Yo simplemente le
proporcioné consejo y asistencia."
Rhys tomó varios largos pasos adicionales hasta que estuvo a medio paso detrás
de Eidren. "¿Y cuál es su consejo ahora que me tiene?"
"Oh," dijo Eidren despreocupadamente. "Su vida ha terminado, por supuesto.
Perdida a cambio de la gran deuda que tiene con nuestro pueblo. Los otros miembros de
su partida morirán sólo que mucho, mucho antes que usted. Tengo cuarenta arqueros
Cicuta posicionados alrededor del borde del valle que lo albergaba. Cuando yo dé la
palabra los gigantes y las hadas caerán. Aquellos que no se desangren en el primer
intercambio serán exaltados a las filas de mis parracreados menores."
Ellos dieron unos cuantos pasos más en silencio y Rhys dijo: "¿Y Maralen?"
Eidren se detuvo. Su rostro estaba abierto y cándido. "¿Quién?"
"La asistente de Peradala. La Mornsong con la que he estado viajando."
"¿Hmm? Oh, ya veo. Usted se refiere a su compañera elfa."
"Maralen," dijo Rhys.
Eidren negó con la cabeza. "La mujer con la que usted viaja no es Maralen de los
Mornsong. Como parte de mis preparativos para la boda uno de mis sirvientes se reunió
y cenó con el séquito de Peradala dos veces en los últimos seis meses. La Exquisita
Maralen estuvo presente en ambas ocasiones. Yo, por supuesto, me aseguré de que mi
siervo fuera por delante para conseguir un buen vistazo de ella en el valle en el que
ustedes estaban acampando. Por su descripción, y la colorida frase que él utilizó, eem,
sí, ya recuerdo: 'Esa no es Maralen,' dijo él 'Más como alguien llevando una defectuosa
ilusión de Maralen.'"
"Ella no lleva ninguna ilusión," dijo Rhys. "Esa es su apariencia natural."
"Yo soy un cultivador y un manipulador de cosas vivas," dijo seriamente Eidren.
"Y dudo sinceramente de que haya algo natural en ella." Eidren esbozó una leve sonrisa.
"Aunque estoy esperando hacer esa comprobación por mí mismo." Reanudó su suave y

178
ágil zancada y agregó, "¿Así que usted afirma que podría reconocer una ilusión si esta...
persona está empleándola?"
"Yo creo que sí. "
"Debido a que está familiarizado con las ilusiones y lo que ellas pueden ocultar."
Rhys se detuvo. Los parracreados detrás de él también se detuvieron pero Eidren
siguió caminando. "¿Qué quiere de mí Taercenn Eidren?"
"Sólo lo que es mejor para la Nación." Dijo Eidren por encima del hombro.
Llegó a un grupo de árboles y se detuvo. Pasó la palma de la mano suavemente sobre la
corteza en el tronco más grueso, trazando sus contornos. "Al igual que Nath yo me
dedico a ese gran ideal, aunque sea a costa de mi propia posición o incluso mi vida. Al
haber matado a Nath usted le robó a la Nación un activo considerable, por no hablar de
uno de sus defensores más acérrimos. Los Hojas Doradas sienten profundamente esa
ausencia, ex Daen Rhys. Especialmente en estos tiempos confusos y difíciles. Yo ahora
extiendo mi mano a usted para el pago."
Rhys sacudió la cabeza. "Yo no tengo ningún pago que ofrecer Taercenn."
"Está muy equivocado. Antes de que se volviera contra los de su propia clase
usted era un cazador y un líder de cazadores. Mientras siga vivo tiene un valor potencial
para la tribu."
"Yo ya no soy de la tribu Taer." Rhys inclinó la cabeza y se tocó sus cuernos
rotos con la punta de los dedos. "Soy una desgracia visual, un exiliado, tal como usted
dijo. La Nación no tiene lugar para mí."
"Pero yo si. Bajo mi égida y… otros nobles de ideas afines, Nath e incluso
Gryffid llegarán a comprender que la desfiguración no significa necesariamente el exilio
de la sociedad educada. Esto sólo lo excluye a uno de la tenencia de estatus en ella.
Aquí, en la naturaleza, entre boggarts y gigantes y otros enemigos del progreso, los
guerreros son una necesidad. Y, a decir verdad, no importa como lucen los cazadores
bajo su ilusión siempre y cuando avancen nuestra causa."
"Eso es imposible," tartamudeó Rhys. "Las prohibiciones contra desgracias
visuales fueron dictadas hace décadas por el Consejo de Sublimes. La ley fue firmada
por el alto rey y la reina mismos."
"Y esas prohibiciones son sagradas a través de toda la Nación. Pero las cosas
rara vez son tan prístinas y ordenadas aquí fuera en los límites de nuestro territorio.
Cuando se trata de la pacificación de los habitantes menores de Lorwyn yo y los de mi
facción han aceptado la necesidad de ciertas... desviaciones de la norma." Eidren se
apartó del grupo de árboles y se acercó a Rhys. "Pastorear kithkin y merrows y elfos
falsos es una pérdida de tus talentos, cazador. Tu lugar está con nosotros. Yo te ofrezco
un nuevo lugar en la Nación Bendecida, uno provisional, para estar seguros, y muy
peligroso. Nunca volverás a ser aceptado en la compañía de los elfos mas justos y
honrados pero servirás a la Nación aún más que lo que cualquiera de ellos podrían
soñar. Se mi agente. Conviértete una vez más en un cazador de los Cicuta y comanda a
cazadores bajo mi dirección. Hazlo con lealtad y con el debido vigor y aún puedes ser
enterrado con honor entre los héroes secretos de los Hojas Doradas."
Las palabras de Eidren golpearon a Rhys como un martillazo en el estómago.
"Yo... Yo…"
"La alternativa," dijo Eidren, "es una muerte sucia, dolorosa e innoble en la
punta de la espada vengadora de Gryffid." Eidren extendió su mano. "Y antes de que
cuestiones la aceptación de Gryffid de tu estado restaurado debes saber esto: El daen
actual ha llegado a un acuerdo similar con Nath no mucho tiempo atrás. El se convirtió
en la criatura de Nath a raíz de la masacre del Valle Escudilla pero con Nath ido Gryffid

179
es ahora mío. Está en mí decir lo que Gryffid permitirá o denegará. Está en mí decir si él
vive o muere, y cómo."
Rhys miró a los rasgos seguros y apuestos de Eidren. Mil pensamientos
chocaron en su cabeza, pensamientos de Maralen y los gigantes en una lluvia de
triglochin, de Cenizeida y el retoño y su trauma compartido que nunca sanaría, de Sygg
y Brigid y la pandilla Vendilion. Él les había fallado una vez más, se había fallado a sí
mismo y a su propio pueblo. Se habría conformado con no hacer más daño con lo que le
quedaba de esta vida. ¿Pero la manera de Eidren le permitiría hacer más que eso, hacer
una diferencia positiva en el mundo por venir?
Rhys volvió a mirar a la guardia de honor de parracreados. Inclinó rígidamente
la cabeza una vez más y le dijo a Eidren, "¿Qué quiere de mí?"
Un ruidoso estrépito sonó a través de los árboles antes de que el noble elfo
pudiera responder. Los parracreados se irguieron e hincharon, preparados
inmediatamente para la acción. Eidren pasó caminando tranquilamente al lado de Rhys,
alejándose del sonido, de modo que su guardia de honor se interpuso entre él y la
enorme criatura acercándose hacia ellos.
Brion emergió a través de un enorme escollo hacia el oeste. Se lanzó a la vista y
sacudió la cabeza, enviando una lluvia de palos y escombros en cascada sobre sus
hombros.
"Hola, Jefe," dijo el gigante calvo. Saludó alegremente y explicó, "Lo vi
corriendo y pensé que debería ver si estaba bien. Y cuando me acerqué olí…" Los ojos
de Brion se abrieron cuando se dio cuenta de Eidren y los parracreados. Una sonrisa
hambrienta dividió sus fornidas características.
"Son esos elfos," susurró. Se lamió los labios. "Odio a esos elfos."
"Brion, espera…" dijo Rhys pero fue demasiado tarde. Con un ensordecedor y
alegre rugido Brion abrió los brazos y se lanzó sobre los cazadores Cicuta y su nuevo
taercenn, destrozando los árboles mientras se acercó.

180
Capítulo 20

Los elfos de Hojas Doradas se dispersaron cuando Brion tronó a través de sus
filas. Rhys se aprovechó de la confusión para escapar de sus captores y luego se lanzó
rápidamente a cubierto cuando la mitad superior de un árbol se vino abajo casi encima
de él.
Rhys, aprisionado bajo el tronco roto, luchó a través del denso follaje. No pudo
liberarse pero tuvo una visión clara del creciente caos.
Dos parracreados se habían aferrado a la muñeca derecha de Brion y otro
colgaba de su hombro, agarrado a la espada que había clavado allí. El gigante no se
inmutó por esta herida. De hecho Brion bramaba con salvaje alegría. Levantó su brazo
derecho y alzó a los dos elfos por encima de su cabeza para luego azotarlos
bruscamente hacia abajo. Los parracreados fueron arrancados y enviados deslizándose

181
de cara contra el suelo. Rhys se estremeció ante el horrible estado estrujado en que
quedaron sus cadáveres.
El gigante, aún ululando, saltó y se lanzó sobre su espalda. La tierra tembló y
Brion gritó cuando la cuchilla del elfo se hundió más profundamente en su espalda. Sin
embargo el propietario de la hoja no emitió ningún sonido y cuando Brion rodó para
volver a ponerse en pie el parracreado había desaparecido por completo salvo por una
mancha viscosa a través de la parte posterior de la túnica del gigante.
Rhys sopesó recoger a Kiel y escapar con Maralen en contra de dejar a Brion a
merced de los elfos, y los elfos suyos. Debido a que la media docena restante de
parracreados no estaban teniendo ninguna suerte en cambiar de parecer a Brion sobre la
pelea Rhys no puso mucha fe en sus posibilidades de hacer lo mismo. ¿Podría recoger a
Kiel y volver a tiempo para hacerle algo de bien a Brion?
El gigante golpeó con ambos puños el suelo y envió una ola de choque a través
del suelo del bosque. Parracreados y árboles por igual fueron arrojados a un lado. Hasta
ahora el gigante lo estaba haciendo bien pero Rhys sabía que había más que suficientes
elfos cerca para derribarlo.
Un destello de plata fluyendo captó su ojo. Rhys vio a Eidren, que acababa de
saltar desde el suelo hasta la horcajadura de un árbol alto. El taercenn era a la vez rápido
y fuerte, su rostro un estudio de una calma natural.
Brion arrebató a un parracreado en cada mano y los llevó juntos con un fuerte
aplauso. Alzó sus manos cerca de su rostro, miró dentro y dijo: "Bah."
"Suficiente." Eidren no levantó la voz pero sus palabras se superpusieron
claramente a través del ruido y el clamor. El restante parracreado se congeló en su lugar,
listo para saltar o golpear si Brion se abalanzaba hacia ellos. El gigante, confundido por
la parálisis repentina de sus enemigos, se limpió las manos en su vientre.
"¿Se dan por vencidos?" dijo.
Eidren saltó del árbol y voló alto sobre la cabeza de Brion. El taercenn se inclinó
por la cintura cuando llegó a la cúspide de su salto. Giró en un elegante salto mortal y
aterrizó con fuerza conduciendo sus piernas rectas en la parte superior del cráneo de
Brion.
Brion parpadeó. "Ay," dijo. Dio un manotazo hacia el taercenn pero Eidren saltó
por lo que Brion golpeó su propia cabeza. Cuando Eidren pasaba junto por delante de la
boca abierta de Brion el taercenn extendió su brazo y tiró algo en el interior de la
garganta de Brion. El gigante jadeó y se zarandeó. Apretó las manos contra su propia
tráquea y se tambaleó hacia atrás mientras intentó despejarse la garganta exprimiendo y
tosiendo.
Eidren aterrizó a los pies de Brion y caminó con gracia. El ágil elfo se detuvo en
la base rota del árbol de Rhys. Cuando Rhys finalmente se arrastró fuera de las ramas
Eidren enderezó cuidadosamente su ropa, volvió a arrojar su capa sobre sus hombros, y
sólo entonces se volvió hacia Brion.
Rhys vaciló, congelado por la horrorosa visión. La cabeza calva de Brion y el
rostro carnoso estaban enrojecidos de un profundo carmesí. Los ojos del gigante
quedaron en blanco y cayó pesadamente de rodillas, enviando un temblor a través del
suelo del bosque. Brion tosió escupitajos de espuma negra violácea y Rhys percibió el
inconfundible olor amargo y cáustico de la selenera.
"Por tus brutos insultos a los cazadores de la Manada Cicuta y a toda la Nación
Bendecida," declaró Eidren, "muere."
Brion regurgitó una vez más. El gigante dejó escapar un pequeño y suave
suspiro que se convirtió en un jadeo y luego en un traqueteo. Con sus diez dedos todavía

182
hundidos en su propio cuello Brion se inclinó hacia delante y aterrizó boca abajo en el
suelo. Eidren sonrió triunfalmente.
Rhys saltó. Brion estaba muerto y sería lamentado pero sólo si Rhys lograba
salir vivo de allí. El taercenn era rápido pero Rhys estaba desesperado. El proscrito
estuvo sobre Eidren ante de que el Perfecto acabara de jactarse de su victoria
derribándolo al suelo. El elegante elfo dejó escapar un gruñido menos elegante en el
impacto y Rhys sujetó una de los gruesos y robustos cuernos de este. Retorció la cabeza
del taercenn a un lado, envolvió su otro brazo alrededor de la tráquea del perfecto, y
apretó.
"Tranquilo Taercenn," silbó Rhys. Sostuvo el cuello de Eidren y agregó, "Tengo
la costumbre de matar a mis oficiales superiores, ¿recuerda?"
El cuerpo del taercenn se relajó y Rhys aflojó la presión para permitirle hablar,
"Háganse a un lado." Su guardia de honor de parracreados obedeció inmediatamente,
alejándose de Rhys y su amo hasta que quedaron alineados junto al cuerpo de Brion.
Rhys hizo poner en pie a Eidren cuidando de mantener su feroz apretón en la
garganta y el cuerno del taercenn. Hizo retroceder forzosamente a Eidren hasta que
sintió el robusto tronco del árbol roto detrás de ellos.
"Bueno," dijo Eidren. "Ya me tienes. ¿Ahora qué vas a hacer conmigo?"
Rhys no respondió. Era otra pregunta a la que él no tenía ninguna buena
respuesta.

* * * * *

Maralen estaba sentada tamizando a través de la información que le había


proveído la pandilla Vendilion. Sus pensamientos corrieron velozmente pero ella sabía
que esto era demasiado importante como para apresurarse, incluso si Rhys volvía en
cualquier momento. Si el mundo iba a cambiar ella también cambiaría, y no volvería a
lo que era sino a algo totalmente nuevo y diferente. Algo libre.
Casi todo estaba en su lugar, todo el mundo estaba casi listo. Iliona y Veesa
estaban resultando fiables hasta ahora o, por lo menos, característicamente centradas en
el beneficio a corto plazo que Maralen les había prometido. Endry era otro asunto. El
único hermano de la Pandilla Vendilion se resistía obstinadamente a su parte del plan y
la suya era la parte más crucial.
"Sólo haz como yo digo," susurró Maralen.
La voz de Endry fue lastimera en sus oídos. "No quiero."
"Nosotros ya te lo hemos explicado. Haz esto por mí y no necesitarás volver a
escucharme jamás."
"Claro, como tú digas. Pero ¿dónde está la prueba?"
"Iliona y Veesa ya han acordado."
"Pues deja que ellas se encarguen."
"Ustedes son la Pandilla Vendilion. Actúan juntos. Todo está arreglado."
"Pero ella es mi amiga... ahora. Más o menos."
"Y lo seguirá siendo. Todo está a punto de cambiar. Todo excepto ella y
nosotros si sólo haces lo que te pido."
Endry se quedó en silencio por un momento y luego dijo: "¿Esto tiene que
suceder? Yo tengo un montón de amigos, ¿sabes? Me consideran un hada muy popular
y heroico en ciertos círculos."
"Tiene qué suceder. Nada puede detenerlo. Pero nosotros podemos asegurarnos
de que suceda de la manera que todos queramos." Maralen percibió vacilar su
resistencia. Se concentró cuidadosamente en aplicar la influencia que ella ejercía sin

183
provocar otra rabieta. "Yo hablo con la voz de Oona, Endry, la Reina de las Hadas y la
madre de todos ustedes. Recuerda eso. Ella decretó que ustedes debían hacer lo que yo
quiero, no lo que ustedes quieren. Yo quiero que hagas esto y así hay que hacerlo."
"Bien," escupió Endry. "Te diré cuando esté listo."
Endry rompió su conexión y Maralen exhaló. Cada pequeño paso era doloroso
pero la llevó más cerca de su meta. Abrió sus ojos y se inclinó hacia delante para
levantarse. Estaba a mitad de camino cuando una sacudida enceguecedora de agonía
recorrió todo su cuerpo y la hizo caer a tierra sin aliento.
Mi querida, por fin has cometido un error. La presencia de la Reina de las Hadas
atravesó la mente de Maralen y la elfa de cabellos oscuros se estremeció. La voz de
Oona fue solitaria, sin el coro distante que la acompañaba. Y uno muy torpe.
Maralen se obligó a respirar. Su rostro estaba tan cerca de la tierra que se llenó
de pequeñas partículas de suciedad. "Llegas tarde," dijo con voz áspera. "Demasiado
tarde. Dentro de unos momentos me iré a un lugar donde no puedas seguirme."
No hay ningún lugar donde no pueda seguirte, mi hija errante. Yo te hice lo que
eres.
Maralen mostró sus dientes afilados. "Entonces la que realmente has fallado eres
tú, mi Reina, porque yo no soy lo que tú hiciste."
¿No? ¿Entonces qué eres si no eres mi creación? ¿Un elfo un poco más grande
de lo normal? ¿Un kithkin esbelto? ¿O simplemente un involuntario catalizador al
desastre?
La visión de Maralen onduló. Una vez más ella estaba en el bosque cerca del
Valle Escudilla, mareada, sin dirección más que un anhelo medio-formado de estar
cerca del elfo llamado Rhys cuya magia de tejo sintió cerca.
Rhys, pensó Maralen. ¿Dónde estaba? ¿Había vuelto?
He sido más que generosa, dijo Oona. Pero mi paciencia no es infinita.
Devuelve lo que has tomado de mí ahora, de buena gana, o deberé arrancarlo de tu
cadáver.
"Eso no sucederá," dijo Maralen parándose con dificultad. "La Pandilla
Vendilion es mía. Mía hasta que la libere.
Pero sucederá, respondió Oona. Tú mismo lo dijiste. Está sucediendo ahora.
Un amplio anillo de setas blancas brotó en el suelo rodeando a Maralen en un
círculo de seis metros. Estoy yendo, ladrona. Prepárate.
"Te desafío, Oona." Dijo Maralen enseñando sus dientes blancos y afilados en
una alegría salvaje. "Ahora eres tú quien ha cometido un torpe error. No me atreví a
esperar que fueras tan tonta como para dejar Glen Elendra. Pero lo has hecho… y no
eres bienvenida aquí."
¿Ah, sí? ¿Y qué te hace pensar eso? Mis raíces se extienden por todo Lorwyn,
hija. Yo puedo manifestarme en cualquier lugar.
La hierba en el interior del anillo blanco se hizo más alta. Las hojas se enrollaron
una alrededor de la otra y se acurrucaron juntas formando una gran montaña de verde.
"No. No aquí." Maralen sintió verdadero pánico en su interior. La voz lejana de
Oona había hecho poner de rodillas a la doncella elfa. ¿Qué le haría a Maralen la
presencia real de la Reina de las Hadas?
Ella se puso en pie y saltó por encima del montículo de vegetación. Maralen
aterrizó corriendo, dirigiéndose hacia el bosque donde había ido Rhys. No se atrevió a
enfrentarse a Oona por si sola pero con Rhys a su lado…
En una ocasión anterior la combinación de Oona, Maralen y Rhys habían puesto
en marcha una onda explosiva de fuerza tóxica. Si una segunda alineación así llegaba a
producir un resultado similar eso sería suficiente para ahuyentar a Oona, o quizás hasta

184
herir a la Reina de las Hadas. Maralen no necesitaba conquistar a su némesis. Sólo tenía
que defenderse de ella por un tiempo.
Maralen se introdujo profundamente en la reserva del poder arcano que Oona le
había dado, ella aún podía comandar a este poder, y sintió sus músculos hacerse más
fuertes. Su ritmo se incrementó, su vista y oído se hicieron más agudos. Las plantas y
arbustos en su camino silbaron y susurraron, doblándose instintivamente y haciéndose a
sí mismos a un lado para que ella pasara a través sin tocarlos y luego volvieron a su
posición anterior.
Un coro de voces etéreas y hojas susurrantes se hizo cada vez más fuerte desde
el valle detrás de Maralen. La doncella elfa siguió corriendo.
Encontraría a Rhys. Plantaría resistencia. Oona volvería a ser derrotada. Y
Maralen sería libre.

* * * * *

La guardia de honor de parracreados no hizo ningún movimiento agresivo pero


el peso combinado de su extrema atención hizo poner nervioso a Rhys. Él apretó su
agarre sobre Eidren. "Te mataré si tengo que hacerlo," dijo.
"No tengo la menor duda. Preferiría evitar ese resultado, por supuesto. ¿Cuáles
son tus condiciones?"
La mente de Rhys aceleró. "Ordena una retirada," dijo. "Envía a toda la manada
de vuelta al Barranco Dauba. Te liberaré una vez que se hayan ido."
"Hm. No, eso no se ajusta a mis necesidades en absoluto." Eidren enderezó su
cabeza poniendo sus cuernos rectos en el agarre de Rhys con sólo los músculos de su
cuello. La fuerza del Perfecto fue inesperada y notable. Rhys tuvo que ceder o correr el
riesgo de romperse su propio brazo. El elfo arruinado redobló sus esfuerzos pero Eidren
alzó casualmente la mano y quitó el brazo de Rhys de su garganta. Rhys resistió pero
fue lo único que pudo hacer para mantenerse firme.
El noble elfo, sin soltar la muñeca de Rhys, se salió de debajo del agarre de su
enemigo y lanzó al ex daen al suelo. Rhys se recuperó y lanzó un puño cerrado al rostro
sonriente de Eidren. El taercenn lo esquivó fácilmente pero cuando Rhys pasaba a su
lado estrelló sus cuernos rotos en el pecho de Eidren.
La cabeza del exiliado se detuvo en seco como si hubiera embestido un muro de
piedra. Eidren miró hacia abajo con una mirada que mostró más inconveniencia que
dolor. Movió su brazo y dándole un revés a Rhys lo envió volando contra el tronco de
un árbol retorcido.
Rhys cayó al suelo tan aturdido por la sorprendente fortaleza de Eidren como por
el impacto. No había explicación para el poder del taercenn, a menos que…
Rhys levantó su cabeza. Imágenes borrosas y duplicadas de Eidren se acercaron
a él. Los cuernos cercenados de Rhys habían rasgado a través de la túnica del taercenn y
el pecho de Eidren había quedado al descubierto.
Parracreado, se dio cuenta Rhys con una enfermiza sensación. Una coraza de
gruesas y duras parratejidas cubría su torso. El amo de los parracreados Cicuta estaba el
mismo encantado con idéntica magia.
"Esto se ha convertido en una farsa," dijo Eidren. "Y no era en absoluto como yo
había querido que fuera nuestro primer encuentro. Permíteme hacer esto fácil para ti,
desgracia visual." Tomó a Rhys por el cuello y sostuvo el brazo extendido sin indicios
de esfuerzo. Rhys se atragantó y ahogó, incapaz de hacer otra cosa que agitar sus manos
y mirar a las trenzas de madera tejidas en el pecho de Eidren.

185
Eidren señaló más allá de Rhys a Brion. "Esa criatura," dijo, "insultó a la
Manada Cicuta y al orgullo de la Nación Bendecida. Él ha pagado el precio. Ahora tú
debes decidir si vas a permitir que tus propios insultos y blasfemias permanezcan y así
seguirle a él en una muerte horrible o si vas a honrar a la Nación y a ti mismo. Me
servirás a mi, Rhys, como mi agente o como el ejemplo que haga de ti. La Nación
Bendecida se beneficiará de un modo u otro."
Rhys sintió sangre corriendo por su rostro. Tenía las piernas entumecidas y su
columna vertebral dolorida. Apenas pudo reunir aliento como para responder y mucho
menos defenderse o escapar. Su visión se empañó de gris, luego de oscuro carmesí.
La férrea presión de Eidren cedió ligeramente, sólo por un segundo, y Rhys
escuchó al taercenn hablar en voz baja, casi para sí mismo.
"¿Maralen?" dijo Eidren y su tono fue confuso, vacilante.
"¡Aléjense de él! Todos ustedes. Ahora." La voz fue de Maralen pero lo fue
templada y afilada como el acero.
Alguien gritó y Rhys sintió moverse. Aún ciego, a él le pareció que el mundo
mismo se levantó y se estrelló contra el costado de su cabeza. El ruido lo ensordeció
temporalmente mientras los dedos de Eidren resbalaron de su garganta. Rhys flotó sin
rumbo, boca arriba, en una piscina sin fondo de negro. Entonces sintió una tierra dura e
inflexible bajo su espalda.
El cerebro aturdido y nublado de Rhys apenas registró los horribles sonidos a su
alrededor pero sus agudos oídos bebieron cada uno de ellos: los gritos, el asqueroso
ruido húmedo a carne desgarrándose, el perforante crujido de madera y hueso
quebrándose. Los gritos y alaridos pronto se detuvieron pero el resto continuó por
muchos segundos terriblemente largos. Cuando esos también por fin se calmaron la
poderosa y tranquila voz de Eidren se desplegó a lo largo del bosque.
"Saludos, Maralen de los Mornsong. Si efectivamente eso es lo que eres."
La voz de Maralen fue igual de fuerte y segura. "Deja este lugar, Taer. Ahora. O
habrá más sangre de Hojas Doradas en mis manos y tu conciencia."
Rhys se esforzó por levantar la cabeza. Sintió sus párpados abrirse pero no vio
más que vertiginosos destellos de luz púrpura y blanca.
"Señorita, yo no puedo estar de acuerdo con eso. Tengo negocios con usted tan
seguro como que los tengo con esta desgracia visual."
La visión de Rhys se aclaró lentamente. El bosque a su alrededor tomó forma,
primero como vagas siluetas ensombrecidas de árboles. Él parpadeó y se concentró
hasta que pudo ver a Maralen y Eidren uno frente al otro a través del valle. No había
otros elfos o desgracias visuales de pie aunque había al menos una docena de cuerpos
triturados y quebrados esparcidos por el bosque.
Inexplicablemente Maralen le dio la espalda a Eidren y enfrentó al bosque detrás
de ella. "¿Dónde estás ahora, Reina de las Hadas?" Su tono fue salvaje, triunfante. "¿Te
fuiste demasiado pronto? ¡Pensé que habías venido por mí!
"¿Entonces era eso lo que temía que viniera por usted? ¿Acaso ya es demasiado
tarde después de todo?" Maralen se volvió hacia Eidren y ladeó la cabeza. "¿O
simplemente tiene miedo de mí?"
Eidren solo se quedó sorprendido por los desvaríos de Maralen. Rhys supo cómo
se sentía.
"Está sucediendo." Dijo Maralen haciendo una burlona reverencia a Eidren. "Y
no tengo más tiempo para usted. Usted debe salir de aquí, Taercenn. Insisto." La
doncella elfa echó los brazos hacia fuera y un fuerte viento negro salió corriendo de su
cuerpo al de Eidren. La corriente de aire oscuro hizo volar a Eidren y lo llevó por

186
encima de la línea de árboles. Para su crédito el noble hombre no pronunció un solo
sonido mientras se arqueó fuera de la vista.
Rhys sintió las pequeñas manos fuertes de Maralen acunando su cabeza. La miró
a los ojos mientras ella le acariciaba la frente.
"Descansa ahora, Daen," dijo ella. "Yo puedo arreglar esto, puedo arreglarlo
todo. Descansa aquí y volveré tan pronto... tan pronto como haya hecho lo que hay que
hacer." Maralen bajó suavemente la cabeza de Rhys al suelo del bosque y se levantó. Le
sonrió mirando hacia abajo con ojos tristes, luego se giró y salió fuera de la vista.
Rhys, incapaz de hablar o incluso mover la cabeza, dejó que sus ojos se cerraran
y trató de hacer que su cuerpo le obedeciera.
Rhys. ¿Puedes oírme? Rhys reconoció la voz del retoño al instante. No era como
la de Colfenor pero sonó en su cabeza con la misma fuerza y claridad que la del árbol
anciano.
"Si," dijo Rhys. Incluso en un susurro las palabras enviaron oleadas de dolor a
través de su cráneo.
Quería decir adiós. Desearía que hubiéramos tenido más tiempo para hablar.
Tal vez lo haremos en el otro mundo.
Rhys vaciló. ¿Cómo debía responder? ¿Cómo podría responder?
Entonces el retoño gritó con un gemido aterrador de angustia que ahogó a todos
y todo a su alrededor.

Capítulo 21

Cenizeida vislumbró al retoño cuando emergió por la cima de la larga escalera


de piedra que conducía fuera del monasterio Brasa Caída, tal como ella había sabido
que lo haría. El tejo levantó un brazo de madera ennegrecido pero en proceso de
curación a modo de saludo y se quedó esperando pacientemente a que la llameante
llegara hasta ella. Pacientemente, según vio Cenizeida, y probablemente dolorida. A esa
distancia no era tan fácil de detectar pero el retoño todavía tenía muchas heridas y
cicatrices de la terrible experiencia con los demonios eólicos. La llameante sintió una
punzada de pesar pero teniendo en cuenta lo que ella pretendía fue sólo una punzada.
Aceptar el destino de uno era una cosa, reflexionó Cenizeida, pero ¿que si tu
destino era como una herramienta? ¿Un arma? ¿Una vasija? ¿Qué, pues? ¿Por qué ella
debía aceptar un rol impuesto sobre ella cuando podría forjar uno propio?
Ella no expresó ninguna de estas preguntas luego de saludar al retoño, causando
una culpa aún más palpable que se unió a la pena en una parte del corazón ardiente de
Cenizeida que ella apagó de su conciencia lo mejor que pudo.
"Retoño," dijo, "es hora."

187
"Sí, Cenizeida de Tanufel," afirmó el retoño. "Los deseos de Colfenor se
cumplirán y nuestros destinos nos llevarán a otra edad. Me alegro de que hayas decidido
aceptar tu papel."
"Y yo el tuyo," contestó Cenizeida. Volvió su rostro hacia la cima de la montaña
y el cielo más allá. El elemental había reaparecido, más glorioso que nunca contra las
nubes de tormenta cada vez más oscuras. Eran los primeros nubarrones vistos por los
habitantes de Lorwyn que ellos recordaran pero la llameante peregrina los reconoció
inmediatamente. Más allá de esas nubes, muy por encima de ellas, Cenizeida vio los
primeros destellos de espectáculo de luces de la Aurora. "Esas nubes," dijo. "No falta
mucho para que el agua caiga del cielo. Qué extraño."
"Está esperando por nosotros," dijo el retoño. "¿Puedes verlo?"
"Puedo."
"Es hermoso."
"Así es," reafirmó la llameante. Y cruel, añadió en silencio. Parecía que el
elemental había estado alimentándose del poder dentro del Monte Tanufel al igual que
había hecho la peregrina. El elemental, en comparación a su estado cuando ella había
visto por primera vez a la cosa desaliñada siendo conducida desde su prisión en
Kinsbaile, casi había duplicado su tamaño físico aparente y ahora parecía un caballo
alado de unos seis metros de altura aunque Cenizeida sabía que el aspecto, sobre todo
con los elementales, podría engañar bastante. Sus gloriosas alas doradas se mantuvieron
en alto y encendidas con llamas blancas azuladas que brillaban como un faro contra los
hinchados nubarrones.
Ella se giró hacia el retoño y le hizo señas para que le acompañara. "Ven. No
debemos llegar tarde."
Más allá del monasterio, un camino que al parecer era poco utilizado los llevó
directamente a la cumbre. Para alivio de Cenizeida no se encontraron ni un solo
demonio eólico, gigante de roca, o avalancha en el camino. Con cada paso ella pudo
sentir la conexión con el elemental cada vez más fuerte y más fuerte. Pero esta vez ella
sabía qué esperar. Estaba preparada.
Con el elemental para orientar su camino y acelerarlos con dones de poder y
fuerza no pasó mucho tiempo para que la extraña pareja llegara a la cima de la montaña.
"La más pura de las llamas, monarca ardiente, Señor de la Purificación, nos
sentimos honrados más allá…" dijo Cenizeida justo cuando un rayo refulgió en la ladera
norte de la montaña y envió el ensordecedor sonido de un trueno rodando a través de la
cumbre. En lo alto las luces de la Aurora casi fueron tragadas por las negras nubes de
color púrpura y deslumbrante relámpago blanco.
La peregrina se aclaró la garganta para empezar de nuevo y se lo pensó mejor
cuando otro rayo multi-bifurcado golpeó cerca. "Estamos listas."
"Sí," dijo el retoño tomando su lugar al lado de Cenizeida. "Estamos listas."
Entonces comencemos, dijo el elemental.

* * * * *

¿En que andas hombrecito? Susurró la voz de Maralen en el interior de la


diminuta cabeza de Endry. Las piezas del rompecabezas aún no están todas en su lugar.
¿Dónde está tu retoño?
En el camino, Endry respondió. Tuvimos un pequeño contratiempo. Tuvimos
problemas para conseguir hacer crecer tus setas. Ella está muy verde.
No me falles, Endry. Yo no soy la única que cuenta contigo. Tus hermanas
quedarán terriblemente decepcionadas si no lo haces. ¿Has estado alejado de la

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pandilla por mucho tiempo? ¿O acaso debo enviar a Veesa o Iliona para completar tu
trabajo?
¡No! Respondió Endry. Sólo un minuto. ¡Ahora déjame en paz o mi fallo será tu
culpa!
El hada entonces hizo algo que ni siquiera había pensado que fuera posible:
obligó a Maralen a salir de su mente. Desde el último anillo de hadas de contacto ella
había mantenido un zarcillo de pensamiento en su cráneo reprendiéndolo de vez en
cuando para que se diera prisa pero sobre todo para hacerle saber que no le había
soltado su correa. O al menos así fue como Endry había optado por tomarlo.
"Bueno, pues ahora estoy libre de la correa," dijo Endry. "¡Toma esto imbécil
vaca campestre!"
"¿Qué has dicho?" preguntó Nora que estaba ajustando la segunda de sus dos
libélulas a su aparato alado después de haber permitido comer y beber a los insectos
entrenados.
"¡Dije," le dijo Endry mientras giraba en el aire para hacer frente a su amigo
terrenal, "una mentira! ¡A ella! ¿Qué te parece?" Apenas podía creer en él mismo.
"¿Entonces vamos a hacerlo?" preguntó Mullenick colocándose su artilugio
mosca sobre los hombros.
"Por supuesto," dijo Endry. Luchando contra náuseas que le hicieron sentir como
si su torso fuera a desgarrarse en dos flotó alrededor de dos líneas paralelas de hadas de
Poblado Terrenal, todos ellos colocándose o ya vestidos con sus propias alas de
insectos. Endry imaginó que así era como se sentirían los generales famosos de la
antigüedad en la víspera de una gran batalla, fueran quienes fueran y fuera lo que fuera
esa “víspera”.
"¡Hadas de Poblado Terrenal!" empezó a decir. "Ustedes saben por qué estamos
reunidos aquí y lo que está en juego. Esto no va a ser fácil. No hay ni siquiera uno de
ustedes ratas de tierra que pueda levantar una cuarta parte de lo que yo pueda llevar con
dos piernas rotas pero juntos ustedes levantaron la red que provocó la caída de un
gigante. ¡Un gigante de verdad! ¡Y también casi derribaron al retoño! Esa fue una de las
cosas más divertidas que he visto en mi vida, de verdad. Todos ustedes deberían estar
orgullosos de eso."
"Endry," dijo Nora, "concéntrate."
"Así que lo que les estoy diciendo es que todos ustedes pueden hacer cualquier
cosa siempre y cuando me tengan a mi. Y se tengan el uno al otro. Ahora yo tengo
nuestro plan de vuelo resuelto pero si se pierden sólo sigan a su compañero de vuelo.
Nora y Mullenick también conocen la ruta."
"Pero Endry," dijo una joven terrenal llamada… algo que comenzaba con un
sonido "Z". O tal vez un sonido "B". Endry no era bueno con los nombres. Pero sin
duda la había visto antes y sabía que tenía un nombre. "¿No deberíamos hacer lo que
dice tu ama? Si Oona se entera de esto…"
"Oona la odia tanto como lo hacemos nosotros los Vendilion," le aseguró Endry
a la joven B-o-Z. "¡Cuando seamos victoriosos la Gran Madre escuchará de su ingenio,
coraje y audacia frente a insuperables adversidades y yo les juro por mi honor como un
hada Vendilion que le diré que todos ustedes existen!" Unos gritos dispersos de aliento
dejaron a Endry con una sensación de que algo faltaba. "¡Se lo diré... dos veces!"
Los vítores de los terrenales ahogaron el zumbido de las alas cuando la pequeña
flotilla aérea despegó hacia los cielos en un estallido de luz y color.

* * * * *

189
Una agonía atravesó la mente de Rhys como una flecha, dejándolo de rodillas.
Le tomó hasta la última gota del entrenamiento de Colfenor, últimamente casi olvidado,
el empujar el puñal de sus pensamientos para calma el dolor. El dolor no era el suyo.
Era el de ella. Del retoño. Ella era una criatura de Colfenor, su descendencia. Todo lo
que era él pero sin nada de su sabiduría o experiencia. Ahora ella tenía sus propias
experiencias, un dolor punzante, por ejemplo.
Rhys se estaba dando cuenta al fin que él, a pesar de todo, no podía y no sería
nunca más la criatura de Colfenor. Estaba perdido. Había asesinado a muchos elfos,
algunos de ellos sus propios amigos. Había hecho de cualquier persona que había tenido
contacto con él un blanco para su ejecución, y había traicionado su juramento a
Colfenor permitiéndole al retoño vagar libremente a su perdición como un niño a un
matadero.
¿Qué era lo que había logrado realmente volviéndose en contra de la Nación? ¿Y
con qué propósito? Todas las personas a las que él se había dedicado se habían ido.
Maralen, sea quien sea y fuera lo que fuera, no era de confianza. Sygg y Brigid habían
desaparecido de la faz de Lorwyn y el retoño estaba en lo que parecía estertores
agónicos encima del nublado Monte Tanufel donde los destellos y chispas no venían de
rayos sino de un furioso infierno llamado Cenizeida.
"Taercenn Eidren," dijo Rhys, "Acepto su oferta. Serviré a la Nación y sólo a la
Nación hasta el día que muera."
A lo lejos la agonía del retoño continuó incesantemente pero Rhys apenas podía
sentir su grito en absoluto.
"Esperemos que ese día no sea demasiado pronto," dijo Eidren. "No se
arrepentirá de su decisión."
Un rayo de intermitente energía blanca atravesó el cielo, que se estaba llenando
de nubes oscuras y
deformes que
tenían tanto en
común con el
clima habitual de
Lorwyn como un
saltanejo con una
liebre común.
Estas eran nubes
temibles, feroces
con el color de la
profundidad de un
río, la infinitud de
una cueva, y una
tumba violada. Las
nubes pasaron
formando
turbulentos
remolinos de energía crepitante y enviando otro arco de relámpago, algo de lo que Rhys
había oído hablar pero nunca había visto en toda su vida, estrellándose contra el suelo y
esta vez mucho más cerca.
"No," dijo Rhys. "Ahora no. Todavía no, yo no tengo…"
"Lo que tú no tienes es inmaterial. Lo que tienes es una nueva manada. Has
tallado tu propio lugar en la historia de la Nación Bendecida aunque sólo sea por unos
pocos elegidos con el derecho a leer tu nombre. Y además ya has acordado," dijo Eidren

190
"Cualquier arrepentimiento que estés sintiendo existiría con o sin este clima. Ahora no
te desdigas, mi amigo arruinado. Las consecuencias serían muy lamentables para los
dos pero para ti sería instantáneamente fatal." Las impecables facciones del Perfecto
estaban divididas con un ceño fruncido. "¿Me he hecho entender?"
Rhys consideró una estocada suicida. El mundo en sí parecía estar llegando a su
fin. ¿Qué importaba si él ahogaba la vida de este Perfecto arrogante y calculador?
Eidren miró a Rhys por sólo un momento pero en ese momento el ex daen no vio miedo
o preocupación sino el mismo reto y amenaza implícita que había estado en su voz.
Aquí había una oportunidad de volver a servir a los ideales en los que creía. Sin
una masacre boggart o una caza de merrows sino un trabajo que ayudaría a preservar a
su gente. La gente que él creía le había abandonado. Pero al final sólo la Nación
Bendecida querría tener algo que ver con él.
"Le he comprendido Taer," dijo Rhys de rodillas e inclinando la cabeza. "Mi
vida es suya para usarla como usted elija."

* * * * *

Noche, da tu abrazo al mundo, entonó el elemental. Los fuegos de la vida y las


raíces del conocimiento perseverarán, se alimentarán, crecerán y perdurarán.
"Noche, da tu abrazo al mundo," dijeron Cenizeida y el retoño al unísono. "Los
fuegos de la vida y las raíces del conocimiento perseverarán, se alimentarán, crecerán y
perdurarán."
Cuando el alba de paso al día, el día al atardecer, así la noche dará paso al
alba. Los fuegos de la vida y las raíces del conocimiento perseverarán, se alimentarán,
crecerán y perdurarán.
"Cuando el alba de paso al día, el día al atardecer, así la noche dará paso al
alba...." Y así fue como pasaron minutos preciosos acercándose cada vez más a la luz
completa de la Aurora que marcó el punto de inflexión, la retirada de la jornada y el
comienzo de la noche.
Cenizeida y el joven tejo permanecieron de pie uno al lado del otro delante del
imponente elemental como escolares kithkin en penitencia. Varios minutos y el inicio
de una tormenta en toda regla después la peregrina comenzó a preguntarse si alguna vez
llegaría su oportunidad, si alguna vez vendría la Aurora.
Y tú serás la luz que nos guíe a través de la oscuridad y por el otro lado.
"Y tú…" empezó a decir Cenizeida pero notó que el retoño no se unía a ella.
No había necesidad de repetir eso, dijo el elemental.
"Entiendo," dijo la llameante. Investigó los cielos, ahora imposiblemente rojos y
tormentosos. "No esperaba que fuera tan pronto."
"Si no es repentino ni terminara en un abrir y cerrar de ojos," dijo el retoño,
"entonces más lo recordarían. Esa fue la creencia de Colfenor. Espero con interés la
oportunidad de saber si estaba en lo cierto."
Y como para dar un ejemplo las lluvias que habían comenzado tan de repente
terminaron sin previo aviso con la explosión de un trueno que sonó como si Lorwyn
misma se hubiera partido en dos. Las luces y colores dentro de las nubes parecieron
arder a través del vapor de agua hasta que las nubes apenas quedaron visibles y todo el
cielo fue un lienzo negro, adornado con tapices de colores cambiantes adecuados para
dioses.
Ahora, dijo el elemental.
Cenizeida y el retoño se volvieron hacia el elemental sin decir una palabra. Este
inclinó con solemnidad su musculoso cuello y las envolvió en sus alas de fuego.

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En el interior la llameante peregrina pudo sentir el cenit de la Aurora
acercándose. Ella tenía que cronometrar esto perfectamente antes de que el elemental o
el retoño pudieran reaccionar.
Milagrosamente el retoño todavía estaba más o menos intacto, ni siquiera con
una aguja caída o una rama humeante, dentro de la catedral con cúpula de las alas del
elemental. Las paredes de la catedral crepitaban y brillaban con todos los colores del
fuego, el maná, el pensamiento y el poder. Cada uno que azotó a Cenizeida o a su
homóloga arbóreo envió una oleada de conocimiento y energía en su interior, y las dos
juntas se hicieron fuertes.
Al mismo tiempo el elemental estaba succionando formas más sutiles de energía
de sus compañeros participantes en ese extraño ritual de fuego. Cenizeida podía sentir al
elemental desgarrándole detalles de su propia historia así como de la del retoño pero eso
sólo fue el comienzo. El elemental quería ir a donde quisiera. El retoño, por otro lado,
era simplemente descuidada e inexperta, lo cual era una lástima, pero Cenizeida ya
había tomado su decisión.
En el vigésimo octavo latido Cenizeida habló. "Deberías tener cuidado al
invitarte a ti mismo a entrar," le dijo al elemental. "¿Qué pasa si alguien cierra la puerta
detrás de ti y nunca logras salir?"
Veintinueve.
Cenizeida estiró un brazo largo y ardiente y envolvió una mano fuerte
apretadamente alrededor del brazo del tejo. "Lo siento," dijo ella.
"¿Cenizeida de Tanufel?" logró decir el retoño antes de que la llameante metiera
su otra mano libre en la cúpula de fuego. Ahora ella era un conducto entre los dos pero
la peregrina también tenía intención de ser un sifón. Tomaría todo el poder del
elemental, no sólo un préstamo o el valor de un conducto. El elemental se fusionaría con
sus llamas vivas. El retoño también se consumiría. Fuego elemental fluiría por los
brazos de Cenizeida y viceversa durante todo el tiempo que ella pudiera aguantar… o
tanto como durara la Aurora.
Treinta. Las ramas restantes del retoño estallaron en llamas.
"¡Resiste retoño de tejo!" chilló una voz ridículamente pequeña en el momento
en que la Aurora llegaba a su ápice. Endry entró como un rayo por las alas de fuego
dándose frenéticas palmaditas a sí mismo mientras dio la vuelta en el aire, fuera de su
alcance, y volvió a gritar, "¡Terrenales! ¡Ataquen!"
Treinta y uno.
El interior de la "cúpula" del elemental, ya empezando a parpadear y
chisporrotear debido a los esfuerzos de Cenizeida, se llenó con la pandilla de rescate
más extraña que la llameante hubiera visto en su vida: veinte hadas, ninguna de ellas
con alas verdaderas pero todas llevando rudimentarios artilugios propulsados por
insectos. El breve contacto con las alas de fuego no le causó a los terrenales ningún
problema en absoluto pero encontrar lugares donde agarrarse del retoño en llamas sin
ponerse en el camino de la poderosa magia de fuego resultó difícil. Si Cenizeida no
hubiera estado concentrada en tomar todo lo que tenía el elemental podría haber
detenido fácilmente a la pandilla de terrenales de Endry de lograr cualquier cosa.
Treinta y dos.
Pero en ese momento el poder ya tenía un sabor dulce. Cuando el equipo
improvisado de Endry comenzó a tirar del retoño gritando Cenizeida no ofreció casi
ninguna resistencia. El propósito del retoño se había cumplido, aunque no como la
descendencia de Colfenor había esperado, y este ya no era de ninguna otra importancia.

* * * * *

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Maralen observó el cielo con una sonrisa. La tendencia independiente de Endry
tendría que ser tratada, asumiendo que él sobreviviera a la Aurora, pero aún así ya había
hecho el trabajo. El pequeño grupo de setas blancas que él había fijado en silencio en el
cuello del retoño estaba tan cerca como un pensamiento para ella y mientras el
elemental tomaba a la llameante y la arbórea en su abrazo ardiente Maralen tomó una
posición igualmente dramática, sus manos extendidas hacia los cielos caóticos, en
espera de la llegada de la energía. Energía en una escala que la liberaría de su deuda con
la llamada Gran Madre, Oona.
Y si Maralen podía hacer a un lado al ser vivo más antiguo del mundo dudaba de
que hubiera alguien a quien ella no pudiera derrotar.
Un rayo cayó a menos de treinta metros de distancia y Maralen oyó a un árbol
muriendo con un lento dolor, uno que casi había estado a punto de caminar, haciendo la
transformación final de árbol a arbóreo. "Estás mejor así," murmuró con ironía.
A su alrededor, en la tierra, los árboles, todo ser viviente, el mismo cielo, un
puro poder crepitó y ardió cuando dos realidades se encontraron la una a la otra.
Chocaron, se abrazaron, se fusionaron.
Estos dos mundos se solaparían durante sesenta latidos de corazón y cuando se
separaran de nuevo los que sobrevivieran se enfrentarían a los vientos de la posibilidad
infinita. La Aurora había llegado a su punto máximo.
La inundación de energía descontrolada amenazó con abrumar a Cenizeida pero
aun así ella se regocijó en el poder. Este la levantó físicamente de la tierra,
transportándola al cielo con ardiente urgencia, y ella se entregó por completo a la fiebre
del conocimiento. Los secretos de Colfenor llenaron su mente demasiado rápido como
para contarlo. El secreto más simple de crear fuego de la nada. Por qué las hadas venían
de tres en tres. La curiosa relación entre boggarts y elfos. El ser vivo más antiguo de
Lorwyn. Las profecías de los gigantes. Una guerra olvidada entre arbóreos y kithkin.
Incluso las razones por las que el origen del Vinoerrante había escogido envenenar e
infectar a sus propios hijos en lugar de permitirles entrar en la oscuridad del nuevo
mundo antes de tiempo.
Maralen se preparó para recibir aún más poder mientras los colores en el cielo
alcanzaron una intensidad febril. Estaban en la marca de los treinta latidos de corazón,
la fracción de segundo en la que el día y la noche ocupaban exactamente el mismo
espacio y tiempo. El momento llegó. Dos mundos se congelaron en un equilibrio
perfecto entre lo que es y lo que será.
En ese preciso momento el flujo de energía se desvaneció sin dejarle a Maralen
nada de lo que apropiarse. Ella ahogó un gemido de furia y angustia cuando las llaves
para el nuevo mundo se escabulleron.
Los ojos de la doncella elfa se estrecharon después de unos instantes de
asombro. Segundos más tarde esos ojos ardían con una llama roja como la sangre.
Endry, pensó ella, espero por tu bien que nunca te vuelva a ver.
No tanto como yo lo hago, respondió Endry. Mi amigo el retoño envía sus
saludos.
Y diciendo eso Endry le dio a la mente de Maralen un empujón agresivo que casi
la derrumbó. Ella se quedó allí, echando humo y viendo la loca pesadilla de colores y
perturbaciones en el cielo, todos signos de la llegada de la gran Aurora.
La traición del hermano Vendilion, aunque desfachatada, no era sino una
irritación menor. Ella había ganado y ni siquiera una bofetada de insubordinación de su
siervo podría amargar la victoria. Ahora que había obtenido el poder para sobrevivir y
elegir su propio camino Maralen podía darse el lujo de ser magnánima. Por ahora

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dejaría pasar por alto la traición de Endry pero pronto, muy pronto, lo encontraría y
habría un terrible ajuste de cuentas.
Maralen sonrió e inclinó la cabeza hacia un lado. Permaneció de pie y miró
mientras las deslumbrantes luces de la Aurora cubrían el cielo.

* * * * *

"¿Esas son nubes?" preguntó Brigid mirando asombrada al cielo oscureciéndose.


"¿Por qué son tan... negras?" Estaba hundida hasta los tobillos en las orillas del lago del
origen a donde había entrado para conseguir echar una mirada más de cerca a los
sonidos de las explosiones de fuego procedentes de la cima del Monte Tanufel y se
sorprendió al ver que todo el cielo parecía haberse vuelto loco mientras que ella había
mirado hacia otro lado por unos pocos minutos.
"Son nubes," dijo Flyrne. "Pero algo anda mal con ellas."
Las habituales tenues nubes blancas y esponjosas que colgaban sobre Lorwyn
habían desaparecido junto con cualquier rastro de azul en el cielo para ser reemplazados
con imponentes nubarrones que brillaban y chispeaban con un iracundo poder. Una
descarga aserrada de un rayo cayó en el horizonte y varios segundos más tarde el trueno
casi hizo detener el corazón de Brigid. Nunca había oído nada como esto antes.
"¿Qué fue eso?" gritó la kithkin con sus oídos aún silbando.
"¡Eso es lo que me gustaría saber!" respondió Sygg de una manera similar.
"¡Es el fin del mundo!" gritó Flyrne. "¡Todos vamos a morir!"
"¡Flyrne! Nosotros no sabemos eso," dijo Sygg tratando de mantener su voz más
nivelada con la aparente esperanza de calmar a Flyrne. El gran merrow estaba
claramente entrando en pánico y Sygg tenía las manos llenas. Brigid aprovechó la
apertura para cuestionar aún más al origen.
"Origen," dijo Brigid, "¿qué está pasando? ¿El mundo está llegando a su fin?"
"No más que la orilla termina cuando la marea entra precipitadamente," declaró
el origen. Un segundo relámpago lamió el suelo unos pocos kilómetros más cerca, esta
vez seguido aún más rápido por un trueno. Esta descarga iluminó por detrás la forma
femenina del origen y ella se asemejó por un momento a una escultura de cristal que la
abuela de Brigid había guardado en su manto. "El pájaro cantor de la mañana da paso al
ave rapaz de la noche."
A Brigid no le gustó el sonido de eso, o como lucía el cielo. Las ennegrecidas
nubes cargadas de lluvia centelleaban con demenciales remolinos de delirantes colores.
La kithkin los encontró totalmente hipnóticos y completamente aterradores. "¿Qué
significa todo eso?" exigió la arquera. "Tan sencilla como puedas explicarte, por favor.
Yo soy una kithkin sencilla." Brigid se sintió desmesuradamente orgullosa al no saltar
cuando otro rayo descendió de los cielos en medio de la palabra "sencilla".
"Sencilla," repitió el origen asumiendo un tono que a Brigid le recordó a su
madre. "Muy bien. La Aurora está viniendo."
"¿La qué?" preguntó Brigid.
"La Aurora marca el cambio de la perdurable luz diurna al perpetuo anochecer.
Bajo su extenso resplandor el Lorwyn que conoces y en el que has habitado toda tu vida
cambia en el Lorwyn que será."
"¿El mundo entero cambia?" Brigid lo consideró por un momento. "¿Incluso
yo?"
"No tiene sentido que te diga eso ya que no te acordarás. Lo importante es que
sepas esto: Esta no es una Aurora ordinaria. Deberían haber habido varias décadas más
de luz del día pero ahora la oscuridad ha llegado temprano, fuera de secuencia." El

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rostro del origen se volvió hacia la cima del monte Tanufel. "Algo está mal, un error
fundamental."
"No te entiendo," dijo Brigid. "El cielo se está volviendo loco pero yo no me
siento diferente. Sygg, ¿alguna vez has oído hablar de esta Aurora?" No hubo respuesta.
"Sygg, dije si ¿alguna vez has oído… hablar…?"
El merrow se volvió hacia ella, el cielo infernal reflejándose en sus ojos negros.
Su frente se arrugó y sus branquias se agitaron lentamente. Esos ojos no tenían ni un
atisbo de reconocimiento, tampoco los de Flyrne. Ambos merrow silbaron con una
ferocidad gutural. Flyrne chasqueó los dientes. Ninguno habló una palabra.
"Dioses," susurró Brigid y retrocedió con cautela a medida que el cielo se puso
más rojo y rayos caían a lo largo del horizonte. "Origen, ¿por qué Sygg ya ha
cambiado? Yo me siento exactamente igual."
"Un artefacto empapado en mi propio poder elemental inquebrantable,"
respondió el origen, "la Media Luna de Alborada podría haberle permitido a Sygg
Gauhren Gyllalla Syllvar mantener una luz dentro de los Carriles oscuros hasta que la
larga noche hubiera terminado. Ahora él se une al resto de mis hijos en las sombras."
La kithkin miró la Media Luna de Alborada todavía agarrada firmemente en su
palma mientras daba otro paso hacia atrás del merrow repentinamente depredador que
recientemente había tenido por aliado.
"Oh, oh," dijo Brigid.

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