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La doctrina de tal organización queda expuesta en las Instrucciones
del año XIII. Consagrarla en la práctica, es todo el anhelo. de Artigas y
el motivo central de las agitaciones y luchas de la década 1810-1820.
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Los menos comienzan a manifestar que es llegada la hora de bus-
car la independencia absoluta. El sometimiento y la transacción con el
enemigo, repugna a su republicanismo neto y probado. Nada se debe
esperar y nada pedir a los pueblos occidentales. Son los menos prácti-
cos, sin duda alguna, porque, como, de donde sacar fuerzas para luchar
primero y en caso de vencer (remotísimo caso según había que deducir
de recientes experiencias) mantener después la Independencia?
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hora del triunfo llega para unos, suena para los otros la de la pros-
cripción;
De ahí una gran decepción que los llevaría sin sentir a la idea de
absoluta independencia. Por otra parte; ¿cómo no mirar a la realidad
argentina para aprovechar las lecciones que suministraba? Provincias que
son verdaderas repúblicas por todos lados. Tucumán, Córdoba, Santa Fé,
Entre Ríos, la misma Buenos Aires, rechazando la idea de un Congreso
para tratar la unión de 1821.
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lentamente a crecer como en un invernáculo en 1821 en el ambiente pro-
picio y misterioso de las logias Independientistas y Caballems Orientales.
En 1822 y en 1823 apenas si algún indicio permite señalar que sigue su
vital impulso hacia arriba. Los agentes exteriores ha que he aludido,
ejercen entretanto su influencia categórica en 1824 y en 1825; ya es todo,
tallo pujante, flor y fruto; desembarco de los Treinta y Tres, Declarato-
ria de la Florida, Rincón, Sarandí, Santa Teresa ...
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formaban y la que debe contener un Estado jurídicamente organizados.
Se perdió la' oportunidad de constituirlo de 1813 sobre las bases trazadas
en el Congreso de Peñarol, y de entonces para adelante no hay tentati-
va en tal sentido que no signifique un retroceso y un nuevo motivo de
segregaciones y disgregaciones.
"Seremos unos sin dependencia, amigos sin humillaciones y libres con
gloria", escribía en 1820 el Cabildo de Tucumán al Gobernador de Bue-
nos Aires, al participarle la proclamación de la República, y esa era la
única fórmula aceptada y consagrada por el uso, cuando los pueblos es-
taban entre si en buenas, relaciones.
Nadie admitía subordinaciones, ni cercenamiento de facultades; to-
dos acariciaban la idea de unirse en una asociación amplísima fundada
en las sólidas bases de la afinidad racial, identidd de costumbres, igual-
dad de religión y la tradición de comunes glorias adquiridas en la guerra
de la emancipación.
El vocablo unión, había adquirido así su cYJntenido especial y pre-
ciso de asociación de iguales, y ya en 1813, lo definía uno de los dipu-
tados a la Asamblea Constituyente, don Nicolás Laguna, diciendo: "Quién
juró Provincias Unidas, no juró la unidad de las provincias; unidad' no es
unión". A ese contenido de asociación de iguales; a esa unión que era
la única viable por lo menos en los primeros tiempos de la organización
que se anhelaba, a impulsos de la intuición de que ella haría la grandeza
del Pueblo Argentino, alude claramente el Gobierno de Tucumán en el
siguiente párrafo de un oficio dirigido a Artigas en Abril de 1820: "La
provincia de Tucumán es y será, a t.::¡da costa, una República libre e
independiente, hermana, sí, y federada con las demás, que no dispensará
sacrificio hasta ver concluída la obra magna de la verdadera libertad de
los pueblos por la voz de sus representantes en el Congreso".
En la misma forma exactamente, hubiera hablado cualquiera de las
otras Provincias. Así pensaban todas, y entretanto, cada una procedía a
su modo y encaraba a su manera la solución de los problemas que agi-
taban perpetuamente la realidad de una democracia en formación. Las
Constituciones y las leyes en general, se dictaban exclusivamente en vis-
ta del interés y la seguridad locales, resultando de ahí contradicciones
curiosísimas de fondo, como la siguiente, que parece bien típica. Entre
Ríos consideraba ciudadanos en su Carta Fundamental -vigente hasta
1853- a todos los hijos de América; mientras Corrientes, en la suya,
sólo admitía en calidad de tales, a los nacidos en el ten-itorio de la
Provincia y Santa Fé, a los originarios de cualquier parte de la Nación.
Tratábase de una diwlución (dispersión se decía entonces), completa,
absoluta, total.
Las guerras entre grupos de Provincias, eran frecuentes y las alian-
zas y ligas tanto como las guerras.
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Dentro de las mismas Provincias se producían movimientos regiona-
les que culminaban a las veces con la organización de nuevos Estados,
como ocurrió, con Catamarca y Santiago ,(i'el Estero. Los objeto más
característicamente nacionales, no lograban el acuerdo de todos, y así
sucedió que las Provincias negociaron, una por una y cada cual a su
manera y en vista de su situación peculiar, el arreglo que en 1823 pa-
trocinó Rivadavia para obtener el reconocimiento de la Independencia
del t::Jdo, por parte de España. Así sucedió también, que cada una apre-
ció a su modo nuestro movimiento de 1822-2,3, y no hubo forma de con-
cordarlas en el momento en que su ayuda era requerida, a pesar de que
todas se manifestaban, en el fondo, dispuestas a apoyarnos,
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yente, no tiene capacidad para dictar leyes que obliguen ilTefragable-
mente; y el poder ejecutivo, es un órgano accidental con acción limitada
al objeto exclusivo de las relaciones exteriores y dirección de la guena.
desde el momento que ésta se enciende. Surge aquella oposición más
adelante, a raíz de la elección de Rivadavia-para Presidente de un Estado
todavía en proyecto? Imposible bajo todo punto de vista, ni aquel hecho
ni la capitalización de Buenos Aires que le sigue, modificaron el régimen
jurídico de emergencia de la Ley Fundamental, de 23 de Enero de 1825.
Enh'etanto, a las Provincias siempre en guardia, produjo un deplorable
efecto ese modo de proceder, autoritario y fuera de moldes que tratá-
base de justificar, con el pretexto de la guena y las consiguientes ne-
cesidades de unificación.
Reputóse el hecho, como un avance de Buenos Aires, o dicho con
más propiedad del viejo partido dictatorial, que nada aprendía y nada ol-
vidaba, y la reacción consiguiente no se hizo esperar. El' Poder Ejecutivo
Nacional, tal era el criterio por otra parte justo, no tenía ni podía tener
más facultades, ni mayor capacidad de mandato, que el Encargado de
las Relaciones Exteriores y Guerra, a quien suplantaba, y de ahí, un cre-
ciente espíritu de desobediencia para sus resoluciones, con perjuicio evi-
dente para la unión. Rivadaria presidente, ésta era la verdad pura, go-
bernaba pero no mandaba, porque ateniéndose al texto de la ley Funda-
mental, las Provincias asociadas, observaban sus disposiciones perma-
nentemente, y cuando advertían que aquellas podían significar un des-
medro de sus derechos indeclinables de soberanía, aun cuando fueran
dictadas al preciso objeto de la guerra", dejaban de cumplirlas. Ilustra-
tivo al respecto es el siguiente detalle, que tomo al azar, del montón co-
pioso que he reunido para documentarme. En febrero de 1826, el Mi-
nisho::> interino de Guena participa al Gobernador de Conientes, que el
Presidente decidió delegar en su persona el mando de las tropas que
existían en la Provincia, lo mismo que la defensa de su tenitorio "hasta
que se dispusiera lo conveniente". Contestóle de inmediato el Gobernador
Ferré, pidiéndole que aclarara el sentido de tal resolución, porque enten-
día, que o::>n o sin delegación de Rivadavia y en los términos de la Cons-
titución de su Estado correspondíale en propiedad dicho mandato, y la
obligación de defensa del territorio; y el Ministro de GuelTa por toda
respuesta, le envió un extracto de las ordenanzas militares recientemente
dictadas. Por ellas pudo comprobar FelTé, 11em de alarma, (son sus
palabras textuales) "que no sólo se su~one la integridad de la Nación,
sino una autoridad central revestida de ese poder que, en la esfera de su
asiento y fuera de ella, obra con la misma influencia sobre todas las partes
del b::>do", y en vista de que tal autoridad no estaba reconocida, ni era
cierta la integridad de la Nación, dio cuenta de la incidencia al Congre-
so de la Provincia para que decidiera sobre el particular. Días después
Ferré oficiaba al Ministro de Guena, adjuntándole un testimonio de la
decisión requerida, que en síntesis decía: que Corrientes no tenía por qué
obedecer ni cumplir órdenes del tenor de las precitadas "porque' eran in-
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conciliables con los derechos que la Ley de 23 de enero de 1825, reco-
nocía a los pueblos".
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y se reserva el derecho de desautorizar a sus Diputados, porque las opi-
niones particulares de los mismos no la obligan en ningún caso.
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mordiales, la constatación de los avances del Congreso, que siendo pu-
ramente constituyente, legislaba, fuera del círculo de la Constitución, cu-
ya formación era el único encargo que se le había encomendado. Argu-
mento exactísimo a estar a lo dispuesto por la ley de 23 de Enero de
1825.
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29) "El cuerpo de leyes dictadas desde 182.') a 1827 en vista exclu-
siva del interés local y con ejercicio de facultades de soberano, organiza-
ción municipal, organización judicial, sistema rentístico, presupuestos, es-
calafón, etc.
IV
En lo que va dicho demostrado, que ni en 1825, ni en 1826, ni en
1827, ni en 1828, había oposición enh'e los conceptos de independencia
absoluta y coparticipación en la asociación de Provincias Unidas y que
los Orientales estaban perfectamente al corriente de esa o:::>existencia.
Siendo así, es evidente que falla por su base la tesis de los que a la vista
del hecho cierto de la unión y remitiéndose a él exclusivamente, niegan
que los patriotas de 1825 hayan iniciado la guerra con el propósito de al-
canzar lo que se nos reconoció p:::>r el Tratado de Paz de 1828, la Inde-
pendencia y Unión no eran excluyentes, luego pues,el hecho de que los
Orientales buscaran la Unión y la aceptaran de buen grado no prueba
que no persiguieran y anhelaran la Independencia. Pero, claro está, que
tampoco prueba lo conh'ario y de ahí que la única conclusión inobjeta-
ble que de todo esto se saca es que estaban en libertad d'e optar por una
u otra cosa· Con unión y a pesar de la wjsma sabemos ya que mante-
nían sus derechos de independientes y podían actuar como tales, y en-
t:::>nces, ¿por qué buscaban la unión? ¿para qué la proclamaron? ¿cuáles
eran realmente sus aspiraciones? Deseaban que su tiena Oriental quedara
formando parte paxa siempre de la gran patria despedazada a que aludía
Juan Carlos Gómez o pretendían conservarla con soberanía absoluta?
Creo que esto último es lo indudable y voy a exponer mis razones. Aludí
al plincipio al nacimiento de una vocación de nacionalidad en 1824 por
la inducción de irlfluencias exi:eriores (actitud del gobierno de Buenos
Aires frente a los Orientales ("argentinistas") yde Don Pedro 1 con res-
pecto a los ("abrasilerados) y vuelvo a repetir que veo una prueba ile-
vantable de su existencia en la decisión concordante de luchar que se
apodera de todos así que vibraron en la Agraciada las notas del clarín
que tocó a reunión, concitándolos.
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Se confunden en ese momento para- no separarse más "argentinistas"
y abrasilerados"! ¿.Por qué y para qué? La sola constatación del hecho
no vale por una prueba ilevantable? Además, no sería difkil confirmar la
deducción o:m abundantes pruebas documentales. Al azar tomo una co-
municación de Rivera a Lavalleja de fecha 16 de mayo y allí encuentro
que se ha puesto en comunicación con los brasileros y abrasilerados de
:Mercedes y Salto; que en cuanto a los de Mercedes sabe por el coronel
abrasilerado Fernández, que el día anterior llegó a su campamento, que
"el mismo Fernández y II:JS demás no saben cómo expresar el contento de
todos los jefes y oficiales y tropa después que públicamente el Manuel
Fernández impuso de la resolución general del país cuales las causales
que habían dado lugar a ello y cuales las consecuencias que iban a su-
ceder de una guerra interminable y espantosa entre americanos: de modo
que según me aseguraba Fernández ha quedado casi para gritar viva la
patria" concluye Rivera y más adelante dice refiriéndose a la posibilidad
de armonizar opiniones con los riograndenses que guarnecían en Salto
"conseguido esto mi compadre nada más hay que hacer porque todo es
cons~uido y nuestra patria será libre sin tener que hacer mo de las ar-
mas". ¿Y sobre qué bases podía tentarse un arreglo con los riogranden-
ses? ¿Acaso podría ser sobre las de asociación en las Provincias Unidas?".
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ferencia en las obligaciones de neuh'alidad, tratados, etc.? Estamos sin
duda alguna, frente al motivo ocasional de la Unión, Alguien, quien sabe
quién, pero indudablemente un gran amigo de los orientales, acaso el
misterioso amigo a que muchas veces alude Trápani en sus comunica-
ciones a Lavallej~, ideó con ella, la solución que al paso que permitiría a
los patriotas obtener la ctyuda que necesitaban para llevar adelante sus
planes, sin sometimiento a ninguna ()bligación que los obstara, daba pie
al pueblo argentino para exigir al Congreso y Gobierno de Buenos Aires
que tomaran cartas en el asunto y decidieran finalmente la intervención.
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por haberla conseguido satisfaciendo los deseos de los que peleaban por
la libertad de la Provincia".
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dían seguir, obligarían al Emperador a pasar por bases más favorables a
Buenos Aires. Pues bien; Guido y Balcarse, asumiendo una actitud evi-
dentemente pasible de responsabilidades, siguieron la negociación que
culminaría en el Tratado de Agosto y explicaban su decisión de desabe-
diencía diciendo a Derrego "que cuanto mayores sean esos progresos
(aludJan a los de Rivera) más derechos creerán haber adquirido los orien-
tales para conquistar una independencia que sin esos títulos nuevos ha
sido siempre el objeto de su idolatría".
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Suponer que la paz de 1828 consagró una caSa contraria al anhelo
de los orientales, o que por añadidura les brindó un bien que no busca-
ban, significa, pues, desconocer del pasado que nos enaltece, sus hechos
más brillantes y más típicamente nacionales.
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tica el creciente desarrollo de su comercio. Ofrecemos a la vista una
prueba categórica. La Convención Queluz-García, de mayo de 1827, se
estipuló sobre la base de nuestra entrega al Imperio. Tal certidumbre
tuvieron entonces los negociadores de la misma de que el Pueblo Orien-
tal no la admitiría, que establecieron en un artículo adicional secreto que
si "se levantasen jefes que pretendan mover guerra o continuarla contra
cualquiera de las altas partes contratantes" ambas se obligaban a "vedar
por todos los medios posibles que aquellos sean soo::midos por cualesquie-
ra de los habitantes o residentes en sus respectivos estados, castigando
severamente a los infractores con todo el rigor de las leyes".
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Emperador se había manifestado de acuerdo con reo:lnocer nuestra In-
dependencia y que se tratarla de la paz sobre es eprincipio y Lavalleja
contestóle de inmediato: "que ello satisfaría las aspiraciones de todos los
habitantes de la Banda Oriental puesto que los ponía en posesión de lo
que había sido el Oligen de sus luchas durante los tres últimos años".
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VI
Por la Independencia, exclusivamente por adquirir su independencia
luchan los Orientales desde 1825 hasta 1828. Ellos 10 declararon solem-
nemente en este lugar, que en horas todavía inciertas, dio asilo a sus
representantes. Y si así no fuera, si aquellos hubieran dejado de cum-
plir la formalidad de ritual y no tuviéramos la ejecutoria que nos le-
garon, en un acta limpia como su pensamiento, y categórica como su
propósito, habría que creerlo igualmente, porque solo cuando nos fue
reconocida por el mundo, dejaron ellos de combatir!
Felipe Ferrdriro
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