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La terapia Gestalt no es una pseudociencia ni

una mala ciencia


 13/03/2018
 Clotilde Sarrió

No es la primera vez que tengo que responder a alguna crítica contra la terapia
gestalt (TG), por lo general dictámenes descalificadores fundamentados en
planteamientos encorsetados de quienes esgrimen la metodología
científica como único marchamo de calidad para ponderar una terapia
psicológica, y sobre todo quienes niegan validez y metodología científica a
cualquier psicoterapia que no se ajuste al racionalismo de la terapia cognitivo-
conductual (TCC).

Es este un cliché monotemático que reaviva el recurrente problema de la


psicología cuando se confronta la razón con las emociones
(cognición versus emoción/afecto), algo que los cognitivos estrictos resuelven
desde un racionalismo basado en el estoicismo filosófico de Epicteto, que
considera que todos los estados mentales (incluidas las emociones) están
condicionados por los juicios que de ellos hace el ser humano. Dicho de otro
modo, la terapia cognitiva sublima a la razón frente a las emociones y
contempla que las personas sufren por la interpretación que se realizan de los
sucesos y no por estos en sí mismos. Este es uno de los motivos — tal vez el
principal — que separa a la TCC de las corrientes psicoterapéuticas humanistas.

Pero hay también otro aspecto que la terapia cognitiva esgrime para
diferenciarse de las demás, y es considerarse como la única avalada por la
metodología científica. Lo que no deja de ser cierto — cierto que se la considere
así, no que sea la mejor psicoterapia —, pero de ahí a execrar a cualquier otra
terapia psicológica e incluir a la terapia gestalt en el mismo saco que las falsas
terapias y considerarla una pseudociencia, hay un abismo que sólo se podría
entender en base a un rechazo obsesivo, a un absoluto desconocimiento de la
TG, a una jactanciosa soberbia de creerse en posesión de la verdad, o también al
frecuente vicio de la generalización basada en la ignorancia.

Sólo soy una terapeuta gestalt a quien le apasiona su trabajo, y no me considero


en absoluto relevante siendo que la terapia gestalt cuenta a nivel internacional
con eminentes personalidades de reconocido prestigio entre los que destacaré a:
Jean Marie Robine, Brigitte Lapeyronnie-Robine, Gianni Francesetti, Dan
Bloom, Margherita Spagnuolo Lobb, Gordon Wheeler, Sylvia Crocker, Philip
Lichtenberg, Michael Vincent Miller y Ruella Frank, cuyos artículos, libros y
trayectoria académica hablan por si solos del prestigio de una terapia seria,
eficaz y con un marco teórico que nada tiene de «mala ciencia» como algunos
detractores preconizan.
Si me he decidido a escribir este artículo-réplica es para desmentir varias
falsedades vertidas en La mala ciencia de la terapia gestalt, falsedades que con
ánimo conciliador preferiría considerar como errores que deben ser aclarados.

Otro motivo es por mi condición de colaboradora habitual en Psyciencia, una


publicación en la que me siento cómoda y respetada, y a la que agradezco que
nuestra interrelación sea tan entrañable y fluida.

Y ya como tercer motivo, escribo esta réplica porque en el artículo al que


contesto aparecen cinco enlaces a otros tantos artículos de mi autoría: Fritz
Perls ;  ideología religiosa (denominado así por el autor del artículo);  darse
cuenta o awareness ; mindfulness . Todos estos artículos han sido publicados
en Psyciencia, y en ellos dejo constancia de mi posicionamiento ecléctico,
abierto y también crítico con algunos aspectos de la terapia gestalt. Queda así
patente mi ausencia de vinculaciones prosélitas y de mi mentalidad tanto
abierta como respetuosa con otras corrientes ajenas a la terapia gestalt.

Dice el artículo de La mala ciencia de la terapia gestalt que es cuestionable su


eficacia en base a que «los estudios de eficacia de la TG son escasos y de baja
calidad metodológica», un argumento que en cierto modo comparto, pues en
múltiples ocasiones he lamentado que en los orígenes de la terapia gestalt,
cuando comenzó a decaer el interés por el psicoanálisis mientras emergían
nuevas corrientes psicoterapéuticas, la línea humanista e intelectual de la
terapia gestalt (que tanto la alejaba del conductismo y de otras nuevas
corrientes) mostró muy escaso interés por la realización de
artículos científicos que validaran a esta terapia ( aunque sí incontables
publicaciones ), tal vez por la inercia a no focalizar la atención en
cuantificaciones en una corriente tan vinculada a lo que no es directamente
observable o medible.

Esta circunstancia ha determinado que la terapia cognitivo conductual sea el


único tipo de psicoterapia cuyos resultados son validados por el método
científico. Pero fijémonos bien, ser validados no significa ser los únicos válidos.
Con esto se entiende que la eficacia de la TCC tiene el aval de gran cantidad de
trabajos clínicos realizados con pacientes, algo que escaseó (y sigue escaseando)
en la terapia gestalt y que ha condicionado que adolezca del aval científico del
que tanto alardea la TCC, pero no es motivo suficiente para negar de pleno su
eficacia y validez como terapia, que la tiene, tanto como contrastada está por la
evidencia clínica.

Censurar la «tremenda variación en la técnica o metodología de gestalt


aplicada» no es un argumento de consistencia para incapacitar a la terapia
gestal
La inadvertencia de los psicoterapeutas de la gestalt para realizar y publicar
trabajos ajustados al método científico que validen lo que la práctica clínica
confirma, se ha utilizado como un arma arrojadiza por el sector más radical de
la TCC en un intento de apropiarse en exclusiva de la psicología clínica.

En el artículo al que respondo, se critica también «que los artículos disponibles


de terapia gestalt incluyen en ocasiones aproximaciones humanistas globales,
y en otras alguna técnica gestalt concreta, habiendo una tremenda variación
en la técnica o metodología de gestalt aplicada», algo que resulta obvio si
consideramos que hay distintas orientaciones — o escuelas — en la terapia
gestalt del mismo modo que las encontramos en otras ramas de la salud mental.

Pondré como ejemplo los distintos enfoques terapéuticos con los que los
psiquiatras de distintas tendencias que utilizan o descartan algunos
tratamientos como la utilización o no de litio o de antipsicóticos en depresiones
resistentes; la preferencia por uno u otro ISRS en los TOC; y así, tantos y tantos
protocolos con los que distintos equipos médicos podrían aplicar distintos
tratamientos a un mismo paciente sin que necesariamente uno de ellos fuera el
único válido y el resto tuviera que descalificarse.

Censurar la «tremenda variación en la técnica o metodología de gestalt


aplicada» no es un argumento de consistencia para incapacitar a la terapia
gestalt, ni para desautorizar a ninguna disciplina, pues las discrepancias son
muestras de la pluralidad de criterios, pero no premisas de las que se concluya
que todo lo que se aleje de una tendencia debe condenarse como anatema o
pseudociencia.

A este efecto, remito a un apartado de “La mala ciencia de la terapia


gestalt” donde se cita la « terapia de diálogo con  la silla vacía  », artículo en el
que argumento mi disensión con esta técnica sin por ello descalificar a quienes
la utilizan. Insisto pues en la importancia de contemplar las discrepancias
como una muestra de pluralidad de criterios que enriquece y dignifica la
heterogeneidad de cualquier actividad.

Aunque no sea este artículo el contexto más propicio para describir qué es, en
qué se fundamenta y cuales son las vertientes de la TG, bueno sería matizar que
se trata de una psicoterapia humanista (que algunos incluyen dentro de la
psicología existencial) en la que encontramos dos tendencias (o escuelas) bien
definidas.

Una de ellas es la escuela ateórica, conocida como de la Costa Oeste, surgida en


California a finales de la década de 1950 y principios de la de 1960, a partir del
momento en que Frtiz Perls comenzó a considerar la terapia gestalt como
una forma de vida más que como un modelo de terapia ajustado al sustrato
teórico nacido en 1951.
La segunda tendencia es la escuela teórica, conocida como de la Costa
Este ( New York Institute for gestalt Therapy: NYIGT  ), que tras la escisión
propiciada por Perls se mantuvo fiel al marco teórico contenido en la
publicación de terapia gestalt: Excitación y crecimiento de la
personalidadhumana  —1951— (Gestalt Therapy: Excitement and Growth in
the Human Personality), amplio compendio conocido también como PHG.  A
partir de este momento la terapia gestalt se expandió ampliamente, aunque sin
hacer ningún esfuerzo por introducirse en los centros académicos. Mientras
tanto, la corriente cognitiva de mediados del siglo XX utilizaba las
universidades como plataforma y se alineaba con el método científico, algo que
los gestálticos no consideraron prioritario y que hoy les pasa factura al recibir
del cognitivismo los ataques con los que pretenden desprestigiarla al tildarla de
pseudociencia.

Una lamentable consecuencia de esta confrontación conlleva que, si las


enfermedades mentales ya de por si sufren un ancestral estigma que repercute
en quienes las padecen, y la psiquiatría y los psicofármacos son objeto de
ataques por parte de la antipsiquiatría (en la que militan muchos psicólogos
contrarios a administrar química a los pacientes), sólo nos falta que también
los profesionales de la psicoterapia se juzguen y cuestionen entre ellos, y que los
muchos psicólogos cognitivo-conductuales que tras varios años de formación
llegan a convertirse en terapeutas gestalt, sean descalificados por la ortodoxia
omnisciente de sus compañeros de profesión quienes los tildan
de acientíficos adscritos a una pseudociencia.

Seamos claros y valientes. Yo al menos voy a serlo, como también seré crítica al
manifestar que el método científico no puede —ni debe— ser utilizado como
patente de corso para validar cualquier práctica —sea la que sea— sin antes
reconocer que es un método susceptible de falibilidad, subjetividades en su
interpretación, manipulación y sometimiento a intereses ajenos a la ciencia
como, por ejemplo, los intereses económicos.

En este sentido, un gran porcentaje de la profesión médica es muy crítica al


valorar los resultados de ciertos trabajos científicos que cumplen todos los
requisitos para serlo —para ser científicos— y que ponderan la bondad de
nuevos fármacos. Trabajos tras los cuales muchas veces se esconden sesgos
apenas detectables que benefician intereses espurios de la industria
farmacéutica.

También es un hecho frecuente que las diferencias entre fármaco y placebo en


los trabajos científicos a doble ciego es muchas veces mínima, un detalle
cuantitativo en el que la industria farmacéutica no suele enfatizar al centrarse
sólo en que los estudios presenten más respuestas favorables al fármaco que al
placebo. Todo ello, sin alejarse un ápice de los criterios de la metodología
científica de investigación.
Podría incidir en otros detalles como el vicio cultural según el cual a nada se le
otorga seriedad ni credibilidad si no está validado científicamente. También la
obsesiva cuantificación que convierte en científico sólo aquello susceptible de
transformarse en meras estadísticas. Y sobre todo el problema cultural de
sublimar la prueba científica como sinónimo de una verdad única y excluyente
de cualquier otro planteamiento o enfoque de una hipótesis.

Con todo ello, al final se corre el peligro de confundir algo tan frágil como una
mera conjetura estadística, con una prueba contundente de verdad absoluta y
única que tanto valdría para la validación de un fármaco o de una terapia, como
para negar la bondad y condenar al resto por simple exclusión metodológica.

A título personal, intento ser siempre objetiva, realista y honrada al exponer mis
preferencias y criterios. Motivo por el cual también exijo que los demás lo sean
conmigo y con aquello en lo que creo. Por ejemplo, no tengo ningún reparo en
admitir que muchos trabajos científicos — metodológicamente correctos —
equiparan la utilidad de las psicoterapias (incluida la cognitivo-conductual)
frente a placebo ( An analysis of psychotherapy versus placebo Studies  ), y no
por ello me siento agredida, dejo de creer en los beneficios de mi trabajo como
terapeuta gestalt, ni tampoco se me ocurre iniciar una cruzada para
desprestigiar la metodología científica de unos trabajos por mucho que estos
cuestionen la utilidad de mi actividad profesional.

Pondré más ejemplos. Cualquier psiquiatra bien formado y honrado sabe que la
hipótesis serotoninérgica de la depresión no está plenamente demostrada. Ni
tampoco lo está que utilizar inhibidores selectivos de recaptación de serotonina
sean la causa de la elevación de este neurotransmisor en los espacios
intersinápticos que justificaría el beneficio de esta familia de antidepresivos.

Pues bien, sigamos siendo honrados y reconozcamos que también el mecanismo


de acción de las psicoterapias es desconocido, y que la constatación de que una
psicoterapia consigue mejores resultados que el placebo no implica conocer el
mecanismo de acción que propicia que esa psicoterapia funcione.

Es imperativo hacer un ejercicio de humildad y autoevaluación antes de


emprender un ataque contra alguien o algo que no esté en sintonía con las
propias directrices y convicciones

Sin embargo, y pese a todo ello, se siguen utilizando antidepresivos ISRS y se


sigue tratando a los pacientes con sesiones de psicoterapia. Y si se hace, es
porque ambas herramientas terapéuticas son útiles según demuestra la
evidencia, y no utilizarlas sólo porque el método científico no es contundente
con el mecanismo que propicia su utilidad, sería tan descabellado como
desacreditar a la terapia gestalt sólo porque carece de suficientes trabajos
científicos que la avalen, algo que expongo con la misma humildad de la que
adolece el artículo al que he intentado responder con esta exposición.

Ya para finalizar, considero una indignidad y una vejación calificar como


pseudociencia a la TG, máxime cuando la diferencia entre ciencia y
pseudociencia tiende más a ser el resultado de un consenso sociocultural que no
una constatación de pruebas, algo que de entrada se da de bruces tanto con la
lógica como con lo que podríamos entender por ciencia.

Según Pablo Malo Ocejo, en su artículo El Error de Descartes y de la Terapia


Cognitiva «la terapia cognitiva (al igual que los) no es tan específica como se
supone y además de trabajar las cogniciones hace muchas otras cosas. Así que
una cosa es que un psicofármaco o una psicoterapia funcione y otra que
funcionen por las razones que los psiquiatras o psicólogos ofrecen», algo que
en modo análogo ha sido ya expuesto anteriormente.

Y sigue diciendo Pablo Malo que:

«… la conclusión que se impone es que la base teórica que sustenta la


aplicación de la Terapia Cognitiva es mucho más débil de lo que sus
practicantes preconizan. A día de hoy no hay ciencia suficiente que soporte sus
presupuestos teóricos. Así que la terapia cognitiva no puede sacar pecho y
mirar por encima del hombro a la psiquiatríani tampoco a otras modalidades
de terapia, como es la TG»

«… la intervención en un trastorno mental actuando sobre las cogniciones (y


en esto vuelve a haber un paralelismo con lo que ocurre con los psicofármacos)
tampoco es tan especifica como suponemos y en realidad estamos actuando a
otros muchos niveles por lo que en el fondo no sabemos por qué se producen
los cambios que apreciamos en el estado mental de la persona».

Podemos concluir que nadie se salva de ser cuestionado. Ni siquiera el método


científico es inmune a una crítica o cuestionamiento de su infalibilidad.

Por ello, para que exista una pacífica convivencia entre distintos
posicionamientos, escuelas, tendencias y disciplinas en cualquier ámbito del
saber, de la ciencia, de la filosofía o hasta del arte, es imperativo hacer un
ejercicio de humildad y autoevaluación antes de emprender un ataque contra
alguien o algo que no esté en sintonía con las propias directrices y convicciones,
y aun más si este ataque parte de la soberbia de creerse en posesión de la verdad
desde un sectarismo que valora la validación, la metodología y la estructura del
procedimiento por encima de los resultados obtenidos en el bienestar del
paciente.
La no demostración de la eficacia de un procedimiento terapéutico no implica
que éste sea ineficaz y aun menos una pseudociencia. Si la terapia cognitivo
conductual hubiera prescindido de publicar trabajos científicos en las décadas
precedente y hoy siguiera siendo tal cual es, no por ello se convertiría en una
mala praxis falaz, engañosa o peligrosa. Del mismo modo, que la terapia gestalt
no se prodigara en publicar artículos, no es razón para tildarla de pseudociencia.

Artículo publicado en Gestalt Terapia y cedido para su publicación en


Psyciencia.com

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