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23. LA PROCLAMACION DE LA REPÚBLICA DE WEIMAR.

LA DISLOCACION DEL IMPERIO


AUSTROHUNGARO.

LA REPÚBLICA DE WEIMAR

RESUMEN: Se conoce como República de Weimar a la etapa de la Historia de Alemania que va


desde la caída del Imperio en 1918 hasta el ascenso de Hitler al poder en 1933. Es un régimen
parlamentario que se construyó en torno a la constitución aprobada en la ciudad de Weimar el 31 de
julio de 1919. En su evolución encontramos tres fases diferenciadas: la primera de 1918 a 1923 de
una gran inestabilidad; la segunda de 1924 a 1929 de consolidación; y de 1929 a 1933 de agonía del
sistema. Los problemas que tendrá que afrontar esta joven democracia serán muchos: se verá
cuestionada en lo político por la extrema izquierda y por la extrema derecha que intentarán golpes de
Estados. Pero los problemas económicos serán fundamentales tanto en la primera como en la
tercera etapa, con dos fechas dramáticas: 1923 y 1933. A estos problemas se suman las
desastrosas consecuencias del tratado de Versalles primero y las reparaciones de guerra que de
éste se derivan después. Los efectos de la crisis dejarán el sistema agonizante y posibilitarán el
ascenso electoral de Hitler que será nombrado canciller por el presidente Hindenburg el 30 de enero
de 1933, en pocos meses acabará con la legalidad republicana y establecerá un poder personal.

El principal estado que salió derrotado de la Gran Guerra se reorganizo en 1919 bajo las
draconianas- y- claudicantes- condiciones impuestas desde Versalles y un régimen político cuyo
marco constitucional fue elaborado por una asamblea a constituyente en Weimar. Curiosamente la
república que allí nacía conservaba la denominación de Reich, el estado imperial bajo el que se
había unido Alemania contemporánea y cuyo régimen la nación se había engrandecido en la vida
europea 48 años antes.

En Alemania que entre octubre y noviembre de 1918 esperaba lo peor de un desastre humillante a
manos de los aliados, la opinión pública se volvió frontalmente en contra de un gobierno de la
derrota. Los acontecimientos se precipitaron cuando el káiser Guillermo II, en un intento
desesperado por controlar la situación, abdicó al trono imperial – nunca lo haría respecto a su reino
primigenio de Prusia-, se puso a salvo mientras nombraba canciller al príncipe Max de Badén y el 9
de noviembre huyo a Holanda. Fue una decisión desfasada y tardía ya que desde el 2-3 de ese mes
se conocieron en Alemania las sediciones (significa levantamientos) en Viena y Budapest, casi
simultaneas a los primeros levantamientos en Alemania.

Un acuerdo de aliados decía reunirse en conferencia en Versalles y examinar los términos de la


rendición alemana. Mientras, el 6 de noviembre, tropas americanas ocupaban sedan en el frente
oeste alemán; los polaco proclamaban su república en el este, y en propio territorio alemán de
Baviera los hasta ese momentos súbditos del Káiser hacían lo propio el día 7. Incluso para prevenir
una inminente proclamación de república comunista en Alemania, el líder social demócrata Philip
Scheidermann se anticipó en la proclamación republicana el día 9 de noviembre.

Ese mismo día, ante el posible estallido de una revolución, el príncipe Max proclamo la república y el
socialdemócrata Ebert asumió la dirección de la misma, mientras aun dirigía el poder revolucionario
del Consejo de Comisarios del Pueblo. Su gobierno provisional recibió al día siguiente el apoyo de
las Fuerzas Armadas y de un Consejo de Obreros y Soldados de Berlín, y también el acuerdo de
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armisticio de las potencias aliadas con sus condiciones de rendición. Mientras en el este y centro de
Europa se formaban gobiernos provisionales y emergían naciones subyugadas por doquier; en
Alemania fueron convocadas elecciones, que Ebert hizo prevalecer frente a toda otra incitativa
popular (y en medio de una agitación revolucionaria y contestación de izquierdas y derechas sin
precedentes en Alemania). No tenían el mismo convencimiento los comunistas que, alentados por el
coetáneo ejemplo ruso y en medio de la incitativa electoral socialdemócrata de 1918-1919, lucharon
por una alternativa que les parecía justificada desde el punto de vista doctrinal, e intentaron tomar el
poder por la fuerza en la revuelta espartaquista de Kiel. Dicho levantamiento se extendió desde allí-
todavía a finales de 1918- a Bremen, Lübeck, Hamburgo y a la denominada república de los Consejo
Obreros de Múnich. Por su parte, en 1920, los enemigos derechistas de la neonata república
tomaron la iniciativa y participaron en el golpe del canciller Wolfang Knapp. Los golpistas de freikorp
(cuerpos libres)- regimientos voluntarios dirigidos por ex oficialistas anticomunistas- tomaron la
capital y el gobierno huyo a Dresde. Aunque el ejército frustró todas esas revueltas, la situación
había obligado al parlamento a reunirse en Weimar desde julio de 1919.

Dicho proceso electoral tuvo lugar en enero 19191, en medio de proclamaciones de repúblicas y
poderes autónomos en dominios territoriales del Reich (revuelta espartaquista-comunista en Berlín;
del 5 al 15 de enero; la república soviética de Bremen, del 10 de enero al 4 de febrero; etc.). No
obstante, mientras eran yugulados tales brotes, el 19 de enero los resultado electorales para una
asamblea nacional en Alemania daban las mayores posiciones- de entre los que participaron en
aquellos comicios- a los partidos Social Demócrata (38% de votos), y de Centro (19% de votos), por
lo que el líder socialdemócrata Friedrich Ebert salió reforzado como la figura política del momento en
Alemania. Y entre el 6 y el 12 de febrero, la nueva asamblea nacional reunida en Weimar elegía a
Friedrich Ebert como el presidente de Alemania y a Philipp Scheidermann como su canciller; al
formar un gobierno con ministros socialdemócratas y centristas. Al concluir aquel mismo año, ambos
sin embargo dirigían una república todavía convulsa, tanto por la dispersión del poder en múltiples
centros, ciudades y territorios, como por las aspiraciones de fuerzas opuestas. Mientras, también en
Weimar, a finales de año los parlamentarios redactaron y proclamaron la constitución del nuevo
estado republicano.

La república formalmente presidida por Friedrich Ebert- que para preservar la unidad del Reich
ejerció con firmeza todos los poderes que la constitución le concedía y logro mediante una ley de
1922 prolongar su cargo de presidente hasta 1925- no encontraba medios suficientes para aglutinar
grupos políticos heterogéneos (e incluso contrapuestos). Ebert había sido el líder socialdemócrata-
desde 1913, a la muerte de August Bebel- de una poderosa corriente política que había apoyado el
viraje belicista del káiser con la concesión de créditos de guerra en 1914 y que aun estaba
impregnado del marxismo revisionista, pero de formación de Bebel, su maestro y jefe, al que
sucedió. Creía dogmáticamente también- como socialdemócrata experimentado que el socialismo
solo llegaría dominar el poder por vías parlamentarias.

La llamada constitución de Weimar fue considerada a veces como la más perfecta transcripción de la
democracia moderna, aunque estaba predestinada a ser papel mojado. Sin duda, estableció en
Alemania un nuevo marco de democracia, que definía un estado o Reich, compuesto de 17 Länder o
territorios federales, con prerrogativas limitadas en un intento por preservar la unidad, a fin de
cuentas aun amenazada. La democracia parlamentaria de Weimar estableció también un esquema
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político con dos cámaras Reichstag o cámara baja y Reichsrat o cámara territorial, donde acuden los
representantes de los Länder- contrapesado por un poder presidencial notable. El presidente-
elegido por siete años y por sufragio universal- podía disolver el Reichstag, someter leyes a
referéndum y tomar medidas de excepción, como recurrir al ejército para imponer la paz social. En
aquel sistema jurídico se perfilaron posibilidades legales de evolución hacia un régimen
presidencialista. De hecho, el presidente ejerció esa prerrogativa siete veces entre 1926 y 1932.

La segunda parte de la constitución de Weimar estaba dedicada a los «derechos y deberes


fundamentales de los alemanes», entendiendo por derechos no sólo los políticos, sino también los
«sociales», como la libertad ilimitada de asociación (art. 159), el reconocimiento de los convenios
colectivos sellados por las partes sociales (art. 165), el derecho al trabajo y al sustento (art. 163), la
puesta en marcha de un sistema de seguros «para la salvaguarda de la salud y de la capacidad de
trabajo, para la tutela de la maternidad y la prevención de las consecuencias económicas de la vejez,
de la debilitación física y de las circunstancias negativas de la vida» (art. 161), y el control del estado
sobre la «división y utilización de la tierra» (art. 155). Todo ello, en el marco de un proyecto
destinado a realizar un «ordenamiento de la vida económica que se corresponda con los principios
de la justicia, con el objetivo de garantizar a todos una vida digna» (art. 151). Es evidente que los
compromisos contenidos en esta segunda parte de la constitución querían ofrecer una satisfacción
de las expectativas de renovación social expresadas por los partidos de izquierda, además de dar
una respuesta a la solemne «Declaración del pueblo oprimido y explotado» promulgada por el
Congreso de los soviets rusos en enero de 1918. De todas maneras, más allá de la situación
contingente, la constitución de Weimar queda como la primera que recoge los principios que
constituirán la base del estado del bienestar.

Sin embargo, la república de Weimar nació a la vida política en Alemania sin otra fuerza clara de
sustentación del régimen que la socialdemocracia y el ejército (Reichwehr). El líder la
socialdemocracia, F. Ebert, presidio el nuevo régimen con apoyos sociales amplios de una red de
sindicatos y cooperativas; con todo, se trataba de una organización que no alcanzó la mayoría
parlamentaria, por lo que tuvo que buscar apoyos en los partidos tradicionales como el Centro
Católico.

En cuanto al ejercito- dirigido por figuras militares de cierto prestigio a pesar de la derrota, como Von
Seeckt-, el estamento castrense se presentaba como una institución fiel a sí misma y al régimen que
le fuera útil, a la vez que se erigía en baluarte frente a la extrema derecha. Estos grupos extremistas
estaban integrados por excombatientes, grupos de activistas sensibilizados por la amenaza
bolchevique y organizaciones que propugnaban por el pangermanismo, el antisemitismo y el
antiparlamentarismo. En particular, los enemigos de las institución democráticas encontraron un
respaldo social en Baviera, donde a su vez consiguieron articular cierto rechazo político al régimen.
No en vano en esta región se produjo el putsch de la cervecería de Múnich de 1923, organizado por
Hitler, que ya desde entonces adquirió el relieve de un líder carismático, mientras la violencia
degradaba las señas de identidad iniciales de la república.

Al avanzar los años 20, la república de Weimar fue encontrando un eco decreciente en una sociedad
predominantemente urbana- el 70% de los 50 millones de alemanes vivían en ciudades-. Ahora bien,
estos núcleos urbanos carecían de suficiente tradición democrática, lo que explica la ausencia de

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unos cuadros políticos identificados con el nuevo régimen. Los pocos políticos de cierto relieve
tuvieron que sufrir además el desprecio con que los miraban los sectores nacionalistas.
Directamente proporcional al crecimiento del desprecio nacionalista hacia el régimen, creció la
admiración hacia el ejército y sus cuadros de oficiales. Para un sector en aumento de la opinión
pública, el ejército no había sido derrotado, sino traicionado por los demócratas ante la necesidad
urgente de reforzarse con la adhesión al tratado de Versalles. Como ya se dijo, los acuerdos de
Versalles fueron considerados en Alemania como humillantes por sus restricciones militares o sus
tajantes clausulas de responsabilidades y reparaciones de guerra. El tratado de Versalles fue
asociado así con el deshonor de Alemania y la república que lo acepto.

Por su lado, el sistema parlamentario incorporó una debilidad suplementaria al régimen, con su
sistema electoral proporcional. La ley electoral otorgo una representación equiparable a los grupos
políticos, de forma que ninguno podía llegar a adquirir una mayoría suficiente sobre el resto. En
1928, por ejemplo, el Reichstag acogía representantes de ocho grupos; el más amplio era el de los
socialdemócratas con 153 diputados; los conservadores o nacionalistas, 78; el partido católico de
centro: 62; los comunistas, 54, y existían también otros grupos minoritarios, como el partido del
pueblo bávaro, con 16 escaños y los nazis con 12. En general, debido a la escasa tradición
democrática en Alemania, todos los grupos políticos carecían de la experiencia suficiente sobre el
funcionamiento del sistema. Es más, algunos grupos, como los comunistas o los nacionalistas,
incluso rechazaban formalmente el régimen, lo que se ponía de manifestó su negativa permanente a
llegar a acuerdo.

En esta situación azarosa, que se prolongó hasta 1933, la república de Weimar fue bastante
inestable, salvo el periodo de 1924 a 1929, cuando Gustav Stresemann se convirtió en la figura
dominante del régimen. Hasta ese momento, la evolución política y social fue critica y , en algunos
momentos, vertiginosa, como en los cuatro años posteriores a la firma de los tratados de Versalles,
en que se produjeron hasta 376 asesinatos políticos, entre cuyas víctimas figuraron dos de los
firmantes de los tratados. Ezberger y Rathenau. La alianza entre socialdemócratas y el ejercito
permitió la supervivencia del régimen y facilitó a la sociedad alemana el remanso durante un corto
periodo de tiempo, pero el pago de las reparaciones de guerra erosionó la situación económica
desde 1923.

El plan Dawes de 1924 permitió atajar la inestabilidad económica al aplazar los pagos de
reparaciones a los aliados. En estas mismas fechas, por la llegada de préstamos de USA, Alemania
vislumbraba ciertas posibilidades de reconstruir su entramado industrial. En este periodo hay que
situar los progresos de la gran industria alemana y la concentración que acompañó en forma de
complejos industriales, como la I.G Farben (1925) o la Vereinigte Shalwerke (1926). La recuperación
económica de Alemania es deudora también de las iniciativas oficiales a cargo del ministro de
finanzas, Shacht, que decidió la vuelta al marco-oro en 1924. Finalmente, entre los elementos
impulsores de la economía se deben tener en cuenta los decretos del Reichbank, entre 1924 y 1929.

La estabilización política se produjo a partir de 1925, tras la muerte del presidente socialdemócrata
Ebert y la elección anticipada del más contemporizador Hindenburg. La elección presidencial de este
mariscal monárquico coincidió con un nuevo clima en las relaciones internacionales, expresado en el
espíritu de Ginebra, la ampliación de la Liga de Naciones y la admisión de Alemania en 1926. El

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bloque conservador, aglutinado en torno a Hindenburg, ofrecía idóneas posibilidades para la
evolución hacia la derecha del régimen y la tracción del ejército, que desde 1928 se encargo de
arrinconar a la extrema derecha. Mientras tanto, las relaciones comerciales convertían de nuevo a
Alemania en una potencia económica europea, cuando llegaron al continente los efectos de la crisis
de 1929.

Los efectos del crack de 1929 fueron extremadamente graves para Alemania por las suspensiones
de créditos bancarios, la paralización de la producción, el aumento del paro y el malestar social. Este
clima enrarecido se puso de manifiesto en las elecciones para el Reichstag de 1930, en que los
nazis consiguieron 107 escaños, lo que les animo a liquidar la república de Weimar. En los dos años
siguientes persistió el mal alemán, que se manifestaba en toda una reacción y proletarización de las
clases medias, engrosaba las aspiraciones nacionalistas de revanchismo frente a Versalles y
radicalizaba las luchas políticas con la formación de organizaciones paramilitares: los casos de acero
del partido nacional alemán; el frente rojo comunista, el estandarte imperial de las socialdemocracia,
o el frente parado y las secciones de asalto nazis. En enero de 1933, Hindenburg concedió su
aprobación para que Adolf Hitler ocupase la cancillería, lo que equivalía a liquidar, en la práctica, la
república de Weimar.

LA DISLOCACION DEL IMPERIO AUSTROHUNGARO.

El trascurso de la guerra produce un agotamiento progresivo en ambos bloques pero ese cansancio
era más sentido en los Imperios Centrales. De la euforia y oleada patriótica de los inicios del
conflicto, se había pasado a una oposición creciente por parte de la población civil, eso era común a
todos los contendientes, si bien, debido al bloqueo naval y las penurias de la población civil
produjeron que estos movimientos de rechazo fueran especialmente significativos en Alemania,
Austria-Hungría, Turquía o Bulgaria.

En el Imperio Austro-húngaro la situación es todavía más explosiva, desde 1917 se encontraba al


borde del colapso, de ahí el intento del nuevo emperador Carlos de sondear tratados de paz con
Francia, si se mantenían era debido al apoyo alemán, y Alemania era consciente de las enormes
dificultades que atravesaba el imperio de los Habsburgo. Pero con ser muy importante la situación
económica el problema más grave que tenía que afrontar el gobierno de Viena era el problema de
las distintas naciones que formaban el imperio y que ahora, en momento de suma debilidad de éste,
reclaman abiertamente la independencia. Si al principio de la guerra una oleada patriótica barrió
momentáneamente la ola de particularismo regionales, la continuación de ésta y el apoyo decisivo
por parte de los aliados hacia los distintos movimientos nacionales para debilitar al gobierno central,
hicieron peligrar, más que las bombas enemigas, la integridad territorial del Estado.

En el exilio existía, con apoyo de la Entente, el Comité Sudeslavo que pretendía la integración en
Serbia de las zonas pobladas por croatas y eslovenos, es decir, lo que después de la derrota de
Austria-Hungría se llamaría Yugoslavia. El nacionalismo checo también había creado un Consejo
Nacional Checo en París, y abiertamente, en el parlamento de Viena, clamaban por la
independencia.

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La Polonia dependiente de Austria y dirigida por Pilsudski hace saber al gobierno central su
intención de independizarse del imperio y unirse a la Polonia ex rusa y a la Polonia alemana para
formar un estado independiente, cosa que logró en gran medida tras la derrota del Imperio.

Ante esta situación el emperador Carlos, que sube al trono en 1916 tras la muerte del anciano
Francisco José, reabre en 1917 el Parlamento, los distintos grupos nacionales claman por la
independencia y por la consiguiente creación de estados separados, la propuesta del emperador de
crear un estado federal llegaba ya demasiado tarde. Parece que la agitación nacionalista estaba en
relación directa con el descontento por el racionamiento y las protestas, es decir, los movimientos
nacionalistas encontraban muchos adeptos en esta época tan turbulenta, el señuelo de la
independencia de las distintas naciones era sinónimo de solución de todos los problemas.

En el caso concreto de Hungría, confederada con Austria desde el augleich o compromiso de 1867,
también se daban problemas, había trascurrido cincuenta años y según el acuerdo había que
renovarlo en 1917, aunque el parlamento húngaro estaba de acuerdo en principio, se pospuso para
más adelante la decisión. Cuando se decida ya será en 1918 y en un sentido contrario, una vez que
la derrota definitiva era más que evidente.

En 1919 tras la firma del tratado de Saint-Germain y el tratado de Trianon, el imperio desparece
debido a que es disuelto, de manera que queda reducido a un solo país: Austria y en el seno de su
antiguo territorio se conforman por medio del principio de las nacionalidades los nuevos países de
Checoslovaquia, Hungría y Yugoslavia. En estos tratados se prohibía a Austria prescindir de su
soberanía y en consecuencia, unirse a Alemania, este problema estaría en la base del ascenso del
nazismo. El futuro líder del tercer reich veinte años más tarde, anexionará Austria.

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