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FFyL – UBA -

Lengua y cultura griegas I – Curso 2020 –


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CLASE Nº 2 - (Apunte preparado por el Prof. Castello)
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Primera parte: ALFABETO GRIEGO: OTROS SIGNOS
Segunda parte: CATEGORÍAS DE PALABRAS EN GRIEGO Y
CASTELLANO: ENUNCIADOS EN EL DICCIONARIO – EL FENÓMENO
DE LA DECLINACIÓN.
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Bibliografía para la primera parte: AUTORES VARIOS, Guía para el
aprendizaje del Griego clásico /1, pp. 24 y 25.
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Después de haber visto la pronunciación de las letras del alfabeto


griego, pasemos a la consideración de los otros signos necesarios para la
transcripción de la lengua.
Vamos a comenzar con los espíritus, la parte más novedosa. Se trata de
dos signos gráficos que acompaña necesariamente a la escritura de toda
palabra griega que comience con vocal. Toda palabra griega iniciada con
vocal lleva, entonces, sobre esa vocal un signo llamado espíritu.
Originariamente, spiritus, una palabra latina, significa “soplo”. Entonces, el
espíritu representa un sonido, pero sólo uno de los espíritus, porque el otro
representa que no hay sonido; uno es positivo y el otro es negativo. Esta
precisión en la grafía, muy lógica desde el punto de vista del desarrollo de la
lengua, poco a poco se ha ido perdiendo, y en el griego moderno ya no se
encuentra. Tomémoslo como un hecho y, a lo sumo, luego profundizaremos.
El primer espíritu es el áspero o fuerte, ( ). Su presencia, desde el punto
de vista sonoro, corresponde a una espiración muy suave, como la de la hache
inglesa del verbo have. De manera que una palabra como



se pronunciará /hespéra/. El equivalente latino de esta palabra es
vespera, el sustantivo “tarde”, de donde provienen términos del castellano
como “vespertino”. Como ven, el espíritu áspero está representado en latín de
otra manera –tratándose, obviamente, de la misma raíz indoeuropea-.
Veamos la siguiente palabra:

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

Ésta se pronunciará /hólcos/ y el equivalente latino es sulcus, “surco”.
Finalmente:


 

Además del espíritu, hay sobre la primera vocal un acento circunflejo,
que se pronuncia como cualquier otro acento: /hépar/. Significa “hígado”, de
ahí términos como “hepático”. En latín es iecur.
Como dato accesorio, además, hay que saber que toda üpsilón () y rho
() iniciales llevan espíritu áspero. Es decir que jamás hay un espíritu suave –
véase más abajo- sobre üpsilón inicial, y que hay una consonante que lleva
espíritu –áspero- cuando es inicial, la rho. Ocurre, en este último caso, que
debe pronunciarse como erre y no como ere, es decir como vibrante múltiple y
no como vibrante simple, lo mismo que ocurre con nuestra “r” inicial, aunque
no marcamos eso con ningún signo gráfico. Como ejemplos, podemos
mencionar , “agua”, que en latín es sudor, y  , “rosa”.
Les mostré tres equivalentes latinos de la misma raíz indoeuropea ,
vespera, sulcur y iecur. Aquí se observa que los sonidos iniciales que el latín
registra con una grafía determinada, en griego se reflejan con el espíritu
áspero. Entonces, los espíritus son fonemas (reducidos a esa representación
gráfica por diversas circunstancias en la transmisión del alfabeto).
La posición del espíritu es sobre la vocal minúscula inicial y antes que
el acento, a menos que el acento sea circunflejo, caso en el que el acento va
arriba del espíritu. Ustedes, de todos modos, jamás se van a encontrar en la
necesidad de escribirlo, sino que siempre lo van a encontrar en la palabra
como algo dado; lo importante es que puedan reconocerlo.
Frente al espíritu áspero tenemos el espíritu suave, ( ), que indica
sencillamente que no hay espíritu áspero, no hay espiración.
En una palabra como



leeremos simplemente /egó/, “yo”, que en latín es ego, con su
pronunciación como palabra grave, ya que en latín no hay palabras con acento
agudo: /égo/.

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Ya que puse un pronombre, pongamos la primera persona singular de
presente de indicativo del verbo más importante en indoeuropeo:



Ante todo: cuando la palabra comienza con diptongo, el espíritu suave o
áspero se coloca sobre la segunda vocal, como el acento, pero se pronuncia
sobre la primera.
En la palabra que puse, leemos /eimí/, “soy” o “estoy”.
Podríamos agregar, para quien esté especialmente interesado, que la
determinación del uso de uno u otro espíritu viene dada por la etimología: el
fonema sonante o sibilante -que iniciaba la raíz indoeuropea- en griego se
grafica mediante el espíritu áspero; en latín, en cambio, en caso de realizarse
la misma raíz en esa lengua, vemos la emergencia de otros grafos. El espíritu
suave, en cambio, está indicando simplemente la presencia de una palabra que
comienza con un sonido vocálico. En vistas de una analogía, uno puede pensar
en la hache de ‘hijo’ como algo ocioso, pero es un resto de una espiración que
alguna vez estuvo: ocurre que ‘hijo’ viene del latín filius, con “f” inicial. Esa
“f” latina, en razón del sustrato lingüístico vasco en la península ibérica, se
resolvió en una espiración. De manera que la “h” es la forma de graficar, no
una “f”, sino una espiración originaria. Pero luego el castellano siguió
evolucionando y ahora dejó de pronunciarse, por lo tanto marca la presencia
originaria de un fonema, de la misma manera que lo hace el espíritu áspero. La
analogía puede completarse con el griego moderno que, como nosotros con la
“h”, dejó de pronunciar el espíritu áspero.
Apuntando a la colocación, observemos qué ocurre en el caso de las
mayúsculas:



    
Estas palabras llevan mayúsculas porque son dos nombres propios. El
primero de ellos se pronuncia /aristotéles/ y, el segundo, /herácleitos/. En el
caso de las mayúsculas, entonces, el espíritu se coloca delante de ellas, a la
izquierda. En el caso de “Heráclito”, no deben confundirse, porque nuestra
hache reproduce el espíritu áspero y la mayúscula griega, que es una eta (),

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está representada por “e” que aparece en segundo lugar en la palabra
‘Heráclito’.
Voy a hacer ahora una observación sobre los acentos. He ejemplificado
con dos tipos de acento, el agudo () y el circunflejo (). En principio, el
circunflejo indicaría un ascenso y posterior descenso de la voz, una mayor
intensidad, pero, para nosotros, suena como cualquier otro acento. El acento
agudo puede caer en en la sílaba final o en las dos anteriores, no más allá de
tres lugares desde el final.
Hay un último acento que tiene cierta analogía con el espíritu suave,
porque es un no-acento: un acento grave (): va a indicar que la palabra se
apoya tónicamente en la palabra siguiente, pero retomará su natural acento
agudo si no se halla a continuación otra palabra. Veamos dos expresiones:


 


 

El primer sintagma, transliterado, se lee /agathoshoánthopos/. Observen
que en la primera expresión la primera palabra tiene acento grave, ,
mientras que en la segunda la misma palabra tiene acento agudo: .
O sea, el acento grave supone una palabra que lleve acento final: sólo
aparece sobre la última sílaba. Ese acento final, en el flujo oracional, se apoya
en la palabra siguiente. El acento agudo originario de la palabra se hace grave
porque se apoya en la palabra siguiente. Tanto es así que si varío el orden,
como ocurrió con el segundo sintagma con relación al primero, la misma
palabra lleva acento agudo, ya que no hay otra a continuación sobre la cual
pueda apoyarse (hay pausa final).
De todos modos, reitero, es algo que siempre van a encontrar escrito,
como algo dado, no se van a ver jamás en la necesidad de escribir ustedes los
acentos.
Pasemos ahora a los restantes signos.
Permítanme que diéresis y coronis (que corresponden a los puntos 3 y 4
de la Guía/1 con la que estamos trabajando) sean postergados por el momento.
Quiero que ahora veamos aquello que de inmediato nos va a ser útil para
comenzar con el abordaje de la lengua griega. Sí es importante hablar del
apóstrofo (), signo idéntico, por la forma, al espíritu suave: se coloca entre
dos palabras para indicar la elisión de una vocal inicial o final, 
está por y se pronuncia /alegó/ y no /alaegó/. Lo mismo sucede

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con igual que y que se pronuncia /pustí/ y no
/puestí/. Dicho sea de paso ese punto y coma, como ahora vamos a ver,
corresponde a una interrogación. Bueno, las lenguas modernas también hacen
uso del apóstrofo, como el francés o el italiano. El castellano tendría que
hacerlo con las contracciones ‘al’ o ‘del’, ya que no hay ningún signo gráfico
que esté indicando que aquí hay una fusión: no hay marca para el lector de la
contracción.
El punto 6 habla de la ni () eufónica. Puede ser añadida a yen
finales de palabra, primero, si la palabra siguiente comienza por vocal, para
evitar el hiato:   ; segundo, si está
ante signo de puntuación: . Esa  de
 (como la de   ), según vemos en el primer ejemplo, no es
propia de la palabra, : está puesta para evitar el hiato con la palabra
siguiente que comienza con vocal,   (o ). Lo mismo si
está ante un signo de puntuación (en este caso, el de interrogación, como
decimos en el párrafo siguiente), que es el caso de 
Para terminar con la presentación de los signos auxiliares, vamos a los
signos de puntuación o divisorios. Hay cuatro: la coma (), el punto (.), el
punto alto (˙) y el punto y coma (;), que corresponde a nuestro signo de
interrogación final. En la coma y el punto no hay diferencia con nuestros
signos. El punto alto corresponde a nuestro punto y coma o dos puntos.
Mientras que el punto y coma, como adelantamos, es el equivalente a nuestro
signo de interrogación final. Para explicar la curiosa génesis del punto y coma
diremos que en la escritura, en principio graficada con letras mayúsculas y con
ausencia de todo signo diacrítico –y sin separación de palabras: lectio
continua-, para dar cuenta de la intención interrogativa de una oración se
colocaba una palabra que significaba, justamente, ‘pregunta’, .
De manera que después de transcribir la oración en cuestión, se colocaba esto
para que el lector supiera que se trataba de una pregunta. Con el tiempo, por
razones de economía, comenzó a simplificarse esta práctica y solamente se
colocaba la inicial de esta palabra, es decir una dseta, , pero la estilización
de esa dseta, ya en la época de la letra cursiva (), dio lugar a que el signo de
pregunta derivara hacia el grafema en cuestión [;].
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Segunda parte

Tras haber trabajado con las letras -los signos que representan los
fonemas- y los restantes signos auxiliares para la lectura, vamos a proceder

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ahora al abordaje de las categorías gramaticales de nuestra lengua, como
conexión con las respectivas clases de palabras en griego.
La unidad sobre la que vamos a trabajar será la palabra. Me refiero a las
palabras aisladas, y vamos a operar con una distinción entre palabras variables
y palabras invariables. En el primer grupo, el de las palabras variables, vamos
a encontrar dos grandes regiones: la del nombre y la del verbo. Cuando digo
‘nombre’ me refiero a sustantivos, adjetivos y pronombres. En seguida vamos
a ver en qué consisten las variaciones del nombre y del verbo. Cuando
hablamos de palabras invariables, hablamos de conjunciones, preposiciones,
adverbios y, podemos agregar, interjecciones. Después voy a volver sobre esta
distinción, pero como punto de partida es suficiente.
Tomemos un par de nombres sustantivos en nuestra lengua: “madre” y
“padre”. Sabemos que “madre” es un sustantivo de género femenino y “padre”
un sustantivo de género masculino. Sin embargo, esta diferencia de géneros no
se advierte a partir de la terminación de la palabra, que es el lugar donde, en la
gran mayoría de los casos, se advierte la diferencia de género, como ocurre,
por ejemplo, en “gato” frente a “gata”. En todas ellas tenemos la posibilidad
de variar el número: “madres”, “padres”, “gatos”, “gatas”. En el ejemplo de
las palabras “gato” y “gata” tenemos en la terminación de la palabra en
singular la señalización de la diferencia de género. En general, en nuestra
lengua, los sustantivos de género femenino terminan en “-a” y los de género
masculino en “-o”; eso se da en la mayoría de los casos. No siempre,
claramente, como ocurre frente a un sustantivo como “mano”, que tiene
género femenino y termina en “-o”. Sin embargo, así es en la mayoría de los
casos. Esto de que haya una mayoría de casos es lo que permite una
sistematización teórica de la lengua, en el aspecto básico y elemental de la
morfología. Lo que sí nos aparece como una constante es la “-s” como
indicador de número plural, pero hay palabras como “oasis”, “crisis”, que
terminan en “-s” y no son necesariamente de número plural, aunque a tal
punto tenemos asociado el número plural con esa terminación que los
sustantivos que terminan en “-s” no tienen variación para el plural: “el oasis”
o “los oasis”. Sin embargo, esto de que haya una mayoría, una gran mayoría
de casos que podemos referir al ejemplo “gato/s” y “gata/s” es lo que permite
la sistematización.
Vamos a avanzar ahora a otro tipo de nombres como el adjetivo.
Tomemos un ejemplo en castellano: “manso -a”. Esta manera en que lo
presento tiene que ver con el modo en que nos presenta las palabras el
diccionario:
gato: m.
gata: m.

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manso, sa.

Aquí tenemos presentaciones de sustantivos y adjetivos que podemos


calificar como “regulares”. En el caso del adjetivo, tenemos la forma
correspondiente al género masculino y número singular completa y, luego, las
variaciones que corresponden al género femenino y número singular. Si
agregamos los plurales, tenemos agotado el repertorio de formas posibles para
la variación morfológica de este tipo de adjetivos.
Tenemos, también, adjetivos como “dulce”, donde la única variación
posible es en cuanto al número, “dulces”, ya que masculino y femenino
coinciden en la misma forma. Algo similar ocurre con “fiel -es”. Esta
variación morfológica de género y número también se da en la lengua griega.
Vayamos ahora, y en este momento tengo que empezar a complementar
lo morfológico con lo sintáctico, a revisar dos oraciones del castellano:

Yo miro el paisaje.

Yo me miro en el espejo.

“Yo” es un nombre, más acotadamente, es un pronombre personal. Voy


a trabajar de manera complementaria con morfología y sintaxis para
desarrollar un aspecto morfológico del pronombre personal que nos va a llevar
a entrar en el conocimiento de una variación morfológica dominante en la
lengua griega.
Ante todo, hay una diferenciación primera entre sujeto y predicado que
es relativamente evidente en ambas oraciones, por lo que no me voy a detener
en ella. En el predicado, el verbo “miro” es el núcleo. En la segunda oración,
la construcción “en el espejo” no me interesa mucho en este momento, así que
la dejamos en una caja sin que nos importe la denominación de esa unidad
funcional. Lo que me interesa más es la palabra “me” que, respecto del verbo,
está en la misma relación que “el paisaje” en la primera oración. En esa
primera oración “el paisaje” es el objeto directo, por lo que “me” debe ser
objeto directo también en la segunda oración. Ahora bien, “yo” y “me”, desde
el punto de vista existencial, refieren a lo mismo, denotan la misma entidad:
la misma persona existencial, pero es necesaria la forma “me” para poder
expresar lo que expresa la segunda oración, ya que nosotros no decimos “Yo
miro a yo en el espejo”, porque evidentemente una cosa así nos sonaría
ridícula.

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Quiero decir, entonces, que “yo”, “me” y “mí” son variantes de una
misma palabra, el pronombre personal de primera persona. Cuando el
pronombre de primera persona, sea singular o plural -vale lo mismo para la
segunda y tercera personas, naturalmente-, es sujeto, entonces tiene la forma
“yo”, pero cuando es objeto toma la forma “me” y, cuando tenemos una
preposición integrada con el pronombre, “mí” (‘a mí’, ‘para mí’, ‘de mí’, etc.).

Yo miro el paisaje .
Sujeto + verbo + objeto directo

Yo me miro en el espejo . Sujeto + objeto directo + verbo


+ complemento

Vamos a otro ejemplo:

Me dieron un premio.

Aquí el sujeto no está mentado, “un premio” es el objeto directo, porque


está en la misma relación con el verbo “dar” que aquella en que se encontraba
“mirar” con la construcción “el paisaje”, y aquí “me” pasa a ser el objeto
indirecto, el destinatario,

Me dieron un premio.

O.I. + verbo + O. D

Precisamente la fórmula “dar algo a alguien” se usa mucho como una


especie de matriz para ayudar a reconocer objeto directo y objeto indirecto.
Entonces, “me” puede ser objeto directo o indirecto en castellano. En el caso
de “mí” -la tilde es importante, porque de otro modo se confundiría con el
adjetivo posesivo-, dijimos que se integra con preposiciones para indicar
distintas circunstancias.
Entonces, tenemos un sistema de variaciones que experimenta el
pronombre personal de acuerdo con su ubicación sintáctica en el conjunto de
la oración. Esto que ocurre con los pronombres personales, sobre lo que a

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veces no se reflexiona adecuadamente en las prácticas escolares y que
tenemos nosotros muy incorporado por el uso, nos va a ayudar mucho para
ingresar a la economía del nombre en la lengua griega. Esto que en castellano
se da excepcionalmente en los pronombres personales, en griego se da con
todos los nombres, es decir con los pronombres, sustantivos y en la gran
mayoría de los adjetivos. Digo ‘en la gran mayoría’ porque no todos los
adjetivos sufren estas variaciones, ya que no ocurre con los numerales, que
son adjetivos. Lo mismo ocurre en castellano, no todos los numerales tienen
variación de género. Los numerales “uno” y “una” sí tienen este tipo de
variación, pero “dos” no. Lo mismo ocurre en griego: algunos numerales
tienen variación de género y otros no. La gran mayoría de los adjetivos, sin
embargo, tienen variación de género y número, como en castellano, pero,
además, tienen variación de caso.
Cada una de las formas que adquiere el pronombre personal de acuerdo
a la función que cumple en la oración tiene la denominación técnica en
gramática de “caso”: “yo”, “me”, “mí” son casos del pronombre personal de
primera persona singular. Aquí reconocemos tres casos; en griego, para cada
nombre, nos vamos a encontrar con cinco casos, con cinco formas distintas del
nombre de acuerdo a cuál sea su ubicación en el contexto de la oración.
Lo mismo, naturalmente, ocurre para las otros pronombres personales:
el “nos” de “Nos dieron un premio” y el de “Nos vieron” se distinguen porque
el primero es objeto indirecto y, el segundo, directo. Podemos entonces hacer
un pequeño cuadro para los pronombres de primera persona:

CASO Singular Plural


Nominativo yo nosotros
Objeto (o.d/ o.i) me nos
Con preposición mí nosotros

Cada una de estas variaciones, entonces, tiene el nombre técnico de


“caso”. En latín, casus traduce al sustantivo griego , “caída”. Los
primeros intentos por dar una explicación de este fenómeno, cuando se
comenzó a reflexionar sobre la lengua y los fenómenos que se conciben en el
ámbito de la expresión, en la medida en que se fue encaminando lo que iba a
culminar en la constitución de la gramática como una ciencia, una disciplina y
un saber especializado, se fue recurriendo a distintas imágenes para referirse a

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estos fenómenos o particularidades de la lengua. Se llegó a pensar que esas
variaciones que se dan en la parte final de la palabra eran algo así como
movimientos de caída, de inclinaciones, que la palabra iba experimentando
respecto de un parámetro fijo:

En el esquema se puede observar la línea recta como representación de


ese parámetro fijo (el casus rectus, “caso recto”), y las diversas “caídas” a
partir del mismo (casus obliqui, “casos oblicuos”). Se atribuyó al
nominativus, “nominativo” la capacidad de manifestar la función del
“nombre” por excelencia, de ser el “caso recto”, y ser el origen, por ende, de
todos los restantes. El nominativo es el que corresponde a la función sujeto en
la expresión sintáctica. Pues bien, a partir de imágenes semejantes nace el
término “declinación”, que no alude a otra cosa que a las diversas
“inclinaciones” de la palabra con relación al parámetro fijo mencionado.
Resumiendo, la declinación de un nombre no es otra cosa que el
conjunto de todas las variaciones de género, número y caso de un sustantivo,
adjetivo o pronombre.
La lingüística moderna hará precisiones a esta descripción aproximada
de la gramática antigua, por medio de la introducción de las nociones de raíz,
tema y desinencia, que veremos oportunamente.
El segundo grupo importante de palabras variables -con esto agotamos
el repertorio de palabras variables- corresponde al verbo. Sin embargo, esto no
trae para nosotros ninguna sorpresa, ninguna sorpresa importante inicial, al
menos. Las variaciones del verbo, en griego y en castellano son
aproximadamente las mismas. En castellano, cuando queremos hablar de un
verbo, lo nombramos por su infinitivo, por ejemplo “amar”. Por lo tanto, si
comparamos esto con el sistema del nombre que acabamos de caracterizar,
podrímamos decir que el caso recto del verbo es para nosotros el infinitivo. A
partir del infinitivo, o de una base del verbo que encontramos en el infinitivo,
podemos llegar a todo un conjunto numeroso de variantes: persona, número,
tiempo, modo y voz. En una forma como “leemos” tenemos la primera
persona del plural del tiempo presente del modo indicativo de la voz activa del
verbo “leer”. El sistema de voces se limita, en castellano, a la voz activa y la

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voz pasiva, pero en griego tenemos una tercera voz, la voz media, que van a
conocer en el desarrollo de la primera lección de nuestra Guía.
Además, así como en castellano tenemos tres grupos de verbos, aquellos
con infinitivo terminado en “-ar”, “-er” e “-ir”, en griego también vamos a
tener diferencias que permite someterlos a una clasificación. Obviamente, va a
haber algunas particularidades como las que tenemos en castellano con ciertos
verbos: “soy”, “era” y “fui”, “voy”, “iba” y “fui”, frente a “trabajo”,
“trabajaba” y “trabajé”, que parece dar un esquema de regularidad que no se
cumple en los dos primeros casos. Este tipo de cosas no van a ser una sorpresa
entonces, porque en castellano se dan estas mismas situaciones.
Les agrego algo más que va a ser útil para comenzar a manejar el
diccionario: en castellano los verbos figuran en el diccionario, según dijimos,
por el infinitivo y el hablante de una lengua extranjera que se inicia en la
nuestra tiene que aprender, cuando se encuentra con una forma verbal dada en
un texto y quiere conocer el significado de ese verbo, a realizar el camino que
lo conduzca a esa forma que figura en el diccionario. En el caso del griego
vamos a realizar un procedimiento análogo, pero en griego los verbos no
figuran por su forma de infinitivo, sino por la primera persona del singular del
presente del indicativo. Asimilando esto al castellano, es como si tuviésemos
que buscar, en vez de “leer”, la forma “leo”. Esto no obsta para que los
verbos, en griego, tengan infinitivo. Son simplemente convenciones
diferentes.
Otra particularidad de la lengua griega -y ahora vuelvo al nombre-, es
que en nuestra lengua tenemos un uso bastante limitado del género neutro. La
misma palabra, “neutro”, etimológicamente proviene del latín y significa “ni
uno ni otro”, es decir ni masculino ni femenino. Desde el punto de vista
morfológico el único uso más o menos corriente que tenemos del género
neutro se da en las ocasiones en que sustantivamos, mediante el artículo
neutro “lo”, a los diversos adjetivos, como por ejemplo al decir “lo bello”.
Mediante el artículo se da una sustantivación del adjetivo y, por otra parte,
esta forma “bello”, tomada aisladamente, resulta indiscernible de la forma del
de masculino singular: pero como neutra tenemos que entenderla en la
expresión “lo bello”. Debemos agregar, por otra parte, los pronombres
demostrativos neutros: “eso”, “esto” y “aquello”. Los pronombres
demostrativos tienen los tres géneros, masculino, femenino y neutro. En
griego esto va a pasar con todos los adjetivos, además, obviamente, de los
propios sustantivos neutros.
Hay un sustantivo de género femenino en nuestra lengua, muy
incorporado a nuestro uso, el sustantivo “cosa”, que, a pesar de tener todas las

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determinaciones propias del género femenino, semánticamente es neutro,
porque usamos la palabra “cosa”, justamente, para cualquier cosa.
Recapitulando: las palabras variables son los nombres y los verbos. Las
invariables, los adverbios, conjunciones, interjecciones y preposiciones. Más
específicamente, variaciones del nombre son el género, número y caso; las del
verbo, la persona, número, tiempo, modo y voz. Todas estas son variaciones
que se dan en la parte final de la palabra. Esa parte final de la palabra, por un
breve tiempo, la vamos a llamar “terminación”.
Por otra parte, el nombre figura en el diccionario en nominativo singular
y, el verbo, como dijimos, en primera persona del singular de presente del
modo indicativo de la voz activa. Por eso es natural que, cuando esté
explicando algo respecto de una palabra griega, la nombre en nominativo
singular, ya que es precisamente el nombre de la palabra. Por ejemplo, voy a
decir  , palabra que significa “hombre”, mentado no con la
referencia de género masculino, sino genéricamente, refiriéndose al ser
humano.
Dije que los nombres figuran en el diccionario por el nominativo
singular. Por ejemplo:



 


Observen que se nos presenta la forma de nominativo singular
completa, luego la forma  y, tras otra separación, en los dos primeros
ejemplos, . La forma remite a la variación , el genitivo singular.
Es decir que el enunciado nos da el nominativo singular completo y la
terminación del caso genitivo. Tomen simplemente nota del nombre de este
caso por ahora; es un caso muy importante para poder trabajar con los
sustantivos. La tercera forma que tiene el diccionario, , es el artículo
masculino en nominativo singular. Es muy importante la presencia del artículo
porque nos indica el género del sustantivo; siempre vamos a encontrar en la
presentación de un sustantivo el artículo correspondiente en nominativo
singular. Fíjense que en el tercer ejemplo tenemos la forma de nominativo, la
misma terminación para el genitivo singular, pero luego hay un , el artículo
femenino en nominativo singular, lo que nos indica que el sustantivo
es de género femenino.

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Entonces, y  son sustantivos de género masculino
y , como dijimos, femenino. Piensen que en nuestra lengua materna
no presenta ninguna dificultad determinar que “mano” es femenino y “gato”
masculino, a pesar de que tienen la misma terminación, pero para alguien que
está iniciándose la cosa no es tan sencilla. Por eso la indicación que da la
presencia del artículo es sumamente importante.
Esta manera de presentar los sustantivos es lo que se llama ‘enunciado’.
Enunciar un sustantivo es dar la forma del caso nominativo singular y la
terminación de genitivo singular, acompañado del artículo. El agregado del
artículo es una ayuda que da el diccionario: el enunciado se limita a la
presentación de los dos casos. Esto se aplica para todo diccionario de lengua
griega antigua.
Los adjetivos se presentan con el nominativo singular de los tres
géneros, masculino, femenino y neutro:



Este adjetivo significa “hermoso”, “bello”, es un adjetivo que hace
referencia a un valor muy apreciado en el mundo griego clásico y preclásico.
Al encontrarnos con esta presentación tenemos que leer
, que son los nominativos singulares correspondientes
a los tres géneros. Al adjetivo de género neutro lo traduciremos como un
masculino, “hermoso” –no tenemos otra opción en nuestra lengua-.

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Dejamos aquí, y en la próxima entrega comenzaremos ya con el análisis


y traducción de oraciones griegas, debidamente atestiguadas, según la Guía de
estudio anunciada.
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