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El mar de un siglo es un espejo

Héctor Julián Coronado Cervantes

Estoy en un país precioso de salvajismo, un amontonamiento de rocas tremendo y un mar

inverosímil de colores [...] el Océano es algo muy distinto.

Carta de Monet a Gustave Caillebote.

En 1886, Claude Monet, poco antes de cumplir 46 años, viajó a las islas bretonas en la

temporada de tormentas. En Port-Domois exploró la costa agreste desgastada por el Atlántico.

En uno de los óleos que pintó durante ese viaje, Les rochers de Belle-Ile, la Côte sauvage,

distinguió al océano respecto a otros espacios acuáticos en los siguientes términos. Colocó muy

alto la línea del horizonte, apenas dejó una franja de nubes claras y oscuras que delimitan las

aguas. Lo más cerúleo del mar queda lejos de la costa, cerca a la frontera con el cielo. Próximos

al espectador están los peñascos, escollos crecientes rumbo al punto de vista y que se presentan

yermos y quebrados. Están hechos de pinceladas cortas, impresionistas, gestuales y de colores

oscuros. Las masas abruptas están dispuestas como un brazo de tierra que invade al océano. El

agua que limita la geometría de las rocas no es azul ni está quieta como en el horizonte: es

espumosa, y de tonos variables de grises y verdes. Estamos ante un lienzo de 65 x 81.5 cm que

contiene dos naturalezas, una fluída y la otra petrificada, ambas en pugna, escarpadas y

tormentosas. No hay personas, ni buques, ni edificaciones a la vista. No hay civilización. Sólo

hay eso que se indica en el título de la obra: salvajismo.

En el océano de Monet, lo humano está en el observador, en la mirada de quien intenta darle

forma al mar. Para concretar esta idea me remito a un minirelato de El libro de los abrazos

(Siglo XXI editores, 1989) de Eduardo Galeano titulado La función del arte/1. Narra que un

hombre lleva a su hijo por primera vez a la costa. El niño queda mudo y cuando logra hablar pide

a su padre: "¡Ayúdame a mirar!" La frase más poética del texto es: "la mar estalló ante sus ojos".
Creo que esto hace el cuadro de Monet: muestra una forma del estallido del océano y ayuda a

la mirada a contenerlo. La pintura también recrea un paisaje sonoro: el fragor de viento, agua y

piedra. Sólo hace falta un relámpago para completar los cuatro elementos de la cosmogonía

clásica.

Cuatro décadas antes, en 1842, Joseph William Turner, con trazos gestuales más largos, le dio

otra forma al estallido del mar.

Snow storm es un lienzo al óleo de 91 x 122 cm. Representa un barco de vapor, a mitad de un

vórtice entre nevisca y olas. Destaca la circunferencia oscura de la rueda y las paletas iluminadas

desde el fondo del cuadro que impulsan al navío. El mastil más alto está sostenido por cables y

ondea una diminuta bandera. De la torre de la caldera se eleva una columna de vapor que se

oscurece nítidamente a medida que gana altura. La línea del buque dibuja una diagonal que

divide mar y cielo y que acentúa el oleaje, cepillado en distintas direcciones, en tonos grises,

claros y con algunas salpicaduras de azul. La atmósfera se presenta igualmente turbulenta, con

los mismos colores del mar, como si fuera uno reflejo del otro. A pesar de la evidente

perturbación de la tormenta, la columna que brota del barco hace un trazo sinuoso que no se

desvanece: su oscuridad es distinguible de la borrasca, y llega ampliada hasta el borde superior

de la pintura.

El título completo del cuadro indica que el autor estuvo presente en la tormenta de la que se

basó para pintar. El mismo Turner —de 67 años— cuenta que se hizo amarrar al mástil de un

barco durante 4 horas de tempestad.

En la página web de la Tate, la obra se analiza en clave romántica: "En este contexto, el navío

puede interpretarse como símbolo de los esfuerzos futiles de la humanidad contra las fuerzas de

la naturaleza". Sin embargo, la columna de humo dice lo contrario. Y el amarre a la Ulises de

Turner —aunque sea ficticio—, también. Estamos viendo una dicotomía balanceada: la
civilización y el salvajismo, la técnica y la naturaleza. La luz que proviene del claro entre las

nubes a mitad de la composición parece una promesa dirigida a la nave.

Una crítica temprana del cuadro lo describía así: "espuma de jabón y cal". Turner reaccionó

diciendo: "¡Espuma de jabón y cal! ¿Qué quieren? Me pregunto ¿cómo creen que es el mar?

Ojalá hubieran estado en él."

Si retrocedemos 23 años podemos hallar a quienes sí han estado en el mar.

En 1818-1819, Théodore Géricault, de 27 años, pintó al óleo un lienzo de 490 x 716 cm que

tituló Le Radeau de la Méduse. Representa el momento en que sobrevivientes de la balsa de la

Medusa avistan un barco, después de pasar 13 días a la deriva. La fragata encalló el 2 de julio de

1816 mientras navegaba rumbo a Senegal con 400 personas abordo y el gobernador francés que

recibiría de los ingleses la colonia africana. 250 se acomodaron en los botes salvavidas y el resto

en una balsa malconstruída para alcanzar la costa africana a 100 kms de distancia. Los botes

remolcarían la balsa pero la abandonaron junto con sus ocupantes de los que solo sobrevivieron

15.

La forma pictórica del hecho histórico es la siguiente: el oleaje alto enmarca el objeto de

interés: la balsa semihundida en las aguas; al fondo, en el horizonte, entre olas, se percibe una

nave diminuta por la lejanía; los personajes sobre los maderos desordenados están distribuidos en

una diagonal que se interna en el espacio de representación. Los más cercanos al observador son

los cuerpos de los náufragos exánimes, moribundos. Cada postura cuenta la historia de

desesperación y amotinamiento. Su piel pálida y desnuda destaca las protuberancias de los

huesos. La emotividad en el rostro de los vivos aumenta en exaltación a medida que la mirada

llega hasta el otro extremo de la balsa. Hay un mástil con una vela hinchada de viento cuyos

aparejos dan sombra a algunos de los desamparados. La paleta de colores es limitada y la luz

proveniente de una esquina del cuadro es crepuscular: acentúa la ruina de la embarcación y de


los hombres. El color del mar es verde oscuro y está agitado, como los personajes que han

avistado el navío Argus a lo lejos.

Estamos ante otro estallido del mar. ¿A qué suenan estas pinceladas de Géricault?

Alessandro Baricco, en su novela Océano mar (Anagrama, 1999), ficcionaliza la rivalidad que

surge entre Savigny y un marinero, Thomas, durante los días que duró el naufragio. Ambos

personajes tienen una profunda anagnórisis.

Savigny: "Nosotros, abandonados por la tierra, somos el vientre del mar, y el vientre del mar

somos nosotros, y en nosotros respira y vive."

Thomas: "No me equivocaba allá en la orilla, en aquellos inviernos, al pensar que aquí se

encontraba la verdad. He tardado años en descender hasta el fondo del vientre del mar: pero he

hallado lo que buscaba. Las cosas ciertas. Incluso la más insoportable y atrozmente cierta entre

todas. Esta mar es un espejo. Aquí en su vientre me he visto a mí mismo."

El mar es el salvajismo de 146 náufragos sin provisiones flotando a la deriva: una promesa

incumplida del progreso y un valor del romanticismo.

Estas tres obras muestran las formas salvajes e intemporales del mar. Penso que representan

nuestra relación con el espacio indiferentemente hostil que nos rodea. El mar del siglo XIX, el

mar de Monet, Turner y Géricault es un espejo de nuestros aspectos más salvajes escondidos

entre tanta urbe, ley y civilización.

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