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Alvarez Valdes A - Que Sabemos de La Biblia Iv (1997) PDF
Alvarez Valdes A - Que Sabemos de La Biblia Iv (1997) PDF
¿Qué sabemos
de la Biblia? IV
Ediciones
Fray Juan de Zumárraga, A.R.
México, D.F.
Colección En torno a la Biblia
ISBN 950-724-496-4
©1997 by LUMEN
Hecho el depósito que previene la ley 11.723
Todos los derechos reservados
5
rechazan hasta las conclusiones más razonables y segu
ras de las ciencias bíblicas, porque consideran que acep
tarlas equivaldría a negar la inspiración de las Escrituras.
Esta hermenéutica errónea ya fue criticada en 1948 por
la encíclica de Pío XII Divino Afilante Spiritu, pero en
una época más reciente la Pontificia Comisión Bíblica
consideró oportuno volver sobre el tema, debido a su
importancia y actualidad. En este docum ento, la PCB
valora y recomienda insistentemente el recurso a las
ciencias para lograr una mejor comprensión de las Es
crituras, y pone también serios reparos a todo intento
de interpretación fundamentalista. El fimdamentalismo,
en efecto, presupone con razón que cada frase de la Es
critura debe ser interpretada “literalmente” , pero con
funde la “interpretación literal” con una lectura que to
ma al pie de la letra cada detalle (...). A partir de este
principio, se excluye como contrario al carácter inspira
do de los textos bíblicos el empleo de cualquier m éto
do científico, y se descalifica toda comprensión de la Bi
blia que tenga en cuenta su desarrollo histórico o el ca
rácter progresivo de la revelación (...).
El P. Álvarez Valdés hace notar otro aspecto im por
tante. Una exégesis sanamente crítica no puede ser no
civa para la fe, porque la fe y la razón no se contradicen.
U na y otra proceden de Dios, que es la fuente primera
de toda verdad. La revelación divina supera no pocas
veces la capacidad humana de comprensión, pero nun
ca es irracional ni incoherente. Las cuestiones religiosas
6
tienen ciertamente un contenido emocional, pero im
plican mucho más que simples emociones.
El autor de estos libros no pretende decir cosas nue
vas. Sólo trata de cubrir el “vacío divulgativo” tan no
torio en nuestro medio, exponiendo con sencillez te
mas ya tratados en forma más técnica por especialistas
de reconocida competencia.
A. J. Levoratti, en Revista Bíblica, año 57, Nueva
época n.° 59, 1995.
7
EL AUTOR
9
¿EL DIABLO Y EL DEMONIO
SON LO MISMO?
Lo que es un demonio
11
todo el Nuevo Testamento, que hable de “posesión diabó
lica”.
¿Qué es un “demonio” para los Evangelios? Esta pala
bra, de origen griego (daimonion), al ser de género neutro,
es decir, ni masculino ni femenino, indica que no se trata
de una persona sino de una cosa. Además no es propiamen
te un sustantivo sino un adjetivo sustantivado; por lo tanto
indica la personificación de una entidad abstracta. La men
talidad popular antigua había creado este vocablo para de
signar poderes impersonales, potencias espirituales o fuer
zas maléficas, capaces de entrar en las personas y provo
carles enfermedades.
12
llama endemoniado, pues su enfermedad era evidente: te
nía lesiones cutáneas, mutilaciones y deformaciones facia
les. Tampoco los ciegos son considerados endemoniados.
Cualquiera podía comprender la dolencia de sus ojos, sea
por causa del sol, la arena del desierto o la falta de limpie
za. El caso de los paralíticos, los discapacitados físicos o
los contrahechos, es idéntico. Nunca se dice de ellos que
estén poseídos por un demonio. Si no podían caminar (Me
2,1), o mover la mano (Mt 12,9), o se los veía deformes
(Le 14,1), la causa estaba a la vista de todos: carecían de
algún miembro o éste se hallaba dañado. Lo mismo puede
decirse de cuantos padecían hemorragias (Me 5,25), o es
taban atacados por la fiebre (Me 1,29). No están jamás en
demoniados.
A todas estas enfermedades podemos llamarlas “exter
nas”, pues su causa natural era percibida por los sentidos,
ubicada y señalada.
13
Pero no podía oír absolutamente nada. ¿La explicación de
la época?: tiene un demonio (Me 9,25).
Lo mismo ocurría con quien padecía de epilepsia. Re
pentinamente comenzaba a sacudirse con convulsiones, a
gritar, a echar espuma por la boca, y se quedaba rígido. Sin
embargo ninguna causa externa podía señalarse para expli
car tal fenómeno. Sólo podía decirse que tenía un demonio
(Mt 17,14-20).
En los casos de locura o demencia pasaba algo similar.
Externamente el enfermo mental era normal, tenía todo su
cuerpo en orden; pero su conducta era extraña y desconcer
tante. Era, pues, necesario acudir a fuerzas desconocidas
para justificarla: los demonios.
14
r
ir
15
moniado Juan en el sentido que hoy entendemos? Claro
que no. Simplemente querían decir “está loco”. Y cuando
Jesús en uno de sus sermones sostiene que si alguno escu
cha su palabra no morirá para siempre, le dijeron “ahora
estamos seguros de que tienes un demonio” (Jn 8,52).
¿Acaso Jesús tenía síntomas de posesión, gritaba y se re
torcía? En absoluto. Les había sonado absurda la expresión
“no morirá para siempre” y lo llaman “demente”.
Otra vez en Jerusalén, en mitad de un tenso sermón,
preguntó el Señor a la gente; “¿Por qué quieren matarme?”
Y le contestaron: “Tienes un demonio. ¿Quién quiere ma
tarte?” (Jn 7,20). Con lo cual le decían: “Estás loco.
¿Quién quiere matarte?”.
Que los judíos del tiempo de Cristo creían que estar lo
co era sinónimo de estar endemoniado, se afirma clara
mente en Jn 10,20, luego del discurso de Jesús sobre el
buen Pastor. Muchos al oírlo comentaban “Está endemo
niado y (por lo tanto) loco”. La misma frase, pues, coloca
a ambos términos como sinónimos, explicando a uno con
el otro.
La distinción entre estos dos tipos de enfermedades, ex
ternas e internas, unas atribuidas a causas naturales y otras
a demonios, hace que cuando Jesús sane a las primeras el
Evangelio hable de “curaciones”, y cuando sane a las se
gundas, hable de “expulsión de demonios”.
16
¿Quién es el Diablo?
17
bra de Dios del corazón de los hombres (Le 8,12), asechan
do a la los cristianos para hacerlos caer (Ef 6,11). También
es el Diablo, o Satanás, quien impide el apostolado de san
Pablo (1 Ts 2,18), y el que inspira la persecución de los
cristianos (Ap 2,9).
Siempre aparece, pues, relacionado directamente con el
pecado. Por eso se dice que el que peca procede del Diablo
(no del demonio) (1 Jn 3,8), y que todos los pecados pro
vienen del Diablo (Jn 8,44). Pero nunca se lo ve provocan
do directamente la enfermedad ni “poseyendo” a nadie.
Peligrosa confusión
18
Las Sagradas Escrituras le atribuyen al Diablo sólo ten
taciones, es decir, actos hostiles desde fuera, pero no pose
siones o enfermedades, ni actitudes que acosen o dañen a
una persona desde dentro. En cambio todas las enfermeda
des cuya causa natural era interna, no perceptible por los
sentidos, incluidos los desequilibrios psicológicos, se ex
plicaban siempre como “posesión demoníaca”.
Tener en claro esto puede ayudar a evitar algunos malos
entendidos, como en el caso de María Magdalena. Según
Lucas, Jesús había expulsado de ella siete demonios (Le
8,2) pero no siete diablos. Por lo tanto ella había sido muy
enferma (porque había tenido demonios), no muy pecado
ra (porque no había tenido al Diablo), como erróneamente
solemos creer. Por ignorar esto, algunos hablan de ella has
ta como de una prostituta.
19
concepción judía de aquel tiempo. Los presuntamente po
seídos eran en realidad enfermos, pero como la gente ex
plicaba aquellos trastornos y su curación mediante el len
guaje de “posesión” y “exorcismo”, Jesús no tenía por qué
hablar con términos distintos de los que eran familiares en
aquel tiempo.
Por ello cuando le traían algún enfermo, simplemente se
preocupaba de curarlo, pues su único objetivo era demos
trar que ante él todo mal desaparecía, sin entrar en detalles
de si el paciente era un oligofrénico, o si había somatizado
alguna neurosis. Le bastaba proclamar que el poder de
Dios era más fuerte que el de Satanás, el del dolor y el del
sufrimiento.
Y aun cuando hoy sepamos que aquellos endemoniados
en realidad eran enfermos con patologías internas, no por
ello disminuye el poder de Jesucristo. Su capacidad de ha
cer milagros sigue inalterada. Era tan milagroso curar en
un instante a un sordo, a un mudo, o a un epiléptico, a quie
nes se creía endemoniados, como a un leproso, ciego o pa
ralítico, a quienes se consideraba enfermos naturales.
20
Hoy, en cambio, la medicina moderna conoce bien las cau
sas naturales de la mudez, de la sordera, de la epilepsia y
de las distintas formas de demencia, y no necesita recurrir
a los demonios para explicarlas. En todo caso, no existe
ningún fundamento bíblico para sostener la posibilidad de
las “posesiones”.
Es verdad que aún hoy se dan dolencias extrañas cuyas
causas exactas se ignoran, como la de encender fuego con
la mirada, cambiar la voz, vomitar pelos o pequeñas ser
pientes, y tener conocimientos extraordinarios. Pero no ha
ce falta ya apelar al viejo recurso de los demonios de la
época de Jesús. Basta saber que con el tiempo saldrá a la
luz su explicación, como de hecho ya sucede, gracias a la
parapsicología, con algunos fenómenos como la levitación,
la tiptología, la telekinesis o la xenoglosia.
La actitud de la Iglesia
21
exorcismo a un solo canon. Y mientras los antiguos cate
cismos hablaban con más detalles de la vida y el accionar
de los demonios, el Nuevo Catecismo sólo le dedica dos
números.
También la oración oficial de la Iglesia ha reducido
enormemente su mención. En 1969 modificó el ritual del
bautismo, donde se recitaban siete exorcismos por conside
rarse una larga batalla contra el demonio que habitaba en
el recién nacido, y elaboró uno nuevo sin estas oraciones.
Tres años más tarde, el papa Pablo VI suprimió el orden de
los exorcistas, con lo cual ya ningún sacerdote recibe este
ministerio. Y en 1984 Juan Pablo II publicó el nuevo Ritual
Romano en el que elimina definitivamente de la Iglesia ca
tólica la ceremonia misma del exorcismo.
En el siglo III la Iglesia preguntó a los científicos de la
época por qué ciertas personas tenían comportamientos su
mamente extraños, y le contestaron: “están endemonia
dos”. Ante esto, creó la ceremonia del exorcismo. En el si
glo XX la Iglesia vuelve a hacer la misma pregunta a los
científicos, y ahora éstos contestan: “tienen raras patolo
gías, cuyas causas a medias ya se conocen”. Entonces, su
primió el exorcismo.
Nadie puede introducirse por la fuerza en el interior del
hombre. Sólo existe el Diablo, es decir, el mal, y su accio
nar se reduce, a lo sumo, a la tentación, a la propuesta de
caminos pecaminosos, a insinuaciones desviadas. Jamás lo
hará por la fuerza. Y basta que uno se mantenga firme en
22
su “no”, para vencerlo. Es más: aunque no siempre lo pa
rezca, ya ha sido definitivamente vencido gracias a la pre
sencia de Jesús en este mundo. Él mismo lo dijo: “He vis
to caer a Satanás desde el cielo como un rayo” (Le 10,9).
Para reflexionar
23
¿EXISTIERON REALMENTE
ADÁN Y EVA?
Darwin y el Génesis
25
Lo compuso un anónimo catequista hebreo, a quien los
. estudiosos llaman el “yahvista”, alrededor del siglo X a.C.
En ese entonces no se tenía ni idea de la teoría de la evolu
ción. Pero como su propósito no era el de dar una explica
ción científica, sino religiosa sobre el origen del hombre,
eligió este cuento en el que cada uno de los detalles tiene
un mensaje religioso, según la mentalidad de aquella épo
ca. Trataremos ahora de averiguar qué quiso enseñarnos el
autor, con esta narración.
La creencia popular
26
presentaban en las paredes de sus templos a la divinidad
amasando con arcilla al faraón. Griegos y romanos com
partían igualmente esta opinión.
Cuando el escritor sagrado quiso contar el origen del
hombre, se basó en aquella misma creencia popular. Pero
agregó una novedad a su relato: que el ser humano no es
únicamente polvo sino que posee en su interior una chispa
especial de vida que le viene de Dios, que lo distingue de
todos los demás seres vivos, y que lo convierte en sagrado.
Y no sólo el rey o el Faraón, sino también el hombre de la
calle, Eso quiso decir cuando contó que Dios “le sopló en
la nariz”. Empezaba, así, a revolucionarse la concepción
antropológica de la época.
27
El yahvista, sin pretender enseñar científicamente cómo
fue el origen del hombre, puesto que no lo sabía, quiso in
dicar algo más profundo: que todo hombre, quienquiera
que sea, es una obra directa y especialísima de Dios. No es
un animal más de la creación, sino un ser superior, miste
rioso, sagrado e inmensamente grande, porque Dios en
persona se tomó el trabajo de hacerlo.
La imagen del Dios Alfarero quedó consagrada en la Bi
blia como una de las mejor logradas. Y a lo largo de los si
glos reaparecerá muchas veces para indicar la extrema fra
gilidad del hombre y su total dependencia de Dios, como
en la célebre frase de Jeremías: “Como el barro en las ma
nos del alfarero, así son ustedes en mis manos, dice el Se
ñor” (18,6).
28
cias y daba una perfecta imagen de la felicidad que él hu
biera deseado gozar.
Pero de repente el relato se detiene. Algo parece haber
salido mal. Dios mismo presiente que no es muy bueno lo
que ha hecho: “No es bueno que el hombre esté solo”
(v. 18). Aun con todo el derroche de creación que desplegó,
su creatura está solitaria y sin poder colmar sus expectati
vas. Lo ha rodeado de lujos y bienestar, pero no tiene a na
die con quien relacionarse.
Compañías inadecuadas
29
huesos y carne de mi carne. Será llamada varona porque
del varón ha sido tomada” (v.21-23).
Finalmente Dios tiene éxito. Puede sonreír satisfecho
porque ahora sí ha conseguido un buen resultado. El hom
bre encontró su felicidad completa con la presencia de la
mujer.
30
con mucha finura y delicadeza, el autor condena el pecado
de “bestialismo”, es decir, las posibles prácticas sexuales
con animales, que en aquel entonces se hallaban difundidas
en ciertos ambientes del antiguo Oriente.
La tercera enseñanza pretende explicar que está bien pa
ra el hombre dejar a su padre y a su madre, afectos tan só
lidos y estables en aquella época, para unirse a una mujer.
Porque esa misteriosa tendencia que todo hombre siente
hacia ella la puso Dios, y sólo con ella el hombre encuen
tra su plenitud. Es el primer canto de la Biblia al amor con
yugal.
31
propiedad. Y entre los 10 mandamientos, había uno que
mandaba precisamente “no tomar el nombre de Dios en va
no”, para evitar emplearlo como señal de dominación. Aún
hoy los judíos no se atreven a mencionarlo para no mostrar
supremacía y poder sobre Dios.
Pintar, pues, a Adán poniendo nombres a todos los ani
males es lo mismo que decir que él es dueño de ellos, que
está por encima de todos, que le pertenecen y que están a
su servicio. Un modo de confesar que el hombre es rey y
por lo tanto responsable de la creación.
32
cién creada tampoco, porque cuando se da cuenta de que
existe ya ha sido formada.
Con esta escena advierte que la actuación de Dios en el
mundo es invisible a los ojos humanos. Sólo quien tiene fe
puede descubrirla. Nadie logra contemplar a Dios que pa
sa por su vida, si es que está dormido y no despierta a la fe.
Eva y la costilla
33
cuada”, deja sentado el más grande y auténtico principio
feminista de la historia.
Tal atrevimiento de declarar a la mujer semejante al va
rón, debió de haber irritado enormemente a sus contempo
ráneos, y sin duda constituyó una idea revolucionaria en su
época.
34
ele las desgracias que existen en la sociedad. Nadie puede
considerarse inocente frente al mal que lo rodea, ni puede
decir: “yo no tengo nada que ver”. Por eso todos sienten
vergüenza de su desnudez.
El autor buscó, así, establecer un vínculo entre la condi
ción de pecador de todo hombre, y el fenómeno umversal
mente percibido de la desnudez (frecuente, además, en
aquella época por el tipo de túnicas cortas que usaban los
hombres). Esta vergüenza les debía servir como recordato
rio de sus pecados.
35
científicas. Porque la Biblia mantendrá siempre invariable j
su mensaje: el hombre, frágil criatura de barro, es la obra ¡
maestra de Dios. Todo hombre es sagrado e irrepetible por- ]
que tiene un “soplo” de Dios. Él es el rey y el responsable j
de la creación. Y la mujer participa de la misma grandeza, ]
jerarquía y dignidad que él.
Un tratado de alta teología, no lo habría expresado me- ¡
jor que este cuento infantil.
Para reflexionar
36
¿HUBO AL PRINCIPIO DEL MUNDO
UN PARAÍSO TERRENAL?
37
¿Podemos seguir creyéndolo?
38
Frente a esto, el yahvista, iluminado por Dios, decide
escribir el relato de Génesis 2-3, no para dar detalles sobre
los orígenes del hombre, sino con el fin de alertar a los lec
tores de su época sobre tales problemas y aportar alguna
solución.
Amor y embarazo
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en cada uno había visto gemir y padecer a su mujer inex
plicablemente. ¿Por qué la llegada de una nueva vida, mo
tivo de alegría para el hogar, se hacía en medio de tantos
dolores? Y escribió: ‘Tantas son sus fatigas cuantos son
sus embarazos. Con dolor debe parir los hijos” (Gn 3,16).
41
Y de esta manera, el autor del relato concluyó la lista de
males que encontraba en la experiencia cotidiana de su vi
da. Una vida familiar, hecha de amor y fatiga, de casamien
to y de dolores de parto, de tierra seca que debe ser sem
brada y sudor en los ojos, de animales que amenazan, de
vida y de muerte, de presencia de Dios y de religiosidad
basada en el miedo.
El gran descubrimiento
42
pueblo de Israel y toda la humanidad se encuentran, es en
realidad una situación pasajera de “castigo”, es decir, una
consecuencia de nuestros pecados. Y por lo tanto somos
los únicos responsables de lo que nos pasa.
Este tesis, revolucionaria, tenía una doble ventaja. Por
un lado significaba una visión optimista y esperanzadora
de la vida. En efecto, al no ser nada de esto querido direc
tamente por Dios sino “situación de castigo”, no se trataba
de algo definitivo sino provisorio y pasajero, de lo que se
podía salir en cualquier momento. Y por otro, llevaba a re
flexionar sobre la parte de responsabilidad de cada uno en
los males que aquejaban a la sociedad.
Nace el Paraíso
43
cómo debía ser un mundo funcionando según la voluntad
de Dios. Él sólo conocía este mundo equivocado, y ningún
otro.
Entonces, ¿qué hizo, para responder a semejante inte
rrogante? Inspirado por Dios, tomó la lista de males que
había compuesto (Gn 3,14-19) e imaginó una situación in
versa, de bienestar, en la que no se daba ninguno de ellos.
Ese sería el mundo ideal, querido por Dios, y que nos está
bamos perdiendo por culpa de nuestros pecados. El resul
tado de esta elaboración imaginaria fue: el Paraíso.
En efecto, el Paraíso del Génesis no es sino la descrip
ción de un estado de vida exactamente opuesto a lo que el
autor conocía y experimentaba todos los días en su vida.
44
No existe la muerte. El hombre podía continuar vivien
do para siempre porque Dios, respondiendo al profundo
deseo del hombre, había hecho brotar, en medio del jardín,
el árbol de la Vida (2,9). Y le bastaba con extender su ma
no y comer de su fruto, para vivir para siempre (3,22). La
muerte, allí, ya no entristecía la vida.
Tampoco en el Paraíso hay dolores de parto, pues ni si
quiera existe el parto. Como el hombre ya no muere, tam
poco tiene necesidad de engendrar hijos para prolongar la
vida más allá de la muerte. No es que el autor piense que
existiría una sola pareja. En Adán y Eva estaban simboli
zados y representados, en realidad, todos los hombres y las
mujeres que nuestro autor conocía, y a los que no quería
ver morir.
La propuesta atrapaba
45
Ya no hay enemistad entre el hombre y los animales. Al
contrario, éstos existen para acompañar al hombre, y son
aquello que el hombre quiere que sean. Por eso se dice que
él “puso nombres a todos los animales creados por Dios”.
Por último, en el Paraíso Dios ya no infunde miedo. Es
amigo de los hombres, “se pasea por el jardín a la hora de
la tarde” (3,8), y convive con ellos en la mayorjntimidad,
sin que su presencia sea motivo de espanto ni los haga es
conderse.
,
El Paraíso esperanza futura
46
do, que debe construir el hombre con su esfuerzo y su sa
crificio. Está colocado precisamente al comienzo de la Bi
blia, no porque haya sucedido al principio, sino porque, an
tes que nada, el hombre debe conocer hacia dónde se enca
mina.
47
Y finalmente, mirando del revés todos estos males, re
construir nuestro propio Paraíso, ver cómo deberíamos es
tar, descubrir lo que nos estamos perdiendo por culpa de
nuestros pecados actuales.
El Paraíso es una profecía futura, pero proyectada al pa
sado. No es un cuento inocente, ni un hecho real que ya pa
só, sino el genial recurso que encontró el escritor sagrado
para sacudir la conciencia de sus contemporáneos. Y toda
vía hoy es un proyecto que se yergue, desafiante, a la fe y
al coraje de los hombres, que deben concretarlo.
Para reflexionar
48
LA TORRE DE BABEL:
¿CUÁL ES SU MENSAJE?
Un rudo castigo
49
Ya tenía explicación
50
Esto es posible descubrirlo gracias a los “duplicados”
que tiene. En efecto, en el v.4 se dice que los hombres
construían una ciudad; pero a continuación añade que la
construcción era de una torre.
En el mismo v.4 se describen dos propósitos distintos de
la construcción: el de la ciudad, para hacerse famosos; el
de la torre, en cambio, para que su altura los oriente y no
se dispersaran por la faz de la tierra.
Dios desciende, también, dos veces del cielo. Una, para
ver la construcción (v.5); y la otra, para confundir las len
guas de la gente (v.7).
Finalmente, vemos a Dios mandar dos castigos distintos
a los hombres: la confusión de las lenguas (v.7), y su dis
persión por toda la tierra (v.8).
Los exegetas están de acuerdo, pues, en que original
mente eran dos relatos diversos, que fueron tejidos para
formar uno solo.
51
que significa “muy alto”, sin que eso tenga nada de arro
gancia ni de desafío a Dios.
Por otra parte, la arqueología nos ha ayudado a entender
qué clase de torre construían estos hombres. Se trata de un
edificio religioso, llamado “z i g u r a t Era una especie de
pirámide escalonada, generalmente de siete pisos, en cuya
cima una pequeña habitación servía de casa para la divini
dad. Eran construcciones muy comunes en Mesopotamia,
a tal punto que cada ciudad tenía su propio zigurat. Las ex
cavaciones han descubierto unos 30.
La torre de nuestro relato era, pues, un edificio religio
so, en este caso de la ciudad de Babilonia (Babel, en efec
to, es el nombre hebreo de Babilonia). Y para los babilo
nios, la construcción de un zigurat no era una acción peca
minosa, sino más bien virtuosa.
Más aún, según el v.8 Dios los castigó para que dejaran
de edificar la ciudad, no la torre, pues dice: “Desde allí los
dispersó Yahvé por la faz de la tierra, y dejaron de edificar
la ciudad”.
Por lo tanto, el texto sagrado no dice claramente cómo
fue que los hombres pecaron al intentar construir una ciu
dad con su zigurat.
52
r
Un relato de maravillas
53
No sólo famosa por sus majestuosas construcciones
(templos, palacios, jardines colgantes, fortificaciones, es
culturas), sino sobre todo porque dentro de sus murallas se
agolpaban y convivían gentes de todas las razas y pueblos,
atraídos por el comercio, las riquezas, y la cultura que en
ella se respiraba. Tal variedad de razas y lenguas la pon
drían a la altura de nuestras metrópolis modernas, como
Nueva York o Londres.
Entre todos sus monumentos, el más sugestivo y des
lumbrante debió de ser su zigurat, es decir, su torre escalo
nada, tan alta “que tocaba el cielo”. Se lo llamaba “Eteme-
nanki” (que significa “fundamentos del Cielo y de la Tie
rra”).
Frente a tanta grandeza, los extranjeros que la visitaban
quedaban maravillados, y al regresar a su lugar de origen
contaban extrañas historias, más o menos inventadas, so
bre su magnificencia, sus grandes construcciones, su cultu
ra y la confusión de lenguas y dialectos que en ella se oían
por la diversidad de pueblos que la habitaban.
El cambio de sentido
54
celaban de la vida de las ciudades y del culto a sus dioses.
En especial, sentían desprecio por Babilonia, que había ob
tenido su grandeza y esplendor gracias a la mano de obra y
a la riqueza de los pueblos vecinos, a los cuales había so
metido y dominado.
De este modo, la vida en la gran ciudad, sus vicisitudes,
y la dificultad de la comunicación derivada de la mezcla de
gente y de lenguas diversas, aparecían frente a sus ojos co
mo una maldición y un castigo de Dios por sus pecados.
Entonces estas historias de la ciudad y de la torre, co
menzaron a teñirse con otro sentido. Y lo que era expresión
de piedad original en ellos, se convirtió en signo de idola
tría y orgullo en la reflexión teológica de los beduinos.
55
Para mantenerse unidos, acuerdan construir una torre, tan
alta que pudiera ser vista desde todas partes. Es decir, que
llegara hasta el cielo. También aquí Dios desciende de las
alturas y castiga la osadía de estos hombres, que buscaban
unirse, dispersándolos en toda la tierra.
Este segundo relato es el que se lee en los vv. 2, 3b, 4bd,
5, 6b, 8a, ,9b.
56
De este modo, el episodio de la torre de Babel comenzó
a formar parte de las tradiciones orales que en el pueblo he
breo se transmitían de generación en generación para fo
mentar la fe en Yahvé, el único Dios verdadero.
El tercer significado
57
El mensaje religioso es claro: ninguna sociedad puede
mantenerse cuando sus habitantes emprenden cualquier
proyecto, cualquier obra, cualquier actividad, en la que se
descarte a Dios. Las consecuencias serán nefastas: habrá
ruptura en la unidad y la armonía, será imposible que la
gente se entienda, y la obra quedará irremediablemente a
medio hacerse.
58
Santo bajó para que sus lenguas fueran entendidas por to-
l dos los extranjeros, “cada uno en su propio idioma” (2,6).
I Hoy en día las naciones intentan su reconstrucción so-
j cial y política. Pero con frecuencia lo hacen de espaldas a
[ Dios. Como en Babel. Por eso nuestras sociedades están
| saturadas de engaños, fraudes y corrupción, no hay enten-
| dimiento entre la gente, y cada uno propaga su propio dis-
[ curso, que resulta poco creíble para los demás.
| Sólo cuando los políticos y constructores de la sociedad
! dejen de lado sus intereses personales (como en Babel), y
se muevan bajo la guía del Espíritu Santo (como en Pente
costés), podremos ver amanecer la justicia, la armonía y el
entendimiento social en el mundo. c
Para reflexionar
59
¿EN QUÉ LENGUA HABLABA
JESÚS?
61
Los orígenes del hebreo
62
El final del hebreo
63
La lengua de la sinagoga
64
en su lengua original, sin traducirse, cuando se compusie
ron los Evangelios en griego.
La primera es la que empleó Jesús para resucitar a la hi
ja de Jairo. Luego de hacer salir a todos los familiares que
lloraban en la habitación de la muchacha muerta, la tomó
de la mano y le dijo “talitá kum”, que en arameo significa
“muchacha, levántate” (Me 5,41). Fue la frase poderosa,
pronunciada sobre la joven, con la cual le devolvió la vida.
La segunda la pronunció para curar a un sordomudo.
Dice Marcos que lo llevó aparte, le introdujo los dedos en
los oídos, le tocó la lengua con su saliva, y mirando al cie
lo dijo “effetá”, que quiere decir “ábrete” (Me 7,34). Con
esta expresión le restituyó los oídos y la palabra.
La tercera frase en arameo de Jesús es la angustiosa ora
ción que le dirigió a Dios en el huerto de Getsemaní, cuan
do lo llamó “Abbtf \ es decir, “Padre” (Me 14,36).
Finalmente, tenemos la oración que Jesús pronunció en
la cruz: “E lo íE lo í, lama sabactanC\ que significa “Dios
mío, Dios mío, por qué me has abandonado” (Me 15,34).
Es el comienzo del salmo 21, que si bien expresa dolor y
duda de Dios, termina con un gran acto de esperanza. Tam
bién Mateo la conserva, pero en hebreo (27,46)
Palabras reveladoras
65
otras palabras, que confirman que el arameo era el idioma
hablado en la época de Jesús.
Por ejemplo ciertos nombres de personas, como Barra
bás (Me 15,7), Marta (Le 10,38), Cefas (Jn 1,42), Boaner-
ges (3,17), o Tabita (Hch 9,36), todos claramente árameos.
También hay nombres arameos de lugares como Cafar-
naum, ciudad donde vivía Jesús (1,21); Gólgota, el monte
donde lo crucificaron (Mt 27,33); Gabbatá, lugar donde Pi
lato lo juzgó y condenó a muerte (Jn 19,13).
Por último, el Evangelio conserva algunas expresiones
arameas empleadas por los primeros cristianos, como “ho
sanna" (Mt 21,9), que literalmente significa “sálvanos te
ruego”, pero que en la época de Jesús ya había pasado a ser
un simple grito de aclamación equivalente a nuestro “vi
va”. Igualmente “maranatá ”, es decir “el Señor ha veni
do”, frase con la que concluye el Apocalipsis (22,20).
El dialecto de la traición
66
f
de la de Judea. Los galileos contraían mucho las palabras,
eran muy negligentes con las consonantes iniciales, prefe
rían el sonido “a” al de “i”, y parece que pronunciaban
muy mal los sonidos “d” y “t”. Así, por ejemplo, en vez de
“immar” (cordero) decían “ammar” (lana), y “jam ar” (vi
no) lo pronunciaban “gamar” (asno).
Jesús, por haberse criado en Nazaret, hablaba con acen
to galileo, al igual que sus apóstoles que eran todos de esa
zona, a excepción de Judas. Así se entiende que cuando a
Jesús lo estaban juzgando en la casa del Sumo Sacerdote
Caifás, los que estaban allí presentes le dijeran a Pedro:
“Seguro que tú también eres uno de ellos. Hasta tu acento
te delata” (Mt 26,73). Pedro juró que no lo conocía. Pero
su amargo “No lo conozco”, que respondió en arameo
“leth aná hada”, habrá sonado en su dialecto galileo “lena
ja k á \ confirmando con su acento lo que sus labios nega
ban.
67
tura. Cuando le acercaron el libro del profeta Isaías, que es
taba escrito en hebreo, él lo leyó sin dificultad (Le 4,16-
19), lo cual demuestra que Jesús entendía también el he
breo.
Otro indicio lo confirma. Jesús es llamado en los Evan
gelios comúnmente “rabF , es decir, “maestro”, tanto por
sus discípulos (Me 9,5), como por la gente del pueblo (Jn
6,25), y hasta por los propios rabinos de la época (Jn 3,2).
Ahora bien, sabemos que el título de **rabf’ no era atribui
do a cualquiera, sino que se trataba de una función públi
camente reconocida para quienes proclamaban, traducían y.
comentaban las Escrituras en las sinagogas.
Esto nos hace suponer que Jesús lo hacía frecuentemen
te. San Mateo lo atestigua cuando dice: “Jesús recorría to
da la Galilea, enseñando en las sinagogas” (4,23).
68
Aún así, hasta los grandes doctores de la Ley, como Oa-
maliel, lo sabían. Y el mismo san Pablo, fanático judío, lo
empleaba con bastante corrección como se ve en sus car
tas.
En tiempos de Jesús, el griego era conocido por las au
toridades romanas, así como por la gente del comercio y
los negocios internacionales. En Galilea, limitada por terri
torios de lengua griega, que siempre fue una región de po
blación mixta, y con rutas internacionales de comunica
ción, el griego debió de estar bastante difundido. Por lo que
es de suponer que se hablaría también en Nazaret.
No resulta improbable, pues, que Jesús haya aprendido
ese mínimo de griego que se puede asimilar al estar en con
tacto frecuente con la gente que lo hablaba.
69
que curara a su hijita de un espíritu inmundo. El diálogo de
la mujer con Jesús, quien ante la fe de ella le concede el
milagro, debió de ser en griego (Me 7,24-30).
La tercera vez, fue con el centurión de Cafamaum, un
militar romano y por lo tanto conocedor de la lengua grie
ga, que le suplicó por la salud de un sirviente suyo a pun
to de morir (Le 7,1-10).
La cuarta vez ocurrió en el Templo de Jerusalén, cuan
do Felipe y Andrés obtuvieron de Jesús una audiencia pa
ra unos griegos que querían hablar con él (Jn 12,20-21).
Eran judíos extranjeros que, impresionados por lo que se
contaba del Maestro, y estando de paso unos días con mo
tivo de la Pascua, querían conocerlo personalmente.
Finalmente, durante la pasión, el interrogatorio al que
Pilato sometió a Jesús no pudo ser en otra lengua que el
griego. Parece poco probable que el prefecto Pilato se to
mara el trabajo de aprender la lengua de sus administrados.
Y Jesús parece haber contestado directamente las pregun
tas, sin necesidad de intérprete (Mt 27,11).
70
tinteros y las plumas, lo cual no estaba al alcance de cual
quiera.
Por eso, saber escribir era todo un arte, una profesión. Y
el que llegaba a dominarlo recibía en el antiguo oriente el
nombre de “escriba”.
Probablemente en su infancia Jesús aprendió no sólo a
leer sino también a escribir en la sinagoga de su pueblo. En
efecto, al menos una vez, en el Evangelio de Juan, lo ve
mos escribiendo. Fue cuando le presentaron una mujer sor
prendida en adulterio. Ante la pregunta de sus acusadores,
Jesús sin responder nada “se inclinó y se puso a escribir
con el dedo en la tierra” (8,6). Y ante la insistencia de ellos,
respondió: “El que no tenga pecado, que tire la primera
piedra”, e “inclinándose de nuevo, siguió escribiendo so
bre la tierra” (8,8).
No se nos dice qué escribía Jesús, pero muchos estudio
sos han supuesto que eran las palabras de Exodo 23,7: “Alé
jate de toda mentira y no hagas morir al inocente y al justo”.
Por lo tanto, podemos responder que Jesús sabía escri
bir. Pero no era un escriba de profesión. Era el predicador
del Reino de Dios, el que anunciaba la Palabra definitiva
del Señor,
71
como lengua materna. Fue la lengua que estructuró su pen
samiento, su vida y su corazón. Lo hablaba, eso sí, en un
dialecto galileo.
Comprendía y leía también el hebreo clásico, la lengua
de las Sagradas Escrituras, y podía traducirlo al arameo.
Conocía y hablaba, además, el griego. Al menos lo ne
cesario para los frecuentes contactos que tenía con los ju
díos que venían del extranjero, o con personas de origen
griego.
Pero Jesús hablaba, y enseñaba a hablar, sobre todo, el
lenguaje del amor. El único capaz de comunicamos y ha
cemos entender con la gente de todas las lenguas, todas las
culturas y todo el mundo. El que nos comunica inclusive
con los más alejados extranjeros, como son nuestros posi
bles enemigos.
Por eso enseñó una vez: “Amen a sus enemigos, y recen
por quienes los persigan. Así serán hijos del Padre que es
tá en los Cielos, que hace salir el sol sobre buenos y malos,
y llover sobre justos y pecadores” (Mt 5,44-45).
Para reflexionar
72
3)¿Por qué el lenguaje de Pedro lo delató como discípu
lo de Jesús?
4)¿Qué lenguaje debemos emplear los cristianos para
que se nos reconozca como discípulos de él?
73
¿ORDENÓ JESÚS AMAR
A LOS ENEMIGOS?
¡De no creerlo!
76
El amor familiar
El amor de amigos
77
cirle: “Señor, aquél a quien tú quieres (fileó) está enfermo”
(Jn 11,2). Y cuando María Magdalena no encuentra el ca
dáver de Jesús en la tumba, sale corriendo para buscar a
Pedro y “al otro discípulo a quien Jesús quería (füeo)”
(20,2). Y el autor de la carta a Tito se despide: “Saluda a
los que nos quieren (fileó) en la fe” (3,15).
El verbo está tan relacionado con la acción de querer
con amistad, que de él se desprendió la palabra “filos”
(amigo), muy empleado en el Nuevo Testamento. Así, en la
parábola del hijo pródigo, el hermano mayor le reclama a
su padre: “Hace tantos años que te sirvo y nunca me diste
un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos (filos)” (Le
15,19). Y el mismo Jesús en la última cena al despedirse de
sus apóstoles les dice: “Ustedes son mis amigos (filos) si
hacen lo que yo les mando” (Jn 15,14).
Vemos, entonces, que en griego se reserva generalmente
la palabra “fileo” para el amor de camaradería, de amistad,
el que de algún modo supone una respuesta, una retribución.
El amor caritativo
78
Es el que usa san Juan cuando, al empezar el relato de
la última cena escribe: “Sabiendo Jesús que había llegado
su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado
a los suyos (agapao ), los amó hasta el extremo” (13,1). Y
cuando Jesús dice: “Como el Padre me amó, yo también
los he amado {agapao). Permanezcan en mi amor” (Jn
15,9). Y cuando les recuerda a los apóstoles: “Nadie tiene
mayor amor (ágape) que el que da su vida por sus amigos”
(Jn 15,13).
Según esta cuarta categoría de “amor”, no importa lo
que una persona pueda hacer, o hacemos; no importa la
forma en que nos trate, o si nos injuria u ofende. Siempre
estará en nosotros la posibilidad de “amarla”, que no con
siste en “sentir algo” por ella sino en “hacer algo” por ella,
prestarle un servicio, brindarle una ayuda, aunque afectiva
mente no se lo sienta.
El amor de “agapao ” no consiste en lo afectivo sino en
lo efectivo. Es un amor racional y activo. Es el amor teo
lógico. El amor total.
Pretenciosa pregunta
79
Tiberíades. Después de comer con ellos, preguntó a Simón
Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?”.
Pedro le contestó: “Sí, Señor, tu sabes que te amo”. Jesús le
dijo: “Apacienta mis corderos”. Luego volvió a interrogar
lo: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”. Pedro le respondió:
Sí, Señor, tú sabes que te amo”. Jesús entonces le dijo:
“Apacienta mis ovejas”. Poco después le preguntó por ter
cera vez: “Simón, hijo de Juan, me amas?”. Pedro, enton
ces, se entristeció de que le preguntara por tercera vez, y le
contestó: “Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo”. Y
Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas” (Jn 21,15-7).
Este relato esconde, en griego, un juego de palabras que
resulta intraducibie al castellano.
80
Cuando Jesús le hace por segunda vez la misma pregun
ta: “Simón, ¿agapás me?” (v.16), Pedro adivina la insisten
cia de su Maestro, pero nuevamente responde con el verbo
“fileo”.
Entonces Jesús, que nunca exige más allá de sus posibi
lidades a nadie, y que sabe esperar con paciencia el proce
so de madurez de cada uno, pregunta por última vez, pero
ahora en los términos que puede responder Pedro: con el
verbo “fileo”. Y le dice: “Simón, filéis m eV Entonces sí
Pedro, aunque triste, se siente identificado en la pregunta,
y en esos términos responde. Y Jesús lo acepta. Pero le pre
dice que su amor no quedará allí. Que crecerá, madurará, y
logrará al “agapao ” requerido, pues un día llegará a dar su
vida por el Maestro (Jn 21,18-19).
Aunque sabemos que Jesús hablaba en arameo, el evan
gelista Juan puso este diálogo en su boca para dejamos una
preciosa lección.
81
mos por nuestro cónyuge, nuestros familiares, o nuestros
amigos. Si hubiera querido esto, habría empleado otros
verbos.
El amor que Jesús exige aquí es otro. Es el “ágape ”. Y
éste no consiste en un sentimiento, ni en algo del corazón.
Si dependiera de nuestro afecto, no solamente sería una or
den imposible de cumplir, sino además absurda, ya que na
die puede obligamos a sentir afecto.
El ágape que Jesús pide consiste en una decisión, una
actitud, una determinación que pertenece a la voluntad. Es
decir que invita a “amar” inclusive en contra de los senti
mientos que experimentamos instintivamente. El amor que
ordena no obliga a sentir aprecio o estima por quien nos ha
ofendido, ni devolver la amistad a quien nos ha agraviado
o defraudado. No. Lo que pide es la capacidad de ayudar y
prestar un servicio de caridad, si algún día nos necesita
aquél que una vez nos ofendió.
Él prefirió ilustrarlo
82
hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber”. Y agre
ga citando al libro de los Proverbios: “Haciendo esto
amontonarás carbones encendidos sobre su cabeza” (Rm
12,20). Se entiende que por el remordimiento y la turba
ción, puesto que él verá que es nuestro enemigo mientras
que nosotros no somos enemigos de él.
En segundo lugar pide: “Bendíganlos”. Y bendecir sig
nifica “decir bien”, “hablar bien” de alguien. No se trata,
ciertamente, de mentir virtudes ajenas, ni de decir que al
guien es bueno cuando en realidad es malo, ni de alabarlo
cuando no se lo merece. Bendecir significa poder hablar
bien de alguien que se lo merece y es justo hacerlo, aún
cuando tenemos algo contra él o nos resulta antipático.
En tercer lugar agrega: “Recen por ellos”. Orar por al
guien que lo necesita, aunque sea enemigo nuestro, es una
manera de enviar a su corazón la gracia de Dios. Y nunca
la gracia de Dios sobre nuestro enemigo puede resultar
perniciosa para nosotros. Al contrario, nuestra oración lo
beneficiará y tendremos, así, a alguien menos enemigo.
Además, nadie puede rezar en favor de otro y seguir con el
mismo resentimiento. Sucede algo en el interior del que re
za que le impide sentir el rencor de antes.
Orar por alguien que nos ha ofendido es la forma más
segura de empezar a sanar las heridas interiores. Es, pues,
una manera de rezar también por nosotros.
83
Perdón y olvido
Iguales a su Padre
84
nuestros enemigos, actitud de servicio para nuestros ofen
sores, buena voluntad para con todos? Jesús lo explica:
porque así nos pareceremos más a Dios. Él actúa de esa
forma. “El Padre que está en el Cielo hace salir el sol so
bre buenos y malos, y llover sobre justos e injustos” (Mt
5,45).
Esta actitud de Dios puede resultamos desconcertante.
Incluso los judíos se sentían conmovidos e impresionados
por la extraordinaria benevolencia que Dios demuestra tan
to por los santos como por los pecadores. Una leyenda ju
día cuenta que cuando los egipcios, persiguiendo a los is
raelitas durante el éxodo, se hundieron en las aguas del
Mar Rojo, los ángeles en el Cielo entonaron cánticos de
alegría, Pero Dios los hizo callar y les reprochó con triste
za: “La obra de mis manos acaba de perecer ahogada en el
mar, ¿y ustedes me cantan un himno de alabanza?”
Pero el amor de Dios es así de universal. Su auxilio, su
disponibilidad, su protección, son para todos los hombres,
sean creyentes o ateos, sea que lo amen o lo ofendan. Y así
también debe ser nuestro amor. Es el único modo de vol
vemos semejantes a Él.
Para reflexionar
85
2) ¿Qué diferencias había entre cada una de ellas?
3) ¿Cuál es la palabra que emplea Jesús para ordenar el
amor hacia los enemigos?
4) ¿Qué características debe tener el amor cristiano ha
cia los enemigos?
4) ¿Reconocemos en este momento tener algún enemi
go? ¿Cómo es nuestro trato para con él?
86
r
87
na “antes de la fiesta de la Pascua” (Jn 13,1), es decir, el
jueves por la noche, fecha que seguimos tradicionalmente
en la liturgia.
La solución: Qumrán
88
noche misma de Pascua (viernes) como afirman los Evan
gelios sinópticos, o el día antes (jueves) como sostiene
Juan, es ya clásico. Y a lo largo de los siglos se han pro
puesto distintas soluciones, sin que llegara a convencer
ninguna.
Hasta que en 1947 fueron descubiertos los manuscritos
de Qumrán. Y con ellos apareció una nueva solución, que
parece aclarar de una manera plausible el acertijo.
¿Qué son los manuscritos de Qumrán? Formaban parte
de una vieja biblioteca del s. I a. C, perteneciente a una sec
ta judía llamada de los esenios. Entre los numerosos libros
allí encontrados, se hallaron dos (el Libro de los Jubileos,
y el Libro de Henoc) que revelaron que en tiempos de Je
sús estaban en uso no uno sino dos calendarios distintos.
Uno era el calendario llamado “solar”, basado en el curso
del sol, que constaba de 364 días, y distribuía de tal mane
ra los meses que las fiestas importantes caían en miércoles.
De este modo, el año nuevo era siempre en miércoles, así
como la fiesta de los Tabernáculos, y la Pascua.
¿Por qué este calendario comenzaba el año siempre en
miércoles? Porque según el Génesis cuando Dios creó el
mundo, el cuarto día (miércoles) hizo al sol, la luna y las
estrellas, y a partir de allí comienza el curso del tiempo.
El cambio de calendario
89
chos siglos. En efecto, en los libros del Antiguo Testamen
to podemos constatar que tanto las fechas, como las crono
logías, la fiesta de Pascua (que siempre caía en miércoles),
y las demás festividades, se regían según este calendario
solar.
Hasta que unos doscientos años antes de Cristo, según
la nueva hipótesis, los sacerdotes del Templo de Jerusalén
habrían resuelto cambiar el calendario, y adoptar otro lla
mado “lunisolar” por basarse en una combinación del sol y
de la luna. Este era más exacto, ya que constaba de 365
días. Pero tenía una variante: en él, la fiesta de Pascua po
día caer cualquier día de la semana.
Poco a poco se fue difundiendo el nuevo calendario en
tre la gente. Pero en ese entonces los cambios llevaban mu
cho tiempo en imponerse. Esto explica que doscientos años
después, en la época de Jesús, todavía gran parte del pue
blo siguiera observando el calendario viejo, y celebrando
las fiestas según las antiguas fechas. Incluso un sector de
los judíos, los esenios de Qumrán, directamente se negaron
a aceptar el nuevo calendario por considerarlo una altera
ción inadmisible a la Ley de Moisés. Ellos se mantenían
firmes en la observancia del calendario primitivo, como
podía leerse en su Manual de disciplina , también encontra
do en Qumrán: “Que no se salga ni un paso fuera de lo que
la Palabra de Dios dice de sus tiempos. Que no se avancen
sus fechas ni se retrase ninguna de sus fiestas”.
90
Los dos tenían razón
91
gélicas. También soluciona otras dificultades, admitidas
por todos los estudiosos.
Una de ellas es la cantidad de episodios vividos por Je
sús en tan pocas horas. Pues si la última Cena fue el jueves
y la crucifixión el viernes al mediodía, tenemos apenas 18
horas de plazo para colocar todos los acontecimientos de la
pasión de Jesús.
En efecto, sabemos que al ser apresado en el huerto de
Getsemaní Jesús fue llevado a casa de Anas, el ex sumo
Sacerdote, donde tuvo lugar el primer interrogatorio (Jn
18,12). Luego lo condujeron atado a la casa de Caifás, el
sumo sacerdote de tumo (Jn 18,14). Allí esperaron a que
reuniera el Sanedrín, tribunal supremo de justicia entre los
judíos, integrado por todos los sumos sacerdotes, los ancia
nos y los escribas (Me 14,53). Durante esa sesión nocturna
intentaron conseguir testigos falsos que acusaran a Jesús,
lo cual les resultó trabajoso porque los que encontraban no
se ponían de acuerdo (Me 14,55-59). A continuación lo hu
millaron con golpes, escupitajos y burlas (Me 14,65). Al
amanecer se reunió por segunda vez el Sanedrín, con sus
71 miembros (Me 15,1), y habrían decidido condenar a
muerte a Jesús.
92
f
23,1). La sesión debió de durar bastante. Hubo primero una
reunión entre los judíos y el Prefecto romano, donde le pre
sentaron las acusaciones. Siguió un interrogatorio secreto a
Jesús, la declaración de inocencia de Pilato, y nuevas y re
petidas acusaciones por parte de los judíos.
Pilato, para desentenderse del acusado, al que juzgaba
inocente, decidió remitirlo a Herodes Antipas, gobernante
de la Galilea, ya que Jesús por ser galileo pertenecía a su
jurisdicción (Le 23,7). También este encuentro debió de
llevar tiempo, pues el Evangelio afirma que Herodes le hi
zo muchas preguntas (Le 23,9). Finalmente lo devolvió
otra vez a Pilato (Le 23,11).
El gobernador, entonces, se tomó el trabajo de reunir
nuevamente a los sumos sacerdotes, a los magistrados y a
todo el pueblo. Luego de conversar otra vez con Jesús, de
cide someter a la opinión popular la liberación de Barrabás
o de Jesús. A todo esto, su mujer le mandó el mensaje de
que no le hiciera nada a Jesús, porque esa noche había te
nido pesadillas con motivo de su juicio. Pero ante la insis
tencia de la gente, Pilato decide soltar a Barrabás (Mt
27,11-25). Siguió el rito de la flagelación, la coronación de
espinas, los últimos intentos de Pilato de liberar a Jesús, y
finalmente la sentencia y la lenta caminata hasta el calva
rio (Mt 27,27-31).
Y todo ello, entre la noche del jueves y el mediodía del
viernes.
93
La nueva distribución
94
complementaria del Antiguo Testamento), sabemos que
había una serie de leyes que se habrían violado si seguimos
la fecha tradicional.
Efectivamente, la legislación judía ordenaba que todo
juicio debía llevarse a cabo de día. Si Jesús cenó el jueves,
debemos suponer que el Sanedrín sesionó por la noche, lo
cual habría sido ilegal. Y por otra parte resulta improbable
que los sanedritas y los testigos estuvieran ya reunidos a
aquella hora de la noche para sesionar, sin tener la certeza
de que Jesús sería aprehendido. En cambio si la cena fue el
martes, podemos suponer que las sesiones tuvieron lugar
en la mañana del miércoles y jueves.
Sabemos además por la Mishná que estaba prohibido
condenar a muerte a un reo en víspera del sábado o de fies
ta. Si seguimos el cómputo tradicional, Jesús habría sido
condenado a muerte por el Sanedrín el viernes por la ma
ñana, víspera de sábado y de fiesta de Pascua. En cambio
con la nueva teoría, Jesús sería condenado a muerte el jue
ves por la mañana, cuando aún faltaba un día y medio pa
ra la Pascua y el sábado.
También ordenaba la Ley judía que no se condenara a
muerte a nadie dentro de las 24 horas de su arresto, para evi
tar que en la decisión pesaran aún los ánimos caldeados. Se
gún la cronología breve, Jesús fue condenado a muerte a las
pocas horas de ser apresado. En cambio con la cronología
larga, sería arrestado el martes por la noche y condenado el
viernes por la mañana, en el plazo estipulado por la ley.
95
Si a Jesús lo condenaron por violar la Ley, no parece
probable que en el juicio que le hicieron se transgrediera de
un modo tan grosero esa misma Ley que se procuraba de
fender.
Lo apoya la tradición
97
bre, aún cuando sabemos que no es históricamente cierto,
podemos seguir celebrando la última Cena el jueves, pues
de lo que se trata es de obtener un provecho espiritual.
La pasión de Cristo fue mucho más larga de lo que co
múnmente pensamos. No duró unas pocas horas sino va
rios días, lo cual confirma que su muerte no fue el desen
lace abrupto de una turba exaltada e irracional que en unas
cuantas horas decidió su fin, sino la resolución premedita
da y consentida de las autoridades judías, romanas y el
pueblo todo.
Aparece, así, la pasión de Cristo con contornos mucho
más dramáticos y pavorosos de lo que estábamos habitua
dos a meditar. Pero aparece también con mayor claridad su
inexorable voluntad de seguir hasta el fin, no obstante los
penosos cuatro días de tormento en los que buscaron que
brantar su resistencia. Jesús no fue fiel por unas pocas ho
ras, sino todo el tiempo que duró su pasión. Nosotros, sus
discípulos, no debemos contentamos con ser fieles un
tiempo. Debemos serlo hasta el final.
Para reflexionar
99
¿SAN PABLO ERA ANTIFEMINISTA?
101
Con sentimientos machistas
102
está permitido hablar. Deben estar sometidas, como lo
manda la Ley. Si desean aprender algo, pregúntenle a sus
esposos en sus casas, porque no está bien que la mujer ha
ble en la asamblea” (1 Cor 14,34-35).
Un poco antes también había dicho: “Quiero que sepan
que Cristo es la cabeza del hombre, y el hombre es la ca
beza de la mujer, así como la cabeza de Cristo es Dios. Por
eso... la mujer que ora o profetiza con la cabeza descubier
ta deshonra al que es su cabeza. Es como si se hubiera ra
pado. Si una mujer no se cubre la cabeza con el velo, en
tonces que se la rape. El hombre no debe cubrirse la cabe
za porque él es imagen y reflejo de Dios, mientras que la
mujer es reflejo del hombre. En efecto, no es el hombre el
que procede de la mujer sino la mujer del hombre. Ni el
hombre fue sacado de la mujer sino la mujer del hombre.
Por eso la mujer debe cubrir su cabeza como señal de su
jeción” (1 Cor 11,3-10).
103
buen judío tenía la obligación de casarse, ya que según el
Génesis, Dios había ordenado “Sean fecundos, multipli
qúense, llenen la tierra y sométanla” (1,28). Por ende, no
casarse era violar nada menos que el primer mandamiento
bíblico.
Sabemos también que los rabinos solían enseñar: “Dios
observa al hombre para ver si se casa, y si a los 20 años no
lo ha hecho, lo maldice.” Y más gravemente: “El que no se
ocupa de la procreación, es como uno que derrama san-
gre.
Por ser el celibato mal visto entre los judíos, difícilmen
te Pablo pudo no haberse casado. Ahora bien, en aquella
época el matrimonio tenía lugar entre los 18 y los 20 años.
Por lo tanto, si en el momento de su conversión al cristia
nismo el apóstol no tenía ya mujer, tuvo que haber sido
viudo.
104
La primera en ser nombrada es Febe: “Les recomiendo
a Febe, nuestra hermana, diácono de la comunidad de Cén-
creas” (v.l). A esta mujer le da nada menos que el título de
“diácono” (no “diaconisa”, como traducen algunas bi
blias). Es el título que Pablo se da a sí mismo, cuando di
ce “el evangelio del que yo, Pablo, me he convertido en
diácono” (Col 1,23). Y que utiliza también para “Timoteo,
nuestro hermano, diácono de Dios” (1 Ts 3,2). O sea que
considera a Febe tan “ministro” como a él mismo o a Ti
moteo, que eran los máximos dirigentes de la comunidad.
Y pide a los romanos “que se pongan a disposición de ella”
(v.2).
La segunda es Prisca: “Saluden a Prisca y a Aquila (su
esposo), mis colaboradores en Cristo Jesús” (v.3). A ella le
da el título de “colaboradora”, el mismo que le asigna al
obispo Timoteo (Rm 16,21), y que implica una tarea pas
toral importante. En efecto, la actividad de Prisca aparece
constantemente en la correspondencia de Pablo. Y además,
siempre figura mencionada antes que su marido Aquila,
sorprendente para una época en la que el hombre debía ser
nombrado antes que la mujer.
La exaltación de la mujer
105
blo usa el verbo “trabajar” (kopiáo ) para referirse a la
evangelización, como se ve en otras partes de las cartas.
La cuarta es Junia: “Saluden a Andrónico y a Junia, pa
rientes míos y compañeros de prisión, ilustres apóstoles”
(v.7). Aquí Pablo llega al culmen de la valoración de una
mujer, al aplicarle el título de “apóstol”, tan importante y
exclusivo del hombre en las primeras comunidades.
Quinta y sexta son Trifena y Trifosa, “que tanto han tra
bajado en el Señor” (v.12). En el lenguaje paulino, “traba
jar en el Señor” alude a la proclamación del Evangelio que,
por lo visto, Pablo permitía hacer a las mujeres. También
la séptima, “la amada Pérside, que trabajó mucho en el Se
ñor” (v. 12), aparece realizando esta tarea exclusiva.
La octava es la “madre de Rufo”, a la que cariñosamen
te llama “también madre mía” (v.13). Y las dos últimas son
Julia y la hermana de Nerso (v.15), nombradas antes de
“todo el pueblo de Dios”, lo cual puede indicar que tenían
responsabilidades al frente de la comunidad.
Hasta en el destinatario
106
lado y al mismo nivel que los hombres en la evangeliza-
ción de aquella ciudad.
Y en la carta a Filemón, a “Apia, la hermana” (v.2) la
menciona nada menos que en el encabezamiento, cuando
para la etiqueta de aquellos tiempos era algo inimaginable.
Estas alabanzas, poco comunes para la correspondencia
y la mentalidad de un hombre de aquella época, nos mues
tran que en la práctica Pablo otorgaba un lugar privilegia
do a la mujer.
Llegar a lo máximo
107
misma dignidad que el hombre. Semejante osadía, aún no
la terminó de digerir ni siquiera nuestra avanzada sociedad
moderna.
Nos queda, pues, un tercer y último punto: ¿cómo pudo
escribir Pablo los párrafos que citamos al comienzo? Va
mos ahora a analizarlos.
¿Contra el matrimonio?
108
su servicio, aunque lógicamente estará sobrecargado por
las obligaciones del matrimonio y del hogar.
Por lo tanto el consejo de Pablo de no casarse no va di
rigido a la gente en general, sino únicamente a los minis
tros de la Iglesia.
Frases sospechosas
109
que no sean Palabra de Dios. Lo son. Pero no reflejan el
genuino y auténtico pensamiento de Pablo. Fueron agrega
dos décadas más tardes, cuando los excesos de algunas
“predicadoras” poco instruidas, que diseminaban doctrinas
erróneas, aconsejaban hacerlas callar.
110
El velo es lo de menos
Si él lo hacía
111
citada al comienzo, y que se lee en los casamientos, no es
de él sino de un discípulo suyo.
Con esto cae el último argumento antifeminista contra
Pablo.
Jesús tuvo con la mujer un trato preferencial, por hallar
se ella sometida y postergada en su cultura. Pablo, discípu
lo de Jesús, no podía ser menos. Una lectura atenta a sus
cartas nos hacen descubrir en él a uno de los mayores de
fensores de los derechos de la mujer, e incluso un “atrevi
do” feminista, ya que supo ubicarlas en funciones impor
tantes y encumbradas de la Iglesia de entonces, que de al
guna manera superan incluso la labor encomendada hoy a
la mujer por la Iglesia del siglo XX.
Cuando se discuta sobre el rol de la mujer en la Iglesia de
hoy, los escritos y las actitudes paulinas nos ofrecen un exce
lente fundamento para replanteamos el problema de una más
plena incorporación de la mujer en los ministerios eclesiales.
Para reflexionar
112
3) En nuestra sociedad actual, ¿qué actitudes discrimi
natorias contra la mujer podemos detectar? ¿Qué
puede hacerse para modificarlas?
113
¿QUIÉNES SON LOS CUATRO
JINETES DEL APOCALIPSIS?
El libro misterioso
115
Los cuatro jinetes
Variadas opiniones
116
aún, sostienen que esta visión se refieren a una Tercera
Guerra Mundial para dentro de poco tiempo, así como al
hambre y las enfermedades que provocará. Y no faltan
quienes creen que los cuatro jinetes simbolizan más bien
los cataclismos espeluznantes que sucederán al final de los
tiempos.
Pero ¿qué hay de cierto en todo esto? Antes de respon
der, tengamos en cuenta que nadie puede interpretar el
Apocalipsis como a él le parezca. No se trata de un libro
caótico, de donde cada uno puede sacar la interpretación
que se le ocurra. Si el autor ocultó su mensaje con figuras
y símbolos, también nos dejó la clave para descubrirlo. De
bemos, pues, preguntarle a él mismo la explicación
El primer jinete
117
En efecto, se dice que aparece luego de oir el grito:
“Ven”. Y ésta era la oración que los primeros cristianos ha
cían diariamente pidiendo la pronta venida de Cristo, como
se lee en el Apocalipsis: “el Espíritu y la Novia dicen: ven.
Y todo el que oiga diga: ven” (22,17). Y más adelante se
pide: “Ven, Señor Jesús” (22,20). O sea que el que aparece
luego del llamado “Ven” no puede ser otro que el Señor Je
sús.
Además, el verbo “venir” en el Apocalipsis se aplica
permanentemente a Cristo. Se le da el título de “el que Vie
ne”, y se repite que “viene pronto” (1,4.7.8; 2,5.16; 3,11;
4,8; 16,15; 22,7.11). Por lo tanto, el imperativo “Ven” nos
da la clave para descubrirlo.
Color simbólico
Pero hay otros detalles que nos pueden ayudar. Este pri
mer jinete viene montado en un caballo blanco.
¿Qué significado tiene el color blanco en el Apocalip
sis? Si hacemos un análisis veremos que siempre se lo uti
liza para las cosas propias de Dios. Por ejemplo, en los 24
ancianos que en el cielo están vestidos de blanco (4,4). En
los ejércitos del cielo, que tienen vestidos blancos (19,14).
En todos los salvados, que usan túnicas blancas (6,’l 1; 7,9).
También Jesús resucitado tiene cabellos blancos (1,14) y se
sienta sobre una nube blanca (14,14). Y se dice que al que
persevere hasta el final se le dará un vestido blanco (3,4.5)
118
y una piedra blanca con su nombre (2,17). Asimismo Dios
se sienta en el cielo sobre un trono blanco (20,11).
Por lo tanto, si el blanco en el Apocalipsis simboliza
siempre la salvación, la victoria, el triunfo final, y no se lo
emplea nunca para las potencias malignas ni destructoras,
quien monta el caballo blanco tiene que ser alguien del ám
bito divino.
El arco
119
Testamento, podían descubrir fácilmente, en este jinete con
un arco, a alguien que viene en nombre de Dios.
La corona
El vencedor
120
Otra vez el Apocalipsis nos da la solución: al verbo
“vencer”, que aparece 17 veces en este libro, siempre se lo
utiliza para expresar el triunfo del bien sobre el mal, de
Dios sobre el pecado. En efecto, se dice que los cristianos
son “vencedores” (2,7.11.17), que Cristo es “vencedor”
(3,21), que el León de Judá es “vencedor” (5,5), que el
Cordero de Dios es “vencedor” (17,14).
Ahora bien, en este jinete se pone mayor énfasis aún, ya
que se menciona dos veces el verbo “vencer”. Es dudoso,
pues, que este caballero represente el triunfo del mal, del
dolor, del sufrimiento, o de una poder maligno.
La segunda aparición
121
diferentes. Los elementos de una visión deben servir para
aclarar las otras. Por lo tanto el jinete del caballo blanco,
del capítulo 19 tiene que ser el mismo que el del capítulo
6: Jesucristo resucitado.
122
el racionamiento de comida, como se deduce por la balan
za y los precios altísimos que se pregonan.
Finalmente concluye: “Cuando abrió el cuarto sello, oí
la voz del cuarto Ser que decía: ¡ven!. Miré, entonces, y
había un caballo verdoso. El que lo montaba se llamaba la
Muerte, y el Hades lo seguía” (6,7-8).
También éste es fácil de identificar, ya que el mismo
texto lo dice expresamente: simboliza la muerte. El “Ha
des” que se menciona, es el mundo del más allá, los infier
nos.
El mensaje escondido
123
dijo que la llegada del Mesías sería acompañada por gue
rras (Mt 24,6), hambre (Mt 24,7) y muerte (24,9). Mencio
nó, además, otras dos señales: persecuciones (Mt 24,16) y
perturbaciones cósmicas (Mt 24,29). En total, cinco cata
clismos.
Faltaban caballos
124
Ahora bien, al aparecer Cristo montado en el primer ca
ballo, al autor le quedaban sólo tres caballos para las seña
les. Y los cataclismos eran cinco. Entonces, para no defor
mar la “visión” de Zacarías, agregó a los cuatro caballos
dos sellos más. Así, al abrirse el quinto vio persecuciones
(Ap 6,9-11); y al abrirse el sexto, las convulsiones cósmi
cos (Ap 6,12-14).
Ninguna desgracia
No olvidar al primero
125
No sólo eso. Los hombres no se respetan, violan sus de
rechos, se cometen toda clase de abusos. Y como conse
cuencia, se oye clamar al hambre y a la injusticia (la acción
del tercer jinete).
Y por si fuera poco, otras calamidades como las enfer
medades, las plagas, las mentiras y ofensas, se aglomeran
despiadadamente. Son las pequeñas y grandes muertes co
tidianas (como en el cuarto sello).
Es verdad que este amargo e impresionante cortejo de
males cabalga salvajemente entre nosotros. El autor del
Apocalipsis lo afirma con la eficaz imagen de los caballos.
Pero cuando arribemos a esta triste comprobación, no
debemos olvidamos de un detalle: en medio de nuestra his
toria cabalga támbién un caballo blanco que salió primero,
una fuerza positiva, que por ser anterior puede vencerlas y
eliminarlas.
Jesucristo es una fuerza real, un poder “vencedor”, que
terminará venciendo. Por eso frente a todos los males, por
muy dramáticos que sean, no debemos desesperamos.
Cristo está presente y activo, cabalgando a nuestro lado,
acompañando nuestros problemas desde dentro de la histo
ria. Y tiene la promesa de ser el “Vencedor”.
El mundo jamás se le escapará de sus manos.
126
Para reflexionar
127
EN EL FIN DEL MUNDO,
¿REINARÁ JESÚS MIL AÑOS
SOBRE LA TIERRA?
129
Para completar el Apocalipsis
130
Traída por las sectas
131
El texto en cuestión
132
Por eso los biblistas sostienen que también estos “Mil
Años” son una cifra simbólica, más que una cantidad real
de tiempo.
¿Y qué significado tendría el símbolo de los Mil Años?
A esta pregunta los exegetas contestan que no representan
una época que se aguarde para el futuro, sino que son un
símbolo para referirse a toda la vida de la Iglesia, es decir,
al lapso que va desde la primera venida de Jesús al mundo
hasta su segunda venida, cualquiera sea el tiempo que du
re.
133
paso, con una cita del Salmo 90,4, donde dice que para
Dios “mil años son como un día”.
Por lo tanto Dios no había faltado a su promesa. Lo hi
zo morir a Adán el mismo día que pecó. Pero según la du
ración de un “día de Dios”, que es de mil años. Por eso, se
guían diciendo los judíos, el Génesis afirma que Adán vi
vió sólo 930 años (5,5), es decir, que murió dentro de lo
que dura un día para Dios.
134
Y al decir que esta época presente es de “Mil Años”, sus
lectores entendían muy bien, en lenguaje simbólico, que ya
estamos en los tiempos del nuevo Paraíso, y que Jesús es
el Mesías esperado por los judíos.
¿Satanás encadenado?
135
nado, es decir, disminuido, el cual ya no tiene el mismo po
der que antes.
136
¿Se produjo el juicio?
137
Si los Mil Años son el período actual que va desde la re
surrección de Cristo hasta el fin del mundo, ¿quiere decir
que al llegar el fin del mundo empezará una nueva época,
signada por una gran ofensiva de Satanás? ¿Qué pasó con
las ligaduras de Cristo? ¿No fueron muy eficaces?
Para comprender este último detalle conviene tener pre
sente una advertencia que todos los exegetas hacen. La
cronología del Apocalipsis no es como la del resto de los
libros. Se ha descubierto que sus visiones no siguen un or
den sucesivo, ni deben tomarse en el orden en que están
contadas. No olvidemos que Juan está “en éxtasis” (1,10),
y por lo tanto el pasado, presente y futuro se mezclan per
manentemente en sus descripciones.
Esto se nota en todos los párrafos. Cuando acaba de
contar una visión y comienza una nueva, el lector descubre
que es la misma que la anterior pero desde un punto de vis
ta diverso y aportando una riqueza nueva. La mayoría de
las descripciones del Apocalipsis, pues, están superpues
tas. Al reiterar las mismas visiones pero con palabras nue
vas, el autor encontró una manera de expresar la inmensa
riqueza de la revelación de Dios, con la pobreza de las pa
labras humanas.
138
Simplemente que el autor ha vuelto al principio del re
lato. Aparentemente comienza una nueva etapa en la que
Satanás queda sin ligaduras. Pero en realidad es la misma
etapa del Reino de los Mil Años, sólo que desde otro enfo
que. Es un relato superpuesto. Con él, pretende mirar la
otra cara de la verdad y completarla.
Porque también es real que Satanás, el poder del mal,
amenaza aún a los creyentes. Su sombra aletea todavía so
bre el mundo. No está total y definitivamente derrotado.
Por eso los cristianos deben evitar las posturas angelicales,
la tentación triunfalista, y vivir en permanente estado de
alerta frente a su actividad.
Es decir, Apocalipsis 20 presenta, como si fueran esce
nas sucesivas, dos realidades simultáneas, el único tiempo
presente, que es a la vez tiempo de gracia y de pecado, de
Satanás encadenado y operante, de Paraíso y de peligros. O
sea, el tiempo de muchas luces y ciertas sombras que ha
comenzado con la Pascua.
Completar el Paraíso
139
una nueva vida como resucitados; y su conducta sirve de
paradigma para juzgar a los otros,
Pero si bien Jesucristo comenzó el Paraíso, no lo instau
ra Él sólo. Todos los cristianos deben trabajar para que apa
rezca, se note, se lo vea. No se va a divertir Dios haciendo
aparecer en el mundo todos los placeres y encantos con que
soñaban los milenaristas. Nosotros debemos ir transfor
mando este mundo presente que sufre, llora y padece terri
bles desgracias, en el Paraíso que Jesús ha inaugurado, pe
ro que no aparece aún por culpa de los cristianos.
Para muchas sectas este mundo está condenado a la per
dición. No tiene remedio. Sólo queda salvarse cada uno
por su lado, huir de él. Para los católicos, el mundo está
aún por transformarse. Cristo inauguró una nueva época, y
nosotros debemos establecerla totalmente.
Estamos en los días del Mesías, los días del Señor, los
días del Paraíso. De nosotros depende que sea realidad o no.
Para reflexionar
140
ÍNDICE ■ .. ..... ... .« h '5
" l.i^M t'i Y
141
El gran descubrimiento ............................................................ 42
Nace el Paraíso.......................................................................... 43
El mundo como Dios manda .................................................... 44
La propuesta atrapada................................................ .............. 45
El Paraíso, esperanza futura......................................................46
Hacia un nuevo Paraíso ................................................... .........47
Para reflexionar......................................... ............................... 48
142
El amor sexual .......................................................................... 76
El amor familiar ........................................................................ 77
El amor de amigos .................................................................... 77
El amor caritativo........................................ ..............................78
Pretenciosa pregunta.................................................................79
Una humilde respuesta........................................................... ...80
Lo que manda el mandamiento................................................. 81
Él prefirió ilustrarlo ....... .......................................................... 82
Perdón y olvido........................................................ ................ 84
Iguales a su Padre ..................................................................... 84
Para reflexionar......................................................................... 85
143
El velo es lo de menos ...................................................... ......111
Si él lo hacía............................................................................ 111
Para reflexionar....................................................................... 112