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The Grisha #2 PDF
The Grisha #2 PDF
1
Leigh Bardugo Dark Guardians
The Grisha #2
Leigh Bardugo
Leigh Bardugo Dark Guardians
Perseguida mientras cruza el Verdadero Océano, acosada por las vidas que
tomó en el Abismo, Alina debe intentar hacer su vida con Mal en una tierra
desconocida. Descubre que empezar de cero no es tan fácil mientras intenta
mantener en secreto su identidad como la Invocadora del Sol. No puede huir de su 3
pasado ni de su destino por mucho tiempo.
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Leigh Bardugo Dark Guardians
5
Leigh Bardugo Dark Guardians
Los Grisha
Soldados del Segundo Ejército
Maestros de la Pequeña Ciencia
Corporalki
(La Orden de los Vivos y Muertos)
Cardios
Sanadores
Etherealki
(La Orden de los Invocadores)
Impulsores 6
Infernos
Mareomotores
Materialnik
(La Orden de los Fabricadores)
Durasts
Alquimios
Leigh Bardugo Dark Guardians
Keramzin: País de origen del Duque Keramsov y un pueblo del mismo nombre.
Tsibeya: El vasto desierto cerca de la frontera noreste de Ravka.
Kribirsk: Una ciudad y puesto militar en la costa este del Falso Océano.
Os Alta: La capital de Ravka.
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Ryevost: Una ciudad junto al río.
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a la muchacha caían gorgojos, y su camarote era un estrecho armario que se vieron
obligados a compartir con otros dos pasajeros y un barril de bacalao.
No les importaba. Se acostumbraron al tañido de las campanas al dar la hora, al
graznido de las gaviotas y al parloteo ininteligible en kerch. El barco era su reino y
el mar, un inmenso foso que mantenía sus enemigos a raya.
El muchacho aceptó la vida a bordo con la facilidad que aceptaba todo lo
demás. Aprendió a hacer nudos y a remendar las velas y, mientras sus heridas se
curaban, manejó las cuerdas junto a la tripulación. Se quitaba los zapatos y, sin
miedo, subía descalzo a las jarcias. Los marineros se maravillaban por cómo
encontraba delfines, grupos de mantarrayas y brillantes peces tigre, y por la forma
en que percibía por dónde surgiría una ballena antes de que su espalda jorobada
rompiera las olas. Afirmaban que serían ricos si tan sólo tuvieran un poco de su
suerte.
La muchacha los ponía nerviosos.
Llevaban tres días en el mar cuando el capitán le pidió que permaneciera bajo
cubierta tanto como fuera posible. Culpó a la tripulación supersticiosa, afirmó que
pensaban que las mujeres a bordo traían malos vientos. Era verdad, pero los
marineros podrían haber acogido a una chica que reía feliz, una chica que contaba
chistes o intentaba tocar la flauta.
Esta chica permanecía silenciosa e inmóvil junto a la borda, mientras se sujetaba
la bufanda alrededor del cuello, congelada como un mascarón de proa tallado en
madera blanca. Esta chica gritaba en sueños y despertaba a los hombres que
dormitaban en la cofa.
Así que la muchacha pasaba los días recorriendo el oscuro vientre de la nave,
contando barriles de melaza y estudiando las cartas del capitán. Por las noches,
Leigh Bardugo Dark Guardians
***
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Leigh Bardugo Dark Guardians
lata. Aquí, hasta los mendigos usaban zapatos. Así lucía un país cuando no estaba
en asedio.
Al pasar por una tienda de ginebra, vi un destello de color carmesí por el rabillo
del ojo.
Corporalki.
Al instante, me eché hacia atrás y me presioné contra el espacio en sombras de
dos edificios. Con el corazón desbocado, estiré la mano hacia la pistola en mi
cadera.
«Daga primero ―me recordé, y deslicé la hoja desde mi manga―. Intenta no
llamar la atención. Usa la pistola sólo si es necesario. Tu poder es el último
recurso».
No por primera vez extrañé los guantes que me crearon los Fabricadores y que
tuve que dejar atrás en Ravka. Estaban revestidos de espejos que me ayudaban a
cegar oponentes con facilidad en una pelea cuerpo a cuerpo, y eran una buena
alternativa para rebanar a alguien por la mitad con el Corte. Pero si me hubiese 12
descubierto un Cardio Corporalnik, no tendría oportunidad alguna, pues eran los
soldados favorecidos por el Darkling y podrían detener mi corazón o aplastar mis
pulmones sin necesidad de un golpe.
Esperé, sujetando con manos sudorosas el mango de la daga, hasta que
finalmente me atreví a echar un vistazo desde la pared y vi un carro repleto de
barriles. El conductor se había detenido a hablar con una mujer cuya hija bailaba
impaciente junto a ella, revoloteando y dando vueltas con su falda de color rojo
oscuro.
Sólo era una niña, no un Corporalnik a la vista.
Me apoyé contra el edificio y respiré hondo, tratando de calmarme.
«No siempre será así ―me dije―. Cuanto más tiempo seas libre, más fácil
será».
Un día me despertaría de un sueño sin pesadillas y caminaría sin temor por la
calle. Hasta entonces, mantendría cerca mi endeble daga y rogaría por la seguridad
que me daba el peso del acero Grisha en la palma.
Me abrí camino de regreso a la calle bulliciosa, ajustándome más la bufanda
alrededor del cuello. Lo había convertido en un hábito nervioso, pues debajo
llevaba el collar de Morozova, el amplificador más poderoso jamás conocido, así
como la única forma de identificarme. Sin él, sólo era otra refugiada ravkana sucia
y mal alimentada.
No estaba segura de qué iba a hacer cuando cambiara el clima. No podía
caminar con bufandas y abrigos de cuello alto cuando llegara el verano. Pero
entonces, con un poco de suerte, Mal y yo estaríamos muy lejos de ciudades
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atestadas y preguntas no deseadas. Estaríamos solos, por primera vez desde que
habíamos huido de Ravka.
El pensamiento me provocó un aleteo nervioso.
Crucé la calle esquivando carros y caballos mientras examinaba la multitud,
segura de que en cualquier momento vería una tropa de Grisha o de oprichniki
avanzando hacia mí; o tal vez serían mercenarios de Shu Han, o asesinos fjerdanos
o los soldados del Rey de Ravka, o incluso el mismo Darkling.
Por supuesto, muchas personas podrían estar cazándonos. «Cazándome», me
corregí. Si no fuera por mí, Mal aún sería un rastreador en el Primer Ejército, no un
desertor huyendo por su vida.
Un recuerdo indeseado tomó forma en mi mente: cabello negro, ojos claros, el
Darkling al desatar el poder del Abismo con el rostro exultante por la victoria, justo
antes de que yo se la arrebatara.
Las noticias llegaban con facilidad a Novyi Zem, pero ninguna era buena.
Los rumores que surgieron decían que el Darkling había sobrevivido de alguna 13
forma a la batalla en el Abismo, que había ido a tierra para reunir sus fuerzas antes
de hacer otro intento para tomar el trono ravkano.
No quería creer que fuera posible, pero sabía que no debía subestimarlo.
Las otras historias eran igual de inquietantes: que el Abismo había empezado a
desbordarse, llevando a refugiados al este y al oeste; que se había originado un
culto en torno a una Santa que podía invocar el sol.
No quería pensar en ello. Mal y yo teníamos una vida nueva ahora, habíamos
dejado Ravka atrás.
Apresuré los pasos y pronto llegué a la plaza, donde Mal y yo nos reuníamos
todas las tardes.
Lo descubrí apoyado en el borde de una fuente, hablando con un amigo zemení
que había conocido del trabajo en el almacén.
No podía recordar su nombre... Jep, ¿tal vez? ¿Jef?
Alimentada por cuatro enormes grifos, la fuente no servía exactamente como
decoración, sino que tenía una utilidad: era una gran palangana donde las niñas y
sirvientas iban a lavar la ropa. Sin embargo, ninguna de las lavanderas estaba
prestando mucha atención a la ropa; todas estaban mirando embobadas a Mal.
Era difícil no hacerlo. Su pelo corto al estilo militar había crecido y estaba
empezando a encrespársele en la nuca; el rocío de la fuente le había humedecido la
camisa que ahora se aferraba a su piel bronceada por largos días en el mar. En ese
momento, echó la cabeza hacia atrás riéndose de algo que había dicho su amigo,
aparentemente ajeno a las sonrisas maliciosas arrojadas en su dirección.
«Probablemente está tan acostumbrado, que ya ni siquiera las nota», pensé con
irritación.
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Cuando me vio, su rostro se iluminó con una amplia sonrisa y me saludó con la
mano. Las lavanderas volvieron a mirar y luego intercambiaron miradas de
incredulidad. Sabía lo que veían: una chica flacucha y escuálida con cabello castaño
apagado, mejillas hundidas y los dedos manchados de naranjo por empaquetar
jurda. Nunca había llamado mucho la atención, y semanas de no usar mi poder
habían dejado huella. No comía ni dormía bien, y las pesadillas no ayudaban.
Los rostros de los hombres reflejaban lo mismo: ¿qué hacia un chico como Mal
con una chica como yo?
Enderecé la espalda y traté de ignorarlos cuando Mal estiró su brazo hacia mí
para que me acercara.
―¿Dónde estabas? ―inquirió―. Estaba preocupado.
―Fui asaltada por una banda de osos enfadados ―murmuré en su hombro.
―¿Te perdiste de nuevo?
―No sé de dónde sacas esas ideas.
―¿Recuerdas a Jes, no? ―preguntó, asintiendo con la cabeza hacia su amigo. 14
―¿Cómo vas? ―preguntó Jes en un ravkano chapurreado, ofreciéndome la
mano. Su expresión parecía excesivamente grave.
―Muy bien, gracias ―contesté en zemení.
No me devolvió la sonrisa, pero me palmeó suavemente la mano. Jes sin duda
era extraño.
Charlamos un rato más, pero sabía que Mal notaba mi ansiedad. No me gustaba
estar al aire libre durante mucho tiempo. Nos despedimos, y antes de que Jes se
fuera, me lanzó otra mirada sombría y se inclinó para susurrarle algo a Mal.
―¿Qué dijo? ―le pregunté mientras lo observábamos marcharse de la plaza.
―¿Hm? Oh… nada. ¿Sabías que tienes polen en las cejas? ―Extendió la mano
para limpiarme con suavidad.
―Tal vez lo quería allí.
―Mi error.
Cuando nos separábamos de la fuente, una de las lavanderas se inclinó hacia
adelante, casi exponiendo sus atributos.
―Si alguna vez te cansas de piel y huesos ―le dijo a Mal―, tengo algo para
tentarte.
Me puse rígida. Mal la miró por encima del hombro. Lentamente, la recorrió de
arriba a abajo.
―No ―dijo rotundamente―. No es verdad.
El rostro de la chica se ruborizó de un feo color rojo mientras las otras se
burlaban y se reían a carcajadas, salpicándola con agua. Intenté demostrar altivez
con una ceja arqueada, pero era difícil contener la sonrisa tonta.
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―Tenía que decir algo, y eso hace de ti una figura completamente trágica. Chica
linda, tumor gigante… ya sabes.
Lo golpeé con fuerza en el brazo.
―¡Ay! Oye, en algunos países, las paperas se consideran muy de moda.
―¿Les gustan eunucos, también? Porque puedo arreglarlo.
―¡Qué sanguinaria!
―Mis paperas me ponen de mal humor.
Mal se echó a reír, pero me di cuenta de que mantenía su mano en la pistola. El
pozo se encontraba en una de las partes más malogradas de Cofton, y llevábamos
un montón de monedas: las pagas que habíamos ahorrado para el comienzo de
nuestra nueva vida. Sólo unos días más, y tendríamos suficiente para dejar Cofton
atrás… el bullicio, el aire contaminado, el miedo constante. Estaríamos a salvo en
un lugar donde a nadie le importara lo que pasó en Ravka, donde los Grisha fueran
escasos y donde nadie hubiera oído hablar de una invocadora del sol.
«Y no les fuera de utilidad». 16
El pensamiento agrió mi estado de ánimo, pero últimamente la idea me
acometía más y más.
¿Para qué serviría en un país extraño? Mal podía cazar, rastrear, manejar un
arma. En lo único en que había sido buena era siendo Grisha; extrañaba usar la luz,
y cada día que no usaba mi poder, me ponía más débil y enfermiza. El simple
hecho de caminar junto a Mal me dejaba sin aliento y luchaba bajo el peso de mi
mochila. Estaba tan débil y torpe que apenas había logrado mantener mi trabajo
empaquetando jurda en una de las casas de campo. Aportaba meros centavos, pero
había insistido en trabajar, en tratar de ayudar. Me sentía como si fuéramos niños
otra vez: Mal capaz y Alina inútil.
Alejé ese pensamiento. Tal vez ya no era la Invocadora del Sol, pero tampoco
seguía siendo esa niñita triste. Iba a encontrar una manera de ser útil.
La vista de nuestra casa de huéspedes no hizo nada por levantarme el ánimo.
Tenía dos pisos de altura y una urgente necesidad de una nueva capa de pintura. El
cartel en la ventana anunciaba baños calientes y camas libres de garrapatas, en
cinco idiomas diferentes. Habiendo probado la bañera y la cama, sabía que el
letrero mentía sin importar cómo se tradujera. Aun así, con Mal a mi lado, no
parecía tan malo.
Subimos con desgana los escalones del porche combado y entramos a la taberna
que ocupaba la mayor parte del primer piso de la casa. Estaba fresco y tranquilo
después del atronador polvo de la calle. A esta hora, por lo general había unos
pocos trabajadores en las mesas maltrechas bebiéndose sus salarios, pero hoy
estaba vacío, salvo por el hosco propietario de pie detrás de la barra, un inmigrante
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de Kerch. Tenía la clara sensación de que no le gustaban los ravkanos, o tal vez
simplemente pensaba que éramos ladrones.
Habíamos llegado hacía dos semanas, harapientos y sucios, sin equipaje ni
forma de pagar el alojamiento, excepto por una sola horquilla de oro que
probablemente pensó que habíamos robado. No obstante, eso no lo detuvo de
tomarlo a cambio de una estrecha cama en un lugar que compartíamos con otros
seis huéspedes.
Cuando nos acercamos a la barra, golpeó la llave de la habitación en el
mostrador y la empujó hacia nosotros sin que la hubiéramos pedido. Estaba atada a
una pieza tallada de hueso de pollo.
Otro toque encantador.
Mal pidió una jarra de agua caliente para lavarse con el kerch forzado que había
aprendido a bordo del Verrhader.
―Extra ―gruñó el propietario. Era un hombre corpulento con el cabello fino y
los dientes teñidos de color naranja por mascar jurda. Noté que estaba sudando; 17
aunque el día no era especialmente caluroso, unas gotas de sudor le perlaban el
labio superior.
Me volví a mirarlo cuando nos dirigíamos a la escalera del otro lado de la
abandonada taberna. Él seguía mirándonos, con los brazos cruzados sobre el
pecho, con sus pequeños ojos brillantes. Había algo en su expresión que me puso
los nervios de punta. Dudé en la base de la escalera.
―A ese tipo de verdad no le agradamos ―comenté. Mal ya estaba subiendo los
escalones.
―No, pero le gusta bastante el dinero. Y vamos a estar fuera de aquí en unos
pocos días.
Me sacudí el nerviosismo. Había estado nerviosa durante toda la tarde.
―Bien ―refunfuñé mientras seguía a Mal―, pero sólo para estar preparada,
¿cómo se dice «Eres un cabrón» en kerch?
―Jer ven azel.
―¿En serio?
Mal se echó a reír.
―Lo primero que te enseñan los marineros es cómo maldecir.
El segundo piso de la casa de huéspedes estaba considerablemente en peor
estado que las salas públicas de abajo. La alfombra estaba descolorida y
deshilachada, y el pasillo en penumbra apestaba a col y a tabaco. Las puertas de las
habitaciones privadas estaban cerradas y no se escuchaba ningún sonido mientras
pasábamos. La tranquilidad era espeluznante. Tal vez todos habían salido por el
día.
Leigh Bardugo Dark Guardians
La única luz provenía de una sola ventana sucia al final del pasillo. Mientras
Mal intentaba introducir la llave, miré a través del vidrio manchado a los carros y
carruajes que pasan con estrépito por debajo. Cruzando la calle, un hombre se
encontraba bajo un balcón, mirando hacia la pensión. Se tironeó la ropa por las
mangas y el cuello, como si fuera nueva y no la sintiera cómoda. Sus ojos se
encontraron con los míos a través de la ventana, y entonces apartó la mirada con
rapidez.
Sentí una repentina punzada de miedo.
―Mal ―dije en voz baja, extendiendo la mano hacia él.
Pero ya era demasiado tarde. La puerta se abrió de golpe.
―¡No! ―grité. Alcé las manos y la luz entró por el pasillo en una cascada
cegadora. Entonces unas manos ásperas me agarraron y me apresaron las manos a
la espalda. Me entraron a rastras a la habitación, mientras yo pataleaba y me
revolvía.
―Tranquila ―dijo una voz fría desde algún lugar en la esquina―. No me 18
gustaría tener que destripar a tu amigo tan pronto.
El tiempo pareció detenerse. Vi el lamentable estado de los techos bajos en la
habitación, el agrietado lavatorio sobre la mesa maltratada, motas de polvo
arremolinándose en un haz delgado de luz solar, el borde brillante de la daga
presionando la garganta de Mal. El hombre que la sostenía mostraba una familiar
mueca de desprecio. Ivan. Había otros, hombres y mujeres, todos llevaban túnicas y
pantalones de comerciantes y obreros zemeníes, pero reconocí algunos rostros de
mi tiempo con el Segundo Ejército. Eran Grisha. Detrás de ellos, envuelto en las
sombras y apoltronado en una silla desvencijada como si fuera un trono, estaba el
Darkling.
Por un momento, todo en la habitación quedó inmóvil y en silencio. Podía oír la
respiración de Mal, pies arrastrándose y a un hombre saludando en la calle. Parecía
que no podía dejar de mirar hacia las manos del Darkling, sus largos dedos blancos
descansando casualmente en los brazos de la silla. Tuve la idea tonta de que nunca
lo había visto con ropa de calle.
Entonces la realidad se estrelló contra mí. ¿Así terminaba? ¿Sin una lucha? ¿Sin
ni siquiera un disparo o un grito? Un sollozo de pura rabia y frustración salió de mi
pecho.
―Tomen su pistola y busquen cualquier otro tipo de armas ―ordenó el
Darkling con suavidad.
Sentí que me levantaban de la cadera el reconfortante peso de mi arma, que me
sacaban el puñal de su vaina en mi muñeca.
Leigh Bardugo Dark Guardians
El dolor no se comparaba con nada que hubiese conocido. Hizo eco dentro de
mí, se multiplicó, me resquebrajó y me arañó los huesos. A la distancia, oí a Mal
gritando mi nombre. Me oí gritar.
La criatura me soltó. Caí al suelo de espalda, en una pila inerte, el dolor aún me
atravesaba reverberando en oleadas interminables. Veía el techo con manchas de
agua, la sombra de la criatura cerniéndose sobre mí, el rostro pálido de Mal cuando
se arrodilló a mi lado. Vi sus labios formando mi nombre, pero no lo podía oír. Ya
me estaba desvaneciendo.
Lo último que escuché fue la voz del Darkling… tan clara como si estuviera
acostado a mi lado con los labios apretados contra mi oído, susurrando para que
sólo yo escuchara: «Gracias».
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Leigh Bardugo Dark Guardians
Oscuridad otra vez. Algo hierve en mi interior. Busco la luz, pero está fuera de mi
alcance.
—Bebe.
Abro los ojos y el severo rostro de Ivan entra en foco.
―Tú hazlo ―le gruñe a alguien.
Luego Genya se inclina sobre mí, más hermosa que nunca, incluso con su kefta roja
desaliñada. ¿Estoy soñando?
Presiona algo contra mis labios. 23
—Bebe, Alina.
Trato de alejar la copa, pero no puedo mover las manos.
Alguien me tapa la nariz, me abre la boca a la fuerza y un tipo de sopa se desliza por mi
garganta. Toso y balbuceo:
―¿Dónde estoy? ―trato de decir.
Oigo otra voz, fría y clara:
―Duérmela de nuevo.
* * *
Estoy en el carruaje de poni, regresando de la aldea con Ana Kuya. Me golpea en las
costillas con los codos huesudos mientras rebotamos por el camino que lleva a casa, a
Keramzin.
Mal está sentado a su otro lado, riendo y apuntando todo lo que vemos.
El poni gordo avanza a paso lento, agitando su melena peluda mientras subimos la
última colina. A medio camino, pasamos a un hombre y una mujer a un lado del camino. Él
silba al caminar, moviendo un bastón a tiempo con la música. La mujer camina con
dificultad; lleva la cabeza inclinada y un bloque de sal atado a la espalda.
―¿Son muy pobres? ―le pregunto a Ana Kuya.
―No tan pobres como otros.
―Entonces, ¿por qué él no compra un burro?
―No necesita un burro ―contesta Ana Kuya―. Tiene a su esposa.
―Me voy a casar con Alina ―anuncia Mal.
Leigh Bardugo Dark Guardians
* * *
Tintineo de cadenas. El rostro preocupado de Genya.
―No es seguro seguir haciéndole esto.
―No me digas cómo hacer mi trabajo ―espeta Ivan. 24
El Darkling, vestido de negro, de pie en las sombras. El ritmo del mar bajo mi espalda.
La comprensión me llega de golpe: estamos en un barco.
Por favor, déjenme estar soñando.
* * *
Estoy en el camino a Keramzin de nuevo, mirando el cuello doblado del poni mientras
sube con esfuerzo por la colina. Cuando miro hacia atrás, la chica luchando con el peso del
bloque de sal tiene mi cara. Baghra está sentada a mi lado en el carruaje.
―El buey siente el yugo ―dice—. ¿Acaso el ave siente el peso de sus alas?
Sus ojos son negro azabache. Sé agradecida, dicen. Se agradecida. Chasquea las riendas.
* * *
―Bebe. ―Más sopa. No lucho ahora; no quiero ahogarme otra vez. Caigo hacia atrás,
dejo que se me cierren los ojos y me voy a la deriva, demasiado débil para luchar.
Una mano me toca la mejilla.
―Mal ―logro gaznar.
Quitan la mano.
La nada.
* * *
―Despierta. ―Esta vez, no reconozco la voz―. Despiértala.
Revoloteo los párpados. ¿Sigo soñando? Un muchacho se inclina sobre mí; tiene el
cabello rojizo y la nariz rota. Me recuerda al zorro demasiado astuto, otra de las historias de
Leigh Bardugo Dark Guardians
Ana Kuya; suficientemente inteligente para salir de una trampa, pero demasiado necio para
darse cuenta de que no podría escapar de una segunda. Hay otro chico tras él, pero es un
gigante, una de las personas más grandes que he visto. Sus ojos dorados tienen la
inclinación típica de los shu.
―Alina ―dice el zorro. ¿Cómo sabe mi nombre?
La puerta se abre, y veo el rostro de otro extraño, una chica de cabello oscuro corto y la
misma mirada de oro del gigante.
―Ya vienen ―informa ella.
El zorro maldice
―Duérmela.
El gigante se acerca y la oscuridad comienza a regresar.
—No, por favor…
Demasiado tarde. La oscuridad me tiene.
* * * 25
Soy una niña y subo trabajosamente por una colina. Mis botas chapotean en el barro y
me duele la espalda por el peso de la sal que cargo. Cuando pienso que no puedo dar otro
paso, siento que me levanto del suelo. La sal se desliza de mis hombros, y la veo destrozarse
contra el suelo. Floto más y más alto. A mis pies puedo ver un carruaje de poni. Sus tres
pasajeros me miran boquiabiertos de la sorpresa. Veo que mi sombra pasa sobre ellos, pasa
sobre el camino y los campos estériles de invierno, la forma negra de una muchacha que se
eleva gracias a sus propias alas desplegadas.
***
Lo primero que supe que era real, fue el balanceo del barco, el crujido de las
jarcias, el golpe de agua en el casco.
Cuando traté de girarme, una espina de dolor me aguijonó el hombro. Jadeé,
me enderecé y abrí los ojos de golpe, con el corazón acelerado. Ya estaba
completamente despierta. Una oleada de náusea me azotó, y tuve que parpadear
para alejar las estrellas que flotaban en mi visión.
Estaba en un limpio camarote de barco, acostada en una litera estrecha. La luz
del día se filtraba por el ojo de buey.
Genya se encontraba sentada en el borde de mi cama, así que no la había
soñado. ¿O estaba soñando ahora? Traté de sacudirme las telarañas de la mente y
me vi recompensada con otra oleada de náuseas. El desagradable olor en el aire no
ayudaba a calmar mi estómago, pero me obligué a tomar una larga y temblorosa
respiración.
Leigh Bardugo Dark Guardians
Genya vestía una kefta roja bordada con azul, una combinación que nunca había
visto en otro Grisha. La prenda estaba sucia y un poco desgastada, pero llevaba el
cabello arreglado en rizos perfectos y lucía más hermosa que cualquier reina.
Me alargó una taza de estaño a los labios.
―Bebe ―dijo.
―¿Qué es esto? ―pregunté cautelosamente
―Sólo agua.
Traté de quitarle la taza, pero entonces noté que tenía las muñecas esposadas.
Levanté las manos incómodamente.
El agua tenía un fuerte sabor metálico, pero estaba sedienta. Tomé un sorbo,
tosí, y luego bebí otra vez con avidez.
―Despacio ―aconsejó, alejándome el cabello de la cara―, o te hará mal.
―¿Cuánto tiempo? ―pregunté, mirando a Ivan, que se encontraba apoyado en
la puerta, mirándome―. ¿Cuánto tiempo he estado inconsciente?
―Un poco más de una semana ―contestó Genya. 26
―¿Una semana?
El pánico me inundó. Una semana en la que Ivan redujo mi ritmo cardiaco para
mantenerme inconsciente.
Me puse de pie y la sangre me subió a la cabeza. Me habría caído si Genya no
hubiera estirado una mano para estabilizarme. Me sacudí el mareo, me tambaleé
hasta el ojo de buey para mirar por el círculo de cristal empañado. Nada, nada más
que mar azul. No se veía puerto, ni costa. Novyi Zem se había ido. Luché contra las
lágrimas que me anegaron los ojos.
―¿Dónde está Mal? ―pregunté. Cuando nadie contestó, me di la vuelta―.
¿Dónde está Mal? ―increpé a Ivan.
―El Darkling quiere verte ―replicó―. ¿Estás lo suficientemente fuerte para
caminar, o tengo que cargarte?
―Dale un minuto ―le pidió Genya―. Déjala comer, que se lave la cara al
menos.
―No. Llévame con él.
Genya frunció el ceño.
―Estoy bien ―insistí. En realidad, me sentía débil, mareada y aterrada, pero no
iba volver a acostarme en esa litera; necesitaba respuestas, no comida.
Cuando dejamos el camarote, nos envolvió un muro de hedor, pero no el olor
típico de los barcos a sentinas, pescados y a cuerpos que recordaba de nuestro viaje
a bordo del Verrhader, sino algo mucho peor.
Me atraganté y cerré la boca de golpe. De repente me alegré de no haber
comido.
―¿Qué es eso?
Leigh Bardugo Dark Guardians
―No ―mentí.
El más remoto indicio de una sonrisa tocó sus labios.
―Mejorará ―dijo―. Pero la herida nunca se curará por completo. Ni siquiera
los Grisha pueden curarlas.
―Esas criaturas…
―Los nichevo’ya.
«Los nada». Me estremecí al recordar sus movimientos, sus chasquidos y los
agujeros vacíos que tenían por bocas. El hombro me palpitó.
―¿Qué son?
Ladeó los labios. La débil tracería de cicatrices en su rostro era apenas visible,
como el fantasma de un mapa. Una de esas cicatrices corría peligrosamente cerca
de su ojo derecho. Casi lo había perdido.
Ahuecó mi mejilla en su mano, y cuando habló, su voz era casi tierna.
―Son sólo el comienzo ―susurró.
Me dejó de pie en la proa, con la piel aún viva luego de recibir el toque de sus 29
dedos y la cabeza anegada de preguntas.
Antes de que pudiera procesarlas, apareció Ivan y empezó a arrastrarme por la
cubierta.
―Más despacio ―protesté, pero el sólo me volvió a tironear de la manga. Perdí
el equilibrio y salí lanzada hacia delante. Mis rodillas golpearon dolorosamente
contra la cubierta, y apenas tuve tiempo de poner las manos esposadas para
amortiguar la caída. Me estremecí cuando una astilla me perforó la piel.
―Muévete ―ordenó Ivan. Luché por ponerme de rodillas, pero Ivan me
empujó con la punta de su bota; mi rodilla resbaló y volví a caer con un sonido
sordo―. Dije que te muevas.
Entonces, una mano grande me alzó y gentilmente me puso de pie. Cuando me
giré, me sorprendí de ver al gigante y a la chica de pelo oscuro.
―¿Estás bien? ―preguntó ella.
―Esto no es de su incumbencia ―dijo Ivan, furioso.
―Es prisionera de Sturmhond ―replicó la chica―. Debería ser tratada como
corresponde.
Sturmhond. El nombre me era familiar. Entonces, ¿este era su barco? ¿Y esta su
tripulación? Se había hablado de él a bordo del Verrhader. Era un corsario y
contrabandista ravkano, famoso por romper el asedio fjerdano y por la fortuna que
había hecho capturando barcos enemigos. Pero no llevaba izada la bandera con el
águila bicéfala.
―Es la prisionera del Darkling ―replicó Ivan, a su vez―; y una traidora.
―Tal vez en tierra ―le espetó ella.
Ivan parloteó algo en shu que no entendí. El gigante sólo se rio.
Leigh Bardugo Dark Guardians
―No me importa quién seas en tierra. En este barco, no eres más que el lastre.
A menos que te tire por la borda, en cuyo caso serás carnada para tiburones. Me
gusta el tiburón. Es difícil de preparar, pero sirve como variedad. Recuérdalo la
próxima vez que tengas en mente amenazar a cualquiera a bordo de la
embarcación. ―Retrocedió, y volvió su estilo alegre―. Ahora vete, carnada de
tiburón. Escóndete detrás de tu amo.
―No olvidaré esto, Sturmhond ―espetó Ivan.
El capitán puso los ojos en blanco.
―Esa es la idea.
Ivan dio media vuelta y se fue pisando fuerte.
Sturmhond enfundó su arma y sonrió agradablemente.
―Es increíble la rapidez con la que un barco se siente atestado, ¿no? ―comentó.
Extendió las manos y les dio al gigante y a la chica una palmadita en el hombro a
cada uno―. Lo hicieron bien ―dijo tranquilamente.
Pero ellos seguían con la atención fija en Ivan. La chica tenía las manos cerradas 31
en puños.
―No quiero problemas ―advirtió el capitán―. ¿Entendido?
Intercambiaron una mirada, y luego asintieron de mala gana.
―Bien ―dijo Sturmhond―. Vuelvan a trabajar, la llevaré bajo cubierta.
Asintieron de nuevo. Luego, para mi sorpresa, cada uno me hizo una reverencia
antes de salir.
―¿Están emparentados? ―pregunte, viéndolos marchar.
―Gemelos ―respondió―. Tolya y Tamar.
―Y tú eres Sturmhond.
―En mis días buenos ―replicó. Llevaba pantalones bombachos de cuero, un
cinturón de pistolas en las caderas, y una brillante levita verde azulada con puños
enormes y llamativos botones de oro. Esa levita pertenecía a un salón de baile o a
una escena de ópera, no sobre la cubierta de un barco.
―¿Qué está haciendo un pirata en un ballenero? ―pregunté.
―Corsario ―corrigió―. Tengo varios barcos. El Darkling quería un ballenero,
así que le conseguí uno.
―Te refieres a que lo robaste.
―Lo adquirí.
―Tú estabas en mi camarote.
―Muchas mujeres sueñan conmigo ―replicó con ligereza mientras me guiaba
bajo cubierta.
―Te vi al despertar ―insistí―. Necesito…
Él levantó una mano.
―No desperdicies tu aliento, encanto.
Leigh Bardugo Dark Guardians
―Sabes que podrías llevar barro horneado y opacar a cualquier chica en dos
continentes.
―Cierto ―dijo con una amplia sonrisa.
No le devolví la sonrisa, ella suspiró y estudió la punta de sus botas.
―Te eché de menos ―reconoció.
Me sorprendí de cuánto me dolieron esas palabras. Yo también la había
extrañado, y me sentía como una tonta por eso.
―¿Fuiste mi amiga alguna vez? ―pregunté.
Se sentó al final de la litera.
―¿Haría diferencia?
―Sólo me gustaría saber qué tan estúpida he sido.
―Me encantó ser tu amiga, Alina, pero no me arrepiento de lo que hice.
―¿Y de lo que hizo el Darkling? ¿Te arrepientes de eso?
―Sé que piensas que es un monstruo, pero está intentando hacer lo mejor para
Ravka; para todos nosotros. 33
Me alcé por los codos. Había vivido con el conocimiento de las mentiras del
Darkling tanto tiempo, que era fácil olvidar que muy pocas personas sabían lo que
era realmente.
―Genya, él creó el Abismo.
―El Hereje Oscuro…
―No hay Hereje Oscuro ―dije, exponiendo la verdad que Baghra me había
revelado meses atrás en el Pequeño Palacio―. Él culpó a sus ancestros por el
Abismo, pero sólo ha existido un Darkling, y todo lo que le importa es su poder.
―Eso es imposible. El Darkling ha pasado su vida tratando de liberar Ravka del
Abismo.
―¿Cómo puedes decir eso después de lo que le hizo a Novokribirsk? ―El
Darkling había usado el poder del Falso Océano para destruir un pueblo entero, un
espectáculo de fuerza que pretendía acobardar a sus enemigos y marcar el inicio de
su reinado. Y yo lo había hecho posible.
―Sé que fue… un incidente.
―¿Un incidente? Mató a cientos de personas, tal vez miles.
―Y ¿qué hay de la gente en el esquife? ―preguntó tranquilamente.
Aspiré con fuerza y me eché hacia atrás. Por largo rato estudié los tablones del
techo. No quería preguntar, pero sabía que estaba por hacerlo. La pregunta me
había seguido durante largas semanas y millas de océano.
―Hubo… ¿hubo otros sobrevivientes?
―¿Además del Darkling e Ivan?
Asentí, esperando.
Leigh Bardugo Dark Guardians
***
Al día siguiente, el Darkling ordenó que me llevaran ante él.
―¿Para quién es? ―le pregunté mientras Ivan me depositaba junto a la
barandilla de estribor.
Leigh Bardugo Dark Guardians
El Darkling sólo contempló las olas. Consideré empujarlo por la borda. Claro,
tenía cientos de años, pero ¿sabía nadar?
―Dime que no estás pensando lo que creo que estás pensando ―le dije―.
Dime que el amplificador es para otra chica estúpida e ingenua.
―¿Una menos terca? ¿Menos egoísta? ¿Menos ansiosa por vivir la vida de un
ratón? Créeme ―dijo―, ojalá pudiera.
Me sentía enferma.
―Un Grisha sólo puede tener un amplificador. Tú mismo me lo dijiste.
―Los amplificadores de Morozova son diferentes.
Lo miré boquiabierta.
―¿Hay otro como el ciervo?
―Estaban destinados a utilizarse juntos, Alina. Son únicos, tal y como nosotros.
Pensé en los libros que había leído sobre teoría Grisha, cada uno había dicho lo
mismo: el poder de los Grisha no está destinado a ser ilimitado; debía mantenerse
bajo control. 37
―No ―dije―. No quiero esto, quiero…
―Quieres ―se burló el Darkling―. Quiero ver morir lentamente a tu rastreador
con mi cuchillo enterrado su corazón y quiero dejar que el mar se los trague a
ambos. Sin embargo, nuestros destinos están entrelazados ahora, Alina, y no hay
nada que ninguno de nosotros pueda hacer al respecto.
―Estás loco.
―Sé que te place pensar así ―dijo―, pero los amplificadores deben reunirse. Si
tenemos alguna esperanza de controlar el Abismo…
―No se puede controlar el Abismo; debe ser destruido.
―Cuidado, Alina ―me advirtió con una leve sonrisa―. He tenido la misma
idea con respecto a ti. ―Le hizo un gesto a Ivan, que esperaba a una distancia
respetuosa―. Tráeme al chico.
El corazón me dio un vuelco.
―Espera ―le pedí―. Me dijiste que no le harías daño.
No me hizo caso. Como una tonta, miré alrededor, como si alguien en este
barco abandonado por los Santos fuera a oír mi súplica. Sturmhond estaba junto al
timón, mirándonos con rostro impasible.
Cogí al Darkling por la manga.
―Teníamos un trato. No he hecho nada y dijiste…
El Darkling me miró con ojos fríos de cuarzo, y las palabras murieron en mis
labios.
Un momento después, Ivan apareció con Mal a rastras y lo guio hasta la
barandilla. Quedó de pie ante nosotros, con las manos atadas y entrecerrando los
ojos por la luz del sol. Era lo más cerca que habíamos estado en semanas. Aunque
Leigh Bardugo Dark Guardians
Mal se lanzó hacia delante, y sólo los guardias Grisha que lo sujetaban le
impidieron cargar contra el Darkling.
―Tres días más, rastreador.
―Déjala en paz ―gruñó Mal.
―He cumplido mi parte del trato, sigue está sana y salva. Pero ¿tal vez no es
eso lo que temes?
Mal parecía desgastado al punto de desfallecer. Tenía el rostro pálido, la boca
en una línea tensa y los músculos de los antebrazos abultados mientras se
esforzaba por liberarse de las ataduras. No pude soportarlo.
―Estoy bien ―dije en voz baja, arriesgándome al cuchillo del Darkling―. No
puede hacerme daño. ―Era una mentira, pero se sentía bien en mis labios.
El Darkling me miró a mí y luego a Mal, y vislumbré esa gran grieta oscura en
su interior.
―No te preocupes, rastreador. Sabrás cuando nuestro trato haya terminado.
―Me empujó bajo cubierta, pero no antes de que escuchara sus palabras de 44
despedida a Mal―: Me aseguraré de que la oigas cuando la haga gritar.
***
La semana avanzaba, y al sexto día, Genya me despertó temprano. Mientras
recobraba el sentido, me di cuenta de que apenas amanecía. El miedo me atravesó.
Tal vez el Darkling había decidido acortar mi indulto y cumplir sus amenazas.
Pero Genya estaba radiante.
―¡Encontró algo! ―gorjeó, dando saltitos y prácticamente bailando mientras
me ayudaba a salir de la litera―. ¡El rastreador dice que estamos cerca!
―Su nombre es Mal ―murmuré, alejándome de ella. No hice caso de su mirada
afligida.
«¿Puede ser cierto?» me pregunté mientras Genya me llevaba arriba. ¿O Mal
simplemente esperaba comprarme más tiempo?
Salimos a la tenue luz gris de la mañana. La cubierta estaba llena de Grisha
mirando al agua, mientras que los Impulsores trabajaban con los vientos, y la
tripulación de Sturmhond manejaba las velas desde arriba.
La niebla era más espesa que el día anterior. Se aferraba densa al agua y entraba
en zarcillos húmedos sobre el casco del barco. El silencio sólo lo interrumpían las
instrucciones de Mal y las órdenes que gritaba Sturmhond.
Cuando entramos a una amplia extensión abierta del mar, Mal se volvió hacia el
Darkling y dijo:
―Creo que estamos cerca.
―¿Lo crees?
Mal dio un solo asentimiento.
Leigh Bardugo Dark Guardians
Rusalye era una historia folclórica, un cuento de hadas, una criatura de los
sueños que vivía en los bordes de los mapas. Pero no cabía duda: el dragón de
hielo era real, y Mal lo había encontrado, tal como había encontrado al ciervo. Me
parecía equivocado, como si todo estuviera sucediendo demasiado rápido, como si
nos estuviéramos apresurando hacia algo que no entendíamos.
Un grito desde las lanchas me llamó la atención. Un hombre en el bote más
cercano a la sierpe de mar se puso de pie, con arpón en mano y apuntó. Sin 47
embargo, la cola blanca del dragón atravesó el mar restallando, partió las olas y
bajó de golpe, lanzando una pared de agua contra el casco del bote. El hombre con
el arpón se sentó de golpe cuando la lancha se inclinó precariamente, pero luego se
enderezó en el último momento.
«Bien ―pensé―. Lucha contra ellos».
Entonces, el otro bote lanzó sus arpones. El primero se desvió y cayó al agua sin
causar daño alguno. El segundo se le clavó en el costado a la sierpe de mar.
El dragón se resistió, azotó la cola de un lado a otro y luego se irguió como una
serpiente, sacando el cuerpo fuera del agua. Por un momento, quedó suspendido
en el aire: aletas translúcidas con forma de alas, escamas relucientes, y coléricos
ojos rojos. De su cabeza volaron gotas de agua, abrió sus fauces enormes y reveló
una lengua rosada y relucientes hileras de dientes.
Se derrumbó sobre el bote más cercano con un estruendo al astillar la madera.
La delgada embarcación se partió en dos y los hombres cayeron al mar. El dragón
cerró de golpe las fauces cerca de las piernas de un marinero, quien desapareció
gritando bajo las olas. Con furiosas brazadas, el resto de los marineros atravesaron
a nado las aguas sangrientas, hacia el bote restante, donde los subieron sobre la
borda.
Volví a mirar los aparejos del ballenero. Las puntas de los mástiles ahora
estaban cubiertas de niebla, pero aún podía distinguir la luz del farol de Tamar,
titilando en lo alto del mástil principal.
Otro arpón encontró su objetivo y la sierpe de mar comenzó a cantar. Era el
sonido más hermoso que hubiera oído alguna vez, como un coro de voces
alzándose en una canción lastimera y sin palabras.
Leigh Bardugo Dark Guardians
Los hombres atacaban a los Grisha desde todos los lados, ladrando, aullando y
gruñendo; no sólo llegaban de la barandilla de la goleta, sino también de las jarcias
del ballenero. Los hombres de Sturmhond.
Sturmhond se estaba volviendo en contra del Darkling.
Claramente, el corsario había perdido la cabeza. Sí, superaban a los Grisha en
número, pero los números no importaban en una pelea con el Darkling.
―¡Mira! ―gritó Mal.
Abajo, en el agua, los hombres en el bote restante habían logrado remolcar a la
sierpe de mar desesperada. Habían levantado una vela y un fuerte viento los
impulsaba, pero no hacia el ballenero, sino directamente hacia a la goleta. La fuerte
brisa que los llevaba parecía venir de la nada. Miré con más atención y vi que un
miembro de la tripulación iba de pie en la lancha, con los brazos en alto. No cabía
duda: Sturmhond tenía un Impulsor trabajando para él.
De pronto, un brazo me agarró por la cintura y me levantó en el aire. El mundo
pareció ponerse de cabeza y chillé cuando me arrojaron sobre un hombro enorme. 49
Levanté la cabeza, luchando contra el brazo que me sujetaba como una banda
de acero, y vi a Tamar corriendo hacia Mal con un cuchillo brillante en las manos.
―¡No! ―grité―. ¡Mal!
Él levantó las manos para defenderse, pero lo único que hizo Tamar fue cortar
las sogas.
―¡Vete! ―vociferó, lanzándole el cuchillo y desvainando la espada que colgaba
de su cadera.
Tolya me sujetó más fuerte mientras corría por la cubierta. Tamar y Mal nos
seguían de cerca.
―¿Qué estás haciendo? ―grité; la cabeza me rebotaba contra la espalda del
gigante.
―¡Sólo corre! ―respondió Tamar, cortando a un Corporalnik que se interpuso
en su camino.
―No puedo correr ―le grité―. ¡Tu hermano idiota me tiene colgando de su
hombro como un jamón!
―¿Quieres que te rescatemos o no?
No tuve tiempo de responder.
―Agárrate fuerte ―indicó Tolya―. Vamos a saltar.
Cerré los ojos con fuerza, preparándome para caer al agua congelada, pero
Tolya no había dado más de unos pocos pasos cuando repentinamente soltó un
gruñido y cayó sobre una rodilla, liberándome. Caí a cubierta y rodé torpemente
sobre un costado. Cuando levanté la vista, vi a Ivan y a un Inferno con túnica azul
de pie ante nosotros.
Leigh Bardugo Dark Guardians
Estaba muerto. La mano derecha del Darkling, uno de los Cardios más
poderosos del Segundo Ejército. Había sobrevivido al Abismo y a los volcra, y
ahora estaba muerto.
Un sollozo me sacó de mi ensoñación. Genya observaba a Ivan, con las manos
sobre la boca.
―Genya… ―le dije.
―¡Deténganlos! ―El grito llegó desde el otro lado de la cubierta. Me volví y vi
al Darkling lidiando con un marinero armado.
Genya estaba temblando. Metió la mano en el bolsillo de su kefta y sacó una
pistola. Tolya se abalanzó hacia ella.
―¡No! ―le dije, dando un paso entre ellos. No iba a permitir que matara a
Genya.
La pesada pistola temblaba en su mano.
―Genya ―la llamé en voz baja―. ¿De verdad vas a dispararme? ―Ella miró a
su alrededor frenéticamente, sin saber adónde apuntar. Posé una mano en su 51
manga. Ella se estremeció y volvió el cañón hacia mí.
Una crujido como de trueno llenó el aire, y supe que el Darkling se había
liberado. Miré hacia atrás y vi que una ola de oscuridad caía hacia nosotros. «Se
acabó ―pensé―. Estamos perdidos». Pero al instante siguiente, vislumbré un
destello brillante y sonó un disparo. La nube de oscuridad se dispersó, y vi al
Darkling sujetándose el brazo, con el rostro contraído de furia y dolor. Incrédula,
me di cuenta de que le habían disparado.
Sturmhond estaba corriendo hacia nosotros, pistolas en mano.
―¡Corran! ―gritó.
―¡Vamos, Alina! ―exclamó Mal, intentando tomarme del brazo.
―Genya ―le dije con desesperación―, ven con nosotros.
Su mano temblaba tanto que pensé que perdería el agarre de la pistola. Las
lágrimas se derramaron por sus mejillas.
―No puedo ―sollozó entrecortadamente. Bajó su arma―. Vete, Alina ―me
dijo―. Sólo vete.
Al instante siguiente, Tolya me había arrojado sobre el hombro otra vez. Lo
golpee inútilmente en su ancha espalda.
―¡No! ―grité―. ¡Espera!
Pero nadie me prestó atención. Tolya se dio impulso y saltó por encima de la
barandilla. Grité mientras caíamos en picada hacia el agua helada, preparándome
para el impacto. Sin embargo, nos alzó algo que sólo pudo haber sido viento de
Impulsor y nos depositó en la cubierta de la goleta con un golpe seco y discordante.
Tamar y Mal nos siguieron con Sturmhond de cerca.
―Den la señal ―gritó Sturmhond, poniéndose de pie.
Leigh Bardugo Dark Guardians
Vi que una fila de marineros de pie junto a los mástiles levantaba los brazos y oí
un sonido retumbante cuando la tela sobre nosotros creció con viento un viento
fuerte que nos dio impulso. ¿Cuántos Grisha tenía el corsario en su tripulación?
Pero los Impulsores del Darkling se habían ubicado en la cubierta del ballenero
y estaban enviando sus propios vientos a que nos golpearan. La goleta se balanceó
inestablemente.
―¡Cañones de babor! ―rugió Sturmhond―. Giren de costado. ¡A mi señal!
Oí dos pitidos estridentes. Un retumbar ensordecedor sacudió el barco, luego
otro y otro, mientras los cañones de la goleta abrían un enorme agujero en el casco
del ballenero. Se escucharon gritos de pánico desde el barco del Darkling. Los
Impulsores de Sturmhond aprovecharon la ventaja, y la goleta se liberó.
Cuando el humo de los cañones se despejó, vi una figura de negro que se
adelantó hasta la barandilla del ballenero destrozado. Otra ola de oscuridad se
precipitó hacia nosotros, pero esta era diferente. Se retorcía sobre el agua como si
avanzara arañando la superficie, y con él llegaron los escalofriantes chasquidos de 53
un millar de insectos enojados. La oscuridad espumeó y burbujeó, como una ola al
romper sobre una roca, y comenzó a separarse para crear formas. A mi lado, Mal
murmuró una oración y se llevó el rifle al hombro. Enfoqué mi poder y escindí las
formas con el Corte, quemando la nube negra para intentar destruir a los nichevo'ya
antes de que pudieran tomar su forma completa. Pero no podía detenerlos a todos
y avanzaron en una horda gimiente de dientes y garras negras.
La tripulación de Sturmhond abrió fuego.
Los nichevo'ya alcanzaron los mástiles de la goleta, dieron vueltas alrededor de
las velas, arrancaban a los marineros de las jarcias como si fueran frutas maduras.
Luego bajaron deslizándose hasta la cubierta. Mal disparó una y otra vez mientras
los tripulantes desenvainaban sus sables, pero las balas y las espadas sólo parecían
frenar a los monstruos; sus cuerpos de sombra vacilaban y volvían a formarse, y
seguían avanzando.
La goleta también avanzaba, ampliando la distancia entre nosotros y el
ballenero, pero no lo suficientemente rápido. Volví a oír el alarido, y una nueva ola
de oscuridad serpenteante y cambiante se dirigió hacia nosotros, ya formando
cuerpos alados: refuerzos para los soldados de sombras.
Sturmhond también los vio. Señaló a uno de los Impulsores que todavía
invocaba viento a las velas y gritó:
―Relámpagos.
Me estremecí. No podía decirlo en serio. Los Impulsores no tenían permitido
invocar relámpagos; eran demasiado imprevisibles, demasiado peligrosos… ¿Y en
mar abierto? ¿Con barcos de madera? Pero el Grisha de Sturmhond no vaciló. Los
Leigh Bardugo Dark Guardians
canción sobre sus cuerpos sin vida, y luego regresaba a la superficie para buscar
otra reina.
«Son sólo historias ―me dije―. No es un príncipe, sólo es un animal en
agonía».
Los costados de la sierpe temblaban con sus jadeos; abría y cerraba sus fauces
inútilmente en el aire. Dos arpones le salían del lomo, y sangre acuosa le goteaba
de las heridas. Levanté el cuchillo sin saber qué hacer, dónde enterrar la hoja. Me
temblaron los brazos. La sierpe de mar lanzó un suspiro lastimero, un eco débil de
ese coro mágico.
Mal se adelantó.
―Acaba con ella, Alina ―pidió con voz ronca―. Por todos los Santos.
Me quitó el cuchillo del puño y lo dejó caer sobre cubierta; tomó una de mis
manos y las cerró sobre uno de los arpones. Con un solo golpe limpio, terminamos
de clavar el arpón.
La sierpe de mar se estremeció y luego quedó inmóvil, mientras su sangre se 57
acumulaba en cubierta.
Mal se miró las manos, se las secó en la camisa desgarrada y se dio la vuelta.
Tolya y Tamar avanzaron. Se me revolvió el estómago, sabía lo que venía
después. «No es cierto ―dijo una voz en mi cabeza―. Puedes alejarte y dejarlo
así». Una vez más, tuve la sensación de que las cosas se movían demasiado rápido,
pero no podía lanzar un amplificador como éste de vuelta al mar. El dragón ya
había dado su vida y tomar el amplificador no significaba necesariamente que lo
fuera a usar.
Las escamas de la sierpe de mar eran de un blanco iridiscente que resplandecía
con suaves arco iris, con excepción de una sola tira de escamas que salía entre sus
grandes ojos, pasaba por sobre la cresta de su cráneo y terminaba dentro de su
suave melena; aquellas estaban bordeadas de oro.
Tamar se sacó una daga del cinturón y, con la ayuda de Tolya, liberó las
escamas. Me obligué a no apartar la mirada. Cuando terminaron, me entregaron
siete escamas perfectas, aún mojadas de sangre.
―Inclinemos la cabeza por los hombres que perdimos hoy ―pidió
Sturmhond―. Buenos marineros. Buenos soldados. Que el mar los lleve a puerto
seguro, y que los Santos los reciban en una orilla más brillante.
Repitió la Oración del Marinero en kerch, y luego Tamar murmuró las palabras
en shu. Por un momento, permanecimos con las cabezas inclinadas sobre el barco
balanceándose en las olas. Se me formó un nudo en la garganta.
Más hombres muertos y otra antigua criatura mágica cuyo cuerpo fue
profanado por acero Grisha. Posé la mano sobre la piel brillante de la sierpe de
mar; se sentía fría y resbaladiza bajo mis dedos. Tenía los ojos rojos nublados y en
Leigh Bardugo Dark Guardians
blanco. Apreté las escamas de oro en la palma y sentí sus bordes al clavarse en mi
piel. ¿Qué Santos esperaban a criaturas como esta?
Pasó un largo minuto y Sturmhond murmuró:
―Que los Santos los reciban.
―Que los Santos los reciban ―replicó la tripulación.
―Tenemos que irnos ―dijo Sturmhond en voz baja―. El casco del ballenero
estaba roto, pero el Darkling tiene Impulsores y un Fabricador o dos, y por lo que
sé, puede entrenar a sus monstruos para que usen martillo y clavos. No tomemos
ningún riesgo. ―Se volvió hacia Privyet―. Dales unos minutos a los Impulsores
para descansar y consígueme un informe de daños. Después, hagan vela.
―Da, kapitan ―respondió secamente Privyet. Dudó―. Kapitan... puede que la
gente pague buen dinero por escamas de dragón, no importa el color.
Sturmhond frunció el ceño, pero luego hizo un gesto lacónico.
―Tomen lo que quieran, luego limpien la cubierta y avancemos. Tienes
nuestras coordenadas. 58
Varios de los tripulantes se lanzaron sobre el cuerpo de la sierpe de mar para
arrancarle las escamas. Eso no lo podía ver. Les di la espalda, con un nudo en el
estómago.
Sturmhond se acercó a mí.
―No los juzgues con demasiada dureza ―me pidió, mirando por encima del
hombro.
―No es a ellos a quien estoy juzgando ―le dije―. Tú eres el capitán.
―Y tienen carteras que llenar, padres y hermanos que alimentar. Acabamos de
perder casi la mitad de nuestra tripulación y no tomamos ningún trofeo para
aliviar el escozor. No es que tú no seas encantadora.
―¿Qué estoy haciendo aquí? ―le pregunté―. ¿Por qué nos ayudas?
―¿Estás segura de que te ayudo?
―Responde la pregunta, Sturmhond ―dijo Mal, uniéndose a nosotros―. ¿Por
qué cazar a la sierpe de mar si sólo planeabas entregársela a Alina?
―No estaba cazando a la sierpe de mar; te estaba cazando a ti.
―¿Por eso te amotinaste contra el Darkling ? ―le pregunté―. ¿Para atraparme?
―No puedes amotinarte en tu propio barco.
―Llámalo como quieras ―le dije, exasperada―. Sólo explícate.
Sturmhond se echó hacia atrás y apoyó los codos en la barandilla,
contemplando la cubierta.
―Como le hubiera explicado al Darkling si se hubiera molestado en preguntar
(lo que afortunadamente no hizo), el problema con contratar a un hombre que
vende su honor, es que siempre se puede superar la oferta.
Lo miré boquiabierta.
Leigh Bardugo Dark Guardians
Pero la mayoría de las páginas mostraba a los Santos en sus martirios: Sankta
Lizabeta al ser descuartizada, la decapitación de Sankt Lubov y Sankt Ilya
encadenado. Me quedé helada. Esta vez, no pude disimular mi reacción.
―Interesante, ¿no? ―dijo Sturmhond y golpeó la página con un largo dedo―.
A menos que esté muy muy equivocado, esa es la criatura que acabamos de
capturar.
No había modo de ocultarlo: detrás de Sankt Ilya, salpicando en las olas de un
lago o un océano, se veía la forma distintiva de la sierpe de mar. Pero eso no era
todo. De alguna manera, me contuve de llevarme la mano al collar que tenía en el
cuello.
Cerré el libro y me encogí de hombros.
―Es sólo otra historia.
Mal me lanzó una mirada desconcertada. No sabía si había visto lo que había en
esa página.
No le quería devolver el Istorii Sankt'ya a Sturmhond, pero ya sospechaba 60
bastante. Me obligué a ofrecérselo, con la esperanza de que no viera el temblor de
mi mano.
Sturmhond me estudió, luego se enderezó y se sacudió las mangas.
―Quédate con él. Es tuyo, después de todo. Estoy seguro de que has notado
que siento un profundo respeto por la propiedad personal. Además, necesitarás
algo para mantenerte ocupada hasta que lleguemos a Os Kervo.
Mal y yo nos sorprendimos.
―¿Nos llevarás a Ravka Occidental? ―le pregunté.
―Los llevaré a conocer a mi cliente, y eso es realmente todo lo que puedo decir.
―¿Quién es él? ¿Qué quiere de mí?
―¿Estás segura de que es un hombre? Tal vez te entregaré a la Reina fjerdana.
―¿Es así?
―No, pero siempre es aconsejable mantener la mente abierta.
Solté un suspiro de frustración.
―¿Alguna vez respondes a una pregunta directa?
―Es difícil de decir. Oh, no, lo he hecho otra vez.
Me volví hacia Mal con los puños apretados.
―Voy a matarlo.
―Responde la pregunta Sturmhond ―gruñó Mal.
Sturmhond levantó una ceja.
―Dos cosas que deberían saber ―dijo, y esta vez note un toque de acero en su
voz―. Uno, a los capitanes no les gusta recibir órdenes en sus barcos. Dos, me
gustaría ofrecerles un trato.
Mal resopló.
Leigh Bardugo Dark Guardians
―Puede que quieras dejarlo en paz ―comentó Sturmhond―. Es del tipo que
necesita mucho tiempo pensar y auto-recriminarse, de lo contrario se ponen de mal
humor.
―¿No te tomas nada en serio?
―No si puedo evitarlo. Vuelve la vida tan tediosa.
Negué con la cabeza.
―Ese cliente…
―No te molestes en preguntar. No hace falta decir que he tenido un montón de
postores. Estás en alta demanda desde que desapareciste del Abismo. Por supuesto,
la mayoría de la gente piensa que estás muerta y tiende a bajar el precio. Intenta no
tomártelo como algo personal.
Miré a través de la cubierta hacia donde la tripulación intentaba lanzar el
cuerpo de la sierpe de mar por la barandilla del barco. Con un esfuerzo, la hicieron
rodar por el costado de la goleta y golpeó el agua con un fuerte chapoteo. Así de
rápido, Rusalye había desaparecido tragada por el mar. 62
Se escuchó un largo silbido, tras el cual los tripulantes volvieron a sus puestos y
los Impulsores tomaron sus lugares. Segundos después, las velas se abrieron como
grandes flores blancas; la goleta volvía a estar en camino, con rumbo sudeste a
Ravka, a casa.
―¿Qué vas a hacer con esas escamas ―preguntó Sturmhond.
―No lo sé.
―¿No sabes? A pesar de mi deslumbrante belleza, no soy tan tonto como
parezco ser. El Darkling tenía la intención de que usaras las escamas de la sierpe de
mar.
«Entonces, ¿por qué no la mató él?» Cuando el Darkling mató al ciervo y me
puso el collar de Morozova alrededor del cuello, nos unió para siempre. Me
estremecí al recordar la forma en que se había extendido por esa conexión y se
había apoderado de mi poder mientras yo permanecía indefensa. ¿Le hubieran
dado el mismo control las escamas del dragón? Y si era así, ¿por qué no tomarlo?
―Ya tengo un amplificador ―repliqué.
―Uno poderoso, si las historias son ciertas.
El amplificador más poderoso que hubiera conocido el mundo; eso me había
dicho el Darkling, y yo así lo había creído. Pero ¿y si no me lo hubiera contado
todo? ¿Y si sólo hubiera utilizado una parte del poder del ciervo? Negué con la
cabeza. Era una locura.
―Los amplificadores no se pueden combinar.
―Vi el libro ―contestó―. Ciertamente parece que sí se puede.
Leigh Bardugo Dark Guardians
Sentí el peso del Istorii Sankt'ya en mi bolsillo. ¿Acaso el Darkling había temido
que pudiera aprender los secretos de Morozova por las páginas de un libro para
niños?
―No entiendes lo que dices ―le dije a Sturmhond―. Ningún Grisha ha
utilizado un segundo amplificador. Los riesgos…
―Ah, es mejor que no pronuncies esa palabra a mí alrededor. Tiendo a ser
excesivamente aficionado a los riesgos.
―No a los de este tipo ―dice con gravedad.
―Es una lástima ―murmuró―. Si el Darkling nos alcanza, dudo que este
barco, o la tripulación, vayan a sobrevivir otra batalla. Un segundo amplificador
podría igualar las probabilidades o mejor aún, nos daría una ventaja. De verdad
odio las peleas justas.
―O podría matarme, hundir el barco, crear otro Abismo de las Sombras, o algo
peor.
―Definitivamente tienes un gusto por lo funesto. 63
Deslicé los dedos en el bolsillo en busca de los bordes húmedos de las escamas.
Tenía muy poca información, y mi conocimiento sobre teoría Grisha era incompleto
en el mejor de los casos, pero esa regla siempre me había parecido bastante clara:
un Grisha, un amplificador. Recordé las palabras de uno de los enrevesados textos
de filosofía que había tenido que leer: «¿Por qué un Grisha no puede poseer más de
un amplificador? En su lugar, voy a responder esta pregunta: ¿Qué es infinito? El
universo y la codicia del hombre». Necesitaba tiempo para pensar.
―¿Vas a mantener tu palabra? ―inquirí al fin―. ¿Nos va a ayudar a escapar?
No sé por qué me molesté preguntar. Si tenía la intención de traicionarnos,
desde luego no nos lo diría. Esperaba que me respondiera con una broma, así que
me sorprendí cuando dijo:
―¿Estás tan ansiosa por dejar a tu país atrás una vez más?
Me congelé. «Todo mientras tu país sufre». El Darkling me había acusado de
abandonar Ravka. Se equivocaba en muchas cosas, pero no podía evitar sentir que
tenía razón en eso. Había dejado mi país a merced del Abismo de las Sombras, de
un rey débil y de tiranos avariciosos como el Darkling y el Apparat. Ahora, si los
rumores eran confiables, el Abismo se estaba expandiendo y Ravka se caía a
pedazos. Por culpa del Darkling. Por culpa del collar. Por mi culpa.
Levanté el rostro hacia el sol, sentí la corriente de aire de mar sobre mi piel y le
dije:
―Estoy ansiosa por ser libre.
―Mientras viva el Darkling, nunca serás libre y tampoco lo será tu país. Lo
sabes.
Leigh Bardugo Dark Guardians
***
Sólo quería sacarme la copia de Istorii Sankt'ya del bolsillo y pasar una hora
estudiando la ilustración de Sankt Ilya, pero Tamar ya me esperaba para
escoltarme a sus aposentos.
La goleta de Sturmhond no era como el barco mercante robusto que nos había 64
llevado a Mal y a mí a Novyi Zem, o como el ballenero tosco que acabábamos de
dejar atrás; era elegante, estaba fuertemente armado y muy bien construido. Tamar
me dijo que le habían robado la goleta a un pirata zemení que estaba derribando
barcos ravkanos cerca de los puertos de la costa sureña. A Sturmhond le había
gustado tanto el navío que lo había tomado como buque insignia y lo había
renombrado Volkvolny, Lobo de las Olas.
Lobos, Sturmhond (que venía de Stormhound y que en español significaba
Sabueso de Tormenta) y el perro rojo en la bandera del navío. Al menos sabía por
qué la tripulación siempre estaba aullando y ladrando.
Se utilizaba cada centímetro de espacio en la goleta. La tripulación dormía en la
cubierta de los cañones. En caso de combate, podían guardar sus hamacas con
rapidez y encajar los cañones.
Había tenido razón sobre el hecho de que, con Corporalki a bordo, no había
necesidad de un cirujano otkazat'sya. Los cuartos del médico y la sala de suministro
habían sido convertidos en el camarote de Tamar. El camarote era pequeño, con
apenas espacio suficiente para dos hamacas y un cofre. Las paredes estaban
cubiertas de armarios llenos de ungüentos y bálsamos sin utilizar, polvos de
arsénico y tintura de plomo al antimonio.
Me balanceé con cuidado en una de las hamacas con los pies apoyados en el
suelo, muy consciente del libro rojo metido en mi abrigo, y observé a Tamar
mientras abría la tapa de su baúl y comenzaba a despojarse de armas: el par de
pistolas que llevaba cruzadas al pecho, dos hachas esbeltas de su cinturón, una
daga de su bota y otra de la vaina que llevaba alrededor de un muslo. Era una
armería andante.
Leigh Bardugo Dark Guardians
―Lo siento por tu amigo ―me dijo, mientras sacaba lo que parecía un calcetín
lleno de rodamientos de uno de sus bolsillos. Golpeó el fondo del baúl con un
sonido seco.
―¿Por qué? ―le pregunté, haciendo un círculo sobre las tablas con la punta de
mi bota.
―Mi hermano ronca como un oso borracho.
Me eché a reír.
―Mal también ronca.
―Entonces pueden hacer un dueto. ―Desapareció y regresó un momento
después con un cubo―. Los Mareomotores llenaron los barriles de lluvia ―me
explicó―. Siéntete libre de lavarte, si quieres.
El agua dulce por lo general era un lujo a bordo de un barco, pero supuse que
con Grisha en la tripulación, no habría necesidad de racionarla.
Tamar sumergió la cabeza en el cubo y agitó el pelo corto y oscuro.
―Es guapo, el rastreador. 65
Puse los ojos en blanco.
―No me digas.
―No es mi tipo, pero es guapo.
Alcé las cejas. En mi experiencia, Mal era el tipo de todas, pero no iba a
empezar a hacerle preguntas personales a Tamar. Si Sturmhond no era confiable,
entonces tampoco lo era su equipo, y no necesitaba encariñarme de alguno de ellos.
Había aprendido mi lección con Genya, y una amistad rota era suficiente. En
cambio, dije:
―Hay hombres kerch en la tripulación de Sturmhond. ¿No son supersticiosos
por tener a una chica a bordo?
―Sturmhond hace las cosas a su manera.
―Y ¿no te molestan...?
Tamar sonrió y sus dientes blancos destellaron sobre su piel de bronce. Le dio
unos golpecitos al brillante diente de tiburón que colgaba alrededor de su cuello, y
comprendí que era un amplificador.
―No ―contestó simplemente.
―Ah.
Más rápido que un parpadeo, se sacó otro cuchillo de la manga.
―Esto también es útil ―dijo.
―¿Cuál eliges? ―murmuré débilmente.
―Depende de mi estado de ánimo. ―Luego le dio la vuelta al cuchillo en su
mano y me lo ofreció.
―Sturmhond ordenó que te dejáramos tranquila, pero en caso de que alguien
se emborrache y lo olvide… ¿Sabes cómo defenderte?
Leigh Bardugo Dark Guardians
Asentí. No andaba por ahí con treinta cuchillos ocultos en el cuerpo, pero no era
una completa incompetente.
Ella volvió a sumergir la cabeza, y luego dijo:
―Están jugando a los dados en la cubierta, y estoy lista para mi ración. Puedes
venir, si quieres.
No me importaban los juegos de azar o el ron, pero me sentí tentada. Todo mi
cuerpo crepitaba con la sensación de usar mi poder contra los nichevo'ya. Estaba
inquieta y definitivamente hambrienta por primera vez en semanas, pero negué
con la cabeza.
―No, gracias.
―Haz lo que quieras. Tengo deudas por cobrar. Privyet apostó que no
volveríamos. Juro que parecía un doliente en un funeral cuando llegamos a bordo.
―¿Apostó que los matarían? ―pregunté, horrorizada.
Ella se echó a reír.
―No lo culpo. ¿Enfrentarnos al Darkling y a sus Grisha? Todo el mundo sabía 66
que era un suicidio. La tripulación terminó sacando pajitas para ver quién se
quedaba atascado con el honor.
―¿Y tú y tu hermano fueron los desafortunados?
―¿Nosotros? ―Tamar se detuvo en la puerta. Tenía el cabello húmedo, y la luz
de la lámpara se reflejaba en su amplia sonrisa de Cardio―. No sacamos nada
―dijo mientras atravesaba la puerta―. Nos ofrecimos voluntarios.
***
No tuve oportunidad de hablar con Mal hasta bien entrada la noche. Nos
habían invitado a cenar con Sturmhond en sus habitaciones, y había sido una cena
extraña. La comida la sirvió el mayordomo, un sirviente de modales impecables,
varios años mayor que cualquier otra persona en el barco. Comimos mejor de lo
que habíamos comido en las últimas semanas: pan fresco, merluza asada, rábanos
en vinagre, y un vino dulce helado que hizo que la cabeza me diera vueltas
después de sólo unos sorbos.
Tenía un apetito feroz, como siempre después de que hubiera usado mi poder,
pero Mal comió poco y dijo menos hasta que Sturmhond mencionó el encargo de
armas que llevaba a Ravka. Luego pareció animarse y se pasó el resto de la comida
hablando de pistolas, granadas y emocionantes maneras de hacer que las cosas
explotaran. Yo era incapaz de prestar atención. Mientras ellos se quejaban de los
rifles de repetición que utilizaban en la frontera zemení, yo sólo podía pensar en las
escamas que tenía en el bolsillo y en lo que pensaba hacer con ellas.
¿Me atrevía a reclamar un segundo amplificador? Había tomado la vida de la
sierpe de mar, lo que significaba que el poder me pertenecía a mí. Pero si las
Leigh Bardugo Dark Guardians
Sankt Ilya estaba descalzo en la orilla de un mar oscuro. Llevaba los restos
andrajosos de una túnica púrpura, los brazos extendidos y las palmas vueltas hacia
arriba. Su rostro tenía la expresión plácida y dichosa que los Santos siempre
parecían tener en las pinturas, por lo general antes de ser asesinados de alguna
manera horrible. Alrededor del cuello llevaba un collar de hierro que una vez había
estado conectado por gruesas cadenas a los pesados grilletes que le rodeaban
muñecas. Ahora las cadenas colgaban a sus costados, rotas.
Detrás de Sankt Ilya una sinuosa serpiente blanca chapoteaba en las olas y un 68
ciervo blanco yacía a los pies del Santo, mirando hacia nosotros con ojos oscuros y
firmes. Pero ninguna de esas criaturas retuvo nuestra atención.
Unas montañas tapaban el fondo tras el hombro izquierdo del Santo y allí,
apenas visible a lo lejos, un pájaro volaba en círculos sobre un imponente arco de
piedra.
Mal trazó con un dedo las largas plumas de la cola, forjadas en blanco y en el
mismo oro pálido que iluminaba el halo de Sankt Ilya.
―No puede ser ―dijo
―El ciervo era real, y también lo era la sierpe de mar.
―Pero esto es… diferente.
Tenía razón. El pájaro de fuego no pertenecía a una historia, sino a un millar.
Estaba en el corazón de cada mito ravkano, era la inspiración para innumerables
obras de teatro y baladas, novelas y óperas. Se decía que las fronteras de Ravka
habían sido esbozadas por el vuelo del pájaro de fuego y que por los ríos corrían
sus lágrimas. Se decía que su capital había sido fundada en el lugar en que había
caído una pluma del pájaro de fuego. Un joven guerrero había recogido esa pluma
y la había llevado a la batalla. Ningún ejército había sido capaz de alzarse en su
contra y él se había convertido en el primer rey de Ravka, o así lo cuenta la
leyenda.
El pájaro de fuego era Ravka. No estaba destinado a que lo derribara la flecha
de un rastreador, y a que sus huesos los usaran para la gloria de una huérfana
advenediza.
―Sankt Ilya ―dijo Mal.
―Ilya Morozova.
Leigh Bardugo Dark Guardians
Oí el eco de la voz del Darkling. «No hay otros como nosotros». Lo hice a un
lado y extendí una mano hacia el brazo de Mal.
―Eres quien encontró al ciervo y a la sierpe de mar. Tal vez estás destinado a
encontrar al pájaro de fuego, también.
Él se echó a reír, un sonido triste, pero me sentí aliviada al oír que había
perdido el toque de amargura.
―Soy un buen rastreador, Alina, pero no soy tan bueno. Necesitamos un lugar
para empezar. El pájaro de fuego podría estar en cualquier parte del mundo.
―Puedes hacerlo. Sé que puedes.
Finalmente, suspiró y me cubrió la mano con la suya.
―No recuerdo nada sobre Sankt Ilya.
No era una sorpresa. Había cientos de Santos, uno para cada pueblito y lugar
apartado de Ravka. Además, en Keramzin, la religión era considerada obsesión de
campesinos por lo que íbamos a la iglesia sólo una o dos veces al año. Mis
pensamientos se desviaron hacia el Apparat. Él me había dado el Istorii Sankt'ya, 70
pero no tenía forma de saber qué pretendía al hacerlo, o si sabía el secreto que
contenía.
―Yo tampoco ―dije―. Pero ese arco debe significar algo.
―¿Lo reconoces?
Cuando había visto la ilustración por primera vez, el arco me pareció casi
familiar, pero había visto un sinnúmero de libros de mapas durante mi formación
como cartógrafa, por lo que mi memoria era un borrón de valles y monumentos de
Ravka y más allá. Negué con la cabeza.
―No.
―Por supuesto que no. Eso sería demasiado fácil. ―Soltó un largo suspiro, me
acercó más y estudió mi cara a la luz de la luna. Me tocó el collar―. Alina, ¿cómo
sabemos lo que te harán estas cosas?
―No sabemos ―admití.
―Pero los quieres de todos modos. El ciervo, la sierpe de mar y el pájaro de
fuego.
Pensé en la oleada de júbilo que había sentido al usar mi poder en la lucha
contra la horda del Darkling, en cómo mi cuerpo se estremeció y vibró cuando
esgrimí el Corte. ¿Cómo se sentiría ese poder duplicado o incluso triplicado? Me
mareé ante la idea.
Levanté la vista hacia el cielo estrellado. La noche era de un negro aterciopelado
cubierto de joyas. La avidez me sorprendió de repente. «Los quiero», pensé. Toda
esa luz, todo ese poder. «Lo quiero todo».
Me atravesó un estremecimiento de inquietud. Pasé el pulgar sobre el lomo del
Istorii Sankt'ya. ¿Acaso mi avaricia me hacía ver lo que quería? Tal vez era la misma
Leigh Bardugo Dark Guardians
avaricia que había impulsado al Darkling hacía muchos años, la avaricia que lo
había convertido en el Hereje Oscuro y que había desgarrado a Ravka en dos. Pero
no podía escapar a la verdad de que sin los amplificadores, no era rival para él. Mal
y yo no teníamos muchas opciones.
―Los necesitamos ―le dije―. Los tres. Si queremos dejar de huir alguna vez. Si
queremos ser libres alguna vez.
Mal trazó la línea de mi garganta y la curva de mi mejilla, y todo el tiempo me
sostuvo la mirada. Sentí como si estuviera buscando una respuesta allí, pero
cuando por fin habló, sólo dijo:
―Está bien.
Me besó una vez, suavemente, y aunque traté de ignorarlo, había algo triste en
el roce de sus labios.
***
No sabía si estaba ansiosa o simplemente tenía miedo de perder los nervios, 71
pero ignoramos lo tarde que era y fuimos a ver a Sturmhond esa noche. El corsario
recibió nuestra petición con su buen humor habitual y Mal y yo regresamos a
cubierta a esperar bajo del mástil. Pocos minutos después, el capitán apareció con
una Materialnik a remolque. Llevaba el cabello peinado en trenzas y bostezaba
como una niña soñolienta; no parecía muy impresionante, pero si Sturmhond decía
que era su mejor Fabricadora, tenía que tomarle la palabra. Tolya y Tamar iban
detrás, llevando linternas para ayudar a la Fabricadora en su trabajo. Si
sobrevivíamos a lo que viniera después, todo el mundo a bordo del Volkvolny
sabría sobre el segundo amplificador. No me gustaba, pero no había nada que
hacer al respecto.
―Buenas noches, todos ―saludó Sturmhond, dando una palmada,
aparentemente ajeno a nuestro sombrío estado de ánimo―. Una noche perfecta
para causar un agujero en el universo, ¿no?
Fruncí el ceño y me saqué las escamas del bolsillo. Las había enjuagado en un
cubo de agua de mar, y brillaban como oro a la luz del farol.
―¿Sabes qué hacer? ―le pregunté a la Fabricadora.
Ella me hizo girar y me pidió que le enseñara la parte posterior del collar. Yo
sólo lo había vislumbrado en espejos, pero sabía que la superficie tenía que ser casi
perfecta, pues ciertamente mis dedos nunca habían sido capaces de detectar
cualquier tipo de costura donde David había unido los dos trozos de asta. Le
entregué las escamas a Mal, quien le extendió una a la Fabricadora.
―¿Estás segura de que es una buena idea? ―preguntó ella; se mordía el labio
tan agresivamente, que pensé que podría sacarse sangre.
Leigh Bardugo Dark Guardians
criatura de fuego infinito que respiraba con la fuerza del ciervo y la ira de la sierpe
de mar. Me atravesaba, me robaba el aliento, me rompía y disolvía mis bordes
hasta que la luz fue lo único que conocía.
«Demasiado», pensé con desesperación. Y al mismo tiempo, en lo único que
podía pensar era «Más». Desde algún lugar lejano, oí voces que gritaban. Sentí que
el calor ondulante a mí alrededor me levantaba el abrigo y me chamuscaba los
vellos de los brazos. No me importaba.
―¡Alina!
Sentí el balanceo del barco cuando el mar comenzó a crujir y a sisear.
―¡Alina! ―De repente, los brazos de Mal me rodearon y me echaron hacia
atrás. Me sostuvo en un abrazo aplastante, cerrando los ojos con fuerza contra el
resplandor a nuestro alrededor. Olí sal de mar y sudor y debajo, su familiar aroma:
Keramzin, hierba de la pradera, el corazón verde oscuro del bosque.
Rememoré mis brazos, mis piernas y la presión de mis costillas mientras él me
abrazaba con más fuerza, volviendo a recomponerme. Reconocí mis labios, mis 73
dientes, mi lengua, mi corazón, y esas cosas nuevas que eran parte de mí: collar y
grillete. Eran huesos y respiración, músculos y carne. Eran míos.
«¿El ave siente el peso de sus alas?»
Aspiré y sentí que me regresaba el sentido. No tuve que asir el poder, pues se
aferró a mí como si se estuviera agradecido de estar en casa. En una sola ráfaga
gloriosa, liberé la luz. El cielo brillante se fracturó y permitió que la noche regresara
a nuestro alrededor con chispas como fuegos artificiales, un sueño de brillantes
pétalos desprendidos de miles de flores.
El calor cedió. El mar se calmó. Atraje los últimos retazos de luz y los entretejí
en un brillo suave que pulsó sobre la cubierta del barco.
Sturmhond y los demás estaban agachados junto a la barandilla, con la boca
abierta por lo que podría haber sido temor o miedo. Mal me tenía aplastada contra
su pecho, apoyaba la frente en mi pelo y respiraba en ásperos jadeos.
―Mal ―dije en voz baja. Me apretó con más fuerza. Chillé―. Mal, no puedo
respirar.
Lentamente, abrió los ojos y me miró. Dejé caer las manos y la luz desapareció
por completo. Sólo entonces cedió en su agarre.
Tolya encendió una lámpara y los otros se pusieron de pie. Sturmhond se
limpió el polvo de los pliegues llamativo de su abrigo verde azulado. La
Fabricadora parecía a punto de vomitar. Los rostros de los gemelos eran los más
difíciles de leer, sus ojos dorados brillaban con algo que no sabría nombrar.
―Bueno, Invocadora ―dijo Sturmhond con un ligero temblor en la voz―, sin
duda sabes cómo montar un espectáculo.
Leigh Bardugo Dark Guardians
Mal me cogió la cara entre las manos y me besó la frente, la nariz, los labios y el
pelo para luego estrecharme contra él una vez más.
―¿Estás bien? ―preguntó con voz era áspera.
―Sí ―respondí.
Pero eso no era del todo cierto. Sentía el collar en el cuello y la presión del
grillete en la muñeca. Mi otro brazo se sentía desnudo. Estaba incompleta.
***
Sturmhond despertó a su tripulación y nos pusimos en camino al amanecer. No
podíamos estar seguros desde cuán lejos se pudo haber visto la luz que había
invocado, pero había una buena probabilidad de que hubiera delatado nuestra
ubicación. Teníamos que movernos rápido.
Cada miembro de la tripulación quería echarle un vistazo al segundo
amplificador. Algunos eran cautelosos, otros sólo curiosos, pero Mal era el único
que me preocupaba. Me miraba constantemente, como si tuviera miedo de que en 74
cualquier momento pudiera perder el control. Cuando cayó la oscuridad y fuimos
bajo cubierta, lo arrinconé en uno de los estrechos pasillos.
―Estoy bien ―le dije―. En serio.
―¿Cómo lo sabes?
―Lo sé, puedo sentirlo.
―No viste lo que yo vi. Fue…
―Se me escapó. No sabía qué esperar.
Él negó con la cabeza.
―Eras como una extraña, Alina. Bella y terrible.
―No va a suceder de nuevo. El grillete es una parte de mí, como mis pulmones
o mi corazón.
―Tu corazón ―dijo rotundamente.
Tomé su mano en la mía y la apreté contra mi pecho.
―Sigue siendo el mismo corazón, Mal. Sigue siendo tuyo.
Levanté la otra mano y emití una suave onda de luz solar sobre su rostro. Él se
estremeció. «Nunca podrá entender tu poder, y si lo hace, sólo te temerá». Alejé la
voz del Darkling de mi mente. Mal tenía todo el derecho a tener miedo.
―Puedo hacer esto ―dije con suavidad.
Cerró los ojos y volvió la cara hacia la luz que irradiaba de mi mano. Luego
inclinó la cabeza y apoyó la mejilla contra mi palma. La luz brilló caliente contra su
piel.
Nos quedamos así, en silencio, hasta que repicó la campana del reloj.
Leigh Bardugo Dark Guardians
Los vientos se volvieron más cálidos, y las aguas cambiaron de gris a azul
mientras el Volkvolny nos llevaba al sureste de Ravka. La tripulación de Sturmhond
estaba conformada por marineros y Grisha rebeldes que trabajaban juntos para
mantener el barco en buen funcionamiento. A pesar de las historias que se habían
extendido sobre el poder del segundo amplificador, no nos prestaron a Mal o a mí
mucha atención, aunque de vez en cuando venían a verme practicar en la popa de
la goleta.
Era cuidadosa, nunca me presionaba demasiado y siempre invocaba al 75
mediodía cuando el sol estaba alto en el cielo y no había ninguna posibilidad de
que mis esfuerzos fueran descubiertos. Mal seguía siendo cauteloso, pero yo había
dicho la verdad: El poder de la sierpe de mar era una parte de mí ahora. Me
emocionaba. Me mantenía a flote. No le temía.
Me fascinaban los rebeldes. Todos tenían historias diferentes: uno tenía una tía
que lo había hecho desaparecer para no tener que entregárselo al Darkling, otro
había desertado del Segundo Ejército, a otra la habían escondido en un sótano
cuando los examinadores Grisha habían llegado a examinarla.
―Mi madre les dijo que había muerto por la fiebre que había asolado nuestra
aldea la primavera anterior ―dijo la Mareomotora―. Los vecinos me cortaron el
cabello y me hicieron pasar por su fallecido hijo otkazat'sya, hasta que fui lo
bastante mayor para salir.
La madre de Tolya y Tamar había sido una Grisha estacionada en la frontera
sur de Ravka cuando conoció a su padre, un mercenario de Shu Han.
―Cuando murió ―explicó Tamar―, le hizo prometer a mi padre que no
permitiría que nos reclutara el Segundo Ejército. Partimos a Novyi Zem al día
siguiente.
La mayoría de los Grisha terminaba en Novyi Zem porque, además de Ravka,
era el único lugar donde no debían temer que médicos shu experimentaran con
ellos o que los quemaran cazadores de brujas fjerdanos. Aun así, tenían que ser
cautelosos al demostrar su poder. Los Grisha se consideraban esclavos de alto
valor, y los comerciantes de Kerch menos escrupulosos eran conocidos por
detenerlos y venderlos en subastas secretas.
Leigh Bardugo Dark Guardians
Estas amenazas eran las mismas que habían dado lugar a que tantos Grisha se
refugiaran en Ravka y se unieran al Segundo Ejército en primer lugar. Pero los
rebeldes pensaban diferente. Para ellos, una vida dedicada a mirar sobre el hombro
y a moverse de un lugar a otro para evitar ser descubiertos, era preferible a una
vida al servicio del Darkling y al rey de Ravka. Era una elección que entendía.
Después de unos días monótonos en la goleta, Mal y yo le preguntamos a
Tamar si estaría dispuesta a mostrarnos algunas técnicas de combate
zemení. Ayudaba a aliviar el tedio de la vida a bordo y la terrible ansiedad de
volver a Ravka Occidental.
La tripulación de Sturmhond había confirmado los rumores inquietantes que
habíamos oído en Novyi Zem: ya casi habían cesado los cruces por el Abismo y los
refugiados huían de sus costas en expansión. El Primer Ejército estaba a un paso de
la rebelión, y el Segundo Ejército estaba por los suelos. Me asustaba más la noticia
de que el culto del Apparat de la Santa del Sol estaba creciendo. Nadie sabía cómo
se las había arreglado para escapar del Gran Palacio después del golpe fallido del 76
Darkling, pero había resurgido en algún lugar de la red de monasterios repartidos
por Ravka.
Estaba haciendo circular la historia de que yo había muerto en el Abismo y que
había resucitado como una Santa. Una parte de mí quería reír, pero al recorrer las
páginas sangrientas del Istorii Sankt'ya tarde en la noche, ni siquiera me pude reír
entre dientes. Recordé el olor del Apparat, esa combinación desagradable de
incienso y moho, y apreté con fuerza el abrigo a mí alrededor. Él me había dado el
libro rojo y no podía evitar preguntarme por qué.
A pesar de las contusiones y los golpes, mis prácticas con Tamar ayudaron a
atenuar el borde de mi constante preocupación. En el Ejército del Rey reclutaban a
las chicas junto a los chicos cuando alcanzaban la mayoría de edad, por lo que
había visto pelear a un montón de chicas y había entrenado junto a ellas. Pero
nunca había visto a nadie, hombre o mujer, luchar como Tamar. Ella tenía la gracia
de una bailarina y un instinto aparentemente infalible para saber lo que su
oponente haría a continuación. Sus armas preferidas eran dos hachas de doble filo
que utilizaba a la par mientras sus hojas resplandecían como luces en el agua, pero
era casi igual de peligrosa con un sable, una pistola, o con las manos
desnudas. Sólo Tolya podía igualarla, y cuando se enfrentaban, toda la tripulación
se detenía a mirar.
El gigante hablaba poco y pasaba la mayor parte del tiempo en sus asuntos o
parado por allí, luciendo intimidante; pero de vez en cuando, intervenía para
ayudar con nuestras lecciones. No era un gran maestro. «Muévete más rápido» era
lo mejor que podíamos sonsacarle. Tamar era una instructora mucho mejor, pero
Leigh Bardugo Dark Guardians
alineábamos las botellas de vino vacías para disparar desde popa y hacíamos
apuestas inofensivas.
Era un poco como estar en el Pequeño Palacio, pero sin la diplomacia
desorganizada ni las constantes competencias por estatus. La tripulación se
comportaba de un modo fácil y abierto. Todos eran jóvenes, pobres, y habían
pasado la mayor parte de su vida en la clandestinidad. En este barco habían
encontrado un hogar, y nos dieron la bienvenida a Mal y a mí sin mucha protesta.
No sabía lo que nos esperaba en Ravka Occidental y estaba bastante segura de
que era una locura regresar, pero a bordo del Volkvolny, con el viento soplando y
las velas blancas resaltando contra un amplio cielo azul, podía olvidarme del
futuro y del miedo.
Y tenía que admitir que también me agradaba Sturmhond. Era arrogante y
temerario, y siempre utilizaba diez palabras cuando necesitaba dos, pero me sentía
impresionada por la forma en que manejaba su tripulación. No se molestaba en
emplear los trucos que había visto utilizar al Darkling, y aun así, lo seguían sin 78
dudar. Se había ganado su respeto, no su miedo.
―¿Cuál es el verdadero nombre de Sturmhond? ―le pregunté a Tamar―. ¿Su
nombre ravkano?
―No tengo ni idea.
―¿Nunca le has preguntado?
―¿Por qué habría de hacerlo?
―Pero, ¿de qué parte de Ravka viene?
Miró hacia el cielo.
―¿Quieres hacer otra ronda con sables? ―preguntó―. Deberíamos tener
tiempo antes de que comience mi guardia.
Siempre cambiaba de tema cuando traía a Sturmhond a colación.
―No se limitó a caer del cielo a un barco, Tamar. ¿No te importa de dónde
vino?
Tamar tomó las espadas y se las entregó a Tolya, quien servía como maestro de
armas de la embarcación.
―No mucho. Él nos deja navegar, y nos deja luchar.
―Y no nos obliga a vestirnos con seda roja ni a hacer de perritos falderos
―añadió Tolya, abriendo un anaquel con la llave que llevaba colgando de su
grueso cuello.
―Serías un perro faldero lastimero ―Tamar se echó a reír.
―Cualquier cosa es mejor que seguir las órdenes de algún imbécil engreído
vestido de negro ―refunfuñó Tolya.
―Sigues las órdenes del Sturmhond ―señalé.
―Sólo cuando le da la gana.
Leigh Bardugo Dark Guardians
***
Dos noches después, me desperté y encontré a Tamar cerniéndose sobre mí,
mientras me sacudía por el hombro bueno.
―Es hora de irnos ―dijo.
―¿Ahora? ―pregunté, adormilada―. ¿Qué hora es?
―Cerca de las tres campanas.
―¿De la mañana? ―Bostecé y bajé las piernas por el lado de mi
hamaca―. ¿Dónde estamos?
―A quince millas de la costa de Ravka Occidental. Vamos, Sturmhond está
esperando. ―Ella ya estaba vestida y tenía su bolso de lona colgado del hombro.
Yo no tenía pertenencias que reunir, por lo que me puse las botas, di unas
palmaditas en el bolsillo interior de mi abrigo para asegurarme de que tenía el libro
rojo, y la seguí hasta la puerta.
Leigh Bardugo Dark Guardians
Sturmhond le dio a Privyet un sobre sellado con una gota de cera de color azul
pálido, y luego le dio una palmada en la espalda. Tal vez era la luz de la luna, pero
parecía que el primer oficial iba a ponerse a llorar. Tolya y Tamar pasaron sobre la
baranda sosteniéndose con fuerza a la escalerilla asegurada a la goleta.
Me asomé por la borda. Esperaba ver un bote común, así que me sorprendió la
pequeña embarcación que vi flotando junto al Volkvolny. No se parecía a ningún
barco que hubiera visto. Sus dos cascos parecían un par de zapatos ahuecados
unidos por una plataforma con un agujero gigante en el centro.
Mal y yo seguimos a los gemelos, pisando con cuidado sobre uno de los cascos
curvos de la nave. Caminamos por el casco y descendimos a la cubierta central,
donde se encontraba el puente de mando hundido entre dos mástiles. Sturmhond
saltó detrás de nosotros, luego se subió a una plataforma alzada detrás del puente
de mando y tomó su lugar en el timón de la nave.
―¿Qué es esta cosa? ―pregunté.
―Yo lo llamo el Colibrí ―contestó, consultando algún tipo de gráfico que yo no 81
podía ver―, aunque estoy pensando en renombrarla el Pájaro de fuego. ―Aspiré
con fuerza, pero Sturmhond simplemente sonrió y ordenó―: ¡Corten las anclas y
libérenlo!
Tamar y Tolya desengancharon los nudos de los ganchos que nos sostenían
al Volkvolny. Vi que la línea de anclaje se deslizaba como una serpiente viva por la
popa del Colibrí, y que la punta de la cuerda se deslizaba silenciosamente por el
mar. Hubiera pensado que necesitaríamos un ancla cuando desembarcáramos, pero
supuse que Sturmhond sabía lo que estaba haciendo.
―Icen velas ―gritó Sturmhond.
Las velas se desplegaron. A pesar de que los mástiles del Colibrí eran
considerablemente más cortos que las personas a bordo de la goleta, sus velas
dobles eran cosas enormes, rectangulares, y cada una requería dos tripulantes para
maniobrarlas.
Una ligera brisa atrapó la tela y nos alejó del Volkvolny. Miré hacia arriba y vi
que Sturmhond observaba cómo nos alejábamos de la goleta. No podía ver su
rostro, pero tuve la clara sensación que se estaba despidiendo. Se sacudió, y luego
gritó:
―¡Impulsores!
Había un Grisha posicionado en cada casco. Levantaron los brazos y el viento
se elevó a nuestro alrededor, llenando las velas. Sturmhond ajustó nuestro curso y
pidió más velocidad. Los Impulsores accedieron, y la extraña barca saltó hacia
adelante.
―Tomen esto ―dijo Sturmhond. Dejó caer un par de gafas en mi regazo y le
arrojó otro par a Mal. Tenían un aspecto similar a las que usaban los Fabricadores
Leigh Bardugo Dark Guardians
en los talleres del Pequeño Palacio. Miré a mí alrededor. Toda la tripulación parecía
estar usándolas al igual que Sturmhond, así que nos las pusimos.
Segundos después, me sentí agradecida de usarlas cuando Sturmhond pidió
aún más velocidad. Las velas temblaban en el aparejo, y sentí una punzada de
nerviosismo. ¿Por qué estaba tan apresurado?
El Colibrí aceleró sobre el agua, sus huecos cascos dobles patinaban de ola en ola
y apenas parecían tocar la superficie del mar. Me aferré a mi asiento, el estómago
me saltaba con cada vaivén.
―Muy bien, Impulsores, elévennos ―ordenó Sturmhond―. Marineros a las
alas, a mi cuenta.
Me volví hacia Mal.
―¿Qué quiere decir con eso de «elévennos»?
―¡Cinco! ―gritó Sturmhond.
Los tripulantes comenzaron a moverse hacia la izquierda, tirando de las
cuerdas. 82
―¡Cuatro!
Los Impulsores elevaron más las manos.
―¡Tres!
Un estruendo se elevó entre los dos mástiles, las velas se deslizaron en toda su
longitud.
―¡Dos!
―¡Tiren! ―gritaron los marineros. Los Impulsores levantaron los brazos con un
movimiento enorme.
―¡Uno! ―gritó Sturmhond.
Las velas se elevaron y se abrieron, abriéndose por encima de cubierta como
dos alas gigantescas. El estómago me dio un vuelco, y lo impensable sucedió:
El Colibrí elevó el vuelo.
Me agarré al asiento murmurando oraciones antiguas en voz baja, cerré los ojos
con fuerza mientras el viento azotaba mi cara y nos elevábamos al cielo nocturno.
Sturmhond se reía como un loco. Los Impulsores se gritaban unos a otros en
una retahíla, asegurándose de mantener la constante corriente ascendente. Pensé
que el corazón se me saldría del pecho.
«Oh, Santos ―pensé con inquietud―. Esto no puede estar pasando».
―Alina ―gritó Mal sobre el ajetreo del viento.
―¿Qué? ―Forcé la palabra a través de los labios apretados.
―Alina, abre los ojos. Tienes que ver esto.
Le di una concisa sacudida de cabeza. Eso era exactamente lo que no tenía que
hacer.
La mano del Mal se deslizó sobre la mía y aferró mis dedos congelados.
Leigh Bardugo Dark Guardians
―Inténtalo.
Tomé una respiración temblorosa y me obligué a abrir los párpados. Estábamos
rodeados de estrellas. Por encima de nosotros, la lona blanca se encontraba estirada
en dos grandes arcos, como las curvas tensas del arco de un arquero.
Sabía que no debía hacerlo, pero no pude evitar estirar el cuello sobre el borde
de la cabina. El rugido del viento era ensordecedor. Debajo, muy por debajo, las
olas iluminadas por la luna ondulaban como las escamas brillantes de una
serpiente avanzando con lentitud. Si caíamos, sabía que se haría añicos.
Se me escapó una risita, en algún lugar entre la euforia y la histeria. Estábamos
volando. Volando.
Mal me apretó la mano y dio un grito exultante.
―¡Esto es imposible! ―grité.
Sturmhond gritó.
―Cuando la gente dice imposible, por lo general quieren decir improbable.
Con la luz de la luna brillando en los cristales de sus gafas y el abrigo ondulante 83
a su alrededor, parecía un loco de remate.
Traté de respirar. El viento se mantenía estable. Los Impulsores y la tripulación
parecía centrada, pero en calma. Lentamente, muy lentamente, el nudo en mi pecho
se aflojó y empecé a relajarme.
―¿De dónde viene esta cosa? ―grité hacia Sturmhond.
―Yo la diseñé. La construí y estrellé un par de prototipos.
Tragué saliva. «Estrellar» era la última palabra que quería oír.
Mal se inclinó sobre el borde del puente de mando, intentando obtener una
vista más clara de los cañones gigantescos ubicados en los puntos principales de los
cascos.
―Esas armas tienen varios cañones ―comentó.
―Y funcionan con gravedad. No es necesario parar para recargar. Disparan
doscientas ráfagas por minuto.
―Es…
―¿Imposible? El único problema es el sobrecalentamiento, pero no es tan malo
en este modelo. Tengo un armero zemení tratando de resolver las fallas. Son unos
bastardos barbáricos, pero saben trabajar con un arma de fuego. Los asientos de
popa rotan para que puedas disparar desde cualquier ángulo.
―Y disparar desde arriba al enemigo ―gritó Mal casi vertiginosamente―. Si
Ravka tuvieran una flota de estos…
―Toda una ventaja, ¿no? Pero el Primer y Segundo Ejército tendrían que
trabajar juntos.
Pensé en lo que el Darkling me había dicho hacía mucho tiempo: «La era del
poder de los Grisha está llegando a su fin». Su respuesta había sido convertir el
Leigh Bardugo Dark Guardians
―Nos cazan ―dijo, levantando la voz para que todos pudieran oírlo―. Tal vez
sea hora de que nosotros los cacemos a ellos.
La tripulación dejó salir un grito de guerra, seguido por una serie de ladridos y
aullidos.
―Atrae la luz ―me pidió.
―Está fuera de sí ―le dije a Mal―. Dile que esta fuera de sí.
Pero Mal vaciló.
―Bueno…
―Bueno, ¿qué? ―pregunté, incrédula―. ¡En caso de que lo hayas olvidado,
una de esas cosas intentó comerte!
Él se encogió de hombros y una sonrisa rozó sus labios.
―Tal vez por eso me gustaría ver qué pueden hacer estas armas.
Negué con la cabeza, no me gustaba esto para nada.
―Sólo por un momento ―presiono Sturmhond―. Compláceme.
Complacerlo, como si estuviese pidiendo otra rebanada de pastel. 87
La tripulación estaba a la espera, Tolya y Tamar estaban encorvados sobre los
cañones protuberantes de sus armas; parecían insectos coleópteros.
―Está bien ―dije―. Pero no digan que no se los advertí.
Mal se llevó el rifle al hombro.
―Aquí vamos ―murmuré. Contraje los dedos y el círculo de luz se contrajo y
se encogió alrededor del barco.
Los volcra chillaron de emoción.
―¡Apágala toda! ―ordenó Sturmhond.
Apreté los dientes con frustración, luego hice lo que pedía. El Abismo quedó a
oscuras.
Escuché el batir de las alas cuando los volcra se lanzaron en picada.
―¡Ahora, Alina! ―gritó Sturmhond―. ¡Ilumínanos!
No me detuve a pensarlo, arrojé la luz en una onda ardiente. La luz del
mediodía dura e implacable nos mostró el horror que nos rodeaba. Había volcra
por todas partes suspendidos en el aire alrededor del barco, una masa de gris con
alas, cuerpos removiéndose, ojos vidriosos y ciegos, fauces llenas de dientes. Su
parecido con los nichevo’ya era inconfundible y, sin embargo, eran mucho más
grotescos y mucho más torpes.
―¡Fuego! ―gritó Sturmhond.
Tolya y Tamar abrieron fuego. Era un sonido que nunca antes había escuchado,
un estruendo imparable y aplastante que hizo temblar el aire a nuestro alrededor y
me hizo repiquetear los huesos.
Leigh Bardugo Dark Guardians
Fue una masacre, los volcra cayeron de los cielos con los pechos destrozados y
las alas desgarras. Los cartuchos caían con un sonido metálico sobre la cubierta del
barco y el olor penetrante de la pólvora consumida llenaba el aire.
Doscientos disparos por minuto. Así que esto era lo que podía hacer un ejército
moderno.
Los monstruos no parecían saber lo que estaba sucediendo, giraban y
golpeaban el aire, conducidos por su incansable sed de sangre, hambre y miedo,
desgarrándose unos a otros en su confusión y deseo de escapar.
Sus gritos… Baghra me dijo una vez que los antepasados de los volcra eran
humanos. Podría haber jurado que escuchaba sus gritos.
Los disparos pararon. Me pitaban los oídos. Miré hacia arriba y vi manchas
negras de sangre y pedazos de carne en las velas de lona. Un sudor frío me perlaba
la frente, y pensé que iba a caer enferma. El silencio duró sólo unos momentos
antes de que Tolya echase atrás la cabeza y lanzase un aullido de victoria; el resto
de la tripulación se le unió ladrando y aullando. Quería gritarles a todos que se 88
callaran.
―¿Cree que podamos acabar con otro rebaño? ―preguntó uno de los
Impulsores.
―Tal vez ―contestó Sturmhond―. Pero probablemente deberíamos seguir
hacia el este. Ya casi amanece y no quiero que nos vean.
«Sí ―pensé―. Vayamos al este, salgamos de aquí». Me temblaban las manos, la
herida del hombro me ardía y palpitaba. ¿Qué me pasaba? Los volcra eran
monstruos, nos habrían desgarrado sin pensarlo; lo sabía y, sin embrago, todavía
podía oír sus gritos.
―Hay más ―dijo Mal de repente―. Muchos más.
―¿Cómo lo sabes? ―preguntó Sturmhond.
―Soló lo sé.
Sturmhond vaciló, entre las gafas, el sombrero y el cuello alto, era imposible
leer su expresión.
―¿Dónde? ―preguntó finalmente.
―Un poco más al norte ―respondió Mal―. En esa dirección. ―Apuntó hacia la
oscuridad y tuve el impulso de golpearle la mano. Sólo porque pudiera rastrear a
los volcra, no significaba que tuviera que hacerlo.
Sturmhond cambió el rumbo. El corazón me dio un vuelvo.
El Colibrí bajó las alas y giró, mientras Mal gritaba las indicaciones y Sturmhond
cambiaba el rumbo. Traté de concentrarme en la luz, en la presencia reconfortante
de mi poder e intenté ignorar la sensación de malestar en el estómago.
Sturmhond nos hizo bajar más. Mi luz brilló sobre la arena incolora del Abismo
y tocó el oscuro bulto de un bote de arena naufragado. Un temblor me recorrió el
Leigh Bardugo Dark Guardians
cuerpo cuando nos acercamos. El esquife estaba partido por la mitad, uno de sus
mástiles se había quebrado en dos partes y sólo podía distinguir los restos de tres
velas negras harapientas.
Mal nos había dirigido a las ruinas del bote del Darkling.
La poca calma que me las había arreglado para reunir, desapareció.
El Colibrí se acercó más y nuestras sombras se proyectaron sobre la cubierta
astillada. Sentí un poco de alivio. A pesar de lo ilógico que era, esperaba ver los
cuerpos esparcidos por la cubierta de los Grisha que había dejado atrás, los
esqueletos del emisario del Rey y de los embajadores extranjeros acurrucados en
un rincón, pero obviamente ya no estaban. Habían servido de comida para los
volcra y ahora sus huesos se encontraban esparcidos por los confines desérticos del
Abismo.
El Colibrí giró a estribor y mi luz atravesó las oscuras profundidades del casco
roto. Los gritos comenzaron.
―Santos ―juró Mal, y levantó su rifle. 89
Había tres grandes volcra encogidos bajo el casco del esquife, de espaldas a
nosotros, con las alas bien abiertas. Pero fue lo que intentaban proteger con sus
cuerpos lo que me produjo que el miedo y la repulsión temblando me
aguijonearan: un mar de formas retorcidas, brazos pequeños y relucientes, espaldas
dividas por pequeñas membranas transparentes de alas que apenas se estaban
formando. Gimotearon y lloriquearon, y se deslizaron uno sobre los otros
intentando aparatarse de la luz.
Habíamos descubierto un nido.
La tripulación se había quedado en silencio; ya no había ladridos ni aullidos.
Sturmhond dirigió la nave en otro arco bajo y entonces gritó:
―Tolya, Tamar, grenatki.
Los gemelos cargaron dos proyectiles de hierro fundido y los alzaron hasta el
borde la barandilla.
Otra ola de temor se apoderó de mí. «Son volcra ―me recordé―. Míralos, son
monstruos».
―Impulsores, a mi señal ―dijo Sturmhond, sombrío―. ¡Espoletas! ―gritó, y
luego―: Artilleros, ¡fuego a discreción!
En el momento en que los proyectiles fueron liberados, Sturmhond rugió:
―¡Ahora! ―Y giró el timón con fuerza hacia la derecha. Los Impulsores
levantaron los brazos y el Colibrí salió disparó hacia el cielo.
Pasó un silencioso segundo, entonces una explosión a gran escala resonó bajo
nosotros. El calor y la fuerza de la detonación golpearon al Colibrí con una ráfaga
poderosa.
―¡Firmes! ―bramó Sturmhond.
Leigh Bardugo Dark Guardians
brazo casi arrancado del hombro. La vela aleteaba inútilmente sobre él y el Colibrí
se inclinó hacia estribor, perdiendo altura rápidamente.
―¡Tamar, ayúdale! ―ordenó Sturmhond, pero Tolya y Tamar ya estaban
escalando por los cascos hacia el Impulsor caído.
La otra Impulsora había levantado las dos manos, con el rostro rígido por la
tensión, mientras intentaba convocar una corriente lo suficientemente fuerte para
mantenernos en el aire. El barco se balanceó y flaqueó. Sturmhond se aferró al
timón, gritando órdenes a los miembros de la tripulación que trabajaban con las
velas del barco.
El corazón me aporreaba en el pecho. Miré frenéticamente a cubierta, dividida
entre el terror y la confusión. Había visto al Darkling, lo había visto.
―¿Estás bien? ―preguntaba Mal a mi lado―. ¿Estás herida?
No podía mirarlo. Temblaba tan fuerte que pensé podría romperme. Concentré
todo mi esfuerzo en mantener la luz ardiente a nuestro alrededor.
―¿Está herida? ―gritó Sturmhond. 91
―¡Sólo sácanos de aquí! ―respondió Mal.
―Oh, ¿eso debería estar haciendo? ―espetó Sturmhond.
Los volcra chillaban y giraban, poniendo a prueba el círculo de luz. Podían ser
monstruos, pero me pregunté sí entendían la venganza.
El Colibrí se balanceó y se estremeció. Miré hacia abajo y vi arena gris
precipitándose a nuestro encuentro y luego, de repente, estábamos fuera de la
oscuridad. Salimos disparados de los últimos fragmentos negros del Abismo y
entramos a la luz azul del amanecer.
El suelo se veía aterradoramente cerca bajo el barco.
―¡Luces fuera! ―ordenó Sturmhond.
Dejé caer las manos y me aferré desesperada la barandilla del puente de mando.
Pude ver un gran tramo del camino, luces de un pueblo que brillaban intensamente
en la distancia y ahí, más allá de unos cerros de poca altura, un estrecho lago azul
con la luz de la mañana resplandeciendo sobre la superficie.
―¡Sólo un poco más! ―gritó Sturmhond.
La Impulsora dejó escapar un sollozo de esfuerzo, los brazos le temblaban y las
velas ondeaban. El Colibrí continúo cayendo; las ramas rasparon el casco cuando
pasamos rozando las copas de los árboles.
―¡Todos agáchense y sujétense con fuerza! ―gritó Sturmhond.
Mal y yo nos agachamos en la cabina con los brazos y las piernas apoyadas a los
laterales y las manos entrelazadas. La pequeña embarcación se sacudió y tembló.
―No lo vamos a conseguir ―dije en tono áspero.
Él no dijo nada, simplemente me apretó los dedos con más fuerza.
―¡Prepárense! ―rugió Sturmhond.
Leigh Bardugo Dark Guardians
―Soy Nikolai Lantsov, Mayor del Vigésimo Segundo Regimiento, Soldado del
Ejército del Rey, Gran Duque de Udova y segundo hijo de su Majestad, el Rey
Alexander Tercero, Rey del trono del Águila Bicéfala, larga sea su vida y reinado.
Me quedé boquiabierta. Un sobresalto atravesó la fila de soldados y una risita
nerviosa se elevó desde algún lugar entre las filas. No sabía qué clase de broma
creía este loco que estaba gastando, pero Raevsky no parecía divertido. Saltó de su
caballo y le lanzó las riendas a un soldado.
―Escúchame, mequetrefe irrespetuoso ―dijo con la mano ya en la
empuñadura de su espada y las facciones deformadas por la furia mientras se
dirigía directamente a Sturmhond―. Nikolai Lantsov sirvió bajo mi tropa, en la
frontera norte y…
Su voz se desvaneció. Estaba cara a cara con el corsario, pero Sturmhond no
parpadeó.
El coronel abrió la boca y luego la cerró, dio un paso atrás y estudió el rostro de
Sturmhond. Observé que su expresión cambiaba del desprecio a la incredulidad y a 96
lo que sólo podía ser reconocimiento. De repente, hincó una rodilla en el suelo e
inclinó la cabeza.
―Perdóneme, moi tsarevich ―dijo con la mirada dirigida al suelo frente a él―.
Bienvenido a casa.
Los soldados se lanzaron miradas confusas.
Sturmhond les dirigió una mirada fría y expectante. Irradiaba mandato. Algo
pareció reverberar en las filas y luego, uno por uno, se deslizaron de sus caballos y
se postraron de rodillas, con las cabezas inclinadas.
«Oh, Santos».
―Tienes que estar bromeando ―murmuró Mal.
Había cazado un ciervo mágico, llevaba las escamas de un dragón de hielo
asesinado alrededor de la muñeca, había visto una ciudad entera consumida por la
oscuridad, pero esto era lo más extraño que había presenciado. Tenía que ser otro
de los engaños de Sturmhond, uno que estaba segura haría que nos mataran a
todos.
Me quedé mirando al corsario. ¿Era posible? No era capaz de poner en marcha
mi mente. Estaba demasiado exhausta, agotada por el miedo y el pánico. Recorrí
mis recuerdos en busca de lo que sabía sobre los dos hijos del Rey de Ravka.
Conocí brevemente al hijo mayor en el Pequeño Palacio, pero al hijo más joven no
lo habían visto en la corte en años.
Se suponía que debería estar en algún lugar como aprendiz de armero o
estudiando construcción naval.
O quizá había hecho ambas cosas.
Leigh Bardugo Dark Guardians
―Oh, ¿eso es todo? ―inquirí con amargura―. ¿Y cómo se supone que voy a
hacer eso?
―Ayudándome a unir al Primer y Segundo Ejército. Convirtiéndote en mi
reina.
Antes de que pudiera parpadear, Mal volcó la mesa a un lado y se lanzó sobre
Sturmhond, lo levantó en el aire y lo estrelló contra el poste de la tienda.
Sturmhond hizo una mueca, pero no hizo ningún movimiento para defenderse.
―Tranquilízate. No me puedo manchar el uniforme con sangre. Déjame
explicar…
―Trata de explicarte con mi puño en tu boca.
Sturmhond se retorció y en un pestañeo se deslizó de las garras de Mal. Tenía
un cuchillo en la mano, el que había sacado de algún lugar en su manga.
―Retrocede, Oretsev. Estoy conteniendo mi temperamento por el bien de
Alina, pero podría destriparte como a un pescado.
―Inténtalo ―gruñó Mal. 103
―Suficiente. ―Lancé un fragmento de luz brillante que los cegó a los dos y
alzaron las manos para cubrirse del resplandor, momentáneamente distraídos―.
Sturmhond, enfunda el arma, o tú serás el destripado. Mal, relájate.
Esperé hasta que Sturmhond escondió el cuchillo, entonces lentamente dejé que
se desvaneciera la luz.
Mal dejó caer las manos aún empuñadas. Se miraron con recelo. Hacía apenas
unas horas habían sido amigos, pero claro, Sturmhond había sido una persona
completamente diferente entonces.
Sturmhond se enderezó las mangas de su uniforme.
―No propongo un matrimonio por amor, zoquete apasionado, sólo una alianza
política. Si te detienes a pensar, verías que tiene sentido para el país.
Mal soltó una áspera carcajada.
―Quieres decir que tiene sentido para ti.
―¿No pueden amabas cosas ser verdad? Hice el servicio militar, por lo que
entiendo la guerra y entiendo sobre armamento. Sé que el Primer Ejército me
seguirá. Puedo ser segundo en la línea al trono, pero tengo el derecho de sangre.
Mal apuntó con un dedo a la cara de Sturmhond.
―No tienes derecho sobre ella.
La compostura de Sturmhond pareció abandonarlo.
―¿Qué pensaste que iba a pasar? ¿Pensaste que podías llevarte a una de las
Grisha más poderosas del mundo como a una muchacha campesina que te tiraste
en un granero? ¿Crees que así termina esta historia? Intento evitar que se derrumbe
un país, no robarte a tu mejor chica.
―Ya es suficiente ―dije en voz baja.
Leigh Bardugo Dark Guardians
Él me sostuvo mi mirada.
―¿Se te ha ocurrido pensar que yo podría decir que no?
Sentí un nudo en el estómago. No lo había pensado. Nunca se me había pasado
por la mente que Mal podría negarse, y de pronto me sentí avergonzada. Había
renunciado a todo por estar conmigo, pero eso no quería decir que estuviera feliz al
respecto. Tal vez ya había tenido suficiente de luchas, miedo e incertidumbre. Tal
vez había tenido suficiente de mí.
―Pensé… pensé que los dos queríamos ayudar a Ravka.
―¿Es eso lo que ambos queríamos? ―preguntó.
Se puso de pie y me dio la espalda. Tragué saliva, intentando controlar el
repentino dolor en mi garganta.
―Entonces ¿no irás a Os Alta?
Se detuvo en la entrada de la tienda.
―Querías usar el segundo amplificador. Lo tienes. ¿Quieres ir a Os Alta? Bien,
iremos. Dices que necesitas al pájaro de fuego. Hallaré la manera de encontrarlo 107
por ti. Pero cuando todo esto termine, Alina, me pregunto si aún me querrás.
Me puse de pie.
―¡Por supuesto que lo haré! Mal…
Lo que fuera que pudiera haber dicho, no esperó a oírlo. Salió a la luz del sol y
se marchó. Me apreté los ojos con las palmas de las manos, intentando hacer
retroceder a las lágrimas que amenazan con salir.
¿Qué estaba haciendo? Yo no era una reina, no era una Santa y, ciertamente, no
sabía cómo dirigir un ejército.
Me vi en el espejo de afeitar de un soldado ubicado en la mesita de noche. Hice
a un lado la chaqueta y la camisa, y dejé al descubierto la herida en mi hombro. Las
marcas de pinchazos del nichevo'ya resaltaban arrugadas y negras contra mi piel. El
Darkling había dicho que nunca se curarían por completo.
¿Qué herida no podía ser curada por el poder de los Grisha? Una producida por
algo que nunca debería haber existido en primer lugar.
«Lo vi».
El rostro del Darkling, pálido y hermoso, el corte del cuchillo. Había sido tan
real. ¿Qué había sucedido en el Abismo?
Volver a Os Alta y tomar el control del Segundo Ejército bien contaba como una
declaración de guerra.
El Darkling sabría dónde encontrarme, y cuando fuera lo suficientemente
fuerte, vendría a buscarme. Listos o no, no tendríamos más remedio que
enfrentarlo. Era un pensamiento aterrador, pero me sorprendió descubrir que me
traía algo de alivio
Lo enfrentaría. Y de una manera u otra, esto terminaría.
Leigh Bardugo Dark Guardians
No partimos hacia Os Alta de inmediato, sino que pasamos los siguientes tres
días transportando cargamentos de bienes a través del Abismo. Operamos con lo
que quedaba del campamento militar en Kribirsk. Se había hecho retroceder a la
mayor parte de las tropas cuando el Abismo empezó a expandirse. Se había erigido
una nueva atalaya para vigilar las orillas oscuras del Falso Océano y sólo quedaba
la tripulación necesaria para operar los muelles secos.
Ni un solo Grisha permaneció en el campamento. Después del intento de golpe
de Estado y la destrucción de Novokribirsk, una oleada de sentimientos anti-Grisha 108
se habían esparcido por toda Ravka y las filas del Primer Ejército. No me
sorprendía. Una ciudad entera había desaparecido y su gente fue devorada por
monstruos. Ravka no olvidaría pronto, ni yo tampoco.
Algunos Grisha habían huido a Os Alta en busca de la protección del Rey; otros
se habían ocultado. Nikolai sospechaba que la mayoría había buscado al Darkling y
se había pasado a su lado; pero, con la ayuda de los rudos Impulsores de Nikolai,
conseguimos hacer dos viajes a través del Abismo el primer día, tres el segundo y
cuatro el último. Los esquifes viajaban vacíos hacia Ravka Occidental y regresaban
con inmensos cargamentos de rifles zemeníes, cajas llenas de munición, partes para
fabricar armas similares a las que Nikolai había utilizado a bordo del Colibrí, y unas
cuantas toneladas de azúcar y jurda… todo cortesía del contrabandeo de
Sturmhond.
―Sobornos ―dijo Mal al ver que unos soldados atolondrados desgarraban un
cargamento que estaban descargando en el muelle, y reían maravillados por la
reluciente variedad del armamento.
―Regalos ―corrigió Nikolai―. Descubrirás que las balas funcionan, sin
importar mis motivos. ―Se giró hacia mí―. Creo que hoy podemos hacer un viaje
más. ¿Te apuntas?
No quería, pero asentí.
Sonrió y me palmeó en la espalda.
―Daré las órdenes.
Pude sentir que Mal me observaba cuando me giré para escrutar la oscuridad
temblorosa del Abismo. No se había repetido el incidente a bordo del Colibrí; lo que
fuera que hubiera visto ese día (visión, alucinación, no podía definirla), no había
Leigh Bardugo Dark Guardians
sucedido de nuevo. Aun así, estuve alerta y cautelosa cada momento que pasé en el
Falso Océano, además de intentar ocultar lo asustada que estaba en realidad.
Nikolai quería aprovechar los cruces para cazar volcra, pero me rehusé. Le dije
que aún me sentía débil y que no estaba lo suficientemente convencida de mi poder
para garantizar nuestra seguridad. Mi temor era real, pero el resto era una mentira.
Mi poder era más fuerte que nunca, fluía de mi interior en olas puras y vibrantes,
radiante con la fuerza del ciervo y las escamas; pero no podía soportar la idea de
escuchar de nuevo esos gritos. Mantenía la luz en un domo amplio y brillante
alrededor de los botes y aunque los volcra gritaban y batían las alas, mantenían la
distancia.
Mal nos acompañó en todos los cruces, de pie cerca de mí, con el rifle listo.
Sabía que sentía mi ansiedad, pero no me presionó por una explicación; de hecho,
no había dicho mucho desde nuestra discusión en la tienda. Me temía que cuando
empezara a hablar, no me gustaría lo que tuviera que decir. No había cambiado de
idea sobre regresar a Os Alta, pero me preocupaba que él sí. 109
La mañana que levantamos el campamento para ir a la capital, escaneé la
multitud en su busca, aterrada de que pudiera decidir no aparecer. Dije una
pequeña oración de agradecimiento cuando lo vislumbré, silencioso y con la
espalda recta sobre su montura; esperaba unirse a la columna de jinetes.
Estuvimos listos antes del amanecer, una procesión serpenteante de caballos y
carromatos que se adentraban al amplio camino conocido como Vy. Nikolai me
había conseguido una kefta azul simple, pero estaba guardada en el equipaje. Hasta
que tuviera más hombres para protegerme, sólo era otro soldado en el séquito del
príncipe.
Cuando el sol coronó el horizonte, sentí un ligero revoloteo de esperanza. La
idea de intentar tomar el lugar del Darkling, de intentar reunir a los Grisha y
liderar el Segundo Ejército, aún se sentía imposiblemente sobrecogedora, pero al
menos estaba haciendo algo en vez de sólo huir del Darkling o esperar a que me
capturara. Tenía dos amplificadores de Morozova y me dirigía a un lugar donde
podría encontrar respuestas que me conducirían al tercero. Mal no estaba feliz,
pero al observar la luz solar que atravesaban los doseles de los árboles, tuve la
certeza que podría traerlo de vuelta.
Mi humor no sobrevivió el viaje a través de Kribirsk. Habíamos pasado por la
destartalada ciudad portuaria después de estrellarnos en el lago, pero había estado
demasiado aturdida y distraída para notar de verdad la forma en que había
cambiado el lugar. Esta vez fue inevitable.
En Kribirsk nunca había existido mucha belleza que apreciar, sus aceras estaban
rebosantes de viajeros y mercaderes, hombres del Rey y estibadores. Sus calles
abarrotadas habían estado llenas de tiendas concurridas listas para enviar
Leigh Bardugo Dark Guardians
expediciones al Abismo, junto a bares y burdeles que atendían a los soldados del
campamento; pero esas calles estaban en silencio y prácticamente vacías. La
mayoría de las posadas y tiendas estaban tapiadas.
La verdadera revelación vino cuando llegamos a la iglesia. La recordaba como
un edificio prolijo coronado por domos de brillante azul. Ahora las paredes blancas
estaban cubiertas de escritura, fila tras fila de nombres escritos en pintura roja que
se habían secado hasta quedar de un color sangre. Los escalones estaban cubiertos
de montones de flores marchitas, pequeños Santos pintados y los restos derretidos
de cirios. Vi botellas de kvas, pilas de dulces, el cuerpo abandonado de una muñeca.
Regalos para los muertos.
Revisé los nombres:
Stepan Ruschkin, 57
Anya Sirenka, 13
Mikah Lasky, 45
Rebeka Lasky, 44 110
Petyr Ozerov, 22
Marina Koska, 19
Valentin Yomki, 72
Sasha Penkin, 8 meses
Y seguían y seguían. Mis dedos se congelaron en las riendas cuando un puño
frío me aferró el corazón. Los recuerdos regresaron desatados: una madre
corriendo con un niño en brazos; un hombre trastabillando cuando la oscuridad lo
alcanzó, la boca abierta en un grito; una anciana, confundida y asustada, tragada
por la multitud aterrada. Lo había visto todo, lo había hecho posible.
Estas eran las personas de Novokribirsk, la ciudad que antes había estado justo
enfrente de Kribirsk, al otro lado del Abismo. Una ciudad hermana llena de
parientes, amigos, compañeros de negocios. Gente que había trabajado en los
muelles y manejado los botes, algunos que habían sobrevivido a múltiples cruces.
Habían vivido a orillas de un horror, pensando que estaban a salvo en sus propias
casas, recorriendo las calles de su pequeña ciudad portuaria; y ahora todos habían
fallecido porque había fallado en detener al Darkling.
Mal acercó su caballo al mío.
―Alina ―dijo con suavidad―. Vamos.
Sacudí la cabeza. Deseaba recordar: «Tasha Stol, Andrei Bazin, Shura
Rychenko», los más que pudiera. El Darkling los había asesinado, ¿acosaban su
sueño como acosaban el mío?
―Tenemos que detenerlo, Mal ―dije con voz ronca―. Tenemos que encontrar
la forma.
Leigh Bardugo Dark Guardians
***
Esa noche nos quedamos en una posada en la pequeña villa de Vernost, donde
nos encontramos con un grupo fuertemente armado de soldados del Primer
Ejército. Pronto aprendí que muchos de ellos eran del Veintidós, el regimiento en el 112
que Nikolai había servido y eventualmente ayudó a liderar en la campaña del
norte. Aparentemente, el príncipe deseaba estar rodeado de amigos cuando entrara
a Os Alta. No podía culparlo.
Pareció relajarse en presencia de ellos y, de nuevo, noté el cambio de
comportamiento. Había pasado sin esfuerzo del rol de un aventurero superficial a
un príncipe arrogante, y ahora se convertía en el comandante adorado, un soldado
que reía fácilmente con sus acompañantes y sabía el nombre de cada plebeyo.
Los soldados tenían una espléndida litera de mano. Estaba tapizada de un
pálido azul ravkano y tenía el blasón del águila bicéfala del Rey en un costado
(Nikolai había ordenado que se añadiera un rayo de sol dorado al otro lado), y un
arreo de seis caballos blancos la tiraba. Cuando el artilugio resplandeciente entró al
patio de la posada, tuve que rodar los ojos al recordar los excesos del Gran Palacio.
Tal vez el mal gusto era hereditario.
Había tenido la esperanza de cenar a solas con Mal en mi habitación, pero
Nikolai había insistido en que todos cenáramos juntos en la sala común de la
posada. Así que, en lugar de relajarnos en paz junto al fuego, estábamos
amontonados, codo con codo en una mesa ruidosa abarrotada de oficiales. Mal no
había dicho una palabra durante toda la comida, pero Nikolai hablaba lo suficiente
por los tres.
Mientras se ponía con un plato de rabo de buey, recitó una lista aparentemente
interminable de lugares en los que tenía la intención de parar en el camino a Os
Alta. Sólo escucharlo me agotó.
―No me di cuenta que «ganarse a la gente» significaba conocer a cada uno
―gruñí―. ¿No tenemos prisa?
Leigh Bardugo Dark Guardians
***
El viaje a Os Alta fue menos una marcha y más un desfile lento e insoportable.
Nos detuvimos en cada ciudad de la Vy, en granjas, escuelas, iglesias y lecherías.
Nos reunimos con dignatarios locales y anduvimos por corredores de hospitales.
Cenamos con veteranos de guerra y aplaudimos a coros de chicas.
Era difícil no notar que las villas estaban mayormente pobladas por los muy
jóvenes y los muy viejos. Cada cuerpo capaz había sido convocado a servir al 115
Ejército del Rey para luchar en las guerras interminables de Ravka. Los cementerios
eran tan grandes como las ciudades.
Nikolai daba monedas de oro y sacos de azúcar, aceptaba apretones de manos
de mercaderes y besos en la mejilla de matronas arrugadas que lo llamaban
Sobachka, y encantaba a cualquiera que estuviera a medio metro de él. Nunca
parecía cansarse, ni flaquear. Sin importar cuántos kilómetros habíamos cabalgado
o con cuánta gente nos habíamos reunido, estaba listo para reunirse con más.
Siempre parecía saber lo que la gente deseaba de él, cuando ser el chico risueño,
el príncipe dorado, el soldado cansado. Supuse que era el entrenamiento que venía
con haber nacido en la realeza y haber sido criado en la corte, pero aun así, era
perturbador observarlo.
No había estado bromeando sobre el espectáculo. Siempre intentaba programar
nuestras llegadas al amanecer o al atardecer, o detenía nuestra procesión en las
sombras profundas de una iglesia o de una plaza; lo mejor para mostrar a la
Invocadora del Sol.
Cuando me atrapaba rodando los ojos, sólo guiñaba el ojo y decía:
―Todos piensan que estás muerta, encanto. Es importante hacer un buen
espectáculo.
Así que mantenía mi parte del trato y representaba mi papel. Sonreía con gracia
e invocaba la luz para que brillara sobre los tejados y campanarios y bañara con
calidez los rostros asombrados. La gente lloraba, las madres me traían a sus bebés
para que los besara, y los ancianos se inclinaban sobre mi mano, con las mejillas
empapadas de lágrimas. Me sentía como un completo fraude, y eso le dije a
Nikolai.
Leigh Bardugo Dark Guardians
***
Ravka en verano estaba en su mejor momento, con sus campos cubiertos de
dorado y verde, el aire aromático y dulce con la esencia del heno caliente. A pesar 116
de las protestas de Nikolai, insistí en abstenerme de las comodidades de la litera.
Mi trasero estaba adolorido y mis muslos se quejaban ruidosamente cuando me
liberaba de la montura cada noche, pero montar mi propio caballo significaba aire
fresco y la oportunidad de observar a Mal cada día de viaje. No hablaba mucho,
pero parecía estarse ablandando un poco.
Nikolai había hecho circular la historia de cómo el Darkling había intentado
ejecutar a Mal en el Abismo. Le había ganado a Mal instantánea confianza entre los
soldados, e incluso una pequeña porción de fama. Ocasionalmente exploraba con
los rastreadores de la unidad, y estaba intentando enseñarle a Tolya a cazar,
aunque el gran Grisha no era muy apto para merodear en silencio entre los árboles.
En el camino que salía de Sala, estábamos pasando por un terreno de olmos
blancos cuando Mal se aclaró la garganta y dijo:
―Estaba pensando…
Me enderecé y le brindé mi completa atención. Era la primera vez que iniciaba
una conversación desde que habíamos dejado Kribirsk.
Se removió en su montura, sin mirarme a los ojos.
―Estaba pensando en quién podríamos reclutar para completar la guardia.
Fruncí el ceño.
―¿La guardia?
Se aclaró la garganta.
―Para ti. Unos cuantos hombres de Nikolai parecen bien, y creo que Tolya y
Tamar deberían entrar en consideración. Son shu, pero son Grisha, así que no
debería haber problema. Y también… bueno, estoy yo.
No creía haber visto nunca a Mal ruborizarse de verdad.
Leigh Bardugo Dark Guardians
Sonreí.
―¿Estás diciendo que quieres ser el capitán de mi guardia personal?
Mal me lanzó una mirada, con los labios torciéndosele en una sonrisa.
―¿Voy a poder usar un sombrero extravagante?
―El más extravagante ―contesté―. Y posiblemente una capa.
―¿Tendrá plumas?
―Oh sí, muchas.
―Entonces me apunto.
Quería dejarlo allí, pero no pude contenerme.
―Creí… creí que tal vez querrías regresar a tu unidad, volver a ser rastreador.
Mal estudió el nudo en sus riendas.
―No puedo regresar. Con algo de suerte, Nikolai puede evitar que me
cuelguen…
―¿Con algo de suerte? ―chillé.
―Deserté de mi puesto, Alina. Ni siquiera el Rey puede volver a hacerme 117
rastreador.
La voz de Mal era estable, tranquila.
«Se adapta», pensé. Pero sabía que una parte de él siempre se lamentaría por la
vida que estaba destinado a tener, la vida que podría haber tenido sin mí.
Señaló con la cabeza a donde la espalda de Nikolai era apenas visible en la
columna de jinetes.
―Y no hay forma de que te deje sola con el Príncipe Perfecto.
―Entonces ¿no confías en mí para resistirme a sus encantos?
―Ni siquiera confío en mí mismo. Nunca he visto a nadie manipular a una
multitud cómo él. Estoy bastante seguro que las rocas y árboles se están
preparando para jurarle lealtad.
Me reí y me eché hacia atrás, sentí el sol al calentarme la piel a través de la
sombra moteada de las ramas de los árboles. Toqué el grillete de la sierpe de mar,
oculta por mi manga. Por ahora, quería mantener el segundo amplificador en
secreto. Los Grisha de Nikolai habían jurado guardar silencio, y sólo podía esperar
que contuvieran la lengua.
Mis pensamientos derivaron al pájaro de fuego. Una parte de mí aún no podía
creer que fuera real. ¿Luciría como en las páginas del libro rojo, con las plumas
forjadas en blanco y dorado? ¿O sus alas estarían cubiertas de fuego? ¿Y qué clase
de monstruo le dispararía una flecha para derribarlo?
Me había rehusado a tomar la vida del ciervo, e incontable gente había muerto a
causa de ello… los ciudadanos de Novokribirsk, los Grisha y soldados que había
abandonado en el esquife del Darkling. Pensé en los altos muros de la iglesia
cubiertos por los nombres de los muertos.
Leigh Bardugo Dark Guardians
***
Al día siguiente aparecieron los primeros peregrinos. Lucían como cualquier
otro pueblerino, esperando en el camino para ver pasar a la procesión real, pero
traían puestos brazaletes y cargaban mantas con el blasón de un sol naciente.
Sucios por los largos días de viaje, cargaban morrales y sacos llenos con sus pocas
pertenencias, y cuando me veían con mi kefta azul y el collar de ciervo alrededor 118
del cuello, se abalanzaban hacia mi caballo murmurando «Sankta, Sankta», e
intentaban agarrar mi manga o mi dobladillo. A veces caían de rodillas y tenía que
tener cuidado o arriesgarme a que mi caballo coceara a uno de ellos.
Creía que me había acostumbrado a toda la atención, incluso el ser manoseada
por extraños, pero esto se sentía diferente. No me gustaba que me llamaran
«Santa», y había algo hambriento en sus rostros que ponía mis nervios al límite.
Conforme nos adentrábamos en Ravka, las multitudes crecían. Venían de todas
direcciones, de ciudades, pueblos y puertos. Se arremolinaban en las plazas de las
villas y a un costado de la Vy; hombres, mujeres, viejos y jóvenes, algunos a pie,
algunos montados en burros o amontonados en carros de heno. Adónde fuéramos,
gritaban mi nombre.
A veces era Sankta Alina, a veces Alina la Justa o la Brillante o la Piadosa. Hija
de Keramzin, gritaban, Hija de Ravka. Hija del Abismo. Rebe Dva Stolba, me
llamaban, Hija de Dos Molinos, en honor al valle que era hogar del asentamiento
anónimo de mi nacimiento. Tenía el recuerdo más vago de las ruinas que dieron
nombre al valle, dos husos de roca al lado de un camino polvoriento. El Apparat
había estado ocupado desenterrando mi pasado, rebuscando entre los escombros
para construir la historia de una Santa.
Las expectativas de los peregrinos me aterraban. En lo que a ellos concernía,
había venido a liberar Ravka de sus enemigos, del Abismo de las Sombras, del
Darkling, de la pobreza, del hambre, del dolor de pies y los mosquitos y cualquier
otra cosa que pudiera causarles problemas. Me rogaban que los bendijera, que los
curara, pero sólo podía invocar luz, saludarlos y dejar que me tocaran la mano.
Todo era parte del espectáculo de Nikolai.
Leigh Bardugo Dark Guardians
―Bueno, eso lo explica ―dijo Nikolai, golpeteó los dedos rítmicamente contra
su muslo y mientras su mente se agitaba por las posibilidades.
―¿Explica qué?
―Que aún estemos vivos, que mi padre aún esté en el trono. Si el Darkling
pudiera simplemente levantar un ejército de sombras, ya habría marchado en
nuestra contra. Esto es bueno ―dijo, decidido―, nos da tiempo.
La pregunta era cuánto. Rememoré el deseo que había sentido al mirar las
estrellas a bordo del Volkvolny. El hambre de poder había corrompido al Darkling;
por lo que sabía, también podría haber corrompido a Morozova. Juntar los
amplificadores podría desatar una clase de miseria que el mundo nunca había
visto.
Me froté los brazos, en un intento de quitarme el escalofrío que se había
apoderado de mí. No podía contarle estas dudas a Nikolai, y Mal ya estaba lo
suficientemente reacio con el rumbo que habíamos elegido.
―Sabes contra qué nos enfrentamos ―dije―. El tiempo puede no ser suficiente. 122
―Os Alta está potentemente fortificada. Está cerca de la base de Poliznaya y,
más importante, está lejos tanto de la frontera norte como sur.
―¿Eso nos ayuda?
―El alcance del Darkling es limitado. Cuando inutilizamos su barco, no fue
capaz de enviar a los nichevo’ya a que nos persiguieran. Eso significa que tendrá
que entrar a Ravka con sus monstruos. Las montañas del este son impenetrables, y
no puede cruzar el Abismo sin ti, así que tendrá que venir tras nosotros por Fjerda
o Shu Han. Por donde venga, lo sabremos de inmediato.
―¿Y el Rey y la Reina se quedarán?
―Si mi padre deja la capital ahora, sería igual que entregarle el país al
Darkling. Además, no sé si está lo suficientemente fuerte para viajar.
Pensé en la kefta roja de Genya.
―¿No se ha recuperado?
―Han mantenido lo peor lejos de los rumores, pero no, no se ha recuperado y
dudo que lo haga. ―Se cruzó de brazos y ladeó la cabeza―. Tu amiga es
impresionante, como envenenadora.
―No es mi amiga ―contradije, aunque las palabras sonaron infantiles a mis
oídos y me supieron a traición. Culpaba a Genya de muchas cosas, pero no de lo
que le había hecho al Rey. Nikolai parecía tener espías por todos lados; me
preguntaba si sabía qué clase de hombre era en realidad su padre―. Y dudo que
utilizara veneno.
―Le hizo algo, ninguno de sus doctores puede encontrar una cura, y mi madre
no dejará que ningún Sanador Corporalnik se le acerque. ―Después de un
momento, Nikolai dijo―. En realidad fue un movimiento astuto.
Leigh Bardugo Dark Guardians
***
Leigh Bardugo Dark Guardians
Sonrió.
―¿Temes que Oretsev se pregunte qué estamos haciendo?
Eso es exactamente lo que me preocupaba.
―Me preocupa que si me veo forzada a pasar otro minuto contigo, pueda
vomitar sobre mi kefta.
―Es un actuación, Alina. Cuanto más fuerte nuestra alianza, mejor será para
ambos. Lo lamento si es una piedra en el zapato de Mal, pero es necesario.
―Ese beso no fue necesario.
―Estaba improvisando ―dijo―. Me dejé llevar.
―Tú nunca improvisas ―espeté―. Todo lo que haces es calculado, cambias de
personalidad como otra gente cambia de sombrero. Y ¿sabes qué? Es espeluznante.
¿Nunca eres sólo tú mismo?
―Soy un príncipe, Alina. No puedo permitirme ser yo mismo.
Dejé escapar un suspiro enojado.
Guardó silencio durante un momento y entonces dijo: 126
―Yo… ¿realmente crees que soy espeluznante?
Era la primera vez que había sonado menos seguro de sí mismo. A pesar de lo
que había hecho, en realidad me sentía un poco mal por él.
―Ocasionalmente ―admití.
Se frotó la nuca con la mano, parecía claramente incómodo. Entonces suspiró y
se encogió de hombros.
―Soy el hijo menor, probablemente un bastardo, y he estado lejos de la corte
por casi siete años. Voy a hacer todo lo que pueda para aumentar mis posibilidades
para el trono, y si eso significa cortejar una ciudad entera o ponerte ojos de borrego,
entonces lo haré.
Lo miré con ojos desorbitados. En realidad no había oído nada después de la
palabra «bastardo». Genya había insinuado que había rumores sobre el linaje de
Nikolai, pero me asombraba que él los conociera.
Se rio.
―Nunca vas a sobrevivir en la corte si no aprendes a ocultar un poquito mejor
lo que piensas. Luces como si acabaras de sentarte en un cuenco de papilla helada.
Cierra la boca.
Cerré la boca de sopetón e intenté arreglar mis rasgos en una expresión plácida.
Eso sólo hizo que Nikolai riera mucho más.
―Ahora luces como si hubieras tomado demasiado vino.
Me rendí y me dejé caer contra el asiento.
―¿Cómo puedes bromear sobre algo así?
―He oído esos susurros desde que era un niño. No es algo que me gustaría que
repitieran afuera de esta litera, y lo negaré si lo dices, pero no me podría importar
Leigh Bardugo Dark Guardians
menos si tengo o no sangre Latsov. De hecho, dada toda la endogamia real, ser un
bastardo es probablemente un punto a mi favor.
Sacudí la cabeza. Era absolutamente desconcertante. Era difícil saber qué
tomarse en serio en lo que se refería a Nikolai.
―¿Por qué la corona es tan importante para ti? ―pregunté―. ¿Por qué pasar
por todo esto?
―¿Es tan difícil creer que puede que me importe de verdad lo que le sucede a
este país?
―¿Honestamente? Sí.
Se estudió las puntas de sus botas pulidas. Nunca podía descubrir cómo las
mantenía tan brillantes.
―Supongo que me gusta arreglar cosas ―admitió―. Siempre ha sido así.
No era una gran respuesta, pero de alguna forma sonaba cierto.
―¿De verdad crees que tu hermano se hará a un lado?
―Eso espero. Sabe que el Primer Ejército me seguirá, y no creo que tenga 127
estómago para una guerra civil. Además, Vasily heredó la aversión de nuestro
padre por el trabajo duro. Una vez que se dé cuenta lo que realmente requiere
dirigir un país, dudo que pueda huir lo suficientemente rápido de la capital.
―¿Y si no renuncia tan fácilmente?
―Es una simple cuestión de encontrar el incentivo correcto. Indigente o
príncipe, todos los hombres tienen su precio.
Más sabiduría de la boca de Nikolai Lantsov. Eché un vistazo por la ventana de
la litera. Sólo pude ver a Mal sentado en su montura, mientras mantenía el paso de
la litera.
―No todos ―murmuré.
Nikolai siguió mi mirada.
―Sí, Alina, incluso tu campeón incondicional tiene su precio. ―Volvió hacia mí
sus ojos avellana pensativos―. Y sospecho que lo estoy mirando ahora mismo.
Me removí incómoda en el asiento.
―Estás tan seguro de todo ―dije con acidez―. Tal vez decidiré que quiero el
trono y te asfixiaré mientras duermes.
Nikolai sólo sonrió.
―Al fin ―dijo―, ya estás pensando como política.
***
Eventualmente, Nikolai cedió y bajó de la litera, pero pasaron horas antes de
que nos detuviéramos para pasar la noche. No tuve que buscar a Mal; cuando la
puerta de la litera se abrió, estaba allí, ofreciéndome la mano para ayudarme a
bajar. La plaza estaba abarrotada de peregrinos y otros viajeros, todos estiraban los
Leigh Bardugo Dark Guardians
cuellos para conseguir una mejor vista de la Invocadora del Sol, pero no estaba
segura de que tuviera otra oportunidad de hablar con él.
―¿Estás enojado? ―susurré mientras me conducía por la calle empedrada.
Podía ver a Nikolai del otro lado de la plaza, hablando ya con un grupo de
dignatarios locales.
―¿Contigo? No, pero Nikolai y yo vamos a intercambiar unas palabras cuando
no esté rodeado por una guardia armada.
―Si te hace sentir mejor, lo pateé.
Mal se rio.
―¿En serio?
―Dos veces, ¿eso ayuda?
―De hecho, sí.
―Le pisaré el pie esta noche durante la cena. ―Eso no entraba en el acuerdo de
la prohibición de patear.
―Entonces nada de mariposas en el estómago ni desmayos, ¿ni siquiera en los 128
brazos de un príncipe?
Me estaba tomando el pelo, pero escuché la incertidumbre tras sus palabras.
―Parece que soy inmune ―repliqué―. Y afortunadamente, sé cómo debería
sentirse un beso real.
Lo dejé parado en mitad de la plaza. Me podría acostumbrar a hacer sonrojar a
Mal.
***
La noche antes de que entráramos a Os Alta, nos quedamos en la dacha1 de un
noble menor que vivía a unos cuantos kilómetros de los muros de la ciudad. Me
recordó un poco a Keramzin por las grandes puertas de hierro, el camino largo y
derecho hasta la casa elegante de dos alas amplias de ladrillos pálidos.
Aparentemente, el Conde Minkoff era conocido por cultivar árboles frutales enanos
y los pasillos de la dacha estaban cubiertos de unos pequeños topiarios hábilmente
ubicados que llenaban las habitaciones con la dulce esencia de duraznos y ciruelas.
Me proveyeron de un aposento elegante en el segundo piso. Tamar se adueñó
de la habitación adjunta y Tolya y Mal se alojaron al otro lado del pasillo. Una gran
caja me esperaba en mi cama, y dentro encontré la kefta, con la que finalmente había
cedido y encargado la semana anterior. Nikolai había enviado órdenes al Pequeño
Palacio y reconocí el trabajo de los Fabricadores Grisha en la seda azul oscuro
entretejida con hebras doradas. Esperaba que fuera pesada en mis manos, pero los
artesanos Materialnik habían tratado la tela para hacerla casi ingrávida. Cuando
1
Dacha: Hogar ruso.
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me la pasé por la cabeza, brilló y titiló como un rayo de luz que atraviesa el agua.
Los broches eran pequeños soles dorados, era hermosa y un tanto esplendorosa;
Nikolai la aprobaría.
La señora de la casa había enviado una doncella para que me peinara. Me sentó
junto al tocador y cloqueó y se impacientó por los nudos de mi cabello mientras
acomodaba mis bucles en un nudo flojo. Tenía una mano mucho más suave que
Genya, pero los resultados no eran ni de cerca tan espectaculares. Me arranqué el
pensamiento de la cabeza. No me gustaba pensar en Genya, lo que le podría haber
sucedido después de que dejáramos el ballenero, o cuán solitario se sentiría el
Pequeño Palacio sin ella.
Le agradecí a la doncella y, antes de dejar mi habitación, levanté la bolsita de
terciopelo negro que había venido en la caja con mi kefta. Me la deslicé en el
bolsillo, revisé que el grillete estuviera oculto bajo mi manga y me encaminé al piso
de abajo.
La charla de la cena se centró en los últimos sucesos, el posible paradero del 129
Darkling, y los acontecimientos en Os Alta. La ciudad se había inundado de
refugiados, a los que llegaban se les mandaba de vuelta en la entrada principal y
había rumores de revueltas por la comida en el pueblo. Parecía imposiblemente
lejos de este lugar reluciente.
El Conde y su esposa, una dama regordeta de rizos grises y un escote
alarmantemente revelador, ofrecieron una mesa prodigiosa. Comimos sopa fría en
tazas enjoyadas con forma de calabaza, cordero asado sazonado con jalea de
grosella, hongos horneados en crema y un platillo que sólo yo comí y que después
descubrí que era cuco en brandy. Cada plato y vaso tenía bordes de plata y el
escudo de armas de los Minkoff. Pero lo más impresionante era el centro de mesa
que llegaba de extremo a extremo: un bosque vivo en miniatura representado en
elaborado detalle, completado con un bosquecillo de diminutos pinos, una
enredadera de campánulas con flores no mayores a la uña del dedo y una pequeña
choza que ocultaba el salero.
Me senté entre Nikolai y el Coronel Raevsky y escuché a los huéspedes del
noble reír, charlar y hacer brindis tras brindis por el regreso del joven príncipe y la
salud de la Invocadora del Sol. Le había pedido a Mal que se nos uniera, pero se
rehusó y eligió patrullar los terrenos con Tamar y Tolya. A pesar de lo mucho que
intentaba mantener la mente en la conversación, continuaba echando vistazos a la
terraza, con la esperanza de verlo.
Nikolai debió haberlo notado, porque susurró:
―No tienes que prestar atención, pero sí tienes que aparentar que estás
prestando atención.
Leigh Bardugo Dark Guardians
Hice mi mayor esfuerzo, aunque no tenía mucho que decir. Incluso vestida con
una kefta resplandeciente, y sentada junto a un príncipe, seguía siendo una
campesina de una ciudad sin nombre. No pertenecía allí con esa gente, y no quería
pertenecer. Aun así, le dirigí una plegaria silenciosa de agradecimiento a Ana Kuya
por haber enseñado a los huérfanos cómo sentarse a la mesa y qué tenedor utilizar
para comer caracoles.
Después de la cena, nos condujeron a una salita donde el Conde y la Condesa
cantaron un dueto, acompañados por su hija en el arpa. Los postres se pusieron en
una mesa lateral: mouse de miel, una compota de arce y melón y una torre de
pastitas cubiertas con nubes de azúcar espolvoreada que tenían más el propósito de
que las vieras con ojos hambrientos en vez de comerlas de verdad. Hubo más vino,
más chismorreo. Me pidieron que invocara luz y convoqué un cálido brillo en el
techo artesonado ante unos aplausos entusiastas. Cuando algunos de los huéspedes
se sentaron a jugar cartas, aludí a un dolor de cabeza e hice mi silencioso escape.
Nikolai me alcanzó en las puertas de la terraza. 130
―Deberías quedarte ―dijo―. Es buena práctica para la monotonía de la corte.
―Los Santos necesitan descanso.
―¿Planeas dormir bajo un rosal? ―preguntó y le echó una mirada al jardín.
―He sido un buen oso bailarín, Nikolai. He hecho todos mis trucos y ahora es
tiempo de que diga buenas noches.
Nikolai suspiró.
―Tal vez sólo desearía ir contigo. La Condesa no paró de apretarme la rodilla
por debajo de la mesa durante la cena, y odio jugar a las cartas.
―Creí que eras el político consumado.
―Te dije que tengo problemas con quedarme quieto.
―Entonces sólo tendrás que pedirle a la Condesa que baile contigo ―dije con
una sonrisa y salí al aire nocturno.
Mientras descendía los escalones de la terraza, miré por sobre el hombro.
Nikolai aún permanecía en el umbral. Traía su uniforme militar al completo, con
una banda de color azul pálido sobre el pecho. La luz de la salita hacia brillar sus
medallas e iluminaba las puntas de su cabello dorado. Esta noche estaba
interpretando el papel del elegante príncipe; pero allí parado, sólo lucía como un
chico solitario que no deseaba regresar a la fiesta solo.
Volteé y bajé por la escalera curvada hasta el jardín.
No me tomó mucho encontrar a Mal. Estaba recargado contra el tronco de un
gran roble y escrutaba los terrenos bien cuidados.
―¿Alguien acecha en la oscuridad? ―pregunté.
―Sólo yo.
Me apoyé contra el tronco, a su lado.
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―¿Aquí?
Mal puso una mano sobre mi brazo.
―Alina, espera adentro, al menos hasta que veamos de qué se trata esto.
Dudé. Una parte de mí se rebelaba a que le dijeran que corriera y ocultara la
cabeza, pero tampoco quería ser estúpida. Un grito se elevó de algún lugar cercano
a la entrada.
―No ―dije y me solté del agarre de Mal―. Si realmente son Grisha, podrían
necesitarme.
Ni Tamar ni Mal lucían complacidos, pero tomaron posiciones a mis costados y
nos apresuramos por el sendero de grava.
Una multitud se había reunido a las puertas de hierro de la dacha. Tolya era
fácil de distinguir, pues sobresalía por sobre todos los demás. Nikolai estaba al
frente, rodeado de soldados con las armas listas, además de sirvientes armados de
la casa del Conde. Un grupito de gente estaba reunido al otro lado de los barrotes,
pero no podía ver más que eso. Alguien le dio a la reja un furioso zarandeo, y 133
escuché el clamor de voces elevándose.
―Llévenme allí ―dije. Tamar le lanzó a Mal una mirada preocupada. Levanté
la barbilla. Si iban a ser mis guardias, tendrían que seguir mis órdenes―. Ahora.
Necesitaba saber qué estaba sucediendo antes de que las cosas se nos fueran de
las manos.
Tamar le hizo señas a Tolya, y el gigante se paró frente a nosotros; fácilmente
abrió paso con el hombro por entre la multitud, hasta las puertas. Yo siempre había
sido pequeña, metida entre Mal y los gemelos, con soldados inquietos que nos
empujaban por todos lados, repentinamente se sintió muy difícil respirar. Aquieté
mi pánico y vi pasar cuerpos y espaldas hasta donde Nikolai discutía con alguien
ante las puertas.
―Si quisiéramos hablar con el lacayo del rey, estaríamos a las puertas del Gran
Palacio ―dijo una voz impaciente―. Vinimos por la Invocadora del Sol.
―Muestra algo de respeto, desangrador ―ladró un soldado que no reconocí―.
Te estás dirigiendo al príncipe de Ravka y a un oficial del Primer Ejército.
No estaba yendo bien, me acerqué más al frente de la multitud, pero me
sobresalté cuando vi al Corporalnik parado al otro lado de los barrotes de hierro.
―¿Fedyor?
Su rostro alargado mostró una sonrisa, y se inclinó profundamente.
―Alina Starkov ―dijo―. Sólo podía esperar que los rumores fueran ciertos.
Estudié a Fedyor con cuidado. Estaba rodeado por un grupo de Grisha que
vestían keftas cubiertas de polvo, mayormente del rojo Corporalnik, algunos del
azul Etherealnik y unos poquísimos del púrpura Materialnik.
―¿Lo conoces? ―preguntó Nikolai.
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―Sí ―contesté―. Me salvó la vida. ―Fedyor se había puesto una vez entre un
enjambre de asesinos fjerdanos y yo.
Volvió a hacer una reverencia.
―Fue un gran honor.
Nikolai no lucía impresionado.
―¿Es de confianza?
―Es un desertor ―dijo el soldado junto a Nikolai.
Hubo gruñidos en ambos lados de las puertas.
Nikolai apuntó a Tolya.
―Haz que retrocedan todos y asegúrate que a ninguno de esos sirvientes se les
ocurra empezar a disparar. Sospecho que carecen de emoción aquí fuera entre los
árboles frutales. ―Se giró de nuevo a las puertas―. Fedyor, ¿verdad? Danos un
momento. ―Me llevó a cierta distancia de la multitud y dijo en voz baja―. ¿Y bien?
¿Es de confianza?
―No lo sé. ―La última vez que había visto a Fedyor había estado en una fiesta 134
en el Gran Palacio, sólo horas antes de que descubriera los planes del Darkling y
huyera en la parte trasera de un vagón. Me estrujé el cerebro, en un intento de
recordar lo que me había dicho entonces―. Creo que estaba estacionado en la
frontera sur. Es un Cardio de alto rango, pero no uno de los favoritos del Darkling.
―Nevsky tiene razón ―dijo, asintiendo hacia el soldado enojado―. Grisha o
no, su lealtad más importante debía haber sido para el Rey. Dejaron sus puestos,
técnicamente son desertores.
―Eso no los hace traidores.
―La pregunta real es si son espías.
―Entonces, ¿qué hacemos con ellos?
―Podríamos arrestarlos, interrogarlos.
Jugueteé con mi manga, pensativa.
―Dímelo ―dijo Nikolai.
―¿No queremos que los Grisha regresen? ―pregunté―. Si arrestamos a todos
los que regresan, no tendré mucho ejército que liderar.
―Recuerda ―dijo―, comerás con ellos, trabajarás con ellos, dormirás bajo el
mismo techo que ellos.
―Y todos ellos podrían estar trabajando para el Darkling. ―Miré por sobre el
hombro a donde Fedyor esperaba pacientemente junto a las puertas―. ¿Tú qué
crees?
―No creo que estos Grisha sean más o menos confiables que los que están
esperando en el Pequeño Palacio.
―Eso no es muy alentador.
Leigh Bardugo Dark Guardians
―Una vez que estemos tras los muros del palacio, toda la comunicación será
monitorizada de cerca. Es difícil imaginar cómo podría utilizar el Darkling a sus
espías si no puede llegar hasta ellos.
Resistí la urgencia de tocar las cicatrices que tenía en el hombro. Respiré.
―Muy bien ―dije―. Abre las puertas. Hablaré con Fedyor y sólo con él. El
resto puede acampar afuera de la dacha esta noche y unírsenos mañana camino a
Os Alta.
―¿Estás segura?
―Dudo que nunca vuelva a estar segura de nada, pero mi ejército necesita
soldados.
―Muy bien ―dijo Nikolai con un corto asentimiento―. Sólo ten cuidado en
quién confías.
Le dirigí una mirada incisiva.
―Lo tendré.
135
Leigh Bardugo Dark Guardians
Fedyor y yo hablamos hasta tarde esa noche, aunque nunca estuvimos solos,
pues Mal, Tolya o Tamar siempre estaban ahí, vigilando. Fedyor había servido
cerca de Sikursk en el borde sureste. Cuando los rumores de la destrucción de
Novokribirsk llegaron al puesto de avanzada, los soldados del Rey se habían
vuelto en contra de los Grisha; los habían sacado de sus camas en medio de la
noche y habían montado juicios falsos para determinar su lealtad. Fedyor había
ayudado a dirigir un escape.
―Podríamos haberlos matado a todos ―dijo―. En cambio, nos llevamos a 136
nuestros heridos y escapamos.
Algunos Grisha no habían sido tan indulgentes. Se habían producido masacres
en Chernast y Ulensk cuando los soldados habían intentado atacar a miembros del
Segundo Ejército. Mientras tanto, Mal y yo habíamos estado a bordo de la
Verrhader, con rumbo oeste, a salvo del caos que habíamos ayudado a desatar.
―Hace unas semanas ―prosiguió Fedyor―, comenzaron a circular historias de
que había regresado a Ravka. Puede esperar a que más Grisha la busquen.
―¿Cuántos?
―No hay forma de saber con exactitud.
Como Nikolai, Fedyor creía que algunos Grisha se habían ocultado, esperando
a que se restaurara el orden, pero sospechaba que muchos más habían buscado al
Darkling.
―Él significa fuerza ―dijo Fedyor―. Significa seguridad. Eso es lo que
entienden los otros.
«O tal vez creen haber elegido el lado ganador» pensé sombríamente, pero
sabía que era más que eso. Había sentido el llamado del poder del Darkling. ¿No
era por eso que los peregrinos acudieron en manada a un santo falso? ¿El por qué
el Primer Ejército seguía marchando por un rey incompetente? A veces,
simplemente era más simple seguir.
Cuando Fedyor terminó su historia, pedí que le trajeran la cena y le sugerí que
debería estar preparado para viajar a Os Alta de madrugada.
―No sé qué tipo de recibimiento podemos esperar ―le advertí.
―Estaremos listos, moi soverenyi ―contestó, e hizo una reverencia.
Me sorprendí por el título. En mi mente, le seguía perteneciendo al Darkling.
Leigh Bardugo Dark Guardians
***
A la mañana siguiente, me puse mi kefta elaborada y descendí los escalones de
la dacha con Mal y los gemelos. Los rayos de sol dorados les brillaban en el pecho,
pero seguían usando ropa de campesinos. Puede que a Nikolai no le gustara, pero
quería eliminar las líneas que habían dividido a la Grisha y al resto de la gente de
los ravkanos.
Aunque nos habían advertido que Os Alta estaba llena de refugiados y 137
peregrinos, por una vez Nikolai no insistió en que viajara en litera. Quería que me
vieran entrar a la ciudad, pero eso no quería decir que no fuera a montar un
espectáculo. Mis guardias y yo montábamos caballos blancos, y hombres de su
regimiento nos flanqueaban por ambos lados, cada uno portando el águila bicéfala
ravkana y banderas engalanadas con soles dorados.
―Sutil, como siempre ―suspiré.
―La sutileza está sobrevalorada ―replicó mientas montaba a un tordo
rodado―. Y ahora, ¿deberíamos visitar el pintoresco hogar en el que crecí?
Era una mañana cálida, y los estandartes de nuestro cortejo colgaban inertes
mientras avanzábamos lentamente por la Vy hacia la capital. Normalmente, la
familia real hubiera pasado los meses cálidos en su palacio de verano en el distrito
de los lagos, pero Os Alta se podía defender con mayor facilidad, por lo que habían
elegido apoltronarse detrás de sus famosas murallas dobles.
Mi mente comenzó a vagar mientras avanzábamos. No había dormido mucho
y, a pesar de mis nervios, el calor de la mañana combinado con el balanceo regular
del caballo y el zumbido bajo de los insectos me hizo dormitar con la barbilla
contra el pecho; pero cuando llegamos a la cima del cerro a las afueras de la ciudad,
desperté de inmediato.
En la distancia se veía Os Alta, la Ciudad Soñada, con sus agujas blancas y
dentadas contra el cielo sin nubes. Pero entre nosotros y la capital, se interponían
filas y más filas de hombres armados, ordenados en formación militar perfecta.
Cientos de soldados del Primer Ejército, tal vez miles, de infantería, caballería,
oficiales y soldados; a la espalda llevaban rifles, y la luz del sol refulgía en las
empuñaduras de sus espadas.
Leigh Bardugo Dark Guardians
A pesar de que aún se veía receloso, Vasily le dirigió unas palabras a uno de los
oficiales al mando y subió a su montura con facilidad practicada. Los hermanos
tomaron sus lugares a la cabeza de la columna, y nuestra procesión comenzó a
avanzar otra vez.
―Muy bien hecho ―murmuró Mal cuando pasamos entre filas de soldados―.
Nikolai no ningún es tonto.
―Eso espero, por nuestro bien ―contesté.
A medida que nos acercábamos más a la capital, vi a lo que se referían los
invitados del conde Minkoff. Una ciudad de tiendas se alzaba alrededor de las
murallas, y una larga línea de personas esperaba en las puertas. Muchos de ellos
discutían con los guardias, sin duda pidiendo que los dejaran entrar. Soldados
armados vigilaban desde antiguas almenas, una buena precaución para un país en
guerra y un recordatorio mortal para que la gente de abajo mantuviera las cosas en
orden.
Obviamente, las puertas de la ciudad se abrieron de par en par para los 140
príncipes de Ravka y la procesión continuó a través de la multitud sin pausa.
Muchas de las tiendas y vagones estaban marcados con soles dibujados
toscamente, y mientras atravesábamos el campamento improvisado, escuché los
gritos ahora familiares de «Sankta Alina».
Me sentí tonta al hacerlo, pero me obligué a levantar una mano y saludar,
determinada a por lo menos hacer un esfuerzo. Los peregrinos vitorearon y me
devolvieron el saludo, muchos corrieron para ir al paso con nosotros. Pero algunos
refugiados permanecieron en silencio a un lado del camino, con los brazos
cruzados y expresiones escépticas e incluso abiertamente hostiles.
«¿Qué ven? ―me pregunté―. ¿Otra Grisha privilegiada en camino a su palacio
lujoso y seguro en la montaña, mientras ellos cocinan en fogatas y duermen a la
sombra de una ciudad que se niega a darles santuario? ¿O algo peor? ¿Una
mentirosa, un fraude? ¿Una muchacha que se atreve a bautizarse una santa en
vida?»
Me sentí agradecida cuando entramos a la protección de las murallas de la
ciudad.
Una vez en el interior, la procesión bajó la velocidad hasta ir a paso de tortuga.
La ciudad baja estaba llena a reventar, las aceras estaban atestadas de gente que
bajaba a la calle y detenía el tráfico. Las ventanas de las tiendas estaban cubiertas
de letreros que declaraban qué productos había disponibles, y largas filas se
extendían ante cada puerta. El hedor a orina y basura lo impregnaba todo. Quería
enterrar la nariz en mi manga, pero me tuve que conformar con respirar por la
boca.
Leigh Bardugo Dark Guardians
Cuando llegamos a la fuente con el águila bicéfala, Tolya me ayudó a bajar del
caballo. Alcé la vista con los ojos entrecerrados para admirar el Gran Palacio, y sus
terrazas de un blanco brillante llena de capa tras capa de ornamentos y estatuarios
dorados. Era tan feo e intimidante como recordaba. Vasily le entregó las tiendas de
su montura a un sirviente y se dirigió a los escalones de mármol sin mirar hacia
atrás.
Nikolai cuadró los hombros.
―Quédense en silencio e intenten parecer arrepentidos―nos murmuró, luego
subió la escalera para unirse a su hermano.
Mal estaba pálido. Me limpié el sudor de las manos en la kefta y seguimos a los
príncipes, dejando al resto de la comitiva atrás. En el interior, los pasillos del
palacio estaban en silencio mientras pasábamos de habitación a habitación
reluciente. Nuestras pisadas resonaban en el parqué pulido, y mi ansiedad creció
con cada paso. En las puertas de la sala del trono, vi que Nikolai tomaba aliento. Su
uniforme estaba inmaculado, y su rostro apuesto tenía las facciones de un príncipe 142
de cuento de hadas. De súbito extrañé la nariz quebrada y los ojos de color verde
turbio de Sturmhond.
Se abrieron las puertas y el lacayo anunció:
―Tsesarevich Vasily Lantsov y el Gran Duque Nikolai Lantsov.
Nikolai nos había dicho que no nos anunciarían, pero que debíamos entrar tras
él y Vasily. Con pasos vacilantes obedecimos, manteniendo una distancia
respetuosa con los príncipes.
Una larga alfombra azul pálido se extendía a lo largo de la habitación. Al final,
pululaba un grupo de cortesanos y consejeros elegantemente vestidos alrededor de
un estrado elevado. Sobre todos ellos se alzaban el Rey y la Reina de Ravka, en
tronos de color dorado a juego.
«No hay sacerdote» noté al acercarnos. El Apparat siempre parecía acechar
cerca del Rey, pero ahora estaba visiblemente ausente. Al parecer no lo habían
remplazado con ningún otro consejero espiritual.
El rey estaba mucho más frágil y débil que la última vez que lo había visto. Su
pecho estrecho parecía haberse estrechado más, y su bigote tenía parches grises.
Pero el cambio más grande se había producido en la Reina. Sin Genya ahí para que
le confeccionara el rostro, parecía haber envejecido veinte años en tan sólo unos
meses. Su piel había perdido su firmeza cremosa, unas arrugas profundas se
habían formado alrededor de su nariz y de su boca, y sus irises demasiado
brillantes se habían desvanecido a un azul más natural, pero menos llamativo. La
lástima que podría sentir hacia ella quedaba eclipsada por los recuerdos de cómo
había tratado a Genya. Tal vez si le hubiera mostrado menos desprecio a su
Leigh Bardugo Dark Guardians
sirvienta, Genya no se hubiera sentido obligada a irse con el Darkling. Tantas cosas
podrían haber sido diferentes.
Cuando llegamos a la base del estrado, Nikolai efectuó una profunda
reverencia.
―Moi tsar ―dijo―. Moya tsaritsa.
Por un momento largo y angustioso, el Rey y la Reina contemplaron a su hijo.
Entonces, algo frágil pareció romperse en la Reina. Se levantó del trono de un salto
y bajó los escalones en una ráfaga de seda y perlas.
―¡Nikolai! ―exclamó al aferrarse a su hijo.
―Madraya ―dijo él con una sonrisa, devolviéndole el abrazo.
Los cortesanos que estaban observando murmuraron y aplaudieron un poco.
Los ojos de la Reina se llenaron de lágrimas. Era la primera emoción verdadera que
le había visto mostrar.
El Rey se puso de pie lentamente con la ayuda de un lacayo que se apresuró a
su lado y lo guio para bajar los escalones del estrado. De verdad estaba mal. 143
Comprendí que la sucesión podría suceder más temprano de lo que había pensado.
―Ven, Nikolai ―dijo el Rey extendiendo un brazo hacia su hijo―. Ven.
Nikolai le ofreció el codo a su padre, mientras su madre se aferraba a su otro
brazo y, sin siquiera reconocer nuestra presencia, salieron de la sala del trono.
Vasily los siguió y, aunque tenía el rostro impasible, no me perdí el fruncimiento
delator de sus labios.
Mal y yo nos quedamos ahí, inseguros de qué hacer a continuación. Era muy
tierno que toda la familia real desapareciera para una reunión privada, pero
¿dónde nos dejaba eso a nosotros? No nos habían despedido, pero tampoco nos
habían dicho que nos quedáramos. Los consejeros del Rey nos estudiaron con
franca curiosidad, mientras los cortesanos soltaban risitas nerviosas y
murmuraban. Resistí la urgencia de removerme y mantuve lo que esperaba fuera
una inclinación de cabeza altiva.
Los minutos pasaron lentamente. Estaba hambrienta y cansada, y estaba
bastante segura de que se me había adormecido uno de los pies, pero seguimos de
pie esperando. En cierto momento creí escuchar gritos desde el pasillo. Tal vez
estuvieran discutiendo sobre cuánto tiempo dejarnos esperando.
Por fin, después de casi una hora, la familia real regresó. El Rey estaba radiante,
y la Rey estaba pálida. Vasily parecía lívido. Pero el cambio más notable se había
producido en Nikolai. Parecía más relajado, y había recuperado el pavoneo al
caminar que reconocí de mi tiempo a bordo del Volkvolny.
Los reyes volvieron a sentarse en sus tronos. Vasily fue a ubicarse detrás del
trono del Rey, mientras que Nikolai tomaba su lugar detrás de la Reina. Ella
extendió la mano y él le posó una en el hombro. «Así se ve una madre con su hijo».
Leigh Bardugo Dark Guardians
Ya era muy mayor para estar suspirando por padres que nunca había conocido,
pero de todas formas me conmovió el gesto.
Cuando el Rey habló, me arrancó los pensamientos sentimentales de la mente.
―Eres muy joven para liderar el Segundo Ejército.
Ni siquiera se había dirigido a mí, pero incliné la cabeza en reconocimiento.
―Sí, moi tsar.
―Estoy tentado a condenarte a muerte ahora mismo, pero mi hijo dice que sólo
te convertiré en mártir.
Me puse rígida. «Al Apparat le encantaría ―pensé mientras el miedo me
atravesaba―. Otra ilustración encantadora para el libro rojo: Sankta Alina en la
Horca».
―Él cree que eres de confianza ―gorjeó el Rey―. Yo no estoy tan seguro. Tu
escape del Darkling parece una historia muy improbable, pero no puedo negar que
Ravka sí necesita tus servicios.
Lo hacía sonar como si yo fuera un guardia o la secretaria del condado. 144
«Arrepentida» me recordé, y me tragué una respuesta sarcástica.
―Sería el honor más grandioso el servirle a Ravka ―dije.
O bien el Rey le encantaba la adulación o Nikolai había hecho un trabajo
extraordinario alegando a mi causa, porque el Rey refunfuñó y dijo:
―Muy bien. Al menos de forma temporal, servirás como comandante de la
Grisha.
¿Podía ser así de fácil?
―Yo… gracias, moi tsar ―tartamudeé con gratitud perpleja.
―Pero comprende ―dijo, meneando un dedo en mi dirección―. Si encuentro
cualquier evidencia de que estás fomentando acciones en mi contra, o que has
tenido cualquier contacto con el apóstata, ordenaré que te cuelguen sin juico o
súplica. ―Alzó la voz a un gemido quejumbroso―. La gente dice que eres una
Santa, pero yo creo que sólo eres otra de sus harapientos refugiados. ¿Entiendes?
«Otra refugiada harapienta y tu mejor oportunidad para mantener ese trono
brillante» pensé con un sorprendente arranque de ira, pero me tragué el orgullo y
me incliné lo más que pude. ¿Así se había sentido el Darkling, como si lo obligaran
a inclinarse y arrastrarse delante de un idiota disoluto?
El Rey hizo un gesto vago con una mano de venas azules: nos estaba
despidiendo. Miré a Mal y Nikolai se aclaró la garganta.
―Padre ―dijo―, está el asunto del rastreador.
―¿Hm? ―exclamó el Rey levantando la mirada como si se hubiera quedado
dormido―. ¿El…? Ah, sí. ―Posó su mirada lagañosa en Mal y dijo con tono
aburrido―. Desertaste de tu puesto y desobedeciste órdenes del oficial al mando.
Esa ofensa amerita la horca.
Leigh Bardugo Dark Guardians
sentía, que de alguna forma arreglaríamos las cosas, pero sólo me apresuré para
mantener el ritmo, profundamente consciente de los lacayos que nos observaban
desde cada entrada.
Hicimos el camino de vuelta por los pasillos relucientes del palacio hasta la
escalera de mármol. Fedyor y sus Grisha nos esperaban junto a sus caballos. Se
habían limpiado lo mejor posible, pero sus keftas coloridas todavía parecían algo
enlodadas. Tamar y Tolya se encontraban algo alejados de ellos, los rayos de sol
que les había dado brillaban desde sus túnicas andrajosas.
Tomé aliento. Nikolai había hecho lo que podía, ahora era mi turno.
146
Leigh Bardugo Dark Guardians
El camino serpenteante de color blanco nos dirigió atravesando los terrenos del
palacio, pasados los pastos ondulantes y caprichos2, y los muros altos del laberinto
de setos. Tolya, quien por lo general siempre estaba inmóvil y silencioso, se retorcía
en la montura con una mueca hosca en los labios.
―¿Pasa algo? ―pregunté.
Pensé que podría no contestarme, pero entonces dijo:
―Aquí huele a debilidad, a gente ablandada.
Le lancé una mirada al guerrero gigantesco. 147
―Todos son blandos comparados a ti, Tolya.
Tamar por lo general aprovechaba cualquier oportunidad para reírse de su
hermano, pero me sorprendió al decir:
―Tiene razón. Pareciera que este lugar está agonizando.
No me eran de ayuda para a calmar los nervios. Nuestra audiencia en el salón
del trono me había dejado agitada, y seguía atónita por la furia que había sentido
hacia el Rey, aunque los Santos saben que se lo merecía. Era un asqueroso viejo
lascivo que le gustaba arrinconar sirvientas, sin mencionar el hecho de que era un
líder inservible y había amenazado con ejecutarnos a Mal y a mí en unos cuantos
minutos. Con sólo pensarlo sentía otra punzada de amargo resentimiento.
El corazón me palpitó más rápido cuando entramos al túnel boscoso. Los
árboles nos presionaban por todos lados, las ramas se entrelazaban para formar un
dosel verde; la última vez que las había visto, estaban desnudas de hojas.
Salimos a la brillante luz del sol. A nuestros pies yacía el Pequeño Palacio.
«Lo extrañé» me di cuenta. Había extrañado el brillo de sus cúpulas doradas,
esas extrañas paredes talladas con todo tipo de bestia, real e imaginaria. Había
extrañado el lago azul que resplandecía como un trozo de cielo, la islita no
exactamente en el centro y las salpicaduras blancas de los pabellones de los
Invocadores en la orilla. Era un lugar como ningún otro. Me sorprendí al descubrir
lo mucho que se sentía como un hogar.
2 Construcciones a menudo de carácter romántico ubicadas en jardines. Pueden servir como pabellones,
puentes, rotondas, etc.
Leigh Bardugo Dark Guardians
Pero no todo era como había sido. Había soldados del Primer Ejército apostados
en los terrenos, con rifles a la espalda. Dudaba que pudieran hacer mucho contra
una fuerza de Cardios, Impulsores e Infernos decididos, pero el mensaje era claro:
Los Grisha no eran de fiar.
Un grupo de sirvientes vestidos de gris esperaban en los escalones para llevarse
nuestros caballos.
―¿Preparada? ―susurró Mal mientras me ayudaba a desmontar.
―Desearía que la gente dejara de preguntarme eso. ¿No parezco preparada,
acaso?
―Te ves como cuando te eché un renacuajo a la sopa y te lo tragaste por
accidente.
Reprimí una carcajada y sentí que algo de preocupación me abandonaba.
―Gracias por el recordatorio ―dije―. No creo haberte hecho pagar por ello.
Me detuve para alisar los pliegues de mi kefta y me tomé mi tiempo, con la
esperanza de que las piernas me dejaran de temblar. Entonces subí los escalones, y 148
los demás me siguieron. Los sirvientes abrieron las puertas y entramos.
Atravesamos la fría y oscura sala de entrada y pasamos al Salón de la Cúpula
Dorada.
La habitación era un hexágono gigante con las proporciones de una catedral.
Sus paredes talladas tenían incrustaciones nacaradas y en lo alto había una enorme
cúpula dorada que parecía flotar sobre nosotros a una altura imposible. Había
cuatro mesas dispuestas formando un cuadrado en el centro de la habitación, y ahí
esperaban los Grisha. A pesar de sus números mermados seguían apegados a sus
Órdenes, y se encontraban sentados o de pie reunidos en grupos de rojo, púrpura o
azul.
―De verdad les encantan los colores bonitos ―refunfuñó Tolya.
―No me des ideas ―susurré―. Tal vez decida que mi guardia personal
debería usar bombachos de color amarillo brillante.
Por primera vez, vi que una expresión muy parecida al miedo le nublaba el
rostro.
Dimos un paso al frente y la mayoría de los Grisha se puso de pie. Era un grupo
joven y, con una punzada de inquietud, comprendí que muchos de los Grisha
mayores y más experimentados habían decidido desertar para unirse al Darkling.
O tal vez habían tenido la sabiduría suficiente para huir.
Había anticipado que no quedarían muchos Corporalki. Habían sido los Grisha
de rango más alto, los luchadores más valorados y más cercanos al Darkling.
Seguía habiendo varias caras familiares. Sergei era uno de los pocos Cardios
que habían decidido quedarse. Marie y Nadia se encontraban con los Etherealki, y
me sorprendí al ver a David encorvándose en su asiento en la mesa Materialki.
Leigh Bardugo Dark Guardians
Sabía que sentía recelos del Darkling, pero eso no le había impedido sellarme el
collar del ciervo al cuello. Tal vez por eso se negaba a mirarme, o tal vez sólo estaba
ansioso por volver a su taller.
La silla de ébano del Darkling había sido retirada y su mesa se encontraba
vacía.
Sergei fue el primero en adelantarse.
―Alina Starkov ―dijo, tenso―. Me complace darte la bienvenida al Pequeño
Palacio.
Noté que no se inclinaba. La tensión aumentó y palpitó en la sala como un ser
vivo. Parte de mí ansiaba destrozarla; sería fácil. Podría sonreír, reír, abrazar a
Marie y a Nadia. Si bien nunca había encajado muy bien aquí, armaría un
espectáculo decente. Sería un alivio fingir que era uno de ellos otra vez, pero
recordé las advertencias de Nikolai y me contuve. «La debilidad es una pose».
―Gracias, Sergei ―le dije, deliberadamente informal―. Me alegra estar aquí.
―Ha habido rumores de tu regreso ―comentó él―. Pero también de tu muerte. 149
―Como puedes ver, estoy viva y tan bien como se podría esperar después de
semanas de viaje por la Vy.
―Se dice que llegaste en compañía del segundo hijo del Rey ―dijo Sergei.
Ahí estaba. El primer desafío.
―Así es ―contesté afablemente―. Me auxilió en mi batalla contra el Darkling.
Un revuelo atravesó la sala.
―¿En el Abismo? ―preguntó Sergei con algo de confusión.
―En el Verdadero Océano ―lo corregí. Un murmuro se elevó de la multitud.
Alcé una mano y, para mi alivio, guardaron silencio.
«Consigue que cumplan las órdenes pequeñas y cumplirán las grandes».
―Tengo bastantes historias que contar e información que impartir ―anuncié―.
Pero eso puede esperar. He regresado a Os Alta con un propósito.
―La gente está hablando de una boda ―interpuso Sergei.
Bueno, Nikolai estaría emocionado.
―No he vuelto para ser una novia ―repuse―. He vuelto para liderar al
Segundo Ejército.
Todos comenzaron a hablar a la vez. Hubo algunas aclamaciones, y algunos
gritos enfurecidos. Vi que Sergei intercambiaba una mirada con Marie. Cuando la
habitación quedó en silencio, dijo:
―Nos lo esperábamos.
―El Rey ha accedido a que tenga el mando. ―«Temporalmente», pensé, pero
no lo dije en voz alta.
Estalló otra onda de gritos y parloteo.
Sergei se aclaró la garganta.
Leigh Bardugo Dark Guardians
«Obviamente iba a elegir este momento para salir de su cascarón» pensé con un
suspiro interno.
―¿Y tú quién eres? ―preguntó Sergei dejando traslucir su arrogancia natural.
Tolya se llevó una mano a la espada curvada.
―Soy Tolya Yul-Baatar. Crecí lejos de este cadáver al que llaman palacio, y
estaría feliz de probarte que puedo detenerte el corazón.
―¿Eres Grisha? ―inquirió Sergei, incrédulo.
―Tanto como tú ―replicó Tamar, con los ojos dorados centelleantes.
―¿Y qué hay sobre ti? ―le preguntó Sergei a Mal.
―Yo soy sólo un soldado ―contestó Mal, avanzando para ubicarse a mi lado―.
Su soldado.
―Igual que todos nosotros ―añadió Fedyor―. Regresamos a Os Alta para
servir a la Invocadora del Sol, y no a un niño que se las da de tonto.
Otro Corporalnik se puso de pie.
―Sólo eres un cobarde más que huyó cuando el Darkling cayó. No tienes 151
derecho a volver aquí e insultarnos.
―¿Y qué pasa con ella? ―gritó otro Impulsor―. ¿Cómo sabemos que no está
trabajando con el Darkling? Le ayudó a destruir Novokribirsk.
―¡Y compartió su cama! ―gritó otro.
«Nunca te dignes a negar» dijo la voz de Nikolai en mi cabeza.
―¿Cuál es tu relación con Nikolai Lantsov? ―demandó saber un Fabricador.
―¿Cuál era tu relación con el Darkling? ―gritó una voz estridente.
―¿Importa? ―pregunté con frialdad, pero sentía que el control se me iba de las
manos.
―Por supuesto que importa ―dijo Sergei―. ¿Cómo podemos estar seguros de
tu lealtad?
―¡No tienes derecho a cuestionarla! ―gritó uno de los Invocadores.
―¿Por qué? ―replicó un Sanador―. ¿Porque es una Santa en vida?
―¡Pónganla en una capilla donde pertenece! ―gritó alguien ―. ¡Sáquenla a ella
y a su gentuza del Pequeño Palacio!
Tolya se llevó una mano a la espada. Tanto Tamar como Sergei alzaron las
manos. Vi que Marie sacaba su pedernal y sentí que un remolino de viento de los
Invocadores me levantaba los bordes de la kefta.
Creí que estaba lista para enfrentarlos, pero no estaba preparada para el
torrente de ira que me atravesó. La herida en mi hombro palpitó y algo en mi
interior se liberó.
Miré el rostro desdeñoso de Sergei y mi poder se elevó con un propósito claro y
despiadado. Levanté un brazo. Si necesitaban una lección, se las daría. Podían
discutir sobre los trozos del cuerpo de Sergei. Tracé un arco en el aire con la mano,
Leigh Bardugo Dark Guardians
como lanzando un corte hacia él con la luz convertida una daga afilada por mi
furia.
En el último segundo, una astilla de cordura perforó la niebla vibrante de mi
furia. «No» pensé aterrorizada cuando me di cuenta de lo que estaba a punto de
hacer. Mi mente en pánico vaciló. Cambié de dirección y lancé el Corte hacia arriba.
Un crujido retumbante sacudió la habitación. Los Grisha gritaron y recularon,
amontonándose contra las paredes. La luz del día entró por una fisura dentada
sobre nosotros. Había resquebrajado la cúpula dorada como si fuera un huevo.
Un profundo silencio se asentó cuando todos los Grisha se giraron hacia mí con
incredulidad aterrorizada. Tragué, asombrada por lo que había hecho y
horrorizada por lo que casi había hecho. No debían ver mi miedo.
―¿Creen que el Darkling es poderoso? ―pregunté, sorprendida por la fría
claridad de mi voz―. No tienen idea de lo que es capaz. Sólo yo he visto lo que
puede hacer, sólo yo lo he enfrentado y vivido para contarlo.
Sonaba como una extraña a mis propios oídos, pero sentía el eco de mi poder 152
vibrando por mi cuerpo, y seguí adelante. Me giré lentamente, encontrando cada
mirada estupefacta.
―No me importa si creen que soy una Santa, una tonta o la puta del Darkling.
Si quieren permanecer en el Pequeño Palacio, me seguirán. Y si no les gusta, se irán
esta noche o los encarcelaré. Soy un soldado. Soy la Invocadora del Sol. Y soy la
única oportunidad que tienen.
Atravesé la habitación con pasos largos y abrí de golpe las puertas a la
recámara del Darkling, agradeciendo en silencio que no estuvieran cerradas con
seguro.
Caminé a ciegas por el pasillo, insegura de hacia dónde iba, pero ansiosa por
alejarme del salón abovedado antes de que alguien viera que estaba temblando.
Por suerte, encontré el camino hacia la sala de guerra. Mal entró detrás de mí, y
antes de que cerrara la puerta, vi que Tolya y Tamar tomaban sus posiciones.
Fedyor y los otros debían haber permanecido atrás. Con suerte, harían las paces
con el resto de la Grisha, o tal vez se matarían los unos a los otros.
Me paseé de allá para acá frente al mapa antiguo de Ravka que recorría el largo
de la pared más alejada.
Mal se aclaró la garganta.
―Creo que salió bien.
Un hipo de risa histérica se escapó de mis labios.
―A menos que intentaras derrumbar el techo completo sobre nosotros
―dijo―. Entonces supongo que sólo fue un éxito parcial.
Me mordisqueé un pulgar y seguí paseándome.
―Tenía que obtener su atención.
Leigh Bardugo Dark Guardians
a las cartas, y varias sillas muy rellenas ubicadas en torno a un horno de azulejos
para calentarse en invierno. A través de otra puerta, entreví filas de literas.
―Supongo que el Darkling tenía más guardias ―aventuró Tamar.
―Muchos más ―respondí.
―Podríamos traer más.
―Lo pensé ―dijo Mal―, pero no creo que sea necesario, y no estoy seguro de
en quién podemos confiar.
Tenía que concordar. Había puesto una cierta cantidad de fe en Tolya y en
Tamar, pero la única persona de la que de verdad me sentía segura, era Mal.
―Tal vez deberíamos considerar traer a algunos peregrinos ―sugirió Tamar―.
Algunos son ex militares. Debe haber buenos luchadores entre ellos, y ciertamente
han rendido sus vidas ante ti.
―Ni en sueños ―repliqué―. Si el Rey oye aunque sea un susurro de «Sankta
Alina», mi cuello estará en un nudo corredizo sin que me dé cuenta. Además, no
estoy segura de querer poner mi vida en las manos de alguien que piensa que me 154
puedo alzar de entre los muertos.
―Nos las arreglaremos ―prometió Mal.
Asentí.
―Muy bien. Y… ¿Puede alguien asegurarse de que reparen el techo?
En los rostros de Tolya y Tamar se dibujaron sonrisas idénticas.
―¿No podemos dejarlo así por unos días?
―No ―me reí―. No quiero que toda la estructura se derrumbe sobre nosotros.
Hablen con los Fabricadores, ellos deberían saber qué hacer. ―Pasé mi pulgar
sobre la piel rugosa que atravesaba mi palma―. Pero no permitan que lo dejen
perfecto ―añadí―. Las cicatrices son un buen recordatorio.
Regresé a la sala común principal y me dirigí a la sirvienta que merodeaba cerca
de la entrada.
―Comeremos aquí esta noche ―informé―. ¿Podría asegurarse de que nos
trajeran unas bandejas?
La sirvienta alzó las cejas, luego hizo una reverencia y salió.
Hice una mueca. Se suponía que debía dar órdenes, y no hacer peticiones.
Dejé a Mal y a los gemelos para que discutieran un horario de vigilancia, y
crucé las puertas de ébano. Las manillas eran dos delgadas lunas crecientes hechas
de lo que parecía ser hueso. Cuando las tomé y tiré, no se escuchó ningún crujido
ni rozadura de bisagras. Las puertas se abrieron sin hacer ruido.
Un sirviente había encendido las lámparas del cuarto del Darkling. Evalué la
habitación y dejé salir un largo suspiro. ¿Qué había estado esperando? ¿Un pozo?
¿Que el Darkling durmiera suspendido de las ramas de un árbol?
Leigh Bardugo Dark Guardians
La habitación era hexagonal, y sus paredes oscuras estaban talladas para dar la
ilusión de un bosque lleno de árboles delgados. Sobre la enorme cama con dosel, en
el techo abovedado forjado en una suave obsidiana negra, resplandecían virutas
nacaradas dispuestas en constelaciones. Era una habitación inusual y ciertamente
lujosa, pero seguía siendo un dormitorio.
Las estanterías no tenían libros. El escritorio y el tocador estaban vacíos. Todas
sus posesiones debían haber sido retiradas, y probablemente quemadas o hechas
añicos. Supuse que debía alegrarme que el Rey no hubiera demolido todo el
Pequeño Palacio.
Caminé hasta un costado de la cama y pasé la mano sobre la tela fría de la
almohada. Era bueno saber que una parte de él seguía siendo humana, que
recostaba su cabeza para descansar de noche igual que todos. Pero, ¿de verdad
podría dormir en esta cama, bajo su techo?
Con un sobresalto, me di cuenta que la habitación olía a él. Nunca había notado
que él tenía un aroma. Cerré los ojos y respiré profundo. ¿Qué era? El borde 155
definido del viento de invierno, ramas desnudas; el olor a ausencia, el olor de la
noche.
La herida en el hombro me hormigueó, y abrí los ojos. Las puertas del
dormitorio estaban cerradas. No las había oído al cerrarse.
―Alina.
Giré. El Darkling estaba de pie al otro lado de la cama.
Me tapé la boca con las manos para detener mi grito.
«Esto no es real ―me dije―. Sólo es otra alucinación, igual que en el Abismo».
―Mi Alina ―dijo con suavidad. Su rostro era hermoso, sin cicatrices. Perfecto.
«No voy a gritar, porque esto no es real, y cuando los demás lleguen corriendo,
no verán nada».
Rodeó la cama lentamente, sus pasos no hacían ruido.
Cerré los ojos, me los presioné con las manos y conté hasta tres. Cuando los
volví a abrir, él estaba justo frente a mí.
«No voy a gritar».
Retrocedí un paso y sentí la pared en mi espalda. Un sonido ahogado se liberó
como un chillido de mi garganta.
«No voy a gritar».
Él extendió una mano.
«No puede tocarme ―me dije―. Su mano me va a atravesar como un fantasma.
No es real».
―No puedes huir de mí ―susurró.
Sus dedos me rozaron la mejilla: sólidos, reales. Los sentí.
Leigh Bardugo Dark Guardians
Pero creí ya saberlo. En el papel que Sergei sacudía frente a mi cara reconocí mi
letra y los retazos del sello de rayo de sol dorado que Nikolai me había
proporcionado.
―Esto es inaceptable ―gruñó Sergei.
La noche anterior había enviado la orden de que convocaría un consejo de
guerra. Cada Orden Grisha tenía que elegir dos representantes para que asistieran.
Me alegraba ver que habían elegido a Fedyor además de a Sergei, aunque parte de
mi buena voluntad desapareció cuando intervino el mayor de los Grisha.
―Tiene razón ―dijo Fedyor―. Los Corporalki son la primera línea de defensa
Grisha. Estamos más experimentados en asuntos militares y debemos ser
representados más equitativamente.
―Somos igual de valiosos para el esfuerzo contra la guerra ―declaró Zoya,
sonrojada. Incluso irritada era preciosa. Había sospechado que la elegirían para
representar a los Etherealki, pero definitivamente no estaba contenta con ello―. Si
va a haber tres Corporalki en el consejo ―dijo―, entonces debería haber también 158
tres Invocadores.
Todo el mundo comenzó a gritar otra vez. Me di cuenta de que los Materialki
no se habían quejado. Como la Orden Grisha más baja, probablemente se
contentaban con ser incluidos, o quizá estaban demasiado ocupados poniéndose al
día en sus trabajos como para sentirse molestos.
Todavía no estaba lo bastante despierta. Quería mi desayuno, no discutir. Pero
sabía que esto tenía que lidiar con esto. Tenía pensado hacer las cosas de manera
diferente, y más les valía saber cuán diferente, o este esfuerzo se vendría abajo
antes de comenzar.
Levanté una mano y ellos se callaron inmediatamente. Evidentemente, tenía
calado ese truco. Puede que tuvieran miedo de que fuera a romper otro techo.
―Habrá dos Grisha de cada Orden ―dije―. Ni más, ni menos.
―Pero… ―empezó a decir Sergei.
―El Darkling ha cambiado. Si tenemos alguna esperanza de vencerlo, también
debemos cambiar. Dos Grisha por cada Orden ―repetí―. Y las Órdenes ya no se
sentarán separadas. Se sentarán juntos, comerán juntos, y lucharán juntos.
Al menos había conseguido que se callaran. Se quedaron ahí plantados,
boquiabiertos.
―Y los Fabricadores comenzarán su entrenamiento de combate esta semana
―finalicé.
Asimilé sus expresiones horrorizadas. Era como si les hubiera dicho que debían
marchar a la batalla desnudos. Los Materialki no eran considerados guerreros, de
modo que nadie se había molestado nunca en enseñarles a luchar. A mí me parecía
una oportunidad perdida. «Usa lo que sea o a quien sea que tengas enfrente».
Leigh Bardugo Dark Guardians
―Ya veo que están todos emocionados ―dije con un pequeño suspiro.
Desesperada por una taza de té, caminé hasta la mesa donde habían dejado la
bandeja del desayuno con los platos cubiertos. Alcé una de las tapas: pan de
centeno y arenques. Esa mañana no me había levantado con buen pie.
―Pero… pero siempre ha funcionado así ―balbuceó Sergei.
―No puedes anular cientos de años de tradición ―protestó el Inferno.
―¿De verdad vamos a discutir sobre esto también? ―pregunté, irritada―.
Estamos en guerra con un poder antiguo que va más allá de nuestro conocimiento,
¿y van a discutir por quién se sienta a su lado en la comida?
―Ese no es el punto ―intervino Zoya―. Las cosas tienen un orden, una
manera de hacerse que…
Comenzaron a parlotear de nuevo: sobre la tradición, sobre cómo se hacían las
cosas, sobre la necesidad de una estructura para que la gente conociera su lugar…
Volví a poner la cubierta sobre el plato con un fuerte clang.
―Vamos a hacerlo de esta forma ―dije, perdiendo la paciencia con rapidez―. 159
No más Corporalki arrogantes. No más camarilla Etherealki. Y no más arenques.
Zoya abrió la boca, pero después lo pensó mejor y se calló.
―Ahora, márchense ―ordené―. Quiero tomar desayuno en paz.
Durante un momento se quedaron ahí parados. Entonces Tamar y Tolya dieron
un paso al frente, y para mi gran sorpresa, los Grisha hicieron lo que les había
dicho. Zoya parecía molesta, y Sergei tenía el rostro tempestuoso, pero todos
arrastraron los pies dócilmente y salieron de la habitación.
Segundos después de que se marcharan, Nikolai apareció en la puerta y me di
cuenta de que había estado escuchando a escondidas en el pasillo.
―Bien hecho ―me felicitó―. El día de hoy será recordado para siempre como
el día del Gran Decreto del Arenque. ―Entró y cerró la puerta―. Aunque no ha
sido la forma más delicada de decirlo.
―No tengo tu talento para ser «entretenido y distante» ―dije, sentándome a la
mesa y desgarrando con impaciencia un panecillo―. Pero «gruñona» parece
funcionar conmigo.
Un sirviente llegó corriendo para traerme una taza de té del samovar. Estaba
dichosamente caliente y lo cargué de azúcar. Nikolai tomó una silla y se sentó sin
que se lo pidiera.
―¿De verdad no vas a comerte eso? ―preguntó, ya amontonando los arenques
en su plato.
―Asqueroso ―repliqué de forma concisa.
Nikolai le dio un gran mordisco.
―No sobrevives en el mar si no toleras el pescado.
Leigh Bardugo Dark Guardians
―Creía que debía estar protegiendo a Alina ―dijo Mal―, no corretear con un
montón de consentidos reales.
―Tolya y Tamar podrán arreglárselas en tu ausencia. Esta es una oportunidad
para que seas útil.
«Genial ―pensé mientras veía que Mal entrecerraba los ojos―. Simplemente
perfecto».
―¿Y qué es lo que hace usted para ser útil, Alteza?
―Soy un príncipe ―respondió Nikolai―. Ser útil no es parte de la definición
de ese trabajo. Pero ―añadió―, cuando no estoy holgazaneando ni siendo guapo,
intento equipar mejor el Primer Ejército y reunir inteligencia sobre el paradero del
Darkling. Se dice que ha entrado en las Sikurzoi.
Mal y yo nos espabilamos ante eso. Las Sikurzoi eran las montañas que
recorrían parte de la frontera entre Ravka y Shu Han.
―¿Crees que está en el sur? ―pregunté.
Nikolai se llevó otro trozo de arenque a la boca. 161
―Es posible ―contestó―. Pensé que preferiría aliarse con los fjerdanos, porque
la frontera norte es mucho más vulnerable. Pero las Sikurzoi son un buen lugar
donde esconderse. Si los informes son correctos, necesitamos movernos para forjar
una alianza con los shu tan rápido como podamos para poder marchar desde dos
frentes.
―¿Quieres llevarle la guerra? ―exclamé, sorprendida.
―Es mejor que esperar a que él sea lo suficientemente fuerte como para llegar
hasta nosotros.
―Me gusta ―dijo Mal, admirándolo a regañadientes―. No es algo que
esperaría el Darkling.
Recordé que, si bien Mal y Nikolai tenían sus diferencias, Mal y Sturmhond
habían estado cerca de hacerse amigos.
Nikolai tomó un sorbo de té.
―También hay noticias alarmantes del Primer Ejército. Parece que algunos
soldados han encontrado la religión y han desertado.
Fruncí el ceño.
―No te referirás a…
Nikolai asintió con la cabeza.
―Se están refugiando en monasterios para unirse al culto del Apparat de la
Santa del Sol. El sacerdote está proclamando que la monarquía corrupta te tomó
prisionera.
―Eso es ridículo ―dije.
Leigh Bardugo Dark Guardians
Esperaba otra de las réplicas de Nikolai, pero lucía como si le hubiera dado un
puñetazo en el estómago. Comenzó a hablar, se detuvo, y después sacudió la
cabeza.
―Santos ―exclamó, y su tono varió entre el desconcierto y la repugnancia―.
De verdad no lo sé.
Me dejé caer contra la silla. Su confesión debería haberme puesto furiosa, pero
en lugar de eso, sentí que la ira se desvanecía. Quizá fue su honestidad, o quizá
empezaba a preocuparme de qué sería capaz yo misma.
Nos sentamos en silencio durante un buen rato. Se frotó la nuca con una mano
y se levantó despacio. Cuando llegó a la puerta, se detuvo.
―Soy ambicioso, Alina. Estoy motivado. Pero espero… espero aún saber
distinguir entre el bien y el mal. ―Vaciló―. Te ofrecí libertad, y lo decía en serio. Si
mañana decidieras marcharte a Novyi Zem con Mal, te daría un barco y dejaría que
el mar te llevara. ―Me sostuvo la mirada con ojos estables de color avellana―.
Pero sentiría verte partir. 163
Desapareció por el pasillo, y sus pisadas hicieron eco sobre el suelo de piedra.
Me quedé sentada por un momento, picoteando mi desayuno y reflexionando
sobre las palabras de despedida de Nikolai. Después me di una pequeña sacudida.
No tenía tiempo de analizar minuciosamente sus motivos. En unas pocas horas, el
consejo de guerra se reuniría para discutir estrategia y cuál era la mejor forma de
alzar una defensa contra el Darkling. Tenía muchas cosas que preparar, pero
primero, tenía una visita que hacer.
***
Mientras me abrochaba los botones en forma de sol de mi kefta azul y dorada,
sacudí la cabeza, compungida.
Baghra no perdería tiempo en burlarse de mis nuevas pretensiones. Me peiné el
cabello, y después escapé del Pequeño Palacio por la entrada del Darkling y crucé
el terreno hasta el lago.
La sirvienta con la que había hablado me había dicho que Baghra había
enfermado poco después de la fiesta de invierno, y que desde entonces no admitía
estudiantes. Por supuesto, yo sabía la verdad. La noche de la fiesta, Baghra me
había revelado los planes del Darkling y me había ayudado a huir del Pequeño
Palacio. Luego había intentado comprarme un poco de tiempo al encubrir mi
ausencia. El pensar en la furia del Darkling al descubrir su engaño me sentaba
como una piedra en el estómago.
Cuando había intentado presionar a la nerviosa criada para obtener más
detalles, ella había hecho una torpe reverencia y se había marchado apresurada de
Leigh Bardugo Dark Guardians
la habitación. Baghra estaba viva y aquí. El Darkling podía destruir una ciudad
entera, pero parecía que ni siquiera él cruzaría el límite al matar a su propia madre.
El camino hasta la cabaña de Baghra estaba sobrepoblado de zarzas, el bosque
de verano se encontraba enmarañado y despedía un olor acre por las hojas y la
tierra húmeda. Aceleré el paso, sorprendida de lo impaciente que estaba por verla.
Había sido una profesora dura y una mujer desagradable en sus mejores días,
pero había tratado de ayudarme cuando nadie más lo había hecho, y sabía que ella
era mi mejor oportunidad de resolver el acertijo del tercer amplificador de
Morozova.
Subí los tres escalones frente a la cabaña y llamé a la puerta. No hubo respuesta.
Llamé otra vez y después abrí la puerta de un empujón; hice una mueca ante el
familiar estallido de calor. Baghra siempre tenía frío, y entrar a su cabaña era como
estar atascada en un fogón.
La pequeña y oscura habitación era igual a como la recordaba: amoblada con lo
básico, un fuego crepitando en un horno de piedra, y Baghra acurrucada con su 164
desteñida kefta. Me sorprendió comprobar que no estaba sola. Un sirviente se
sentaba junto a ella, un chico joven vestido de gris que se puso en pie cuando entré
y entrecerró los ojos para verme en la penumbra.
―No se permiten visitantes ―dijo.
―¿Por la orden de quién?
Ante el sonido de mi voz, Baghra se incorporó rápidamente y golpeó su bastón
contra el suelo.
―Márchate, chico ―ordenó.
―Pero…
―¡Vete! ―rugió.
«Tan agradable como siempre», pensé con cautela.
El chico se apresuró a cruzar la sala y abandonó la cabaña sin decir ni una
palabra.
La puerta acababa de cerrarse cuando Baghra dijo:
―Me preguntaba cuándo volverías aquí, Santita.
Ten fe en que Baghra siempre te llamará por el único nombre que no quieres
oír.
Ya estaba sudando y no quería acercarme al fuego, pero lo hice de todas formas,
y crucé la sala para sentarme en la silla que el sirviente había dejado vacante.
Se giró hacia las llamas cuando me aproximé y me dio la espalda. Hoy me
parecía extraña. Ignoré el insulto.
Permanecí en silencio durante un momento, insegura de cómo comenzar.
―Me dijeron que habías enfermado después de marcharme.
―Ajá.
Leigh Bardugo Dark Guardians
Baghra sabría algo del pájaro de fuego y convencida de que estaría dispuesta a
ayudarme. No tenía ni idea de cuánta esperanza había depositado en ella hasta que
se había esfumado.
Alisé los pliegues relucientes de mi kefta sobre mi regazo y tuve que ahogar un
sollozo. Había pensado que Baghra se reiría de mí, que se burlaría de la Santita
toda vestida con ropas finas. ¿Por qué había creído alguna vez que el Darkling
podría tener compasión con su madre?
¿Y por qué había actuado de esa manera? ¿Cómo podía haberla amenazado con
quitarle sus pocas comodidades? Esa mezquindad me hacía sentir enferma. Podía
culpar a mi desesperación, pero no aliviaba mi vergüenza. O podía cambiar la
realidad de que una parte de mí quería volver a su cabaña y cumplir esas
amenazas, arrastrarla bajo la luz del sol y arrancarle las respuestas de esa boca
amarga y hundida. ¿Qué me estaba pasando?
Saqué mi copia del Istorii Sankt’ya de mi bolsillo y pasé las manos por la
cubierta raída de cuero rojo. Lo había mirado tantas veces que se abrió justo por la 168
ilustración de Sankt Ilya, aunque ahora las páginas estaban algo desteñidas luego
de haberse empapado en el choque del Colibrí.
¿Una Grisha Santa? ¿U otra avara estúpida que no podía resistir la tentación del
poder? Otra avara estúpida como yo. «Olvida a Morozova y su locura». Recorrí con
un dedo la curva del arco. Podría no tener significado, podría ser alguna referencia
al pasado de Ilya no relacionado a los amplificadores, o podría ser sólo una
floritura del artista. Incluso si teníamos razón y era alguna clase de indicador,
podría estar en cualquier parte. Nikolai había recorrido la mayor parte de Ravka y
nunca la había visto. Por lo que sabíamos, podría haber sido reducido a escombros
hacía cientos de años.
Una campana sonó en la escuela al otro lado del lago y un grupo de niños
Grisha salieron por las puertas gritando y corriendo, entusiasmados de estar fuera
bajo el sol de verano. La escuela continuaba en funcionamiento pese a los desastres
de los últimos meses, pero si el Darkling estaba en camino, tendríamos que
evacuarla. No quería niños en el camino de los nichevo’ya.
«El buey siente el yugo. ¿Acaso el ave siente el peso de sus alas?»
¿De verdad me habría dicho Baghra esas palabras, o sólo las había oído en un
sueño?
Me levanté y me sacudí el polvo de la kefta. No sabía qué me había perturbado
más, que Baghra se hubiera rehusado a ayudarme o lo destrozada que parecía. No
sólo era una anciana, también era una mujer mayor sin esperanza, y yo había
ayudado a arrebatársela.
Leigh Bardugo Dark Guardians
Miré a Mal.
―Es difícil de decir ―replicó―. Dos o tres kilómetros.
―Así que su poder tiene un límite ―musitó Fedyor, con gran alivio.
―Absolutamente. ―Me alegraba poder comunicarles algo que no fuera
completamente terrible―. Tendrá que entrar a Ravka con su ejército para
alcanzarnos. Eso significa que estaremos sobre aviso y que él será vulnerable. No
puede invocarlos como invoca la oscuridad. El esfuerzo parece costarle.
―Porque no es poder Grisha ―intervino David―. Es merzost.
En ravkano, la palabra magia y abominación era la misma. La teoría básica de
los Grisha establecía que no se podía crear materia a partir de la nada, pero ese era
un principio de la Pequeña Ciencia. Merzost era diferente, una corrupción de la
creación del corazón del mundo.
David jugueteó con un hilo suelto de su manga.
―Esa energía, la sustancia tiene que venir de alguna parte. Debe provenir de él.
―Pero, ¿cómo lo hace? ―preguntó Zoya―. ¿Ha habido algún Grisha con esta 172
clase de poder?
―La verdadera pregunta es cómo derrotarlos ―dijo Fedyor.
La conversación se desvió a la defensa del Pequeño Palacio y a las posibles
ventajas de confrontar al Darkling en el campo, pero yo estaba observando a
David. Cuando Zoya había preguntado sobre otro Grisha, él me había mirado por
primera vez desde que había llegado al Pequeño Palacio. Bueno, no a mí,
exactamente, sino a mi collar. Luego había vuelto a bajar la vista a la mesa, y si era
posible, parecía incluso más incómodo que antes. Me pregunté qué podría saber de
Morozova. Y también quería una respuesta a la pregunta de Zoya. No sabía si tenía
el entrenamiento o el valor para intentar algo así, pero ¿había alguna forma de
invocar soldados de luz para luchar contra el ejército de sombras del Darkling?
¿Era eso lo que podría darme el poder de tres amplificadores?
Había tenido la intención de hablar con David después de la reunión, pero en
cuanto la aplazamos, el salió disparado por la puerta. Cualquier pensamiento que
hubiera tenido de arrinconarlo en los talleres Materialki esa tarde, se vio silenciado
por las pilas de papeles que me esperaban en mis recámaras. Pasé horas
preparando el perdón para los Grisha y firmando incontables documentos,
garantizando fondos y suministros para los puestos de avanzada que el Segundo
Ejército esperaba reestablecer en los bordes de Ravka. Sergei había intentado llevar
a cabo algunas labores del Darkling, pero mucho del trabajo simplemente había
sido desatendido.
Todo parecía estar escrito de la forma más confusa posible. Tenía que leer y
releer lo que deberían haber sido solicitudes simples. Para cuando había logrado
hacer una pequeña mella en la pila, estaba atrasada para la cena: mi primera
Leigh Bardugo Dark Guardians
***
Mal había accedido a unirse a la partida de caza, por lo que me levanté
temprano a la mañana siguiente para despedirlo. Comenzaba a darme cuenta de
que tendríamos menos privacidad en el Pequeño Palacio de la que teníamos
cuando viajábamos. Entre Tolya y Tamar y los constantes sirvientes, había
comenzado a pensar que tal vez nunca tendríamos un momento a solas.
Había yacido despierta la noche anterior en la cama del Darkling, recordando la
forma en que Mal me había besado en la dacha, y preguntándome si podría
escucharlo cuando llamara a la puerta. Incluso había considerado atravesar la sala
común y golpear las puertas a los cuartos de los guardias, pero no estaba segura de
quién estaba de guardia y la idea de que Tolya o Tamar me abrieran la puerta me
hacía sonrojar de vergüenza. Al final, la fatiga del día debió haber tomado la
decisión por mí, porque lo próximo que supe fue que ya era de mañana.
Para cuando llegué a la fuente del águila bicéfala, en el camino a las puertas del
palacio había una multitud de personas con sus caballos: Vasily y sus amigos
aristocráticos vestidos con elegantes ropas de montar, oficiales del Primer Ejército
con uniformes impecables, y tras ellos, una legión de sirvientes vestidos de blanco
y dorado.
Leigh Bardugo Dark Guardians
Nos quedamos ahí por un momento más mientras el silencio se extendía entre
nosotros. Quería rodearlo con los brazos, enterrar la cara en su cuello y hacerle
prometerme que tendría cuidado. Pero no lo hice.
Una sonrisa triste le tocó los labios. Hizo una reverencia.
―Moi soverenyi ―dijo. El corazón se me hizo un puño en el pecho.
Se subió a su montura y le dio una patadita al caballo para que avanzara, para
luego desaparecer en el mar de jinetes que fluían hacia las puertas doradas.
Regresé al Pequeño Palacio desanimada. Era temprano, pero el día ya se estaba
volviendo caluroso. Tamar me estaba esperando cuando emergí del túnel arbolado.
―Regresará pronto ―me dijo―. No tienes que parecer tan abatida.
―Lo sé ―repliqué, sintiéndome tonta. Me las arreglé para reírme mientras
cruzábamos el césped hasta los establos―. En Keramzin, tenía una muñeca hecha
de un calcetín viejo con la que solía hablar cuando él estaba de caza. Tal vez eso me
haría sentir mejor.
―Eras una niñita extraña. 175
―No tienes ni idea. ¿Con qué jugaban Tolya y tú?
―Con los cráneos de nuestros enemigos.
Vi el brillo en sus ojos y ambas nos carcajeamos.
En las salas de entrenamiento, Tamar y yo nos encontramos brevemente con
Botkin, el instructor encargado de preparar a los Grisha para el combate físico. El
antiguo mercenario quedó instantáneamente encantado con Tamar, y cuchichearon
en shu durante casi diez minutos, antes de que me las arreglara para traer a
colación el entrenamiento de los Fabricadores.
―Botkin le puede enseñar a luchar a cualquiera ―dijo él con su marcado
acento. La luz tenue le daba un brillo perlado a la cicatriz que tenía en la
garganta―. Le enseñó a luchar a la pequeña niña, ¿no?
―Sí ―reconocí, haciendo una mueca al recordar los ejercicios extenuantes y las
palizas que había recibido de sus manos.
―Pero la pequeña niña ya no es tan pequeña ―dijo, asimilando el dorado de
mi kefta―. Vuelve a entrenar con Botkin. Golpeo a la niña grande igual que a la
niña pequeña.
―Eso es muy igualitario de tu parte ―dije, y me apresuré a sacar a Tamar de
los establos antes de que Botkin decidiera mostrarme lo imparcial que podía ser.
Me fui directa de los establos a otro consejo de guerra, luego tuve el tiempo
justo para arreglarme el cabello y para cepillar mi kefta antes de volver al Gran
Palacio para unirme a Nikolai mientras los consejeros del Rey le informaban sobre
las defensas de Os Alta.
Me sentía un poco como niños pequeños entrometidos en asuntos de adultos.
Los consejeros dejaron claro que sentían que estaban perdiendo el tiempo. Pero
Leigh Bardugo Dark Guardians
David se las había arreglado para desaparecer otra vez después de la última
reunión del consejo, y ya era tarde al día siguiente cuando tuve un momento para
atraparlo en los talleres de los Fabricadores. Lo encontré encorvado sobre una pila
de planos y los dedos llenos de tinta.
Me senté en un taburete a su lado y me aclaré la garganta. Él levantó la mirada,
pestañeando como un búho. Estaba tan pálido que podía ver el trazado de venas
azules a través de su piel; además, alguien le había cortado muy mal el pelo.
«Probablemente se lo cortó él mismo», pensé, sacudiendo la cabeza
178
internamente. Era difícil creer que este era el chico del que Genya se había
enamorado tanto.
Posó brevemente los ojos en el collar que llevaba al cuello y entonces empezó a
juguetear con los objetos que había sobre su mesa de trabajo, los movió de un lado
a otro y los ordenó en líneas cuidadosas: un compás, lápices de grafito, bolígrafos y
cajas de tinta de diferentes colores, piezas de cristal claro y reflectante, un huevo
duro que asumí era su cena, y hoja tras hoja de dibujos y planos a los que no podía
encontrarles sentido.
―¿En qué estás trabajando? ―pregunté.
Volvió a pestañear.
―Platillos.
―Ah.
―Boles reflectantes ―aclaró―. Basados en una parábola.
―Qué… ¿interesante? ―conseguí decir.
Se rascó la nariz, y se dejó una enorme mancha azul en el puente de la nariz.
―Podría ser una forma de amplificar tu poder.
―¿Como los espejos de mis guantes? ―Le había pedido a los Durast que me los
rehicieran. Con el poder de dos amplificadores probablemente no los necesitaba,
pero los espejos me ayudaban a enfocar y localizar la luz; además, había algo
reconfortante en el control que me daban.
―Más o menos ―contestó David―. Si sale bien, será el Corte a una escala
mucho mayor.
―¿Y si sale mal?
Leigh Bardugo Dark Guardians
* * *
Fui directamente desde los talleres de los Fabricadores hasta la biblioteca y pasé 181
la mayor parte de la noche allí.
Fue una maniobra frustrada. Las historias Grisha que busqué solo tenían la
información más básica sobre Ilya Morozova, a parte del hecho de que estaba
considerado el mayor Fabricador de la historia. Había inventado el acero Grisha,
un método para hacer cristal irrompible, y un fuego líquido tan peligroso que había
destruido la formula tan sólo doce horas después de haberlo creado. Pero cualquier
mención sobre los amplificadores o sobre el Forjador de Huesos había sido
eliminada.
Sin embargo, eso no me detuvo de ir a la biblioteca la tarde siguiente para
enterrarme entre textos religiosos y cualquier referencia que pudiera encontrar
sobre Sankt Ilya. Como la mayoría de los cuentos de Santos, la historia de su
martirio era brutalmente depresiva: Un día, un arado volcó en los campos detrás de
su casa. Al escuchar los gritos, Ilya corrió a ayudar, y se encontró a un hombre
llorando sobre su hijo muerto. El cuerpo del niño estaba destrozado por los
cuchillos del arado y el suelo empapado con su sangre. Ilya había revivido al
niño… y los pueblerinos le habían agradecido al encadenarlo y lanzarlo al río para
que se hundiera con el peso de sus cadenas.
Los detalles eran desesperadamente turbios. A veces Ilya era un granjero, otras
un albañil o un leñador. Tenía dos hijas, o un hijo, o ninguno. Cientos de diferentes
pueblos habían afirmado ser el lugar de su martirio. Después estaba el pequeño
problema del milagro que había llevado a cabo. No tenía ningún problema en creer
que Sankt Ilya podría ser un Corporalnik Sanador, pero se suponía que Ilya
Morozova era un Fabricador. ¿Qué pasaba si no eran la misma persona?
Leigh Bardugo Dark Guardians
―No nací para servir al Darkling. ―Quería preguntar para qué había nacido,
pero tocó la página y dijo―: Te puedo traducir esto, si quieres. ―Sonrió―. O quizá
haré que Tamar lo traduzca.
―Está bien ―le dije―. Gracias.
Él bajó la cabeza. Sólo era una reverencia, pero seguía arrodillado a mi lado, y
algo en su pose provocó que un escalofrío me recorriera la espalda.
Sentí como si estuviera esperando algo. Tentativamente, alargué una mano y la
posé sobre su hombro. Tan pronto mis dedos lo tocaron, él dejó salir el aliento. Era
casi un suspiro.
Estuvimos así por un momento, silenciosos en el halo de la lámpara. Entonces
se levantó e hizo otra reverencia.
―Estaré a la salida ―anunció, y se unió a la oscuridad.
***
Mal volvió de la cacería a la mañana siguiente. Estaba ansiosa por contarle todo 183
lo que había descubierto sobre David, los planes para el nuevo Colibrí y mi extraño
encuentro con Tolya.
―Es extraño ―concordó Mal―. Pero de todas formas no perdemos nada si le
echamos un vistazo a la capilla.
Decidimos ir juntos, y en el camino, lo presioné para que me contara sobre la
caza.
―Diariamente pasamos más tiempo jugando a las cartas y bebiendo kvas que
haciendo otra cosa. Y un duque se emborrachó tanto que se desmayó en el río. Casi
se ahogó. Sus sirvientes lo sacaron de las botas, pero él seguía adentrándose en el
río, mascullando algo sobre la mejor forma de pescar truchas.
―¿Fue horrible? ―pregunté, riendo.
―Estuvo bien. ―Pateó un guijarro del camino―. Sienten mucha curiosidad por
ti.
―¿Por qué dudo que me vaya a gustar nada de esto?
―Uno de los rastreadores reales está seguro de que tus poderes son falsos.
―¿Y cómo haría eso?
―Creo que con un elaborado sistema de espejos, poleas y posiblemente
involucrando hipnotismo. Me perdí un poco.
Solté una risita.
―No todo fue divertido, Alina. Cuando estaban tomándose unas copas,
algunos nobles dejaron claro que pensaban que debería reunirse a todos los Grisha
y ejecutarlos.
―Santos ―exclamé.
―Están asustados.
Leigh Bardugo Dark Guardians
mostraban a trece santos con caras benevolentes. Reconocí a algunos del Istorii
Sankt’ya: Lizabeta con sus rosas ensangrentadas, Petyr con sus flechas todavía
ardiendo. Y también estaba Sankt Ilya con su collar, sus grilletes y sus cadenas
rotas.
―No hay animales ―observó Mal.
―Por lo que he visto, nunca lo han dibujado con amplificadores, sólo con
cadenas. Excepto en el Istorii Sankt’ya. ―Simplemente no sabía el porqué.
La mayoría del tríptico estaba en buenas condiciones, pero al panel de Ilya lo
había dañado el agua. Las caras de los santos apenas eran visibles bajo el moho, y
el olor a humedad era muy fuerte. Me tapé la nariz con la manga.
―Debe haber alguna gotera ―dijo Mal―. Este lugar es un desastre.
Reseguí con la mirada la forma del rostro de Ilya bajo la suciedad. Otro final
sin salida. No me gustaba admitirlo, pero había tenido esperanza. Otra vez, sentí
ese tirón, ese vacío en mi muñeca. ¿Dónde estaba el pájaro de fuego?
―Podemos pasar todo el día aquí ―dijo Mal―, pero él no nos va a hablar. 185
Sabía que me estaba tomando el pelo, pero sentí rabia, aunque no sabía si era
hacía él o hacía mí misma.
Nos giramos para volver por el pasillo, y me detuve de súbito. El Darkling
estaba esperando en la penumbra junto a la entrada, sentado en un banco en las
sombras.
―¿Qué pasa? ―preguntó Mal, siguiendo mi mirada.
Esperé, totalmente inmóvil. «Míralo ―supliqué silenciosamente―. Por favor,
míralo».
―¿Alina? ¿Pasa algo?
Me clavé las uñas en la palma de la mano.
―No ―dije―. ¿Piensas que deberíamos de volver a repasar la capilla?
―No parecía muy prometedora.
Me obligué a sonreír y caminar.
―Probablemente tengas razón. Idealismo.
Al pasar junto al Darkling, nos siguió con la mirada. Se llevó un dedo a los
labios y después inclinó su cabeza, como si estuviera rezando.
Me sentí mejor cuando salimos al aire libre, lejos del olor a humedad de la
capilla, pero mi mente iba a toda velocidad. Había vuelto a suceder.
El rostro del Darkling no tenía cicatrices. Mal no lo había visto. Eso tenía que
significar que no era real, que sólo era algún tipo de visión.
Pero él me había tocado aquella noche en su habitación. Había sentido sus
dedos en mi mejilla. ¿Qué tipo de alucinación podía hacer aquello?
Leigh Bardugo Dark Guardians
―No puedes decirlo en serio ―exclamó Mal con una risa de incredulidad―.
No pierde el tiempo.
―El poder reside en las alianzas ―entoné, imitando a Nikolai.
―¿Debería darte mis felicitaciones? ―preguntó Mal, pero su voz no tenía una
nota oculta, sólo diversión.
Al parecer el heredero al trono de Ravka no era tan amenazador como un
corsario con exceso de confianza.
―¿Crees que el Darkling haya tenido que tratar con insinuaciones indeseadas
de reyes con labios mojados? ―pregunté sombríamente.
Mal rio disimuladamente.
―¿De qué te ríes?
―Me acabo de imaginar al Darkling arrinconado por una duquesa sudorosa
que intenta sobrepasarse con él.
Resoplé y después empecé a reírme con ganas.
Nikolai y Vasily eran tan diferentes que era difícil creer que compartieran lazos 188
de sangre. Sin querer, recordé el beso de Nikolai y el tacto áspero de su boca sobre
la mía, mientras me abrazaba contra sí. Agité la cabeza.
«Puede que sean diferentes ―me recordé mientras entrábamos al palacio―,
pero los dos quieren usarte de la misma forma».
Leigh Bardugo Dark Guardians
―Y tendría que tratar con las Petrazoi ―aportó Paja―. Ya sea si las cruza o si
las rodea, nos comprará más tiempo. ―Paja se había integrado en las últimas
semanas. Aunque David permanecía en silencio e inquieto, ella de verdad parecía
contenta de estar alejada de los talleres por un tiempo.
―Me preocupa más el permafrost ―dijo Nikolai, pasando las manos por el
estrecho borde que corría sobre Tsibeya―. Está fuertemente fortificado, pero eso es
un montón de territorio que cubrir.
Asentí. Mal y yo una vez habíamos recorrido esas tierras salvajes, y recordé lo
vastas que me habían parecido. Me sorprendí buscando en la habitación,
buscándolo, aunque sabía que había ido a otra cacería, esta vez con un grupo de
tiradores kerch y diplomáticos ravkanos.
―¿Y si viene desde el sur? ―preguntó Zoya.
Nikolai señaló a Fedyor, que se puso de pie y le señaló a los Grisha los puntos
débiles de la frontera sur. Fedyor había estado estacionado a Sikursk, por lo que el
Corporalnik conocía bien la zona. 190
―Es casi imposible patrullar todos los pasos de montaña que salen de las
Sikurzoi ―observó sombrío―. Los grupos de ataque shu han estado tomando
ventaja de ese hecho por años. Sería lo bastante fácil para el Darkling atravesar por
ahí.
―Entonces es una marcha directa a Os Alta ―dijo Sergei.
―Pasado la base militar en Poliznaya ―notó Nikolai―. Eso podría funcionar a
nuestro favor. De cualquier forma, cuando marche, estaremos listos.
―¿Listos? ―bufó Pavel―. ¿Para un ejército de monstruos indestructibles?
―No son indestructibles ―dijo Nikolai, asintiendo hacia mí―. Y el Darkling
tampoco. Lo sé. Le disparé.
Zoya abrió desmesuradamente los ojos.
―¿Le disparaste?
―Sí ―asintió―. Desafortunadamente, no hice un muy buen trabajo, pero estoy
seguro de que mejoraré con práctica. ―Inspeccionó los Grisha, miró a cada rostro
preocupado antes de hablar nuevamente―. El Darkling es poderoso, pero también
nosotros. Nunca se ha enfrentado a la fuerza del Primer y Segundo Ejército
trabajando juntos, o a los tipos de armas que tengo la intención de proveer. Lo
enfrentaremos. Lo flanquearemos. Veremos qué bala es la afortunada.
Mientras la horda de sombras del Darkling estuviera enfocada en el Pequeño
Palacio, él sería vulnerable.
Habría pequeñas unidades de Grisha y de soldados fuertemente armados
estacionadas a intervalos de tres kilómetros alrededor de la capital. Cuando la
lucha comenzara, se cerrarían sobre el Darkling y desatarían todo el poder de fuego
que Nikolai pudiera reunir.
Leigh Bardugo Dark Guardians
***
Concentramos la mayoría de nuestros esfuerzos en las defensas de Os Alta. La
cuidad tenía un antiguo sistema de campanas de advertencia para alertar al palacio 191
de un enemigo a la vista. Con el permiso de su padre, Nikolai había instalado
armas pesadas como las del Colibrí sobre las paredes de la cuidad y el palacio. A
pesar de las quejas de los Grisha, decidí ubicar a muchos en el techo del Pequeño
Palacio. Podrían no detener a los nichevo’ya, pero los frenarían.
Tentativamente, los otros Grisha habían comenzado a aceptar el valor de los
Fabricadores. Con ayuda de los Infernos, los Materialki estaban intentando crear
grenatki que podría producir un poderoso destello de luz para detener o aturdir a
los soldados sombra. El problema era hacerlo sin utilizar polvos explosivos que
pudieran arrasar a todos y todo a su alrededor. Algunas veces me preocupaba que
pudiera estallar el Pequeño Palacio entero y hacerle el trabajo al Darkling. Más de
una vez vi a unos cuantos Grisha en el comedor con las mangas quemadas o las
cejas chamuscadas. Los animé a tener Mareomotores a mano para tratar el trabajo
más peligroso junto al lago, en caso de emergencia.
Nikolai estaba lo bastante intrigado por el proyecto, que insistió en involucrarse
en el diseño.
Los Fabricadores intentaron ignorarlo, luego fingieron complacerlo, pero
rápidamente aprendieron que Nikolai era más que un aburrido príncipe al que le
gustaba entrometerse. No sólo comprendía las ideas de David, sino que también
adoptó rápidamente el lenguaje de la Pequeña Ciencia, luego de haber trabajado
tanto tiempo con los Grisha renegados. Pronto, parecieron olvidar su rango y su
estatus de otkazat’sya, y a menudo podía encontrárselo encorvado sobre una mesa
en los talleres Materialki.
A mí me perturbaban más los experimentos que tenían lugar detrás de las
puertas lacadas de rojo en los salones Corporalki de anatomía, donde, con la
Leigh Bardugo Dark Guardians
***
Con la ayuda de Nikolai, había traído a expertos en armamentos desde
Poliznaya para ayudar a los Grisha a familiarizarse con la armería moderna y
entrenarlos con armas de fuego. Aunque las sesiones habían comenzado tensas,
parecían ir más tranquilas ahora, y esperábamos que se formaran amistades entre
el Primer y Segundo Ejército. Las unidades de Grisha y de soldados que habían
estado reunidos para dar caza al Darkling cuando se aproximada a Os Alta fueron
las que más rápido progresaron. Regresaron de las misiones de entrenamiento
llenos de bromas privadas y nueva camadería. Incluso empezaron a llamarse
nolniki, o ceros, porque técnicamente ya no eran Primer ni Segundo Ejército.
Leigh Bardugo Dark Guardians
Me había preocupado cómo podría responder Botkin a todos los cambios, pero
el hombre parecía tener un don para matar, sin importar el método, y se deleitaba
con cualquier excusa para pasar tiempo hablando de armas con Tolya y Tamar.
Debido a que el shu tenía el mal hábito tratar a los Grisha con un bisturí, pocos
sobrevivían para integrar las filas del Segundo Ejército. Botkin amaba ser capaz de
hablar en su lengua nativa, pero también amaba la ferocidad de los gemelos, pues
ellos no se basaban solo en sus habilidades de Corporalki como los Grisha criados
en el Pequeño Palacio. Para ellos, su poder de Cardios era sólo un arma más en su
impresionante arsenal.
―Chico peligroso. Chica peligrosa ―comentó Botkin una mañana, observando
a los gemelos cuando entrenaban con un grupo de Corporalki, mientras un puñado
de Invocadores nerviosos esperaba su turno. Marie y Sergei estaban allí, y Nadia
los seguía, como siempre.
―Ella es veor que él ―se quejó Sergei. Tamar le había hecho un corte en el
labio, y le costaba hablar―. Ve siento val vor su esvoso. 194
―No se casará ―dijo Botkin, mientras Tamar lanzaba a un desventurado
Inferno al suelo.
―¿Por qué no? ―pregunté, sorprendida.
―No ella. El hermano tampoco ―dijo el mercenario―. Son como Botkin.
Nacidos para batalla. Hechos para la guerra.
Tres Corporalki se lanzaron contra Tolya. En momentos, todos estaban
gimiendo en el suelo. Pensé en lo que había dicho Tolya en la biblioteca, que él no
había nacido para servirle al Darkling. Como demasiados shu, Tolya había tomado
el camino del soldado de alquiler, viajando por el mundo como un mercenario y un
corsario. Pero había terminado en el Pequeño Palacio de todos modos. ¿Por cuánto
tiempo se quedarían él y su hermana?
―Me agrada ella ―dijo Nadia, mirando con nostalgia a Tamar―. Es intrépida.
Botkin se rio.
―Intrépida es otra palabra para estúpida.
―No le diría ezo a la cara ―gruñó Sergei mientras Marie le limpiaba el labio
inferior con un paño húmedo.
Sentí que comenzaba a sonreír, y volví la cara. No había olvidado cómo me
habían recibido los tres en el Pequeño Palacio. No habían sido los que me llamaron
puta o intentaron expulsarme, pero ciertamente no salieron en mi defensa, y la idea
de fingir amistad era un poco demasiado. Además, no sabía muy bien cómo
comportarme a su alrededor. Nunca habíamos sido cercanos, en realidad, y ahora
nuestras diferencias de estatus parecían una brecha insalvable.
«A Genya no le importaría» pensé de repente. Genya me había conocido, se
había reído conmigo y había confiado en mí, y ninguna kefta brillante ni cualquier
Leigh Bardugo Dark Guardians
―Está bien ―dije. Adrik parecía casi febril, con las manos apretadas en puños.
Miré a Nadia―. ¿Estás segura de que quieres que se quede?
―Yo… ―comenzó Adrik.
―Estoy hablándole a tu hermana. Si caes por el ejército del Darkling, ella es la
única que te llorará. ―Nadia palideció ligeramente ante eso, pero Adrik ni
parpadeó. Tengo que admitir que tenía coraje. Nadia se mordió el interior del labio,
mirándome a mí y luego a Adrik.
―Si tienes miedo de decepcionarlo, piensa que será como enterrarlo ―dije.
Sabía que estaba siendo dura, pero quería que ambos comprendieran lo que
estaban pidiendo.
Nadia dudó, luego cuadró los hombros.
―Permítale pelear ―dijo―. Digo que se quede. Si lo envía a otro lugar, estará
de regreso a las puertas en una semana más.
Suspiré, luego volví mi atención a Adrik, que ya estaba sonriendo.
―Ni una palabra a los otros estudiantes ―le advertí―. No quiero que les des 196
ideas. ―Apunté a Nadia con un dedo―. Y él es tu responsabilidad.
―Gracias, moi soverenyi ―dijo Adrik, haciendo una reverencia tan baja que
pensé que podría caerse.
Ya estaba arrepintiéndome de mi decisión.
―Llévalo de nuevo a clases.
Los observé subir la colina hacia el lago, luego me sacudí y me dirigí a uno de
las salas de entrenamiento más pequeñas, donde encontré a Mal entrenando con
Pavel. Últimamente Mal había pasado menos y menos tiempo en el Pequeño
Palacio. Las invitaciones habían comenzado a llegar la tarde después de su regreso
de Balakirev: cazas, fiestas, pesca de truchas, juego de cartas. Cada noble y oficial
parecía querer a Mal en su nuevo evento.
Algunas veces sólo se iba por una tarde, algunas veces por unos cuantos días.
Me recordaba a cuando estábamos en Keramzin, cuando lo observaba alejarse por
el camino y luego esperaba cada día en la ventana de la cocina por su regreso. Pero
si era honesta conmigo misma, los días en que no estaba eran más fáciles.
Cuando estaba en el Pequeño Palacio, me sentía culpable por no ser capaz de
pasar más tiempo con él, y odiaba la forma en que los Grisha lo ignoraban o
hablaban de él como un sirviente. Con lo mucho que lo extrañaba, lo animaba a ir.
«Es mejor de esta manera» me dije. Antes de que hubiera desertado para
ayudarme, Mal había sido un rastreador con un futuro brillante, rodeado de
amigos y admiradores. No pertenecía montando guardia en las puertas o
acechando a la orilla de las habitaciones, interpretando el papel de sombra
obediente cuando yo pasaba de una reunión a la siguiente.
Leigh Bardugo Dark Guardians
―Podría observarlo todo el día ―dijo una voz detrás de mí. Me tensé. Era
Zoya. Incluso cuando hacía calor, nunca parecía sudar.
―¿No crees que apesta a Keramzin? ―le pregunté, recordando las viciosas
palabras que una vez me había dicho.
―Encuentro que las clases más bajas tienen un cierto atractivo en bruto. ¿Me
avisarás cuando termines con él, verdad?
―¿Perdona?
―Oh, ¿entendí mal? Ustedes dos parecen tan… cercanos. Pero estoy segura de
que apuntas más alto estos días.
Me giré hacia ella.
―¿Qué estás haciendo aquí, Zoya?
―Vine por una sesión de entrenamiento.
―Sabes lo que quiero decir. ¿Qué estás haciendo en el Pequeño Palacio?
―Soy un soldado del Segundo Ejército, pertenezco aquí.
Crucé los brazos. Era tiempo de que Zoya y yo solucionáramos esto. 197
―No te agrado, y nunca perdiste una oportunidad para dejármelo saber. ¿Por
qué me sigues ahora?
―¿Qué opción tengo?
―Estoy segura de que el Darkling te recibiría alegremente de nuevo a su lado.
―¿Me estás ordenando que me vaya? ―Estaba luchando por hablar con su
tono altivo de costumbre, pero me di cuenta de que estaba asustada. Sentí un poco
de emoción culposa.
―Quiero saber por qué estás tan decidida a quedarte.
―Porque no quiero vivir en la oscuridad ―dijo―. Porque eres nuestra mejor
oportunidad.
Sacudí la cabeza.
―Demasiado fácil.
Ella se ruborizó.
―¿Se supone que tengo que rogarte?
¿Lo haría? Descubrí que no me importaba la idea.
―Eres vanidosa. Eres ambiciosa. Habrías hecho cualquier cosa por la atención
del Darkling. ¿Qué cambió?
―¿Qué cambió? ―dijo ahogada. Apretó los labios y los puños a los costados―.
Tenía una tía que vive en Novokribirsk, y una sobrina. El Darkling pudo haberme
dicho que lo quería hacer. Si pudiera haberles advertido… ―Se le quebró la voz, y
al instante me sentí avergonzada del placer que sentí al observarla retorcerse.
La voz de Baghra hizo eco en mis oídos: «Te estás adaptando muy bien al
poder… Cuanto más crezca, más ansiará». Y aun así, ¿le creía a Zoya? ¿El brillo en
sus ojos era real o un engaño? Parpadeó para contener las lágrimas y me miró.
Leigh Bardugo Dark Guardians
―¿Gritzki?
―Su padre es Stepan Gritzki, el rey del pepinillo. Dinero nuevo ―dijo Mal,
imitando muy bien a un noble presumido―. Pero su familia tiene un palacio junto
al canal.
―No puedo ―dije, pensando en las reuniones, los platillos reflectores de David
y la evacuación de la escuela. Me parecía erróneo ir a una fiesta cuando podríamos
estar en guerra en cuestión de días o semanas.
―Sí puedes ―dijo Mal―. Sólo por una o dos horas.
Era demasiado tentador robar unos pocos momentos con Mal lejos de las
presiones del Pequeño Palacio.
Debe haber sentido que estaba vacilando.
―Te disfrazaremos como una de los artistas ―dijo.
―Nadie sabrá que la Invocadora del Sol está allí.
Una fiesta, tarde en la noche, después de que la jornada laboral hubiera
terminado. Me iba a perder a una noche de búsqueda inútil en la biblioteca. ¿Cuál 199
era el riesgo en eso?
―De acuerdo ―acepté―. Vamos.
En su rostro se formó una sonrisa que me dejó sin aliento. No sé si alguna vez
me acostumbraría a la idea que una sonrisa como esa de verdad podía ser para mí.
―A Tolya y a Tamar no les gustará ―me advirtió.
―Son mis guardias, siguen mis órdenes.
Mal se enderezó y luego me hizo una elaborada reverencia.
―Da, moi soverenyi ―pronunció con un tono sobrio―. Vivimos para servir.
Puse los ojos en blanco, pero mientras me dirigía a los talleres Materialki, me
sentí más ligera de lo que me había sentido en semanas.
Leigh Bardugo Dark Guardians
La entrada de servicio pasaba por una cocina llena de vapor y daba a las
habitaciones traseras de la casa, pero tan pronto entramos, un hombre vestido con
lo que debía haber sido la librea de los Gritzki me tomó del brazo.
―¿Qué crees que estás haciendo? ―me preguntó, y me dio una sacudida. Vi
que Tamar se llevaba una mano a la cadera.
―Yo…
―Ustedes tres ya deberían estar circulando. ―Nos empujó hacia las
habitaciones principales de la casa―. ¡No pasen demasiado tiempo con un solo
invitado! ¡Y no dejen que los atrape bebiendo!
Asentí con la cabeza, intentando calmar el martilleo de mi corazón, y corrimos
al salón de baile. El rey del pepinillo no había escatimado en gastos. Habían
decorado la mansión como un campamento suli del estilo más decadente
imaginable. El techo estaba adornado con mil faroles en forma de estrella. Había
carretas cubiertas de seda estacionadas en los bordes de la habitación como una
caravana brillante, y brillaban hogueras falsas con luces bailarinas de colores. Las 201
puertas de la terraza estaban abiertas, y el aire de la noche bullía con el sonido
rítmico de los crótalos y el lamento de los violines.
Vi que los auténticos videntes suli se dispersaban entre toda la gente y me di
cuenta del espectáculo misterioso que debían suponer nuestras máscaras de chacal,
pero a los invitados no parecía importarle. La mayoría ya estaban entrados en
copas, riendo y gritando en grupos bulliciosos, mirando boquiabiertos a los
acróbatas que se balanceaban en sus sedas desde lo alto. Algunos estaban sentados
meciéndose en sus sillas, mientras les leían la fortuna sobre urnas doradas de café.
Otros comían en la larga mesa que se había ubicado en la terraza, atiborrándose de
higos y cuencos de semillas de granada, aplaudiendo al ritmo de la música.
Mal logró escabullir un vasito de kvas, y encontramos un banco en un rincón
oscuro de la terraza mientras Tamar tomaba posición a una distancia discreta.
Apoyé la cabeza en el hombro de Mal, feliz de estar sentada a su lado, escuchando
el ruido sordo y el tintineo de la música. El aire estaba cargado con el olor de
alguna flor nocturna y, debajo, el fuerte sabor de los limones. Respiré
profundamente, sintiendo el agotamiento y el miedo de las últimas semanas. Saqué
un pie de la zapatilla y dejé que mis dedos se clavaran en la grava fría.
Mal ajustó la capucha para ocultar mejor su cara y se levantó la máscara, luego
se inclinó hacia delante e hizo lo mismo con la mía, y los hocicos de nuestras
máscaras de chacal chocaron. Me eché a reír.
―La próxima vez, diferentes disfraces ―refunfuñó.
―¿Sombreros grandes?
―Tal vez podríamos usar cestas sobre la cabeza.
Leigh Bardugo Dark Guardians
Tamar me llevó por las escaleras del jardín hacia camino que conducía a la calle
por un costado de la mansión. Estaba oscuro lejos de los faroles brillantes de la
fiesta. Invoqué un suave resplandor para que guiara nuestros pasos.
―No ―me dijo Tamar―. Esto podría ser una distracción y delatarías nuestra
ubicación.
Dejé que la luz se desvaneciera, y un segundo después, escuché una pelea, un uf
en voz alta, y luego… silencio.
―¿Tamar?
Volví la vista hacia la fiesta, con la esperanza de oír acercarse a Mal.
Mi corazón empezó a latir con fuerza. Levanté las manos olvidando no delatar
nuestra ubicación, pero no me iba a quedar esperando en la oscuridad. Entonces oí
que crujía una puerta, y unas manos fuertes me sujetaron para luego lanzarme a
través el seto.
Lancé luz abrasadora como una llamarada caliente. Estaba en un patio de
piedra rodeado por setos de tejo, fuera del jardín principal… Y no estaba sola. 204
Lo olí antes de verlo: tierra removida, incienso y moho. Olor a tumba. Levanté
las manos cuando el Apparat salió de entre las sombras. El sacerdote era tal como
lo recordaba, tenía la misma barba negra enjuta y la misma mirada implacable.
Todavía llevaba la túnica marrón de su cargo, pero el águila bicéfala del Rey que
llevaba en el pecho había sido arrancada, reemplazada por rayos de sol cosidos con
hilo de oro.
―Quédate donde estás ―le advertí.
Hizo una profunda reverencia.
―Alina Starkov, Sol Koroleva. No quiero hacerle daño.
―¿Dónde está Tamar? Si está herida…
―Sus guardias no serán heridos, pero le ruego que me escuche.
―¿Qué quieres? ¿Cómo supiste que estaría aquí?
―Los fieles están en todas partes, Sol Koroleva.
―¡No me llames así!
―Cada día su ejército santo crece, atraídos por la promesa de su luz. Sólo
esperan que usted los guie.
―¿Mi ejército? He visto a los peregrinos que acampan fuera de la ciudad:
pobres, débiles, hambrientos, todos desesperados por los restos de la esperanza
que tú les diste.
―Hay otros. Soldados.
―¿Más gente que piensa que soy una Santa porque les contaste una mentira?
―No es mentira, Alina Starkov. Eres la hija de Keramzin, renacida del Abismo.
Leigh Bardugo Dark Guardians
―¡No morí! ―le dije con furia―. Sobreviví porque me escapé del Darkling, y
asesiné a todo un esquife de soldados y Grisha. ¿Le has contado eso a tus
seguidores?
―Su pueblo está sufriendo. Sólo usted puede traer el amanecer de una nueva
era, una era consagrada al fuego santo.
Sus ojos eran salvajes, de un negro tan profundo que no podía ver sus pupilas.
¿Pero era verdadera locura o era parte de algún acto elaborado?
―¿Y quién va a gobernar esta nueva era?
―Usted, por supuesto. Sol Koroleva, Sankta Alina.
―¿Contigo como mi mano derecha? Leí el libro que me diste. Los santos no
viven una vida larga.
―Venga conmigo, Alina Starkov.
―No iré a ninguna parte contigo.
―Todavía no es lo suficientemente fuerte como para hacer frente al Darkling.
Yo puedo remediarlo. 205
Me calmé.
―Dime lo que sabes.
―Únase a mí, y todo le será revelado.
Avancé hacia él, sorprendida por el zumbido del hambre y la furia que se
disparó en mi interior.
―¿Dónde está el pájaro de fuego? ―Pensé que podría responder con confusión,
que fingiría ignorancia. En cambio, sonrió, mostrando sus encías negras el revoltijo
torcido de sus dientes―. Dime, sacerdote ―le ordené―, o te cortaré por la mitad
aquí mismo, y que tus seguidores intenten volver a unirte con sus rezos. ―Con un
sobresalto, me di cuenta de que lo decía en serio.
Por primera vez, se veía nervioso. «Bien». ¿Había esperado una Santa mansa?
Él levantó las manos en tono apaciguador.
―No lo sé ―dijo―. Lo juro. Pero cuando el Darkling dejó el Pequeño Palacio,
no se dio cuenta de que sería la última vez. Dejó muchos objetos preciosos atrás,
objetos que otros creían destruidos hacía tiempo.
Otra oleada de hambre me atravesó.
―¿Los diarios de Morozova? ¿Los tienes?
―Venga conmigo, Alina Starkov. Hay secretos profundamente enterrados.
¿Era posible que estuviera diciendo la verdad? ¿O simplemente me entregaría
al Darkling?
―Alina ―me llamó la voz del Mal en algún lugar al otro lado del seto.
―¡Estoy aquí! ―contesté.
Leigh Bardugo Dark Guardians
Mal irrumpió en el patio, pistola en mano. Tamar estaba justo detrás de él.
Había perdido una de sus hachas, y tenía manchas de sangre en el frente de su
capa.
El Apparat se giró en un torbellino de ropas mohosas y se metió entre los
arbustos.
―¡Espera! ―grité, ya avanzando para seguirlo. Tamar pasó corriendo a mi lado
con un rugido furioso, y se lanzó entre los setos para darle caza.
―¡Lo necesito vivo! ―le grité cuando desapareció.
―¿Estás bien? ―jadeó Mal cuando llegó a mi altura.
Lo tomé de la manga.
―Mal, creo que tiene los diarios de Morozova.
―¿Te hizo daño?
―Puedo manejar a un viejo sacerdote ―dije con impaciencia―. ¿Escuchaste lo
que dije?
Él se echó hacia atrás. 206
―Sí, te escuché. Pensé que estabas en peligro.
―No lo estaba. Yo…
Pero Tamar ya caminaba de vuelta hacia nosotros; su cara era una máscara de
frustración.
―No lo entiendo ―dijo, sacudiendo la cabeza―. Estaba allí y luego
desapareció.
―Santos ―juré. Ella bajó la cabeza.
―Perdóname.
Nunca la había visto tan abatida.
―Está bien ―le dije, con la mente todavía agitada. Una parte de mí quería
volver por ese callejón y gritarle al Apparat, exigirle que se mostrara, perseguirlo
por las calles de la ciudad hasta encontrarlo y arrancarle la verdad de esa boca
mentirosa. Me asomé por la hilera de setos. Todavía podía oír lejos los gritos de la
fiesta mucho más atrás, y en algún lugar en la oscuridad, las campanas del
convento comenzaron a sonar. Suspiré.
―Vamos, salgamos de aquí.
Encontramos a nuestro conductor esperando en la angosta calle lateral donde lo
habíamos dejado. El viaje de regreso al palacio fue tenso.
―Esa pelea no fue una coincidencia ―dijo Mal.
―No ―estuvo de acuerdo Tamar, secándose un corte feo en la barbilla―. Él
sabía que estaríamos allí.
―¿Cómo? ―exigió saber Mal―. Nadie más sabía que iríamos. ¿Le dijiste
Nikolai?
―Nikolai no tenía nada que ver con esto ―repliqué.
Leigh Bardugo Dark Guardians
***
Al volver al Pequeño Palacio, me cambié de ropa mientras Mal y Tamar ponían
al día a Tolya respecto a lo que había pasado.
Estaba sentada en la cama cuando Mal llamó. Cerró la puerta y se apoyó en ella,
mirando a su alrededor.
―Esta habitación es tan deprimente. Pensé que ibas a redecorar.
Me encogí de hombros. Tenía demasiadas cosas de las que preocuparme, y casi
me había acostumbrado a la tranquila oscuridad de la habitación.
Leigh Bardugo Dark Guardians
menos en ese momento sentía que estaba haciendo algo, no que sólo perdía el
tiempo y recopilaba chismes.
Me moví incómoda, sintiéndose de pronto a la defensiva.
―Aceptas cada oportunidad que tienes para irte. No tienes que aceptar todas
las invitaciones.
Se me quedó mirando.
―Me mantengo alejado para protegerte, Alina.
―¿De qué? ―le pregunté con incredulidad.
Se puso de pie y paseó nerviosamente por la habitación.
―¿Por qué crees que me pidieron ir a la cacería real? ¿El primer motivo?
Querían saber sobre nosotros. ―Se volvió hacia mí, y cuando habló, su voz era
cruel y burlona―. «¿Es cierto que te estás revolcando con la Invocadora del Sol?
¿Qué se siente hacerlo con una Santa? ¿Tiene un gusto especial por los
rastreadores, o se lleva a todos los siervos a la cama?» ―Mal se cruzó de brazos―.
Me mantengo alejado para poner distancia entre nosotros, para detener los 209
rumores. Probablemente ni siquiera debería estar aquí ahora.
Me rodeé las rodillas con los brazos, apretándolas más contra mi pecho. Me
ardían las mejillas.
―¿Por qué no dijiste algo?
―¿Qué podía decir? ¿Y cuándo? Apenas te veo.
―Pensé que querías ir.
―Quería que me pidieras que me quedara.
Tenía la garganta apretada. Abrí la boca, lista para decirle que no era justo
conmigo, que no podría haberlo sabido. Pero, ¿era verdad? Tal vez de verdad había
creído que Mal era más feliz lejos del Pequeño Palacio… O tal vez me había dicho a
mí misma que era más fácil que no estuviera, porque significaba una persona
menos observándome y queriendo algo de mí.
―Lo siento ―dije con voz áspera.
Levantó las manos como si fuera a defender su caso, pero luego las dejó caer
con impotencia.
―Siento que te estás alejando de mí, y no sé cómo detenerlo.
Las lágrimas me hacían arder los ojos.
―Vamos a encontrar una manera ―le dije―. Vamos a hacer más tiempo…
―No es eso solamente. Desde que te pusiste ese segundo amplificador, has sido
diferente. ―Mi mano se desvió hacia el grillete―. Cuando rompiste la cúpula, la
forma en que hablas del pájaro de fuego… Te oí hablar con Zoya el otro día. Estaba
asustada, Alina. Y te gustó.
Leigh Bardugo Dark Guardians
―Tal vez me gustó ―le dije, mi ira aumentaba. Se sentía mucho mejor que la
culpa o la vergüenza―. ¿Y qué? No tienes ni idea de cómo ha sido Zoya conmigo,
lo que ha sido este lugar para mí. El miedo, la responsabilidad…
―Ya lo sé. Lo sé. Y puedo ver lo que está costando. Pero tú elegiste esto. Tienes
un propósito. Yo ni siquiera sé lo que estoy haciendo aquí.
―No digas eso. ―Bajé las piernas de la cama y me levanté―. Tenemos un
propósito. Vinimos aquí por Ravka. Nosotros…
―No, Alina. Tú viniste aquí por Ravka. Por el pájaro de fuego. Para liderar al
Segundo Ejército ―golpeó el sol sobre su corazón―. Vine aquí por ti. Tú eres mi
bandera. Tú eres mi nación. Pero eso ya no parece importar. ¿Te das cuenta de que
es la primera vez en semanas que de verdad hemos estado solos?
La comprensión se asentó sobre nosotros. La habitación parecía extrañamente
tranquila. Mal dio un paso tentativo hacia mí. Luego cerró el espacio entre nosotros
en dos zancadas. Deslizó una mano alrededor de mi cintura, y con la otra ahuecó
mi cara. Suavemente, inclinó mi boca hasta la suya. 210
―Vuelve a mí ―dijo en voz baja. Me atrajo hacia sí, pero cuando sus labios se
encontraron con los míos, algo parpadeó por el rabillo de mi ojo.
El Darkling estaba de pie detrás de Mal. Me puse rígida.
Mal se echó hacia atrás
―¿Qué? ―inquirió.
―Nada. Es que… ―Me callé. No sabía qué decir.
El Darkling seguía allí.
―Dile que me ves cuando te toma en sus brazos ―me dijo.
Cerré con fuerza los ojos.
Mal dejó caer las manos, se apartó de mí y cerró las manos en puños.
―Supongo que eso es todo lo que necesitaba saber.
―Mal.
―Deberías haberme detenido. Todo el tiempo que estuve ahí, haciendo el
ridículo. Si no me querías, sólo deberías haberlo dicho.
―No te sientas tan mal, rastreador ―dijo el Darkling―. Todos los hombres
pueden hacer el ridículo.
―No es eso ―protesté.
―¿Es Nikolai?
―¿Qué? ¡No!
―Otra otkazat'sya, Alina? ―se burló el Darkling.
Mal sacudió la cabeza con disgusto.
―Dejé que me alejara. Las reuniones, las sesiones del consejo, las cenas. Dejé
que me hiciera a un lado, a la espera, con la esperanza de que me extrañaras lo
suficiente como para decirles a todos que se fueran al infierno.
Leigh Bardugo Dark Guardians
***
Leigh Bardugo Dark Guardians
―Yo mismo los vi a bordo del Volkvolny. No creo que me estés llamando
mentiroso.
―No creo que estés sugiriendo que la traición es preferible a servir
honorablemente en el Ejército del Rey.
―Estoy sugiriendo que tal vez esa gente esté tan apegada a la vida como tú.
Están pobremente equipados, escasamente abastecidos y cortos de esperanza. Si
leyeras los informes, sabrías que los oficiales están teniendo problemas en
mantener las filas en orden.
―Entonces deberían instituir castigos más severos ―dijo Vasily―. Eso
entienden los campesinos.
Ya había golpeado a un príncipe, ¿qué era uno más? Ya estaba a medio camino
de levantarme cuando Nikolai me volvió a sentar de un tirón.
―Entienden estómagos llenos y direcciones claras ―dijo―. Si me dejaras
implementar los cambios que he sugerido y abriéramos las arcas para…
―No siempre puedes hacer las cosas a tu modo, hermanito. 215
La tensión crepitó por la habitación.
―El mundo está cambiando ―dijo Nikolai, un borde afilado emergió en su
voz―. Cambiamos con él o no quedará nada que nos recuerde, salvo el polvo.
Vasily se rio.
―No puedo decidir si eres un paranoico o un cobarde.
―Y yo no puedo decidir si eres un idiota o un idiota.
El rostro de Vasily se tornó púrpura. Se puso de pie de un salto y estrelló las
manos contra la mesa.
―El Darkling es un hombre, si te asusta enfrentarlo…
―Lo he enfrentado. Si tú no estás asustado; si alguno de ustedes no está
asustado, es porque carecen del entendimiento de contra qué nos enfrentamos.
Algunos de los generales asintieron, pero los consejeros del Rey, los nobles y
burócratas de Os Alta, lucían escépticos y hoscos. Para ellos, la guerra eran desfiles,
teoría militar, figuritas que se movían sobre un mapa. Si se llegaba a ese punto,
estos serían los hombres que se aliarían con Vasily.
Nikolai encuadró los hombros y la máscara de actor volvió a descender sobre
sus rasgos.
―Paz, hermano ―dijo―. Ambos queremos lo mejor para Ravka.
Pero Vasily no estaba interesado en que lo calmaran.
―Lo que es mejor para Ravka es un Lantsov en el trono.
Sofoqué un jadeo. Un silencio mortal descendió sobre la habitación. Vasily
prácticamente había llamado bastardo a Nikolai.
Pero Nikolai había recuperado la compostura y ahora nada lo perturbaría.
Leigh Bardugo Dark Guardians
***
Los días se hicieron más largos. El sol se quedó cerca del horizonte, y el festival
de Belyanoch empezó en Os Alta. Incluso a media noche, los cielos nunca eran
Leigh Bardugo Dark Guardians
3
Es un recipiente metálico en forma de cafetera alta que sirve para hacer té. Se utiliza en Rusia.
Leigh Bardugo Dark Guardians
En algún lugar allí afuera, el Darkling estaba reuniendo sus fuerzas, construyendo
su ejército, y cuando vinieran, ningún arma, bomba, soldado o Grisha podrían
detenerlos. Ni siquiera yo. Si la batalla salía mal, retrocederíamos al salón
abovedado para esperar refuerzos de Poliznaya. Las puertas estaban reforzadas
con acero Grisha y los Fabricadores ya habían empezado a sellar las grietas y
fisuras para prevenir la entrada de los nichevo’ya.
No creía que llegara a eso. Había llegado a un punto muerto en mis intentos de
localizar el pájaro de fuego. Si David no podía conseguir que funcionaran los
platillos, entonces cuando el Darkling finalmente atacara Ravka, no tendríamos
más opción que evacuar. Huir y seguir huyendo.
Usar mi poder no me traía nada del confort de antes; cada vez que invocaba luz
en los talleres Materialki o a orillas del lago, sentía la desnudez de mi muñeca
izquierda como una marca. A pesar de lo que sabía sobre los amplificadores, de la
destrucción que podrían acarrear, la forma permanente en que podrían cambiarme,
no podía escapar de mi hambre por el pájaro de fuego. 218
Mal tenía razón. Se había vuelto una obsesión; por la noche yacía en la cama,
imaginando que el Darkling ya había encontrado la pieza final del acertijo
Morozova. Tal vez tenía cautivo al pájaro de fuego en una jaula de oro, ¿cantaría
para él? Ni siquiera sabía si el pájaro de fuego podía cantar. Algunos de los cuentos
decían que sí, uno contaba que la canción del pájaro de fuego podía inducir el
sueño a ejércitos enteros. Cuando lo escuchaban, los soldados cesaban de pelear,
deponían sus armas y se desmayaban pacíficamente en brazos de sus enemigos.
Ahora ya conocía todas las historias. El pájaro de fuego lloraba lágrimas de
diamante, sus plumas podían curar heridas mortales, el futuro podía verse en el
batir de sus alas. Había devorado libro tras libro de folclore, poesía épica y
colecciones de cuentos populares, en busca de algún patrón o pista. Las leyendas
de la sierpe de mar se centraban en las aguas heladas de la Ruta de Hueso, pero las
historias del pájaro de fuego venían de todas partes de Ravka y más allá, y ninguna
de ellas conectaba a la criatura con un Santo.
Peor, las visiones se estaban haciendo más claras y frecuentes. El Darkling
aparecía ante mi casi a diario, normalmente en sus aposentos o en los pasillos de la
biblioteca, a veces en la sala de guerra, durante las reuniones del consejo, o cuando
regresaba del Gran Palacio al atardecer.
―¿Por qué no me dejas sola? ―susurré una noche cuando acechaba a mi
espalda, mientras yo intentaba trabajar en mi escritorio.
Largos minutos pasaron. No creí que respondiera, incluso tuve tiempo para
esperar que se hubiera ido, hasta que sentí su mano en el hombro.
―Entonces yo también estaría solo ―dijo y se quedó toda la noche, hasta que
las lámparas se consumieron por completo.
Leigh Bardugo Dark Guardians
***
Le tomó a David casi dos semanas más tener en funcionamiento los platillos,
pero cuando finalmente estuvo listo, reuní a los Grisha en el techo del Pequeño
Palacio para que vieran la demostración. Tolya y Tamar estaban allí, alertas como
siempre, prestando atención a la multitud. Mal no estaba a la vista. Me había
Leigh Bardugo Dark Guardians
Tal vez fue la champaña o que ya sabía qué esperar, pero el Martín Pescador
parecía más ligero y grácil que el Colibrí. Aunque de todas formas me sujeté a la
borda con ambas manos, sentí que mi espíritu se elevaba conforme ascendíamos
suavemente en el aire.
Reuní valor y miré abajo. Los terrenos ondulados del Gran Palacio se extendían
bajo nosotros, atravesados por senderos de grava blanca. Vi el techo del
invernadero Grisha, el círculo perfecto de la fuente del águila bicéfala, el brillo
dorado de las puertas del palacio. Luego estuvimos sobrevolando las mansiones y
los bulevares largos y rectos de la ciudad. Las calles estaban llenas de gente que
celebraba Belyanoch. Vi juglares y hombres en zancos en Gersky Prospect,
bailarines que giraban en un escenario iluminado en uno de los parques. La música
se elevaba desde los botes en el canal.
Deseaba quedarme allí arriba para siempre, rodeada del flujo del viento,
observando el mundo diminuto y perfecto bajo nosotros; pero finalmente Nikolai
giró el timón y nos regresó al lago en un lento arco descendente. 223
El crepúsculo se profundizó en un purpura lustroso. Los Infernos encendieron
hogueras junto a la orilla del lago y en algún lugar de la penumbra, alguien entonó
una balalaika. Desde el pueblo escuché el silbido y tronido de los fuegos artificiales.
Nikolai y yo nos sentamos al final del muelle improvisado, con los pantalones
arremangados y los pies colgando por el borde. El Martín Pescador flotaba junto a
nosotros, con sus velas blancas recogidas.
Nikolai pateó el agua con el pie y lanzó una ligera salpicadura.
―Los platillos lo cambian todo ―dijo―. Si puedes mantener a los nichevo’ya
distraídos el tiempo suficiente, tendremos tiempo de encontrar y aniquilar al
Darkling.
Me acosté en el muelle, estiré los brazos sobre la cabeza y admiré el floreciente
violeta del cielo nocturno. Cuando giré la cabeza, sólo alcancé a distinguir la forma
del ahora vacío edificio de la escuela, con las ventanas oscuras. Me habría gustado
que los estudiantes vieran lo que los platillos podían hacer, darles un poquito de
esperanza. La perspectiva de una batalla aún era atemorizante, especialmente
cuando pensaba en todas las vidas que podrían perderse, pero al menos ya no
estábamos simplemente sentados en la cima de una colina, esperando morir.
―Puede que realmente tengamos una oportunidad de luchar ―dije con
asombro.
―Intenta que la emoción no te abrume, pero tengo más buenas noticias.
Gruñí. Conocía ese tono de voz.
―No lo digas.
―Vasily regresó de Caryeva.
―Podrías hacer algo agradable y ahogarme ahora.
Leigh Bardugo Dark Guardians
encogió de hombros―. Siempre ha sido así. Había rumores sobre mí incluso antes
de que naciera. Es por eso que mi madre nunca me llama Sobachka, dice que me
hace sonar como un chucho corriente.
Mi corazón punzó ligeramente ante eso. Me habían llamado de muchas formas
mientras crecía.
―Me gustan los chuchos ―le dije―. Tienen bonitas orejas suaves.
―Mis orejas son muy dignas.
Pasé el dedo sobre una de las resbaladizas placas del muelle.
―¿Es por eso que estuviste lejos tanto tiempo? ¿Por eso te convertiste en
Sturmhond?
―No sé si hay sólo una razón. Supongo que nunca sentí que perteneciera aquí,
así que intenté crear un lugar donde pudiera pertenecer.
―Yo tampoco sentí que encajara en ningún lugar ―admití. «Excepto con Mal».
Aparté el pensamiento, entonces fruncí el ceño―. ¿Sabes lo que odio de ti?
Parpadeó, alarmado. 225
―No.
―Siempre dices lo correcto.
―¿Y odias eso?
―He visto la forma en que cambias de personaje, Nikolai. Siempre eres lo que
todos necesitan que seas. Tal vez nunca sentiste que pertenecieras, o tal vez sólo lo
dices para gustarle más a la huérfana solitaria.
―Entonces ¿sí te gusto?
Rodé los ojos.
―Sí, cuando no quiero apuñalarte.
―Es un comienzo.
―No, no es así.
Se giró hacia mí. A la media luz, sus ojos avellana lucían como esquirlas de
ámbar.
―Soy un corsario, Alina ―dijo tranquilamente―. Tomaré lo que pueda.
Repentinamente, fui consciente del hombro que descansaba contra el mío, la
presión de su muslo. El aire se sentía cálido y olía dulce con la esencia del verano y
la leña.
―Quiero besarte ―me dijo.
―Ya me besaste ―repliqué con una risa nerviosa.
Una sonrisa tiró de sus labios.
―Quiero besarte de nuevo ―corrigió.
―Oh ―respiré. Su boca estaba a centímetros de la mía. Mi corazón saltó a un
galope, en pánico. «Este es Nikolai ―me recordé―. Pura planificación». Ni siquiera
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había pensado en que quería que me besara, pero mi orgullo aún se resentía por el
rechazo de Mal. ¿No había dicho que había besado a montones de chicas?
―Quiero besarte ―repitió Nikolai―, pero no lo haré. No hasta que pienses en
mí en lugar de tratar de olvidarlo a él.
Me eché hacia atrás y me puse torpemente de pie, sintiéndome ruborizada y
avergonzada.
―Alina…
―Al menos ahora sé que no siempre dices lo correcto ―murmuré.
Agarré mis zapatos y escapé por el muelle.
226
Leigh Bardugo Dark Guardians
que Tamar o Mal tenían que decir sobre ello. Pero esta vez, Mal rodó, esquivó la
corriente de aire y se puso de pie con sorprendente velocidad.
Eskil frunció el ceño y escaneó el perímetro, considerando sus opciones. Sabía
lo que estaba sopesando.
No podía darle rienda a su poder sin arriesgarse a derribarnos a todos, y tal vez
parte de los establos también. Esperé, manteniendo un tenue agarre en la luz,
insegura de qué hacer.
Mal estaba respirando con dificultad, inclinado por la cintura, descansando las
manos en los muslos. Probablemente se había roto al menos una costilla. Era
afortunado por no haberse quebrado la columna. Quería que se acostara y que se
quedara allí. En cambio, se obligó a enderezarse y siseó de dolor. Rodó los
hombros, maldijo y escupió sangre. Entonces, para mi horror, curvó los dedos y le
hizo señas al Impulsor para que avanzara. La multitud rompió en una ovación.
―¿Qué está haciendo? ―gemí―. Va a hacer que lo maten.
―Estará bien ―dijo Tamar―. Lo he visto recibir peores golpizas. 230
―¿Qué?
―Pelea aquí casi cada noche cuando está lo suficientemente sobrio. Algunas
veces no lo está.
―¿Lucha con Grisha?
Tamar se encogió de hombros.
―De verdad es muy bueno.
¿Esto es lo que Mal hacía con sus noches? Recordé todas las mañanas que había
aparecido con magulladuras y raspones. ¿Qué intentaba probar? Pensé en mis
palabras sin importancia cuando habíamos regresado de la fiesta de adivinación.
«No quiero la carga de un ejército indefensos otkazat’sya».
Deseé poder retirarlas.
Eskil hizo una finta a la izquierda, luego levantó las manos para otro ataque.
El viento soplo a través del círculo, y vi que los pies de Mal perdían contacto
con el piso. Apreté los dientes, segura de que estaba a punto de ver cómo salía
lanzado contra la pared más cercana, pero en el último segundo, giró, torció el
cuerpo en la ráfaga de aire y cargó contra el sorprendido Impulsor.
Eskil dejó salir un uf audible cuando Mal envolvió los brazos a su alrededor,
sujetando las extremidades del Grisha de modo que no pudiera invocar su poder.
El gran fjerdano gruñó, tensó los músculos, y desnudó dientes, intentado romper el
agarre de Mal.
Sé que debió haberle costado, pero Mal apretó su agarre. Se movió, y luego, con
un crujido nauseabundo, le dio un cabezazo en la nariz a su oponente. Antes de
que pudiera parpadear, había soltado a Eskil y soltó una ráfaga de golpes en las
entrañas y costados del Impulsor.
Leigh Bardugo Dark Guardians
Me separé de ella. Tenía que salir, tenía que lograr apartarme de todos. Las
lágrimas me estaban emborronando la visión; no estaba segura de si eran por el
beso o si eran por lo que había pasado antes, pero no podía dejar que me vieran
llorar. La Invocadora del Sol no lloraba, en especial por uno de sus guardias
otkazat’sya.
Y ¿qué derecho tenía? ¿No había casi besado a Nikolai? Tal vez pudiera
encontrarlo ahora y convencerlo de que besara, sin importar en quien estuviera
pensando.
Irrumpí de los establos a la penumbra. El aire era cálido y espeso. Sentía que no
podía respirar. Me alejé del camino bien iluminado junto a los prados y me dirigí al
abrigo de la arboleda de abedules.
Alguien me sujetó del brazo.
―Alina ―dijo Mal.
Me lo sacudí y apresuré mis pasos, prácticamente corriendo ahora.
―Alina, para ―me pidió, manteniendo el paso conmigo con facilidad, a pesar 232
de las heridas que había recibido.
Lo ignoré y me sumergí en el bosquecillo. Pude oler las aguas termales que
alimentan el banya, la penetrante esencia de las hojas de abedul bajo mis pies. Me
dolía la garganta. Todo lo que quería era estar sola para llorar o vomitar, tal vez
ambos.
―Maldita sea, Alina, ¿podrías parar por favor?
No podía ceder a mi dolor, así que cedí a mi furia.
―Eres el capitán de mi guardia ―dije, avanzando a tumbos a través de los
arboles―. ¡No deberías estar peleando como algún tipo de plebeyo!
Mal me cogió de un brazo y me giró hacia él.
―Soy un plebeyo ―gruño―. No soy uno de tus peregrinos o de tus Grisha o
algún perro guardián consentido que se sienta afuera de tu puerta toda la noche,
esperando por la remota oportunidad de que puedas necesitarme.
―Por supuesto que no ―le espeté―. Tienes cosas mucho mejores que hacer
con tu tiempo. Como emborracharte y meterle la lengua por la garganta a Zoya.
―Al menos ella no pone rígida cuando la toco ―contraatacó―. No me deseas,
así que ¿por qué te importa si ella sí?
―No me importa ―le dije, pero las palabras me salieron como un sollozo.
Mal me soltó tan repentinamente que casi me caí. Se alejó mí, y se pasó las
manos por el cabello. El movimiento le hizo hacer una mueca. Se tocó el costado
con los dedos. Quise gritarle que fuera a buscar un Sanador. Quise darle un
puñetazo en fractura y que le doliera más.
―Santos ―juro―. Desearía que nunca hubiéramos venido.
Leigh Bardugo Dark Guardians
―Entonces vámonos ―le dije salvajemente. Sabía que no estaba actuando muy
coherente, pero no me importaba―. Huyamos, esta noche, y olvidémonos de que
vimos este lugar siquiera.
Dejó salir una risa amarga.
―¿Sabes cuántas ganas tengo de huir? ¿De estar contigo sin rango o paredes o
cualquier cosa de por medio? ¿Sólo ser comunes de nuevo, juntos? ―Sacudió la
cabeza―. Pero no vas a hacerlo, Alina.
―Lo haré ―lo contradije, lágrimas se derramaron por mis mejillas.
―No te engañes. Simplemente encontrarías otra forma de volver.
―No sé cómo arreglar esto ―le dije con desesperación.
―¡No puedes arreglarlo! ―gritó―. Así son las cosas ahora. ¿Nunca se te
ocurrió que tal vez estabas destinada a ser reina y que yo estaba destinado ser
nada?
―Eso no es cierto.
Caminó hacia mí, las ramas de los árboles crearon sombras extrañas en su 233
rostro a la luz del crepúsculo.
―Ya no soy un soldado ―me dijo―. No soy un príncipe, y definitivamente no
soy un Santo. Así que, ¿qué soy, Alina?
―Yo…
―¿Qué soy? ―susurró.
Estaba frente a mí ahora. La esencia que conocía tan bien, esa esencia verde
oscuro de la pradera, estaba perdida bajo el olor a sudor y a sangre.
―¿Soy tu guardián? ―preguntó.
Me pasó lentamente la mano por un brazo, desde el hombro hasta la punta de
los dedos.
―¿Tu amigo?
Me rozó el otro brazo con la mano izquierda.
―¿Tu sirviente?
Pude sentir su aliento sobre mis labios. El corazón me tronaba en los oídos.
―Dime qué soy. ―Me apretó contra su cuerpo, y me rodeó la muñeca con una
mano.
Cuando sus dedos se cerraron en mi muñeca, una fuerte sacudida me atravesó
y provocó que se me doblaran las rodillas. El mundo se inclinó, y jadeé. Mal dejó
caer mi mano como si lo hubiera quemado.
Se alejó de mí, retrocediendo aturdido.
―¿Qué fue eso?
Parpadeé para intentar alejar el vértigo.
―¿Qué diablos fue eso? ―preguntó de nuevo.
―No lo sé. ―Los dedos todavía me hormigueaban.
Leigh Bardugo Dark Guardians
deberíamos haber entrado de la mano a Os Alta ese primer día. Pero ¿habría
importado al final?
«No hay vida normal para personas como tú y yo».
No hay vida normal, sólo batallas, miedo y misteriosas sacudidas crepitantes
que nos hacían tambalear. Había pasado demasiados años deseando ser el tipo de
chica que Mal podría desear. Tal vez eso no era ya posible.
«No hay otros como nosotros, Alina. Y nunca habrá».
Cuando llegaron las lágrimas, ardieron furiosas. Apreté el rostro contra la
almohada para que nadie me escuchara llorar. Lloré, y cuando ya no quedaba
nada, caí en un sueño agitado.
***
―Alina.
Desperté al suave roce de los labios de Mal sobre los míos, al toque más
delicado en mi sien, párpados y ceja. La luz de las llama de la lámpara sobre mi 235
mesa de noche destelló en su cabello castaño cuando se inclinó para besar la curva
de mi garganta.
Por un momento, dudé, confundida, no del todo despierta, luego envolví mis
brazos a su alrededor y lo atraje más cerca. No me importaba que hubiéramos
peleado, que hubiera besado a Zoya, que se hubiera alejado de mí, y que todo
pareciera tan imposible. Lo único que me importaba era que había cambiado de
opinión. Había regresado, y no estaba sola.
―Te extrañé, Mal ―murmuré contra su oído―. Te extrañé tanto.
Deslicé los brazos por su espalda y los enrollé alrededor de su cuello. Me besó
de nuevo, y suspiré ante la bienvenida presión de su boca. Lo sentí cambiar su peso
sobre mí y pasé mis manos sobre los duros músculos de sus brazos. Si Mal aún
estaba conmigo, si aún podía amarme, entonces había esperanza. El corazón me
golpeaba en el pecho mientras una sensación cálida me atravesaba. No había otro
sonido aparte del de nuestras respiraciones y del movimiento de nuestros cuerpos.
Mal me besó la garganta, la clavícula, absorbía mi piel. Me estremecí y me presione
más contra él.
Esto era lo que quería, ¿no es así? ¿Encontrar una forma de sanar la brecha entra
nosotros? Aun así, una astilla de pánico me atravesó. Necesitaba ver su rostro para
saber que estábamos bien. Acuné su cabeza entre mis manos, incliné su barbilla, y
cuando mi mirada encontró la suya, me eché hacia atrás, aterrorizada.
Miré a Mal a los ojos, a sus familiares ojos azules que conocía incluso mejor que
los míos. Excepto que no eran azules. En la luz de la lámpara mortecina, brillaban
del color gris del cuarzo.
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Sonrío entonces, una sonrisa fría, astuta, como ninguna que hubiera visto en sus
labios.
―Yo también te extrañé, Alina. ―Esa voz. Fría y suave como el cristal.
Las facciones de Mal se fundieron en la sombra y luego se formaron de nuevo,
como un rostro salido de la niebla. Pálido, hermoso, de espeso cabello negro, y
mandíbula de forma perfecta.
El Darkling posó suavemente una mano en mi mejilla.
―Pronto ―susurró.
Grité. Se disolvió en sombras y desapareció.
Luché por salir de la cama, rodeándome con los brazos. La piel me
hormigueaba, el cuerpo me temblaba por el terror y el recuerdo del deseo.
Esperaba que Tamar o Tolya irrumpieran por la puerta. Ya tenía una mentira en los
labios.
«Una pesadilla» diría. Y la palabra saldría estable, convincente, a pesar del
martilleo de mi corazón y el nuevo grito que se estaba formando en mi garganta. 236
Pero la habitación permaneció en silencio. Nadie entró. Permanecí de pie
temblando en la penumbra.
Tomé una respiración profunda, y temblorosa. Luego otra.
Cuando sentí las piernas se lo bastante estables, me puse la bata y me asomé a
la sala común. Estaba vacía.
Cerré mi puerta y presioné la espalda contra ella, mirando a las sábanas
arrugadas en la cama. No iba a ir a dormir de nuevo. Podría no volver a dormir
nunca. Miré el reloj sobre la chimenea. Durante el Belyanoch amanecía temprano,
pero pasarían horas antes de que el palacio despertara.
Busqué entre la pila de ropa que mantenía de nuestro viaje en el Volkvolny y
saqué un abrigo marrón apagado y una bufanda larga. Hacía demasiado calor para
cualquiera de los dos, pero no me importaba. Me puse el abrigo sobre el pijama, me
envolví la bufanda alrededor de la cabeza y el cuello, y me puse los zapatos.
Mientras me escabullía por la sala común, vi que la puerta a las habitaciones de
los guardias estaba cerrada. Si Mal o los gemelos estaban dentro, debían estar
durmiendo profundamente. O tal vez Mal estaba en alguna otra parte bajo las
cúpulas del Pequeño Palacio, enredado en los brazos de Zoya. El corazón me dio
un vuelco doloroso. Atravesé la puerta a la izquierda y me apresuré por los pasillos
a oscuras, hasta llegar al silencio de los jardines.
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4 Instrumento de madera o hierro que sirve para torcer y enrollar el hilo que va hilando la rueca.
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segundos antes de que las puertas se cerraran. Al otro lado se oía el ruido sordo de
los cuerpos al golpear contra las puertas, de manos arañando y voces llenas de
necesidad. Todavía escuchaba mi nombre. «Sankta Alina».
―¿Qué diablos estabas pensando? ―me rugió Tolya cuando me soltó.
―Más tarde ―le dijo Tamar secamente.
Los guardias de la ciudad me estaban fulminando con la mirada.
―Sáquenla de aquí ―gritó uno de ellos con enojo―. Tendremos suerte si no
ocurre un disturbio en toda regla.
Los gemelos tenían caballos a la espera. Tamar tomó una manta de un puesto
del mercado y me la arrojó sobre los hombros. La aferré a mi cuello, escondiendo el
collar. Tamar saltó a su silla y Tolya me subió bruscamente tras ella.
Cabalgamos en un silencio incómodo todo el camino de vuelta a las puertas del
palacio. Los disturbios fuera de las murallas de la ciudad aún no se habían
extendido al interior y lo único que obtuvimos fueron algunas miradas curiosas.
Los gemelos no dijeron una palabra, pero me di cuenta que estaban furiosos. 241
Tenían todo el derecho a estarlo. Me había comportado como una idiota y ahora
sólo podía esperar a que los guardias de abajo pudieran restablecer el orden sin
recurrir a la violencia.
Sin embargo, bajo el pánico y el pesar, una idea había tomado forma en mi
mente. Me dije que era una tontería, una ilusión, pero no me la podía quitar.
Cuando llegamos al Pequeño Palacio, los gemelos querían llevarme
directamente a las habitaciones del Darkling, pero me negué.
―Estoy a salvo ahora ―les dije―. Hay algo que tengo que hacer.
Insistieron en caminar conmigo a la biblioteca. No me tomó mucho tiempo
encontrar lo que buscaba; había sido cartógrafa, después de todo. Me puse el libro
bajo el brazo y volví a mi habitación con mis malhumorados guardas a cuestas.
Para mi sorpresa, Mal estaba esperando en la sala común. Estaba sentado en la
mesa, acunando un vaso de té.
―¿Dónde estaban…? ―comenzó, pero Tolya lo alzó de la silla y lo estrelló
contra la pared antes de que pudiera siquiera parpadear.
―¿Dónde estabas tú? ―gruñó en la cara de Mal.
―¡Tolya! ―grité alarmada. Traté de hacer a un lado su mano del cuello de Mal,
pero era como intentar doblar una barra de acero. Me volví hacia Tamar para
pedirle ayuda, pero ella dio un paso atrás con los brazos cruzados, mirando a Mal
igual de enojada que su hermano.
Mal hizo un sonido ahogado. No se había cambiado de ropa desde la noche
anterior. Le había crecido barba en el mentón y el olor a sangre y a kvas lo envolvía
como un abrigo sucio.
―Santos, ¡Tolya! ¿Podrías bajarlo?
Leigh Bardugo Dark Guardians
Por un momento, Tolya pareció tener toda la intención de acabar con la vida de
Mal, pero luego relajó los dedos y Mal se deslizó por la pared, tosiendo y tragando
aire.
―Era su turno ―vociferó Tolya, señalando con un dedo al pecho de Mal―.
Deberías haber estado con ella.
―Lo siento ―respondió Mal con voz áspera mientras se frotaba la garganta―.
Debo de haberme quedado dormido. Estaba justo al lado…
―Estabas emborrachándote. ―Tolya estaba furioso―. Puedo olerlo en ti.
―Lo siento ―dijo Mal otra vez, miserablemente.
―¿Lo sientes? ―Tolya flexionó los puños―. Debería destrozarte.
―Puedes desmembrarlo más tarde ―dije―. Ahora mismo necesito que
busques a Nikolai y le digas que se encuentre conmigo en la sala de guerra. Voy a
cambiarme.
Crucé a mi habitación y cerré la puerta, tratando de reponerme. Hasta el
momento, casi había muerto y posiblemente había ocasionado un disturbio. Tal vez 242
podía prenderle fuego a algo antes del desayuno.
Me lavé la cara y me puse la kefta, luego me apresuré a la sala de guerra. Mal
estaba esperando allí, desplomado en una silla, aunque yo no lo había invitado. Se
había cambiado de ropa, pero aún se veía desarreglado y tenía los ojos enrojecidos.
También tenía moretones recientes en el rostro debido a la noche anterior. Levantó
la vista hacia mí cuando entré, sin decir nada. ¿Habría un momento en que no me
doliera mirarlo?
Puse el atlas en la larga mesa y crucé hacia el antiguo mapa de Ravka que
recorría la longitud de la pared del fondo. De todos los mapas en la sala de guerra,
este era, de lejos, el más antiguo y más hermoso. Tracé con los dedos las elevadas
cimas de las Sikurzoi, las montañas que marcaban la frontera sur de Ravka con los
shu, luego seguí hacia abajo a las colinas occidentales. El valle de Dva Stolba era
demasiado pequeño para estar en el mapa.
―¿Recuerdas algo? ―le pregunté a Mal sin mirarlo―. ¿De antes de Keramzin?
Mal no había sido mucho mayor que yo cuando llegó al orfanato. Todavía
recordaba el día que había llegado. Había escuchado que iba a llegar otro refugiado
y esperaba que fuera una chica para que jugara conmigo. En su lugar, había
obtenido un niño regordete, de ojos azules que haría cualquier cosa ante un
desafío.
―No. ―Su voz aún sonaba ronca por su inminente asfixia a manos de Tolya.
―¿Nada?
―Solía tener sueños sobre una mujer de largo cabello dorado trenzado. Movía
algo frente a mí, como un juguete.
―¿Tu madre?
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―Madre, tía, vecina. ¿Cómo podría saberlo? Alina, sobre lo que pasó…
―¿Algo más?
Me contempló durante un largo momento, luego suspiró y dijo:
―Cada vez que huelo regaliz, recuerdo estar sentado en un porche con una
silla pintada de rojo frente a mí. Eso es todo. Todo lo demás… ―Se interrumpió
con un encogimiento de hombros.
No tenía que explicarlo. Los recuerdos eran un lujo destinado a otros niños, no
a los huérfanos de Keramzin. «Sé agradecida. Sé agradecida».
―Alina ―empezó nuevamente―, lo que dijiste sobre el Darkling…
Pero en ese momento, entró Nikolai. A pesar de lo temprano que era, cada
centímetro de él parecía un príncipe: cabello rubio brillante, botas pulidas hasta
resplandecer. Tomó nota de los moretones y la barba de tres días de Mal, luego
levantó las cejas y dijo:
―¿No se supone que alguien debe llegar con el té? ―Se sentó y estiró sus largas
piernas delante. Tolya y Tamar habían tomado posición en sus puestos, pero yo les 243
pedí que cerraran la puerta y se unieran a nosotros. Cuando estuvieron todos
reunidos alrededor de la mesa, dije:
―Estuve entre los peregrinos esta mañana. ―Nikolai alzó la cabeza golpe. En
un instante, el príncipe tolerante había desaparecido.
―Creo que debo haberte escuchado mal.
―Estoy bien.
―Estuvo a punto de morir ―interpuso Tamar.
―Pero no fue así ―añadí.
―¿Estás completamente loca? ―preguntó Nikolai―. Esas personas son
fanáticas. ―Se giró a Tamar―. ¿Cómo pudiste dejar hiciera algo así?
―No lo hice ―dijo Tamar.
―Dime que no fuiste sola ―me dijo
―No fui sola.
―Sí fue sola
―Tamar, cállate. Nikolai, ya te lo dije, estoy bien.
―Sólo porque llegamos a tiempo ―dijo Tamar.
―¿Cómo llegaron? ―preguntó Mal tranquilamente―. ¿Cómo la encontraron?
El rostro de Tolya se oscureció y golpeó la mesa con uno de sus gigantes puños.
―No debimos haber tenido que encontrarla ―dijo―. Era tu turno.
―Déjalo, Tolya ―dije bruscamente―. Mal no estaba donde debería haber
estado y soy perfectamente capaz de ser estúpida por mi cuenta.
Tomé un respiro. Mal parecía desolado y Tolya parecía como si estuviera a
punto de romper varias piezas de muebles. La cara de Tamar era glacial y Nikolai
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estaba lo más enojado que lo había visto alguna vez. Pero por lo menos tenía su
atención.
Empujé el atlas hasta el centro de la mesa.
―Hay un nombre con el que a veces me llaman los peregrinos ―proseguí―.
Hija de Dva Stolba.
―¿Dos Molinos? ―preguntó Nikolai.
―Un valle, nombrado en honor a las ruinas a su entrada.
Abrí el atlas en la página que había marcado. Había un mapa detallado de la
frontera suroeste.
―Mal y yo somos de por aquí ―continué, pasando un dedo por el borde de la
hoja―. Los asentamientos se extienden a lo largo de esta área.
Di vuelta la página a una ilustración de un camino que conducía a un valle
salpicado de pueblos. A ambos lados de la carretera había un delgado huso de
roca.
―No se aprecian mucho ―se quejó Tolya. 244
―Exactamente ―dije―. Esas ruinas son antiguas. ¿Quién sabe cuánto tiempo
han estado allí o lo que podrían haber sido? El valle se llama Dos Molinos, pero tal
vez fueron parte de una puerta de entrada o un acueducto. ―Curvé el dedo a
través de los husos―. O un arco.
Un repentino silencio descendió sobre la sala. Con el arco en el primer plano y
las montañas a lo lejos, las ruinas eran exactamente iguales a lo que se veía detrás
de Sankt Ilya en el Istorii Sankt'ya. Lo único que faltaba era el pájaro de fuego.
Nikolai tiró del atlas hacia él.
―¿Sólo estamos viendo lo que queremos ver?
―Tal vez ―admití―. Pero es difícil de creer que sea una coincidencia.
―Enviemos exploradores ―sugirió.
―No ―le dije―, quiero ir.
―Si te vas ahora, todo lo que has logrado con el Segundo Ejército quedará
deshecho. Yo iré. Si Vasily puede correr a Caryeva para comprar ponis, entonces a
nadie le importará si me tomo un poco de tiempo en un viaje de caza.
Negué con la cabeza.
―Tengo que ser la que mate al pájaro de fuego.
―Ni siquiera sabemos si está ahí.
―¿Por qué estamos siquiera discutiéndolo? ―preguntó Mal―. Todos sabemos
que seré yo quien vaya.
Tamar y Tolya intercambiaron una mirada inquieta.
Nikolai se aclaró la garganta.
―Con el debido respeto, Oretsev, no pareces estar lo bastante bien.
―Estoy bien.
Leigh Bardugo Dark Guardians
―¿Adónde? ¿A perseguir una criatura mítica que puede que ni siquiera exista?
¿A una búsqueda imposible en las montañas infestadas de shu?
―Alina ―dijo Nikolai con voz queda―, eso es lo que hacen los héroes.
―¡Yo no quiero que sea un héroe!
―Él no puede cambiar lo que él es más de lo que tú puedes dejar de ser Grisha.
Era un eco de lo que había dicho hacía sólo unas horas, pero no quería
escucharlo.
―No te importa lo que le suceda a Mal ―le dije con rabia―. Lo único que
quieres es deshacerte de él.
―Si quisiera que te desenamoraras de Mal, haría que se quedara. Le dejaría
ahogar sus problemas en kvas y actuar como un idiota herido. Pero, ¿es esa la vida
que quieres para él?
Di un suspiro tembloroso. No lo era. Lo sabía. Mal era miserable aquí. Había
estado sufriendo desde el momento en que llegamos, pero me había negado a
verlo. Había arremetido contra él por querer que yo fuera algo que no podía y todo 246
el tiempo exigí lo mismo de él. Me sequé las lágrimas de las mejillas. No tenía
sentido discutir con Nikolai. Mal había sido un soldado, buscaba un propósito.
Aquí estaba, simplemente debía dejar que lo tomara.
Y ¿por qué no admitirlo? A pesar de mi protesta, había otra voz dentro de mí,
codiciosa, vergonzosamente hambrienta, que exigía la conclusión, que clamaba que
Mal fuera y buscara al pájaro de fuego, que insistía en que me lo trajera, sin
importar el costo. Le había dicho a Mal que la chica que conoció se había ido. Mejor
que se fuera antes de ver cuán cierto era.
Dejé mis dedos avanzara la deriva sobre la ilustración de Dva Stolba. ¿Dos
Molinos, o algo más? ¿Quién podría decirlo cuando ya no quedaban nada más que
ruinas?
―¿Sabes cuál es el problema con los héroes y los santos, Nikolai ? ―le pregunté
mientras cerraba la tapa del libro y me dirigía a la puerta―. Siempre terminan
muertos.
Leigh Bardugo Dark Guardians
Mal me evitó toda la tarde, así que me sorprendí cuando se apareció con Tamar
para escoltarme a la cena de cumpleaños de Nikolai. Había asumido que le pediría
a Tolya que tomara su lugar. Tal vez se estaba enmendando por haber faltado a su
turno anterior.
Realmente había pensado no acudir a la cena, pero no parecía tener mucha
importancia. No podía pensar en una buena excusa, y mi ausencia sólo ofendería a
los Reyes.
Me vestí con un kefta clara hecho de brillantes secciones doradas de seda pura. 247
El corpiño estaba compuesto por zafiros del azul profundo de los Invocadores que
combinaban con las joyas en mi cabello.
Los ojos de Mal me recorrieron cuando entré a la sala común, y se me ocurrió
que los colores le habrían quedado mejor a Zoya. Entonces me sentí asombrada de
mí misma. Con lo hermosa que era, Zoya no era el problema. Mal se iba. Yo estaba
dejando que se fuera. No había a quien culpar por el distanciamiento entre
nosotros.
La cena se sirvió en uno de los suntuosos comedores del Gran Palacio, una
habitación conocida como el Nido del Águila por el gran friso del techo que
retrataba al águila bicéfala coronada, con un espectro en una garra y un racimo de
flechas negras atadas por cordones rojos, azules y morados en la otra. Sus plumas
habían sido forjadas en oro real, y no pude evitar pensar en el pájaro de fuego.
La mesa estaba atestada con los generales de más alto rango del Primer Ejército
y sus esposas, así como los sobrinos, tíos y tías Lantsov más prominentes. La Reina
estaba sentada a un extremo de la mesa, con aspecto de flor arrugada vestida con
seda rosa pálido. En el extremo opuesto, Vasily se sentaba junto al Rey, fingiendo
no notar que su padre se comía con los ojos a la joven esposa de un oficial. Nikolai
se encontraba en el centro de la mesa, conmigo a su lado, deslumbrantemente
encantador, como siempre.
Había pedido que ningún baile se ofreciera en su honor, pues no parecía
adecuado con tantos refugiados pasando hambre fuera de los muros de la ciudad.
Pero era Belyanoch, y los Reyes no parecían capaces de contenerse. La cena
consistía de trece platos, incluyendo un lechón completo y una gelatina de tamaño
real con la forma de un ciervo.
Leigh Bardugo Dark Guardians
―dijo con otra cálida sonrisa―. Querían que reabriéramos algunos de los caminos
forestales del norte, y una vez que el Darkling sea derrotado, esperan la
cooperación de la Invocadora del Sol en nuestro esfuerzo conjunto por hacer
retroceder el Abismo.
Me sonrió abiertamente. Me molestó un poco su presunción, pero era una
petición obvia y razonable, e incluso la líder del Segundo Ejército era un súbdito
del Rey. Di lo que esperaba fuera un digno asentimiento.
―¿Qué caminos? ―preguntó Nikolai.
Vasily movió la mano, restándole importancia a la idea.
―Están en algún lugar al sur de Halmhend, al oeste del permafrost. Están
suficientemente defendidos con el fuerte en Ulensk, por si a los fjerdanos se les
ocurre algo.
Nikolai se puso de pie, su silla se arrastró contra el piso de parqué.
―¿Cuándo levantaste los bloqueos? ¿Cuánto llevan abiertos los caminos?
Vasily se encogió de hombros. 250
―¿Qué diferencia…
―¿Cuánto?
La herida en el hombro me palpitaba.
―Un poco más de una semana ―contestó Vasily―. ¿No creo que te preocupe
que los fjerdanos intenten atacarnos desde Ulensk? Los ríos no se congelarán en
meses, y hasta entonces…
―¿Alguna vez te detuviste a considerar porque se preocuparían en un camino
forestal?
Vasily desechó la idea con un ademán.
―Asumo que es porque están necesitados de madera ―contestó―. O tal vez es
sagrado para uno de sus ridículos espíritus del bosque.
Hubo risas nerviosas alrededor de la mesa.
―Está defendido por un único fuerte ―gruñó Nikolai.
―Porque el pasaje es demasiado angosto para acomodar una verdadera
fortaleza.
―Estás librando una guerra antigua, hermano. El Darkling no necesita un
batallón de soldados a pie o armas pesadas. Todo lo que necesita son sus Grisha y
los nichevo’ya. Tenemos que evacuar el palacio de inmediato.
―¡No seas absurdo!
―Nuestra única ventaja era la advertencia temprana, y los exploradores de esos
bloqueos eran nuestras primeras defensas. Eran nuestros ojos, y nos cegaste. El
Darkling puede estar a sólo kilómetros de nosotros ahora.
Vasily sacudió su cabeza tristemente.
―Te pones en ridículo.
Leigh Bardugo Dark Guardians
Nikolai estrelló las manos sobre la mesa. Los platos rebotaron con un ruidoso
traqueteo.
―¿Por qué la delegación fjerdana no está aquí para compartir tu gloria? ¿Para
brindar esta alianza sin precedente?
―Enviaron sus disculpas. No fueron capaces de viajar inmediatamente, a
pesar…
―No están aquí porque está a punto de suceder una masacre. Su pacto es con el
Darkling.
―Toda nuestra inteligencia lo localiza al sur con los shu.
―¿Crees que no tiene espías? ¿Que no tiene sus propios operativos en nuestras
redes? Tendió una trampa que cualquier niño podría reconocer, y tú fuiste directo a
ella.
El rostro de Vasily se tornó morado.
―Nikolai, seguramente… ―objetó su madre.
―El fuerte en Ulensk está dirigido por un regimiento completo ―aportó uno 251
de los generales.
―¿Ves? ―dijo Vasily―. Esto es sembrar el miedo de la peor manera, y no lo
toleraré.
―¿Un regimiento contra un ejército de nichevo’ya? Todos en el fuerte ya están
muertos ―dijo Nikolai―, sacrificados por tu orgullo y estupidez.
Vasily se llevó una mano a la empuñadura de su espada.
―Te extralimitas, pequeño bastardo.
La Reina jadeó. Nikolai soltó una risa áspera.
―Sí, insúltame, hermano. Tanto bien hará. Mira alrededor de esta mesa ―le
dijo―. Cada general, cada noble de alto rango, la mayoría de la línea Lantsov, y la
Invocadora del Sol. Todos en un solo lugar, en una noche.
Unos cuantos rostros en la mesa se volvieron repentinamente pálidos.
―Tal vez deberíamos considerar… ―dijo el chico pecoso frente a mí.
―¡No! ―exclamó Vasily, le temblaban los labios―. ¡Son sus celos mezquinos!
No puede soportar verme triunfar. Él…
Comenzaron a repicar las campanas de advertencia, distantes al principio, cerca
de los muros de la ciudad, una y luego otra comenzaron a unirse en un creciente
coro de alarma que hacía eco en las calles de Os Alta, a través de la parte alta de la
ciudad, y sobre las paredes del Gran Palacio.
―Le entregaste Ravka ―dijo Nikolai.
Los invitados se levantaron y se alejaron de la mesa, correteando de pánico.
Mal estuvo a mi lado inmediatamente, con su sable ya desenfundado.
―Tenemos que llegar al Pequeño Palacio ―dije, pensando en los platillos
reflectantes montados en el techo―. ¿Dónde está Tamar?
Leigh Bardugo Dark Guardians
***
La herida en el hombro me quemaba y me picaba, haciéndome ir más rápido
mientras corría por el túnel. La cabeza me daba vueltas… «Si tenían la oportunidad
de encerrarse el salón principal, si tenían tiempo de llegar a las armas en el techo, si
llegaba a los platillos». Todos nuestros planes, desechos por la arrogancia de
Vasily.
Irrumpí al aire libre, y mis zapatillas lanzaron grava cuando patiné para
detenerme. No supe si fue el impulso o la vista frente a mí lo que me hizo caer de
rodillas.
El Pequeño Palacio estaba envuelto en sombras agitadas. Chasqueaban y
zumbaban mientras se deslizaban sobre las paredes y se abalanzaban desde el
techo. Había cuerpos yaciendo en los escalones, cuerpos derrumbados en el suelo.
Las puertas frontales estaban abiertas de par en par.
El pasillo frente a los escalones estaba lleno de fragmentos de espejo quebrado.
A su lado se encontraba uno de los platillos de David destrozado, aplastando el
Leigh Bardugo Dark Guardians
cuerpo de una chica con las gafas retorcidas. Paja. Había dos nichevo’ya agachados
frente al platillo, mirando sus reflejos distorsionados.
Solté un grito de pura ira y los atravesé con una fiera andana de luz ardiente. El
haz de luz se fracturó en los bordes del plato cuando los nichevo’ya desaparecieron.
Escuche la ráfaga de un arma de fuego desde el techo. Alguien seguía vivo,
alguien seguía luchando. Y quedaba un platillo. No era mucho, pero era todo lo
que teníamos.
―Por aquí ―dijo Mal.
Arrancamos correr a través del césped y entramos por la puerta que guiaba a
las habitaciones del Darkling. En la base de las escaleras, un nichevo’ya se lanzó
chillando hacia nosotros desde la entrada y me derribó. Mal lo golpeó con su sable,
pero el nichevo’ya ondeó y después se reformó.
―¡Atrás! ―grité. Él se agacho, y atravesé con el Corte al soldado de sombra.
Subí los escalones dos a la vez, con el corazón martilleando y Mal pegado a mis
talones. El aire era denso con el olor de sangre y el ruido retumbante del arma de 254
fuego.
Cuando emergimos al techo, oí a alguien gritar:
―¡Aléjense!
Sólo tuvimos tiempo para agacharnos antes de que la grenatki estallara sobre
nosotros; nos lastimó los parpados con la luz y nos dejó un zumbido en los oídos.
Había Corporalki manipulando las armas de Nikolai, enviando torrentes de balas
hacia la masa de sombras mientras Fabricadores recargaban las municiones. El
platillo restante estaba rodeado por Grisha armados, luchando por mantener a los
nichevo’ya a raya. David está ahí, sujetando incómodo un rifle e intentando
mantener su terreno. Arrojé un rayo de luz alto en un arco que partió el cielo y nos
dio unos segundos preciosos.
―¡David!
David le dio dos soplidos al silbato que colgaba de su cuello. Nadia se puso las
gafas, y el Durast que manejaba el platillo se puso en posición. No esperé, levanté
las manos y lancé luz sobre el platillo. El silbato sopló y el plato se inclinó. Un solo
haz de luz estalló de la superficie reflectante. Incluso sin el segundo platillo,
atravesó el cielo y ensartó a los nichevo’ya mientras se quemaban hasta ser nada.
El haz barrió el aire en un arco brillante, disolviendo cuerpos negros a su paso,
adelgazando la horda hasta que pudimos ver el profundo crepúsculo de Belyanoch.
Un grito de alegría se alzó de los Grisha al primer vistazo de las estrellas, y una
pizca de esperanza perforó mi terror.
Entonces un nichevo’ya se abrió camino, esquivó el haz y se arrojó hacia el
platillo, meciéndolo de sus amarras.
Leigh Bardugo Dark Guardians
―¡Abajo! ―gritó David. Nos giramos hacia el resguardo del salón, con los ojos
bien cerrados y las manos sobre la cabeza, esperando la explosión.
La explosión sacudió el piso de piedra bajo nuestros pies, y el brillo quemó de
rojo mis parpados cerrados.
Huimos. Los nichevo’ya había se había dispersado, sorprendidos por el estallido
de luz y el sonido, pero sólo segundos más tarde, giraron de vuelta hacia nosotros.
―¡Corran! ―grité. Levanté los brazos e invoqué la luz en fieras guadañas,
cortando a través del cielo violeta, atravesado a un nichevo’ya tras otro mientras Mal
abría fuego. Los Grisha corrían por el túnel del bosque.
Hice uso de cada parte del poder del ciervo, la fuerza de la sierpe de mar, cada
truco que Baghra alguna vez me habían enseñado. Atraje la luz hacia mí y la afilé
en mordaces arcos que cortaban senderos luminosos a través del ejército de
sombras.
Pero simplemente eran demasiados. ¿Qué le había costado al Darkling crear tal
multitud? Se abalanzaban con los cuerpos cambiando y girando como brillantes 258
nubes de insectos, con los brazos estirados hacia el frente, y las afiladas garras al
descubierto. Empujaban a los Grisha de regreso al túnel, sus alas negras batían el
aire, con los retorcidos agujeros vacíos que eran sus bocas ya abriéndose.
Entonces, el aire cobró vida con el sonido de un arma de fuego. Había soldados
dispersándose del bosque a mi izquierda, disparando mientras corrían. El grito de
guerra que emitían sus labios me erizó el vello de los brazos. «Sankta Alina».
Se arrojaron contra los nichevo’ya, blandiendo espadas y sables, rasgando a los
monstruos con terrible ferocidad. Algunos vestían como granjeros, otros con
andrajosos uniformes del Primer Ejército, pero cada uno de ellos llevaba tatuajes
idénticos: mi rayo de sol, dibujado en tinta en un costado de sus rostros.
Sólo dos no portaban marca. Tolya y Tamar guiaban la carga, con ojos salvajes,
filos centelleando, y rugiendo mi nombre.
Leigh Bardugo Dark Guardians
Mal frunció el ceño y Tolya negó con la cabeza, pero no me importó. Sabía que
podría ser una trampa, pero si había incluso una oportunidad de salvar sus vidas,
tenía que aprovecharla.
―Entrégate ―dijo el Darkling―, y todos ellos pueden irse, pueden bajar por
esa madriguera de conejo y desaparecer para siempre.
―¿Irnos? ―susurró Sergei.
―Está mintiendo ―dijo Mal―, es lo único que sabe hacer.
―No tengo necesidad de mentir ―dijo el Darkling―, Alina quiere venir
conmigo.
―Ella no quiere saber nada de ti ―espetó Mal.
―¿No? ―preguntó el Darkling. Su pelo oscuro brillaba a la luz de las lámparas
de la capilla. Convocar a su ejército de sombras se había cobrado su precio; estaba
más delgado, más pálido, pero de alguna manera, los agudos ángulos de su rostro
sólo lo hacían lucir más hermoso―. Te advertí que tu otkazat'sya nunca podría
entenderte, Alina. Te dije que sólo te temería y a recelaría de tu poder. Dime que 261
me equivoqué.
―Te equivocaste. ―Mi voz era firme, pero la duda se asentó en mi corazón.
El Darkling negó con la cabeza.
―No puedes mentirme ¿Crees que podría haber venido a ti una y otra vez, si
hubieras estado menos sola? Tú me llamaste, y yo te respondí.
No podía creer lo que estaba escuchando.
―Tú... ¿tú estabas allí?
―En el Abismo, en el palacio, anoche.
Me sonrojé al recordar su cuerpo sobre el mío. La vergüenza me recorrió de
pies a cabeza, pero con ella sentí un alivio abrumador. No lo había imaginado.
―Eso no es posible ―espetó Mal.
―No tienes idea de lo que puedo hacer posible, rastreador.
Cerré los ojos.
―Alina…
―He visto lo que eres realmente ―prosiguió el Darkling―, y nunca te he
rechazado, jamás lo haré. ¿Acaso puede él decir lo mismo?
―No sabes nada de ella ―dijo Mal con fiereza.
―Ven conmigo ahora y todo esto se detendrá; el miedo, la incertidumbre, el
derramamiento de sangre. Déjalo ir Alina, déjalos ir a todos.
―No ―le dije. Pero mientras negaba con la cabeza, algo en mí interior gritaba:
«Sí».
El Darkling suspiró y miró por encima del hombro.
―Tráiganla ―ordenó. Una figura se adelantó, envuelta en un chal pesado,
encorvada y con movimiento lentos, como si cada paso le causara dolor. «Baghra».
Leigh Bardugo Dark Guardians
Mi estómago se retorció de forma enfermiza. «¿Por qué tenía que ser tan terca?
¿Por qué no podía haberse ido con Nikolai? A menos que Nikolai nunca hubiera
logrado salir».
El Darkling puso una mano en el hombro de Baghra. Ella se estremeció.
―Déjala en paz ―le dije con rabia.
―Muéstrales ―dijo.
Ella se desenrolló el chal. Aspiré airé con fuerza y oí que alguien gemía a mi
espalda.
No era Baghra. Pero tampoco sabía lo que era. Las mordeduras estaban por
todas partes, crestas negras de carne, masas retorcidas de tejidos que nunca
podrían ser sanados ni por mano de Grisha, ni por ninguna otra. La marcas
inconfundibles de los nichevo’ya. Entonces vi la descolorida llama de su pelo y el
precioso color ámbar en el único ojo que le quedaba.
―Genya ―jadeé.
Nos quedamos en un silencio terrible. Di un paso hacia ella, pero entonces 262
David se me adelantó por los escalones del altar. Genya se encogió para alejarse de
él, se cubrió de nuevo con el chal y giró para ocultar su rostro. David desaceleró y
dudó. Luego extendió la mano gentilmente para tocarle el hombro. Vi que la
espalda subía y bajaba, y supe que estaba llorando.
Me cubrí la boca cuando un sollozo se liberó de mi garganta.
Ya había visto mil horrores en este largo día, pero este fue el que me doblegó;
ver a Genya encogida lejos de David como un animal asustado. La luminosa Genya
con su piel de alabastro y manos agraciadas. La resistente Genya, que había
aguantado constantes humillaciones e insultos, pero que siempre había sostenido
en alto su adorable barbilla. La tonta Genya, que había tratado de ser mi amiga y
se había atrevido a mostrarme misericordia.
David envolvió su brazo alrededor de los hombros de Genya y lentamente la
hizo caminar por el pasillo. El Darkling no intento detenerlos.
―He librado la guerra a la que me obligaste, Alina ―dijo el Darkling―, si no
hubieras huido de mí, el Segundo Ejército todavía estaría intacto. Todos aquellos
Grisha todavía estarían vivos. Tu rastreador estaría seguro y feliz con su
regimiento. ¿Cuándo será suficiente? ¿Cuándo vas a permitir que me detenga?
«Nada te puede ayudar. Tu única esperanza es correr». Baghra tenía razón.
Había sido una tonta al pensar que podía luchar contra él. Lo había intentado y un
sinnúmero de personas han perdido la vida por ello.
―Estás de luto por los muertos en Novokribirsk ―continuó el Darkling―, la
gente perdida en el Abismo. Pero, ¿qué hay de los miles que vinieron antes que
ellos, los que se dedicaron a guerras sin fin? ¿Qué hay de los otros que en este
momento mueren en costas lejanas? Juntos podemos poner fin a todo eso.
Leigh Bardugo Dark Guardians
Razonable. Lógico. Por una vez, dejé que las palabras penetraran. Un final para
todo.
«Se acabó».
Debería haberme sentido abatida ante el pensamiento, derrotada, pero en vez
de eso, me había llenado de una curiosa ligereza. ¿Es que acaso una parte de mí no
había sabido desde el principio que todo iba a terminar de esta manera?
Desde el momento en que el Darkling había deslizado su mano sobre mi brazo
en el pabellón Grisha hacía ya tanto tiempo, había tomado posesión de mí.
Simplemente no me había dado cuenta.
―Está bien ―le susurré.
―¡Alina, no! ―dijo Mal furiosamente.
―¿Los dejarás ir ―le pregunté―. ¿A todos ellos?
―Necesitamos al rastreador ―me dijo el Darkling―, para el pájaro de fuego.
―Él también se va. No puedes tenernos a ambos.
El Darkling hizo una pausa, luego asintió una vez. Sabía que pensaba que iba a 263
encontrar una manera de reclamar a Mal. Dejé que se lo creyera, pero jamás iba a
dejar que eso ocurriera.
―Yo no voy a ninguna parte ―dijo Mal con los dientes apretados.
Me volví hacia Tolya y Tamar.
―Llévenselo de aquí. Aunque tengan que arrastrarlo.
―Alina…
―No vamos a irnos ―dijo Tamar―. Lo hemos jurado.
―Lo harán.
Tolya sacudió su enorme cabeza.
―Te juramos nuestras vidas. Cada uno de nosotros.
Me di la vuelta para enfrentarse a ellos.
―Entonces hagan lo que les ordeno ―les dije―. Tolya Yul-Baatar, Tamar Kir-
Baatar, se llevarán a estas personas a un lugar seguro. ―Invoqué la luz y creé un
halo glorioso a mí alrededor. Un truco barato, pero bastante bueno. Nikolai se
habría sentido orgulloso―. No me fallen.
Tamar tenía lágrimas en los ojos, pero ella y su hermano inclinaron la cabeza.
Mal me enganchó del brazo y me dio la vuelta bruscamente.
―¿Qué estás haciendo?
―Quiero hacerlo. ―«Lo necesito». Sacrificio o egoísmo, ya no importaba.
―No te creo.
―No puedo huir de lo que soy, Mal, de lo que me estoy convirtiendo. No
puedo devolverte a la Alina que conociste, pero puedo liberarlos.
―No puedes... no puedes elegirlo a él.
Leigh Bardugo Dark Guardians
―No hay ninguna decisión que tomar. Esto ya estaba destinado. ―Era cierto, lo
sentía en el collar, en el peso del grillete. Por primera vez en semanas, me sentía
fuerte.
Él negó con la cabeza.
―Esto es un error. ―La expresión de su rostro casi me desarmó. Estaba
perdido, sobresaltado, como un niño de pie a solas en las ruinas de una aldea en
llamas―. Por favor, Alina ―dijo en voz baja―, por favor, esto no puede ser el fin.
Apoyé la mano en su mejilla, con la esperanza de que todavía hubiera lo
suficiente entre nosotros como para hacerle entender. Me puse de puntillas y besé
la cicatriz en su mandíbula.
―Te he amado toda mi vida, Mal ―le susurré a través de mis lágrimas―.
Nuestra historia no tiene fin.
Di un paso atrás, memorizando cada línea de su rostro amado. Entonces me di
la vuelta y caminé por el pasillo.
Mis pasos eran seguros. Mal tendría una vida, encontraría su propósito. Ahora 264
yo tenía que buscar el mío. Nikolai me había prometido una oportunidad de salvar
a Ravka, de reparar todo lo que había hecho. Lo había intentado, pero era un regalo
que me daba el Darkling.
―¡Alina! ―gritó Mal. Oí un forcejeo detrás de mí y supe que Tolya lo había
sujetado―. ¡Alina!
Su voz era madera cruda y blanca, arrancada del corazón de un árbol. No me
volví. El Darkling estaba esperando, su guardia de sombras se cernía y cambiaba a
su alrededor. Tenía miedo, pero bajo el miedo, estaba ansiosa.
―Somos iguales ―dijo―, como nadie hasta ahora, como nadie podrá ser jamás.
La verdad de sus palabras resonó en mi interior. «Los semejantes se atraen».
Me tendió la mano y entré en sus brazos. Ahuequé su nuca, sintiendo el roce de
su pelo suave como la seda en la punta de mis dedos. Sabía que Mal estaba
observándonos. Necesitaba que nos diera la espalda, necesitaba que se fuera. Alcé
mi rostro hasta mirar al Darkling.
―Mi poder es tuyo ―le susurré.
Vi el júbilo y el triunfo en sus ojos cuando posó su boca sobre la mía. Nuestros
labios se encontraron y la conexión entre nosotros se abrió. No era como había
tocado en mis visiones, cuando había venido a mí como sombra. Esto era real, y
podría ahogarme en ello.
El poder fluyó a través de mí, el poder del ciervo, de su fuerte corazón latiendo
en nuestros cuerpos, la vida que había tomado, la vida que había tratado de salvar.
Pero también sentí el poder del Darkling, el poder del Hereje Oscuro, el poder del
Abismo.
Leigh Bardugo Dark Guardians
***
Lo primero que escuché fue el ruido sordo de la voz de Tolya. No podía hablar,
no podía gritar. Todo lo que conocía era el dolor y el peso implacable de la tierra.
Más tarde me enteraría que habían trabajado sobre mí durante horas, insuflando
Leigh Bardugo Dark Guardians
***
Viajamos por kilómetros, a través de pasajes tan estrechos que tuvieron que
bajar mi litera a la suelo y deslizarme por la roca, también a través de túneles altos
y lo suficientemente anchos para diez carretas de heno. No sé por cuánto tiempo
continuamos de esa manera. No había noches ni días bajo tierra.
Mal se recuperó antes que yo y cojeaba junto a mi litera. Había resultado herido
cuando el túnel se derrumbó, pero los Grisha lo habían restaurado. Lo que yo había
sufrido, lo que había aguantado, ellos no tenían poder para curarlo.
En algún momento, nos detuvimos en una cueva que goteaba con hileras de
estalactitas. Había oído uno de mis cargueros llamarla la Boca del Gusano. Cuando
me bajaron, Mal estaba allí, y con su ayuda, me las arreglé para conseguir sentarme
apoyada contra la pared de la cueva. Incluso ese esfuerzo me dejó mareada y 268
cuando me dio unos toquecitos en la nariz con su manga, vi que estaba sangrando.
―¿Qué tan malo es? ―le pregunté.
―Has tenido días mejores ―admitió― Los peregrinos mencionaron algo
llamado La Catedral Blanca, creo que es ahí donde nos dirigimos.
―Me llevan al Apparat.
Mal echó un vistazo alrededor de la caverna.
―Así escapó el Gran Palacio después del golpe, y es así cómo ha logrado evadir
la captura durante tanto tiempo.
―También es cómo apareció y desapareció en la fiesta de adivinación. La
mansión estaba al lado del Convento de Sankta Lizabeta, ¿recuerdas? Tamar me
llevó directamente a él, y luego lo dejó escapar. ―Escuché la amargura en mi débil
voz.
Poco a poco, mi mente confundida había podido reconstruirlo todo. Sólo Tolya
y Tamar habían sabido de la fiesta y habían arreglado que el Apparat se encontrara
conmigo. Ya estaban entre los peregrinos esa mañana, para ver el amanecer con los
fieles cuando casi empecé el disturbio. Fue así como habían llegado con tanta
rapidez; y Tamar había desaparecido del Nido de Águila, tan pronto como había
empezado a sospechar del peligro. Sabía que los gemelos y sus soldados de sol
eran la única razón por la que los Grisha habían sobrevivido, pero sus mentiras aún
me escocían.
―¿Cómo están los demás?
Mal miró hacia donde el grupo hecho polvo de Grisha se acurrucaba entre las
sombras.
―Saben del grillete ―dijo―. Están asustados.
Leigh Bardugo Dark Guardians
***
La Catedral Blanca era una caverna de cuarzo alabastro, tan vasta que podría
haber albergado una ciudad en su brillantes profundidades marfileñas. Sus paredes
eran húmedas y florecidas con setas, lirios de sal y hongos venenosos con forma de
estrella. Estaba enterrada profundamente bajo Ravka, en algún lugar al norte de la
capital. 270
Quería encontrarme con el sacerdote de pie, así que me aferré al brazo del Mal
mientras nos presentaban ante él, tratando de ocultar el esfuerzo que me costaba el
mero acto de permanecer en posición vertical y la forma en que mi cuerpo se
estremecía.
―Sankta Alina ―dijo el Apparat―. Por fin ha venido a nosotros.
Luego cayó de rodillas sobre su andrajosa túnica marrón. Me besó la mano y
luego el dobladillo. Llamó a los fieles y miles de ellos se reunieron en el vientre de
la caverna. Cuando habló, parecía que el mismo aire a temblaba.
―Nos levantaremos para construir un nuevo Ravka ―rugió―. ¡Un país libre
de tiranos y reyes! ¡Saldremos de la tierra y haremos retroceder a las sombras en
una marea de rectitud!
Bajo nosotros, los peregrinos cantaban. «Sankta Alina».
Había habitaciones excavadas en la roca que brillaban como el marfil y
centelleaban por las finas vetas de plata. Mal me ayudó a llegar a mi habitación, me
hizo comer algunos bocados de gachas de guisantes dulces, y me trajo una jarra de
agua fresca para llenar mi palangana. Habían fijado un espejo directamente en la
piedra, y cuando me vi, dejé escapar un pequeño grito. La pesada jarra se estrelló
contra el suelo. Mi piel estaba pálida, estirada sobre los huesos sobresalientes. Mis
ojos eran huecos amoratados. Mi cabello se había vuelto completamente blanco,
como una fina y débil capa de nieve recién caída.
Toqué con mis dedos el cristal. La mirada de Mal se encontró con la mía en el
reflejo.
―Debí habértelo advertido ―dijo.
―Me veo como un monstruo.
Leigh Bardugo Dark Guardians
De nuevo, la muchacha soñó con barcos, pero esta vez, volaban. Tenían alas
blancas hechas de tela, y un zorro de mirada inteligente estaba al timón. A veces, el
zorro se convertía en un príncipe que la besaba en los labios y le ofrecía una corona
enjoyada. A veces era un sabueso infernal rojo, con espuma en el hocico, que le
mordía los talones mientras corría.
De vez en cuando, soñaba con el pájaro de fuego. La atrapaba en sus alas
ardientes y la sostenía mientras se quemaba.
Mucho antes de que llegara la noticia, supo que el Darkling había sobrevivido y
que había fallado una vez más. Había sido rescatado por sus Grisha y ahora
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gobernaba Ravka desde un trono envuelto en sombras, rodeado de su horda
monstruosa. Si había quedado debilitado por lo que ella había hecho en la capilla,
no lo sabía. Él era antiguo, y el poder le era familiar como nunca lo había sido para
ella.
Sus guardias oprichniki entraron en monasterios e iglesias, rompieron baldosas y
cavaron en el suelo, buscando a la Invocadora del Sol. Se ofrecieron recompensas,
se hicieron amenazas, y una vez más, a la muchacha se le dio caza.
El sacerdote le juró que estaba a salvo en la red de pasajes en expansión que
cruzaba Ravka como un mapa secreto. Hubo quienes afirmaron que los túneles los
habían cavado los ejércitos de los fieles, que les habían tomado cientos de años con
picos y hachas el tallarlos. Otros dijeron que eran obra de un monstruo, un gran
gusano que tragaba tierra, roca, raíces, y grava, que excavó los caminos
subterráneos que llevaban a los antiguos lugares sagrados, donde todavía se decían
las oraciones medio recordadas. La muchacha sólo sabía que ningún lugar podría
mantenerlos a salvo por mucho tiempo.
Miró los rostros de sus seguidores: ancianos, mujeres jóvenes, niños, soldados,
granjeros, convictos. Todo lo que veía eran cadáveres, más cuerpos para que
Darkling le depositara a los pies.
El Apparat lloró, gritando su gratitud porque la Santa del Sol siguiera viviendo,
porque una vez más se hubiera salvado. En su salvaje mirada oscura, la muchacha
vio una verdad diferente: un mártir muerto daba menos problemas que un santo
vivo.
Las oraciones de los fieles se alzaron alrededor de la muchacha y el muchacho,
haciendo eco y multiplicándose bajo la tierra, rebotando en los altísimos muros de
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piedra de la Catedral Blanca. El Apparat dijo que era un lugar sagrado, su refugio,
su santuario, su hogar.
El muchacho sacudió la cabeza. Conocía una celda cuando la veía.
Se equivocaba, por supuesto. La muchacha lo sabía por la forma en que la
miraba el Apparat cuando luchaba por ponerse de pie. Lo escuchaba en cada latido
de su frágil corazón. Este lugar no era la cárcel. Era una tumba.
Pero la muchacha había pasado largo tiempo siendo invisible. Ya había tenido
la vida de una fantasma, escondida del mundo y de sí misma. Mejor que nadie,
sabía el poder de las cosas enterradas largo tiempo.
Por la noche, oyó muchacho paseando fuera de su habitación, vigilando con los
gemelos de ojos dorados. Permaneció inmóvil en su cama, contando sus
respiraciones, estirándose hacia la superficie en busca de la luz. Pensó en el esquife
roto, en Novokribirsk, en los nombres escritos con rojo que llenaban la pared
torcida de una iglesia. Recordó montoncitos humanos derrumbados bajo la cúpula
dorada; el masacrado cuerpo de Marie, Fedyor, quien le había salvado la vida una 273
vez. Escuchó las canciones y las exhortaciones de los peregrinos. Pensó en los
volcra y en Genya, acurrucada en la oscuridad.
La muchacha tocó el collar en su cuello, el grillete en su muñeca. Tantos
hombres habían intentado hacer de ella una reina. Ahora comprendía que estaba
destinada a algo más.
El Darkling le había dicho que estaba destinado a gobernar. Había reclamado
su trono, y también una parte de ella. Era bienvenido a hacerlo. Con los vivos y los
muertos, ella haría un ajuste de cuentas.
Ascendería.
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