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Marcelo Mella

(comp.)

Extraños en la noche
Intelectuales y usos políticos del
conocimiento durante la transición chilena
Gran empresariado, poderes fácticos e
imaginarios políticos. El caso de la transición
democrática chilena
(1990-2000)

Rolando Álvarez Vallejos


Instituto de Estudios Avanzados
Universidad de Santiago de Chile

Introducción1
El triunfo del exitoso empresario Sebastián Piñera Echenique
en las elecciones presidenciales chilenas en enero de 2010 y la
posterior designación de un gabinete cuyo origen mayoritario
provenía del mundo empresarial, puso en el centro del debate
político chileno la relación entre política y empresarios. Los lla-
mados «conflictos de intereses» entre los negocios particulares y
las tareas de Estado, recordaron una antigua discusión sobre el
enorme poder que, desde el retorno a la democracia, han tenido
los empresarios, traspasando desde el ámbito privado hacia los
centros del poder político. En realidad, el triunfo de Piñera, más
que una novedad, puede considerarse el punto de llegada de una
exitosa estrategia hegemónica, que posicionó al gran empresariado

1
Este artículo forma parte del proyecto «Chile y América Latina en frente a
la globalización: profundización de los estudios americanos interdisciplina-
rios», código pda-26, financiado por el Programa Bicentenario de Ciencia y
Tecnología (pbct) y dirigido por la historiadora Olga Ulianova. Agradezco la
colaboración en el desarrollo de esta investigación del licenciado en Historia,
Fernando Pairicán Padilla.

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nacional como un referente obligado de la política chilena desde


fines de la década de los 80.
A pesar de su protagonismo, no abundan las investigaciones
que traten en profundidad el papel de los grandes empresarios
en los primeros años del retorno a la democracia en Chile. Por
un lado, se ha señalado que irrumpieron como un nuevo sujeto
colectivo consciente de su papel en la historia nacional y que por
ello, a pesar de su desconfianza inicial, se habrían sumado a la
cultura del consenso que supuestamente predominó en esta pri-
mera etapa. De esta manera, los grandes empresarios se habrían
convencido de las virtudes del sistema democrático y, de paso,
convertido en pilares de la transición chilena (Montero, 1996).
También desde una mirada positiva del papel del empresariado
durante este período, se plantea que el rol protagónico que el
modelo económico les asignó, volvió inevitable que se convirtie-
ran en un actor político relevante. Así, tanto empresarios como
nuevo Gobierno democrático debieron entenderse en este escena-
rio, como única manera de conducir exitosamente la transición
(Rehren, 1995). En una línea similar, se ha destacado su relativa
capacidad de adaptación y su actuación política en defensa del
modelo económico a través del manejo de los medios de comuni-
cación de masas y el financiamiento de las campañas electorales
(Drake y Jaksic, 1999). Desde otra óptica, se ha planteado que
los gobiernos de la Concertación modificaron las rasgos más ex-
tremos del modelo económico neoliberal heredado del régimen,
lo que provocó que la convivencia con los grandes empresarios
se desenvolviera problemáticamente (Muñoz, 2007). También se
ha reconocido la modernización de dicho sector, de acuerdo a las
necesidades que impuso la transnacionalización de la economía,
aunque, se dice, manteniendo su tradicional conservadurismo en
materias de relaciones laborales (Ramos, 2009). Desde un ángulo
más crítico, el comportamiento del gran empresariado durante
la transición ha sido evaluado negativamente, considerándolos
como un poder fáctico aliado a las fuerzas armadas y la derecha,
que obstaculizó el proceso de democratización del país (Otano,
1995); como intransigentes, carentes de responsabilidad social y
uno de los actores políticos culpables del carácter incompleto de
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Gran empresariado, poderes fácticos e imaginarios políticos

la transición (Portales, 2000) y como expresión del pinochetismo


o sector más recalcitrante de la derecha (Ángel, 2005).
Desde nuestra perspectiva, el papel del gran empresariado du-
rante los dos primeros gobiernos de la transición implicó repensar
el concepto de poderes fácticos. Durante el período 1990-2000,
el gran empresariado, a través de diversas formas, se convirtió en
el principal baluarte político que defendió el legado del régimen
militar, tomando en cuenta las divisiones que debilitaron a la
derecha. Sin embargo, de acuerdo a nuestra hipótesis, esto no lo
hizo desde lo que se denominó un «circuito extra-institucional»
del poder (o «poderes fácticos») o desde una estrategia basada
en la búsqueda de consensos con el Gobierno, sino que incorpo-
rándose propiamente tal al sistema de tomas de decisiones del
país. Desde el punto de vista de este trabajo, actuando como un
partido político más, durante esta década esta nueva generación de
empresarios desplegaron el imaginario político cuya construcción
se había iniciado durante el régimen militar. Esto significó poder
intervenir en todas las materias públicas que les atañeran e incluso
en las disputas internas de la oposición de derecha, tomando posi-
ciones en cada uno de estos debates. Así, legitimada en los hechos
su actuación por el Gobierno y los partidos de la Concertación
–por lo tanto no fácticos ni extrainstitucionales– los empresarios
pudieron participar en el diseño y curso de la transición chilena,
marcando en la trayectoria de esta su impronta ideológica. Este
planteamiento obliga a reconsiderar tanto el concepto de «poder
fáctico» utilizado para referirse a este grupo y como el de «tran-
sitorio» de esta etapa, pues, como sostenemos en este texto, el
nuevo orden democrático se constituyó asignándoles este papel
político, por lo tanto el origen de su poder no era ni fáctico ni
transitorio, sino que legitimado por el nuevo orden civil y per-
manente en el tiempo.
En el presente artículo describiremos quiénes fueron los gran-
des empresarios que protagonizaron la política chilena durante
la primera década del Chile post Pinochet, cuál era su imaginario
político-cultural que explicaba su nuevo papel en el país y cuáles

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Rolando Álvarez Vallejos

fueron las principales áreas del quehacer público en el que inter-


vinieron durante este período.

1. La nueva generación de grandes empresarios-


políticos: poder económico y política en chile
Como se ha señalado, al inicio de la transición democráti-
ca chilena, el gran empresariado era un mosaico de nombres y
compañías que habían logrado sortear las sucesivas crisis que
habían golpeado al país desde los tiempos del golpe militar del
11 de septiembre de 1973. Capas de nuevos y viejos hombres
de negocios fueron generando la costra que dio cuerpo al gran
empresariado de la época (Arriagada, 2004). Esta nueva capa
tuvo como antecedente directo, aquellos grupos que surgieron
durante el efímero boom económico de fines de la década de los
70 y principio de los 80. Durante aquellos años, el régimen mili-
tar privilegió la reducción de la inflación, para lo cual aplicó una
inflexible fórmula monetarista, acompañada de una baja de los
aranceles y el fin de las restricciones para el ingreso de préstamos
externos. Esta estrategia generó una fiebre consumista, gracias a las
inéditas facilidades de crédito y los bajos precios de los productos
importados. Asimismo, numerosos inversionistas expandieron
sus negocios, sobre la base de contraer abultadas deudas, dando
origen a lo que se denominó «empresas de papel» (Silva, 1993).
En este contexto, se desarrolló la primera oleada de grandes
empresarios neoliberales en Chile, que aprovecharon esta coyun-
tura económica para convertirse súbitamente en los grupos más
ricos del país. El principal y más poderoso fue el Cruzat-Larraín,
fundado por Manuel Cruzat y Fernando Larraín. Llegaron a ser
propietarios de más de 100 compañías, entre las que destacaban
el Banco de Santiago, la afp Provida, Watt’s, Loncoleche, Ladeco,
Tricolor, Radio Minería, Copec, Editorial Ercilla, entre muchas
otras. En enero de 1983 el grupo fue intervenido por el Estado,
liquidando a fines de 1984 más del 91% de sus activos a favor
de sus acreedores. El principal imperio económico nacional ha-
bía desaparecido tan rápidamente como se había conformado.
El segundo grupo de la época era el encabezado por Javier Vial
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Gran empresariado, poderes fácticos e imaginarios políticos

Castillo, conocido como bhc, por el nombre del banco y compa-


ñía de seguros de su propiedad. Era poseedor del Banco de Chile,
Somela, Financiera Atlas, entre otras. Al negarse a liquidar sus
activos –como sí lo había hecho el grupo Cruzat-Larraín– enfrentó
una querella criminal que culminó con los principales ejecutivos y
el propio Vial en la cárcel. Al final, este debió firmar la liquidación
de sus bienes.
Existían otros conglomerados, claramente más pequeños que
los anteriores, como el del Banco de Concepción, cuyos propieta-
rios eran Juan Cueto, Jaime Ruiz y Antonio Martínez. Por la crisis,
vendieron parte de sus activos, aunque pudieron retener algunas
empresas, como las afp Invierta y Planvital. El Fluxá-Yaconi,
integrado por Francisco Fluxá y Vittorio Yaconi, era dueño del
Banco Osorno. Ellos protagonizaron la primera gran crisis finan-
ciera de la época, cuando en 1977 este organismo fue intervenido,
arrastrando consigo a 14 grandes empresas relacionadas, como
Cementos Melón, Pesquera Iquique, Viña Santa Rosa, Edificio
Santiago Centro y otros. Por su parte, Raúl Sahli y Mauricio
Tassara eran los dueños del Banco Español, algunas financieras y
agroexportadoras, que, agobiadas por las deudas, también fueron
intervenidas por el Estado. Gran notoriedad cobró el grupo de
Jorge Ross, propietario de la Compañía de Refinería de Azúcar de
Viña del Mar (crav). Símbolo de la mentalidad empresarial de la
época, especuló con que el precio del azúcar subiría en el mercado
mundial, por lo que realizó una millonaria compra, operación que
terminó con una bullada quiebra en abril de 1981.2
La característica en común de todos ellos es que no lograron
consolidarse como una nueva generación que cambiaría el rostro
del país. De alguna manera, fueron expresión de la trayectoria
anterior del gran empresariado chileno, aquel de comportamiento
pragmático y acomodaticio a los Gobiernos de turno. En este caso,
aprovechando oportunistamente las medidas de un régimen ultra-
liberal. Por este motivo, su legado para posteridad empresarial fue
relevante en dos sentidos. Primero, la importancia de terminar con
2
Sobre los empresarios surgidos en los tiempos del boom económico, nos
hemos basado en Estrategia del 21 de octubre de 1991 p. 16 y ss. y del 16
de octubre de 1995, p. 82 y El Diario 25 de octubre de 1999. p. 26.

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el comportamiento zigzagueante de los hombres de este sector, lo


que se tradujo en la necesidad de pensar en una fórmula o proyecto
que estableciera sus principios básicos. La estrategia del acople
acrítico a las medidas económicas de tal o cual Gobierno, no había
terminado bien. Ni el estatismo –experiencia traumática cuyo fin
significó un gran alivio para los empresarios–, ni el ultraliberalismo
de los Chicago Boys –que terminó en la quiebra de los grupos
económicos más destacados–, se convirtieron en proyectos viables
a largo plazo. Por ello, no fue extraño que la nueva generación se
constituyera alrededor de una reflexión proyectual.3
En segundo lugar, el fracaso de estos tras el boom econó-
mico, obligó a sus herederos a repensar no solo su papel en la
sociedad, sino también la imagen que proyectaban al resto del
país. En efecto, el desfile de connotados hombres de negocios por
Capuchinos, cárcel donde se «alojaron» durante sus detenciones,
dañó fuertemente su credibilidad. Por ello es que un aspecto muy
importante de la reflexión de sus sucesores fue posicionarse como
un actor preocupado del bien común y del desarrollo nacional. El
corporativismo empresarial, el cortoplacismo, el oportunismo, la
irresponsabilidad social, en fin, la proyección de una imagen de una
voracidad incontenible por acumular cuantiosas ganancias, fueron
algunos de los tópicos que la nueva generación buscó revertir.
De esta manera, a mediados de la década de los 80, cuando
los peores efectos de la crisis económica iniciada en 1982 se
habían superado, emergió una nueva élite empresarial, que tras
suyo portaba la experiencia de la Unidad Popular, la inflación de
mediados de los 70 y el desastroso final del boom. La integraron
sobrevivientes de esta fase, que se habían resistido al excesivo
endeudamiento y los beneficiados de la ola de privatizaciones
que se produjeron en esos años (Arriagada, 2004, p. 155). Ellos
fueron los que posteriormente formaron parte y dirigieron, des-
de distintos espacios, el diseño y la conducción política del gran
empresariado, luego del retorno a la democracia.

3
Sobre el proyecto empresarial surgido a mediados de los 80, ver Álvarez, R.
(mimeo) Los empresarios en la encrucijada democrática chilena: ¿pragma-
tismo o dogmatismo ideológico? 1986-1990.

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Gran empresariado, poderes fácticos e imaginarios políticos

En general, esa generación tuvo varias características que los


diferenciaba de sus antecesores. Por un lado, nacieron desde la
inquietud empresarial por el futuro a mediano y largo plazo del
país, razón por la cual asumieron un proyecto político-económico,
inspirado en su propia experiencia histórica y en el neoliberalismo
impulsado por el régimen militar. La debacle de sus predecesores les
permitió criticar públicamente lo que consideraban los «excesos»
del equipo económico de los Chicago Boys y la actuación especula-
tiva de los grupos económicos antes del estallido de la crisis. Esto,
que se interpretó en la época como una crítica al neoliberalismo,
no fue sino un ajuste de cuentas con la versión radicalizada del
modelo, pues los nuevos grandes empresarios abogarían por un
neoliberalismo igualmente ortodoxo, pero no tan extremo.
De esta manera, estos tuvieron éxito en dar forma a un pro-
yecto nacional propio, el que, junto con abogar por la continuidad
de las reglas del juego neoliberal, los instaló exitosamente como
un actor político democrático, cuya voz era indispensable tener en
cuenta. Por otra parte, a pesar de lo anterior, fue un grupo mucho
más inflexible de lo que su discurso supuestamente consensual
buscaba proyectar, convirtiéndose en los más férreos defensores
del legado de la dictadura del general Pinochet.
Asimismo, mantuvieron algunas continuidades, como por
ejemplo, canalizar sus inquietudes a través de sus organizaciones
gremiales. Como ha sido señalado, los grandes empresarios utili-
zan diversas modalidades para influir sobre los acontecimientos
nacionales, pasando desde sus contactos personales lo que les
brinda el hecho de ser hombres poderosos con múltiples redes de
influencias, hasta la propiedad de influyentes medios de comuni-
cación de masas. Como ocurre en otras partes, normalmente las
cabezas de los grandes conglomerados no participan abiertamente
en la dirección de los gremios patronales, designando a ejecutivos
u otros empresarios cercanos. En todo caso, el privilegio otorgado
a los gremios patronales como canal de expresión, demostraba la
vocación del gran empresariado chileno de actuar como un solo
cuerpo y proyectar la imagen de ser parte de una comunidad de
intereses supuestamente orientada a la búsqueda del bien común
(Durand, 2003).
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Rolando Álvarez Vallejos

El cuadro de honor de la nueva generación empresarial chilena


estuvo compuesto por tres grandes grupos económicos, Luksic,
Angelini y Matte, seguidos de cerca por los grupos Yuraszeck
y Said (Fazio, 1997). El primero se originó cuando un hijo de
croata, Andrónico Luksic Abaroa, inició sus negocios a mediados
de la década de los 50 invirtiendo en el sector minero. El grupo
tuvo como política de desarrollo de sus negocios mantener tanto
un escaso perfil público, como bajos niveles de endeudamiento
y costos administrativos. Con el gobierno de Allende, cuando se
habían diversificado de la mera actividad minera, vendieron sus
activos a la corfo, tal como lo propugnaba la Unidad Popular.
Esto le valió ser considerado cercano al presidente y objeto de
resquemores por años al interior del régimen militar. En la déca-
da de los 80 comenzó a forjar su imperio económico, cuando se
involucró otra vez en el sector minero (Los Pelambres) y gracias
a su escaso endeudamiento, pudo adquirir empresas que se li-
quidaron por la crisis, como la Compañía de Cervecerías Unidas
(ccu). Asimismo, mantuvo presencia sobre Lucchetti. El sector
financiero lo desarrolló primero comprando en los 70 parte del
Banco Sudamericano y más tarde el O’Higgins, por medio del
cual a fines de los 90, adquirió el de Santiago. A mediados de esa
década, comenzó su expansión a Perú y más tarde a Argentina. En
resumen, en la década de los 90 el grupo Luksic estaba compuesto
por tres sectores, minero, industrial y financiero, y era dirigido
por el patriarca fundador junto a sus hijos Jean Paul, Guillermo
y Andrónico.4
Por su parte, el grupo Angelini también provenía de una fa-
milia de inmigrantes, en este caso de Anacleto Angelini, llegado a
Chile en 1948 proveniente del norte de Italia. En la década de los
90, era uno de los hombres más ricos del mundo y su conglome-
rado era el más importante del país. Desde sus orígenes, Angelini
se basó en una estrategia empresarial austera, pero con la audacia
para atreverse a invertir en momentos precisos. La primera carac-
terística le permitió, al igual que a Luksic, aprovechar la crisis de
1982, para adquirir Copec (1985), en ese momento al borde de
4
Nos hemos basado en Estrategia del 18 de octubre de 1993, p. 58 y del 16
de octubre de 1995, p. 83 y El Diario del 25 de octubre de 1999, p. 14

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Gran empresariado, poderes fácticos e imaginarios políticos

la quiebra. La segunda, invertir en empresas madereras Celulosa


Arauco (en 1979) y de pensiones un par de años más tarde como
AFP Summa. En su actividad matriz, la industria pesquera, aún
conservaba una importante presencia en la década de los 90. Su
perfil político lo conectaba tanto a fuerzas de derecha como a los
Gobiernos democráticos, pues uno de sus colaboradores más es-
trechos era Felipe Zaldívar Larraín, proveniente de una conocida
familia democratacristiana. Angelini cultivaba un bajísimo perfil
público, con escasas apariciones y no concedía entrevistas. Uno
de sus brazos derechos, Felipe Lamarca, fue un activo y polémico
dirigente empresarial durante os 90.5
El tercer gran grupo económico de la década era el Matte. Su
origen, a diferencia de los anteriores, se ancla desde la época en
que Chile era colonia española. Comenzaron a tener una figura-
ción en el ámbito empresarial cuando en 1920, luego de adquirir
una industria del rubro, fundan la Compañía Manufacturera de
Papeles y Cartones (cmpc), más conocida como la «Papelera».
Desde antes, integrantes de la familia tuvieron una vocación polí-
tica. A fines del siglo xix Eduardo y Augusto Matte Pérez tuvieron
cargos parlamentarios y ministeriales, apoyando a la oposición de
Balmaceda en tiempos de la guerra civil de 1891. Más tarde Luis
Matte fue ministro del general Ibáñez en 1930 y dirigente de la
Sociedad de Fomento Fabril. Su sucesor, Arturo Matte Larraín,
incluso fue candidato a la presidencia de la república en 1952 y al
casarse con la hija del ex presidente Arturo Alessandri Palma, fijó
su nombre al clan de esta familia (Carmona, 2002). Esto explica
que Jorge Alessandri Rodríguez fuera presidente de la «Papelera»
desde 1938 hasta 1981, pocos años antes de su fallecimiento, salvo
cuando fue ministro de González Videla y cuando ejerció la pri-
mera magistratura del país entre 1958 y 1964. Durante los años
de la Unidad Popular, bajo la consigna «La Papelera no», como
símbolo del rechazo a los planes de estatización de la compañía,
la familia Matte participó activamente contra el Gobierno.
Su conversión en uno de los principales grupos económicos
del país y de América Latina, tiene una matriz común con los
5
Nos hemos basado en Estrategia del 18 de octubre de 1993, p. 59 y del 16
de octubre de 1995, p. 84 y El Diario del 25 de octubre de 1999, p. 16.

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anteriores, a saber, compañía austera, sin excesivas deudas, que


supo sobrevivir al chaparrón iniciado en 1982. En 1979 traspasó
sus activos forestales a Forestal Mininco. Participó en la creación
del Banco bice y su sumó a la afp Summa. Mientras el país se
sumía en crisis, el grupo Matte lanzaba al mercado productos
que hicieron época en el país, como los cuadernos Austral, los
pañales desechables Babysan, el papel higiénico Suave y Dualette.
En 1986 adquieren Industrias Forestales S. A. (inforsa), concen-
trando en sus manos gran parte de la producción de celulosa. De
esta manera, hacia fines de la década de 1990, existía el holding
Empresas cmpc, compuesto por cincos áreas: Forestal, Celulosa,
Productos de papel, Tissue y Papeles. Además, el grupo se había
diversificado al sector minero, eléctrico, portuario, construcción,
inmobiliario y extendido sus negocios a Argentina, Paraguay,
Uruguay y Bolivia.6
Por debajo de estos tres colosos, se desarrollaron con éxito
otros importantes conjuntos empresariales, tales como Claro, In-
versiones Errázuriz, Endesa, cap, Said, Nestlé Chile, Lever y Sigdo
Koppers. Varios de ellos adquirieron gran notoriedad durante la
década de los 90. Uno de los más polémicos fue el grupo Endesa,
controlado por José Yurazeck, quien adquirió la compañía esta-
tal Chilectra en 1983, en un más que dudoso traspaso. El joven
ingeniero, vinculado a la derecha chilena, desarrolló rápidamente
la empresa, creando «Enersis». Asimismo, se conformaron las
Chispas (Uno, Dos, Luz, Los Almendros y Luz y Fuerza), que eran
de propiedad de los trabajadores, lo que en tiempos del régimen
militar se denominó «capitalismo popular». En 1988 ya era un
holding, con intereses en el sector inmobiliario. Ocho años más
tarde, eran líderes en este sector. En 1997, Yuraszeck y los socios
preferenciales realizan una turbia negociación con Endesa España
por medio de la adquisición de las Chispas, a través de la cual
perjudicaban los intereses de los pequeños accionistas. Después
de un largo juicio penal, Yuraszeck y sus socios se deshicieron de
todas sus acciones, dejando la compañía en manos de capitales
españoles. El polémico José Yurazeck era connotado no solo por
6
Nos hemos basado en Estrategia del 18 de octubre de 1993, p. 61 y del 16
de octubre 1995, p. 85 y El Diario del 25 de octubre de 1999, p. 13.

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ser en sus buenos tiempos «el zar de la electricidad» (sic), sino


por ser un activo dirigente de la derechista Unión Demócrata In-
dependiente (udi), el partido más defensor del legado de Pinochet
durante la década de los 90 (Osorio y Cabeza, 1995; Carmona,
2002, p. 162; Estrategia, 1999, p. 22).
Destacado era el grupo Said, dirigido por José Said, accio-
nista mayoritario de la Embotelladora Andina, Parque Arauco y
el Banco bhif, constituyéndose en uno de los más poderosos del
país. Su alianza con Coca-Cola Co., que poseía la licencia de esta
bebida en Chile, Argentina y Brasil. En tiempos de la Unidad Po-
pular, vieron cómo se estatizaban el Banco Nacional del Trabajo
y el Panamericano. Al involucrarse en el bhif, por medio de la
compra de instituciones financieras en dificultades económicas
(por ejemplo el Nacional y el Banesto), lograron convertirlo en el
noveno banco más importante del país entre los años 1990-1996
(Fazio, 1997, p. 250).
El grupo Claro tuvo gran visibilidad política en esta época
también, pues su líder, el empresario Ricardo Claro Valdés, tenía
una gran influencia en el quehacer público del país. En 1975,
Elecmetal, de propiedad de Claro, adquirió el paquete accionario
mayoritario de Cristalerías Chile. Desde ese momento, la estrate-
gia del conglomerado fue desarrollarse en alianza con compañías
extranjeras de vanguardia en su actividad para asegurar su ex-
pansión dentro del país. Así lo hizo, por ejemplo, con Viña Santa
Rita, adquirida en 1980. Más tarde, pasó a controlar la Compañía
Sudamericana de Vapores, líder a nivel continental en el rubro y
se introdujo en el área de las comunicaciones (canal Megavisión,
operadores de televisión por cable, periódico El Diario y un tercio
de la editorial Zig-Zag). Claro se hizo célebre por su intervención
en el llamado «Piñeragate», cuando en el canal de su propiedad,
él en persona, se prestó para transmitir la grabación ilegal de una
conversación telefónica entre Sebastián Piñera y un amigo, en la
que criticaba a su contendiente en la carrera presidencial dentro
de su partido, la entonces diputada Evelyn Mathei (Carmona,
2002, p. 162 y Estrategia 1999, p. 22).
Otros destacados en los 90 fueron el grupo cap, encabezado
por Roberto de Andraca, propietario de la Siderúrgica Hua-
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chipato, empresas mineras, forestales, inmobiliarias, eléctricas,


entre otras. También fue muy influyente el holding Errázuriz, de
propiedad de Francisco Javier Errázuriz, quien se convirtió en
una figura nacional al presentarse como candidato presidencial
en las elecciones de 1989, obteniendo el 15% de las preferencias.
Tenía como cabeza los supermercados Unimarc, extendiéndose
al sector afp (Planvital), pesquero y automotriz, entre otros. Al
igual que sus pares de la época, expandió sus actividades a Perú y
Argentina. Rivales de Errázuriz era D&S, perteneciente a la familia
Ibáñez, con gran presencia en los supermercados (Almac, Ekono,
Líder) y otras áreas, incluida la educación con la Universidad
Adolfo Ibáñez. Destacaban también los grupos Cueto (Lan Chile),
Abumohor (textil y participación en el Banco Osorno, Provida
y otros), empresas del Río (Home Center Sodimac, automotriz
Derco), Pizarreño, de propiedad de Eugenio Heiremans, Álvaro
Saieh (CorpBanca, Copesa, entre los más connotados (Estrate-
gia, 1993, pp. 59 y ss. y 1995, pp. 86 y ss.; El Diario, 1999, p.
23). También existe información de esto en Carmona (2002) y
Monckeberg (2001).
Finalmente, algunos grupos económicos, no tan poderosos
desde el punto de vista de sus ingresos, pero cobraron notorie-
dad por sus vinculaciones políticas, como el Penta, controlado
por Carlos Alberto Délano (el Choclo), estrecho colaborador
del candidato de la derecha en las elecciones presidenciales de
1999 Joaquín Lavín. Por su parte, Marcos Cariola, junto con ser
el accionista mayoritario del grupo Pathfinder (iansa, masisa),
fue electo senador por la udi, el partido más duro de la derecha
(Carmona, 2002).
Estos fueron algunos de los más importantes empresarios de
la transición, que tuvieron un significativo papel en las discusiones
políticas y económicas durante la década de los 90. Pero para
comprender en toda su dimensión el accionar de este sector chileno
durante los primeros años del retorno a la democracia, es necesario
establecer cómo se desenvolvió su actividad. En efecto, los grandes
empresarios vivieron años de apogeo durante la última década del
siglo xx, lo que explica, en parte, su comportamiento político en
el período. Desde el punto de vista metodológico, compartimos lo
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que se ha planteado respecto a evitar las miradas excesivamente


«racionalistas» para explicar su actuar, que se supone se explica
solo por sus cálculos de coste y ganancia. Otros aspectos, culturales
y subjetivos, también pueden ser decisivos (Hernández, 2004). En
este caso, sin embargo, nos parece importante tener presente en el
análisis las cuantiosas ganancias de los grandes grupos. Estimamos
que parte de sus conductas y decisiones durante la década, estu-
vieron determinadas por sus afanes de asegurar la continuidad del
círculo virtuoso que siguió el modelo hasta los primeros efectos
de la crisis asiática, a principios de 1998. Asimismo, en sentido
opuesto, sus constantes conflictos con el Gobierno, reflejaban el
atávico temor a perder la legitimidad política y cultural ganada.
Su encono y desconfianza contra los mandatos de Aylwin y Frei se
fundaba en la noción de que estos podían perjudicar el desarrollo
de sus negocios. Es más, predominaba en parte una visión que los
buenos resultados de la economía no eran tanto por los aciertos
de los Gobiernos, sino por haber respetado la lógica neoliberal
anterior. En el fondo, estimamos necesario mencionar las abul-
tadas ganancias de los grandes grupos económicos chilenos para
comprender la parte «racional» del comportamiento empresarial
en el período.
Un primer indicador de las ganancias obtenidas en el período,
lo arroja el ranking de la revista Forbes sobre las personas más
ricas del mundo. En 1996, Eliodoro Matte ocupó el lugar 230
con mil 700 millones de dólares; Andrónico Luksic, el puesto
161 con dos mil 200 millones; y Anacleto Angelini, el 150 con
dos mil 300 millones. En 1999, al final del ciclo que comprende
este artículo y cuando ya se hacían sentir los efectos de la crisis
económica mundial en Chile, Matte se ubicaba 272 en el ranking,
con mil 200 millones de dólares; Luksic, en el 243 con mil 500
millones; y Angelini, en el 228 con mil 600 millones de dólares
a su haber (Carmona, 2002, p. 64).
Fuera de estos tres gigantes, muchos grupos crecieron de
manera galopante durante las dos primeras administraciones de
la Concertación. Por ejemplo, la minera Andina, encabezada por
Alberto Hurtado, pasó de tener ingresos por 72 millones de dólares
en 1990, a más de 400 en 1997. Lan Chile, propiedad el grupo
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Cueto, facturaba 171 millones en 1992, pasando a 438 en 1998.


D&S, de la familia Ibáñez, exhibía ingresos por 626 millones de
dólares entre enero y agosto de 1997 (Estrategia, 1998, p. 24).
Por su parte, los resultados del grupo Said en 1997, ubicaba a su
compañía Andina en el séptimo lugar, superada solo por gigantes
como Copec, Chilgener o mineras transnacionales como Mantos
Blancos (Estrategia, 1997, p. 20 y 1998, p. 16). Yuraszeck y su
«imperio de la electricidad» se ubicaba en segundo lugar en uti-
lidades durante el año 1996, solo superada por la entonces trans-
nacional ctc (comunicaciones). Al año siguiente también lograba
abultados resultados, triplicando sus ganancias en comparación
al año 1990 (Estrategia, 1997, p. 28 y 1998, p. 10).
Por su parte, la banca mostró un importante desarrollo en este
decenio. Tanto el ingreso de capitales extranjeros (Banco Bilbao
Vizcaya Argentaria a la propiedad del bhif), como la consolida-
ción de los pertenecientes a algunos de los grandes grupos, (el
Santiago, perteneciente a los Luksic y el primero del país a fines de
los 90) y otros extranjeros (Santander), configuraron el panorama
financiero de la década. Por su parte, el Banco de Chile, principal
implicado en la deuda subordinada y beneficiado por la manera
que esta fue negociada a mediados de los 90 entre el Gobierno y
la derecha, concentró la participación de varios grupos económi-
cos. Al final de la década, se lo repartían el grupo Penta (Cuprum,
Vida Tres), Juan Cúneo y otros. Era el tercer banco del país, con
retornos sobre el 25%. El Banco de Crédito e Inversiones (bci),
por su parte, se consolidó como uno de los más importantes a
nivel nacional. Fundado a mediados del siglo xx por Jorge Yarur
Banna, en este período era el cuarto en ganancias y quinto en co-
locaciones. CorpBanca, perteneciente al grupo Saieh-Abumohor
y a capitales extranjeros, aumentó notablemente su influencia en
el país. De esta manera, hacia 1997, el Banco de Chile aparecía
en el primer lugar de ganancias, superando lejos al Santiago y
Santander, en segundo y tercer lugar respectivamente (Estrategia,
1998, pp. 18 y 19; Estrategia, 1998, p. 22).
Por último, las afp, fuente de enormes ganancias para sus
propietarios, registraron importantes cambios de propiedad du-
rante la década de los 90. Numerosos capitales transnacionales se
110
Gran empresariado, poderes fácticos e imaginarios políticos

hicieron de algunas de las principales administradoras de fondos


de pensiones: Summa (Santander), Cuprum (Sun Life, comparti-
da con grupo Penta), Santa María (Aetna). Pero el Corp Group
(Saieh-Abumohor) destacó al controlar Provida y Protección, las
que manejaban en 1998 un tercio del fondo de los pensiones de
los chilenos (Estrategia, 1998, p. 18 y 19).
De acuerdo a los resultados generales de la década, la diná-
mica fue que se repitieran los mismos nombres entre los líderes en
ganancias y crecimiento. El factor que influyó en esta situación, se
relacionó con que las altas ganancias de los grupos permitieron
su continua expansión, diversificando sus actividades y fuentes
de ingreso. De acuerdo a un ranking elaborado por Estrategia
según información de la Bolsa de Comercio, la Superintendencia
de Bancos e instituciones financieras, en el período 1988-1997, las
compañías líderes del mercado, era el siguiente: 1. Endesa; 2. CTC;
3. Enersis; 4. Copec; 5. Chilgener; 6. Chilectra; 7. Banco Chile;
8. Celarauco; 9. Falabella; 10. cmpc. (Estrategia, 1997, p. 17).
Estos grandes empresarios fueron quienes comandaron estas
organizaciones durante la década. A diferencia de la imagen ho-
mogénea que suele tenerse de estos, a lo largo el período existió
una pugna más o menos soterrada sobre cuál debía ser su papel en
el nuevo escenario político abierto con el fin del régimen militar.
Durante los primeros meses del gobierno de Aylwin, primaba la
incertidumbre en el mundo industrial, ante la supuesta posibilidad
de que el nuevo Gobierno realizara modificaciones sustanciales al
modelo económico creado durante el periodo anterior. Ante esto,
las asociaciones patronales optaron por la cautela, reeligiendo a
sus dirigentes. Fernando Agüero (sofofa), Daniel Platovsky (Cá-
mara Nacional de Comercio) y José Antonio Guzmán (Cámara
Chilena de la Construcción) fueron electos para estar alertas ante
las amenazas. Una editorial pro empresario señalaba en este senti-
do que si bien el Gobierno había declarado que no modificaría el
modelo económico, era «necesario que la dirigencia empresarial se
mantenga alerta, para evitar que el Gobierno olvide esta premisa
(…) hacer posible en el país la consolidación de una economía
social de mercado» (Estrategia, 1990, p. 3). Esta precisión que po-
dría considerarse como coyuntural, producto del clima generado
111
Rolando Álvarez Vallejos

por el inicio de la nueva administración, fue la tónica de la labor


de los gremios empresariales durante toda la década.
En el fondo, lo que estaba en discusión era el papel que le
correspondería jugar a este grupo en los 90: un agente difusor de
las ideas de «libre empresa», preocupados del futuro nacional,
reconocido por el conjunto del país y con un gran perfil público
o, por el contrario, un organismo técnico, centrado en sus pun-
tuales intereses corporativos. Como lo resumiera en 1990 Daniel
Platovsky, más partidario de la tesis del «bajo perfil», existía una
corriente que pretendía que los gremios empresariales mantuvie-
ran «una presencia permanente frente a la opinión pública, con
mayor protagonismo» (Estrategia, 1990, p. 23).7 La imposición
de esta línea, cuyo origen radicaba en el liderazgo que Manuel
Feliú había desarrollado en la cpc (Confederación de la Produc-
ción y del Comercio) durante los últimos años del régimen militar,
definió el perfil de los gremios patronales en el período. Más que
considerarse un «poder fáctico», que actuaría entre las sombras,
sigilosamente, tratando de no despertar inquietud por su accio-
nar, el gran empresariado se sintió con el derecho legal y legítimo
para intervenir en cada uno de los aspectos que les parecieran de
importancia. Por ello, durante la transición, especialmente en el
período en que la derecha se atomizó por sus luchas intestinas,
los gremios patronales accionaron consistentemente casi como un
partido político más integrado a las discusiones parlamentarias
(eran invitados a las comisiones respectivas), a diálogos en La
Moneda, incluso tenían voz en las internas de la derecha. Actua-
ban de acuerdo con las posiciones más recalcitrantes de esta y
de las fuerzas armadas, en tiempos que todavía se encontraban
fuertemente dirigidas por el general Pinochet.
De esta forma, el gran empresariado de la transición, operando
a través de sus gremios, hicieron sentir todo el peso de su poder
económico, en el marco de un Estado pequeño, un movimiento sin-
dical debilitado, una institucionalidad que favorecía la continuidad
7
Una editorial que reivindicaba el supuesto papel «vital» del empresariado
en el desarrollo económico del país y, por ende, su misión de defender el
modelo y opinar de política, en «Una voz que no se escucha», (Estrategia,
1990, p. 3).

112
Gran empresariado, poderes fácticos e imaginarios políticos

del legado del régimen militar y un clima político donde la voz de


Pinochet y la oposición de derecha tenía un papel determinante.
La mayoría de los dirigentes empresariales estuvieron por sostener
en el tiempo esta actitud confrontacional con los Gobiernos de-
mocráticos, generando una relación política predominantemente
negativa con estos. Su actuación estuvo contemplada en el diseño
de la transición y por ello que el nombre de «poder fáctico» puede
hacer alusión a algún hecho puntual ocurrido en estos años, pero
de ninguna manera refleja el sentido y el protagonismo público
de los gremios patronales durante el período. Nunca se sintieron
ni fácticos ni antidemocráticos, sino que legítimos sostenedores
del progreso nacional. Por su parte, la autoridad de Gobierno, no
quiso y no pudo modificar esta situación, adaptándose, tal como
lo hizo con la presencia del general Pinochet, al nuevo protago-
nismo político de los grandes empresarios. José Antonio Guzmán,
el poderoso presidente de la cpc entre 1990 y 1996, resumía, a
mediados de la década, el lugar en el debate público nacional de
su sector, recalcando que su gremio era «un vehículo de expresión
plenamente consolidado, reconocido, es un interlocutor válido
ante los demás actores públicos y privados tanto nacionales como
extranjeros» (Estrategia, 1996, p. 61).8
Los gremios empresariales no estuvieron exentos de polé-
micas internas, surgiendo corrientes que disentían de la posición
ortodoxa de los líderes empresariales de la cpc o no se sentían
representados por ellos. En 1994, con ocasión de la reelección
de José Antonio Guzmán a la cabeza de máxima organización
empresarial del país, la Sociedad Nacional de Agricultura, des-
contenta por su desmejorada situación económica, que se vería
empeorada por la inminente firma de tratados de libre comercio,
intentó boicotear al líder empresarial. Solo luego de tres votacio-
nes, Guzmán pudo ser reelecto, provocando gran malestar entre
la mayoría de la dirigencia patronal. Además, la reflexión que

8
En un consejo extraordinario de la cpc realizado en 1996 en Reñaca, se
exponía la estrategia política del gremio, planteando la importancia de no
«retraerse ni abandonar el espacio ganado, ni aceptar vetos o inhibiciones» y
«participar en todos los temas de interés público». (Estrategia, 1996, p. 41).

113
Rolando Álvarez Vallejos

acompañó este rechazo, reflejaba la filosofía política del grupo


en aquellos años: no solo se debía defender la «economía social
de mercado», sino que:

Los intereses superiores de Chile. Este es, sin duda,


el rol principal que un representante empresarial debe
desempeñar en el mundo moderno. En consecuencia, por
muy atendibles que sean lo planteamientos específicos de
un sector, no deben confundirse con el beneficio global del
país (Estrategia, 1994, p. 3)..

La defensa corporativa de los agricultores se consideraba una


rémora de la antigua lógica empresarial, desfasado en el tiempo.
Lo que predominaba era un empresariado protagonista y con un
proyecto político de largo plazo.
El otro conflicto interno que reflejó la fortaleza de la opción
política de este sector, se produjo con ocasión de las elecciones
de la cpc a fines de 1996. Terminaba su mandato José Antonio
Guzmán, símbolo de la postura partidaria del protagonismo em-
presarial, presentándose dos alternativas. Por un lado, el dirigente
de la sofofa Pedro Lizana, partidario de mayor diálogo y acerca-
miento al Gobierno y, por otro lado, Walter Riesco, considerado
continuador de la línea dura representada por Guzmán. Para este
último, lo que se ponía en juego era una concepción acerca del
papel del gran empresariado en el país. En pocas palabras, este
debía ser independiente y crítico del gobierno de la Concertación
y representarlos a «todos», alejándose del corporativismo de una
rama particular (a Lizana se le criticaba porque supuestamente
solo representaría al sector industrial). La «amenaza», la misma de
la que hablara Platovsky en 1990, otra vez era recordada en esta
elección. En este sentido, Riesco manifestaba su molestia por el
«estancamiento» de las privatizaciones, por el supuesto estatismo
anidado en muchos funcionarios del Gobierno y el peligro que
implicaban las posibilidades presidenciales del ministro socialista
Ricardo Lagos. En pocas palabras, el «modelo» volvía a estar en
riesgo. Unido a este belicoso discurso, Guzmán, jugándose a fondo
por Riesco, denunció una supuesta intervención gubernamental

114
Gran empresariado, poderes fácticos e imaginarios políticos

a favor de la candidatura de Lizana, con lo que le dio el tiro de


gracia al candidato de la sofofa (Estrategia, 1996).
Un par de años más tarde, en su calidad de presidente de la
cpc, Walter Riesco enfrentó y derrotó los intentos de Felipe La-
marca (del grupo Angelini), quien intentó modificar el patrón de
conducta que había tenido la confederación durante la década.
Propuso hacer rotativa la presidencia y que recuperara su perfil
más técnico, para alejarla de la política contingente. Como co-
rolario, en 1998 proclamó la reelección del presidente Eduardo
Frei. Ante ello, los grandes empresarios cerraron filas alrededor de
Riesco, símbolo del ala dura, quien con el 84% de los votos fue
reelecto como presidente. Así se terminó la década, aplastando los
intentos moderadores de la minoría, ratificando la unidad de los
grandes empresarios en torno a la línea política del «gremialismo
político» enarbolada desde 1990 por la Confederación.9
En resumen, durante la década de los 90, predominó en la
Confederación de la Producción y Comercio una estrategia basada
en una dimensión proyectual, propia del nuevo gran empresariado
nacido durante la década anterior. Esto explica el continuo temor
y desconfianza ante las autoridades (no solo fueron momentos
de «gran miedo», sino que toda la década lo fue), la permanente
confrontación con el Gobierno y su constante intervención en los
debates políticos nacionales. En este sentido, la cpc no se quedaba
solo en la crítica, sino que en propuestas de lineamientos sobre
las que se debía desarrollar el país, lo que la alejaba de ser un
mero gremio defensor de intereses sectoriales y lo asimilaba más
al papel de un partido. El carácter de sus posiciones políticas, los
ubicaron en el ala más dura de la derecha y las fuerzas armadas,
influyendo de manera importante en el curso de la transición
democrática. Así, la cpc fue el gremio político de la transición,
el tercer partido de la derecha, cuando esta estaba debilitada por
sus luchas intestinas. Y todo ello aceptado por los principales
protagonistas políticos de la época, desde el Gobierno hasta los
partidos de la Concertación.
9
Sobre el conflicto provocado por Felipe Lamarca y la reelección de Walter
Riesco al frente de la CPC en 1998, ver Estrategia del 30 de noviembre y 28
de diciembre de 1998, pp. 20, 22 y 32.

115
Rolando Álvarez Vallejos

2. El imaginario político empresarial:


protagonismo histórico y participación
política en la transición democrática
Como lo señalamos en un trabajo anterior, el nuevo gran
empresariado surgido en la década de los 80 en Chile tuvo como
principal particularidad su carácter proyectual. Se convirtieron en
uno de los mayores defensores del modelo económico neoliberal y
de lo que denominaban «la obra del régimen militar». Apoyaron
al general Pinochet en el plebiscito de 1988 y luego de su derrota,
se supieron adaptar a la transición pactada con la oposición al
régimen militar. En este escenario, fue fundamental la toma de
conciencia del gran empresariado, que se autoasignó un papel
decisivo en el desarrollo del país y un protagonismo político que
no debía inhibirse ni negarse. En este contexto su posición frente
al nuevo Gobierno democrático estaba subordinado a si este
respetaría o no el modelo neoliberal.
Iniciada la transición, el gran empresariado consolidó este pro-
ceso de construcción de su identidad basada en la autopercepción
de su papel relevante en el quehacer nacional. Esto explica, como
veíamos en el punto anterior, el accionar de sus principales gremios
que lo representaban. Asimismo, esta autoafirmación identitaria,
terminó cristalizando en un imaginario político, que le permitió
terminar de configurar la fundamentación de su protagonismo
en la transición democrática. La constitución de este imaginario
ayuda a explicar por qué el actuar del gran empresariado no debe
ser considerado fáctico o extra institucional, pues estos lograron
consensuar con la elite política chilena una imagen depurada
e ideal de su papel dentro del quehacer nacional. En el fondo,
durante los 90, la autopercepción de los grandes empresarios se
naturalizó, permeando no solo a la derecha, sino que también a
gran parte de la coalición en el poder. Su accionar político ofensivo,
siempre tratando de tomar la iniciativa, unido a una permanente
confrontación con el Gobierno, fueron la demostración de la
aceptación de su nuevo papel.
Para describir el imaginario político de los empresarios chi-
lenos en este período, utilizaremos no solo sus declaraciones en

116
Gran empresariado, poderes fácticos e imaginarios políticos

medio de las numerosas batallas políticas que desplegaron durante


la década, cuestión que examinaremos en la tercera parte de este
artículo. Para esta tarea nos basaremos en un centenar de biogra-
fías de grandes y medianos hombres de negocios publicadas por el
diario Estrategia desde 1994 hasta 1997. De las 100 biografías, 16
fueron editadas en un libro, que contenía ejemplos mayoritaria-
mente del siglo xix y principios del xx, mientras que las restantes
se entregaron todas las semanas en las páginas del diario. En ellas
se construyó no solo una tipología idealizada de los empresarios
en Chile, sino que una nueva versión de la historia del país, en la
que estos dejaban de ser actores responsables del subdesarrollo
nacional, sino que, por el contrario, agentes decisivos del progreso.
El primer aspecto que se destaca en esas biografías es el
supuesto carácter moderno del empresariado chileno, inclusive
en el siglo xix. En sentido opuesto a las visiones dominantes, en
especial en las ciencias sociales de raigambre marxista o cepalia-
na, que tradicionalmente imputaban un carácter regresivo a este
grupo, quienes se autoconsideraban como un factor de desarrollo
desde los primeros tiempos de la república. En un libro editado
por Estrategia10, en 1994, se planteaba la conocida hipótesis que
los buenos resultados que experimentaba la economía chilena en
ese momento, radicaban en «la obra» del régimen militar y, en la
aparición de un empresariado a la altura de los nuevos tiempos.
Sin embargo, por medio de las biografías, este planteamiento se
extendió hacia el siglo xix . Los logros y el supuesto «milagro
económico» chileno a fines del siglo xx , de acuerdo a este plan-
teamiento, se debía relativizar, pues este hundía sus raíces, según
se afirmaba, en la existencia de una larga tradición moderna del
empresariado chileno.
En el caso del siglo xix , soslayando su nacionalidad, desta-
caba por ejemplo el aporte de Enrique Meiggs, calificado como
poseedor de una «férrea voluntad empresarial» y que habría entre-
gado «una lección sobre la forma y los procedimientos que debían
tenerse presente en el país a la hora de abordar proyectos a gran

10
Estrategia . El gran salto de Chile. La historia económica y empresarial vista
por Estrategia. Santiago: Gestión. 1994.

117
Rolando Álvarez Vallejos

escala». Responsable de la construcción de las líneas ferroviarias


en Chile, se destacaba su capacidad para superar obstáculos y una
gestión moderna y eficiente de los recursos (Estrategia, 1998, p.
77). En el caso del desarrollo de las comunicaciones, no se dudaba
en considerar que empresarios como los hermanos Juan y Mateo
Clark, habrían sido verdaderos adelantados a su época, pues ni
«la sociedad y los Gobiernos de la época (…) estuvieron a la
altura del espíritu visionario y modernizador que los animaba».
Responsables de la construcción del ferrocarril trasandino y del
telégrafo, superaron, se decía, las incomprensiones económicas de
la época en pos del desarrollo del país (Estrategia, 1998, p. 83).
Pero este espíritu moderno no era patrimonio solo de emprende-
dores extranjeros, sino que también de los nacionales. José Besa
Infante se le consideraba el principal impulsor de la banca privada,
al fundar el Banco de Valparaíso, Nacional de Chile y Agrícola en
la segunda mitad del siglo xix. Desmintiendo las acusaciones que
lo tildaban de especulador, su aporte habría sido constituirse como
un modelo de comerciante y un factor decisivo para el «desarrollo
de la banca privada nacional, financiando las obras de desarrollo
que el país requería hacia la segunda mitad del siglo xix ». La
expansión de sus inversiones fuera de Chile y a otras actividades,
como la producción del azúcar y la explotación minera, reflejarían
su ímpetu modernizador. No podían estar ausentes como ejemplo
del espíritu empresarial moderno los dedicados a la minería en el
siglo xix , como José Antonio Moreno, Miguel Gallo, Jorge Rojas
y Alberto Callejas, entre otros. Pero en el siglo xx , en época de
Estado interventor, el espíritu empresarial habría subsistido contra
viento y marea. Walter Kaufmann creó («con escaso capital») una
de las primeras empresas para el comercio automotriz en Chile,
basado en un contrato de exclusividad de la distribución en Chile
de la marca Mercedes Benz; Juan Dunner Landis creó la primera
red de lavandería en Chile, llamada Le Grand Chic, que empezó
como un modesto establecimiento y terminó convertida en una
de las más grandes de Sudamérica; Adolfo Stierling, creador de la
compañía de pinturas que llevaba su apellido, que se las ingenió

118
Gran empresariado, poderes fácticos e imaginarios políticos

para crear en Chile la primera fábrica de este producto (Estrategia,


1996 y 1997).
En el fondo, en esta versión de la historia de Chile, estamos
frente a un actor social que portaría una característica esencial,
independiente de los contextos políticos, económicos y sociales:
su mentalidad emprendedora. Esta mirada ahistórica del pasado
nacional, permitía concluir que el protagonismo presente del gran
empresariado no se sustentaba solo por una cuestión coyuntural.
Por el contrario, aunque hubiesen sido silenciados o «incompren-
didos» en otros tiempos, estos siempre habrían sido palanca de
desarrollo del país. En la década de los 90, al fin, este silencioso
aporte se reflejaba también en su presencia en los grandes debates
políticos nacionales, ocupando por fin el lugar que ellos sentían
merecían desde siempre.11
Ligado al supuestamente genético espíritu de emprendimiento
capitalista de los empresarios en Chile, se encontraba la caracte-
rística de ser poseedores de una supuesta mentalidad innovadora.
Este aspecto era importante, porque vinculaba a este grupo con
la idea de progreso nacional. Ya no era el Estado interventor el
que había impulsado las mejoras del país, sino la mentalidad
innovadora de estos emprendedores chilenos.
La familia Délano, por ejemplo, aportó por medio de su
empresa constructora, un nuevo sistema de construcción en el
país, que le permitió expandirse fuera de Chile. Además, trajeron
al país los sistemas centralizados de calefacción. Por su parte,
Osvaldo Matzner, el fundador de la Librería Nacional y Artel,
elaboró pinturas químicas en Chile y creó líneas de productos
especializados para el dibujo técnico. Su librería Artel, creada en
1965, fue una de las más populares del país. La empresa de cajas
fuertes Bash, creada por el inmigrante escocés Herbert Bash, fue

11
Al respecto, Manuel Ariztía, propietario de una conocida empresa avícola,
señalaba que «los empresarios son muchas veces incomprendidos, porque se
les ve como el lobo feroz o vaca lechera, sin considerar que son los que tiran
el carro del progreso». Agregaba que «se piensa que solo andamos detrás
del lucro, y no es tan así (…). Nos preocupa que el progreso sea integral
y abarque, además de lo productivo, lo humano y lo cultural» (Estrategia,
1996, p. 33).

119
Rolando Álvarez Vallejos

adquirida en 1936 por Jorge Kosterlitz, quien exportó tecnología


alemana, convirtiéndola en líder del país y con el tiempo, tener
presencia en Perú y Argentina. Pedro Undurraga, en pleno período
de intervencionismo estatal y desarrollo «hacia adentro», se le
consideraba pionero en la exportación del vino chileno, abriéndole
las puertas al mercado extranjero. Por su parte, Alfredo Molina
Flores, dueño de la imprenta del mismo nombre, durante la década
de los 60, fue el primero en traer la nueva tecnología al sector, lo
que permitió aumentar la calidad y la velocidad de la impresión.12
Son numerosos este tipo de ejemplos, que buscaban resaltar que
los adelantos técnicos y comerciales del país, se debían al afán
innovador de la iniciativa privada, silenciando en las biografías
que, vía CORFO, muchas contaron con financiamiento estatal. En
el fondo, lo que se estaba planteando era que la labor empresarial
debía ser considerada la responsable de los grandes adelantos del
país y decisiva en la construcción nacional.
Otro componente del imaginario político del empresariado
chileno a fines del siglo xx , era su supuesto carácter luchador,
capaz de levantarse ante las peores adversidades. Conformando
una especie de trilogía indisoluble que explicaría el exitoso aporte
de este grupo a la grandeza del país, la mentalidad modernizadora
y su capacidad de innovación, terminaría de cristalizarse sobre la
base de esta supuesta habilidad de superar los escollos. Desde crisis
económicas, accidentes como incendios o robos hasta hecatombes
políticas como la Unidad Popular, el empresariado siempre habría
sido capaz de reinventarse y con ello, sacar adelante al país. De
alguna manera, este carácter «luchador» de la trayectoria histórica
del empresariado en Chile, sería su respuesta a la visión negativa
que algunos sectores (fundamentalmente políticos), tenían sobre
ellos. Frente a las críticas, el empeño, el esfuerzo, el sacrificio, la
tozudez y el trabajo serían su sello, que contra viento y marea,
lograba resarcirse de las crisis y los problemas. En las biografías
se destacaba especialmente el carácter humilde de muchos de ellos.
12
Ver Estrategia del 2 de enero de 1998, p. 7; 5 de septiembre de 1997, p. 7; 7
de noviembre de 1997, p. 7; 26 de diciembre de 1997, p. 7 y 6 de septiembre
de 1996, p. 7.

120
Gran empresariado, poderes fácticos e imaginarios políticos

Por ejemplo Salomón Sack, fundador de la principal barraca de


fierro del país y del Banco Israelita, partió como un simple trabaja-
dor en la fábrica Hucke. Posteriormente, en sus modestos orígenes,
según él mismo relataba, con sus propias manos transportaba el
fierro y lo pesaba en la calle, pues no cabía en su estrecho puesto
de ventas. Por su parte, Benjamín Budnik, hijo de un inmigrante
ruso, recorrió sin suerte Brasil y Argentina. Entre los múltiples
trabajos en los que se empleó, aprendió el funcionamiento de las
fábricas de baldosas, lo que lo llevó a constituir en 1922, una
«modesta empresa» denominada La Europea. No solo fue la
primera en esta actividad en Chile, sino que la más grande del
país hacia principios de la década de los 90, con el nombre de
Budnik Hnos. S. A.
En el caso del empresario textil Blas Caffarena, su espíritu
luchador resultaba más patente. Su padre, un italiano avecindado
en Estados Unidos, fue estafado y luego perdió su cosecha por
una tormenta de nieve, perdiendo todo su capital. Así, el joven
Blas viajó a Chile a fines de 1888 , donde trabajó inicialmente
barriendo, limpiando vidrios y llenando cajones con fideos y
azúcar. Años más tarde, en 1920, fundaría Tejidos Caffarena S.
A., que sería líder en el sector textil. Otro caso era el del conoci-
do industrial del aluminio y los enlozados Ángel Fantuzzi, cuyos
orígenes se remontaban cuando su madre mantenía un humilde
gallinero doméstico y su padre tenía un pequeño taller donde
fundía chatarra para fabricar las primeras ollas. Hacia 1994, esa
empresa había vendido US$ 15 millones. Pero la capacidad de
superar adversidades también incluía las tormentas políticas. En
el caso de los Yarur, dueños del Banco de Crédito e Inversiones
y la Textil Yarur, sufrieron en tiempos de la Unidad Popular la
expropiación de sus dos grandes compañías. El jefe familiar, Jorge
Yarur Banna, se resistió firmemente, porque según señalaba su
sobrino Luis Enrique Yarur, le tenía gran afecto al banco, pues «él
con su empuje y empeño, lo sacó adelante y lo hizo crecer(…). Y
pensaba que tenía que luchar, porque era mantener la tradición de
mi abuelo». Recién en 1975 le fue devuelta la industria y el banco,
el que en la década de los 90, como veíamos, se convirtió en uno
de los más grandes del país (Estrategia, 1995 y 1998, p. 21). Así,
121
Rolando Álvarez Vallejos

el carácter «luchador» del empresariado chileno, enfatizaba su


perfil de self made man, capaz de resistir y resurgir de las peores
coyunturas gracias a su propio esfuerzo.
El imaginario político empresarial se articulaba partiendo de
la base que eran los grandes modernizadores e innovadores del
país, a pesar de los problemas, incomprensiones e injusticias que
padecieron a lo largo de su historia. Pero además, le agregaban
otro condimento importante para legitimar su papel el desarrollo
de Chile y, por cierto, en el presente: su compromiso social. De
esta manera, la actividad de los empresarios no quedaba circuns-
crita solo a su afán de lucro personal, sino que, junto con esto, su
interés era colaborar con el resto de la sociedad. Es decir, no solo
aportaban al país generando fuentes de empleo, sino que además
a través de obras de beneficencia y caridad. El empresariado
chileno, de acuerdo a su autopercepción, rompía con la regla de
Adam Smith, pues su «chorreo» de riqueza hacia los que no la
poseían no era involuntario, sino que consciente y en muchos
casos, preconcebido.
Los ejemplos de la supuesta vocación social de los empre-
sarios chilenos son muy numerosos en las biografías publicadas
en Estrategia. En el siglo xix, el empresario vitivinícola Matías
Cousiño creó «el hospital de Lota, una escuela para los hijos de
los trabajadores y una capilla para el culto». Al momento de
morir, por su parte, la acaudalada Isidora Goyenechea heredó
parte de su fortuna para construir iglesias, hospitales y asilos
para ancianos. El fundador de la Viña Santa Rita, Domingo
Fernández Concha, habría financiado en 1880 la primera «casa
del pueblo», un círculo para los obreros; creó la Caja de Ahorro
Santa Rita, cooperativas de despacho «cuyas utilidades eran re-
partidas entre sus inquilinos»; financió el círculo católico social,
el pensionado universitario, el club católico, etc. Entrado el siglo
xx , un arquetipo de empresariado con sentido social fue Carlos
Vial Espantoso, propietario de la Compañía Sudamericana de Va-
pores y fundador del Banco Sudamericano, entre otras entidades.
Hizo importantes donativos al Hospital de Melipilla, Hospital del
Salvador, al consultorio de Huentelauquén y al Hospital Clínico
de la Universidad Católica. Además, creó la Fundación Parque
122
Gran empresariado, poderes fácticos e imaginarios políticos

Familiar El Arrayán, que acogía a familias de escasos recursos con


más de diez hijos, entre muchas otras donaciones. En tiempos más
agitados, Marcos Pollak, jefe del clan que fundó Textiles Pollak,
Confecciones Bagir y Tejidos Tricot, fue expropiado durante el
gobierno de Salvador Allende. Sus industrias fueron devueltas, se
afirmaba, en deplorables condiciones, lo que no fue obstáculo para
su resurgir en las décadas siguientes. A pesar de las adversidades,
los Pollak contribuyeron a la construcción del Colegio Hebreo
de Santiago y su posterior traslado desde la comuna de Macul a
la de Las Condes, comprando los terrenos necesarios (Estrategia,
1988, pp. 101 y 115; Estrategia, 1996, p. 8; Estrategia, 1995, p.
8; y Estrategia, 1995, p. 8).
De esta manera, desde esta óptica, si un actor social había
contribuido a combatir la pobreza y las injusticias sociales, este
había sido el empresariado, sin importar el tamaño de su com-
pañía. En su versión de su papel en la historia nacional, estaba
completamente ausente el conflicto de clases, idealizando el
agradecimiento de los trabajadores a su patrón como si fuera la
regla. En el caso de Juan Magnasco, creador de la industria textil
Monarch, se enfatizaba esta mirada paternalista de los empresarios
con sus empleados: «Mantuvo con sus trabajadores relaciones
laborales humanitarias y cordiales, razón por la cual muchos de
ellos lo recuerdan con cariño» (Estrategia, 1995, p. 8). Silenciados
los conflictos laborales, huelgas, matanzas, despidos o cualquier
tipo de abuso patronal, la figura del empresario aparecía como la
de un idealista que por su propio esfuerzo, superando vallas cuasi
infranqueables, se echaba al hombro el desarrollo del país. Era la
inversión del credo marxista, que le asignaba un papel mesiánico
a la clase obrera, la que emanciparía a todos los que sufrían la
explotación capitalista. En este caso, el empresario era el prota-
gonista de la historia, que armonizaba y entregaba beneficios al
conjunto de los chilenos.
Esta característica mesiánica, relacionada con la necesidad de
cumplir un papel destacado en la historia de Chile, se veía coro-
nada por el último aspecto del imaginario político empresarial:
su supuesta «vocación de servicio», es decir, su participación en
términos gubernamentales. En el caso del siglo xix , donde se ha
123
Rolando Álvarez Vallejos

demostrado la colusión entre los intereses particulares de estos


y su intervención política, en sus biografías se prefirió explicar
esta relación por nobles motivaciones.13 En el caso de Eliodoro
Yáñez, fundador del diario La Nación y destacado integrante del
Partido Liberal, entre fines del siglo xix y principios del xx , ocupó
cargos públicos «con la idea de que lo importante era el trabajo
y convencido de la contribución que él podía hacer al desarrollo
nacional». En el caso del banquero Domingo Fernández Concha,
descrito como «generoso y empresario», desde su puesto en el
Senado representando al Partido Conservador, legó valiosos pro-
yectos de ley, que fueron grandes aportes al país, como el referido
a la creación del Banco Central. Contemporáneo a Fernández
fue Silvestre Ochagavía Errázuriz, creador de la primera viña
de «cepas nobles» en Chile. También conservador, fue diputado,
senador y diplomático, donde «siempre destacó», demostraba el
supuesto desapego al poder de los empresarios, al haber rechazado
el ofrecimiento de Manuel Montt de ser candidato presidencial
en 1861. Ya en el siglo xx , el creador de la cmpc, Luis Matte
Larraín, fue director del Banco Central, de la Caja de Empleados
Públicos y de Crédito Agrario. De acuerdo a la idílica autoper-
cepción empresarial, en sus gestiones Matte Larraín:

Formó escuela y dejó una profunda huella progresista,


comprometido sin reservas en la tarea de lograr para el
país un sólido desarrollo productivo y una estable y ar-
mónica convivencia social… abrió camino en materias de
política laboral y de justicia social, llevando a la práctica
en beneficio de los trabajadores muchas iniciativas que
solo con posteridad tendrían sanción legal (Estrategia,
1998, p. 29).

Como es posible apreciar en estos ejemplos, lo que se quería


resaltar era el carácter incorruptible del empresario y que su ex-
periencia en pos del progreso nacional, que supuestamente impli-
caba su labor, lo convertía en una excelente carta para el servicio
público. Así, la vinculación entre empresarios y política sería algo

13
Sobre la relación entre negocios y empresarios a fines del siglo xix y principios
del siglo xx, ver Ortega, 1984 y Ross, 2003.

124
Gran empresariado, poderes fácticos e imaginarios políticos

positivo, que vendría a poner el corolario al círculo virtuoso que


caracterizaba el imaginario político de los grandes empresarios
chilenos durante la década de los 90: la necesidad de reconocer
su importancia en todos los ámbitos del quehacer nacional.
En resumen, el imaginario político de estos reunía principios
que avalaban el nuevo papel protagónico del sector, olvidando
cualquier asomo de autocrítica de su labor en el presente o en el
pasado. Si algo debía ser criticado, era haber sido timoratos en
otras épocas y no haber reivindicado antes el lugar que ahora
tenían. Por ello, más que una anomalía antidemocrática, para
los empresarios, su destacada participación en política durante
la transición, reponía en el lugar que merecían a quienes siempre
habían sido baluartes del progreso del país. De alguna manera, era
recuperar el orden natural, violentado por décadas de estatismo
e ideologías foráneas. Su autoensalzamiento como los principales
protagonistas de la historia de Chile, era reflejo de su posición
política en el presente, caracterizada por su intransigencia frente
a tópicos que consideraban básicos, como la reforma laboral, los
impuestos y la institucionalidad heredada del régimen militar.
Quienes modernizaron el mercado nacional; quienes traje-
ron las innovaciones tecnológicas y comerciales para asegurar
la continuidad del progreso de Chile; quienes lucharon contra
las adversidades y sobre la base de su propio esfuerzo lograron
encumbrar sus negocios; quienes poseían una fuerte preocupación
por las condiciones de vida y trabajo de los más pobres y quienes
desarrollaban una incorruptible y desinteresada labor de servicio
público, tenían asegurado, por derecho propio y legítimamente
ganado, un lugar de privilegio en la discusión pública del país.
Asimismo, no mencionar algún supuesto aporte al desarrollo de-
mocrático en Chile, a la participación popular o al fortalecimiento
de las organizaciones reivindicativas, era reflejo también de dos
cosas. Por un lado, el papel secundario del tipo de orden político
vigente en el país, ubicado por debajo de los requisitos de un
sistema que respetara «las reglas del juego» capitalista. Orden y
estabilidad por encima de la democracia. Por otro lado, su rechazo
al cualquier intento intervencionista sobre el libre mercado, pues

125
Rolando Álvarez Vallejos

desde su óptica, los grandes logros se habían conseguido sobre la


base del esfuerzo e iniciativa de los particulares.
Al analizar el imaginario político del gran empresariado,
se puede entender que su actuar en la vida política contingente
durante la década de los 90, era considerado como parte funda-
mental de su ethos y deber ante el país. El que esto fuera aceptado
por la coalición gobernante, no hizo más que darles la razón e
institucionalizar su supuesta legitimidad.

3. Gremios empresariales y los gobiernos de


aylwin y frei: el quehacer político de los
empresarios en la transición democrática
chilena
El papel político del gran empresariado durante la década
de los 90 constituyó un hecho indiscutible. Aunque no eran con-
trolados por medio del sufragio universal, su papel institucional
como interlocutores formales ante los poderes ejecutivo y legis-
lativo, le daban legitimidad a su accionar. El propio diseño de la
«transición pactada» contempló la intervención política del gran
empresariado nacido y consolidado bajo el régimen militar. Así
como este legó un corpus jurídico-político para proyectar en el
tiempo su «obra», también forjó a la nueva democracia un actor
político que la defendiera. Este fue la función que le cupo al gran
empresariado en el complejo escenario político chileno a fines
del siglo xx .
En las siguientes páginas expondremos las consecuencias que
tuvo la participación política institucionalizada del gran empresa-
riado chileno durante la transición. Esta se resume en una actitud
permanente de obstruir tanto las medidas económicas tendientes
a reformar los aspectos más radicales del modelo neoliberal
(impuestos, políticas laborales, etc.), como las medidas políticas
que pusieran en peligro el entramado jurídico-político que había
permitido la proyección en democracia del modelo neoliberal
instaurado por la dictadura. A contrapelo de aquellas visiones
que idealizan el supuesto espíritu dialogante y consensual del
gran empresariado en los 90, los hechos demuestran que este se
126
Gran empresariado, poderes fácticos e imaginarios políticos

constituyó en un constante obstáculo para el avance de medidas


democratizadoras y opuestas a los dogmas neoliberales. Pero esto
no significa que hayan actuado desde fuera de la institucionalidad
vigente, sino que por el contrario, la fuerza de sus posiciones radicó
en buena medida en el manto de legitimidad con que contaban.
Durante el decenio comprendido entre 1990 y 2000, el com-
portamiento político empresarial se caracterizó por los constantes
altibajos de las relaciones con los gobiernos de la Concertación.
Sin embargo, en general, predominaron las relaciones agrias y los
diálogos friccionados. A pesar de las fuertes concesiones en el pla-
no económico-social realizado por los regímenes de los presidentes
Aylwin y Frei y las multimillonarias ganancias que obtenían año
tras año, la relación entre estos y los grandes empresarios fue muy
compleja, plagada de conflictos y confrontaciones. Por otro lado,
la vocación política de este «nuevo actor», también hizo estragos
en la derecha, afectada por una fuerte crisis interna durante estos
años, en donde se jugaron por impedir el triunfo de los sectores
más abiertos al diálogo con el Gobierno.
Examinaremos el accionar del empresariado por medio de
varias dimensiones, que resume sus principales áreas de interés
político y en las que intervinieron sistemáticamente a lo largo de
la década. Por razones de espacio, ofreceremos una mirada sucinta
sobre cómo evolucionó cada una de ellas durante el decenio, lo que
nos permitirá configurar una mirada global del comportamiento
político de los grandes empresarios durante los primeros diez años
de los gobiernos de la Concertación.
La primera dimensión del quehacer público de este grupo en
los 90 la hemos denominado genéricamente como «empresarios
políticos». Con ello englobamos su vocación por participar en los
debates políticos-contingentes en general y, más en particular, su
involucramiento en pugnas con el Gobierno por diversos tipos de
materias distintas a las económicas y laborales, las que abordare-
mos en otras dimensiones. Respecto a la primera, como veremos
más adelante, a comienzos del período de Aylwin, los grandes
empresarios tuvieron gran visibilidad pública a propósito de sus
negociaciones de las reformas laborales con la Central Unitaria de
Trabajadores y la reforma tributaria con el Gobierno. De acuerdo
127
Rolando Álvarez Vallejos

a sus planteamientos, los primeros se veían impelidos a participar


en política por su «imprescindible función social», pues «los más
pobres dependen de que sigamos cumpliendo nuestro deber». Esto
fundamentaba su decisión de «mantener un diálogo fluido con la
autoridad», lo que incluía a parlamentarios y partidos políticos.
De acuerdo a sus conceptos, el régimen democrático era el ideal
para el desarrollo del capitalismo, aunque en Chile no había sido
el caso, por lo que el gran desafío de los grandes empresarios era
demostrar la validez de esta premisa. El paraguas democrático
fundamentaba que los dueños de compañías, por medio de sus
organizaciones, expusieran «constantemente ante los poderes
públicos y el país sus opiniones, ideas y sugerencias».14
Consientes de su importancia en la estructura económica
nacional, se negaron a cualquier intento de marginación de la
arena política. Cuando Carlos Ominami, ministro de Economía del
presidente Aylwin, criticó en 1992 que los gremios empresariales
se pronunciaran sobre las reformas constitucionales propuestas
por el Gobierno, recibió duros ataques desde el mundo empresa-
rial. El influyente Eugenio Heiremans le recordó el riesgo de que
estas materias quedaran solo en manos de los partidos políticos,
que había conducido a concentrar «todo el poder en una minoría
(…) divorciados absolutamente de las voluntad y deseos de la
opinión pública». Como se señalará en otra parte, la motivación
política de estos no era considerada equivalente a la de los partidos
políticos, sino a intereses nacionales, «que supera con mucho los
juegos propios de la estructura democrática vigente y los intereses
particulares que coexisten en ella». En otras palabras, la partici-
pación política de los empresarios se basaba en una concepción
pragmática del concepto de democracia, cuyos principios no se
fundamentaban solo en el de la voluntad popular, sino en supues-
tos intereses permanentes que no debían verse modificados por lo
que ellos denominaban «mayorías circunstanciales». Se estimaba
que los partidos políticos no eran los únicos representantes de las
corrientes de opinión en el país, por lo que consideraban natural
que los gremios empresariales actuaran a la par de ellos (cosa
14
Declaraciones de José Antonio Guzmán en El Diario del 22 de marzo de
1991, p. 23 y Estrategia del 28 de diciembre de 1990, p. 13.

128
Gran empresariado, poderes fácticos e imaginarios políticos

prohibida por ley a los sindicatos de trabajadores, cuyos dirigentes


no podían postular al Parlamento). Esto explica porque Guzmán,
el presidente de la cpc, sostuviera a mediado de los 90 la tesis
que la crisis de participación política chilena se relacionaba con el
carácter del sistema político nacional, basado en la intervención
del Estado: «Nos hemos quedado con una estructura política
que es para otro modelo y no la hemos adecuado a uno en que
el 75% de la actividad está en manos privadas y obedece a deci-
siones absolutamente personales».15 Por este motivo, el problema
no era la participación política empresarial y el uso de su vasta
red de influencias familiares y económicas que desbalanceaban la
participación democrática en Chile, sino un sistema político que
no terminaba de adaptarse a esta nueva realidad. En el fondo, era
la cristalización en versión empresarial de la «democracia pro-
tegida» contemplada por la Constitución de 1980, que entendía
que el verdadero orden democrático era aquel que restringía la
participación de algunos sectores de la sociedad y aseguraba el
carácter inmodificable de la arquitectura económica y constitu-
cional creada por el régimen militar.
La manifestación práctica de esta vocación por participar
en política, fue el desarrollo de un constante conflicto con los
Gobiernos, para objetar cualquier intento de modificar el legado
del régimen castrense o criticar medidas que afectaran lo que esti-
maban debía ser el escenario adecuado para el desarrollo del país.
En este punto es necesario precisar dos aspectos sobre el carácter
del accionar de los empresarios políticos durante la transición.
Por un lado, hubo amplio consenso en reconocer que Aylwin
y Frei respetaron el modelo económico heredado del régimen
militar. Sin embargo, las críticas empresariales se relacionaban
con las supuestas vacilaciones entre algunos funcionarios de
estos mandatos, que según ellos impedían profundizar la senda
del modelo de desarrollo del capitalismo liberal. Esto, que podía
ser interpretado como un simple matiz, produjo duros enfrenta-
mientos entre el empresariado y los Gobiernos democráticos. En
el fondo, lo que prevalecía era la desconfianza y el temor a lo que
15
Las citas corresponden a El Diario del 14 de junio de 1992, p. 27; del 15 de
junio de 1992, p. 3; del 10 de julio de 1995; y del 11 de julio de 1995, p. 3.

129
Rolando Álvarez Vallejos

ellos llamaban «estatismo», especie de virus que en estado más


o menos latente, consideraban seguía con vida en algunos per-
soneros concertacionistas. Por otro lado, no siempre hubo pleno
acuerdo entre los dirigentes empresariales. En la primera sección
del artículo veíamos los diferendos entre la sna y la cúpula de la
cpc encabezada por Guzmán. También hubo divergencias entre
el sucesor de este, Walter Riesco y la sofofa, representada por
Pedro Lizana, producto de importantes matices sobre qué relación
mantener con el gobierno de Frei. Asimismo, es relevante recalcar
que los gremios empresariales tuvieron serias discrepancias con
sectores de la derecha, especialmente aquella más proclive a des-
prenderse de la imagen cercana al régimen militar. Por este motivo,
los empresarios se vieron envueltos en las tormentosas disputas
internas de la derecha, en donde lograron imponer sus posiciones
más conservadoras y reacias a un aggionarmiento democrático.
Una constante durante todo el decenio 1990-2000, fue la
evaluación sobre el desempeño del Gobierno. Desde los prime-
ros meses, el discurso empresarial utilizó conceptos tales como
«incertidumbre», «temores», «dudas», «falta de confianza» para
referirse a la conducción de las nuevas autoridades democráticas.
Esto se matizaba con afirmaciones como las que predominaron
en enade 1990, en las que se reconoció la labor del Gobierno al
respetar las «reglas del juego» neoliberal, aunque según ellos co-
metiendo «graves errores».16 Es muy difícil encontrar afirmaciones
de pleno y total respaldo a las administraciones de la coalición
gobernante, porque permanentemente surgían disensos y matices
frente a diversas materias. En este sentido, se aprecia que la lógica
de acción de los grandes grupos empresariales se basaba en una
racionalidad no solo económica, sino que también ideológica. En
efecto, a pesar que hasta fines de 1997 en Chile se vivió uno de
los ciclos más virtuosos de su historia, que se reflejó en las cuan-
tiosas ganancias que obtuvieron los grandes grupos económicos
nacionales, estos nunca dejaron de enfrentarse con mayor o menor

16
Ver por ejemplo la entrevista a José Antonio Guzmán, a la sazón presidente de
la Cámara Chilena de la Construcción, en Estrategia del 3 al 9 de septiembre
de 1990, p. 20 y del 31 de diciembre de 1990, p. 3. El debate en enade 1990
en El Diario del 21 de noviembre de 1990.

130
Gran empresariado, poderes fácticos e imaginarios políticos

dureza con los períodos de Aylwin y Frei. Así se manifestaba el fin


del tradicional pragmatismo empresarial y la presencia del «nuevo
empresariado» chileno, comprometido a fondo con el proyecto
neoliberal implementado por el general Pinochet.
Con todo, desde muy temprano fue posible apreciar matices
entre los líderes de negocios y entre estos y la derecha. En el primer
caso, la figura de Manuel Feliú, que dejó la presidencia de la cpc a
fines de 1990, representó un sector «centrista» al interior del gran
empresariado. Eso significó que su figura –proclamada presiden-
ciable por los sectores «reformistas» de Renovación Nacional al
término de la década– tuviera un perfil más dialogante frente al
Gobierno y que no vacilara en exaltar sus «éxitos», «aciertos» y
«logros». Además, que intentara entregar una cara democrática
de la derecha, aún estrechamente ligada al régimen militar. Sin
embargo, nunca cuestionó el liderazgo de Jarpa, representante
del «ala dura» de rn y tampoco criticó explícitamente al general
Pinochet y su régimen. A la derecha de Feliú se ubicó la mayoría de
la dirigencia empresarial, encabezada por José Antonio Guzmán,
su sucesor desde fines de 1990 en la presidencia de la cpc. Símbolo
de intransigencia y distante del movimiento sindical, fue reem-
plazado en 1996 por Walter Riesco, quien siguió su «línea dura»
contra el Gobierno. Desde el punto de vista político, la derecha
empresarial tenía más sintonía con la udi y el sector «jarpista»
dentro de Renovación Nacional, que contaba con ex dirigentes
empresariales como algunos de sus líderes (Sergio Romero y Fran-
cisco Prat). Fueron mayoría durante el decenio que comprende
este artículo, dejando su impronta confrontacional tanto contra
el Gobierno como dentro de la propia derecha. A la izquierda de
Feliú, se ubicaron sectores minoritarios, entusiasmados con la
abundancia de los primeros años democráticos y la legitimidad
que el período de la transición le daba al modelo económico.
En su momento, José Lizana y Felipe Lamarca explicitaron este
entusiasmo, lo que les costó su aislamiento entre la dirigencia
empresarial. Con todo, estos mismos líderes fueron, en ciertas
coyunturas, feroces críticos del Gobierno, por lo que no es posible
hablar de la existencia de un ala «concertacionista» al interior
de la dirigencia empresarial. Por otro lado, se les asoció, aunque
131
Rolando Álvarez Vallejos

no de manera totalmente simétrica, con la derecha «reformista»


representada por Andrés Allamand y Sebastián Piñera, vapuleada
por sus adversarios conservadores durante este período.
De esta manera, las evaluaciones empresariales sobre el des-
empeño del nuevo mandato tuvieron notorios matices a principios
de los 90. Para Feliú, «se había hecho lo mejor posible» y «no
habían razones para que los empresarios desconfíen del gobier-
no»; en la misma línea, Sebastián Piñera defendía el acuerdo de
reforma tributaria entre rn y el Gobierno señalando que «no era
consecuente estar a favor de los programas sociales y en contra
de todos los impuestos». Pero paralelamente, personeros como
el mencionado Guzmán o Fernando Agüero (presidente de la
sofofa en 1991), Roberto Fantuzzi (asexma), Hernán Briones,
Felipe Lamarca e inclusive los normalmente silenciosos líderes de
los principales holding nacionales, como Eliodoro Matte, hacían
ácidas críticas, ya sea por el manejo de la economía («estatismo»),
por los resultados del combate contra el «terrorismo» o las pro-
puestas de modificaciones a la legislación laboral.17
En resumen, existía consenso entre los grandes empresarios
que Aylwin había sido «ponderado» (Guzmán), pero con fuertes
críticas sobre su manejo político, económico y social. Con la
llegada de Frei en 1994, hubo optimismo inicial, producto de la
«agenda modernizadora» (privatizaciones) que proclamó la nueva
administración. Sin embargo, a poco andar, conflictos políticos
como el intento de destituir a Rodolfo Stange, general director de
Carabineros, por un caso de derechos humanos, los nuevos inten-
tos de reformar la Constitución de 1980 y lo que consideraban una
excesiva presencia de sectores «estatistas» dentro del Gobierno,
volvieron negativas las evaluaciones sobre su desempeño Así,
surgieron declaraciones tales como calificar el año 1995 «el año
que vivimos en peligro» (Guzmán), señalar que los empresarios

17
Las referencias son numerosas, solo daremos algunas. Favorables al gobierno,
en Estrategia del 20 de agosto de 1990, p. 20; del 10 de diciembre de 1990, p.
21; del 25 de junio de 1991, p. 15 y del 12 de enero de 1992, p. 16. Críticas al
desempeño del Gobierno en Estrategia del 7 de enero de 1991, p. 16; del 7 de
marzo de 1991. p. 33; del 4 de abril de 1991, p. 16; del 28 de octubre de 1991,
p. 15; del 30 de octubre de 1991, p. 14; del 8 de noviembre de 1991, p. 8. El
Diario del 4 de septiembre de 1991, p. 1 y del 28 de octubre de 1991, p. 3.

132
Gran empresariado, poderes fácticos e imaginarios políticos

«estamos al límite del cansancio del Gobierno» (Lizana) o que


existía «clima de desgobierno en el país» (Riesco).18
En resumen, durante el decenio de Aylwin-Frei, predominó
un diagnóstico negativo sobre la labor administrativa. Los lo-
gros económicos se habían obtenido solo en parte a su gestión,
pero sobre todo por el dinamismo de los empresarios, capaces
de sobreponerse a los obstáculos, como su autopercepción lo
señalaba. En definitiva, la era del acercamiento inicial y menor
intransigencia, representada por las posiciones de Feliú y Piñe-
ra, cedió especialmente desde el segundo lustro de la década, el
generalizado enfrentamiento. Esto se vinculó con la derrota en
1992 y 1993 de los sectores centristas y «reformistas» dentro de
la derecha, simbolizado en los casos de espionaje telefónico en que
se vio involucrado Sebastián Piñera y la fracasada precandidatura
presidencial de Manuel Feliú. Ya volveremos sobre este punto.
En el ámbito contingente, las críticas contra los gobiernos
de la Concertación eran de la más variada especie, demostrando
en la práctica que el gran empresariado no se autocensuraría
ante ningún tema. Por ejemplo, la administración de Aylwin fue
considerada «permisiva» frente a la delincuencia y responsable
de alterar el buen funcionamiento de la economía al pretender
terminar en 1992 con los senadores designados. Por su parte, la
de Frei, responsable de dirigir una cancillería que no «tiene estra-
tegia» frente a los cambios de la economía mundial; de permitir
la reactivación del terrorismo en 1996 y no desarrollar adecuada-
mente la infraestructura, el comercio exterior y el medioambiente,
entre un sinnúmero de críticas.19 Sin embargo, cuatro fueron los
episodios fundamentales en donde los grandes grupos empresa-
riales cobraron enorme relevancia: el debate en torno a la política
económica; los conflictos por los intentos de reformar las leyes
laborales; la pugna al interior de la derecha; y, por último, su apoyo
a las fuerzas armadas y particularmente a la figura del general

18
Ver Estrategia del 23 de octubre de 1995. p. 16; El Diario del 28 de abril de
1997, p. 31 y El Diario del 10 de marzo de 1998. p. 25, respectivamente.
19
Ver Estrategia del 3 y 4 de diciembre de 1991, p. 3; del 12 y 15 de junio de
1992, p. 5; El Diario del 10 de septiembre de 1996, p. 8; del 17 de diciembre
de 1997, p. 26 y del 12 de junio de 1998, p. 26.

133
Rolando Álvarez Vallejos

Pinochet. Todos se desarrollaron a lo largo de la última década del


siglo xx en Chile y a pesar de la trascendencia de algunas de las
intervenciones empresariales en otros tópicos de interés nacional,
fueron en estos cuatro sucesos en donde cobraron fama de ser un
poder «fáctico» o «protagonista» de la transición democrática.
Uno de los capítulos más conocidos de los primeros años de
la «transición», fue el de la derecha y los grandes empresarios.
Lo que estuvo en juego fueron pugnas de liderazgo al interior de
Renovación Nacional, entonces el principal partido del sector,
pero sobre todo enfoques distintos sobre el camino que debía
recorrer la derecha en el nuevo escenario político. Con una udi
identificada como una correa de transmisión del régimen mili-
tar e intransigente defensora de este y del general Pinochet, la
esperanza de una derecha renovada se alojó dentro de rn. Allí
se enfrentaron «conservadores» y «reformistas», representados
por los liderazgos de Sergio Onofre Jarpa y Andrés Allamand,
respectivamente. Este último, en agosto de 1990 y en su calidad
de presidente del partido, declaraba su preferencia por Manuel
Feliú como posible carta presidencial de rn, en desmedro de Jarpa,
el cacique histórico de la derecha. Mientras tanto, desde su salida
de la cúpula de la cpc a fines de 1990, Manuel Feliú trabajó su
perfil público acorde a lo que se denominó como la «democracia
de los acuerdos», a saber, un discurso moderado, que enfatizaba
el diálogo, valorando la democracia y la gestión gubernamental
del presidente Aylwin. Su candidatura presidencial cristalizó en
buena medida gracias a la crisis interna de rn, gatillada en agosto
de 1992 por el caso de espionaje telefónico. Este involucró a dos
posibles cartas presidenciales del partido, el senador Sebastián
Piñera y la diputada Evelyn Mathei. Por estos hechos, Piñera,
representante del ala reformista, fue atacado con vehemencia por
el «jarpismo» y denostado por sus colegas empresarios, acusán-
dolo de falta de ética. Caído Piñera, principal aliado de Allamand
en su intento de renovar a la derecha, la idea de apoyar algunas
reformas constitucionales propuestas por el Gobierno perdieron
piso al interior de rn. El sector conservador, con el apoyo del gran

134
Gran empresariado, poderes fácticos e imaginarios políticos

empresariado, logró sacar de la carrera presidencial al molesto


Piñera y paralizar las modificaciones a la Constitución de 1980.20
Así, en enero de 1993 Renovación Nacional proclamó la
precandidatura presidencial de Manuel Feliú, en calidad de inde-
pendiente, lo que reflejaba la aguda crisis interna que vivía rn. A
partir de ese momento, el otrora líder de la cpc enfatizó su discur-
so cercano a la Concertación, consciente de la alta popularidad
del presidente Aylwin y del escaso apoyo en las encuestas de los
presidenciables de la derecha. Feliú, si bien no era exactamente
un reformista como Allamand o Piñera, coincidía con ellos en
la necesidad de mover a la derecha hacia el centro político. Por
ello, aunque de manera ambigua, se declaró partidario de algu-
nas reformas políticas. La udi levantó a Jovino Novoa, un líder
interno con escaso perfil público, para detener a Feliú, criticando
su escasa diferenciación con el candidato de la Concertación, el
democratacristiano Eduardo Frei Ruiz-Tagle. En un contexto en
que las negociaciones dentro de la derecha estaban estancadas, con
diferencias programáticas importantes, como las referidas a las
reformas constitucionales, el presidente de rn Andrés Allamand
hizo una de las denuncias que marcaron los primeros años de la
transición. Afirmó que en Chile existían poderes fácticos, confor-
mado por los grandes empresarios, el periódico El Mercurio y las
fuerzas armadas, que estaban presionando a rn para abandonar
a Feliú y se acoplara a un candidato único de la derecha. Así, de
paso, quedarían atrás los posibles acuerdos con el Gobierno y
la posibilidad de reformar la Constitución de 1980. Estas decla-
raciones incendiaron aún más la difícil situación de la derecha,
debilitando aún más sus opciones de triunfo en las presidenciales
de 1993. Además significó, a mediano plazo, que Allamand viviera
lo que él mismo denominó su «travesía por el desierto», impo-
niéndose en la derecha los sectores más conservadores y afines
a los sectores mayoritarios del gran empresariado y las fuerzas

20
Detalles del caso de espionaje telefónico, en Otano, 1995. Sobre el temprano
apoyo de Allamand a Feliú, Estrategia del 13 de agosto de 1990, p. 24. So-
bre el discurso consensual de Feliú, ver por ejemplo entrevista en Estrategia
del 17 de agosto de 1992, p. 24. Las críticas de Jarpa y la CPC a Piñera, en
Estrategia del 26 de agosto de 1992, p. 16 y del 31 de agosto de 1992, p. 3.
Sobre la pugna en RN por las reformas constitucionales, entrevista a Jarpa
en Estrategia del 21 de diciembre de 1992, p. 24.

135
Rolando Álvarez Vallejos

armadas. Junto con esto, la precandidatura de Feliú quedó herida


de muerte, debiendo bajarse ante la de Arturo Alessandri Besa,
consensuada entre rn y la udi.21
Antes del fin de la carrera política de Andrés Allamand en la
década de los 90, en 1995 rn enfrentó una nueva y profunda crisis.
Su Consejo General aprobó el paquete de reformas constitucio-
nales propuesto por la administración Frei, que incluía medidas
para restar poder político a las fuerzas armadas y sectores ajenos
al escrutinio popular, como los senadores designados. Sin embar-
go, ocho de sus senadores rechazaron el acuerdo, abortando la
aprobación de las reformas. Nuevamente se imponían los sectores
conservadores. La larga crisis interna que siguió al rechazo de los
ocho senadores, terminó con el desdibujamiento del liderazgo de
Allamand y Piñera y la prolongación de la hegemonía en rn de
los sectores alineados con las ff.aa. y los grandes empresarios.
Estos últimos criticaron públicamente los intentos de Allamand
de sancionar a los senadores rebeldes y defendieron la idea de no
modificar la Constitución, argumentando la necesidad de pre-
servar el orden institucional que había hecho posible el modelo
económico y reafirmando su tradicional posición al respecto. De
esta manera, el gran empresariado fue uno de los protagonistas
del curso que siguió la derecha en la década de los 90, tomando
posición al lado de la udi, Jarpa y los líderes más cercanos al
todavía vigente general Pinochet.22
El debate en torno a las políticas económicas fue uno de los
aspectos más cruciales de las relaciones entre el gran empresariado
y los gobiernos de Aylwin y Frei. Como lo hemos dicho, estos gre-

21
Sobre el perfil moderado de Feliú en 1993, El Diario del 25 de enero, p. 24; 8
de febrero, p. 10; y 8 de marzo de 1993, p. 32. Las críticas de la udi a Feliú,
El Diario del 18 de febrero de 1993, p. 32. Las declaraciones de Allamand,
El Mercurio del 14 y 23 de mayo de 1993. El repudio de la cpc a los dichos
de Allamand y su reafirmación como actor político, en El Diario del 19 de
mayo de 1993, p. 31 y del 19 de mayo, p. 3. El relato de Allamand (1999).
22
Sobre el rechazo de los senadores de rn, ver Estrategia del 2 de octubre, p.
39 y del 9 de octubre de 1995, pp. 40 y 44. El senador rebelde con mayor
perfil público en este conflicto, fue Sergio Romero, dirigente de la Sociedad
Nacional de Agricultura hasta 1989, cuando fue electo senador. Sus críticas
a Allamand y Piñera por esta crisis, en Estrategia del 6 de febrero de 1996,
pp. 21 y 20 de marzo de 1996, p. 13. Las críticas empresariales a Allamand,
Estrategia del 20 de noviembre y 4 de diciembre de 1995, p. 3 y del 5 de
febrero de 1996, pp. 3.

136
Gran empresariado, poderes fácticos e imaginarios políticos

mios siempre reconocieron que la «transición» había sido exitosa,


fundamentalmente porque los nuevos mandatos democráticos
dieron continuidad a las políticas económicas iniciadas por el
régimen militar. La estructura neoliberal, como el sistema de pre-
visión social, la salud, la educación y los municipios, no sufrieron
modificaciones. Esto, unido a la persistencia de las políticas de
apertura a los mercados mundiales y la independencia del Banco
Central, dirigido consensuadamente por opositores y oficialistas,
aseguraron la continuidad del modelo. Sin embargo, este consenso
básico no significó una relación armoniosa entre empresarios y
gobernantes, pues los primeros manifestaron su disconformidad
con la manera como el oficialismo dirigió la economía. En el fon-
do, la crítica apuntaba al insuficiente compromiso gubernamental
con el libre mercado a ultranza, detectándose, según ellos, fuertes
resabios estatistas o «socializantes».23
Los principales aspectos de política económica que friccio-
naron la relación entre los gremios patronales y el Gobierno, se
relacionaron con los temas tributarios, el gasto, las privatizaciones
y la política de privatizaciones. Siempre el debate se produjo en
un contexto de «altura de miras», donde supuestamente se esta-
ban decidiendo materias de orden nacional, intentando ocultar el
interés cortoplacista de los empresarios. Además, hubo episodios
específicos donde estos defendieron sus intereses corporativos de
manera abierta, producto que algunas definiciones implicaban
cuantiosos intereses económicos y (o) afectaban al núcleo más
importante de los grandes empresarios. Este fue el caso en 1995
de la negociación para resolver la llamada «deuda subordinada»
y en 1998 de la venta de las eléctricas, el caso Chispas.
Para entender a cabalidad el debate de las materias económi-
cas entre los gremios patronales y los gobiernos de Aylwin y Frei, es
necesario puntualizar dos aspectos. El primero, sobre la modalidad
en que se realizaba, pues era público, con amplia cobertura de

23
Sobre cómo los empresarios definían su relación con el Gobierno, basada en
el consenso básico, pero con diferencias importantes en materias específicas,
ver las declaraciones de los presidentes del cpc José Antonio Guzmán en
Estrategia del 14 de mayo de 1991, p. 5 y del 31 de octubre de 1994, p. 7,
y de Walter Riesco en Estrategia del 20 de octubre de 1997, p. 7.

137
Rolando Álvarez Vallejos

prensa. Estos, en distintos tipos de reuniones (recepciones en La


Moneda, reuniones de la comisión de hacienda del Parlamento,
foros públicos con representes gubernamentales y declaraciones
en los medios), siempre tuvieron la oportunidad de canalizar sus
inquietudes sobre la conducción de la economía. El Gobierno les
consultaba sobre el monto del salario mínimo, sobre el alza o baja
de las tasas de interés, se les incorporó activamente en el proceso de
integración de Chile al tratado de libre comercio con el nafta, se
les comenzó a invitar a formar parte de la delegación presidencial
cuando el Presidente realizaba visitas oficiales a otros países, etc.
Por esto, es equívoco considerar a los grandes empresarios como
«poderes fácticos» de la transición, puesto que esta se encargó de
integrarlos plenamente a los círculos donde se tomaban cruciales
decisiones sobre el curso del país. En segundo lugar, es que a
pesar de esta integración, entre el gran empresariado predominó
la desconfianza ante el Gobierno, lo que es posible detectar a
lo largo de toda la década. El fuerte componente ideológico del
nuevo empresariado chileno, hizo que las relaciones se volvieran
conflictivas y obligaran a la autoridad a morigerar sus intentos
de hacer reformas más profundas al modelo económico. De este
modo, este grupo siempre apareció como el ala derecha de la
derecha en los debates económicos, enfrentados muchas veces a
los propios partidos derechistas, que aparecían más pragmáticos
y dispuestos a la negociación que los empresarios.
En 1990, recién iniciado el mandato de Patricio Aylwin, secto-
res empresariales criticaron el acuerdo de reforma tributaria entre
el Gobierno y rn, por considerar que «frenará el crecimiento y
perjudicará a los más pobres». Otras opiniones provenientes del
mundo empresarial la rechazaban, pues estimaban que para finan-
ciar el aumento del gasto, se debían privatizar empresas estatales
y no subir impuestos a los «emprendedores». Por su parte la udi
coincidía con estas críticas. En cambio, Manuel Feliú, aún presi-
dente de la cpc, se declaraba partidario del acuerdo y Sebastián
Piñera, senador de rn, fue uno de sus principales articuladores.
Esta primera diferencia al interior del mundo empresarial, per-
mite afirmar que este suceso inició el proceso de distanciamiento
de la mayoría de la dirigencia de los gremios patronales tanto
138
Gran empresariado, poderes fácticos e imaginarios políticos

con él como con Manuel Feliú.24 Al año siguiente, estos gremios


iniciaron una ofensiva para instalar en el debate nacional, la idea
sobre la necesidad de continuar con las privatizaciones de las
empresas pertenecientes al Estado. Por este motivo, desde el sector
empresarial fue duramente criticado René Abeliuk, el ministro
vicepresidente de corfo, que en una entrevista había reivindi-
cado la importancia de este organismo en el desarrollo nacional
y la necesidad de fortalecer su papel en el nuevo Gobierno. Este
era un típico ejemplo de lo que gremios patronales denominaban
como «remanentes estatistas» en la Concertación, que generaban
«incertidumbre» en su sector y que manchaban de ambigüedad
una conducción económica que, según ellos, debía respetar sagra-
damente las «reglas del juego».
Este tipo de llamados de atención, a los que el funcionario
de Gobierno correspondiente se veía obligado a responder para
devolver la «tranquilidad» a los empresarios, era parte de la estra-
tegia patronal de mantenerse con la iniciativa política, obligando
al Gobierno a dar explicaciones y volver a declarar su adhesión
al modelo.25 La carencia de una verdadera voluntad «privatiza-
dora», era prueba, según los dirigentes patronales, de las distintas
posturas existentes en la transición. Por este motivo, durante
todo el período que abarca este artículo, no dejaron de insistir en
este punto. Gran impulso para esta materia fue el llamado «caso
codelco», generado cuando a principios de 1994 un empleado
de esta cuprífera estatal fue descubierto vendiendo a menor precio
el cobre a cambio de suculentas coimas. Se inició una fuerte cam-
paña que planteaba la necesidad de modificar la Constitución de
1980, para permitir la privatización de la principal empresa estatal
chilena. Aunque Frei no cedió ante estas presiones, sí anunció,
a semanas de haber asumido, la privatizaciones de Empremar,

24
Las comillas pertenecen a una opinión de Fernando Ariztía, presidente de la
sofofa. Las críticas contra el acuerdo de reforma tributaria, en Estrategia
del 26 de marzo de 1990, pp. 18; del 2 abril de 1990, pp. 3 y 20; El Diario
del 5 de abril de 1990, p. 15. Opiniones matizadas, en El Diario del 28 de
marzo de 1990, pp. 3.
25
Las críticas contra Abeliuk y el debate sobre la necesidad de retomar las
privatizaciones en 1991, en Estrategia del 3 y 9 de enero, 4 y 10 de enero,
21 de marzo, 5 y 24 de junio y 10 de julio de 1991.

139
Rolando Álvarez Vallejos

Lan y Edelnor. Más tarde haría lo mismo con emos.26 Reflejo de


su distanciamiento y de sus pugnas con el ministro de Hacienda
Eduardo Aninat, el gran empresariado reprochó hasta el fin de su
mandato haber abandonado su impulso inicial, dejándose rodear
por los sectores «estatistas» de la Concertación. Por ejemplo,
en 1998, en medio de la «crisis asiática», la cpc propuso como
fórmula para paliar sus efectos, llevar a cabo un «plan global de
privatizaciones», que incluía codelco, enacar, la Polla Chilena
de Beneficencia, la Zona Franca de Iquique, Televisión Nacional
de Chile, Correos de Chile, diario La Nación, entre otras. A sa-
biendas que esta propuesta sería rechazada por el Gobierno, los
empresarios buscaban quedar con la iniciativa, responsabilizán-
dolo de buscar soluciones «estatistas» a la crisis.27
Las materias tributarias y el gasto fiscal fueron otra área de
arduas negociaciones entre los Gobiernos democráticos y los
empresarios. Los hombres de negocios se jugaron por mantener
estos aspectos apegados al dogma neoliberal, o sea, impuestos
lo más bajos posible y un gasto fiscal austero. En 1994, con
ocasión del fin de la vigencia de algunos puntos estipulados en
la reforma tributaria aprobada en 1990, la cpc se jugó a fondo
por el fin de los gravámenes sobre las utilidades. En su opinión,
el ahorro y la austeridad fiscal era el mejor instrumento para
generar crecimiento económico, se consideraba la única manera
de asegurar el desarrollo del país. La aprobación de un impuesto
a las personas que mantenía lo aprobado en 1990, era calificado
como «lamentable».28
Cuando en 1997 Frei puso en el tapete nuevamente la idea
de efectuar una reforma tributaria, los gremios patronales, ade-
lantándose a la propuesta, plantearon rebajar la carga impositiva,
basada en la holgura fiscal existente. Además, proponían que a

26
Sobre este punto, Estrategia del 18 de abril de 1994, p. 29. Sobre el caso
codelco, son numerosas las referencias. Algunas con declaraciones empre-
sariales que plantean la necesidad de la privatización, Estrategia del 28 y
31 de enero y 1 de julio de 1994. La posición coincidente de la derecha, en
Estrategia del 10 de junio de 1994. p. 13.
27
La propuesta de la cpc en El Diario del 29 de septiembre de 1998.
28
Ver Estrategia del 15 de marzo de 1994, p. 9; del 8 de junio de 1994, p. 6
y El Diario del 6 de abril de 1994. p. 15.

140
Gran empresariado, poderes fácticos e imaginarios políticos

través de la privatización de las sanitarias, se solventara parte


del gasto social (El Diario 1997, p. 29). La opción del ministro
Aninat –quien luego sería un alto funcionario del Banco Mun-
dial– de no modificar el impuesto a las personas, de no rebajar
aranceles a las importaciones y no congelar el gasto social, fueron
muy criticadas por los empresarios, los que estimaban que estas
medidas afirmaban la «ambigüedad» de la Concertación frente al
modelo neoliberal y demostración de la influencia del estatismo
alojado en su interior. Al año siguiente, cuando la cpc se reunió
con Aninat para debatir medidas para combatir los efectos de la
«crisis asiática», acordaban en la necesidad de aumento cero del
gasto fiscal para 1999. Walter Riesco, a nombre de la multigre-
mial, volvía a insistir en la necesidad de las privatizaciones y otras
medidas de corte liberalizadoras.29
Dos episodios pusieron en tensión el supuesto sentido nacional
de los empresarios, desnudando la rígida defensa de sus intereses
corporativos y su poderoso poder de negociación política. El pri-
mero fue el debate sobre cómo se resolvería la llamada «deuda
subordinada», que mantenían con el fisco fundamentalmente el
Banco de Chile y de Santiago producto del salvataje financiero
realizado por el régimen militar en 1983. El gobierno de Frei logró
aprobar en el Congreso una ley que prohibía a los bancos deudo-
res vender sus acciones al valor libro (más alto), porque dañaba
los intereses del Banco Central, entidad con la que se sostenía la
deuda. Con el apoyo mayoritario de sus dos partidos y el lobby
público de los gremios patronales y la Asociación de Bancos, la
oposición logró que el Tribunal Constitucional (tc) declarara
inconstitucional la medida, permitiéndoles a los accionistas de los
bancos deudores asegurar sus ganancias independientemente de su
compromiso con el Banco Central. Demostrando la imbricación
entre el poder político y el económico en el país, el presidente de
la cpc consideraba que era «rebajar el nivel del debate» cuestio-
nar el fallo del tc por el hecho de que algunos de sus integrantes,

29
Ver Estrategia del 20 y 26 de agosto de 1997, del 30 de octubre. El Diario
del 27 de enero de 1997. Sobre la reunión entre Aninat y Riesco, El Diario
del 23 de septiembre de 1998, p. 27.

141
Rolando Álvarez Vallejos

que rechazaron la ley, tenían acciones en las entidades afectadas


por la medida.
El acuerdo para resolver este complejo tema, que incluía a
algunos de los más poderosos empresarios nacionales, permitió
que los bancos de Chile, bhif, Santiago, Concepción e Internacio-
nal, tuvieran un plazo de 40 años para pagar su deuda. Además,
podrían vender sus acciones, pero a precio de mercado.30 Esto,
junto con favorecer la continuidad de las entidades involucradas,
fue una de las demostraciones de poder más notable de los gre-
mios patronales durante la transición, pues junto con sus aliados
naturales de la derecha, lograron derogar una ley aprobada por
el Congreso gracias a su presencia en el Tribunal Constitucional.
Es importante destacar que más allá de algunas declaraciones
cruzadas, el Gobierno y los poderes del país, no cuestionaron la
participación empresarial en la resolución de este conflicto, vali-
dando una vez más su papel en la política nacional.
Comprobado el doble estándar de los grandes empresarios
–algo tan propio de los actores políticos– el episodio de la venta
de Enersis (Chispas) sirvió para terminar de ajustar cuentas con el
senador Sebastián Piñera. En estos hechos, el directorio de Enersis,
encabezado por José Yuraszeck, utilizó cláusulas secretas para
negociar la venta de la compañía a Endesa-España, afectando a la
inmensa mayoría de los accionistas. Entre estos estaban las AFP,
las que tuvieron cuantiosas pérdidas por esta operación, que se
traspasaron a los millones de chilenos afiliados a este sistema de
pensiones. Junto con la caída del llamado «zar de la electricidad»
(Yuraszeck), figura de la que los gremios empresariales se desmar-
caron para no verse desprestigiados, también fue arrastrada la de
Piñera. Este había logrado incorporarse a la mesa de negociaciones
con Endesa-España gracias a una transacción que le permitió
cambiar sus acciones. Como lo señalaba un editorial de la prensa
pro empresarial, esto había que ponerlo en el contexto de que «en
plena operación Enersis-Endesa España el senador presentó un
proyecto de ley a objeto de regular las operaciones públicas de
30
La cita en El Diario del 2 de marzo de 1995, p. 15. El acuerdo final sobre la
deuda subordinada, en Estrategia del 30 de marzo de 1995, p. 24 y del 24
de abril de 1995, p. 21.

142
Gran empresariado, poderes fácticos e imaginarios políticos

compra de acciones (…) (cuyo objetivo era) no hacer discrimina-


ciones de precios entre los titulares de una propiedad». Por este
motivo, los gremios patronales buscaron demostrar su preocu-
pación por los intereses nacionales y no solamente corporativos,
condenando a uno de los suyos –Piñera– por «mezclar la política
con los negocios», calificando el actuar del senador de rn como
«impresentable».31 De esta manera, en este capítulo oscuro de la
transición, el empresariado intentó verse lo menos contaminado
posible, además de terminar de hacer rodar la cabeza del díscolo
senador Piñera, quien en los ‘90 simbolizó una moderación po-
lítica que no compartía la mayoría de los gremios patronales. El
accionar político empresarial no carecía de la dosis de pragma-
tismo propia de la política contingente, pero se caracterizó por
su compromiso ideológico y corporativo, como lo demuestran los
casos de la deuda subordinada y Chispas.
Las reformas laborales fueron un tema extremadamente
sensible para estos gremios. Foco principal de sus conflictos con
el Gobierno, probablemente fue uno de los aspectos que mejor
simbolizó la manera de hacer política de los grandes empresarios
durante la transición. Además, constituye uno de los mejores
ejemplos de su integración institucional a la discusión política, a
través de numerosas instancias de diálogo y negociación formal
abiertas en el Parlamento y en el palacio de gobierno. Aunque
en apariencia dispuestos a negociar, en la práctica, este sector
fue sistemáticamente intransigente para rechazar cada intento
gubernamental para modificar la legislación laboral. Uno de los
mitos de los supuestos consensos iniciales de la transición, fue el
«acuerdo marco» alcanzado a inicios de 1990 entre la Central
Unitaria de Trabajadores (cut) y la cpc encabezada por Feliú.
Sin embargo, la supuesta negociación que se desarrolló durante
el resto del año, arrojó nulos resultados desde la óptica sindical.
En junio de 1990, los dirigentes de la cut declaraban que no se
habían logrado acuerdos con los empresarios. A fines de ese año,
el supuesto consenso en torno a las reformas laborales, se basó en

31
Las citas en Estrategia del 24 de noviembre de 1997, p. 3. Un síntesis sobre
estos intrincados sucesos, en Estrategia del 27 de octubre de 1997, p. 21.

143
Rolando Álvarez Vallejos

la exclusión total de las propuestas de la central sindical y cam-


bios cosméticos que no modificaron la esencia del Plan Laboral
de 1979, que debilitaba el poder negociador de los sindicatos y
aseguraba la flexibilidad laboral. La propuesta inicial del ejecutivo
vio cercenada importantes propuestas, como la eliminación del
plazo tope de la huelga y la posibilidad de contratar rompehuel-
gas. Esta era la manera como los gremios patronales entendían la
denominada «democracia de los acuerdos»: impidiendo cualquier
reforma que afectaran las reglas del juego neoliberal.32
Los años siguientes, los pseudodiálogos sociales y mesas tri-
partitas fueron progresivamente abandonados y la cpc, bajo las
presidencias de Guzmán y Riesco, fueron mucho más renuentes a
los acuerdos que Feliú, el símbolo del «acuerdo marco». En julio
de 1994 se realizó una movilización convocada por la cut para
protestar contra las prácticas empresariales, simbolizando el adiós
definitivo de los años de los supuestos acuerdos. De acuerdo a
Manuel Bustos, presidente de la multisindical de trabajadores, los
empresarios caían en «una grave contradicción entre el discurso
e imagen pública (…)», pues sus prácticas era calificadas como
«autoritarias y antisindicales». Junto con el natural rechazo a
estas denuncias, algunos fueron más allá, como el caso de Sergio
Romero, ex dirigente de la sna y senador rn, quien vinculó la
movilización a los intereses de los sindicatos norteamericanos, al
fragor de las difíciles negociaciones del tratado de libre comercio
entre Chile y Estados Unidos.
Sin embargo, producto de la protesta de la cut, Frei incluyó
en la agenda legislativa nuevas reformas laborales, tales como la
ampliación de la negociación colectiva, aumento de atribuciones
a la Dirección del Trabajo y mayor fiscalización. La ruptura con
el Gobierno en esta materia se volvió irreversible, como lo de-
mostraba el duro intercambio de declaraciones públicas por lado

32
Las declaraciones del dirigente de la cut, en El Diario del 15 de junio de
1990, p. 18. Una síntesis de las propuestas de reforma laboral de la cpc, la
cut y el Gobierno, en Estrategia del 23 de julio de 1990, p. 24. Un resumen
del acuerdo que permitió que la reforma fuera aprobada, Estrategia del 23
de noviembre de 1990, p. 3.

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Gran empresariado, poderes fácticos e imaginarios políticos

y lado. Mientras que para el presidente de la cpc, José Antonio


Guzmán, el Gobierno había «claudicado ante la cut» y que en
la propuesta gubernamental no había «ni un punto rescatable»,
el ministro del Trabajo, Jorge Arrate, consideraba estas opiniones
como «desatinadas» y expresaba la molestia por lo que considera-
ban «el desprestigio sistemático de parte del dirigente empresarial
hacia el Presidente de la República».33
Estos sucesos fueron solo los aprontes para la gran disputa
de 1995. Ese año, la administración Frei intentó realizar una
reforma laboral más profunda que la de 1990, incluyendo el
temido derecho a la negociación supraempresa. Las acusaciones
de «estatismo», falta de compromiso con el modelo económico,
malas señales a los inversionistas extranjeros, promoción de la
cesantía, entre otras, provocaron que Frei considerara que «hoy
es el momento de mayor distancia con los empresarios». Tal como
en el caso anterior, las reformas fueron frenadas en el Senado.34 A
fines de su mandato y en el marco de las elecciones presidenciales,
el Gobierno presentó una nueva propuesta de reforma laboral,
con el objetivo de perjudicar a la derecha, que al rechazarlas
en ese contexto, corría el riesgo de pagar costos electorales. El
distanciamiento entre el gobierno y los empresarios se reflejaba
en las declaraciones de Walter Riesco, quien calificaba al nuevo
proyecto como «una burla a la buena fe de los empresarios», cuyas
consecuencias serían «negativo para trabajadores y desempleados
(…) que favorecerá la confrontación y el uso de la fuerza en las
relaciones laborales y dificultará la competitividad de la empresa
nacional en perjuicio de todo el país». Como había ocurrido desde
1990, las reformas fueron rechazadas. Los gremios patronales, en
tono triunfante, terminaban la década ofreciéndole al Gobierno
volver a sentarse a la mesa de negociaciones, para ahora aprobar

33
Las críticas de Manuel Bustos, en El Diario del 28 de enero de 1994, p. 8;
las de Sergio Romero, en El Diario del 7 de julio de 1994, p. 8. La opiniones
entre Guzmán y Arrate, en El Diario del 2 de enero de 1995, p. 13 y del 17
de marzo de 1995. p. 16.
34
Estrategia del 16 de enero de 1995. p. 27. En la misma línea, la editorial del
mismo medio del 13 de septiembre de 1993, p. 3.

145
Rolando Álvarez Vallejos

«un proyecto que realmente favorezca a los trabajadores y a la


pyme».35
El último aspecto que demuestra la vocación política de los
gremios patronales, fue su relación con las fuerzas armadas, en
particular, su defensa del régimen militar y de quien lo encabezó,
el general Pinochet. Esta postura ratificó la posición anclada en
el sector que más férreamente defendía el legado de la dictadura
y que de manera intransigente, cuestionaría los intentos tanto de
modificar aspectos sustanciales de este, como de perseguir a los
responsables de las violaciones a los derechos humanos durante
ese período. Así, justificaron el accionar del régimen, repitiendo el
discurso que los militares habían «salvado» al país y que para ello,
habían tenido que enfrentar una «guerra insurreccional»: «Nues-
tro país se transformó en una base experimental del marxismo en
el mundo occidental. Miles de extremistas locales, provenientes
de Cuba y de otras naciones latinoamericanas, promovieron la
dictadura del proletariado». En ese contexto, concedían que se
habían cometido «excesos», que la ley de amnistía cubría para
ambos por igual, como parte del proceso de «reconstrucción del
alma nacional, que había sufrido un grave quebranto como resul-
tado de esta confrontación» (Estrategia 1995, p. 3).
Este planteamiento fue el que los llevó a solidarizar ante cada
nueva investigación judicial contra los uniformados involucrados
en estos hechos. Rechazaron el contenido de la comisión «Verdad
y reconciliación», llamándola «una verdad incompleta», alineán-
dose junto a la derecha dura y a las fuerzas armadas contra el
Gobierno. Asimismo, cuando el general Pinochet acuarteló a las
tropas para detener la indagación sobre un pago indebido rea-
lizado por el Ejército a su hijo mayor («ejercicio de enlace» en
1991 y «boinazo» en 1993), el gran empresariado no condenó la
actitud deliberante de los institutos castrenses y, por el contrario,
llamó al ejecutivo a terminar «las persecuciones» y preservar la
paz social. Más tarde, cuando en 1995 fue condenado el ex jefe
de la policía secreta del régimen, el general (r) Manuel Contreras
35
La cita de Riesco en El Diario del 25 de noviembre de 1999, p. 27. El ofre-
cimiento de negociar luego del rechazo de las reformas, en El Diario del 2
de diciembre de 1999, p. 26.

146
Gran empresariado, poderes fácticos e imaginarios políticos

por el asesinato del ex ministro de Allende, Orlando Letelier, en la


capital de Estados Unidos, se jugaron por evitar nuevas condenas
a través de la creación de una ley de «punto final». Sin embargo,
con la detención del general Pinochet en Londres, en octubre de
1998, se despejó cualquier duda respecto al compromiso polí-
tico del gran empresariado y sus organismos gremiales. En esta
coyuntura crítica de la historia reciente de Chile, los hombres de
negocios se ubicaron en el sector más recalcitrantemente pinoche-
tista. Ocurrido en un momento de fricciones internas, los propios
dirigentes empresariales reconocieron que el apresamiento del ex
dictador sirvió para cohesionar a la cpc, allanando la reelección
de Walter Riesco. Declaraciones públicas extremistas, como la
que solicitó romper relaciones diplomáticas con Gran Bretaña,
reuniones con el presidente Frei para tratar la situación de Pi-
nochet en Londres, viajes de una delegación de alto nivel para
respaldarlo, opiniones cotidianas sobre el papel del Gobierno en
la tarea de traer de vuelta al país al octogenario general, entre otra
numerosas gestiones públicas, caracterizaron las actividades de
los grandes empresarios durante el año y medio de la detención
del ex comandante en jefe del Ejército chileno.36
Con el triunfo de Ricardo Lagos Escobar en la segunda
vuelta de las elecciones presidenciales, en enero de 2000, el atá-
vico fantasma del comunismo y del «estatismo», parecía hacerse
corpóreo con el cambio de siglo. Sin embargo, Lagos encabezaría
el tercer período de la Concertación y no el segundo Gobierno
socialista de la historia de Chile. Paradojalmente, sería con él que
los ancestrales temores empresariales se terminarían por disolver,
permitiéndoles a los gremios patronales comenzar a invisibilizarse
paulatinamente. En la primera década del siglo xxi, con los años
de la dictadura militar y la polarización política de esa etapa cada

36
Las críticas al Informe Verdad y Reconciliación, en Estrategia del 30 de
abril de 1991, p. 3 y del 15 de marzo de 1991, p. 3. Sus posiciones frente al
«ejercicio de enlace» y el «boinazo», en El Diario del 13 y 21 de diciembre de
1990, p. 8 y Estrategia del 14 de junio de 1993, p. 3. Frente al caso «Letelier»
y la ley de «punto final», Estrategia del 21 de junio de 1995, p. 29 y 21 de
agosto de 1995, p. 3. Algunas reacciones frente a la detención de Pinochet,
en Estrategia del 29 de enero de 1999 y del 1 de julio de 1999, p. 22.

147
Rolando Álvarez Vallejos

vez más lejanos, fue haciéndose innecesario el notable protago-


nismo político empresarial de la década anterior. Naturalizada
la participación política de los gremios patronales y asentado el
modelo económico por el manejo de sus antiguos adversarios, el
gran empresariado chileno tuvo que repensar su papel político en
la nueva etapa. Lo que no dejarían de lado, sería su presencia en
los grandes debates nacionales y su incidencia en las principales
decisiones que definirían el rumbo del país. El legado de su parti-
cipación política en la década de los 90 radicó en que estableció
que la dictadura militar así como heredó un modelo económico
y una nueva institucionalidad, también engendró nuevos e influ-
yentes actores políticos.

Bibliografía
Diarios
El Diario (28 de marzo de 1990 al 2 de diciembre de 1999).
Estrategia (26 de marzo de 1990 al 25 de octubre de 1999).

Libros
Allamand, A. (1999). La travesía del desierto. Santiago: Alfaguara.
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