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Del carácter corpóreo-espiritual propio de la persona humana se derivan una serie de rasgos
distintivos que no son más que consecuencias o manifestaciones de su peculiar estatuto
ontológico. La dignidad personal se funda en la riqueza de su acto de ser personal de naturaleza
espiritual y, por tanto, en una cierta semejanza con el Ser divino. La filosofía contemporánea ha
profundizado en la peculiaridad de la persona humana advirtiendo algunos rasgos específicos que
distinguen radicalmente al hombre del resto de las criaturas. Se obtienen así una serie de notas o
propiedades de la persona como los siguientes:
b) La libertad. La persona humana no sólo es algo ya dado ontológicamente, sino algo («alguien»)
que se va configurando a sí mismo. El hombre se determina como persona a través de sus actos
(por eso se dice que se «autodetermina» o que se «autorrealiza»), y en este sentido la persona
se presenta como el principal protagonista de su propia existencia. Aquí radica la autonomía
propia de la persona: siendo dueño de mis propios actos soy capaz de proyectarme, «vivir mi
vida». En la actualidad existe una tendencia a identificar libertad y persona; por esta razón «sin
disminuir en nada la validez de la definición clásica del hombre como animal racional, hoy nos
resulta más expresiva de la peculiar perfección humana su caracterización como animal libre» 2.
En esto coinciden los planteamientos clásicos y el moderno personalismo: la libertad es la
propiedad que mejor define a la persona humana, como tendremos ocasión de ver más
adelante.
1
WOJTYLA, K., Persona y acción, op. cit., p. 55.
2
CLAVELL, L., Metafisica e libertà, Armando Editori, Roma 1996, p. 173. No obstante, es preciso reconocer con el pensamiento clásico que tal libertad se
funda en última instancia en la racionalidad.
Así, es posible seguir admitiendo el valor de la definición de hombre como «animal racional».
Cfr. MILLÁN-PUELLES, A., El valor de la libertad, Rialp, Madrid 1995, pp. 45-52.
sólo conoce uno mismo: es lo más propio y lo más personal. Es un lugar sagrado del que somos
dueños y sólo dejamos entrar a quien queremos. Del fondo de mi intimidad surge mi obrar que
adquiere el carácter de novedoso (lo que yo pienso o amo nadie más lo pensará o amará si yo
no lo hago). Por eso afirma Guardini: «Persona significa que yo no puedo ser habitado por
ningún otro, sino que en relación conmigo estoy siempre sólo conmigo mismo; que no puedo
estar representado por nadie, sino que yo mismo estoy por mí; que no puedo ser sustituido por
otro, sino que soy único. Todo ello subsiste, aun cuando la esfera de la intimidad sea tan
perturbada como se quiera por la intervención y la publicidad. Lo único que en tal caso se
pierde es el estado psicológico del respeto ajeno y de la paz, pero no la soledad de la persona
en sí»3. Ninguna intimidad es igual a otra y por eso la persona es única e irrepetible: ser
persona es ser alguien insustituible. Si yo no amara a mis padres nadie será capaz de llenar ese
amor. Además nadie puede obligarme «desde fuera» a forzar mi intimidad, aunque
exteriormente pueda parecerlo. Por ejemplo, para evitar un castigo puedo decir lo contrario de
lo que pienso, pero nadie me puede obligar a pensar de otro modo si yo no quiero.
e) La donación. La persona humana se realiza como tal cuando extrae algo de su intimidad y lo
entrega a otra persona como algo valioso, y ésta lo recibe como algo valioso. Conviene advertir
que sólo podemos entregar o regalar aquello de lo cual somos dueños. Los regalos que
hacemos a otra persona son expresión de nuestro amor hacia ella porque damos algo de
nuestra vida para el servicio del otro. Cuanto más valioso es aquello que regalamos más amor
manifestamos. Pues bien, lo más valioso que tenemos es nuestra propia existencia. Sólo el que
es «dueño» de su vida (dueño de sus actos) es capaz de «darla». Por eso, la donación es una
consecuencia de la libertad personal.
Quisiera subrayar el hecho de que todas estas propiedades son sólo manifestaciones del ser
personal pero no son lo esencial o constitutivo de ellas 4. El fundamento último de la persona
descansa en su acto de ser estable y permanente antes que en su obrar que necesariamente es
intermitente. En efecto, si para definir esencialmente a la persona humana apelamos a la
autoconciencia ¿qué sucedería con los enfermos en estado de coma, con el demente, o
3
GUARDINI, R., Mundo y persona, op. cit., p. 104.
4
La persona se «presupone» como paso previo a toda relación interpersonal. «La manera en que el niño se desarrolla en el seno materno y sale de él está
—pese a todas las coincidencias con el nacimiento de las crías animales— determinada, desde un principio, por el hecho de que en él está ya dada la
persona en forma de proyecto. Ésta misma se halla ya, pues, presupuesta. Lo mismo puede decirse de las distintas maneras de atención de los padres para
con los hijos. El que alimenta, protege y educa, ayuda a la nueva vida personal en su desarrollo, le procura materias del mundo y le enseña a afirmarse en
el ambiente. Todo ello no crea, empero, persona, sino que la supone. Toda promoción de un hombre por otro tiene lugar ya sobre la base del hecho de que
es persona...». GUARDINI, R., Mundo y persona, op. cit., p. 114.
simplemente, con los que están durmiendo? Su conciencia está en suspenso pero no por ello
dejan de ser personas. De forma parecida, ¿cómo se puede salvar el carácter personal del ser
humano todavía no nacido cuando todavía no manifiesta su autonomía ni su libertad? Y ¿qué
sucede con los autistas que muestran una incapacidad para comunicarse con los demás? ¿cómo
salvar el carácter personal de estos seres ciertamente humanos? Sólo desde el acto de ser
personal5.
5
. «No son, por tanto, ni el conocimiento de sí mismo, ni el libre arbitrio, ni la responsabilidad, ni las relaciones con otros individuos los que configuran
radicalmente a la persona. Todas estas perfecciones pertenecen al ámbito de los accidentes y, en consecuencia, se derivan del acto de ser, auténtico
núcleo de la personalidad». ALVIRA, T., CLAVELL, L. y MELENDO, T., Metafísica, 8.ª edición, EUNSA, Pamplona 2001, pp. 125-126.
6
RUSSO, F., La persona umana, Armando Editore, Roma 2000, p. 32.