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Repor. África Llora Indiferencia
Repor. África Llora Indiferencia
INDIFERENCIA
Conciertos, cumbres, manifestaciones… todo en pos de un 0,7% que nunca llega.
Mientras, cientos de miles de inmigrantes sufren en nuestras calles. ¿Es tan
importante ese dinero? Que respondan los verdaderos protagonistas.
“La ayuda internacional es una cadena que, al llegar abajo, se convierte en negocio”
“Que los presidentes africanos vivan de lujo no quiere decir que sea por el dinero de la
cooperación”
En 1974, treinta años antes de que Madeleine llegara a Algeciras, en Naciones Unidas se
reunieron los países más ricos del mundo para echarle un pulso a la pobreza. Bien por acabar
con esta lacra o, como muchos piensan, para callar conciencias, allí decidieron entregar el
0,7% de su PIB a los países menos desarrollados. A día de hoy ese 0,7 es solo un símbolo,
una bandera.
Muy posiblemente ninguno de los firmantes de ese documento concertara una entrevista
con nadie como Madeleine. Quizás, al oírla hablar, hubiera cambiado su forma de ver el
problema. “Me hace gracia cuando en Europa, para acabar con la inmigración o la pobreza, se
sientan a hablar con los presidentes de los países africanos. El presidente de mi país no es mi
presidente. Ellos viven bien y se aprovechan de que la gente huye del país para consolidad
cada vez más su poder”.
Madeleine tiene muy claro cual es el origen de esta lacra. “El primer problema de mi país
es el Gobierno, y lo primero que tendrían que hacer en Europa es acabar con los gobernantes
corruptos”, afirma con voz quebrada. Le duele África, y su mirada destila una rabia contenida
contra los que no les dejan salir adelante. “En España veo que muchas asociaciones sufren
para recoger dinero en la calle, pero cuando se manda allí desaparece, nadie sabe donde se
queda”. Aunque sin duda, lo que más dañado tiene Madeleine es el orgullo. “Vivir de la
ayuda no es vivir, y darme comida no es ayudar”.
Lejos de escuchar la voz de los que sufren, los países ricos se afanan todavía en alcanzar
ese 0,7% que un día prometieron. A día de hoy solo cinco países lo cumplen. Nuestro
presidente, José Luis Rodríguez Zapatero, ha prometido que España alcanzará el 0,7% si es
reelegido para una segunda legislatura.
El cepo de la pobreza
Marta Caravantes junto a varios carteles de la
Las recias manos de Mohamadou Campaña Pobreza Cero
delatan su pasado en el campo. Nació en Gambia hace 31 años y lleva en España más de
cinco. “En mi país hay trabajo, pero solo en la agricultura y en el comercio, falta una
economía como la que hay aquí”. Con su precario español, este circunstancial vendedor de
discos, ha dado en una de las claves del problema. Según muchos analistas, África se
encuentra en una “trampa de pobreza”, que ni el 0,7% ni ninguna ayuda puntual podrá
solucionar, por lo menos a corto o medio plazo.
“En mi país la gente quiere estudiar, pero al acabar, como no hay economía, tienen que
hacer otras cosas”. Lo que cuenta Mohamadou está respaldado por un informe de la UE,
según el cual África pierde una media anual de 70.000 personas cualificadas, que emigran a
países desarrollados. Suma y sigue.
Tras una dura jornada de trabajo, Zamba Mpega sube a su furgoneta y da un interminable
trago a la botella de agua. Resopla. Llegó hace veinte años a nuestras costas y, tras mucho
tiempo como ilegal, consiguió regularizar su situación y abrir un negocio en Granada. Le da
para vivir y viajar todos los años a su país, Burkina Faso, y al de su madre, Senegal. Tiene
una visión privilegiada del problema, pues lo ve desde ambas fronteras. “En donde yo vivía sí
se veía la ayuda físicamente, pero la gente la vendía en las calles, no se regalaba. Esto es
como una cadena, y puede que desde arriba se regale, pero bajando ya se empieza a hacer
negocio”.
Asombrado por lo que vio al llegar, Zamba tiene claro que lo fundamental en África es
mejorar la sanidad y la educación. La anécdota de su “fin de curso” resume la idea que en
África se tiene de la educación: “Yo estudiaba, y el día mismo del examen para sacarme el
título de Primaria, mi padre me dijo que
le esperara en la tienda porque él tenía
una reunión. Le dije que tenía examen, y
me respondió que si sabía leer y escribir
ya era suficiente para la familia”.
Acostumbrado a tratar día a día con inmigrantes, Antonio Alfonso conoce las raíces del
problema. Habla despacio pero seguro, como si hubiese meditado mil veces esas palabras
antes de decirlas. “Los políticos, además de ser elegidos por nosotros, son nuestro reflejo, y si
ellos no se ocupan de este tema es porque a los ciudadanos no nos importa”. Su vaticinio es
realista, a la vez que poco alentador: “Cuando alguna arista del problema nos toque de
lleno… entonces quizás decidamos meterle mano al asunto”.
Aprendiendo a no llorar
Acaba la clase y Madeleine vuelve a “casa” junto con Emilie. Nadie habla, pero la
compañía les reconforta a ambas. Quizás la amiga de Madeleine no hubiera venido si hubiese
sabido lo que le esperaba. Con solo 23 años ya vaga por las calles de una enorme ciudad que
la mira con indiferencia. “Cuando salimos de nuestro país no sabemos lo que nos vamos a
encontrar aquí, pero te aseguro que no nos esperamos esto”.
Escéptica, Emilie reacciona con rabia cuando oye la palabra ayuda. “Si casi todos pasan
de nosotros cuando estamos aquí, pues imagínate lo que ocurre cuando hay que ayudar a los
que están a miles de kilómetros”. Con el antebrazo, y en un movimiento casi automático, la
joven senegalesa retira una inoportuna lágrima que aparece en su cara. No quiere que la vean
llorar.
Quizás lleve razón, pero lo cierto es que, mientras las dos sombras se pierden en la fría
noche madrileña, miles de personas anónimas continúan trabajando para tratar de mejorar el
mundo. Otros se limitan a encender la tele. Las mil caras de este lamentable puzzle siguen
sin unirse y, con tantos problemas encima, alcanzar la meta del 0,7 parece, a estas horas de la
noche, lo de menos. “No podéis llegar a la meta, porque todavía no habéis comprado la bici”.
Emilie dixit.