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Facultad de Ciencias Psicológicas

Licenciatura en Psicología

Trabajo final Integrador

Duelo normal y patológico desde una perspectiva bio-psico-socio-tecnológica

Autor: Ferrario, Nicolás Pablo

Tutor: Prof. Lic. Gutiérrez Descalzo, Javier

Mes y año: Diciembre, 2019


Índice

Introducción.....................................................................................................................1

Capítulo I - Duelo como un proceso somático...............................................................6

1.1) El sistema de pánico: ¿Por qué duelamos?............................................................6

1.2) El principio de constancia y el sistema opioide: ¿Por qué duele el duelo?.......11

1.3) El duelo como estresor de un sistema neuro-psico-inmuno-endocrino.............17

Capítulo II - El duelo y la psique..................................................................................21

2.1) Duelo normal y duelo patológico...........................................................................20

2.2) Psicopatologías reactivas a una pérdida: una mirada psicoanalítica................24

2.2.1) Psicosis alucinatoria de deseo............................................................25

2.2.2) Melancolía reactiva a una pérdida....................................................28

2.2.2.1) Un abordaje posible de la melancolía..............................................32

2.2.3) El duelo en la neurosis obsesiva.........................................................33

2.2.3.1) Un abordaje posible del duelo obsesivo............................................36

2.3) Duelo complicado: una mirada psiquiátrica........................................................36

2.3.1) Suicidio.................................................................................................38

2.3.1.1) Un posible abordaje del duelo en casos de suicidio.........................41

2.3.2) La muerte de un hijo..........................................................................41

2.3.3) Trastorno de Estrés Post-Traumático (TEPT) y muerte

violenta…………………………...…………………………………………43

2.3.3.1) Un abordaje posible del duelo en casos de muerte violenta............45

2.3.4) Mala salud y viudez............................................................................46

2.3.4.1) Un abordaje posible de la viudez......................................................49

Capitulo III - El duelo como un proceso bio-psico-social..........................................50


3.1) El duelante y su red vincular: el sostén sociocultural.........................................52

3.2) Los ritos fúnebres y la Todesanschauung.............................................................56

3.3) El duelo y la tecnología: ¿Amigos o enemigos?...................................................60

Capitulo IV - El rol del psicólogo en casos de duelo............................,......................64

4.1) Promoción de la salud, la técnica REFINO e intervenciones sobre el duelo....65

Conclusión......................................................................................................................72

Referencias.....................................................................................................................75
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Introducción

El objetivo de este escrito es realizar un estudio sistemático del duelo, el cual es

definido por Freud (1917[1915]/2013) como “la reacción frente a la pérdida de una

persona amada o de una abstracción que haga sus veces, como la patria, la libertad, un

ideal, etc.” (p.241). En este trabajo se hará hincapié específicamente en las reacciones

dolorosas surgidas a partir de la muerte de un ser querido, dejándose de lado otros tipos

de duelo como pueden ser una ruptura amorosa u otros.

Se escogió este objeto de estudio ya que la pérdida de los seres amados debido a

la muerte de éstos y el dolor que esto acarrea son fenómenos de índole universal,

revelándosenos como una experiencia común a todos los seres humanos en el desarrollo

de sus vidas. Asimismo, el estudio del mismo es de alta importancia por las

consecuencias bio-psico-sociales que surgen a posteriori, las cuales serán analizadas en

este trabajo. Es de especial importancia para los psicólogos tener un conocimiento

amplio y preciso sobre este fenómeno puesto que la vida de cada ser humano se ve

alterada inexorablemente por estos acontecimientos, motivo por el cual la preparación

del profesional de la salud mental en esta temática puede ser un factor decisivo a la hora

de determinar si el destino de un sujeto atravesando un duelo será positivo o negativo.

Se explorará y reflexionará sobre lo que podría denominarse “la normalidad del

duelo”, girándose siempre en torno al cuestionamiento de hasta qué punto un duelo es

normal o éste ya se ha tornado patológico. Se nos planteará la pregunta de hasta qué

punto la expresión y la experimentación del dolor a partir de la pérdida es algo

aceptable y saludable, siendo imposible despegarnos de la idiosincrasia imperante de

nuestra cultura así como del Zeitgeist. Siguiendo esta línea, también se ahondará sobre

los distintos factores que pueden hacer del duelo algo más fácil o más difícil de
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sobrellevar, dentro de los cuales habrá algunos de índole somática, otros de índole

psicológica y otros de índole socio-tecnológica.

Por último, se intentará precisar cuál ha de ser el rol del psicólogo en relación a

los procesos de duelo. Freud (1917 [1915]/2013), en relación a la intervención del

psicólogo, sostiene: “Confiamos en que pasado cierto tiempo se lo superará, y juzgamos

inoportuno y aun dañino perturbarlo” (p.242). Esto pareciera indicar que el trabajo-de-

duelo es una tarea que le compete únicamente al sujeto y que el psicólogo no sólo no

puede sino que no debe ayudar. ¿Hasta qué punto esto es cierto? Ésta será otra de las

preguntas que guiarán el desarrollo y los planteos de este trabajo.

Antes de introducirnos en el tema del trabajo en cuestión, es de gran importancia

especificar qué visión adoptaremos para abordar este objeto de estudio. Por este motivo,

especificaremos la concepción de hombre desde la cual se aborda el análisis del

fenómeno, así como también el paradigma desde el cual se lo estudia.

Por un lado, entendemos al hombre como una unidad bio-psico-social, es decir,

un soma, el cual se rige por leyes biológicas, dotado de una psyché o alma, la cual

constituye lo que Rosler (2018) denomina “Unidad-Cuerpo-Cerebro-Mente” (UCCM),

la cual funciona como Mundo Interno a partir del cual el sujeto (el psique-soma) se

relacionará con su Mundo Externo, es decir, con las cosas y las otras Unidades Cuerpo-

Cerebro-Mente que, en su conjunto, constituyen la sociedad. Es así que, siguiendo el

pensamiento de António Damásio (1994/1999) “la comprensión global de la mente

humana debe relacionarse con un organismo completo, formado por la integración del

cuerpo propiamente dicho y el cerebro, y completamente interactivo con un ambiente

físico y social” (p.251).

Por último, es menester especificar que la vida de las personas se ve alterada por

el uso que hacen éstas de la tecnología, la cual es un distingo humano por excelencia, ya
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que la evolución que recae en el caso de otras especies habitualmente en su morfología,

en el humano recae sobre su tecnología: en lugar de adquirir alas para volar, éste inventa

el aeroplano. El desarrollo de los procesos de duelo tampoco ha permanecido

impermeable a las vicisitudes de la tecnología, como observaremos posteriormente. Es

por este motivo que la visión del hombre que se sostendrá en este trabajo es la de una

unidad bio-psico-socio-tecnológica.

Por otro lado, el paradigma desde el cual se abordará el duelo es el del

pensamiento complejo, el cual fue conceptualizado por Edgar Morín (1998/2004), el

cual tiene por objetivo rendir cuenta de las articulaciones existentes entre dominios

disciplinarios diferentes, siendo el fin último la integración de los saberes provenientes

de distintas ciencias. Es así que “la unidad de la ciencia respeta a la Física, a la Biología,

a la Antropología, pero golpea al fisicismo, al biologismo, al antropologismo” (Morín,

1998/2004, p.78).

Resulta esclarecedora la siguiente conceptualización del autor, para referirnos a

aquello en lo cual no queremos caer: un reduccionismo y una mutilación de nuestro

objeto de estudio:

Tomemos como ejemplo al hombre. El hombre es un ser evidentemente

biológico. Es, al mismo tiempo, un ser evidentemente cultural, meta-

biológico, y que vive en un universo de lenguaje, de ideas y de

conciencia. Pero, a esas dos realidades, la realidad biológica y la realidad

cultural, el paradigma de simplificación nos obliga ya sea a desunirlas, ya

sea a reducir la más compleja a la menos compleja. Vamos entonces a

estudiar al hombre biológico en el departamento de Biología, como un

ser anatómico, fisiológico, etc., y vamos a estudiar al hombre cultural en

los departamentos de ciencias humanas y sociales. Vamos a estudiar al


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cerebro como órgano biológico y vamos a estudiar al espíritu, the mind,

como función o realidad psicológica. Olvidamos que uno no existe sin el

otro; más aún, que uno es, al mismo tiempo, el otro, si bien son tratados

con términos y conceptos diferentes. (Morín, 1990/2004, p.89)

Es por este motivo que el recorrido que el trabajo describirá partirá desde los

procesos somáticos y, principalmente, neuroendocrinos que intervienen en los procesos

de duelo. Recurrir a conceptos biológicos no significa necesariamente caer en un

biologismo que pecaría de quitarle su lugar de importancia a los procesos tanto

conscientes como inconscientes-reprimidos así como inter-individuales; sino que,

siguiendo el pensamiento complejo, busca aunar todos estos discursos para abarcar el

fenómeno en su totalidad.

Es así que recurrir a la biología para comprender este fenómeno respeta el

espíritu freudiano, el cual se ve reflejado en su siguiente pensamiento:

La biología es verdaderamente un reino de posibilidades ilimitadas;

tenemos que esperar de ella los esclarecimientos más sorprendentes y no

podemos columbrar las respuestas que decenios más adelante dará a los

interrogantes que le planteamos. Quizá las dé tales que derrumben todo

nuestro artificial edificio de hipótesis. (Freud, 1920, p.58)

Quedarnos sólo con lo que acontece a nivel biológico-somático en el proceso de

duelo sería un verdadero pecado, lo cual se asemejaría a lo que uno podría llamar,

parodiando la obra de Damásio citada ut supra “El error de Facundo Manes” al

sentenciar que “el psicoanálisis es como el peronismo: sólo existe en la Argentina” (F.

Manes, comunicación personal, 10 de noviembre, 2018).

Por el contrario, privarnos de explorar los últimos hallazgos en neurociencias

relevantes para nuestro análisis del duelo sería algo tan pecaminoso como quedarnos
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sólo con éstos y no examinar otras áreas de igual importancia. Sin más, habiendo

explicado esto, procedamos al desarrollo del trabajo.


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Capítulo I

El duelo como un proceso somático

1.1) El sistema de pánico: ¿Por qué duelamos?

El amor entre los seres humanos es uno de los factores que más dificultades le

trae a la vida humana: no sólo puede ser una intensa fuente de displacer si éste no es

correspondido sino que también puede serlo si éste sí lo es pero la muerte se interpone

entre las dos personas.

Esto se traduce en que todo amor, incluso el más perfecto y carente de

ambivalencias, esté condenado a un destino doloroso que sólo puede evitarse muriendo

uno primero. Resulta ilustrativo el planteo de Mark Solms (2019) al referir que “el

precio que los mamíferos pagamos por amar y apegarnos es el dolor que sentimos al

perder a otros seres queridos”.

Ahora bien, ¿Por qué la Naturaleza sería tan cruel como para hacer que todos los

seres humanos debamos sufrir al perder a nuestros seres queridos? El quid de la

cuestión no está en lo injusto que es la muerte para todo ser mortal, sino en la

inevitabilidad del dolor. Uno podría pensar que la mejor y quizá única manera de

evitarlo sería no amar, sin embargo, el sujeto que así intentase vivir notaría rápidamente

que sus intentos son tanto infructíferos como contraproducentes, lo cual será

desarrollado con mayor hincapié a posteriori.

Bowlby (1980/1983) sostiene que “la ansiedad que se despierta frente a la

separación o pérdida de la figura de apego es una respuesta fisiológica, una señal de

alarma frente a un indicio de peligro, ya que la figura de apego tiene una función (…)

protectora” (p.13). Es así que el duelo debe entenderse como una función biológica que
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en sí misma tiene un rol protector, ya que el ser humano aumenta sus chances de

supervivencia permaneciendo junto a otros.

Esta preferencia de la compañía por sobre la soledad tiene un doble origen: por

un lado filogenético (en relación al desarrollo de la especie) y por otro lado

ontogenético (en relación al desarrollo del individuo).

Por un lado, es de sencilla comprensión que “la unión hace la fuerza”: los

primeros hombres notaron que sus chances de sobrevivir aumentaban al estar todos

juntos, lo cual fue el origen de la sociedad en cuanto tal, la cual, según Freud

(1930[1929]/2012) surge de Eros y Ananké, es decir, del amor entre los seres humanos

y la necesidad de reproducirse, así como de la capacidad de colaborar para realizar

trabajos de mayor complejidad.

En lo respectivo a lo ontogenético, debemos tomar un concepto de la zoología:

la dicotomía altricial/precocial para referirse a la inmadurez y madurez de los recién

nacidos, respectivamente. Por ejemplo, las ovejas pueden incorporarse al rebaño tan

sólo transcurrida una semana, lo cual da cuenta de un funcionamiento precocial de la

especie. Los seres humanos, en cuanto animales altriciales, se caracterizan por la

necesidad extrema de un cuidador en los primeros años de vida, el cual satisfará sus

necesidades fisiológicas: un bebé sencillamente moriría si fuese abandonado en la

intemperie debido a su invalidez e inmadurez, ya que no podría alimentarse por cuenta

propia ni mantenerse a salvo de predadores. Es por este motivo que no existe ser

humano que pueda sobrevivir sin el auxilio de otros. Esto conlleva al establecimiento

de vínculos libidinales desde los primerísimos instantes de vida, lo cual es la puerta de

entrada a la imposibilidad de evitar el sufrimiento a partir de la pérdida de los seres

queridos. En definitiva, el Eros entre dos personas es condición sine qua non del dolor

surgido por la muerte (Thánatos) de los mismos.


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Es así que, siguiendo el planteo anterior de Bowlby (1980/1983) según el cual el

distrés originado a partir de la separación tiene una función adaptativa, podemos

entender el duelo como una respuesta normal ante un hecho disruptivo en la vida del

sujeto. Es así que, si bien esta reacción tiene una función adaptativa, también lo opuesto

es cierto: el duelo es des-adaptativo pues plantea la imposibilidad de continuar con la

vida de manera usual, lo cual evidencia una pérdida de la homeostasis, la cual dará

comienzo a diversos procesos psicológicos tanto conscientes como inconscientes para

recuperarla.

Para comprender el funcionamiento de los procesos que el psiquismo pone en

marcha una vez acontecida la pérdida, recurriremos al pensamiento de Solms (2019),

padre del neuropsicoanálisis, y Panksepp (1998/2005), neurocientífico de origen estonio

cuyos trabajos fueron un antecedente de enorme importancia para el surgimiento de esta

disciplina así también como de las “neurociencias afectivas”: estos autores diferencian

dos momentos en el surgimiento del distrés-de-separación: un primer momento

denominado “fase de protesta”, la cual se caracteriza por una activación neuro-psico-

inmuno-endocrina que tiene la intención de reunirse con la figura de apego,

especialmente a través de vocalizaciones-de-distrés (llantos), las cuales tienen el

objetivo de alertar a los cuidadores sobre la ubicación de su retoño y le dan un claro

indicio de que necesitan algo de ellos. Por otro lado, existe una segunda fase

denominada “de desesperación” la cual se caracteriza por un ahorro de la energía,

debido a que se considera que los esfuerzos realizados para atraer al cuidador son

infructíferos y la mejor estrategia que puede emplearse para sobrevivir es mantenerse en

silencio, ya que la continuidad de las vocalizaciones-de-distrés podría atraer predadores.

En el caso del duelo en particular, uno podría plantear que es un factor externo,

la comprensión de que se ha perdido al objeto, el factor desencadenante del proceso de


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duelo. Si bien esto no es falso, tampoco es del todo cierto. Panksepp (1998/2005)

sostiene que las emociones no podrían operar sobre nuestra UCCM si no fuese porque

existen estructuras cerebrales que, al ser activadas a partir de un estímulo específico,

producen susodicha expresión afectiva. Es así que este autor postula la existencia de un

sistema neuronal específico al cual denomina “Panic system” (sistema de pánico), el

cual se activa a partir del separarse de los seres queridos, lo cual hace a todo individuo

más vulnerable, motivo por el cual la UCCM siempre buscará la reunión con el otro e

intentará evitar los estados de aislamiento. El estudio de este sistema permitirá

responder ciertas inquietudes en relación a las reacciones dolorosas a partir de una

pérdida.

Panksepp (1998/2005), a partir de las últimas tecnologías en neurociencias,

describe el Panic System topológicamente:

El Panic System nace del mesencéfalo gris periacueductual, muy

cerca de donde uno puede generar artificialmente respuestas de dolor

físico. Anatómicamente, parece que el distrés-de-separación ha surgido a

partir de sistemas básicos de dolor durante la evolución cerebral.

También atraviesa el diencéfalo medial, especialmente el tálamo

dorsomedial; así como regiones del área septal ventral, el área preóptica

y muchas áreas dentro del núcleo de la cama de la estría terminal (…).

En especies más evolucionadas, también se encuentra en partes muy

anteriores del giro cingulado, así como algunos sitios de la amígdala y el

hipotálamo. (pp. 267-268)

Comprender al duelo como la activación de áreas específicas del cerebro permite

conceptualizar al mismo como un proceso que, antes que nada, ocurre en el cuerpo

mismo; lo cual desencadenará efectos a nivel químico y neuro-inmuno-endocrinos que,


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a posteriori, serán percibidos por el Yo a nivel consciente. Estas alteraciones del medio

interno de la UCCM producirán alteraciones somáticas (las cuales serán más

desarrolladas en el capítulo 1.3) así como un funcionamiento atípico de los

neurotransmisores y las hormonas, lo cual dará lugar a fenómenos de índole psíquica y

emocional como la apatía y el dolor.

Diversos autores (Heer et. al., 2014; Osterweis, Solomon & Green, 1984;

Panksepp, 1998/2005) plantean que “dos trastornos mentales, la depresión mayor y el

trastorno de pánico, deben compartir un sustrato neurobiológico común con la respuesta

de pérdida en los casos de duelo” (Osterweis, Solomon, & Green, 1984, p.14). El Panic

system planteado por Panksepp pareciera ser este sustrato común, siendo los ataques de

pánico una activación espontánea del mismo. Esta hipótesis toma más peso al

considerarse que un mismo psicofármaco, los tricícliclos, previenen tanto los ataques de

pánico como la depresión. De esta manera, si estos procesos tienen un sustrato

biológico común, éstos deben compartir más de un aspecto a nivel psicológico; lo cual

demuestra el planteo de Freud (1917[1915]/2013) según el cual el duelo y la melancolía

(depresión) comparten prácticamente todas sus manifestaciones psíquicas excepto la

rebaja en el sentimiento de sí característico de esta última. Exploraremos más a detalle

estas coincidencias y diferencias en el capítulo II.

Ahora bien, como ya hemos sostenido, este displacer tiene una función de

supervivencia. Podemos extrapolar los supuestos neurocientíficos de Panksepp al

psicoanálisis al recurrir al concepto freudiano de pulsión, al cual éste lo define de la

siguiente manera:

Concepto fronterizo entre lo anímico y lo somático, como un

representante psíquico de los estímulos que provienen del interior del

cuerpo y alcanzan el alma, como una medida de la exigencia de trabajo


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que es impuesta a lo anímico a consecuencia de su trabazón con lo

corporal. (Freud, 1915, p.117)

En resumidas cuentas, todos los mamíferos poseen un sistema cerebral (Panic

System) el cual está predeterminado para activarse en situaciones de aislamiento y

separación. La activación del mismo es vivenciada como displacentera, lo cual se

traduce en una exigencia de trabajo que le es impuesta a lo anímico con el fin de

reunirse con el objeto amado. Es por este motivo que sostendremos la existencia de una

“pulsión-de-reunión”, la cual, en el caso de los duelos, pulsa en el aparto psíquico sin

posibilidad de una satisfacción adecuada, ya que el objeto que podría satisfacer la meta

de esta pulsión (la reunión) ya no existe más y no hay acción mediante la cual pueda

traérselo de vuelta.

1.2) El principio de constancia y el sistema opioide: ¿Por qué duele el duelo?

En este apartado vincularemos los planteos que Freud (1950[1895]/2011)

introduce en el Proyecto -el cual fue un intento de explicar la psicología en términos

cuantitativos y económicos- con los últimos descubrimientos en neurociencias. Esto

ampliará la comprensión que tenemos sobre el apego y el distrés-de-separación; nos

permitirá entender por qué es sumamente correcto sostener que el duelo es “una

abstinencia con nombre y apellido” y también reconocerle a Freud que su intento, del

cual nunca se sintió orgulloso ya que nunca deseó publicarlo, no estaba tan alejado de lo

que casi un siglo después sería descubierto.

Freud (1950[1895]/2011) sostiene que existe un principio en el aparato anímico

denominado “principio de constancia” (anteriormente llamado por él “principio de

inercia neuronal”), el cual primeramente es definido por él como “las neuronas procuran

aliviarse de la cantidad” (p.340) y luego es ampliado de la siguiente manera:


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El sistema nervioso se afana por mantener constante dentro de sus

constelaciones funcionales algo que se podría denominar la <<suma de

excitación>>, y realiza esta condición de la salud en la medida en que

tramita por vía asociativa todo sensible aumento de excitación o lo

descarga mediante una reacción motriz correspondiente” (p.190).

Nótese que los planteos de Freud siempre refieren a conservar la suma de

excitación en un nivel mínimo. Es fructífero diferenciar, desde una teoría cuantitativa

freudiana, el placer (satisfacción) y el displacer (dolor).

Por un lado, éste concibe que hay dos condiciones necesarias para que acontezca

la satisfacción: una cuantitativa y otra cualitativa: por un lado, las neuronas siempre

tendrán un afán de descarga, el cual condice con el “principio de constancia”; siendo

susodicha descarga y la correspondiente reducción de energía neuronal condición

necesaria para que acontezca la vivencia de satisfacción. Sin embargo, esto no puede

ocurrir si no se produce una alteración en el mundo exterior, ya que todas las pulsiones

(como la provisión de alimento, el acercamiento del objeto sexual o la reunión con el ser

amado) deben ser satisfechas a partir de objetos existentes por fuera del soma.

Considerando la definición dada ut supra de pulsión, que ha de ser entendida como un

estímulo endógeno, y nuestros planteos sobre el Panic System y la pulsión-de-reunión,

lo sostenido por Freud en el Proyecto se condice con las hipótesis del anterior apartado.

Por otro lado, el displacer (equiparado en esta obra por Freud con el dolor) se trataría de

una imposibilidad de encontrar un objeto del mundo exterior que permita satisfacer, a

través de la acción específica, la pulsión. Esta imposibilidad repercutiría

cuantitativamente en un acrecentamiento de la Qή. En el caso específico de nuestro

objeto de estudio (el duelo), esto se traduciría como la imposibilidad de reunirse con el
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objeto amado y, subsecuentemente, el aumento de energía produciría el dolor que

caracteriza este fenómeno.

Es así que Bowlby (1980/1983) llega a la misma conclusión, si bien no se remite

a conceptos cuantitativos al sostener que “debido a la naturaleza persistente e insaciable

del anhelo por la figura perdida, el dolor resulta inevitable” (p.49).

Ahora bien, en la actualidad contamos con un conocimiento en neurociencias

que completa aquel que Freud poseía en aquel entonces. Es así que hoy en día las

neurociencias han aportado las últimas piezas de conocimiento necesarias para

completar las teorizaciones freudianas sobre el principio de constancia, dándole la razón

a Freud en lo que al funcionamiento del psiquismo respecta en esta cuestión.

Diversos autores (Álvarez y Farré, 2005; Stein, Honk, Ipser, Solms & Panksepp,

2007) plantean la existencia de un conjunto de neuronas denominado “receptores

opioides”, los cuales se unen con moléculas opioides y así producen su efecto en la

UCCM. La acción biológica que acontece a partir de esta unión entre el receptor opioide

y la molécula opioide es la inhibición de la actividad bioeléctrica de la neurona, lo cual

es equivalente a lo que Freud (1950[1895]/2011) teorizaba en el Proyecto como

acabamos de ver, y la única diferencia es que esto no acontece a través de una descarga

directa de la energía sino a través de la incorporación de sustancias cuyo efecto es la

inhibición de la actividad neuronal. En definitiva, Freud estaba en lo correcto en su

principio y en los aspectos generales. Asimismo, estos planteos son coincidentes con la

hipótesis freudiana que señala que “se impone la conjetura de que los estímulos

endógenos consistirían, (…) en productos químicos” (Freud, 1950[1895]/2011, p.366)

Stein et.al. (2007) explican la función de este sistema:

El sistema opioide tiene un rol fundamental en mediar tanto la analgesia

como el apego social. Asimismo, también es de suma importancia su rol


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de alarma/monitor de conflicto, la activación del cingulado está asociada

con el distrés afectivo tanto del dolor físico como del aislamiento social.

En general, los sistemas opioides funcionan como recompensa, con la

liberación de opioides endógenos durante la fase consumatoria de

conductas motivadas [Piénsese en la satisfacción de reunirse con el

objeto perdido, por ejemplo, al extrañarse a esa persona]. Los opioides

exógenos son analgésicos y debilitan la respuesta a la separación social.

(p.513)

Ahora bien, al hablar de opioides uno podría pensar en drogas tales como la

heroína o el opio; sin embargo, debemos tener en cuenta que nuestro cuerpo mismo

produce de manera natural una sustancia con propiedades similares a estos opioides

exógenos: las β-endorfinas, las cuales son producidas toda vez que la UCCM se

encuentra entablando relaciones sociales. En definitiva, nuestro cuerpo está dotado con

la capacidad de producir cuotas de “morfina casera” siempre que nos relacionamos con

otros seres queridos, lo cual explica lo placentero de entablar relaciones interpersonales.

Yendo un paso más adelante, Panksepp (1998/2005) compara las similitudes entre la

adicción a los opioides (exógenos) y la dependencia social:

 La dependencia a la droga en el caso de la drogadicción equivale al

apego a la persona (dependencia social).

 La retirada de la droga equivale al distrés-de-separación.

 El dolor psíquico producido por la abstinencia al opioide exógeno

equivale a la soledad producida por la abstinencia a los opioides

endógenos producidos a partir de la interacción social.

 La anorexia en casos de drogadicción se asemeja a la pérdida de apetito

de las personas atravesando un duelo.


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 Hay abatimiento en ambos casos, así como incapacidad de conciliar el

sueño y agresividad/irritabilidad.

Siguiendo estas similitudes y basándonos en la evidencia científica presente

sobre el tema, podemos decir con todo derecho que el duelo es “una abstinencia con

nombre y apellido”.

A decir verdad, ésta es quizá la sustancia más adictiva, lo cual ha sido

respaldado por los experimentos realizados por distintos grupos de investigadores como

el de Alexander, Coambs & Hadaway (1987 citado en Panksepp, 1998/2005) y el de

Panksepp, Herman, Vilberg, Bishop & DeEskinazi (1980 citado en Panksepp,

1998/2005), los cuales descubrieron que el distrés-de-separación es más poderosamente

inhibido por opioides cerebrales que interactúan con receptores-µ (mi), los cuales

también median la adicción a los opioides. La molécula opioide que resultó ser la más

poderosa que interactúa con los receptores-µ fue la β-endorfina, la cual es de nuestro

interés por el tema que nos compete. Asimismo y coincidentemente, los investigadores

lograron incrementar la consumición de opios en animales experimentales simplemente

separándolos de sus compañeros, lo cual sólo se hace comprensible si consideramos que

el aumento de Qή sólo puede aliviarse a través de opioides, ya sean endógenos o

exógenos.

Esto no sólo pareciera explicar por qué los seres humanos pasamos

prácticamente todas nuestras vidas relacionándonos con otros seres humanos, sino que

también justificaría por qué la separación respecto a los seres queridos es vivenciada

como distrés, así como también, en simples y contundentes palabras de Manes (s.f.

citado en El Intransigente América, 2017): “Sentirnos solos crónicamente mata. El

sentirnos solos crónicamente es un factor de mortalidad más importante que el

alcoholismo y la obesidad” (El intransigente América, 2017).


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Comprender los mecanismos biológicos que median las relaciones

interpersonales nos permite establecer paralelismos de suma utilidad con las adicciones,

las cuales tienen muchos aspectos en común. Alexander (1978 citado en Theatrum,

2019) realizó un experimento en el cual encerraba a una rata en una jaula y le daba dos

tipos de agua: una pura y otra cargada con cocaína. La rata siempre optaba por la

contaminada. Sin embargo, algo sorprendente ocurrió cuando modificó las condiciones

en las cuales se encontraba el animal: ya no la colocó en una jaula aislada sino que

construyó lo que denominó “Rat Park”, un lugar donde decenas de ratas podían

interactuar entre ellas, tener sexo y jugar. Básicamente ninguna optó por la contaminada

en esta situación. Este experimento nos permite observar cómo este sistema opioide

puede satisfacerse tanto a partir de opioides endógenos como exógenos, pero nunca

puede no satisfacerse (o al menos no sin la aparición de una tensión psíquica en

constante crecimiento). Es así que el aparato psíquico encuentra indistinto con qué

sustancias se perpetúa el principio de constancia, siempre y cuando se haga, dando por

resultado las siguientes permutaciones posibles:

 Una persona aislada de la sociedad (no recibe β-endorfinas) puede

recurrir a drogas (opioides exógenos). Esto es de vital importancia puesto

que un duelo que no puede elaborarse “sanamente” puede desencadenar

una drogadicción.

 Una persona que recibe cuotas de β-endorfina a partir de buenas

relaciones sociales tendrá menos probabilidades de incurrir en el uso de

drogas (lo cual es sostenido por Alexander (1978 citado en Theatrum,

2019) basándose en los ex combatientes de Vietnam, los cuales si bien

consumían heroína estando en la guerra, abandonaron ese vicio (en la

mayoría de los casos) al volver con sus familias).


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 Una persona que consume opioides exógenos sentirá menos necesidad de

relacionarse con otros seres humanos, debido a que el principio de

constancia ya está satisfecho y la tensión psíquica estaría anulada. Esto

fue corroborado experimentalmente por Panksepp et. al. en 1980.

 Una persona que no consume opioides exógenos tenderá más a entablar

relaciones vinculares con otras personas, lo cual también fue estudiado

en el mismo experimento dirigido por Panksepp.

De esta manera, hemos logrado explicar por qué el duelo duele: operan

mecanismos biológicos análogos a los de la abstinencia de opioides, siendo el apego tan

sólo otra manera de obtener susodichas sustancias para la UCCM. Es de esta manera

que el duelo se constituye como una abstinencia con nombre y apellido.

Asimismo, hemos logrado dar respuesta a algunos de los interrogantes que Freud

(1917[1915]/2013) dejaría planteados en Duelo y Melancolía: “Será oportuno

detenernos y posponer el ulterior esclarecimiento (…) hasta que hayamos obtenido una

intelección sobre la naturaleza económica del dolor, primero del corporal, y después del

anímico, su análogo” (p.255).

1.3) El duelo como estresor de un sistema neuro-psico-inmundo-endocrino

El objetivo de este apartado es analizar la manera en la cual la pérdida del ser

amado puede operar como factor desencadenante de diversas patologías. Aquí nos

encargaremos de analizar específicamente aquellas que, si bien son de índole somática,

tienen una innegable etiología psicológica. Es así que las barreras entre la medicina y la

psicología parecieran disiparse en lo que al análisis de esta problemática respecta.

Resulta de sumo interés el planteo que realizan Osterweis, Solomon & Green

(1984) en relación a cómo un estresor de índole psicológica puede repercutir

negativamente en la salud somática: “Un estresor (x) produce ciertas reacciones


18

transitorias a nivel biológico o psicosocial (y), el cual puede (o no) conducir

paulatinamente a contraer complicaciones en la salud (z)” (p.145).

Es de esta manera que, desde los aportes de W. B. Cannon (1929 citado en

Osterweis, Solomon & Green, 1984) es sabido que “los estados emociones como la ira y

el miedo afectan las funciones biológicas como la circulación de la sangre y la

frecuencia cardíaca al incrementar la actividad de fibras nerviosas distribuidas

ampliamente en lo que llamamos Sistema Nervioso Autónomo” (p.151). Asimismo,

estos estresores afectarán tanto el funcionamiento de las hormonas como del sistema

inmune, lo cual permite pensar que el cuerpo opera como una verdadera unidad somato-

psíquica que integra el funcionamiento de la mente con el del sistema nervioso,

endocrino e inmunológico: en definitiva, un gran sistema neuro-psico-inmuno-

endocrino.

Ahora bien, antes de proseguir con las enfermedades somáticas que pueden

contraerse a partir de una pérdida, es menester analizar un detalle en relación a la

etiología de las mismas.

Como será analizado posteriormente, la mayor o menor predisposición que tiene

una persona de contraer una enfermedad tanto somática como mental dependerá de una

amplia gama de factores (series complementarias). Como bien sabemos, la primera serie

de las mismas incluye los factores hereditarios, a los cuales no podemos dejar

desprovistos de su importancia. Es así que la articulación entre natura y nurtura

(heredado vs adquirido/crianza) darán por resultado una mayor o menor vulnerabilidad.

Sin entrar demasiado en detalles, podemos mencionar que uno de los factores genético-

químicos que operan negativamente en el procesamiento de situaciones estresantes es,

según plantean los autores ya mencionados, la alta concentración de 17-

hydroxycorticosteroides (17-OHCS), lo cual resultará en una mayor vulnerabilidad


19

debido a cuestiones somáticas-hereditarias. Por otro lado, Brizendine (2007/2010) y sus

planteos nos permiten observar de qué manera lo psicológico y lo biológico se articulan

de manera tal que casi no podemos pensar la una sin la otra: la autora sostiene que una

mejor o peor crianza en los primeros años de vida darán lugar a un cerebro más o menos

capacitado para lidiar con los aflujos de cortisol (la hormona del estrés). Es de esta

manera que aquello que está contemplado como segunda serie complementaria (las

experiencias infantiles), tienen un correlato fisiológico que, asimismo, tendrá

consecuencias psicológicas: una mayor tendencia a sentir como distrés aquello que en

otros sujetos podría ser sencillamente estrés, es decir, no displacentero.

Habiendo dejado en claro esto, exploraremos aquellas patologías que pueden

acontecer debido al duelo y que son reactivas al mismo, siguiendo los planteos de los

autores mencionados ut supra:

Insomnio, fatiga crónica, perturbaciones del apetito, disminución de la

frecuencia cardíaca, perturbaciones de la termorregulación con disminución de la

temperatura base y disminución de la competencia inmune, la cual es de sumo interés

puesto que un funcionamiento deficiente del sistema inmune (debido a un

malfuncionamiento de los linfocitos-T, los cuales son los agentes del sistema inmune)

dará como resultado una mayor preponderancia a contraer todo tipo de enfermedades.

Es así que el duelo aumenta la vulnerabilidad a contraer enfermedades

neoplásticas, infecciones, enfermedades cardiovasculares, cáncer, abuso de sustancias

y/o depresión. La incidencia de la neumonía como evento terminal en el deudo ha sido

demostrado que puede indicar una mayor posibilidad de contraer perturbaciones de la

regulación respiratoria durante el duelo. Esto es interesante puesto que da cuenta de la

manera en la cual la contracción de una enfermedad no sólo puede deberse a cuestiones


20

vinculadas con el funcionamiento del soma sino también a aspectos psicológicos como

puede ser la identificación.

La conexión entre la enfermedad y la pérdida es aún más fuerte en lo que

respecta al sistema cardiovascular: muerte cardíaca súbita, arritmia cardíaca e infarto de

miocardio son las condiciones más frecuentes, viéndose exacerbadas aquellas

condiciones cardíacas pre-existentes a la pérdida.

De esta manera, hemos observado cómo el bienestar emocional está

estrechamente vinculado con el bienestar físico, lo cual da cuenta de cómo nuestro

cuerpo es la manifestación física del estado en el cual se encuentra nuestra mente.

Por último, y para dar cierre a este apartado, hemos recuperado la siguiente cita

que permite observar la gran importancia que tiene el estado mental de un sujeto a la

hora de contraer (o no) una enfermedad. Es así que las fronteras entre la medicina y la

psicología se ven desdibujadas, lo cual si fuese entendido permitiría comprender la

indispensabilidad de un trabajo interdisciplinario a la hora de tratar con un paciente,

incluso cuando su condición/enfermedad es netamente física:

“Una gran cantidad de estudios en humanos han indicado que es la experiencia

subjetiva, y no tanto la situación externa, el mejor predictor de la reacción de una

persona, tanto a nivel emocional como físico” (Engel 1974 citado en Osterweis,

Solomon & Green, 1984, p.157). Siendo nuestra área de trabajo el sujeto (y no el

cuerpo), vemos cómo nuestra correcta intervención puede repercutir no sólo en un

aumento del bienestar emocional sino también en una mejoría y/o evitación de las

patologías somáticas.
21

Capítulo II

El duelo y la psique

En el anterior capítulo se abordó al duelo como un proceso netamente biológico-

somático, punto de partida a partir del cual podremos continuar nuestro análisis del

duelo como un proceso bio-psico-socio-tecnológico. El objetivo de este capítulo es

concebir al mismo como un proceso que no sólo acontece en un soma sino que también

lo hace en un psiquismo. ¿De qué manera se relacionan las condiciones mentales de un

sujeto y el duelo que devendrá a partir de una pérdida? Para realizar este abordaje se

recurrirá a los planteos psicoanalíticos freudianos del aparato psíquico, siendo el

objetivo principal del mismo caracterizar los aspectos psicológicos fundamentales de

todos los duelos, así como también marcar una diferencia entre un duelo normal y uno

que se ha tornado patológico. Esto, asimismo, plantea un interrogante fundamental:

¿Qué punto de referencia se debe tomar para realizar esta distinción?

2.1) Duelo normal y duelo patológico

Freud (1917[1915]/2013), en su clásico sobre el tema “Duelo y Melancolía”,

sostiene que este fenómeno se caracteriza por los siguientes avatares psíquicos: “una

desazón profundamente dolida, una cancelación del interés por el mundo exterior, la

pérdida de la capacidad de amar y la inhibición de toda productividad” (p.242).

En lo que al dolor respecta, ya hemos explicado en el anterior capítulo que éste

surge a partir de la activación del Panic System y la imposibilidad de satisfacer la

pulsión-de-reunión, lo cual produce un aumento incesante de Qή.

Por otro lado, la cancelación del interés por el mundo exterior puede entenderse

fácilmente realizando una analogía con el planteo que realiza Freud (1914/2013) en
22

“Introducción del Narcisismo” en relación al dolor de muela: “La persona afligida por

un dolor orgánico y por sensaciones penosas resigna su interés por todas las cosas del

mundo exterior que no se relacionen con su sufrimiento” (p.79).

Ahora bien, si utilizamos el clásico axioma freudiano según el cual la salud

radica en la capacidad de trabajar (producir) y amar, se deduce de la descripción recién

dada que todo duelo, tanto uno normal como uno patológico, implica una pérdida

transitoria de la salud. Es por este motivo que podemos sostener que existe un

“síndrome normal del duelo”, el cual se caracteriza por la presencia de signos y

síntomas comunes a todas las personas lidiando con una pérdida.

Un concepto freudiano de gran importancia, que ha sido abandonado casi por

completo, es el de Trauerarbeit (trabajo-de-duelo), el cual es descripto por el autor

vienés de la siguiente manera:

El examen de realidad ha mostrado que el objeto amado ya no existe

más, y de él emana ahora la exhortación de quitar toda libido de sus

enlaces con ese objeto. A ello se opone una comprensible renuencia;

universalmente se observa que el hombre no abandona de buen grado

una posición libidinal (…) [Por esto hemos mencionado que el duelo es

una abstinencia con nombre y apellido]. Se ejecuta pieza por pieza con

un gran gasto de tiempo y de energía de investidura, y entretanto la

existencia del objeto perdido continúa en lo psíquico. Cada uno de los

recuerdos y cada una de las expectativas en que la libido se anudaba al

objeto son clausurados, sobreinvestidos y en ellos se consuma el

desasimiento de la libido. (…) Una vez cumplido el trabajo del duelo el

yo se vuelve otra vez libre y desinhibido. (Freud, 1917[1915]/2013, pp.

242-243)
23

Es provechoso también retomar la siguiente frase para distinguir entre duelo

normal y patológico y qué factores intervendrán en una resolución sana o enfermiza de

la misma:

(…) La realidad pronuncia su veredicto: El objeto ya no existe más; y el

yo, preguntado, por así decir, si quiere compartir ese destino, se deja

llevar por la suma de satisfacciones narcisistas que le da el estar con vida

y desata su ligazón con el objeto aniquilado. (Freud, 1917[1915]/2013,

p.252)

Habiendo hecho una recopilación de los elementos vinculados con un duelo

normal otorgados por Freud en esta obra, cabe preguntarse en qué radica la distinción

con uno patológico, ya que ambos implican dolor así como la pérdida de la capacidad de

amar y trabajar.

Las respuestas a este interrogante son variadas: por un lado, desde una postura

psicoanalítica, puede resultar provechosa la definición ofrecida por la Real Academia

Española [RAE] de “resiliencia”: “Capacidad de un material, mecanismo o sistema para

recuperar su estado inicial cuando ha cesado la perturbación a la que había estado

sometido” (Real Academia Española [RAE], 2018]. Es así que, extrapolando este

concepto de la física al plano de la Psicología, podemos sostener que la capacidad de

atravesar el duelo sanamente radica en la capacidad de hacerlo sin que se produzcan

perturbaciones permanentes en la personalidad, como el desarrollo (o

desencadenamiento) de una psicosis o melancolía.

Por otro lado, la psiquiatría sugiere emplear términos cronológicos, es decir,

cuánto persiste en el tiempo este síndrome. Si bien la mayoría de los autores

consultados sugieren que el tiempo promedio normal estipulado para la mitigación del

dolor es de entre medio año y un año, puede observarse cierta dificultad en estandarizar
24

un tiempo promedio y “permitido” para los procesos de duelo en casos específicos

como puede ser una muerte acontecida a través del suicidio. Es así que Young et. al.

(2012) critica esta postura al sostener lo siguiente:

De 3 a 5 años [en contraste con el medio año planteado para los “duelos

normales”] es el tiempo necesario para que una pérdida por suicidio

comience a integrarse, alzando la pregunta de cómo el marco temporal

usado en discusiones sobre duelo normal e integrado se aplica a estos

casos y, entonces, cuál es el tiempo “normal” para un duelo (…). (Young

et. al., 2012, p.6)

Si bien el criterio cronológico presenta sus falencias, presentaremos

posteriormente los planteos de la psiquiatría en relación al “duelo complicado”,

concepto el cual resulta provechoso para nuestro análisis si nos desprendemos de la

pretensión de reducir la normalidad/anormalidad teniendo como única variable a

considerar el tiempo. Por este motivo, procederemos ahora a analizar los distintos

cuadros psicopatológicos que pueden surgir a partir de un duelo, empleando tanto

literatura psicoanalítica como psiquiátrica.

2.2) Psicopatologías reactivas a una pérdida: una mirada psicoanalítica

En este apartado analizaremos aquellas psicopatologías que pueden surgir a

partir de una pérdida, la cual se constituye como una experiencia traumática cuya

intensidad sobrepasa la capacidad de tolerancia psíquica del sujeto, viéndose superado

su umbral, lo cual no le dará otra opción al aparato psíquico que tener que deformarse,

dando por resultado una reorganización del mismo.

Es así que, tomando como punto de partida para diferenciar entre duelo normal y

duelo patológico el retorno al funcionamiento normal del psiquismo o, por el contrario,

la constitución de una psicopatología reactiva a la defunción del ser amado, tres


25

perturbaciones psíquicas serán las que tendremos en cuenta, las cuales pueden

englobarse dentro de la teoría psicoanalítica: la psicosis alucinatoria de deseo, mediante

la cual el sujeto se enajena de la realidad con el objetivo de mantener con vida (a nivel

psíquico) al ser amado cuya muerte/pérdida se rechaza; la melancolía, la cual surge a

partir de una pérdida en la cual se sabe a quién se perdió pero no qué se perdió con éste,

caracterizándose asimismo por un empobrecimiento del yo; y las particularidades del

duelo en la neurosis obsesiva, la cual estará teñida, principalmente, por ambivalencia y

culpa.

2.2.1) Psicosis alucinatoria de deseo. Freud (1924[1923]/2012) enuncia en su

obra “Neurosis y Psicosis” una fórmula mediante la cual pueden diferenciarse las

distintas psicopatologías a partir de considerarse qué instancias han entrado en

conflicto: “La neurosis de transferencia corresponde al conflicto entre el yo y el ello, la

neurosis narcisista al conflicto entre el yo y el superyó, la psicosis al conflicto entre el

yo y el mundo exterior” (p.158).

Asimismo, es de suma importancia considerar un aspecto: esta suerte de batalla

que acontece entre dos instancias o, para ser más exactos, entre el yo y una instancia, ha

de ser “comandada” por otra instancia en particular. Es decir, todas las psicopatologías

son el resultado de un conflicto entre dos instancias a expensas del yo, el cual siempre

resulta siendo la víctima como si de un hijo que queda entrometido entre el conflicto

entre su padre y su madre se tratase: dependiendo quien “gane”, el niño perderá más o

menos contacto con alguno de sus padres. Es así que en el caso de las neurosis de

transferencia el conflicto es comandado por el superyó/mundo externo, resultando el

ello perjudicado y resignándose mociones de deseo en pos de mantener satisfechas a las

otras instancias. En el caso de la psicosis, el conflicto es comandado por el ello (el

deseo), quedando perjudicada la relación entre el yo y el mundo exterior (realidad),


26

motivo por el cual el sujeto culmina desconociendo a la realidad toda y construyendo

una nueva realidad más acorde a sus deseos. Es dentro de este último panorama donde

encontramos nuestra primera psicopatología reactiva a una pérdida significativa: la

psicosis alucinatoria de deseo.

Posteriormente, en su obra “La pérdida de realidad en la neurosis y la psicosis”,

Freud (1924/2012) plantea que hay dos aspectos importantes a tener en cuenta a la hora

de diferenciar neurosis y psicosis: por un lado, la manera en la que acontece la pérdida

de la realidad (ya que en ambas estaría presente, pero de maneras diferentes) y por otro

lado la manera en la cual se constituye un sustituto de la realidad.

En el caso de la psicosis, la pérdida de la realidad no sería únicamente en un

aspecto que ha resultado frustrante para el sujeto, como es en el caso de la neurosis, en

la cual se logra evadir susodicha frustración a partir de un retiro hacia los objetos de la

fantasía; sino que aquí se pierde todo el contacto con la “realidad real” (la realidad

compartida con el resto de las personas). Por otro lado, también es importante la manera

en la cual se constituye el sustituto de la realidad: “en la neurosis se evita, a la manera

de una huida, un fragmento de la realidad, mientras que en la psicosis se lo reconstruye”

(Freud, 1914/2012, p.195).

En el caso de la psicosis, una vez acontecida esta reconstrucción de la realidad

de una manera más acorde al deseo, se buscarán nuevas percepciones que permitan

solidificar esta creación psíquica: he aquí la utilidad que tendrán las alucinaciones en

todos sus tipos, principalmente auditivas y visuales.

Un ejemplo en particular nos permitirá comprender mejor cómo la psicosis

alucinatoria de deseo funciona, siéndonos de suma utilidad el hecho de que este caso

presentado por Freud (1917[1916-17]/2013) es, efectivamente, reactivo a una pérdida

significativa: en un hospital ocurrió que una madre, al recibir la noticia de que su bebé
27

había muerto, y luego de superar un período inicial de estupor, se dedicó a mecer un

pedazo de madera entre sus brazos y hacerle cánticos como si de un neonato se tratase.

Lo que ocurrió es evidente: la frustración impuesta por el mundo exterior (la muerte de

su hijo) resultó ser de una intensidad tal para esta madre que su aparato psíquico no tuvo

otra opción que desmentir la realidad concerniente a su pérdida. Es así que se consolidó

una nueva realidad en la cual su hijo seguía vivo y con ella, lo cual se vio cristalizado

con la aparición de alucinaciones de tipo visuales en las cuales la visión de este trozo de

madera era reemplazada por la de su bebé. Es así que esta nueva realidad, en oposición

a la realidad real que era demasiado dolorosa como para ser soportada, había sido

edificada en base a sus deseos o, lo que es lo mismo, con el objetivo de no tener que

vérselas con un dolor inmenso como puede ser la pérdida de un recién nacido para una

madre.

Es a través de este ejemplo que podemos observar no sólo cómo se produce una

psicosis alucinatoria de deseo sino también cómo se relacionan psicosis y duelo. Es así

que una interrogante de larga data es si existe el duelo en la psicosis. Lo que nosotros

podríamos responder al respecto es que depende del caso y de las deformaciones que

acontezcan en la realidad: en este caso la locura (ya explicaremos por qué el uso de esta

palabra aquí) tiene por objetivo precisamente no toparse con un duelo demasiado

doloroso para procesar. Es así que, en este caso, no hay duelo en la psicosis pero

precisamente porque ésa fue la meta de la contracción de la misma. Es así que, en casos

en que la psicosis no era pre-existente a la pérdida sino que fue reactiva a la misma, la

psicosis es otro camino que puede elegirse para evitar atravesar el doloroso sendero del

duelo. En definitiva, son opuestos y haber “elegido” uno implica no haber elegido el

otro. Por otro lado, cabe preguntarse qué ocurre en aquellos casos en que la psicosis es

preexistente a la pérdida. Podríamos suponer que aquí también se trata del caso por caso
28

y, específicamente, si el principio de realidad opera sobre esa frustración o no.

¿Permitirá acaso el mecanismo defensivo mediante el cual el sujeto se desvinculó de la

realidad la filtración de una frustración que produciría dolor o, por el contrario, tenderá

a evitar todo dolor y frustración que viene desde el mundo exterior independientemente

del motivo inicial que produjo el surgimiento de la psicosis? Consideramos que esta es

una problemática que debemos dejar inconclusa debido al propósito de nuestro escrito

así como también la falta de bibliografía respecto al tema.

Como hemos observado en este desarrollo, la contracción de la psicosis tendría

por objetivo permanecer en una realidad satisfactoria para el sujeto, acorde a sus deseos,

cayendo aquella demasiado dolorosa como para ser aceptada bajo efecto de la

Verleugnung. Es así que, como enuncia Freud en su famosa frase, “Sie lieben also dem

Wahn wie sich selbst: das ist das Geheimnis” [Aman su locura como a sí mismos: éste

es el secreto] (Freud 1896 citado en Lacan, 1955-1956[1981]/2015, p.307). Es así que la

psicosis, en cuanto defensa, tiene una utilidad: responde a los deseos del sujeto, incapaz

de tolerar la frustración advenida desde el mundo externo.

2.2.2) Melancolía reactiva a una pérdida. La psicopatología más comúnmente

relacionada con los procesos de duelo es la melancolía. Sería un error considerar que

ésta sólo puede acontecer debido a una pérdida, de hecho, el mismo Freud (1917

[1915]/2013) sentencia que “la melancolía, cuya definición conceptual es fluctuante aun

en la psiquiatría descriptiva, se presenta en múltiples formas clínicas cuya síntesis en

una unidad no parece certificada; y de ellas, algunas sugieren afecciones más somáticas

que psicógenas” (p.241). Es así que debemos especificar que en este caso abordaremos

la melancolía que surge a partir de una pérdida y que opera de manera tal que

“entorpece” el trabajo-de-duelo normal, constituyéndose como una psicopatología de

carácter reactivo. Para hacer esto recurriremos a los planteos de Freud así como los de
29

Mattias Desmet (2013), cuyo trabajo ha estado orientado a realizar una demostración

empírica de la teoría freudiana de la melancolía (depresión).

Este cuadro comparte todos los avatares psíquicos que han sido anteriormente

descriptos del duelo, y se diferencia del mismo por presentar “una rebaja en el

sentimiento de sí que se exterioriza en autorreproches y autodenigraciones y se extrema

hasta una delirante expectativa de castigo” (Freud, 1917[1915]/2013, p.242). Ahora

bien, como podemos dilucidar de la definición recién dispensada, hay procesos

psíquicos que implican implícitamente una descomposición del aparato psíquico: que el

yo pueda autorreprocharse cosas y autodenigrarse da cuenta de que éste no es una

unidad perfecta sino que presenta divisiones. Es así que una instancia muy particular

como es el superyó entra en acción en la melancolía, la cual es descripta en esta obra

como “una parte del yo [que] se separa de la otra, la observa críticamente, la toma por

objeto” (Freud, 1917[1915]/2013, p.245). Es así que estos procesos (autorreproches y

autodenigraciones) sólo son posibles a partir de la división del aparato psíquico en juez

y acusado: una parte declara culpable a la otra, mientras que ésta última (el yo) admite

la culpa y el decreto del superyó.

Ahora bien, ¿De qué manera se contrae una melancolía? Primero, al igual que en

el caso de la psicosis alucinatoria de deseo analizada en el capítulo 2.2.1, es necesario

que acontezca una frustración; la cual en ambos casos se trata de la muerte del ser

querido. Una condición especial para que aflore la melancolía es la ambivalencia, como

describiremos a posteriori. Ocurre que, según sentencia el autor vienés, “la pérdida del

amor es una oportunidad para que aflore la ambivalencia [no siendo una excepción la

muerte del mismo, la cual puede ser tomada como un abandono]” (Freud,

1917[1915]/2013, p. 248).
30

Sin embargo, se observa que, siguiendo los planteos de Freud (1897/2013) en el

Manuscrito N, las mociones hostiles se reprimen en circunstancias que atraen la

compasión por el sujeto: enfermedad y muerte. Es así que Freud (1915/2013) en “De

guerra y muerte. Temas de actualidad” retoma la frase latina “De mortuis nil nisi bene”

[Del muerto sólo lo bueno]. En el caso de la melancolía se hace comprensible que el

acontecimiento de la muerte del ser querido hace que, en cierta manera, mueran con él

todos los reproches que se le pudieran haber hecho en vida. Sin embargo, como bien

sabemos siguiendo la obra psicoanalítica, no existe en el psiquismo una represión

exitosa. ¿A dónde irán a deparar estos reproches que se tienen en contra del ser amado?

La respuesta es evidente y nos permite comprender cómo surgen estos autorreproches:

van a deparar al yo. Sin embargo, esto era algo obvio de decir si se hubo seguido

nuestro análisis, mas nos queda por develar el proceso mediante el cual esto acontece.

¿De qué manera el yo se convierte en el objeto, condición necesaria para que los

autorreproches ocurran y se desenvuelva la melancolía en todo su esplendor?

Freud da una respuesta a esta interrogante, la cual a posteriori será ampliada con

la investigación de Desmet:

Hubo una elección de objeto, una ligadura de la libido a una persona

determinada; por obra de una afrenta real o un desengaño [en este caso

la muerte] de parte de la persona amada sobrevino un sacudimiento de

ese vínculo de objeto. El resultado no fue el normal, que habría sido un

quite de la libido de ese objeto y su desplazamiento a uno nuevo, sino

otro distinto (…). La libido libre no se desplazó a otro objeto sino que se

retiró sobre el yo. Pero ahí no encontró un uso cualquiera, sino que sirvió

para establecer una identificación del yo con el objeto resignado. La

sombra del objeto cayó sobre el yo, quien, en lo sucesivo, pudo ser
31

juzgado por una instancia particular [el superyó] como (…) el objeto

abandonado. De esa manera, la pérdida del objeto hubo de mudarse en

una pérdida del yo, y el conflicto entre el yo y la persona amada, en una

bipartición entre el yo crítico y el yo alterado por una identificación [es

decir, una neurosis narcisista: un conflicto entre el yo y el superyó]. (…)

La disposición a contraer melancolía se remite al predominio del tipo

narcisista de elección de objeto, desdichadamente aún no ha sido

confirmada por la investigación. (Freud, 1917[1915]/2013, pp. 246-247)

A partir de esta cita se nos hace comprensible el camino que realiza la libido una

vez acontecida la pérdida: ésta realiza una regresión desde el mundo exterior (es decir,

el objeto) hacia el mismo yo, erigiéndose una identificación narcisista la cual permitirá

a posteriori el surgimiento de la melancolía en cuanto neurosis narcisista como

conflicto entre el yo y el superyó. Como en el duelo acontece lo de “de mortuis nil nisi

bene”, si el objeto fue ambivalente, lo que ocurre es que todo lo bueno queda del lado

del objeto muerto y lo odiado es incorporado, motivo por el cual el sujeto “se odia a sí

mismo”, lo cual es tan sólo una ilusión, puesto que lo que se odia es al “otro que vive en

mí”. Es por este motivo que Freud, muy ávido en su escucha, sentencia que “si con

tenacidad se presta oído a los autorreproches que el melancólico se hace, notaremos que

se aplican más a una persona que éste ha amado que a su propia persona” (Freud,

1917[1915]/2013, p.245).

Es así que pareciera que una condición sine qua non de la melancolía es la

ambivalencia. Desmet (2013) realiza una excelente descripción de la constelación

familiar presente en un gran número de casos estudiados de sujetos con depresión

(melancolía):
32

En los discursos de pacientes afectados por depresión severa, suele haber

una descripción polarizada de los padres. Uno es descripto como un

tirano, que oprime tanto al otro padre como al paciente. El otro padre

suele ser descripto como una víctima; débil e incapaz de defenderse a sí

mismo/a. (…) El otro padre –que usualmente está en la posición de

objeto amado- es usualmente descripto como alguien que fue muy débil

como para intervenir. El proceso terapéutico muy a menudo revela que a

nivel inconsciente esta falla fue el detonante de la depresión. (…) A nivel

consciente, encontramos cierta injusticia infligida por el padre-tirano. (p.

2)

Es así que esta constelación permite vislumbrar la manera en la cual la

melancolía opera: el objeto que, a nivel consciente, se le amó por ser el padre bueno y

amable, fue el detonante de la depresión. Una vez acontecida la muerte, la cual ha de ser

entendida como una nueva oportunidad en la cual el objeto abandonó y decepcionó al

sujeto, ocurrió una identificación narcisista con los aspectos negativos del sujeto (la

debilidad y pasividad) , lo cual produjo posteriormente el abate sádico del superyó,

dando por resultado los síntomas patognomónicos de la melancolía.

Es así que, con el desarrollo realizado, consideramos por cumplida nuestra tarea

de explicar en qué manera una pérdida puede repercutir en el desencadenamiento de una

melancolía. Por último, consideramos de utilidad recopilar lo planteado por estos dos

autores en relación al tratamiento de la melancolía, tema demasiado amplio como para

dedicarle mayor atención.

2.2.2.1) Un abordaje posible de la melancolía. En este breve apartado nos

dedicaremos a plasmar los planteos de ambos autores analizados anteriormente en

relación a qué hacer en los casos de melancolía.


33

Por un lado, Freud (1917[1915]/2013) sostiene que:

Así como el duelo mueve al yo a renunciar al objeto declarándoselo

muerto y ofreciéndole como premio el permanecer con vida, de igual

modo cada batalla parcial de ambivalencia afloja la fijación de la libido

al objeto desvalorizando este, rebajándolo (…). De esa manera se da la

posibilidad de que el pleito se termine dentro del Icc, sea después que la

furia se desahogó, sea después que se resignó el objeto por carente de

valor. (p.254)

Es así que, siguiendo estos planteos, la tarea del psicólogo en los casos de

melancolía ha de ser funcionar como testigo de los autorreproches, sabiendo que estos

son, más bien, reproches hacia el objeto de amor que ha sido incorporado al yo,

produciéndose este pleito entre el yo y el superyó. De esta manera permitirá que la furia

se desahogue o, lo que ocurra primero, se resigne al objeto por haberse retirado

efectivamente la libido del mismo.

Por otro lado, el planteo que realiza Desmet (2013) sobre esta problemática es el

siguiente:

Los reproches depresivos disminuirán no en el momento en el que el

paciente se haga consciente de la estructura depresogénica, sino en el

momento en que se distancie de ésta, es decir, en el momento en el que

reemplace las identificaciones con los aspectos pasivos/destructivos del

objeto amado con identificaciones activas/constructivas del mismo. (p.4)

2.2.3) El duelo en la neurosis obsesiva. En este caso en particular es menester

realizar una aclaración: la neurosis obsesiva, al contrario de las psicopatologías

analizadas en los apartados anteriores, no es reactiva a la pérdida del objeto. Es así que

aquí el interés del análisis es cómo esta estructura de personalidad y sus particularidades
34

se entrelazan una vez acontecida una pérdida, dando lugar a un duelo estereotípico que

bien podríamos llamar “duelo obsesivo”.

Como bien señala Freud (1917[1915]/2013) en Duelo y Melancolía, el duelo

propio de la neurosis obsesiva y aquél que deviene en una melancolía compartirán la

pérdida del objeto y la ambivalencia, siendo su único distingo la presencia de una

regresión de la libido al yo. Otra diferencia presente entre estas dos será que el tipo de

vínculo entre el yo y el objeto era narcisista en el caso de la melancolía, mientras que en

la neurosis obsesiva no es el caso.

Otro punto en común que tendrán estas dos es la manera en la cual se producen

los autorreproches, los cuales derivan de las mociones hostiles hacia el objeto, las cuales

en momentos que ameritan la empatía con éste (como hemos señalado, momentos que

impliquen el de mortuis nil nisi bene) parecieran caer bajo efecto de la represión o al

menos resultan ocultas.

Sin embargo, en el caso particular de la neurosis obsesiva será más notoria la

aparición de la culpa. Es así que en relación a este tema Freud (1913[1912-1913]/2014)

sentencia:

Un neurótico obsesivo puede estar oprimido por una conciencia de culpa

que convendría a un redomado asesino, no obstante ser, ya desde su

niñez, el más considerado y escrupuloso de los hombres (…). Sin

embargo, su sentimiento de culpa tiene un fundamento: se basa en los

intensos y frecuentes deseos de muerte que en su interior,

inconcientemente, le nacen hacia sus prójimos. (…) En esta conducta

(…) nos muestra cuán cerca se encuentra del salvaje que cree alterar el

mundo exterior mediante sus meros pensamientos. (p.90)


35

Un caso en particular permitirá graficar cómo acontece el surgimiento de la

culpa: en la película “Un monstruo viene a verme (A monster calls)” (Atienza, 2016):

Connor es un niño de 13 años cuya madre está muy enferma. Como si su condición no

pudiese empeorar, Connor es visitado por un monstruo el cual promete contarle 3

historias que le ayudarán con su vida diaria pero señalándole que la cuarta vez que se

vean él tendrá que contarle “su verdad”. Es así que, a medida que el monstruo le cuenta

estas historias, la condición de su madre empeora, lo cual sume a Connor en un estado

de angustia y desesperanza. De esta manera, una vez acontecida la cuarta visita, y luego

de ser instado varias veces a responder, él finalmente logra liberar su verdad: “quiero

que esto se termine”, lo cual implicaría que, en cierta manera, él quiere que su madre

muera y, asimismo, se siente culpable de su eventual muerte.

Es así que, siguiendo este ejemplo, podemos pensar en cómo la neurosis

obsesiva se relacionaría con el dolor que puede causar el ver a una persona amada

enferma y moribunda; así como también el agotamiento que puede resultar de dispensar

cuidados especiales que ésta pueda necesitar. Todo pensamiento que pudiese surgir del

tipo “qué cansador/doloroso es esto, ojalá termine pronto”, el cual caerá bajo influjo de

la represión (del alemán Verdrängung: esfuerzo de desalojo), será una oportunidad

especial para el afloramiento de la culpa. Es así que cualquier moción hostil o

relacionada con el egoísmo en contra del amor objetal (libido yoica vs libido objetal)

resultará en la culpa patognomónica del duelo obsesivo.

Esto es compatible con los señalamientos que Freud realiza a lo largo de toda su

obra en relación a la neurosis de transferencia: en el Incc es igual haber deseado algo

que haberlo hecho efectivamente; motivo por el cual el sujeto obsesivo puede sentir que

a partir de su odio o deseo de que todo este suplicio relacionado con la enfermedad del

ser amado termine ha efectivamente matado a quien amaba.


36

2.2.3.1) Un abordaje posible del duelo obsesivo. A partir de lo señalado de

manera sucinta en relación a cómo la neurosis obsesiva y el duelo se concatenan, puede

ser de gran utilidad recurrir a aquello que la película recién mencionada muestra:

Ante el discurso de Connor una vez confesada su verdad, el cual está cargado de

culpa y de sentir que él es el único culpable de todo lo que le ha pasado a su madre, el

monstruo (que viene a encarnar el arquetipo de viejo sabio) y Connor tienen el siguiente

diálogo:

“Sólo deseabas que terminara el dolor, tu propio dolor. Es el deseo más humano

que existe”

“Pero no lo deseaba en verdad”

“Sí lo hacías… pero a la vez no”

“¿Cómo pueden ambas cosas ser verdad?”

“Porque los humanos son bestias complicadas”

Vemos aquí evidenciada la ambivalencia en las relaciones humanas, la cual,

siguiendo el pensamiento de Bowlby (1980/1983) es universal. Es así que las

intervenciones ensayadas en estos casos en particular debieran estar orientadas a señalar

la existencia de la ambivalencia, el reconocimiento de aquellas mociones hostiles que

han sido desalojadas de la conciencia y el señalamiento de que éstas no han sido la

causa de la muerte del ser amado.

2.3) Duelo complicado: una mirada psiquiátrica

Como hemos señalado a lo largo de todo el trabajo, la pérdida de un ser amado

estará seguida de un sentimiento doloroso así como de la pérdida del interés en el

mundo externo y un estado caracterizado por el constante pensamiento en relación al

muerto (al cual podríamos llamar réquiem puesto que el sujeto está enfocado en

rememorar al muerto y, en cierta manera, hacerle honor al mismo y a su muerte).


37

Este estado es esperable en toda pérdida, e incluso puede ser indicativo de una

complicación mayor la ausencia de dolor, según señala Bowlby (1980/1983) en su obra

“La pérdida afectiva: tristeza y depresión”.

Sin embargo, según las investigaciones de Shear, Ghesquiere & Glickman

(2013), “un 7% de la población desarrollará una condición mental denominada “Duelo

Complicado”. En éste, el pasaje entre el duelo inicial agudo y el integrado [Esto se

explicará posteriormente] se ve descarrilado, y los síntomas del duelo persisten”

(p.669).

Es así que el Duelo Complicado estará caracterizado por la no desaparición de

los síntomas del duelo los cuales debieran ser transitorios y no permanentes. El término

“complicado” deriva de la terminología médica e implica la superposición de un

proceso sobre otro impidiendo la sanación. Es este el caso, por ejemplo, de una

infección que “complica” la cicatrización normal de una herida. Siguiendo esta

analogía, los factores que podrán tener un influjo directo sobre el proceso de duelo

normal, complicándolo, impiden la disipación de los síntomas del duelo en el tiempo

esperable.

Otros conceptos que deben ser definidos son el de “duelo inicial agudo”

(traducido del inglés original “acute grief”) y “duelo integrado”. El primero de estos

términos hace alusión a la respuesta inicial, usualmente intensa y disruptiva ante la

pérdida. Por otro lado, el duelo integrado es la respuesta permanente luego de la

adaptación a la pérdida, en la cual la satisfacción en la vida que sigue se ve renovada.

Asimismo, es interesante plantear la posición que toman estos autores, la cual va

en contra del pensamiento psicoanalítico clásico (Freud y Melanie Klein). En este

trabajo no tomaremos una postura en particular sino que meramente expondremos la

coexistencia de distintas posturas en relación al duelo y cómo éste debe ser tratado:
38

La persona atravesando un duelo está, de hecho, enferma, pero como este

estado mental es común y parece tan natural… no lo llamamos una

enfermedad. Freud también pensaba que el duelo no debía ser

considerado un trastorno mental, y muchos clínicos siguen a Freud y

Klein y no lo consideran una enfermedad. Aun así, muchas personas

atravesando un duelo están sufriendo. ¿Cuál es entonces el rol de los

clínicos en el manejo del duelo? ¿Cuándo y cómo deben los clínicos

proporcionar ayuda? (Shear, Ghesquiere & Glickman, 2013, p.2)

Habiendo expuesto la coexistencia de estas posiciones opuestas, procederemos a

describir aquellos factores que, siguiendo distintas investigaciones, se revelan como

capaces de complicar un proceso de duelo normal.

2.3.1) Suicidio. Distintos autores (Osterweis, Solomon & Green, 1984; Young

et.al., 2012) señalan la estrecha relación que existe entre las pérdidas acontecidas por

muertes por suicidio y el surgimiento de Duelo Complicado en los más cercanos a aquél

que ha tomado esta decisión.

Son distintas las causas que hacen del trabajo-de-duelo algo más difícil de

elaborar en estos casos.

Una de éstas es la necesidad de entender por qué el sujeto ha tomado esta

decisión; siendo el necesario intento de darle un sentido a la muerte algo de suma

importancia en todos los duelos. Sin embargo, al contrario de lo que puede ocurrir en

otros tipos de muerte regidos por una filosofía de vida o religión sustentada en que

“todo acontece según el designio de Dios”, en estos casos la muerte no se debe a otra

causa que no sea la propia decisión del sujeto. Es por este motivo que la frustración,

sentimiento de abandono, rechazo e ira son sustancialmente disparados al preguntarse el


39

sujeto por qué su relación con aquella persona no fue lo suficientemente buena como

para evitar que éste se quitase la vida.

Asimismo, resulta de gran importancia lo que los autores señalan: “otra

respuesta común al suicidio de un ser amado es una sobreestimación de la

responsabilidad de uno mismo, así como la culpa por no haber sido capaz de hacer más

para prevenir este escenario” (Young et.al., 2012, p.181).

Siguiendo este lineamiento y lo analizado en el capítulo anterior, cabe

preguntarse en qué manera pueden articularse la muerte acontecida por suicidio y

aquellas psicopatologías relacionadas con la ambivalencia (la melancolía y la neurosis

obsesiva). Es así que este tipo de muerte en particular se presenta como una en la cual la

culpa y los autorreproches se ven facilitados; producto de una sobreestimación de la

propia responsabilidad en la decisión tomada por el ser amado, siendo una óptima

oportunidad para que las mociones hostiles reprimidas y el superyó se entremezclen de

tal manera que el sujeto se vea invadido por el sentimiento inconsciente de culpa y la

necesidad de castigo. Cabe preguntarse, asimismo, si esta combinación de factores,

sumada al odio producto del sentimiento de rechazo y abandono, no resulta propicia

para el surgimiento de ideaciones suicidas en aquellos que han sobrevivido al suicidio

de un ser querido, ya sea por identificación o, como señala Freud (1917[1915]/2013),

siendo el suicidio una manera en la cual se puede tomar venganza de alguien. Esto es

sustentado por las investigaciones de Crosby & Sacks (1994 citado en Young et.al,

2012) las cuales permitieron descubrir que:

Aquellos que habían conocido a alguien que se había suicidado en menos

de un año tenían 160% más chances de tener ideaciones suicidas, 290%

más chances de tener un plan de suicidio y 370% más chances de ya

haber realizado un intento de suicidio. (Young et. al., 2012, p.183)


40

En paralelo a estos descubrimientos, diversas investigaciones también

demuestran que la predominancia de Duelo Complicado en esta población específica es

de un 43%, la cual es más que el doble que lo que se observa en la población normal

(entre 10% y 20%). También se sugiere que el tiempo promedio en el que logra

integrarse el duelo y erradicarse los síntomas es de entre 3 y 5 años, alzándose la

pregunta de hasta qué punto es válida la propuesta de entre medio y un año como

tiempo para resolver un duelo en este tipo de casos.

Otro factor analizado por los autores es el estigma que recae sobre el suicidio y

la forma en la cual esto produce dificultades en la elaboración del duelo debido a la

pérdida del sostén social. Sudak, Maxim & Carpenter (2008, citado en Young et. al.,

2012) señalan que puede resultarle difícil a las personas encontrar con quién hablar

sobre su pérdida debido a que la gente suele sentirse incómoda al tocar el tema del

suicidio. Asimismo, ciertas creencias religiosas pueden implicar otra barrera, puesto que

varias religiones están en contra del suicidio ya que para éstas la vida es un regalo de

Dios y sólo éste puede decidir cuándo ésta ha llegado a su fin. Es así que la persona

puede sentirse aislada al ser excluida de su comunidad religiosa, la cual no sólo no

opera como sostén social como debiera hacerlo para una correcta resolución del duelo;

sino que impone trabas, dificultades y vergüenza.

Los autores también señalan que el trauma en los sobrevivientes de suicidio es

un factor que vuelve proclive al sujeto a contraer Trastorno de Estrés Post-traumático

(TEPT/PTSD), puesto que la mayoría de los métodos de suicidio están relacionados con

un alto daño corporal. Es así que la persona que se topase con un ser querido colgando

de una soga o con la cabeza abierta debido a que se ha disparado se encontrará no sólo

con la necesidad de elaborar la pérdida sino con la lucha por quitar estas imágenes

horribles de su cabeza. La relación entre el TEPT y el duelo será analizada en breve.


41

Un último factor a tener en cuenta es la edad de la persona suicidada, la cual

resulta ser uno de los factores de mayor importancia a la hora de predecir la intensidad

del duelo. Es así que a menor edad, mayor sentimiento de culpa, vergüenza y shock. La

edad de la persona duelada también será analizada en breve.

2.3.1.1) Un posible abordaje del duelo en casos de suicidio. La mayoría de los

autores coinciden en que un tratamiento adecuado de estos casos debieran incluir:

(i) La atención inicial debiera estar enfocada en el distrés traumático; (ii)

los grupos de autoayuda pueden ser beneficiales [ya que, debido al

estigma del suicidio, las únicas personas que no se sienten incómodas al

hablar del tema resultan ser aquellas que lo han sufrido como pérdida];

(iii) un tratamiento conjunto de farmacoterapia y psicoterapia en aquellos

que ya están mostrando síntomas adversos de salud mental. (Young et.

al., 2012, p.183)

Los autores hacen especial hincapié en la utilidad de la conformación de grupos

con una etiología de muerte en común, ya que esto favorece la empatía, los vínculos

pueden constituirse como sanadores en sí mismos (no olvidemos la función protectora

del psiquismo de las β-endorfinas) y los mismos integrantes pueden recordarse que, a

pesar de lo dolorosa que es la pérdida, es necesario seguir prestándole atención a las

obligaciones de la vida real, ya sea lidiar con cuestiones legales, no perder otros

vínculos, etc. Asimismo, este tipo de grupos propicia que el sujeto pueda ayudar a otros

que han sufrido lo mismo, lo cual le dará la posibilidad de sentirse útil y, especularme,

se ayudará al ayudar a otros iguales a él.

2.3.2) La muerte de un hijo. Si bien toda pérdida y todo dolor acarreado por

la misma deben ser respetados, se hace sumamente comprensible que una de las muertes

más dolorosas y difíciles de procesar es la de un hijo. Esto no sólo se sedimenta en el


42

sentido común sino también en los planteos de distintos autores conocedores del tema

como Osterweis, Solomon & Green (1984) cuyas investigaciones muestran los estragos

que puede producir este tipo de pérdida en las UCCM de los padres.

Uno de los principales motivos por los cuales esto es así es debido a la necesidad

de dar sentido a la muerte, la cual fue mencionada anteriormente. En estos casos, la

muerte de un hijo y la supervivencia de sus padres van en contra de “las leyes naturales”

que equiparan a la muerte con la vejez. Es así que, por ejemplo, la muerte de un padre a

edad avanzada, si bien será dolorosa, podrá integrarse a partir de pensamientos y

filosofías de vida que vayan de la mano del pensamiento de que es así cómo opera el

ciclo de la vida: nacemos, nos reproducimos, envejecemos y morimos. Es por esto que

los autores plantean que “los padres usualmente consideran que es anti-natural que un

niño o adolescente muera y que ellos sobrevivan, lo cual parece ser un tipo especial de

“culpa del sobreviviente”” (Osterweis, Solomon & Green, 1984, p.81).

En estos casos, la muerte de un niño o joven atenta contra este pensamiento y

sume a los padres en un sentimiento de desconsuelo, impotencia e inevitable culpa. Esto

se debe a que los padres son los cuidadores y responsables por antonomasia de sus

hijos, lo cual facilitará el surgimiento de ideas culpógenas en relación a la pérdida. Esta

culpa puede verse disminuida si el padre en cuestión considera que hizo todo lo que

pudo para salvar a su retoño: es así que investigaciones de Mulhern et. al. (s.f. citado en

Osterweis, Solomon & Green, 1984) demostraron una significante diferencia en

aquellos padres que habían optado por internar a sus hijos en oposición a aquellos que

no. Es así que los autores sostienen que: “aquellos padres que habían optado por

internar a sus hijos en un hospital resultaban significativamente más ansiosos,

deprimidos, defensivos, retirados de la sociedad, incómodos y con mayores tendencias a


43

tener complicaciones somáticas e interpersonales, inseguridades y miedo irracionales”

(p.80).

Desde una mirada psicoanalítica, Lamorgia (2019) analiza la manera en la cual

lo imaginario y el ideal-de-hijo se relacionan con este tipo de pérdidas, puesto que los

padres que se encuentran atravesando este tipo de duelo se han de confrontar con lo que

él denomina “las huellas no pisadas”: los padres tendrán la tendencia a pensar “hoy

hubiera cumplido 18, ya se hubiese anotado en la universidad para estudiar medicina”.

Es así que, considerando la oposición potencia y acto aristotélica, un niño que muere

implica una enorme pérdida de potencial: podría haber hecho de su vida un millar de

posibilidades, y los padres han de confrontarse con la pérdida de miles de posibles hijos

ideales.

Por otro lado, desde otro paradigma pero llegando a los mismos resultados, los

psiquiatras (Gabriela Montanari, comunicación personal, 2016) sostienen que,

literalmente, el hipocampo de una madre se “achicharra” al perder un hijo. Es así que,

en “distintos idiomas” como pueden ser el discurso psicoanalítico y el

psiquiátrico/neurológico, todos los autores coinciden en que la muerte de un hijo es un

factor que puede complicar un duelo, planteando los autores que la elaboración de este

tipo de pérdidas requiere de, por lo menos, 4 años, produciéndose una mejoría en el

segundo año pero una recaída y empeoramiento de la condición general del padre en el

tercero.

2.3.3) Trastorno de Estrés Post-Traumático (TEPT) y muerte violenta.

Existen casos particulares en los que el TEPT y el proceso de duelo se superponen,

resultando en una complicación de este último análogamente a cómo una infección

puede complicar una cicatrización. Estos son los casos en los que la pérdida del objeto

no se produjo por razones naturales sino que ésta fue inesperada e hubo intervención de
44

la voluntad humana. Dentro de este tipo de pérdidas podemos nombrar el homicidio

(por ejemplo un robo que concluye en un asesinato), un accidente (automovilístico,

ferroviario, etc.) y suicidio. Este tipo de muertes confrontarán al sujeto con un trauma

adicional a la pérdida del objeto per se debido a la presencia de situaciones de vida o

muerte y atestiguar cadáveres horriblemente dañados. Asimismo, según señalan

Osterweis, Solomon & Green (1984), los casos en los que un conductor de auto

sobrevive a un choque pero ha sido culpable de la defunción de quienes iban con él

resulta en una complicación aún más grande puesto que a esto se le suma la culpa del

sobreviviente.

Ya hemos mencionado anteriormente la importancia de poder dar sentido a la

muerte y poder incluirla a la filosofía de vida individual como facilitador del duelo. En

estos casos en particular esto se vuelve especialmente difícil debido a la intervención

humana, a la falta de preparación y a la evitabilidad del suceso.

Es por estos motivos recién analizados que los estudios realizados sobre el tema

señalan la mayor prevalencia de alteraciones mentales como TEPT, Duelo Complicado

y depresión en aquellos que han experimentado una muerte violenta. Dyregrov et. al.

(2003 citado en Nakajima, 2012) reportó que la prevalencia de TEPT es del 51% en

estos casos y la de Duelo Complicado de un 78%.

Los autores ofrecen la siguiente explicación neurológica de por qué el TEPT

complica el proceso de duelo normal:

(…) La amígdala, la cual es responsable de procesar el miedo y la

ansiedad, presentaba respuestas exageradas a estímulos generales

negativos en los casos de TEPT. Asimismo, una menor activación del

córtex medial prefrontal (mPFC), córtex anterior cingulado (ACC) y

tálamo durante la activación del miedo. Se ha sugerido que los pacientes


45

con TEPT presentan una disfunción del ACC y mPFC, los cuales tienen

la función de suprimir la actividad excesiva de la amígdala. (…) Los

sujetos con duelo inicial agudo, (…) también indicaban que la intrusión

acompañada por una intensa tristeza elevaba la actividad de la amígdala

ventral. Esto implica que la amígdala es responsable no sólo de los

sentimientos de miedo sino también del distrés-de-separación. (…) El

ACC y el mPFC juegan un rol en la regulación de las emociones al usar

una estrategia cognitiva de reevaluación. Es así que se asume que la

activación del ACC derecho en el estadio inicial agudo del duelo

contribuye a la promoción de un proceso normal de duelo. Se considera

que una baja activación del ACC en este estadio en aquellas personas

con TEPT conlleva la disfunción de la regulación emocional, resultando

en una interferencia del proceso normal de duelo y el desarrollo de Duelo

Complicado. (…) Se considera que en el duelo con TEPT es más difícil

aceptar la pérdida porque no sólo tristeza sino también miedo se evoca al

recordar al difunto. (Nakajima et.al., 2012, p.212)

Es así que el miedo evocado al recordar al muerto y su lacerado cadáver, la

dificultad para darle un sentido a su muerte y así aceptarla, como lo inesperado de la

misma constituyen una combinación poderosa de factores que dará lugar a un duelo

especialmente difícil de atravesar de una manera sana.

Cabe preguntarse si en los casos de homicidio una manera en la cual el sujeto

puede defenderse ante la pérdida es una respuesta maníaca que implica el deseo de

venganza y retaliación.

2.3.3.1) Un abordaje posible del duelo en casos de muerte violenta. Asukai et.

al. (2011 citado en Nakajima et. al., 2012) modificó la terapia tradicional de Duelo
46

Complicado (la cual será reseñada más adelante) orientándose en este tipo de pérdidas

en particular.

Es así que esta terapia se orientará más en ejercicios de exposición a las

situaciones traumáticas. Los autores reportan que este tratamiento modificado es

efectivo tanto para tratar los síntomas de TEPT como los de Duelo Complicado.

Esto pareciera indicar que una vez tratado el factor que complica al duelo normal

(como en el caso de la infección), éste puede desarrollarse por las vías habituales y no

patológicas.

2.3.4) Mala salud y viudez. Una investigación dirigida por Utz, Caserta & Lund

(2012) tuvo como objetivo estudiar si el estado de salud que un adulto mayor poseía a la

hora de tener que lidiar con la pérdida de su pareja podía ser un indicador predictor de la

contracción o no de Duelo Complicado. Para responder esta pregunta utilizaron

distintos inventarios que les permitieron llegar a la conclusión de que esto efectivamente

era cierto.

En resumen, los resultados que obtuvieron fueron los siguientes:

“Aquellos con una mejor salud auto-reportada [cantidad de síntomas físicos que

el sujeto puede nombrar] como punto de partida tenían menos síntomas de duelo en

todos los momentos que aquellos con una salud más pobre” (Utz, Caserta, Lund, 2012,

p.466).

Es así que los autores sostienen que tener una mala salud física a la hora de tener

que vérselas con un duelo implica tener un peor punto de partida: una mayor cantidad

de síntomas de duelo con los que tener que lidiar en contraste con aquellos con una

mejor salud física, así como la presencia de síntomas depresivos y una mayor tendencia

a contraer Duelo Complicado.


47

Es así que el duelo se presenta como una situación crítica en la cual el sujeto ha

de emplear todos sus recursos, tanto físicos como psíquicos, para reordenar su mundo

ahora que la otra persona no está. En paralelo con este planteo, los autores señalan:

Una de las razones por las que la viudez representa un estresor de vida

tan potente es porque requiere que el esposo sobreviviente maneje tanto

la pérdida emocional asociada con la muerte de un ser querido así como

también el quebrantamiento del entorno conductual, social y económico

que una vez se compartió con la pareja. (Utz, Caserta & Lund, 2012,

p.461)

Es así que una mala salud del sujeto que tiene que reconstituir una vida,

generalmente solo y sin la persona con la cual decidió compartir gran parte de su

tiempo, se constituye como un factor que complica el desarrollo normal del duelo,

significándole todas las tareas cotidianas una inmensa dificultad.

Podemos tomar el caso estereotípico de un matrimonio “patriarcal”: un hombre

protector que ha dedicado toda su vida a trabajar, pagar los impuestos y otras tareas por

fuera de la casa y una mujer nutricia cuyas tareas a cumplir fueron el cuidado de los

hijos, el aseo de la casa y la cocina.

En el caso de que este hombre se quedase sin la mujer que ha cumplido todas

esas tareas, siendo verdaderamente un sustituto de su madre, éste tendría que vérselas

con la necesidad de realizar tareas que quizá nunca realizó en su vida: puede que jamás

haya tenido que limpiar la casa en su vida, lo cual también significará que no sabe cómo

hacerlo; pudiendo ocurrir igual en el caso de la comida. Como si esta necesidad de

incorporar funciones nuevas que nunca habían sido necesarias para su vida fuese poca

cosa, una mala salud podría significar una dificultad aún mayor para aprender
48

susodichas tareas: dolores crónicos de espalda harían de la obligatoriedad de tener que

limpiar la casa que ahora sólo es suya un verdadero suplicio.

Por el contrario, si fuese el marido el que fallece, la mujer se las vería con que

no existe un hombre protector que la mantenga económicamente; lo cual podría implicar

que ésta tenga que realizar una búsqueda laboral que quizá nunca fue necesaria para ella

o verse obligada a depender de la buena voluntad y devoción que sus hijos puedan tener

para con ella. Asimismo, puede que esta mujer jamás haya tenido que hacer cola en un

banco u otras instituciones similares, siendo todo este tipo de tareas algo nuevo y

desconocido para ella.

Es así que, a través de estos ejemplos y el sentido común, podemos corroborar lo

que los autores sostienen:

Alguien con una pobre salud física no será capaz de llevar a cabo las

tareas diarias que su esposo hacía (…); la inhabilidad para hacer este tipo

de tareas conduciría a grandes niveles de estrés que cíclicamente

afectarían tanto la salud física como el bienestar psicosocial luego de la

viudez. (Utz, Caserta & Lund, 2012, p.468)

De esta manera, la forma en la cual la salud física y el tener que atravesar una

recién acontecida viudez se relacionan, se nos revela nuevamente como una dinámica

bio-psico-social en la cual cada uno de estos factores tendrán influencia directa sobre las

otras, resultando una mejor/peor salud física inicial en una menor/mayor cantidad de

síntomas y malestar psíquico. Asimismo, en este caso en particular se ha podido

entrever cómo el sostén social con el cual el sujeto pueda contar (hijos, hermanos/as,

amigos, etc.) repercutirán positivamente en el desarrollo del duelo. Éste será un eje a

partir del cual orientaremos nuestro análisis del duelo como un fenómeno social en el

capítulo siguiente.
49

2.3.4.1) Un abordaje posible de la viudez. En este apartado se reverán las

propuestas que los autores estudiando este fenómeno complejo han enunciado.

Por un lado, recomiendan que el apoyo que se les brinde a estos sujetos no sólo

apunte a los aspectos emocionales sino también a la promoción de la salud y el auto-

cuidado.

Es así que llegan a la conclusión de que los hospitales no sólo deberían

enfocarse en el paciente moribundo, sino que también debieran poder encargarse de

dirigir cierta atención al esposo sobreviviente, ayudándolos a aprender a cuidar y

paulatinamente mejorar su propia salud física.

Esta propuesta es sumamente interesante y es, quizá, una deuda y

responsabilidad que tienen el Estado y los hospitales para con sus ciudadanos. Es así

que políticas orientadas a la protección de aquellas personas prontas a contraer un duelo

es una obligación de la comunidad toda. El sostén que pueda brindar la comunidad, así

como el entorno social del sujeto, serán nuestra guía de análisis en el siguiente capítulo.
50

Capítulo III

El duelo como un proceso bio-psico-social

En los capítulos anteriores se han explicado tanto los efectos somáticos como

psicológicos que acarrea en una UCCM la pérdida de un ser amado. Se ha analizado,

asimismo, los distintos factores psicológicos que permitirían el desarrollo de un correcto

y sano proceso de duelo, correspondiéndose éste con una reducción asintótica del dolor

en un período inferior a un año así como una recuperación del funcionamiento psíquico

previo a la pérdida. Por otro lado, también se han examinado aquellos factores que

propiciarían el desencadenamiento de una psicopatología reactiva, así como también la

“complicación” del duelo, siendo ésta entendida como un sostenimiento del dolor a lo

largo del tiempo de manera indefinida.

Sin embargo, este análisis estaría incompleto si no abarcase los aspectos

relacionados con el ambiente circundante al sujeto en cuestión, siendo este conjunto de

factores (sociales) uno de los que mayor importancia y peso tendrán en la posibilitación

de una resolución exitosa de susodicho proceso. Sólo al incluir y analizar esta variable

estaremos en nuestro derecho de decir que hemos realizado un estudio del duelo como

un proceso bio-psico-social, siendo el ambiente y los otros seres significativos que lo

habitan nuestro tercer eje de análisis.

Las series complementarias, concepto planteado por Freud y que orientó todo su

trabajo ha de poder constituirse como un modelo a través del cual analizar todos los

fenómenos de la vida psíquica. Es beneficioso recordar la definición que Laplanche &

Pontalís (1967/2013) brindan de éste: “Término utilizado por Freud para explicar la
51

etiología de las neurosis y superar la alternativa que obligaría a elegir entre factores

exógenos y endógenos: estos factores son, en realidad, complementarios (…)” (p.400).

Este conjunto de términos que se complementan en la producción de la patología

se subdividen en tres series complementarias:

La primera serie está constituida por tres elementos: dotación genética,

experiencias traumáticas y factores innatos. Estos elementos estructuran

la constitución individual de cada sujeto. La segunda serie

complementaria se constituye a partir de las primeras experiencias

infantiles, en especial las relaciones con las figuras parentales o sustitutas

significativas. La tercera y última serie, es el conflicto actual o motivo

desencadenante de la enfermedad. (Fischer y Grecco, s.f., p.1)

Si bien este es un modelo que permite explicar en gran parte una cuantiosa

variedad de fenómenos psíquicos como resultado de la interacción de variables tanto

internas como externas, peca de no considerar aquellas variables ubicadas en el hic et

nunc, las cuales entrarán en relación directa con el individuo que ha contraído la

patología o, en este caso, el duelo; produciéndose una interacción dinámica entre el

individuo, con todas sus particularidades biopsíquicas, con el sistema dentro del cual se

encuentra. Es así que las vicisitudes del sistema que lo aloja también contribuirán en la

sobredeterminación del progreso y desenlace del duelo.

Los planteos de Zukerfeld (1999 citado en Sivak, s.f.) en relación a la

vulnerabilidad son provechosos puesto que enriquecen y complementan el modelo de

las series complementarias al incorporar aquellos factores que pueden actuar tanto como

amortiguadores del dolor propio del duelo como un factor que propicie la complicación

y desenlace psicopatológico.
52

Para Zukerfeld la vulnerabilidad depende del inter-juego de: sucesos vitales de

valor traumático, la red vincular y la calidad de vida del sujeto. Los sucesos vitales de

valor traumático estarían en relación con lo contemplado como tercera serie

complementaria freudiana, es decir, el factor desencadenante. Es de gran importancia

considerar el grado de predictibilidad y controlabilidad del estímulo estresante por parte

del sujeto así como las variables del sujeto en el momento que este estresor se hace

presente, como es el caso de la salud física analizada en el capítulo anterior. Por otro

lado, la red vincular “incluye los recursos socioeconómicos y culturales que brinden

apoyo, sostén, seguridad y autoestima” (Sivak, s.f., p.7). Por último, la calidad de vida

del sujeto se relaciona con los hábitos y estilos de vida que incrementan la

vulnerabilidad (factores de riesgo) o la disminuyen (factores protectores y/o

amortiguadores).

Es así que la red vincular, entendida como la relación que tiene el sujeto con

otros sujetos así como con su cultura y cómo estas relaciones alteran el proceso de duelo

será el tema a desarrollar en este tercer capítulo.

3.1) El duelante y su red vincular: el sostén socio-cultural.

Como se ha sostenido anteriormente, el individuo que atraviesa un duelo no lo

hace jamás solo sino que siempre se encuentra inmerso en un sistema particular, el cual

se consolida como Mundo Externo y como instancia psíquica que interactuará de

manera dinámica con el resto de las instancias del aparato psíquico.

Supongamos un caso en el cual pudiésemos tener a dos personas exactamente

iguales: misma constitución hereditaria, las mismas experiencias infantiles e igual factor

desencadenante. El destino del duelo que éstos atravesarían sería totalmente distinto si

uno posee amigos, familiares y allegados que le permiten expresar sus emociones

mientras que el otro no. Es así que el ambiente con el cual el sujeto se relaciona no sólo
53

reaccionará a la misma pérdida que éste ha sufrido sino que también reaccionará a la

manera en la cual éste reacciona a la misma; es decir, una reacción de la reacción: podrá

sentir lástima por éste, lo cual se traducirá en una necesidad imperiosa de brindarle

cuidados y consuelo; rechazo al no querer hablar ni pensar nada relacionado con la

muerte tanto propia como de sus seres queridos, asqueado al considerar que semejante

muestra de dolor a partir de la pérdida es una muestra exagerada de debilidad y

sensibilidad o simplemente permanecer indiferente.

Por supuesto, sería erróneo pensar que el ambiente reacciona de una manera

homogénea, sino que cada uno de los engranajes de este sistema –cada persona dentro

de la red vincular- lo hace de una manera distinta. Es así que todo duelante se topará

tanto con relaciones que buscan minimizar y quitar importancia al dolor que éste siente

como otras que funcionarán como un verdadero factor protector a nivel psíquico. Es así

que, siguiendo los planteos de Zukerfeld (1999), la sociedad opera como factor

fundamental en la vulnerabilidad o capacidad de resiliencia del sujeto.

Así como es importante para nuestro análisis considerar la manera en la cual los

seres queridos que han sobrevivido a la pérdida reaccionan al nuevo estado emocional y

conductual del duelante, también debemos considerar la manera en la cual la cultura

puede tanto empeorar como mejorar la manera en la cual el sujeto se siente, se irá

sintiendo y sentirá.

Es así que Jason Glynos (2014) sostiene que “el proceso de duelo no debiera ser

entendido simplemente en términos de capacidades y responsabilidades individuales,

sino en términos más amplios que también reconozcan los inputs sociales y colectivos

como esenciales para resolver los procesos de duelo” (p. 142).


54

Consideramos que los planteos de este autor son coincidentes con nuestras

hipótesis y, sobre todo, remarcan la importancia de la contención que el sujeto puede

obtener de sus vínculos sociales así como de la sociedad toda.

El autor señala, en relación a la importancia de la indiferencia o compromiso que

muestra la sociedad y la cultura en relación a la pérdida, lo siguiente:

Una primera condición del duelo implica un evento o lugar que implica

para un individuo o colectividad un reconocimiento públicamente

compartido de la pérdida (…). También compromete un reconocimiento

social de que la persona es merecedora de nuestro respeto como ser

humano. (Glynos, 2014, p.144)

Es así que si la sociedad no brinda elementos a partir de los cuales el sujeto

pueda sentir que no es el único sufriendo la pérdida, ésta le estará en falta en cuanto

parte de la misma. El autor utiliza como ejemplo de una sociedad que abandona a su

suerte a sus miembros en momentos de duelo a Estados Unidos de dos maneras

diferentes:

Por un lado, toma como ejemplo la manera en la cual George W. Bush reaccionó

al atentado de las torres gemelas del 9/11, minando la posibilidad de resolver

adecuadamente el proceso de duelo de los individuos fallecidos en el mismo al

promover sentimientos de venganza y hostilidad con el objetivo de llevar a cabo la

movilización de tropas hacia Iraq. Es así que el hecho de que el presidente de esta

nación, en cuanto máximo exponente de su cultura, haya tomado este episodio como

algo que debía ser vengado y no como una tragedia per se, yendo en contra de un

reconocimiento a nivel colectivo de las pérdidas humanas, significó un abandono a nivel

social devastador, dejando a los duelantes a su suerte al perder la oportunidad de

brindarles su apoyo y el de todos sus compatriotas como vocero de todo un país.


55

El segundo caso que emplea es la comparación entre los cementerios

estadounidenses y europeos (ingleses y alemanes) construidos luego de la segunda

guerra mundial. Los cementerios europeos ofrecen condiciones que facilitan el proceso

de duelo: fechas de nacimiento, inscripciones personales en las lápidas hechas por

familiares (por ejemplo “amado esposo y padre”), rango militar, etc. Éstos incluso

permiten el surgimiento de identificaciones que trascienden los límites nacionalistas,

teniendo los ingleses lápidas de soldados extranjeros fallecidos en Inglaterra,

principalmente alemanes. Por otro lado, los cementerios de Alemania alientan a los

visitantes a conocer la historia personal de los soldados alemanes, lo cual permite que el

sujeto fallecido no quede alienado a la posición de eslabón de un ejército sino que sea

reconocido como un ser humano digno de respeto.

Por el contrario, los cementerios estadounidenses no cuentan con estas

características, lo cual da cuenta de otra manera en la cual la sociedad influye

negativamente sobre aquellos que se encuentran sufriendo el duelo e intentando

sobrellevar la pérdida. En palabras del autor “estas prácticas bloquean el duelo ya sea

porque no promueven un reconocimiento públicamente compartido de la pérdida o

porque no proporcionan un contexto apropiado dentro del cual procesarla” (Glynos,

2014, p.154).

Es de esta manera y a través de estos ejemplos que podemos vislumbrar la

importancia del sostén social con el cual puede contar el sujeto. Anteriormente

habíamos señalado la importancia de los grupos terapéuticos en casos de suicidios,

puesto que éstos cuentan con dos herramientas terapéuticas de enorme importancia para

las personas atravesando un duelo: la posibilidad de entablar nuevas relaciones sociales,

la cual ha de ser una máxima de todos los sujetos duelantes, como será señalado en el

próximo capítulo, y la oportunidad para expresar en voz alta sus sentimientos en


56

relación a la pérdida, lo cual, siguiendo los planteos de Lewis & Lewis (1972 citado en

Utz, Caserta & Lund, 2012) es acorde a los nuevos modelos en psicosomática, los

cuales “asumen que poner en palabras el propio dolor, en oposición con internalizarlo o

guardárselo, es bueno para la salud física [y, por supuesto, también psíquica]” (p.468).

Por otro lado, el Estado tiene como deber y obligación proteger la salud mental

de sus ciudadanos. Es así que intervenciones políticas como puede ser el acto presidido

por el actual presidente por la muerte de los tripulantes del submarino del ARA San

Juan son idóneas para una correcta resolución del duelo. La posibilidad de que un

político se constituya como vocero de toda una nación y pueda dar su pésame por toda

ésta es algo cuya importancia jamás debieran olvidar aquellos que llegan al poder,

pudiendo éstos ejercer una función protectora de la sociedad toda.

3.2) Los ritos fúnebres y la Todesanschauung

El objetivo de este apartado no es poner en tela de juicio las creencias religiosas,

sino sostener que es un factor que promueve la salud tener sólidas convicciones en

relación a la muerte, las causas de la misma (no en un sentido etiológico sino

teleológico) y qué ocurre después de la muerte (en la gran mayoría de las religiones, la

continuación de la vida o una nueva vida en un paraíso). Denominaremos a estas

posturas “Todesanschauung”, que surge a partir del término “Weltanschauung”

queriendo expresar éste una verdad absoluta en relación al universo (Welt), y que en

español se traduce imperfectamente como “cosmovisión”. Mutatis mutandis, este

término buscaría englobar todas las convicciones e hipótesis que tiene el sujeto en

relación a la muerte.

A lo largo de toda la historia, en todas las culturas de todo el globo, se han

establecido costumbres que tienen el objetivo de marcar un pasaje entre la vida y la

muerte, a la manera de un rito de pasaje como podría ser un Bar Mitzvah. No ha de


57

sorprendernos que estos ritos fúnebres hayan estado desde siempre cargados por

cuestiones religiosas, las cuales están en estrecha relación con cada cultura en particular,

como pueden ser la momificación en el Antiguo Egipto, el dar sepultura al cadáver

según las religiones judeo-cristianas o sencillamente trozar el cadáver y dárselo a los

buitres como ocurre en el Tíbet, siguiendo su creencia de que una vez acontecida la

muerte el cuerpo se convierte en un recipiente vacío, puesto que el alma habrá realizado

la transmigración.

Sin embargo, los ritos fúnebres no sólo han de ser tomados como una tradición

religiosa en la cual el muerto puede hacer un pasaje entre la vida y la muerte sino que

también deben ser vistos como una posibilidad para sus seres queridos para marcar un

antes y un después y, más específicamente, pasar de una vida compartida con el difunto

a una nueva vida sin éste. Es así que se vuelve comprensible que estos ritos, por más

variados que sean en todas las civilizaciones, tienen la función común de asentar el

principio de realidad mediante el cual se llega a la comprensión de que el objeto no está

más, con el propósito de mitigar fantasías de supervivencia.

Ahora bien, en este escrito se ha mencionado el concepto de réquiem para referir

a un estado en el cual el sujeto enfoca toda su energía en rememorar al muerto, siendo

su penoso estado y él mismo un monumento ante la pérdida como si de una lápida

viviente se tratase. El sujeto duelante, así como la estructura misma del inconsciente,

van en contra de los planteos de Parménides de que “lo que es es y lo que no es no es”.

El sujeto que ha perdido a alguien se comporta como si éste aún estuviese vivo de

alguna otra manera, sin significar esto que no es consciente de su muerte. Es de esta

manera que todo proceso de duelo produce una escisión transitoria del psiquismo

mediante la cual dos mociones opuestas pueden coexistir sin entrar en conflicto, es

decir, la supervivencia del objeto y su inexistencia. Como analizamos en el capítulo 2, si


58

esta escisión transitoria se cronifica, estaríamos frente a una psicosis alucinatoria de

deseo mediante la cual el sujeto puede mantener vivo a aquél que perdió.

Cabe preguntarse si estos fenómenos de bipartición son facilitados por

Todesanschauung relacionadas con la existencia de un afterlife más allá de la vida

terrenal, las cuales para el creyente brindan el consuelo inmediato de que no se trata de

un “hasta nunca” sino de un “hasta luego”. Independientemente de si uno posee

creencias religiosas o no, es innegable el planteo de Panksepp (1998/2005) según el cual

“la única vida después de la muerte [o al menos una innegable] es la que permite que

vivamos en los recuerdos de nuestros seres queridos” (p.261). Cabe destacar que el

objetivo de este trabajo no es elucubrar sobre la existencia o no de una vida después de

la muerte, si bien el psicoanálisis tiene un sólido basamento ateo principalmente por la

manera en la cual Freud hacía referencia a estos temas, llegando a definir a la religión

como un “delirio de masa”.

Las creencias religiosas distan de ser un obstáculo para la tramitación adecuada

del duelo. Más bien todo lo contrario: distintas investigaciones (Mash, Fullerton, Shear

& Ursano, 2014; Shear, Ghesquiere & Glickman, 2013) revelan que, estadísticamente,

las personas que poseen sólidas creencias religiosas afrontan de mejor manera las

pérdidas, reportando más casos de Duelo Complicado y depresión aquellos sin

preferencias religiosas; lo cual se condice con los planteos del médico argentino Daniel

López Rosetti, quien sostiene que la fe es tanto y quizá más útil que los medicamentos.

Es de suponerse que esto se deba a la esperanza de eventualmente volver a

reunirse con el ser amado perdido, lo cual haría más soportable la pulsión-de-reunión

que no puede satisfacerse de manera inmediata; aunque también ha de ser de gran

importancia el rol que cumplen las religiones en cuanto facilitadoras de respuestas ante

las preguntas que todos los seres humanos se hacen (cómo surgió la vida, quiénes
59

somos, a dónde vamos, etc.). Es de esta manera que también permiten darle sentido a

por qué las personas mueren, lo cual es un factor salutogénico según hemos venido

sosteniendo.

Es común oír a personas creyentes (judeo-cristianas) decir frases como “por algo

Dios habrá tomado la decisión de llevárselo ahora” o “era su momento de irse”. Es

sabido que Freud tenía una postura ateísta acérrima, motivo por el cual él sentenció

respecto a estas cuestiones:

Creo que no hay ningún derecho al escándalo; cuando se considera al

azar indigno de decidir sobre nuestro destino (…). Naturalmente, nos

afrenta que un Dios justo y una Providencia bondadosa no nos protejan

mejor (…) en el período más indefenso de nuestra vida. Así, de buena

gana olvidamos que en verdad todo es en nuestra vida azar, (…) azar que

como tal tiene su parte en la legalidad y necesidad de la naturaleza, sólo

que no posee vínculo alguno con nuestros deseos e ilusiones. (Freud,

1910/2012, p.127)

De esta manera, se nos revela en el pensamiento de Freud que nada ocurre de

acuerdo a la voluntad de un Dios. Sin embargo, ésa es su filosofía de vida; lo cual

significa que la religión brinda respuestas aquellos que sí creen (su Todesanschauung),

y las da de tal manera que éstas dan cuenta de una intencionalidad detrás de la muerte

de aquella persona, lo cual, en cierta manera, le da un sentido mayor tanto a la vida

como a la muerte, puesto que la decisión sobre el final de la vida de una persona es

tomada por Dios, el cual está identificado como juez y cuyos designios son divinos e

incuestionables, poseedor de una sabiduría infinita. De tomarse una Todesanschauung

ateísta, la persona bien podría no haber muerto en ese momento, lo cual repercute en
60

tomar la pérdida como algo lamentable y evitable, aumentándose así la vivencia de

injusticia de la muerte.

Volviendo al tema de los ritos fúnebres, estos se constituyen como una última

posibilidad de rememorar al difunto. Lo que la singulariza es que esta rememoración se

hace de una manera compartida con otros, siendo ésta una oportunidad para que todas

aquellas personas que tuvieron una estrecha relación con el difunto puedan compartir

anécdotas o historias que le incluyen, presentificando aquello –o a aquél- que está

ausente. Es así que ésta es la oportunidad de rendir un verdadero réquiem compartido

por la persona difunta. Asimismo, es una oportunidad de rendir respeto a la vida que ha

sido vivido; así como para poder brindar apoyo y palabras de aliento a los familiares

más abatidos por la pérdida.

Es así que resultan interesantes los planteos de Helen Fisher (2004) en relación a

la utilidad que pudiera tener la manifestación externa de la tristeza mediante el llanto:

ésta sería una señal sincera y creíble ante los demás de que algo anda terriblemente mal

y que éstos necesitan encontrar apoyo social en momentos de intensa necesidad. Es así

que un funeral es la ocasión perfecta para que aquellos más desestabilizados por la

pérdida puedan hacerlo evidente, movilizando al entorno social a brindar el apoyo

necesario.

3.3) El duelo y la tecnología: ¿Amigos o enemigos?

En la introducción de este escrito se ha sostenido que el modelo a partir del cual

se realizaría el abordaje del duelo es el de un hombre bio-psico-socio-tecnológico. Es

importante realizar el análisis incluyendo este factor puesto que la tecnología es un

distingo propio de la especie humana tan trascendental que ha en cierta manera detenido

su evolución en el sentido darwiniano: los cambios, adaptaciones y “progresos” ya no se

producen a nivel morfológico, es decir, con el desarrollo paulatino de partes del cuerpo
61

como pueden ser agallas o alas, sino que es la tecnología humana la que se va

perfeccionando y complejizando, aumentando su repertorio de posibilidades.

Es innegable la manera en la que las nuevas invenciones tecnológicas modifican

la vida humana: cómo la sexualidad humana cambió a partir del surgimiento de páginas

como Tinder, cómo la comunicación y el apego se modificaron a partir del surgimiento

de redes sociales como WhatsApp y Facebook o cómo la expectativa de vida se vio

acrecentada gracias a los últimos descubrimientos en medicina.

Ahora bien, ¿De qué manera esto podría vincularse con nuestros planteos bio-

psico-sociales sobre el duelo? ¿Cómo se entrecruzan la tecnología y este fenómeno de la

vida anímica?

Por un lado podemos vincular lo planteado sobre el réquiem con las redes

sociales, las cuales han llegado a su máximo esplendor tan sólo en esta última década,

las cuales le brindan la posibilidad a los seres humanos de poder dedicarle estados,

reflexiones, catarsis, frases, canciones, fotos y demás al difunto. Todas estas

expresiones emocionales vía tecnología pueden ser entendidas como un verdadero

“réquiem virtual”.

Es así que resulta sumamente interesante un experimento que realizó Panksepp

(1998/2005): estudiando los efectos del distrés-de-separación en pollitos e intentando

buscar métodos para apaciguar los síntomas que surgían a partir de éste, descubrió casi

a la manera de una serendipia que aquellos que entraban en contacto con espejos veían

disminuido su dolor y sus vocalizaciones-de-distrés. El porqué de esto es evidente:

creían que estaban en presencia de otro, lo cual les brindaba cierto tipo de confort que

reducía tanto su malestar psíquico como su soledad. De la misma manera, lo mismo

acontecía con aquellos que eran expuestos a la música, lo cual da cuenta de esta

costumbre tan frecuente en los seres humanos: uno se siente “acompañado” –por más
62

que sepa que esto no es verdaderamente así- al ser escucha de lo que el cantante tiene

para decir a través de su canto.

Es así que, siguiendo la definición de virtual (“que sólo existe de manera

aparente y no es real”) las redes sociales y la tecnología permiten tener verdaderamente

una conversación con otro que ha dejado de ser real pero que se ha convertido en

virtual, pudiéndose de esta manera superar el planteo parmenídeo de “lo que es es y lo

que no es no es”.

Coincidentemente con esto, podemos observar cómo la importancia de la

reunión, del apego y del consuelo no radica en la existencia real de otro sino más bien

en una percepción o vivencia de estar acompañado; en definitiva, no se trata de estar

verdaderamente acompañado sino de creerse/sentirse menos solo.

De esta manera, las redes sociales, se constituyen como un vehículo mediante el

cual el sujeto puede relacionarse virtualmente con el difunto.

Asimismo, también es fructífero recordar la utilidad del llanto: atraer a otros

para que brinden consuelo, función que se sostiene a lo largo de toda la vida. Es así que

este réquiem virtual también puede ser considerado como un “llanto virtual” pues

comparten su objetivo, el cual generalmente no está expreso en las intenciones

voluntarias del sujeto mas responde a esta necesidad de recibir consuelo. De esta

manera, likes, reacciones y mensajes de afecto se consolidan como consuelos virtuales

que, paradójicamente, no son virtuales puesto que verdaderamente cumplen su función

psíquica. Es así que, retomando nuestros planteos de los ritos fúnebres y de que las

últimas generaciones tienen una mayor tendencia a no asistir a los funerales, podemos

suponer que ha ocurrido una virtualización de estos ritos: ya no se asiste al lado del

ataúd del difunto para silenciosamente establecer una conversación virtual con el mismo

sino que se hace desde la comodidad de la casa con celular en mano; los discursos se
63

vieron reemplazados por estados de Facebook e Instagram y por collages de fotos con el

difunto mientras éste vivía.

Ahora bien, esto no debe ser entendido como un mensaje nostálgico sobre los

ritos fúnebres y las costumbres mortuarias ya que verdaderamente éstas siempre han

estado impregnadas por la tecnología: estos estados en las redes sociales no son más que

un equivalente de los obituarios que aparecían y siguen apareciendo en los periódicos.

En definitiva, la tecnología y los duelos no son ni amigos ni enemigos, sino que, a la

manera de Heráclito, panta rei, siendo este cambio guiado por la velocidad en la que las

nuevas tecnologías van surgiendo. Asimismo, de la misma manera que ocurre con las

Todesanschauung, lo importante no es el modo en el cual se pueda alcanzar el consuelo

sino el poder alcanzarlo.

Por último, los avances de la tecnología dan lugar a preguntarnos cómo las

nuevas invenciones modificarán la manera en la cual los sujetos realizan un duelo. Un

ejemplo sobre esto es la serie Black Mirror (Brooker, 2013), la cual presenta un futuro

distópico en todos sus capítulos. De esta manera, en dos capítulos diferentes, se nos

imponen las siguientes preguntas que, si bien ahora son material de ciencia ficción,

podrían no serlo en el futuro. ¿De qué manera se produciría un duelo si pudiésemos

crear una copia exacta del difunto, a través de inteligencia artificial? ¿Cómo se verían

modificadas tanto las Todesanschauung como los duelos si la humanidad pudiese crear

“un cielo en la tierra” a partir de mudar su conciencia a un soporte virtual: una

verdadera realidad virtual, habiendo alcanzado el ser humano así la inmortalidad? Sólo

el tiempo podrá responder estas preguntas y otras de este tipo.


64

Capítulo IV

El rol del psicólogo en casos de duelo

En los capítulos anteriores se ha realizado un análisis sistemático del duelo, con

el objeto de poder aumentar el caudal de conocimiento referido a este tema,

apuntándose siempre a un abordaje complejo de la problemática. Es así que se ha

descripto los procesos somáticos que permiten la existencia de este fenómeno en cuanto

proceso psíquico, se ha establecido la diferencia entre duelo normal y duelo patológico

basándose tanto en literatura psicoanalítica como psiquiátrica en un intento de integrar

discursos a la manera de un neuropsicoanálisis y se ha hecho especial hincapié en la

importancia del Mundo Externo y del ambiente como factor decisivo en la elaboración

sana o enfermiza de un duelo.

Sin embargo, este análisis no estaría del todo completo si no se incluyese un

apartado en el cual se especifique qué es lo que puede hacer el psicólogo, en tanto

profesional de la salud mental, para ayudar a las personas en esta situación. Como se ha

especificado anteriormente, lo que torna patológico al duelo no es el dolor en sí, ya que

éste es un principio inevitable de toda pérdida considerando el funcionamiento del

aparato psíquico. Teniendo esto en cuenta, nuestra función no puede centrarse en

intentar erradicar este dolor, puesto que, como todo dolor, éste tiene una función. De

esta manera, tentativas de suprimirlo súbitamente a través de psicofármacos como si de

una extirpación química se tratase serían erróneas.

Esto no sólo es algo que creen los psicoanalistas y los psicólogos, sino que

también los psiquiatras mismos lo sostienen. Es así que distintos autores de índole

psiquiátrica (Laurence & Weikart, 1984; Shear, Ghesquiere & Glickman, 2013; Utz,
65

Caserta & Lund, 2012) sostienen que el abordaje que debe hacerse jamás debe ser

únicamente psicofarmacológico sino que debe constar además de un apoyo

psicoterapéutico; siendo el tratamiento químico una herramienta a la cual recurrir

únicamente en aquellos casos que sean extremadamente necesarios. De modo contrario,

lo único que se lograría sería una sedación del sujeto que obraría en manera conjunta

con el imperativo social actual de no sufrir y no dar muestras de debilidad.

Es así que estos autores sostienen lo siguiente:

Si bien la medicación puede mitigar el dolor y ayudar al paciente a

conciliar el sueño, su valor es cuestionable si se trata de su capacidad

para facilitar el proceso terapéutico de duelo y el retorno último del

paciente a su nivel máximo de funcionamiento. (Laurence & Weikart,

1984, p.670)

El área de trabajo del psicólogo en la cual éste puede toparse con sujetos

atravesando un duelo es el ámbito clínico; motivo por el cual los planteos de este

capítulo estarán vinculados con todas aquellas intervenciones y acciones que éste puede

y debe realizar para ayudar a aquellos atravesando este mal momento. Estas

herramientas que el profesional de la salud mental pueda incorporar a su repertorio

serán de gran utilidad puesto que este fenómeno psíquico es algo común a todos los

seres humanos y básicamente inevitable en la vida de cada uno de los sujetos. Esto

significa que eventualmente cada uno de sus pacientes se aparecerá con estos síntomas

reactivos a la pérdida de un ser amado. Es así que, siguiendo los planteos de Lamorgia

(2019), “la clínica es el duelo”. De esta manera, se nos impone como imperativa la

necesidad de brindar herramientas al profesional de la salud mental sobre el abordaje de

este fenómeno.

4.1) Promoción de la salud, la técnica REFINO e intervenciones sobre el duelo


66

Como hemos planteado anteriormente, nuestra intervención no puede basarse en

el intento de erradicar químicamente el dolor, sino que ha de ser algo que nos permita

bordearlo e integrarlo al procesamiento normal del sujeto. Es así que, siguiendo los

planteos de Freud (1890/2013) en “Tratamiento psíquico (tratamiento del alma)” las

herramientas con las que cuenta un psicoanalista, así como básicamente todos los

psicoterapeutas, son la palabra y la escucha, siendo el eje de todo tratamiento el discurso

del sujeto y las interpretaciones y construcciones sobre el mismo, teniendo la palabra un

efecto directo sobre el alma.

Siguiendo la definición de pulsión, según la cual el cuerpo y el alma están

anudados, se hace comprensible que toda intervención sobre el alma producirá también

efectos sobre el soma. Mutatis mutandis, a través del lenguaje podemos modificar de

cierta manera el funcionamiento del Panic System y del sistema opioide sin necesidad

de tener que recurrir a psicofármacos. Ahora bien, ¿Cómo deben estar orientadas

nuestras intervenciones para producir un efecto benéfico en el paciente que está

atravesando un duelo?

Para responder a este interrogante recurriremos principalmente a los planteos de

Laurence & Weikart (1984) y Fernández-Alcántara, Pérez-Marfil, Catena-Martínez y

Cruz-Quintana (2017).

Primero que nada, es menester aclarar que los procesos de duelo son algo normal

y que un tratamiento forzado de los mismos no sólo no produciría resultados sino que

sería contraproducente. Es por este motivo que los autores señalan que “existen datos

que señalan que, en los procesos de duelo normal, la terapia especializada no

proporciona casi ningún beneficio, pudiendo incluso interferir en la elaboración del

duelo si esta ayuda no es demandada por la propia persona” (Fernández-Alcántara et.

al., 2017). Es por este motivo que el psicoterapeuta no debe caer en el furor curandis al
67

observar los síntomas y manifestaciones dolorosas del sujeto atravesando el duelo, sino

que ha de ser consciente de que ésta es una respuesta normal ante la pérdida.

Sin embargo, esto no significa que no pueda hacer nada por su paciente. Es así

que los primeros autores citados diferencian entre una intervención “simple” para los

procesos de duelo normal, los cuales estarían relacionados con sujetos que poseen

recursos para adaptarse al cambio; mientras que una intervención más extensiva es

requerida en aquellos casos que no poseen susodichos recursos y están encontrando

severos problemas para lidiar con la pérdida y el nuevo tipo de vida que se les impone.

En el primero de los casos, las intervenciones que el psicólogo puede realizar

tienen un carácter más o menos universal, es decir, son aplicables para todos los duelos,

sean estos sanos o patológicos. Dicho de otra manera, esta intervención está más

relacionada con la promoción de la salud y la prevención de otras enfermedades o

malestares que pudiesen complicar o dificultar el duelo. Es así que Laurence & Weikart

(1984) sostienen lo siguiente:

Se le puede aconsejar al paciente comer una dieta balanceada [recuérdese

que la pérdida del apetito es algo característico del duelo], descansar

adecuadamente [la dificultad para conciliar el sueño es otro síntoma

característico], socializar con personas fuera de la casa [no olvidemos el

rol de las β-endorfinas como protectoras del psiquismo], posponer

cualquier decisión importante que no sea imperiosa, cuidarse de drogas y

alcohol [debido a que, como señalamos en relación a los opioides, éstos

pueden desencadenar una adicción al haberse perdido con el difunto una

manera de obtener placer y satisfacer adecuadamente el principio de

constancia], tener cuidado al manejar o trabajar con maquinaria y


68

movilizar recursos personales (aquellos usados con frecuencia así como

también aquellos que han sido útiles en el pasado). (p.673)

Asimismo, los autores también recomiendan que, en una época caracterizada por

el estoicismo, los pacientes que se encuentran vulnerables y sensibles al atravesar este

proceso necesitan que se les asegure que están bien y que sus sentimientos (tristeza,

enojo, culpa, soledad, etc.) son normales y esperables. Sostienen también que es

apropiado alentar a algunos pacientes a que lloren, puesto que, como hemos visto

anteriormente, la ausencia de dolor inicial puede ser un indicador de que algo está

siendo reprimido, lo cual obraría contraproducentemente en el psiquismo, produciendo

síntomas de todo tipo. Por último, es necesario brindar un espacio de confianza en el

cual el sujeto pueda rememorar aquello que ha vivido en compañía del ser amado

perdido que ya no está. Es así que remarcamos con especial énfasis la importancia de

que el sujeto pueda exteriorizar todo lo que piensa y siente, puesto que el no hacerlo

estaría relacionado con la contracción de síntomas así como de un mayor malestar

psíquico.

La “intervención más extensiva” estaría relacionada con “alentar al sujeto a

relatar todo lo vinculado con el muerto que se le venga a la cabeza, expresar sus

emociones y darle la oportunidad de rememorar eventos y su situación actual”

(Laurence & Weikart, 1984, p.672).

Por otro lado, es de vital importancia todas las intervenciones que puedan

realizarse a nivel preventivo y vinculados con la promoción de la salud, como se señaló

anteriormente en relación a que los hospitales debieran poder prestar cierta atención

también a los familiares de los pacientes crónicos y moribundos. La manera más idónea

para realizar estas intervenciones a nivel preventivo sería educar en la muerte y el duelo
69

a los sujetos que no están atravesando un duelo ahora mismo. En definitiva, a toda la

población.

En cuanto a la atención tras la pérdida, podemos diferenciar distintos niveles de

intervención: acompañamiento, asesoramiento psicológico y terapia en duelo.

Los autores señalan que “el acompañamiento se refiere a la ayuda no profesional

proporcionada (…). Puede ser proporcionado por cualquier persona que haya recibido

formación específica al respecto” (Fernández-Alcántara et. al., 2017, p.9).

Por otro lado, el asesoramiento estaría relacionado con la facilitación del trabajo-

de-duelo en todos los casos que el duelo sea reciente y no sea un caso de Duelo

Complicado. Es en este lugar donde el asesoramiento que pueda realizar un

psicoanalista puede enmarcarse, al propiciar las condiciones para que el sujeto

manifieste sus emociones y pensamientos.

Por otro lado, García y Landa (2015 citado en Fernández-Alcántara et. al., 2017)

utilizan el acrónimo REFINO para hacer referencia a los puntos centrales en torno a los

cuales debiera girar todo asesoramiento psicológico: “R, establecer una buena relación

con el paciente; E, escucha activa; F, facilitar la expresión emocional; I, informar de lo

que se conoce científicamente del proceso de duelo; N, normalizar las manifestaciones

del duelo y; O, orientar” (Ferández-Alcántara et. al., 2017, p.9). Como puede

observarse, poco difiere lo recién enunciado de la intervención de un psicoanalista, mas

suma más que resta tener este acrónimo en mente toda vez que se esté tratando a un

sujeto atravesando un duelo.

Asimismo, dentro de las estrategias específicas los autores incluyen la

preparación para fechas claves como pueden ser aniversarios, cumpleaños o

aniversarios de la muerte del sujeto, escribir acerca de la pérdida y de la persona

perdida, entre otras.


70

Por último, se revisarán dos propuestas de intervención específicas de Duelo

Complicado: el tratamiento de Duelo complicado de Shear y la terapia cognitivo-

conductual del duelo propuesta por Boelen, van den Hour & van den Bout.

El primer tratamiento está enmarcado dentro de la teoría del apego de Bowlby.

Los autores señalan lo siguiente sobre este tratamiento, haciendo énfasis en la eficacia

del mismo:

El tratamiento, de carácter estructurado, tuvo una duración de 16

sesiones semanales, donde se abordaron un total de siete componentes

diferentes: compartir información sobre la pérdida, promover la auto-

observación y auto-regulación, re-construir una conexión con el

fallecido, trabajar las metas futuras y las actividades agradables, revisar

la historia del fallecido, revisar cómo es el mundo tras la pérdida y

promover una nueva relación simbólica con la persona fallecida a través

del recuerdo. (Fernández-Alcántara et. al., 2017, p.10)

Como podemos observar, los puntos centrales de este tratamiento son el

establecimiento de una nueva relación con el difunto, así como propiciar que el paciente

pueda enfocarse en su propia vida y pueda salir paulatinamente del estado de réquiem,

al trabajar las metas futuras y las actividades agradables.

Por último, lo que plantea la perspectiva cognitivo-conductual es lo siguiente:

Se propone intervenir en los factores que mantienen el proceso de Duelo

Complicado a través de tres objetivos básicos: procesar adecuadamente

la experiencia e integrar la pérdida en la autobiografía existente,

identificar y cambiar las creencias e interpretaciones problemáticas del

proceso, y reemplazar las estrategias ansioso-depresivas de evitación, por

otras más adaptativas. (Fernández-Alcántara et. al., 2017, p.10)


71

También puede implementarse la Terapia de Duelo Complicado (CGT) de

Wetherell (2012), la cual no ha podido ser desarrollada en todo su esplendor.

Habiendo recuperado las distintas maneras en las cuales el psicólogo puede

intervenir sobre los procesos tanto normales como patológicos de duelo, esperamos

haber podido brindar mayores herramientas para todas las personas interesadas en

trabajar este fenómeno psíquico tan particular y universal.


72

Conclusión:

El duelo se nos presenta como la intersección entre el amor (Eros) y la muerte

(Thánatos). Es así que si no obrasen ambos dos en manera conjunta, el duelo no podría

existir como fenómeno psíquico en cuanto tal.

De esta manera, el sujeto que ha perdido a alguien significativo mediante la

muerte se verá tironeado por dos fuerzas iguales en intensidad pero en dirección

contraria: por un lado, el amor que siente por aquél que ha perecido lo atraerá en cierta

forma hacia su mismo destino, es decir, la muerte. No ha de sorprendernos la similitud

que existe entre una persona sufriendo una pérdida con un muerto: su abulia y desinterés

por el mundo lo colocarán más cerca de la muerte y de lo inmóvil que al resto de los

seres humanos. Por otro lado, también estará tironeado por la vida y por el amor que

otros significativos, así como actividades (en definitiva, el amor por otros y por el

trabajo), pueden ejercer sobre él, anclándolo a la vida y planteándole la difícil tarea de

tener que elegir entre seguir el mismo destino de aquél exánime o, por el contrario,

sobrevivir y continuar con su vida.

De esta manera, el trabajo-de-duelo, así como las intervenciones del

psicoterapeuta, no pueden ser otros que el constituir una nueva vida sin aquel que se

hubo amado. Paralelamente a nuestros planteos, los budistas sostienen que el duelo es

producto de considerar a la persona fallecida necesaria en nuestra vida. Es así que, a

través de la comprensión tanto cognitiva como emocional de que puede existir una vida

propia más allá del amor que se tuvo por la persona perdida, puede resolverse de manera

efectiva y saludable el duelo. En definitiva, entender que el otro es dispensable.

Por otro lado, el duelo se nos presenta como una pulsión-de-reunión imposible

de ser satisfecha: no existe objeto mediante el cual pueda satisfacerse o, mejor dicho

aún, el objeto que podría satisfacer la pulsión no existe más. Es así que el dolor y los
73

síntomas propios del duelo son evidencia de cómo el psiquismo lidia con lo imposible

de ser resuelto. No ha de sorprendernos que éste sea un trabajo lento, duradero y

doloroso puesto que se le plantea al aparato psíquico la necesidad de reestructurarse de

manera permanente, teniendo éste que encontrar una nueva unidad y una nueva

identidad que ya no puede incluir a aquél que tan importante fue. Se hace comprensible

que este proceso pueda sumir a algunos en la locura, así como en la más profunda

depresión; evidencia de que este reacomodamiento se constituye como una tarea de

extrema dificultad.

Asimismo, el hecho de que vivamos en una sociedad que busca mediante todos

los medios olvidar que existen las pérdidas y la muerte es la condición perfecta para que

los sujetos se sientan solos y abandonados cuando se ven forzados a tener que lidiar con

éstas. Es así que la manera en la cual aquellos que no están atravesando el duelo y el

duelante se relacionan se asemeja a la forma en la cual Dorian Gray y su retrato se

vinculaban: el mero hecho de que el sano mire la condición en la cual se encuentra el

dolido le hará recordar que vive en un mundo donde nada es permanente y todos somos

mortales, matando simbólicamente no sólo a sus seres queridos sino incluso a sí mismo.

Ahora bien, si bien a lo largo de todo el trabajo se ha intentado analizar el duelo

como un proceso universal, general y común a todos los hombres y mujeres, la reflexión

final más acertada sería decir que ningún duelo será igual a otro: no todos los duelos

podrán enmarcarse dentro de la franja cronológica normal estipulada -entre medio año y

un año-; sino que esto dependerá de la concatenación de variables biológicas,

psicológicas y sociales que se articulan e inter-relacionan a la manera de una sobre-

determinación, dando por resultado a manera de una sumatoria un correcto o enfermizo

desenlace del duelo.


74

Por otro lado, es imperioso plantear la necesidad de abordar estos fenómenos de

una manera compleja bio-psico-socio-tecnológica, lo cual es planteado por autores

como Panksepp y Solms con sus propuestas de un “neuropsicoanálisis”, el cual no es

una insurrección sino que responde al pedido freudiano enunciado en relación a la

biología: a medida que esta ciencia avance, será necesario incorporar sus conocimientos

a los marcos teóricos psicoanalíticos y reacomodar y reordenar los mismos en base a

éstos. Es de esta manera que el abordaje de los distintos fenómenos psíquicos pueden y

deben incorporar los planteos de todas las ciencias que puedan hacer su aporte,

buscando la articulación de los mismos y no cayendo en un hermetismo psicologista;

viéndose de esta manera todas las ciencias enriquecidas no sólo en su caudal de

conocimiento sino también a partir de poder sentirse confiados de que han abarcado su

fenómeno de estudio, verdaderamente, en su totalidad.


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