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Tema 3: Desarrollo y capital

social
El desarrollo económico como paradigma asociado al crecimiento de la
economía, aun siendo objeto de críticas por corrientes alternativas a la
propuesta que surge en el seno de la economía de capital, por más de medio
siglo desde su formulación, es a comienzos del siglo XXI un paradigma que se
remoza, con puntos de giro que destacan la búsqueda de un nuevo equilibrio
entre el mercado con el interés público, así como la promoción y concepción de
políticas públicas, orientadas a favorecer objetivos de interés común (Ocampo;
s.f).

De hecho la idea de Sen sobre la libertad de elegir, pareciera traducirse en


oportunidades de la sociedad civil para participar, una forma de contribuir a
superar las crisis institucionales, que terminaron por aquejar tanto a los que se
consideraban estados desarrollados como a los que seguían en cola de
espera, la vía del desarrollo.

En ese contexto es urgente una concepción integral de desarrollo, con la cual


trabajar de la mano la política económica y la social, desde las que el
conocimiento y el empoderamiento ocupen un lugar relevante en el
fortalecimiento de la autonomía y la participación local, objetivo básico
orientado a crear sociedad, como señala para el caso latinoamericano, la
conferencia del profesor Jesús Ocampo (op cit, 28).

Cabe mencionar la labor que los organismos internacionales, las agencias


intergubernamentales y sus programas, adelantan al respecto con orientación
de los estados con alto nivel de decisión en la política internacional. Uno de los
programas del Sistema de Naciones Unidas, el Programa de Naciones Unidas
para el Desarrollo, PNUD, es el abanderado en la materia. Precisamente por su
intermedio se dio a conocer, la declaración que en 2000 firmaran los jefes de
estado en la cumbre de las Naciones Unidas, un pacto que se constituyó en la
principal agenda global del desarrollo y que establece ocho objetivos de
desarrollo del milenio:

1. Erradicar la pobreza extrema y el hambre


2. Lograr la enseñanza primaria universal
3. Promover la igualdad de género y la autonomía de la mujer
4. Reducir la mortalidad infantil
5. Mejorar la salud materna
6. Combatir el sida, el paludismo y otras enfermedades
7. Garantizar la sostenibilidad del medio ambiente
8. Fomentar una asociación mundial para el desarrollo
Estos objetivos fueron considerados las metas para 2015 más específicas y
concretas con las cuales reducir la pobreza, la enfermedad, el analfabetismo, la
degradación del medio ambiente y la discriminación de la mujer (PNUD, 2000).
Algunas de las dimensiones o rostros de la crisis contribuyeron a que estallara
en 2008, significa que a ocho años de trazadas las metas, cuando su
cumplimiento en tiempo estaba por encima del cincuenta por ciento del
proyectado, no fue un tiempo suficiente como para contrarrestar las
apremiantes condiciones de vulnerabilidad de los millones de personas para las
cuales estos objetivos representaban su vida o su muerte.

Pero en relación con el empoderamiento de la sociedad civil, por esos primeros


años del milenio recordemos una experiencia puntual: los episodios sociales
desatados por la crisis económica e institucional de la Argentina al finalizar el
2001 y con ella la singular protesta que se conoció como “los cacerolazos”, una
expresión de inconformismo popular que incidió directamente en las renuncias
de los mandatarios de aquel periodo en ese país. Ante las medidas que adoptó
el gobierno para restringir la circulación del dinero, conocidas como “el
corralito”, entró en circulación las más espontáneas muestras de acción
colectiva de las personas movida por la incertidumbre que les produjo la crisis;
emociones y sentimientos que con el transcurrir, se convirtieron en prácticas de
solidaridad para la subsistencia, los trueques de servicios y bienes, la
asistencia social, los comedores comunitarios.

Al margen de haber sido expresiones espontáneas de solidaridad, como


reacciones o respuestas tuvieron las personas ante la crisis, se ven como
experiencias enriquecedoras para para que los organismos internacionales
como el Banco Interamericano de desarrollo, los Programas de las naciones
Unidas para el desarrollo, el Banco Mundial y la misma Comisión Económica
para América Latina, CEPAL, trabajen en el diseño de estrategias para
promover y fortalecer los encadenamientos sociales, elementos conceptuales
de la noción de capital social.

El concepto de capital social que ha incursionado con fuerza en las ciencias


sociales en las últimas décadas del pasado siglo XX, alude al valor de la
cooperación y las relaciones de reciprocidad que se dan entre las personas, a
partir de la confianza y la ayuda mutua como formas de actuar en función de
atender o resolver necesidades económicas, sociales o afectivas que pueden
ser comunes a un grupo social o a individuos pertenecientes a él (Fukuyama,
s.f).

Se considera que es un recurso que poseen todos los grupos humanos,


aunque la preocupación en sociedades tan segmentadas como las
latinoamericanas, es que la distribución sea inequitativa y en consecuencia,
solo reproduzca la desigualdad (op cit, 28), dado que persista la capacidad de
propiciarse y aprovechar las oportunidades más en algunos grupos sociales
que en otros.
Gráfico 4. Capital social.
Fuente: Elaboración propia.

Desde esta perspectiva, en la que el capital social resulta determinante, el


papel de la institucionalidad del estado es fundamental, por lo que se hizo
pertinente dar un mayor protagonismo a la interacción directa entre estado y
sociedad y replantear con ajustes el que ocupaban las agencias y
organizaciones no gubernamentales, para garantizar la inclusión de sectores
sociales en desventaja con relación a otros que tradicionalmente han sido más
favorecidos, cuidándose de no caer en medidas asistenciales que desconozcan
la relaciones de cooperación, capacidad de trabajo en equipo y de
empoderamiento de las personas.

La atención que se le preste a la educación como determinante estructural a


partir del cual se reproduce la pobreza y la desigualdad generación tras
generación, es de orden prioritario al considerarla como vía obligada para el
crecimiento equitativo, el desarrollo democrático, la consolidación de la
ciudadanía y el desarrollo personal. Ante la segmentación que la educación
misma presenta y puede generar, sería preciso tener una visión ampliada sobre
el conocimiento como fuente de innovación social, aprovechando tanto los
conocimientos que las personas han adquirido y son capaces de expresar en
términos formales, como de aquellos que están más anclados a sus
experiencias y en consecuencia son más difíciles de transmitir o socializar.

Sin embargo, hacer del capital social una política de lucha contra la pobreza,
como objetivo del desarrollo, enfrenta el reto precisamente de los sistemas de
valores propios que caracterizan a los colectivos, los cuales pueden estar
determinados por identidad a un territorio, una etnia, nivel de estudios, los lazos
familiares, una causa en común etc. Estos determinan el grado de cohesión y
cooperación que tienen los miembros, pero precisamente estos mismos
aspectos pueden hacer que los círculos de cooperación sean muy cerrados y
tengan poca disposición a cooperar con otros o a cambiar fácilmente formas de
hacer o proceder respecto al interés que los une. Intentar una política para
crear capital social, partiendo de la idea que la norma o el imperio de la ley,
puede contribuir en minimizar los niveles de desconfianza que fractura las
relaciones entre los miembros de un grupo y a garantizar equilibrio en los
resultados que los grupos sociales pueden obtener por la circulación de su
capital social, no es tampoco una tarea fácil.
La desconfianza como debilidad para crear, acrecentar y sostener el capital
social, como señala Fukuyama (Fukuyama, s.f) no solo es entre los individuos
que conforman el grupo, después de las políticas neoliberales con las que se
defendió la idea de una sociedad articulada en torno al mercado y éste fue el
rector de las relaciones sociales, culturales y políticas, es en el estado además
en quienes los ciudadanos organizados o no, no confían, y no precisamente
porque su deslegitimización tenga que ver con la incapacidad de tomar
decisiones económicas dolorosas, sino precisamente porque el imperio de la
ley condiciona, pero no cohesiona.

La lista de argumentos y características que justifican la importancia del capital


social como política de estado favorable al desarrollo, no por lo anteriormente
señalado se agotan. Los costos y beneficios de los bienes públicos se
distribuyen más homogéneamente en un país en el que el capital social no se
concentre, por el contrario, se hacen más costosos y el beneficio se dispersa
cuando existe desigualdad (Robison, & Otros; s.f). La inversión deficitaria del
estado en bienes públicos hace que éstos tiendan a ser sustituidos por
privados en sectores sociales privilegiados.

En nuestro país por ejemplo, el estado presta por medio de los regímenes
contributivo y subsidiado, los servicios de salud, con lo cual se ha procurado
ampliar la cobertura a la población. Una gran deficiencia sin embargo sigue
siendo la ausencia de políticas de salud preventiva, con la cual habría mayor
productividad, se evitarían colapsos en las redes hospitalarias de urgencias, los
usuarios tendrían que recurrir menos a las tutelas y a los derechos de petición
para demandar o reclamar el derecho a la salud y se necesitarían menos
servidores públicos atendiendo toda la tramitología de los reclamos. Porque tan
solo un segmento de esa población inconforme, cuyo capital social se
diferencia del de la mayoría, podrá sustituir el servicio público, por la oferta
privada de servicios de medicina pre pagada, u otras alternativas.

Llama la atención el asunto de los bienes socioemocionales que las personas o


los grupos transan o se transfieren cuando poseen capital social y que se
producen solo mediante actos de cooperación, con los se expresan aprobación
y se propician condiciones favorables en los intercambios, tratos preferenciales,
reducción de costos, o incluso canje de bienes materiales. En ausencia de
capital social las relaciones son hostiles y los bienes socioemocionales, tienden
a obtenerse a través de prácticas de exclusión, actos competitivos y conductas
ostentosas.

Para concluir, la afirmación acerca de que cada crisis trae aparejada consigo
oportunidades, se presenta fortalecida en el contexto actual, en el que después
de un largo periodo de concesiones a la economía inspirada en los valores del
capital, la atención parece dirigirse a las posibilidades que cuentan en sus
referentes con el componente de asociatividad y solidaridad, en formas de
organización humana de las más amplias acepciones y manifestaciones,
reivindicadoras de la dignidad humana.
La pregunta por el desarrollo sigue vigente ¿ofrecerá “otra economía”, de la
que tendrás oportunidad de conocer en unidades posteriores, alternativas
diferente a las planteadas, por el individualismo y la competencia para generar
riqueza? ¿Podrá esa “otra economía” fortalecerse y responder a las
necesidades de un mundo en crisis?

Resumen 1
El desarrollo como parte de la política económica de los estados sigue teniendo pertinencia, la
crisis que se atribuyen a su búsqueda en décadas pasadas, sugieren su resignificación y con ella
el acompañamiento de otras medidas que rescatan importancia del tejido social.

Resumen 2
Las relaciones sociales de cooperación entre individuos y comunidades, al tiempo que
contrastan con la importancia que se le había dado a la competencia y el individualismo en otros
tiempos, se constituyen en fundamento de un nuevo enfoque sobre el desarrollo.

Resumen 3
El capital social aporta interesantes planteamientos sobre el papel de las comunidades y el
protagonismo que corresponde al Estado retomar, sin embargo las inconveniencias que
históricamente han generado la inequidad, demandan de éste un replanteamiento no solo de su
política económica sino de acciones concretas sobre problemas de distribución de las rentas.

Resumen 4
Solidaridad y economía es una interesante conjunción que podría tenerse en cuenta para
redireccionar los fines que como sociedad moderna buscamos, en la que se niega al avance pero
se reconozcan los déficits sociales y económicos producidos por una economía de capital.

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