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El cerebro y el sexo

Si hay un tema que se pueda calificar de «campo minado»,


ese es sin duda el de las diferencias sexuales en el cerebro entre hombres y
mujeres. Los lápices se afilan y los prejuicios afloran, pero en un alarde de
valentía —o de inconsciencia suicida— vamos a ver si podemos contar algo
interesante sin dejar muchos pelos en la gatera.

Es evidente que el exterior de nuestros cuerpos es diferente —¡gracias, gracias!—


y aunque es menos evidente, el interior del cuerpo también lo es. Uno de los
órganos con una clara heterogeneidad sexual, con diferencias entre hombres y
mujeres, es el cerebro, aunque al final del artículo matizaremos esto. Es la
explicación más sencilla de que nuestros comportamientos, resultado de la
actividad cerebral, sean diferentes. Las testículos fetales producen hormonas
sexuales que modifican el cerebro y lo

masculinizan.  Por eso algunas áreas


cerebrales son distintas desde la infancia y las funciones mentales diferentes
modifican, junto con el resto del cuerpo, nuestra actuación diaria. Eso hace que,
por ejemplo y en general, los hombres tengamos más agresividad o más interés
por la pornografía que las mujeres, por poner dos ejemplos vergonzantes.

Hay tres factores biológicos clave para entender las diferencias sexuales
cerebrales: las hormonas sexuales, los cromosomas sexuales y el sistema
inmunitario. El desarrollo cerebral es influido por aspectos genéticos, tales
como el número de repeticiones CAG en el gen receptor de andrógenos —que
van a marcar la sensibilidad del receptor— o la expresión de genes ligada al
sexo. Por su parte, también hay claros aspectos ambientales como el peso al
nacer, los efectos de la nutrición prenatal, el estrés, las infecciones maternas y
los cuidados postnatales tempranos que afectan al desarrollo cerebral a través
de mecanismos epigenéticos.
La exposición temprana a esteroides
sexuales es un factor organizador clave que influye en la expresión posterior de
las diferencias sexuales en el sistema nervioso. Las hormonas esteroideas
influyen en diversos procesos celulares incluida la expresión génica y son, por
tanto, candidatos ideales para ejercer efectos epigenéticos sobre el cerebro en
desarrollo. Con respecto a los cromosomas sexuales, tanto el X como el Y
contienen numerosos genes que se expresan de manera diferente en el cerebro
de hombres y mujeres. Se calcula que unos 6.500 genes, en torno a un tercio del
total, tienen una expresión diferente dependiendo del sexo en al menos un
tejido. Usando animales transgénicos se ha conseguido disociar el efecto de los
cromosomas sexuales del de las hormonas sexuales pero parece claro que ambos
actúan para dar el fenotipo de un cerebro diverso sexualmente.

Los estudios han encontrado diferencias ligadas al sexo en el volumen cerebral


de niños, adolescentes y adultos. Las diferencias globales, por ejemplo la
distinta proporción sustancia gris:sustancia blanca en hombres y en mujeres,
van acompañadas de diferencias específicas en cada lóbulo encefálico. Un
estudio del grupo de Michael Lombardo y Simon Baron-Cohen de la
Universidad de Cambridge ha visto que los niveles de testosterona fetal predicen
las diferencias volumétricas que se observan en distintas regiones cerebrales de
niños y niñas. Zonas como la corteza orbitofrontal lateral posterior tienen más
sustancia gris en niños que en niñas, en concordancia con los niveles de

testosterona fetal.  Otras regiones


como la unión temporoparietal derecha-surco temporal superior posterior, el
plano temporal/opérculo parietal son más grandes en niñas que en niños y hay
una relación inversa con la testosterona fetal. Finalmente, otras regiones de la
amígdala y el hipotálamo son sexualmente dimórficas, mayores en niños que en
niñas) pero el volumen no es predicho por la testosterona fetal. Todos estos
datos indican que la testosterona fetal es un factor organizador del cerebro en
desarrollo y un determinante de la variabilidad cerebral ligada al sexo.

En el ámbito de la neuroeducación el sexo del cerebro es también importante


porque algunos de los trastornos de más interés en la actualidad en el mundo
escolar, como los trastornos del espectro del autismo (TEA), el trastorno de
déficit de atención con hiperactividad (TDAH), los trastornos de la conducta, el
síndrome de Tourette, la alteración específica del lenguaje y otros más son más
frecuentes en niños que en niñas, mientras que hay otro grupo en el que están la
depresión, el trastorno de ansiedad y la anorexia nerviosa, que son más

frecuentes en niñas que en niños.  En


el caso de los TEA y el TDAH el número de niños diagnosticados es entre el
triple y el cuádruple que el de niñas. Si entendemos en qué son diferentes los
cerebros de niños y niñas podemos entender las razones de esa prevalencia tan
distinta.

Otro aspecto importante es la temporalidad del desarrollo. Hay cada vez más
evidencias de que los cerebros de los niños y los de las niñas maduran a
velocidades diferentes. No es extraño, también es así con los cuerpos y las chicas
son más altas, de media, que los chicos al comienzo de la adolescencia y luego
ellos las pasan al final de la adolescencia. Los cerebros, tanto el conjunto de la
sustancia gris, como específicamente los lóbulos frontal, parietal y temporal,
maduran entre uno y tres años antes en las niñas que en los niños. Otra prueba
de esa variación en la temporalidad del neurodesarrollo es que distintos
trastornos aparecen a distintas edades en niños y en niñas. El autismo tiene un
sesgo masculino desde la infancia, la esquizofrenia es más frecuente y más
temprana en varones mientras que la depresión y los trastornos de ansiedad al
llegar la adolescencia son más del doble en ellas que en ellos. Y sin embargo,
nuestras cohortes escolares son niños nacidos en el mismo año. Parece que sería
más lógico adaptarnos a su realidad, establecer grupos de maduración similar
aunque tuvieran distinto año de nacimiento que obligarlos a entrar en nuestros
esquemas de talla única. En otros países, como Estados Unidos, no es extraño
que un adolescente de quince o incluso de trece años inicie la universidad si
cumple los requisitos, si pasa las pruebas de acceso que son las mismas para
todos. Aquí es imposible.

Curiosamente las regiones cerebrales que muestran diferencias sexuales más


marcadas también presentan diferencias estructurales entre individuos con un
desarrollo normal y varias condiciones neuropsiquiátricas, incluyendo los TEA,
el TDAH, la depresión y la esquizofrenia. Entre ellas están áreas del sistema
límbico como la amígdala, el hipocampo y la ínsula. Una hipótesis sugerente es
que estas áreas sean más plásticas y eso las haga más frágiles, que su propia
predisposición a sufrir cambios como resultado, por ejemplo, de los factores
hormonales haga que tengan un mayor riesgo de que algo cuaje mal y el

resultado sea uno de esos trastornos.

Un estudio reciente ha llegado a la conclusión de que no existe eso que se dice


de un cerebro masculino o un cerebro femenino. Daphna Joel y sus colegas de la
Universidad de Tel Aviv partían de lo que siempre hemos pensado: cuando el
feto desarrolla los testículos, estos secretan testosterona que masculiniza el
cerebro. Eso llevaría a dos opciones: con testosterona o sin ella, masculino o
femenino. El grupo de investigación miró los escáneres cerebrales de 1400
personas entre 13 y 85 años y analizaron los tamaños de las principales regiones
cerebrales y a las conexiones entre ellas. En total identificaron 29 regiones
cerebrales que mostraban diferente tamaño en personas que se
autoidentificaban como hombres o como mujeres. Entre ellas, por poner un par
de ejemplos, estaba el hipocampo, implicado en memoria, y el giro frontal
inferior, que se considera participa en la aversión al riesgo. Sin embargo,
cuando miraron al escán de cada persona, encontraron que muy pocas de ellas
tenían todas las áreas como les corresponderían según su sexo. Entre el 0 y el 8
% de las personas tenían un cerebro “todo masculino o todo femenino” mientras
que la inmensa mayoría eran una mezcla, un mosaico, con zonas similares a las
que son más comunes en hombres y otras similares a las más comunes en
mujeres. En otras palabras, cuando se cogen muchos individuos, se miden sus
cerebros y se hace la media, surgen diferencias entre el grupo de los niños y las
niñas o de los hombres y las mujeres, pero cuando se coge a una persona
concreta, su cerebro tiene normalmente una mezcla de áreas «masculinas» y
otras «femeninas» independientemente de cuál sea su sexo.

Esto tiene bastantes implicaciones: una, que no hay dos tipos de cerebros, no
deberíamos hablar de dimorfismos sino de polimorfismo; la segunda, es que
apoya la idea de que el género no es binario y que las clasificaciones de género
para muchos aspectos son un sinsentido arriesgado, y tres, que la inmensa
mayoría somos parte de un continuo que va desde un extremo masculino a un
extremo femenino y tenemos eso que decimos en broma de «mi lado femenino»
o «mi lado masculino».  Es
interesante hipotetizar que nuestra diversidad de comportamientos debe ser un
reflejo de esa diversidad estructural y preguntarnos si las mujeres agresivas o
los hombres a los que no les gusta la pornografía tendrán la región cerebral
correspondiente más parecida al género que muestra ese comportamiento como
media que al que le corresponde por su sexo. Hay ya evidencias en ese sentido:
Markus Hausmann ha estudiado la idea de que los hombres tenemos mejor
orientación espacial que las mujeres pero resulta que la mayoría de las pruebas
realizadas, muy pocas respondían al criterio sexo y había test espaciales donde
las mujeres conseguían mejores resultados que los hombres. Otro resultado
interesante es que a pesar de todos los estereotipos, las niñas no son peores que
los niños en los temas de ciencias y matemáticas. El grupo de Joel realizó un
análisis similar de tendencias personales, actitudes, intereses y
comportamientos de más de 5.500 individuos y encontró que la consistencia
interna —comportamientos siempre masculinos en una persona que es XY— era
rara, un 1,2 %. En otras palabras incluso considerando comportamientos de
géneros altamente estereotípicos, solo unos pocos individuos estaban en el
extremo masculino o en el extremo femenino y la mayoría de las personas
incluían rasgos característicos teóricamente del otro sexo. Si lo pensamos es así
en la realidad y quizá por eso no hay solo dos tipos de personas, sino miles de
combinaciones diferentes. En general un neurocientífico con un cerebro sin
cuerpo ni datos puede acertar con bastante probabilidad si corresponde a un
hombre o una mujer pero lo que no va a poder es determinar qué perfil va a
tener, para qué cosas es bueno ese cerebro, sabiendo el sexo de su propietario.

Para leer más:

 Hamzelou J (2015) Scans prove there’s no such thing as a ‘male’ or


‘female’ brain. New Scientist 30 de
noviembre https://www.newscientist.com/article/dn28582-scans-prove-
theres-no-such-thing-as-a-male-or-female-brain/
 Joel D, Berman Z, Tavor I, Wexler N, Gaber O, Stein Y, Shefi N, Pool J,
Urchs S, Margulies DS, Liem F, Hänggi J, Jäncke L, Assaf Y (2015) Sex beyond
the genitalia: The human brain mosaic. Proc Natl Acad Sci U S A 112(50):
15468-15473.
 Lombardo MV, Ashwin E, Auyeung B, Chakrabarti B, Taylor K, Hackett
G, Bullmore ET, Baron-Cohen S (2012) Fetal testosterone influences sexually
dimorphic gray matter in the human brain. J Neurosci 32(2): 674-680.
 O’Brien JW, Dowell LR, Mostofsky SH, Denckla MB, Mahone EM (2010)
Neuropsychological Profile of Executive Function in Girls with Attention-
Deficit/Hyperactivity Disorder. Arch Clin Neuropsychol 25(7): 656–670.

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