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El poeta Andrés Morales nos dice que el tópico del que trata Altazor, es la caída como un

viaje, más no como un recorrido, ya que el recorrido implicaría un destino conocido al que
se quiere llegar, sin embargo en Altazor, Huidobro se lanza al vacío, en su afán de caer
hasta las profundidades del lenguaje y crear algo nuevo.

Por su parte, Ana Pizarro considera esta caída como “un enfrentamiento al abismo”, que en
el contexto histórico de Huidobro, es una respuesta “del hombre frente a la nueva forma de
entender el mundo, la historia, la realidad, el espacio y el tiempo”, es decir, que habría que
entender a la vanguardia en un contexto de cambio de época.

Siguiendo esta misma línea, Volodia Teitelboin, biógrafo de Vicente Huidobro, considera
que el “Viaje en paracaídas” resulta ser una verdadera novedad para la época, ya que el
libro se escribe y se publica justo en la edad de oro de la aviación, para las personas de
aquel entonces la avioneta representa el más grande invento y el cumplimiento de un añejo
sueño del ser humano, su deseo de volar. Huidobro es capaz de llevar al lector hasta esa
altura, para desde ahí dejarlo caer en un paracaídas, hasta las fronteras del lenguaje.

También, Teitelboin, nos recuerda que Altazor es un poema de largo aliento y de “parto
largo”, ya que Huidobro tarda aproximadamente 12 años en terminarlo. Aunque comienza a
escribirlo en francés, pronto se dará cuenta, según menciona Andrés Morales, que no
causará el mismo efecto revolucionario que si lo escribiera en castellano. Así, como en su
Non serviam, Huidobro se rebela contra la Madre Naturaleza, en Altazor, el poeta se rebela
contra su lengua materna, “destruye el idioma castellano, lo descompone en sílabas, hasta
hacerlo ininteligible” (Volodia Teilboin). La finalidad será reconstruirlo todo, crear otro
mundo, abrir las fronteras del lenguaje, dejar de lado el pragmatismo de la lengua, separar
al significado de su significante, darle plasticidad al idioma.

Así, en el Canto VII, Altazor llega hasta el campo inexplorado, allí donde la lengua pierde
todo sentido, y por ello, algunos críticos, como el dramaturgo Juan Radrigán, consideran
que la obra “es pura palabrería hueca, con poca profundidad”, sin embargo, allí donde el
idioma pierde significado, se abre el verdadero sentido de la poesía, y “en un juego de
sonidos” se unen por fin, la poesía y la música.

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