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Chapter Title: LO FEMENINO EN UN RECORRIDO PSICOANALÍTICO

Chapter Author(s): Marie-Claire Delgueil

Book Title: Trabajo, poder y sexualidad


Book Editor(s): Orlandina de Oliveira
Published by: El Colegio de Mexico

Stable URL: http://www.jstor.com/stable/j.ctv26d9qb.23

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Trabajo, poder y sexualidad

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LO FEMENINO EN UN RECORRIDO
PSICOANALÍTICO

MARIB-CLAJRE DELGUEll...

Cuando en el taller se planteó la idea de culminar nuestra actividad con


la producción de un texto, pensé que a lo largo de los tres años de fun-
cionamiento nuestro, en más de una ocasión se suscitaron discusiones
alrededor de la teoría psicoanalítica. Era natural que en un ámbito de in-
tereses más sociológicos o antropológicos apareciera un cierto desconoci-
miento del psicoanálisis con el cual las ciencias sociales han mantenido
en muchas ocasiones un diálogo difícil.
Es a partir de los interrogantes planteados alrededor de la concep-
ción de lo femenino que quise colaborar con un trabajo, más bien de di-
vulgación, de una ciencia que muy a menudo se presenta como codificada
y hermética. No escribí un ensayo académico, sólo quise esbozar la tra-
yectoria, frente a lo femenino, de una teoría que no ha sido monolítica,
que ha tenido momentos de gran creatividad y apertura, y otros en )os
cuales el pensamiento se ha petrificado y dogmatizado. No pretendo pre-
sentar un trabajo exhaustivo sobre este tema; por lo pronto, el capítulo
no está cerrado y las polémicas siguen candentes.
Este texto es un cierto recorrido de la teoría psicoanalítica en relación
a lo femenino y a algunas de las polémicas surgidas en Europa hasta la
década de los setenta. Por un lado, una cierta visión de la mujer, integra-
da al discurso masculino, desde Freud y hasta Lacan, que piensa la sexua-
lidad femenina como subordinada y construida en un primer momento
sobre el modelo masculino, muy marcada por la envidia del pene y la su-
premacía del falo, organizador del discurso inconsciente. Por otra parte,
ciertas "disidencias'', generalmente voces femeninas, que reivindican
otra visión de la mujer.
La disidencia implica siempre un costo, un aislamiento que puéde lle-
gar a la expulsión de la comunidad a la cual se pertenece. El mismo Freud
,. Psicoanalista. Diplomada en psicología en la Universidad de Chile. Candidata al
doctorado en psicología en París. Afiliada al Primer Grupo de la Asociaci6n Psicoanalítica
de Francia.

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no escap6 a esta segregaci6n y el movimiento psicoanalítico pas6 por mo-


mentos difíciles que son evocados en la correspondencia de Freud. La ex-
pulsi6n de J. Lacan de la Asociaci6n Psicoanalítica Internacional (API)
también muestra el costo de un pensamiento original, que a veces se pue-
de transformar en dogma. A su vez, quienes fueron innovadores, subver-
sivos e incluso revolucionarios en sus planteamientos pueden soportar di-
fícilmente que el pensamiento de ciertos discípulos se vuelva original. De
alguna manera tildar de disidentes a quienes se atrevieron a oponerse a
Freud es resaltar la valentía de quienes osan establecer una diferencia.
Frente a aquellos cuya reflexi6n pudiera divergir del "pensamiento ofi-
cial", quizás dogmático, Freud tenía una actitud muy ambigua: por un
lado alentaba a sus discípulos a tener concepciones más personales, pero
en ciertas oportunidades se refería a sus dificultades para " ... entrar en
el pensamiento de los otros... " agregando "si cada vez que tienen una
idea nueva esperan el momento de mi aprobaci6n por mientras, proba-
blemente ya estarán muy viejos".
Me pareci6 necesario establecer un nexo entre el desarrollo de la
teoría psicoanalítica, el momento hist6rico y el contexto sociocultural en
el cual surge. Suele pensarse al movimiento psicoanalítico aislado de los
eventos hist6ricos y vincularlo a ellos no es una línea de investigaci6n
que haya sido trabajada. Pero el psicoanálisis, al igual que todas las cien-
cias, ha sido atravesado por la ideología y la Historia y, curiosamente,
los momentos de más fuertes críticas a las teorías sobre la femineidad co-
rresponden a momentos de auge de las luchas feministas.
Enfatizo aquí cuatro momentos de la teoría alrededor de lo femeni-
no que me parecen significativos. En un primer momento, Freud y su
visi6n del desarrollo de la sexualidad en la niña a partir del supuesto que
el único 6rgano sexual reconocido por los niños de ambos sexos es el 6r-
gano masculino. Frente al problema de la femineidad, Freud, hombre de
su tiempo, no fue realmente un innovador, s6lo tuvo la valentía de reco-
nocer su desconcierto y su ignorancia al final de su vida.
Alrededor de los años treinta se levantan las voces (entre otras) de
Melanie Klein y Ernest Janes expresando discrepancias y estableciendo
que no se puede constituir toda la psicología femenina desde la envidia
del pene.
Pasan los años, después de la segunda guerra mundial Lacan, en Fran-
cia, vuelve a preocuparse de la cuesti6n femenina desde la perspectiva del
discurso y de la preeminencia del falo. En lo que podemos llamar un
cuarto momento, después de 1968, nuevas voces se rebelan y cuestionan
el pensamiento lacaniano.
La doctrina psicoanalítica está, desde sus comienzos, marcada por la
sexualidad, pulsi6n básica para Freud, la cual impregna nuestra vida des-
de sus albores. Nuestra identidad, marcada de algún modo por las vicisi-
tudes de la pulsi6n sexual, lo es de manera diferente si se es mujer u hom-

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LO FEMENINO EN UN RECORRIDO PSICOANALÍTICO 319

bre... y por qué negarlo, si quien escribe es hombre o mujer.


Hacer un trabajo sobre las diferentes corrientes en la teoría psicoana-
lítica implica soslayar una serie de escollos: extraer lo esencial de las dife-
rentes posiciones sin deformar el pensamiento de los autores, buscar las
líneas de divergencia y también de convergencia. En síntesis, tratar de
respetar los diferentes planteamientos -¡no es fácil!- así como poder
mostrar, sin encono, cómo una cierta visión de lo femenino se integra
a un dogma: verdad innegable que tiene que ver con el discurso masculi-
no que seguimos encontrando. Y no debe ser casual: hasta en los diccio-
narios en donde "lo femenino", "propio de la mujer", tiene que ver con
"el encanto" o peor aún "lo débil, endeble'', 1 y "lo masculino, propio
del hombre", tiene que ver "con el valor" o "la energía'',2 términos
marcados por una connotación activa: el valor; probablemente más pasi-
va: el encanto; y francamente peyorativa: "lo débil, endeble".
Una aportación del taller a este trabajo fue para mí poder pensar las
teorías psicoanalíticas en referencia a un contexto sociocultural menos
ajeno a la gestación del pensamiento de lo que, generalmente, se suele re-
conocer.
Fue también importante poder establecer ciertos nexos, entre los di-
ferentes momentos de desarrollo de los conceptos psicoanalíticos alrede-
dor de lo femenino y los diferentes momentos y avatares de las luchas
feministas. No debe ser casual que en los momentos más intensos de las
reivindicaciones feministas aparezcan más voces para escrutar y cuestio-
nar los planteamientos del psicoanálisis más marcados por el discurso
masculino.

Lo femenino

¿Por qué hablar de "lo femenino" y no de la sexualidad femenina? De


algún modo hablar de "lo femenino" permite reinsertar el problema de
la sexualidad femenina en una dimensión que tendría que ver con lo mítico.
Los hombres, desde siempre, han construido mitos para explicar el
origen de las cosas y la creación del mundo. También los mitos son
el terreno sobre el cual se edifican las primeras especulaciones infantiles
para contestar las preguntas fundamentales sobre el origen de la vida y
la diferencia sexual, respuestas arcaicas que quedan inscritas en un nivel
inconsciente.
Desde tiempos inmemoriales los mitos han permitido también expli-
car el misterio del sexo de la mujer que siempre ha fascinado al hoi:nbre,
fascinación que juega a la vez en su dimensión de encantamiento y en su

1 Le Petit Robert, Dictionnaire edité par Le Robert, París, 1983.


2 Diccionario de la Real Academia, 1980.

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dimensión terrorífica. A lo cual Freud no escapó. Escuchemos:

Un paciente dice: "En la vagina de la mujer es como si hubiera una gran rata
al acecho... "
Otro: "El sexo de la mujer es como una gruta llena de cangrejos."
Otro: ''. .. La vagina es muy sucia, es como si algo se estuviera pudriendo
adentro."

Lo femenino es también una representación cultural y social cons-


truida a partir de las imágenes y los roles impuestos a través de la historia
(nos remitimos, aquí, a la historia de Occidente), en los cuales la mujer
es definida por estas cualidades llamadas innatas, que Freud, hombre de
su época, no puede sino transcribir. Pensemos, por ejemplo, en ese equi-
paramiento entre femenino y pasivo que le ha sido tantas veces reprocha-
do. Es difícil, al referirse a las mujeres, poder abandonar los estereotipos
correspondientes al lugar que la sociedad y los hombres que la gobiernan
les han asignado. Luce Irigaray {1977) plantea al respecto que las determi-
naciones históricas del destino de la mujer, en particular su destino se-
xual, deberían ser cuestionadas, y formula la pregunta de si es posible dis-
cutir sobre la sexualidad femenina antes de aclarar el estatuto de la mujer
en las sociedades occidentales: "por ejemplo -dice- ¿cuáles fueron las
funciones que fueron atribuidas a la mujer en los regímenes de propie-
dad, los sistemas filosóficos, las mitologías religiosas que desde siglos do-
minan el Occidente?" Y agrega que si el psicoanálisis se planteara estas
preguntas, esto implicaría imponerse a sí mismo interpretar y asumir el
trasfondo ideológico que lo atraviesa.

Freud y su tiempo

Freud fue contemporáneo de la era victoriana, con todo lo que represen-


taba de tabúes, prejuicios, imaginerías con relación al sexo, a la mujer,
a los roles femeninos y al lugar que la sociedad le otorgaba. A modo de
ejemplo recordemos cómo el cuerpo de la mujer era escondido, acoraza-
do, torturado por los corsés que lo ajustaban y lo vedaban absolutamente
a la mirada de los hombres. ¡En aquellos tiempos ver la punta de un zapa-
to era el colmo de la osadía!
Pero también era hijo de Viena, ciudad que, al final del siglo pasado,
fue el crisol donde se engendró gran parte de la modernidad, en donde
los grandes creadores en música, en pintura, en arquitectura, en econo-
mía, rompieron con la perspectiva histórica que marcó el siglo XIX (C.E.
Schorske, 1983).
Freud pertenecía a ese mundo de ideas nuevas. Era precursor, capaz
de ver, como lo hace notar Lacan (1978), lo que sus contemporáneos esta-

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LO FEMENINO EN UN RECORRIDO PSICOANALiTICO 321

han gestando en pensamientos, conciencia, acciones y técnicas, formas


políticas. Verlo como se vería un siglo después, aun si no le era posible
adelantarse del todo a su época, ya que estaba sumergido en una red cul-
tural sin tener a su disposición otras nociones que las de su tiempo. Es,
posiblemente, en sus relaciones con las mujeres y en su mirada hacia ellas
que Freud estuviera más marcado por los prejuicios y las ideas preconce-
bidas de su época.

Aportaciones freudianas

Hace noventa años (en 1899) fue publicado por primera ocasión La inter-
pretación de los sueños, que marca nuestro siglo xx. En la actualidad son
pocos los que ponen en duda la noción de ~nconsciente que construye
Freud en este texto. Las interpretaciones di,,ergen, a menudo, del con-
cepto principal freudiano, pero es un término que se ha incorporado a
nuestro vocabulario cotidiano, así como la palabra psicoanálisis está in-
cluida en los diccionarios.
Ese descentramiento del sujeto, del área de la conciencia al sistema
inconsciente, cuyos contenidos reprimidos s6lo acceden a la conciencia
en cienas circunstancias, a través de ciertas formaciones (tales como los
sueños, los lapsus, los actos fallidos o los síntomas neuróticos) y sólo
cuando vencen la barrera de las resistencias, es un descubrimiento que
Lacan {1978) equipara a la revolución copernicana. Así como la tierra
dejó de ser el centro de~ universo, la conciencia dejó de ser el centro de
la psique. Esto constituye el postulado central de la teoría freudiana.
Es este "hilo rojo" ,3 el hilo del inconsciente, que nos guiará a tra-
vés de las diferentes posiciones alrededor de lo femenino. De alguna ma-
nera lo que Freud plantea con respecto a la mujer {Stá inscrito en <:se
planteamiento de esta "otra escena", marcada por la sexualidad, en la
cual se juega gran parte del destino humano.
La gestación de los primeros descubrimientos freudianos se entr<'te-
jió, por una parte, con sus primeras experiencias clír. ;cas, esencialmente
mujeres histericas; y por otra parte con su propio análisis, a través de la
correspondencia con su amigo Wilhelm Fliess, en do1.de n descubril!ndo y
reconstruyendo elementos de su historia ligados a !>U infancia, su sexuali-
dad y los núcleos de su desarrollo. Estos dos polos serán los pilares de
su teoría, la cual enfatiza la imponancia de la sexualidad en el desarrollo
3 Freud cita en LA interpret«ión de los SMeños a Goethe quien, en Las afinidades
electi'flllS, señala: "Nos habla de una práctica particular a la marina inglesa. Todas las cuerdas
de la marina real, de las mis gruesas a las mis delgadas, están trenzadas de tal manera que
un hilo rojo las atraviesa de par en par, el cual no se puede arrancar sin deshacer todo el
cordel; esto permite reconocer aun los mis mínimos fragmentos de cuerda que pertcnl•en
a la Corona."

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y la vida psíquica del ser humano. La pulsi6n sexual, la libido, es el motor


vital del destino humano, como dice Lacan: "es el motor del progreso
humano, el motor de lo patético, de lo conflictual y lo fecundo, de lo
creativo en la vida humana" (1978).

Conceptos freudianos sobre la mujer

Freud (1932) habla del "enigma de la femineidad", de aquel "continente


negro" apelando a futuros· y futuras investigadores(as), para "descubrir
sus secretos". Notemos al pasar el eufemismo del "continente negro'',
el cual de alguna manera nos remite a lo desconocido, a lo oscuro e impe-
netrable, quizás a aquellas grutas que, desde la prehistoria, suelen repre-
sentar el sexo de la mujer.
Es en su texto de 1905, al cual peri6dicamente agregaría notas y co-
mentarios, que Freud expone las bases esenciales de su concepci6n de la
sexualidad en términos generales y también de la sexualidad femenina.
Formula la hip6tesis de la existencia de la pulsi6n sexual activa desde la
primera infancia, la cual se organiza alrededor del 6rgano sexual masculi-
no, el pene del niño y el clítoris, "pequeño pene", de la niña, quien igno-
raría la existencia de la vagina hasta muy tarde.
De todos modos en estos primeros años no habría diferencias en el
primer desarrollo: Freud postula el monismo sexual fálico para los dos
sexos. La niña sería como un pequeño hombre hasta el comienzo de la
fase de desarrollo, llamada edípica. A partir de este momento (alrededor
de los 3-4 años) y hasta la pubertad s6lo tendría un pene castrado y desco-
nocería la existencia de su vagina. Efectivamente, es más fácil para un
niño mirar, medir, comparar su pene al de otros chicos; las niñas investi-
gan con más dific.ultad una vagina que no se puede ver sino con la ayuda
de un artefacto, de un espejo.
También en este libro expresa la existencia del "complejo de cas-
traci6n" en los dos sexos, al cual en la niña se agregaría la "envidia del
pene".
En un texto posterior, "Algunas consecuencias psíquicas de la dife-
rencia anat6mica entre los sexos" (1925), explicita los diferentes movi-
mientos de los niños cuando descubren el sexo opuesto. Dice así:

Cuando el varoncito ve por primera vez la regi6n genital de la niña, se mues-


tra irresoluto y poco interesado, no ve nada o desmiente su percepci6n...
Nada de esto ocurre a la niña pequeña. En el acto se forma su juicio y su
decisi6n. Ha visto esto (el pene}, sabe que no lo tiene y quiere tenerlo (1925).

Esta primera mirada se inscribirá en forma inconsciente y podremos


escuchar muchas veces, en nuestros divanes, frases alusivas a este primer

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LO FEMENINO EN UN RECORRIDO PSICOANAÚTICO 323

momento que marca, de alguna manera, la visi6n de cada uno frente al


otro.
Una paciente relata: "Cuando chica pedí más de una vez que me re-
galaran un pito como el de mi hermano para mis quince años, pero pedía
que fuera de oro."
Una historia infantil {verídica): Diego acaba de tener una hermanita.
La mamá la está mudando y Diego mira con mucho interés la operaci6n
y el cuerpecito de la hermana. De pronto se inquieta, empieza como a
buscar algo, inspecciona debajo de la cama. Su mam~, solícita, le pregun-
ta qué le sucede, qué es lo que busca. Entonces Diego muy compungido
replica: "Pero mamá, se le ha perdido el pilín a la hermanita, hay que
encontrarlo y pegárselo."
En la conferencia de 1932 Freud retoma el problema de la bisexuali-
dad ya desarrollado en los Tres ensayos de teoría sexual, en el que plantea
la idea según la cual ningún individuo es totalmente macho o hembra "en
tanto cualidades anímicas" (Freud, 1932). Cada ser humano tiene un po-
tencial de características que pueden ubicarse en los dos polos: masculini-
dad equiparada a lo activo, lo agresivo, y femineidad marcada por nocio-
nes de metas más pasivas. Si bien estas modalidades no son esencialmente
referidas al sexo biol6gico de los hombres y de las mujeres, Freud plan-
tea, en ese mismo texto, que las mujeres están más marcadas por la pasivi-
dad, "por imposiciones de la sociedad", recalcando que no se debe pasar
por alto la influencia "de las normas sociales" en cuanto a las actitudes
pasivas de las mujeres.
Pero Freud, en sus aseveraciones sobre la mujer es, como muchas
otras veces, ambiguo y algo contradictorio. Por un lado reconoce la espe-
cificidad del desarrollo psicosexual de la niña y su mayor complejidad
(Freud, 1931). También plantea lo fragmentario de la teoría psicoanalíti-
ca en relaci6n a este tema, e incluso, concluirá la conferencia sobre la fe-
mineidad (Freud, 1932) en términos que corroboran esta actitud equívo-
ca: " ...Si ustedes quieren saber más acerca de la femineidad, inquieran
a sus propias experiencias de vida o diríjanse a los poetas, o aguarden has-
ta que la ciencia pueda darles una informaci6n más profunda y mejor en-
trenada".
Pero mantiene absolutamente el rol del complejo de castraci6n y de
la envidia del pene como aquello sobre lo cual se construye el desarrollo
psicosexual de la niña.
La mayor complejidad del desarrollo de la niña estaría relacionada
con la necesidad que tiene de afrontar cambios más complejos que el va-
roncito en d momento de la fase edípica. En efecto, la niña, alrededor
de los 3-4 años, debe por una parte cambiar de objeto de amor, la madre,
para unirse al padre y afrontar un cambio de 6rgano (en términos de la
obtenci6n del placer), o sea, pasar del clítoris a la vagina.
Freud construy6 gran parte de su teoría sexual a partir de paráme-

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324 TRABAJO, PODER Y SEXUALIDAD

tros masculinos, lo cual reconoce explícitamente en su artículo "Sobre


la sexualidad femenina" (Freud, 1951 ): " ... cuando estudiamos las pri-
meras configuraciones psíquicas de la vida sexual en el niño, siempre he-
mos tomado como objetivo el niño de sexo masculino. Suponíamos que
en el caso de la niña todo sería semejante, aunque diverso de alguna ma-
nera."
Es esencialmente alrededor de esta premisa del predominio de una
estructura indiferenciada entre niño y niña, en "el sexo masculino", que
se han desarrollado muchas de las polémicas posteriores. Pero debemos
acotar que son los mismos textos freudianos los que abren camino a la
duda y las divergencias.

Primeras disidencias

Alrededor de los años treinta, las mujeres, gracias a las batallas y esfuer-
zos de las feministas, empiezan a tener un lugar diferente en la sociedad.
En Alemania, las mujeres obtienen durante la República de Weimar
el derecho al voto y comienzan a ocupar puestos importantes en los par-
tidos políticos de izquierd:.i. El nazismo interrumpirá estas acciones y de-
volverá a las mujeres a sus lugares de origen: Kinder, Kiche, Kirche (ni-
ños, cocina, iglesia).
También en Inglaterra las mujeres obtuvieron, en 1920, el derecho
a votar a los 21 años -¡igual que los hombres!- e .igualdad en términos
de propiedad, así como todos los derechos políticos (Sarde, 1983).
Se comienza a dibujar otra silueta femenina, liberada de los corsés
y de los miriñaques. También las mujeres empiezan a tener oficialmente
acceso a la educación. Por ejemplo, en 1924 un decreto proclama en
Francia la igualdad de los programas de estudios en la secundaria y una
equivalencia de los exámenes finales para hombres y mujeres.
Probablemente, estos cambios en la realidad social no son del todo
ajenos a las nuevas formulaciones que plantean algunos de los discípulos
de Freud, esencialmente mujeres, salvo una honrosa excepción: Ernest
Jones. Tampoco debe ser casual que estén más ligados con Inglaterra y
Alemania, en donde los logros han sido mayores. ,
No era fácil atreverse a divergir y menos a oponerse a Freud. El mis-
mo reconoce en una carta del 10 de mayo de 1931 a Lou Andreas Salomé
(1970) su gran dificultad para aceptar las ideas de los demás.
Ernest Jones en 1927 plantea que son los prejuicios de los hombres,
los que les impiden tener un mayor conocimiento del desarrollo psicose-
xual de la niña y que la subestimación de los órganos femeninos se debe
al falocentrismo de los psicoanalistas varones. En una reflexión respetuo-
samente divergente, plantea que la niña, para protegerse de lo que llama

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LO FEMENINO EN UN RECORRIDO PSICOANALÍTICO 325

"afánisis",4 levanta diferentes barreras contra su femineidad, una de las


cuales sería más especialmente la identificación con el pene, con su coro-
lario de envidia, y recalca el temor y desprecio, como formación defensi-
va, de los hombres frente a los órganos sexuales de la mujer.
Karen Horney, discípula de Karl Abraham y de Sachs, fue una de
las primeras analistas que pusieron en duda las aseveraciones freudianas
en relación con la sexualidad femenina. Sobre todo criticaba el hecho de
que la teoría analítica en lo referente a la mujer haya sido elaborada por
hombres, cuya posición privilegiada en la sociedad no es cuestionada. En-
fatiza las determinaciones de la sexualidad femenina.
Hellen Deutsch es una de las primeras en tratar de traducir una expe-
riencia que ella misma califica como la experiencia de ser psicoanalista
mujer, enfatizando el hecho de que su condición de mujer le permite es-
cuchar de forma diferente los problemas femeninos.
Melanie Klein elabora, a partir del análisis de niños, su propio cuer-
po conceptual, que en varios puntos esenciales difiere. de la teoría freudia-
na. En cuanto a lo que nos ocupa aquí, enfatiza el problema de la envidia,
pero no tanto del pene en las niñas sino del pecho en todos los bebés.
Ella es una de las primeras en afirmar, junto a Rosine Muller, 5 que las
bebitas tienen sensaciones vaginales y que no se puede construir toda la
psicología femenina sobre la envidia del pene. En 1932 plantea sus con-
cepciones sobre el desarrollo sexual de la niña en los siguientes términos:
los temores en relación a la vulnerabilidad del interior de su cuerpo la
llevan a negar su femineidad, y a partir de esto se estructuraría la envidia
del pene, como en un segundo tiempo. Sus planteamientos van en el mis-
mo sentido que los de Ernest Jones {1927), Karen Horney,6 y Rosine
Muller cuando plantean la precocidad del descubrimiento de la vagina y,
en un mismo movimiento, la represión de las sensaciones vaginales.
Melanie Klein plantea también que el complejo de castración y la en-
vidia del pene aparecerían motivados por dos razones esenciales: la niña
desea tener un Órgano sexual que pueda ser sometido a la prueba de reali-
dad, o sea, que sea más fácilmente aprehendido y reconocido. Por otra
parte, habría una identificación de tipo fálica con el padre.
En síntesis, el Edipo de la niña es tan precoz como el del chico,7
pero se instala a partir del desplazamiento del seno al pene del padre. En
todo caso la envidia del pene sería secundaria. La receptividad oral y vagi-

4 Afánisis: para Jones la castraci6n, en ambos sexos, s6lo constituye una amenaza
parcial, por importante que sea, a la totalidad de la capacidad y del placer sexual. "Para
el caso extremo de la extinci6n total, haríamos mejor en utilizar un término distinto, como
por eiemplo, la palabra griega afánisis".
5 En Chasseguet-Smirgel (1964).
6 En Chasseguet-Smirgel (1964).
7 Una de las divergencias fundamentales de Melanie Klein con Freud es la precocidad
del Edipo aseverada por ella.

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326 TRABAJO, PODER Y SEXUALIDAD

nal femenina sería primaria. Y por último, el superego femenino sería


más severo que el del niño.

Treinta años después

El silencio en la teoría psicoanalítica en relación al tema de la mujer ha


sido largo.
También las luchas feministas habían entrado en receso; la segunda
guerra mundial ocupaba en Europa todas las energías. En Francia, 28
años después de las sufragistas inglesas, gracias al decreto del 21 de abril
de 1944, las mujeres obtienen el derecho a votar y ser elegidas. Su partici-
pación en la Resistencia, los cambios sociales en el momento de la libera-
ción y una sana reacción contra el régimen misógino del mariscal Petain,
fueron al parecer los factores fundamentales para este paso (Albitur,
1977). En otro orden de cosas, la publicación en 1949 del libro de Simone
de Beauvoir El segundo sexo, que en aquellos años fue escandaloso (Albi-
tur, 1977), es otro de los hitos que fue preparando las actuales luchas fe-
ministas.
Los psicoanalistas seguían callados. Pero alrededor de los años cin-
cuenta, un psicoanalista disidente, a su vez, plantea nuevas formulaciones
en relación a la teoría psicoanalítica. Jacques Lacan aparece en escena.
Jacques-Marie Lacan {1901-1981) marca el movimiento psicoanalíti-
co francés, para bien o para mal, según la Óptica, a partir de la década
de los cincuenta, en la cual encabeza una escisión cuyas razones son tanto
técnicas como teóricas. Pero su trayectoria comienza mucho antes, a
principios de los años treinta, cuando era un joven psiquiatra, alumno
de Clérembault y publicó su tesis de psiquiatría que, hecho curioso, era
un trabajo alrededor de la locura de las mujeres: "Las hermanas Papin",
como si Lacan recorriera el mismo camino de Freud, marcado por una
reflexión a partir de una cli'.nica relacionada con la mujer. En estos prime-
ros escritos, que tratan de la locura, del "estilo" y de la forma en los deli-
rios paranoicos, encontramos los temas que le fascinan, como todos los
hechos de lenguaje, así como interesan también al grupo surrealista, del
cual era muy cercano y que, de alguna manera, marca el desarrollo de
su obra.
Posteriormente, Lacan no escribió mucho sobre las mujeres, pero al-
gunas frases lapidarias que se murmuran, a menudo deformadas, tienen
relación con la prevalencia del falo.
"La mujer no existe" es una de ellas, de la cual se ha querido deducir
que Lacan borra a la mujer. Más exactamente dijo "la mujer sólo se pue-
de escribir tachando 'la'" (1975). Al decir esto alude a un hecho de len-
guaje, en el cual el género femenino sólo representa a algo singular, sien-
do el género masculino el universal: al referirse al género humano, que

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LO FEMENINO EN UN RECORRIDO PSICOANALÍTICO 327

incluye a las mujeres, se dice "los hombres", pero si se habla de "las mu-
jeres" están excluidos los hombres. En este mismo texto Lacan dice: "Só-
lo hay mujer excluida de la naturaleza de las cosas que es la naturaleza
de las palabras, y, hay que decirlo, de esto se quejan bastante ellas mis-
mas." Sin embargo, no es tan benevolente cuando a continuación agrega:
" ... simplemente no saben lo que dicen y ésta es la diferencia entre ellas
y yo ... ", frase condenatoria que despertaría la ira, justificada, de muchas
mujeres anali$tas.
Pero un texto, escrito en 1938, nos puede dar una pista menos oscu-
ra: se trata de "Los complejos familiares en patología", segundo capítulo
de un artículo sobre la familia, en donde dice:

Los orígenes de nuestra cultura están demasiado ligados a lo que podemos


llamar la aventura de la familia paternalista para que ésta no imponga, a tra-
vés de todas las formas con las cuales ha enriquecido ~l desarrollo psíquico,
un predominio del principio masculino y una importante moral otorgada
al termino virilidad, que son suficientes para medir su parcialidad... Es en
función de una antinomia social que debemos eruender este callejón sin sali-
da de la polarización sexual, cuando se introducen, subrepticiamente, las for-
mas de una cultura, las costumbres y las artes, los combates y el pensar.

1938: vísperas de la segunda guerra mundial, la problemática de la


liberación femenina que había tenido un auge, alrededor de los años
treinta, volvía a las tinieblas. Es interesante notar cómo Lacan de alguna
manera dice algo similar a lo dicho por muchas feministas. El predomi-
nio de lo masculino en la cultura y las formaciones sociales... Pero en
otros textos se sitúa más radicalmente en el polo de la masculinidad y de
lo centrofálico.
Su interés por la cuestión femenina reaparecerá en algunos textos, es-
pecialmente en "La significación del falo" (Lacan, 1966a) y en "Ideas di-
rectivas para un congreso sobre la sexualidad femenina" (Lacan, 1966b),
en donde reitera la primacía del falo alrededor del cual se organiza el dis-
curso inconsciente y el orden simbólico.

Nuevas disidencias
Las querellas alrededor de la femineidad, lo femenino, la sexualidad feme-
nina, la mujer, para hablar claro, han hecho correr mucha tinta en los
últimos quince años, y han sido muchos los textos que plantean posicio-
nes divergentes a las propuestas lacanianas.
No debe ser casual que la mayoría de estos textos aparezcan después
de los cuestionamientos de 1968 y de "las batallas feministas" alrede-
dor de la opresión y del libre uso del cuerpo. Es en 1967 cuando las muje-
res francesas acceden "oficialme'!te" al derecho a la contraconcepción,

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328 TRABAJO, PODER Y SEXUALIDAD

a través de una ley, obtenida borrascosamente, que permite la venta libre,


pero exclusivamente en farmacias, de medicamentos anticonceptivos. Sin
embargo, sólo hasta 1974 (ley del 28 de junio de 1974) la contraconcep-
ci6n se convierte en "un acto médico, gratuito y an6nimo" (Albitur,
1977).
La conquista del usufructo de su cuerpo y un mayor acceso al dere-
cho a la palabra y la escritura marcan las reivindicaciones actuales de la
mujer. Es también la pregunta que encontramos en la literatura psicoana-
lítica, alrededor del cuerpo y del sexo de la mujer. Las f6rmulas difieren
según las escuelas; ya pasaron los tiempos en que Freud era el único due-
ño de la verdad. Es alrededor de la escuela lacaniana que se produce el
mayor revuelo alrededor de la cuesti6n femenina. De nuevo encontra-
mos voces que sostienen al maestro y otras que se oponen.
Luce Irigaray es quien traduce con más vehemencia la necesidad de
escapar a la cultura patriarcal, presente en la teoría psicoanalítica. Plan-
tea, en "Ce sexe qui n'en est pas un", la búsqueda de una sexualidad fe-
menina diferente de la que prescribe el poder fálico, el mismo que se ex-
presa en los escritos de Freud y de Lacan. Su cuestionamiento va más allá
del psicoanálisis, se dirige a la sociedad y a las instituciones desde una
perspectiva feminista. Plantea muchas preguntas. Escuchémosla:

¿Qué podemos decir de una sexualidad femenina "otra" que la que prescribe
el falocratismo? ¿Cómo reencontrar o inventar su lenguaje? ¿Cómo pueden
las mujeres articular la problemática de la explotación sexual y la explota-
ción social? ... ¿Cómo hablar "mujer"? ¿Cómo plantear las preguntas para
que no sean reprimidas o censuradas? Traspasando el discurso dominante,
interrogando el dominio de los hombres (Irigaray, 1977).

Otras autoras se mantienen con más cautela en el análisis de la teoría


psicoanalítica, sin interpelar la ideología y lo político.
Piera Aulagnier, en su texto "Observaciones sobre la femineidad y
sus transformaciones" (1967), recalca que no coinciden las preguntas que
se formulan las mujeres en relaci6n con su deseo y su femineidad y las
respuestas enunciadas por los hombres en relaci6n a una femineidad mis-
teriosa y mítica. Postula que la femineidad, en tanto dimensi6n de la re-
presentaci6n fantasmática de la sexualidad femenina, comparte con el
pene "el privilegio de ser por excelencia objeto de la envidia'', término
que recubre el reconocimiento de algo cuya posesi6n es deseable, unido
a la certeza de la imposibilidad de lograrlo. De alguna manera, nos remite a
la condici6n humana, en la cual hombres y mujeres, sin distinci6n de se-
xo, deben confrontarse siempre a la ausencia de algo y la incompletud.
Christiane Olivier (1980) analiza lo femenino desde la maternidad,
pero también revela esta envidia del pene que podría ser algo del orden
de una proyecci6n de la envidia del seno que podrían tener los hombres.

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LO FEMENINO EN UN RECORRIDO PSICOANAÚTICO 329

De alguna manera, en el tema de la envida estas dos autoras retoman


desde otro lugar la posici6n de Ernest Jones (1927) y Melanie Klein
(1932) en cuanto a situar la envidia del pene como algo que, si es estructu-
ral, lo sería tanto para los hombres como para las mujeres.
Sarah Kaufmann (1980) analiza los textos freudianos y postula que
la "teoría" de la envidia del pene sería una ficci6n, producto del pánico
que le producía a Freud el sexo femenino. Esta ficci6n le habría permiti-
do transformar a la mujer, "gran criminal", intolerable porque era dema-
siado fascinante, en una histérica, más fácil de manipular y dominar.

A modo de conclusión

Después de un sucinto recorrido de algunos de los capítulos de la literatu-


ra psicoanalítica alrededor del tema de lo femenino, debemos un home-
naje a Freud. En sus textos está lo esencial de los temas que se plantean
los psicoanalistas hasta el día de hoy. Las dudas de Freud, sus interrogan-
tes, incluso sus contradicciones y sus "ideas fijas", son en rigor a menudo
más creativos que muchos escritos contemporáneos, encerrados en la
trampa de un pensamiento dogmático y de proposiciones totalizadoras.
¿Qué partido tomar? ¿C6mo expresar una seguridad, una convic-
ci6n, en relaci6n a estos primeros momentos míticos y re-construidos del
desarrollo de la sexualidad, y por ende, de la identidad de mujeres y hom-
bres? Seres concretos que piensan, sienten, sufren, perciben, aman y
odian. En la experiencia clínica adviene siempre un momento en el cual
se devela algo que tiene que ver con una falta (hombres y mujeres nacen
ambos bajo el régimen de la falta, aun si ésta tiene diferentes destinos),
un fantasma en relaci6n a lo que el otro -diferente- tiene o carece. Algo
que es del orden de las fantasías primordiales, de los mitos que los niños
se inventan en relaci6n a su cuerpo y el cuerpo -diferente o similar-
del otro, pero en el cual está inscrita esta insignia fálica que desde tiempos
inmemoriales marca nuestra cultura y su devenir. Desde mucho tiempo
atrás Dios es hombre, no puede parir (salvo Júpiter, quien pari6, por el
muslo, a su hija Minerva), pero tiene el poder, poder de la palabra y de
la riqueza, incluyendo a la mujer, objeto a poseer, quien es la única capaz
de asegurar una descendencia que permita la continuidad de la familia y
la posesi6n de la herencia.
Ahí, en esa capacidad de tener un hijo, está quizás esta pared, esta
roca, a la cual se afronta el falocentrismo del hombre. Es difícil, al referir-
se a las mujeres, poder abandonar los ropajes simb6licos e imaginarios
del lugar que les han asignado la sociedad y los hombres que las gobier-
nan. El inconsciente es bisexual, pero, de alguna manera, los efectos de
este inconsciente que se da a conocer en los discursos, en los síntomas
y en los sueños de las mujeres en análisis muestra a menudo algo del or-

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330 TRABAJO, PODER Y SEXUALIDAD

den de la "ley de la castración", así como fantasías, recuerdos, construc-


ciones que están en relación con este "fetiche fantasma" que otorga liber-
tad y poder. En otros momentos, podemos entrever otras envidias, otros
deseos expresados por los hombres y que se relacionan con la increíble
capacidad de dar vida, de tener el privilegio de la maternidad. Quizás las
preguntas serán otras, cuando ellos, como lo auguran ciertas investigacio-
nes (Le Nouvel Observateur, 1986), puedan vivir la gestación de un hijo.
De alguna manera las preguntas siguen abiertas, contestadas a medias.
Benoite Groult dice:

Hace demasiado tiempo que la palabra del hombre ha sido tomada como la
verdad universal, así como el 6rgano viril constituía la mis noble expresi6n
de la virilidad... Hay que sanar de haber sido educada mujer en un univer-
so de hombres, de haber vivido cada etapa y cada acto de la vida con y a
través de los ojos y los criterios de los hombres (1975).

Parece que en algún momento de la prehistoria el sexo de la mujer


fue venerado, algunas pinturas rupestres que transformaron grutas en gi-
gantescas vaginas lo hace pensar. ¿Qué simbolizaron? ¿Qué representa-
ron? Por otra parte, cuando se observa a los primates, nuestros primos,
se ve cómo las hembras, sin llegar a ser nunca jefes de las hordas, tienen
un lugar de igualdad en cuanto a la sexualidad que no tienen las mujeres
del siglo XX.
¿En qué momento, a través de qué "salto" la horda primitiva trans-
formó el falo en el emblema del poder y del saber?
Esperemos que estemos presenciando los albores de otros tiempos en
los cuales las mujeres ocuparán otro lugar en la sociedad y podrán hablar
y ser oídas sin tener que "hablar en el idioma del hombre". Hay que sa-
nar, efectivamente, de pensar que sólo existen (las) mujeres, que pueden
ser valo~adas y reconocidas, siempre desde un parámetro universal: el
género masculino, el hombre y su insignia fálica a partir de la cual se defi-
ne el mundo.

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