Quiero hacer de estas palabras hoy, no un discurso de despedida, sino
en cambio un saludo de inicio, de bienvenida a los tiempos que se abren,
celebrar éste como un momento de inicio, un despertar lleno de posibilidades. Viéndolos hoy plenos de gozo, enfundados en el traje académico de la universidad centenaria —en compañía de sus compañeros de viaje en esta desafiante aventura que llamamos FAU, de profesores, familiares y amigos— vienen a mí recuerdos de momentos de arranque, memorias primigenias que siempre son fuente de inspiración, porque encierran sorpresivas enseñanzas retrospectivas sobre el curso de las acciones que cumplimos. Cuando hace unos días pensaba qué quería compartir con ustedes en esta ocasión, vino a mí ese momento y a un maravilloso libro, Saber ver la arquitectura, de Bruno Zevi, que orientó mis estudios en Bahía y en estas aulas, a mi retorno y culminación. Llegué muy temprano a ese texto en pos de una pregunta ¿qué es la arquitectura? Y allí hallé, sin duda, una de las aproximaciones más nutritivas que para aquel entonces podíamos encontrar a esta interrogante que, muchas veces, los arquitectos preferimos, entonces y ahora, preferimos no abordar abiertamente. Zevi decía: “la definición más precisa que se puede dar hoy de la arquitectura, es aquella que tiene en cuenta el espacio interior. La arquitectura que provee un espacio interno que nos subyuga espiritualmente y tiene su prolongación natural en la ciudad, en las calles y en las plazas, en las callejuelas y en los parques, dondequiera que la obra del hombre ha delimitado el ‘vacío’, se ha apropiado literalmente de él y lo ha llenado de significado espiritual y funcional…”. Se atrevió entonces el autor a desafiar una conjura del pensamiento arquitectónico que hasta ese momento y durante toda una tradición de Lao- Tse a Vasari, pocos habían arriesgado subvertir: definir la arquitectura. Pero aclaró algo aún más interesante para el lector iniciático, que la arquitectura era, en esencia, un concepto cambiante y para ello —ya situado en el núcleo mismo de su planteo crítico— trabajó la tesis de una historia de la arquitectura que, sorpresivamente, tiende a expresarse según patrones cíclicos. Sobre esto no me extenderé, pero en aquel momento me fascinó y hoy encuentro aún más valioso, por su extraordinaria vigencia. No porque aquel escrito haya anunciado profecías en tono de ciencia-ficción, sino porque en ese libro, Zevi confrontó los cambios de siglo para encontrar que, durante esos pliegues de tiempo, el paso de un siglo a otro, la arquitectura como campo del pensamiento ha encarado históricamente situaciones que alteran y resignifican la esencia misma del espacio creado por el hombre. Ustedes son parte hoy de una generación que ha crecido como arquitectos y arquitectas en esta confluencia de siglos marcada por profundas redefiniciones —no sólo de sobredeterminaciones sociales y políticas, sino cambios cruciales tecnológicos que la han definido como la era de la informática. Para quienes observamos con atención el devenir de las ciudades y la arquitectura y nos asomamos a una copiosa producción editorial sobre el tema o asistimos a muestras como la que actualmente ocupa nuestra sala de exposiciones, el Premio Axis, podemos comprobar como las opciones informáticas —en hardware y software— que se ponen a disposición de nuestro ejercicio de proyecto, han pasado de ser una herramienta para la representación, a impactar las formas mismas de crear arquitectura. Nuevas realidades sociales acompañan el desarrollo incesante de estos medios con los que nos encuentra el nuevo siglo. Realidades en desenvolvimiento que reclaman una renovada sensibilidad y un alto sentido ético de la profesión y, sobre todo, un no dejarse encandilar por las opciones puramente técnicas. Dejan ustedes a la facultad, su casa que seguirá siendo por muchos años, en su empeño por seguir indagando esta realidad, y justamente cuando se está llevando a cabo el Caracas Workshop 2009, un taller internacional que ha convocado a profesores y estudiantes a reflexionar sobre la situación de la ciudad y la necesidad de afrontar, desde la arquitectura, la problematica de las comunidades de barrio que, en esta primera década del siglo, han pasado a ocupar la mayor parte del plano de la capital de una de las principales economías petroleras del planeta. En ustedes, ciudadanos de esta urbe, testigos y activos protagonistas de las transformaciones en pleno curso, nos permitimos posar parte de nuestros anhelos, nuestras esperanzas y, por supuesto, la confianza en que servirán de fieles embajadores de la misión que hemos emprendido desde este edificio azul, para contribuir a la consecución de un hábitat de calidad y sustentable para la población venezolana. Con estas palabras sencillas, en las cuales he tenido la gran oportunidad de compartir una memoria y honrar un influyente pensador de nuestro campo, quiero expresarles, en nombre de la FAU, mi especial afecto a cada uno de los 74 graduandos que han culminado sus estudios no sólo en Venezuela, en su sede primigenia de Caracas, y en Barquisimeto —un núcleo del cual nos sentimos cada día más orgullosos—, sino en sus extensiones en Italia, en Turín y Roma. A todos les auguramos un frondoso camino y un territorio fértil por delante, en el cual, con sus conocimientos, sus convicciones y también con sus interrogantes, podrán muy pronto cosechar en grande. Comiencen de inmediato a desandarlo con entusiasmo.