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Empresarios rurales y política en la Argentina, 1880-1916

Roy Hora

Formación y características del empresariado rural

La formación del gran empresariado rural fue una consecuencia muy tardía de la apertura de la pampa al mercado
mundial, y en verdad no se completó hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XIX. Sería erróneo fijar en las
décadas de 1810, o 1820 la formación de la clase terrateniente pampeana. En su mayoría, los empresarios que se
volcaron a la producción rural siguieron conservando fuertes intereses en otras actividades, lo que se explica por la
gran inestabilidad que caracterizo la primera mitad del siglo XIX. Los grandes terratenientes que ocupaban la cima de
la sociedad argentina a comienzos del siglo XX ingresaron a la actividad rural de modo más paulatino de lo que se
suele suponer; pasa la mitad del siglo apenas algunas figuras habitualmente consideradas como exponentes de ese
grupo apenas lo habían hecho. Durante el medio siglo posterior a 1810, las particulares condiciones en las que tuvo
lugar la expansión ganadera hicieron que el ingreso en la actividad rural resultase relativamente sencillo. El gran
empresariado rural que comenzó a tomar forma en ese periodo reconocía orígenes mucho más diversos que la elite
colonial precedente. La expansión ganadera forzó una redefinición de las relaciones entre el Estado y la actividad
rural. En el periodo colonial, el Estado mostro particular interés en fomentar la extracción de metal precioso de las
minas del Potosí. La campaña litoral se encontraba mayormente poblada por pequeños productores. Tras la
revolución de la independencia y la pérdida del Alto Perú, esa situación se modificó radicalmente, pues la producción
rural pronto se perdió como la única alternativa para reorganizar la economía y el fisco de la nueva república.

El estado independiente fundo su legitimidad en la soberanía popular y debió reclamar la obediencia de una
sociedad que había sido profundamente movilizada primero por las guerras de independencias y más tarde por las
civiles e internacionales. La gran estancia ganadera pronto se revelo como el elemento más dinámico a la hora de
expandir la producción extendiendo el dominio de los colonizadores sobre las tierras indígenas. La defensa de la
frontera, el disciplinamiento de la fuerza de trabajo, la instauración del orden y la sanción de los derechos de
propiedad, la creación de un sistema de transportes, fueron campos donde se puso de manifiesto la acción del
Estado republicano en apoyo de la expansión del capitalismo y la gran propiedad. De todas maneras, el gran cambio
se verifico desde fines de la década de 1870, cuando un Estado que había forjado sólidas bases políticas en el interior
del país se convirtió en una formidable herramienta de transformación económica.

En el último tercio del siglo XIX, una inversión más sostenida de capital y una mayor atención a los problemas
técnicos de la producción ser volvieron necesarios para asegurar e incrementar la rentabilidad de la empresa rural.
La eliminación de los indígenas coincidió con la liberación de nuevas energías productivas y la empresa rural
pampeana entro en una acelerada fase de mejoramiento. Esas transformaciones crearon condiciones que hicieron
posible la aparición de, por ejemplo, la Sociedad Rural Argentina. La conducta de los estancieros del últimos cuarto
del siglo XIX y de las primeras décadas del XX se caracterizó por la especialización. Esta transformación del
empresariado fue impulsada también por otros motivos, vinculado a la constitución y consolidación de instituciones
y sociedad que tornaron más compleja la economía. En esos años la Argentina asistió al afianzamiento de un sistema
bancario y financiero muy institucionalizado y eficiente. En síntesis, las transformaciones políticas y económicas
finiseculares impulsaron a los empresarios rurales a no diversificarse sino a especializarse. Que el gran empresariado
argentino de ese periodo fuese antes que nada una burguesía especializada en la actividad rural también debe
entenderse en un segundo sentido. Tradicionalmente se ha considerado que el control del Estado por parte de la
oligarquía terrateniente constituyo un rasgo típico del orden político del periodo 1880-1916. Esta interpretación no
parece ajustarse bien a la evidencia histórica. La importancia de estos políticos terratenientes no debería exagerarse,
puesto que la mayor parte de los grandes empresarios rurales no manifestó mayor interés en la vida política. Los
grandes terratenientes argentinos nunca fueron una clase gobernantes, y tampoco desarrollaron una clara vocación
por la vida pública.

Terratenientes y política

En la década de 1880 se constituyó el Partido Autonomista Nacional (PAN), la fuerza que iba a dominar la política
argentina hasta el fin de la republica oligárquica. Este partido desplazo del centro del escenario a las agrupaciones
partidarias de Buenos Aires y condeno a la marginalidad a su elite gobernante. La derrota de la clase dirigente de
Buenos Aires en 1880 acentuó la independencia de la elite gobernante respecto no solo de la dirigencia porteña sino
también de los sectores que predominaban en la sociedad y la economía de la república. La nueva etapa inaugurada
en 1880, empero, no puede describirse simplemente como la de la imposición del interior o del Estado sobre Buenos
Aires. Los gobernantes sabían que la importancia del sector agrario pampeano excedía consideraciones meramente
sectoriales. Hay que señalar, además, que el ascendiente del gran empresariado rural se afirmaba en la medida en
que no debía enfrentar oposición alguna de otros grupos sociales. Los mayores terratenientes de la pampa formaban
la cúpula de un sector rural extremadamente diverso. Las demandas voceadas por los grandes empresarios rurales
no solo concitaban amplias adhesiones.

También solían ser consideradas con atención por las autoridades. Eso se debía, en parte, a que los recursos
estatales destinados a asegurar la conquista definitiva de la paz aseguraban al nuevo orden político la adhesión, o al
menos neutralidad, de los actores económicos del sector rural. Se debía, también, a que por la propia centralidad de
la economía agraria, su expansión creaba mejores condiciones para la acumulación de capital en la totalidad de la
economía. Si se consideran esos aspectos, se entiende por qué ningún gobernante pudo mostrarse por mucho
tiempo indiferente frente a los reclamos provenientes del gran empresariado terrateniente. El poder de los grandes
propietarios derivaba de su lugar como cumbre visible y cohesionada del sector más dinámico de la economía
argentina.

Estas razones parecen más satisfactorias que aquellas que ponen énfasis en que esta situación habría resultado de la
instrumentación del Estado por parte de una oligarquía que influía de modo decisivo sobre todos los aspectos de la
vida política y económica de la república y que solo atendía sus intereses particulares. Esta línea de argumentación
no debe ser, empero, totalmente descartada. El súbito enriquecimiento de algunos gobernantes de la década del
ochenta sugiere que la corrupción de la elite política no era producto de la imaginación de los críticos de ese orden.
Esas prácticas no eran nuevas. Formaban parte de una antigua tradición de acercamiento personal al favor del
Estado. Pero estas prácticas deben ponerse en perspectiva, ya que su relevancia es relativa en el periodo. Gracias en
parte a las ventajas naturales que les otorgaba la superioridad de las pampas sobre las praderas de otras regiones de
agricultura templada, las empresas agrarias argentinas producían a costos más bajos que los internacionales, lo que
les aseguraba elevados márgenes de ganancia sin necesidad de apoyo público. La renta diferencial que tenía su
origen en la fertilidad y la ubicación privilegiada del suelo pampeano, y no un orden político favorable a los
estancieros, era la clave del éxito del agro de la pampa. El ejemplo de las empresas ferroviarias es al respecto
revelador.

En sus inicios estas habían reclamado la asistencia estatal, pero para la década de 1880 ya no mostraban mayor
interés en ella. Las características de la economía rural argentina inhibían la participación del estado en la colocación
de la producción exportable en los mercados extranjeros. La agricultura pampeana no gozaba de posiciones
monopólicas en el mercado mundial, y por lo tanto no podía manipularlo a su favor. Su dinamismo se fundaba en su
capacidad para producir a costos más bajos que sus rivales. En lo fundamental, las necesidades de fuerza de trabajo
de la economía agraria encontraron respuesta mediante mecanismo puramente mercantiles. En conclusión, y a
diferencia de lo que sucedía en otros sectores de la economía (como el industrial) el sector agrario pampeana en su
etapa de apogeo no solicitaba el apoyo del Estado más que en sus funciones básicas de garante del orden público y
de instancia superior de sanción de los contratos. Esta visión, que refleja la creencia de que la economía pampeana
no requería la asistencia del Estado, se encontraba muy extendida entre los estancieros de ese entonces.

Empresarios y política: algunas conclusiones

La clase terrateniente se encontraba en el centro de la elite económica y social en el cambio de siglo XIX al XX. Ese
grupo presidio los destinos de una economía agraria particularmente dinámica, que constituyo el motor del
capitalismo argentino. Los grandes terratenientes mostraron escaso interés en invertir en otros sectores durante el
periodo y concentraron sus recursos en la producción rural. La gran burguesía agraria no era sin embargo la única
protagonista del desarrollo del capitalismo en las pampas. Los grandes estancieros y las instituciones que los
representaban, no encontraron rivales, puesto que tanto el Estado como otras fracciones del empresariado siempre
aceptaron la preeminencia de las actividades que hacían a la economía argentina la más exitosa de América Latina. A
los ojos de la mayoría de los empresarios rurales, el sistema socioeconómico que los colocaba en una posición tan
prominente nunca estuvo seriamente amenazado. Por tanto, los motivos que podrían haberlos incitado a
organizarse a presionar al Estado no eran muchos. El único problema que genero verdaderas tenciones con el
empresariado industrial se vinculaba a las amenazas de represalias contra las exportaciones rurales por parte de
algunos socios comerciales de la Argentina. Otros motivos disuadieron a los grandes terratenientes de la necesidad
de encarar una acción política más abierta. El carácter nuevo y poco jerárquico de la sociedad pampeana hacía difícil
que los grandes propietarios pudieran traducir su poder económico y social en influencia política sobre los grupos
subalternos. Al mismo tiempo, la falta de cuestión políticas que concitaran su atención hizo que las instituciones que
los representaban como productores adoptaran un perfil poco político.

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