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Sobre la representación y la posibilidad de narrar: en torno a Blunden

Harbour (1951)
Josué Francisco Hernández Ramírez

Imágenes
El ensayo visual realiza un encadenamiento de relaciones que van de lo material a
la constitución de la vida. “Del agua, comida”, dice Robert Gardner, e ilustra la
recolección de ostras. Con una especie de tenedor, las personas en Blunden
Harbour pican la tierra húmeda a orillas del agua para extraer las ostras envueltas
en el lodo.
“De la madera, una forma de vida”, y el cuadro se enfoca en el tallado de
una canoa de juguete, cuya referencia vuelve a la amplitud del lago que hace de la
canoa en que se sitúa un hombre un símil del juguete que vimos anteriormente.
Igualmente, otro trozo de madera se convierte en una máscara a la que un
anciano da forma y detalle. Sus ojos rasgados se entrecierran con atención hacia
los trazos del pincel.
De la recolección de comida asistimos a la escena de la comida. Padre,
madre e hijo comparten la mesa, conversan. Su naturalidad no se diferencia de
cualquier escena de comida que haya tenido yo en otros momentos con mi familia.
Esa representación aislada podría no evocar una idea de alteridad exótica cuando
la veo, pero en 1951, en Seattle, quién sabe.
De la madera, un estilo de vida y un estilo de muerte, acompasado por
música de fondo, cantos que, sin un conocimiento mayor de Blunden Harbour que
aquel que el video deja ver, suenan onomatopéyicos y con una melodía
envolvente que la narración hace sentir, además, fúnebres.
“Un estilo de muerte, un estilo de soñar, un estilo de recordar” es el último
puente que nos regala el autor. Vuelve la toma a los ojos de quien talla la madera,
mirando hacia fuera del cuadro y volcándonos hacia un baile de personas que
usan máscaras de madera cuyo detalle impresiona y la música no deja de resultar
envolvente.

Representación y lo político
La presentación de las casas al final del lago, mientras la cámara ilustra el viaje en
canoa hacia el puerto marca, de entrada, la distancia espacial y cultural respecto
al lugar al que acudiremos como testigos. Pero ¿testigos de qué? Aquí nace el
problema. La representación de Blunden Harbour es, evidentemente, sesgada.
Ahora, ese sesgo no es, para mí, una cuestión inserta en la pretensión naturalista
de la descripción fiel de la situación, sino además un artificio propio de la cámara y
el montaje.
Ese artificio no es menor en la escritura, aunque quizás el momento para
presentar el ensayo era menos oportuno, por lo raro del formato para presentar un
análisis antropológico en un campo y un espacio en el que los criterios y los
medios legítimos para la aprobación de dicho campo no permitían algo distinto a
esa escritura usual.
En principio, me pareció una reproducción de la alteridad exótica que
reproduce la mirada sobre los otros como método y paradigma de la antropología,
sobre todo como la podemos ver los legos o extraños a la disciplina. Pero hay aquí
algo más que creo que se pone en tensión. No me atrevo a decir si
voluntariamente o no, sino meramente las reflexiones que tengo a partir del video.
En cuanto al tema de la representación, me queda la interrogante de
aquello que Gardner quería ilustrar, pero al mismo tiempo me parece que pone en
tensión la propia legitimidad de la escritura. Si bien con la cámara se explicitan los
cortes y una posibilidad de autoría, la escritura no está exenta de ello. Ya lo decía
McLuhan cuando hablaba de los medios como extensión del cuerpo humano; así,
los ojos que ven lo que la pluma describe también encuadran, aunque puedan
decidir ampliar o recortar las escenas que eligen observar.
Esa me parece una primera tensión: la escritura no es menos sesgada que
el ensayo visual, porque por sí misma es una selección y la puesta en escena de
actos específicos, además, también un montaje en tanto construye aquello que
muestra y lo que decide narrar.
Otra tensión es la idea de la representación misma. Si se basa en una
alteridad exótica, ¿no habría un valor contingente en una lectura, quizás sí
posmoderna, de otro estilo de vida que constituye una propia “fórmula del éxito”,
como Gardner lo refiere? Cuando menos, constituye una posibilidad de devolver
una reflexión sobre el nosotros, aunque ciertamente la pura demostración puede
ser insuficiente.
Y quizás eso sea la oportunidad de lo político en cuanto a la descripción y al
ensayo visual. Mostrar a veces no basta, pero, entonces ¿qué arte nos toca hacer
en la etnografía, en el documental, en otras disciplinas para hablar de lo que es
justo hablar, sin romantizar lo que vemos, ni pretender un desapego neutral? Aquí
me viene a la mente el intento de W. G. Sebald para describir la destrucción de las
ciudades alemanas después de la guerra. ¿Es posible la facticidad que busca en
la narrativa, sea visual o escrita? ¿Cómo es posible hacer una representación de
los fenómenos sociales que acepte sus límites y atisbe las posibilidades de su
particularidad?

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