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I.

PERSONA HUMANA

QUE ES LA PERSONA?

De la persona, Santo Tomás, siguiendo en esto una definición tradicional dada por
Boecio, dice que es una “sustancia individual de naturaleza racional”. Para entender
mejor esta definición de Santo Tomás, veremos lo que ella niega. En primer lugar niega
que la persona sea un conjunto de impresiones más o menos endebles, de emociones y
recuerdos, falto de cualquier principio de coherencia interna y estabilidad. Muchas
veces se difunde entre nosotros la idea de que la persona es sólo su estado de conciencia
actual. Esto hace que nos encontremos con la contradicción de personas que tienen, o
afirman, haber tenido, estados de conciencia radicalmente diferentes unos de otros, a
distancia de pocos días o hasta de pocas horas. Un feroz asesino puede, a distancia de
pocas horas, enternecerse con una flor, o a distancia de algunos meses de su crimen,
pretender “ser otra persona”. Es más, esta inestabilidad está ahora especialmente
difundida como consecuencia de la creciente precariedad de las relaciones familiares. Si
se concibe una persona en esos términos, se vuelve imposible comprender como pueda,
en el presente, seguir comprometida por un acto realizado en el pasado. Esto es
particularmente claro en el caso del matrimonio. Quien compartiese una concepción de
la conciencia como estado de conciencia actual podrá decir, por ejemplo: “es verdad, te
juré, amor eterno, pero fue ayer y mi yo de ayer es distinto del de hoy. Mi estado de
conciencia ha cambiado, y ¿cómo puedo estar obligado por un acto que ya no me
pertenece?”
A todo esto se opone el concepto tomista de sustancia. Etimológicamente sustancia
significa “lo que sostiene”. Debajo de los diferentes estados de conciencia, que
cambian, existe algo que no cambia esencialmente, que es la subjetividad de la persona.
Es ella la que se compromete en los actos libres, pasando a través de los estados de
conciencia. Más aún, la sustancia de la persona está, en cierto sentido, expuesta al
cambio, pero tal cambio no es accidental y arbitrario. Todo acto de la persona se refiere
a esta sustancia y la muda, la hace cada vez más auténtica, y la conduce hacia una más o
menos auténtica actualización de su potencialidad.
Así pues, a través de sus acciones, la persona crece, se vuelve mejor o peor en cuanto
persona y, de todos modos, conserva en sí misma las propias acciones o, al menos, su
valor moral. La sustancia de la persona, nos dice también Boecio, es individual: cada
persona es responsable de sus propias acciones, es su causa y su origen. El hecho de que
nuestro actuar está condicionado por el ambiente, por la sociedad, por el contexto
general de nuestra existencia, no cambia en nada por el hecho de que nosotros somos
sus autores. Ninguna responsabilidad colectiva puede sustituir a nuestra responsabilidad
personal. Finalmente, el hecho de que la persona sea una sustancia individual de
naturaleza racional, nos indica la medida según la cual debe ser juzgada su acción, para
comprender si realiza o desfigura su naturaleza y su tarea originales. La persona, en
cuanto sujeto racional, puede conocer la verdad propia de sus diferentes ámbitos de
acción y está obligada a actuar según tal verdad.
Es bueno recordar esta concepción tomista de la persona al principio de este capítulo
porque nosotros, al intentar explorar algunas dimensiones del ser personal que no están
inmediata y explícitamente implicadas en esta definición, no pretendemos en ninguna
forma negar lo que en ella se afirma, sino que más bien, en cierto sentido, lo
presuponemos.
Aquí pretendemos considerar otro aspecto del ser personal que, por lo demás, no es
desconocido al mismo Santo Tomás: aquel aspecto por el cual la persona es relación.
Para comprender bien este aspecto será bueno referirse a la primera aparición de esta
expresión, persona, en el lenguaje de la filosofía y de la teología.
Originalmente, persona significa máscara, la máscara que el actor de la antigüedad se
ponía en la cara. Por extensión, la palabra indica el papel teatral, que es definido por su
relación con otros papeles. La función del personaje es la de ser interlocutor en un
diálogo, que es a su vez el eje conductor de un drama en el que se aclaran el destino y el
sentido de la existencia de los diversos interlocutores. Esto hace que la persona tenga
una consistencia en sí misma, pero no pueda tampoco propiamente subsistir en sí
misma sin la relación con los demás. ¿Cómo podría subsistir Antígona fuera de la
relación con Creonte y con Edipo y sus hermanos es decir, fuera del papel que se le
asigna en el drama? En la teología, el concepto de persona entra como eminente
concepto de relación. Es introducido para pensar en la relación entre el Padre, el Hijo y
el Espíritu. El Hijo subsiste en sí, pero al mismo tiempo, recibe continuamente en sí el
don del Padre que lo engendra, e igualmente el Espíritu coincide en cierto sentido, con
el acto de reunir en el amor al Padre y al Hijo. En Dios, sustancia y acción coinciden y
por lo tanto también sustancia y relación, en una forma que excede a la razón humana.
De aquí l fórmula trinitaria de una sola sustancia en tres personas. La calidad de la
relación entre las personas, la totalidad de la donación recíproca es tal que implica la
unidad de la sustancia, su compartición radical, el no ser sustancialmente otra cosa el
uno respecto del otro, aunque manteniendo, la distinción de las personas, en virtud de la
cual puede solamente subsistir la relación del don.
Es bastante significativo el hecho de que esta noción de persona, introducida
originariamente para comprender la naturaleza de las relaciones intra trinitarias, se haya
convertido siempre más, progresivamente, en noción para la controversia sobre lo
humano. Tal vez se puede ver en ello una cierta confirmación experimental de la
afirmación bíblica según la cual “Dios creó al hombre a su imagen y semejanza”.
ROCCO BUTTIGLIONE

Persona
La palabra latina persona fué originalmente usada para designar la máscara usada por un actor.
De ésta, se aplicó al rol que éste asumía y, finalmente, a cualquier carácter en el escenario de la
vida, a cualquier individuo. Este artículo discute:
la definición de "persona", especialmente en referencia a la doctrina de la Encarnación; al uso de la
palabra "persona", y su equivalente griego en conexión con las disputas Trinitarias. Para el
tratamiento psicológico del tema ver Personalidad. 1. Definición

La definición clásica es la dada por Boecio en "De persona et duabus naturis", c. ii: Naturæ
rationalis individua substantia (substancia individual de naturaleza racional).

Sustancia - es usado para excluir los accidentes: "Vemos que los accidentes no pueden constituir a
la persona" (Boecio, op. Cit) La substancia es usada en dos sentidos: de la sustancia concreta
como existiendo en el individuo, llamada substancia primera, lo que en Aristóteles corresponde a la
ousia prote; y de las abstracciones, substancia como existiendo en género y especies, llamada
substancia segunda y en Aristóteles, llamada ousia deutera. Se discute cuál de la dos acepciones
tomadas en sí mismas significan en este artículo. Es muy probable que en sí mismas, ella
prescinda de la substancia primera y substancia segunda, y sea restringida a la significancia
primera solo por la palabra individua. Individua - Individua, i.e., indivisum in se, es aquel tal que,
distinto a los brazos más altos del árbol de Profirio, género y especies, no pueden ser ulteriormente
subdivididos. Al dar Boecio su definición pareciera que no le adjunta ninguna otra definición a la
palabra. Es, meramente sinónimo de singularidad.

Naturaleza Racional - Persona se predica sólo de seres intelectuales. La palabra genérica que
incluye a todas las substancias individuales existentes, es una suppositum. Por lo tanto, la persona
es una subdivisión de suppositum, el cual es aplicado igualmente a lo racional e irracional,
individuos vivos e inertes. Una persona es, por lo tanto, algunas veces definida como una
suppositum naturae rationalis.

La definición de Boecio tal como está, puede dificilmente ser considerada satisfactoria. Las
palabras tomadas literalmente pueden ser aplicadas al alma racional del hombre y también a la
naturaleza humana de Cristo. Que Santo Tomás la aceptara, presumiblemente se debió al hecho
que la encontró en posesión y reconocida como una definición tradicional. El la explica en términos
que prácticamente constituyen una nueva definición: La Individua substantia dice, significa,
substancia, completa, por sí subsistente, separata ab aliia, es decir, una sustancia completa,
subsistente por sí, existiendo aparte de otras (III,Qxvi, a. 12, ad 2um).

Si a esto le sumamos rationalis naturae, tenemos una definición que comprende las cinco notas
que constituyen una persona:

substantia - lo que excluye el accidente; completa - debe formar una naturaleza completa; el que
sea una parte, ya sea actual o "aptitudinalmente", no satisface la definición; per se subsistens - la
persona existe en sí misma y para sí misma;ella es en justicia (sui juris), la esencial poseedora de
su naturaleza y todos sus actos, el sujeto fundamental de predicación de todos sus atributos; aquel
que existe en otro no es persona; separata ab aliis- Esto excluye la universal substancia segunda,
la cual no tiene existencia fuera del individuo; rationalis naturae - excluye toda supposita no
intelectual. Pertenece, por lo tanto, a la persona una triple incomunicabilidad, expresada en las
notas (b), (c) y (d). El alma humana pertenece a la naturaleza como parte de ella y, por lo tanto no
es una persona, aún cuando existe separadamente. La naturaleza humana de Cristo no existe per
se seorsum, pero in alio en la Divina Personalidad de la Palabra. Es por lo tanto comunicada por
asunción y, por lo tanto, no es una persona. Finalmente, la Divina Esencia, aunque subsistente per
se, está tan comunicada con las Tres Personas que no existe aparte de ellos; es, por lo tanto, no
una persona.

Los teólogos concuerdan que en la Unión Hipostática la razón inmediata porqué la Sagrada
Humanidad, aunque completa e individual, no es persona es que no es una subsistencia, no per se
seorsum subsistens. Sin embargo, han discutido por siglos lo concerniente a la determinación
fundamental de la naturaleza la cual si estuviera presente podría hacerla subsistente y por lo tanto
una persona, lo que en otras palabras es el fundamento esencial de la personalidad. De acuerdo a
Scoto, tal como es usualmente entendido, el fundamento esencial es una mera negación. Que la
naturaleza individual intelectual es una persona, la cual no está en su naturaleza destinada a ser
comunicada-como lo es el alma humana-tampoco está actualmente comunicada-como lo está la
Sagrada Humanidad. Si cesa la Unión Hipostática el último podría ipso facto, sin ninguna
determinación posterior, pasar a ser persona. Por esto se objeta que la persona posee la
naturaleza y todos sus atributos. Es difícil creer que este poseedor como distinto a los objetos
poseídos, esté constituído solo por una negación. Consecuentemente, el Tomismo tradicional, que
siguió a Cayetano, sostenía que hay una determinación positiva que llamaron "modo" de
subsistencia. Es la función de este modo que hace a la naturaleza incomunicable, terminada en sí
misma y capaz de recibir su propio ser o existencia, Sin este modo, la naturaleza humana de Cristo
existe sólo por el creciente ser de la Palabra.

Suárez también considera el modo como el esencial fundamento de la persona. En esta


perspectiva, sin embargo, como el sostiene que no hay distinción real entre naturaleza y el esse,
no prepara la naturaleza para recibir su propia existencia, sino algo sumado a la naturaleza
concebida como ya existente. Muchos teólogos sostienen que el mismo concepto del modo, a
saber, la determinación de una sustancia realmente distinta a ella pero que no agrega realidad,
involucra una contradicción. Teorías mas recientes como la de Tifano ("De hypostasi et persona",
1634), han encontrado muchos adherentes. El sostiene que la substancia es una suppositum, una
sustancia inteligente, una persona por el mero hecho de ser un todo, totum in se. Esta totalidad,
sostienen, es una nota positiva, aunque no agrega realidad, así como el todo no agrega nada a las
partes que la componen. En la Unión Hipostática la naturaleza humana es perfeccionada al ser
asumida, y así cesa de ser un todo, siendo unida en una totalidad superior. Por otro lado, La
Palabra no es perfeccionada, y así también se mantiene la persona. Teólogos opositores, sin
embargo, sostienen que esta noción de totalidad se reduce en el análisis a la negativa Scotista.
Ultimamente, los neo tomistas, Terrien, Billot, etc, consideran la personalidad fundamentalmente
constituída por el esse (ser), la existencia actual de una substancia inteligente. Tal que subsiste
con su propio esse y por el mismo hecho, incomunicable. La naturaleza humana de Cristo está
poseída por la Palabra y existe por Su infinito esse. No tiene un esse separado por sí mismo y por
esta razón, no es una persona. La suppositum es una suppositum como siendo ens (ente) en el
estricto sentido del término. De todas las teorías latinas, ésta es la más cercana a los padres
griegos. Aunque, en los "Diálogos de la Trinidad" dados por Migne entre los trabajos de San
Anastasio, el autor, hablando de la persona y naturaleza en Dios dice: He gar hypostasis to einai
semainei he de theotes to ti einai (Persona, denota esse, la Divina naturaleza denota la quididad;
M28, 114) Un tratamiento elaborado es dado por San Juan Damascene, Dial, xlii.

2. El uso de la palabra persona y sus equivalentes griegos en relación a las disputas trinitarias

Para la constitución de una persona se requiere que una realidad sea subsistente y absolutamente
distinta, es decir, incomunicable. Las tres realidades Divinas son relaciones, cada una se identifica
con la Esencia Divina. Una relación finita tiene realidad solo y en cuanto es un accidente; tiene
realidad de inherencia. Sin embargo, las relaciones Divinas son por naturaleza no por inherencia
sino por identidad. La realidad que tienen, por lo tanto, no es aquella de un accidente, sino aquella
de una subsistencia. Son una con ipsum esse subsistens. Nuevamente, cada relación, por su
propia naturaleza, implica oposición y por lo tanto, distinción. En la relación finita, esta distinción es
entre el sujeto y el término. In las relaciones infinitas no hay sujeto distinto de la relación misma; la
Paternidad es el Padre-y ningún término se distingue de la relación opuesta; La Filiación es el Hijo.
Las realidades Divinas son por lo tanto distintas y mutuamente incomunicables a través de esta
relativa oposición; con subsistentes como siendo identificados con la subsistencia del la Mente De
Dios, es decir, son personas. El uso de la palabra persona para denotarlos, sin embargo, provocó
controversia entre el Este y el Oeste. El equivalente griego preciso fué prosopon, asimismo usado
originalmente como la máscara usada por el actor y luego, del carácter que representaba, pero el
significado de la palabra no prosperó como aquel de persona, con la significación general de
individuo. Consecuentemente tres personae, tria prosopa, tenía sabor a Sabelianismo para los
griegos. Por otro lado, su palabra hypóstasis, de hypo-histeme, fué tomada por su correspondiente
en latín substancia, de sub-stare. Tres hypóstasis, por lo tanto, aparecían en conflicto con la
doctrina Nicómaca de la unidad de substancia en la Trinidad. Esta diferencia fué una causa
principal del Antioquenismo del siglo cuarto (ver MELETIUS DE ANTIOQUIA). Eventualmente en el
Oeste, se reconoció que el verdadero equivalente de la hypóstasis no era la substancia sino la
subsistencia y en el Este que para entender prosopon en el sentido latino de persona se excluyó la
posibilidad de una interpretación Sabeliana. Sin embargo, en el Primer Concilio de Constantinopla
se reconoció que las palabras hypóstasis, prosopon y persona eran igualmente aplicables a las
tres realidades Divinas (ver Encarnación; Naturaleza; Substancia; Trinidad).

BOECIO, De Persona et Duabus Naturis, ii, iii, in P.L., LXIV, 1342 sqq.; RICKABY, Metafísica
General, 92-102, 279-97 (London, 1890); DE REGNON, Etudes sur la Triniti, I. studies i, iv; ST.
TOMAS DE AQUINO, III, Q. xvi, a. 12; De Potentia, ix, 1-4; TERRIEN, S. Thomae Doctrina de
Unione Hypostatica, bk. I, c. vii; bk. III, cc. vi-vii (Paris, 1894); FRANZELIN, De Verbo Incarnato,
sect. III, cc. iii-iv (Rome, 1874); HARPER, Metaphysics of the School, vol. I, bk. III, c. ii, art. 2
(London, 1879).

L.W. GEDDES Transcrito por Rosalie Nesbit Traducido por Carolina Eyzaguirre A. Dic'2001.

http://ec.aciprensa.com/wiki/Persona#.Uw6ZIeN5MkQ

enciclopedia católica

Todos los seres humanos queremos ser felices. Es así que todo lo que hacemos, incluso
nuestros errores, responden a esa necesidad de alcanzar un estado que llamamos felicidad.
Es también de sentido común que identifiquemos la felicidad con el amor.

Esta búsqueda de la felicidad identificada con el amor, es muchas veces traicionada.


Queremos amar y no sabemos cómo. Soñamos con ese gran amor y lo confundimos muchas
veces con imitaciones burdas, ilusiones que no toman en cuenta lo esencial del amor: es
decir la entrega consciente y libre, la madurez, la capacidad de renuncia y de adhesión
firme, la fidelidad al compromiso con el otro.

Para saber cómo es el amor al que estamos llamados y que nos dará la plenitud que
buscamos, debemos ver otros aspectos primero y resolver algunas preguntas fundamentales.

1. LA PREGUNTA SOBRE EL SER HUMANO - ¿Quién soy?


Ante esta pregunta decimos nuestro nombre, nuestra dirección, profesión, si estamos
casados o no, si tenemos hijos, etc. Podemos también hacer una descripción física de
nuestra persona o podemos responder con datos psicológicos, como que nos asusta, que
nos alegra, etc.

a) Hambre de plenitud y la experiencia de limitación


Si profundizamos un poco más encontramos nuestra historia. Lo que nos ha
ocurrido y lo que hemos hecho, habla de nosotros. Los recuerdos de la infancia,
adolescencia, juventud, etc. en cada caso, teñidos de alegrías y dolores, angustias,
traiciones, triunfos, etc., habla de nosotros muchísimo, pero no agota lo que somos,
en otras palabras, no define enteramente nuestra identidad, sólo parte.

b) La persona humana como misterio


Ahondando un poco más para descubrir nuestra identidad, en lo primero que
tenemos que pensar es en nuestro origen. Hay que tomar consciencia de que antes
que naciéramos, ya había un mundo en el que sucedía casi todo lo que hoy sucede y
nosotros no estábamos. No éramos y ahora somos y el hecho de ser es algo dado de
fuera, es decir no nos hechos hecho a nosotros mismos. Si nuestros padres no se
hubieran conocido (en circunstancias aparentemente casuales), no estaríamos.
Pensar en todo esto debe ser una fuente perenne de asombro y agradecimiento y el
pensar en que no era y ahora soy, me lleva a preguntar de la siguiente manera
¿quién soy? ¿qué sentido tiene que yo sea?
Un segundo dato es que vamos a morir. Es una certeza absoluta y experimentamos
cotidianamente que caminamos hacia eso, aunque muchas veces se quiera evadir u
olvidar esta realidad. Algún día nuestro cuerpo estará bajo tierra y nuestro nombre
sólo evocará un recuerdo. Ante este hecho la pregunta toma esta forma: ¿quién soy?
¿qué sentido tiene mi vida?
El tercer dato, es que efectivamente creemos que existe un sentido. Creemos que
podemos ser felices y vivimos buscando algo que se llama felicidad.
Permanentemente tenemos la felicidad como horizonte. Bien o mal, con mayor o
menor claridad, todos buscamos ser felices y la felicidad que queremos no debe
terminar, debe ser para siempre. Todas nuestras decisiones están orientadas a esta
búsqueda. Lo curioso es que toda la vida experimentamos cosas que terminan,
nunca hemos conocido algo que no acabe y si lo encontramos, no podríamos
comprobarlo porque nosotros mismos nos acabamos antes. Y sabiendo esto
añoramos una felicidad que nunca termina, que sea eterna. La pregunta toma ahora
esta forma: “no era, aparezco en este mundo, me voy a morir y quiero ser feliz
eternamente, ¿quién soy?”
El cuarto dato es que cada uno de nosotros es él y no otro, y lo que tú hagas o dejes
de hacer, no podrá ser reemplazado por otra persona, porque tú eres tú y no otro. Es
decir somos únicos e irrepetibles. La pregunta toma ahora esta forma: “no era, soy,
busco la felicidad y soy yo mismo y no otro ¿quién soy?”

c) Elementos constitutivos: cuerpo, alma, espíritu


Cada uno de nosotros es un ser corpóreo. Tenemos un cuerpo que cumple funciones
involuntarias para seguir vivo: respiración, latidos del corazón, funcionamiento de
los órganos. Y también tenemos acciones voluntarias indispensables como comer,
beber y dormir. Y por último tenemos acciones voluntarias que son muy
importantes en nuestra vida como la vida sexual, la diversión, el estudio, el diálogo,
etc. Todas estas acciones dependen del cuerpo y se expresan con el cuerpo pero no
todas se pueden explicar sólo por él.
Hay todo un mundo de pensamientos, sentimientos, emociones y pasiones que
pertenecen al área psicológica de nuestra persona, que tampoco terminan de explicar
que cada uno es quién es y no otro. Hay un área más profunda de la identidad
personal. Se trata del área espiritual. El espíritu es nuestra identidad más profunda.
En él está el relicario de la conciencia y las decisiones libres. Es la residencia de la
libertad, ya que entendimiento y voluntad son facultades del espíritu y no existe acto
libre sin el ejercicio del entendimiento y la voluntad.
Con esto podemos decir que cada uno de nosotros somos un ser bio-psico-espiritual.
Se añade algo a esto, no podemos vivir solos. Los seres humanos no sobreviven si
se aíslan. Somos sociales por naturaleza.

2. DINAMISMOS ONTOLÓGICOS Y NECESIDADES BÁSICAS

Ante el misterio de la persona humana todo esquema o categorización es insuficiente.


Se debe distinguir dos niveles de la persona: el de los dinamismos fundamentales y el
de las necesidades psicológicas. En el primero, hablamos de lo que configura a la
persona independientemente de la percepción que tenga de ellos. Se trata del modo de
ser “ontológico”, es decir, la forma de su realidad más honda. Es un dato objetivo, no
subjetivo. En el segundo hablamos de la percepción que la persona tiene de la realidad y
de lo que necesita para adecuarse a ella y realizarse. Podemos decir que en el primer
nivel es lo que soy y en el segundo nivel es cómo me percibo a mí mismo.

Dinamismos ontológicos Necesidades psicológicas


Lo que soy Cómo me percibo a mí mismo
Permanencia Seguridad
Despliegue Significación

Dinamismo ontológico de permanencia


Es la propiedad por la cual nuestra identidad sigue existiendo a través de los cambios.
Cada uno de nosotros permanece siendo él mismo y no se convierte en otra persona o
en otra cosa con el paso de los años. Por un dinamismo interior, permanecemos en el
tiempo a través de los cambios. (Ej. Foto de niños)

Dinamismo ontológico de despliegue


Se trata de la característica de nuestro ser por la cual no podemos permanecer aislados.
Nuestra permanencia requiere que salgamos al encuentro de los demás. Necesitamos
salir de nosotros mismos para permanecer. Los seres humanos no sobrevivimos si nos
encerramos en nosotros mismos.
Tenemos inscrito en lo hondo de nosotros mismos un impulso al encuentro con Dios,
cono nosotros mismos, con los demás y con la naturaleza entera. Cuando una persona
se aísla, va perdiendo incluso su propia capacidad de conocerse y ser él mismo.
Desplegarse es acoger la realidad y relacionarse reverentemente con ella, empezando
por la propia realidad que se abre a Dios como su sentido último, saliendo al encuentro
de los demás y humanizando el entorno de acuerdo a la verdad y el bien.

Necesidad psicológica de seguridad


Es la necesidad de saberse amado, saber que a alguien le parece bien que uno exista.

El hombre, unidad de cuerpo, mente y espíritu


El Ser humano, unidad bio-psico-espiritual
Vamos a recorrer un camino que va desde lo exterior a lo interior. Sin embargo, debemos
considerar que el ser humano es ante todo una unidad, si bien tiene una parte corporal,
otra psicológica y una espiritual, todas ellas están entrelazadas en una misma unidad que
es el yo. Por ello es que vamos a ver como la enfermedad afecta nuestro estado de
ánimo, o como una preocupación fuerte puede generarnos enfermedades como el stress.

El cuerpo
En una primera instancia puedo percibir que tengo un cuerpo, con características muy
particulares, es un cuerpo que tiene una serie de funciones, que es bueno en sí mismo,
que debo cuidarlo y tratarlo con reverencia. Sin embargo, yo no soy sólo mi cuerpo, soy
más que eso.

La mente
Avanzando un poco más, percibo en mí una dimensión más profunda, es el área
psicológica. Mi propia experiencia me dice que en mi mente es un ámbito poco conocido
por mí, de hecho necesito conocer mejor este aspecto tan importante.

En la mente descubrimos que existen los siguientes elementos: la inteligencia o la


capacidad discursiva, que utiliza para sus razonamientos la memoria (la capacidad de
recordar ideas), la imaginación (recordar imágenes captadas por los sentidos) y en el
campo de la creación humana, la fantasía (el poder combinar ideas o imágenes de
acuerdo a las propias percepciones).

Los elementos que son reconocidos por la mente como buenos, verdaderos, falsos, o
malos, despiertan en la persona una reacción emotiva llamada pasión, la cual
corresponderá al juicio que se tenga sobre el objeto conocido.

Las pasiones se manifiestan de la siguiente manera:


El amor1: nace cuando el objeto de nuestra atención es bueno, verdadero y necesario.
Pero sobre todo cuando es posible alcanzarlo.

La alegría: es la pasión que se experimenta ante la obtención del bien.

El odio: cuando el objeto es falso, malo, teniendo en cuenta que es vencible por nosotros.
El odio es una fuerza que nos sirve para eliminar los obstáculos.

El miedo: cuando el objeto es malo y nos amenaza siendo invencible o muy peligroso.

La tristeza: pasión que se manifiesta ante la pérdida de un bien deseado. O cuando dicho
bien no es alcanzable.

Las pasiones, como todas las potencias humanas, no son buenas ni malas, sino que lo
serán en la medida que las use para el bien o para el mal.

La voluntad es otro elemento importante al nivel de la mente, es una potencia del alma
que nos permite ponernos en movimiento para alcanzar un bien o rechazar un mal, es la
concreción de una opción en la acción, puede o no estar en concordancia con una pasión.

Cada persona tiene una manera especial de ser, al nivel de la mente podemos decir que
algunos son más discursivos, otros más emotivos, hay personas que son secundarias,
esto es, que las emociones quedan marcadas por mucho tiempo, otras son primarias.

El espíritu
He conocido lo que significa el yo psicológico. Dicha realidad es transitoria, se trata de un
conjunto de experiencias que van y vienen, así, pienso y dejo de pensar, tengo temor o
angustia y dejo de tenerla, y podría decir lo mismo con la alegría, los recuerdos, etc. Toda
esta corriente continua constituye el yo psicológico.

Sin embargo, es indudable que existe algo permanente, algo interior, más de raíz. Se
trata de un mismo punto de referencia, una conciencia profunda de identidad. Por
ejemplo, cuando era niño, mi apariencia era la de un niño, mis pensamientos eran los de
un niño, ahora que soy adulto, tanto mi cuerpo como mis criterios, emociones y
sentimientos son de adulto. Sin embargo no he dejado de ser yo mismo, hay algo que en
mi ha permanecido, se trata de algo que hace que uno sea siempre el mismo.

Esta experiencia nos descubre que no somos ni nuestros pensamientos, ni nuestras


emociones, y que nuestra mismidad es más profunda.

1
En este caso entender “amor” como emoción, como atracción hacia alguien, no en el sentido global de auto
entrega. Los griegos hacen la distinción entre los distintos amores que experimenta la persona.
Al encuentro de nuestra mismidad

Esta realidad profunda que hemos descubierto es llamada mismidad, nombre que nos
sirve para distinguirla de cualquier otra realidad con la que nos podemos identificar.
Cuando los místicos hablan de la "chispa", el "hondón" del Alma, hablan de esa realidad
que otros llaman sujeto, porque todo lo demás está apoyándose en él, porque está por
debajo de la corriente de todo lo que pasa. En el caso de cada uno, esa realidad es mi
mismidad y eso es lo que importa.

Características de la mismidad:

1. Es una: Es un centro que se presenta como unidad definida y mantenida. Aparece


siempre igual, las variaciones del yo psicológico reafirman su realidad de base.
2. Es auto consciente: Este centro interior tiene la particularidad de ser auto consciente:
nos damos cuenta, somos conscientes de nosotros mismos. Cada uno tiene
conciencia de si.
3. Posee identidad: La mismidad se encuentra idéntica a sí misma, frente al mundo del
no—yo, se distingue de todo lo que no soy yo, de los actos de conciencia y del yo
psicológico.
4. Posee identidad histórica: Pues mantiene una propia referencia a pesar del paso de
la historia personal. Ese centro ontológico siempre permanece siendo el mismo.
5. Es el núcleo de la libertad: La mismidad se experimenta como libertad. Soy libre
para realizar o no, una serie de actividades. Puedo controlar mi actividad, y eso es
una experiencia inmediata. Lo que hago, lo decido desde mi mismidad, incluso soy
capaz de tomar una decisión pasando por encima de mis comodidades corporales o
mis experiencias psicológicas, por ejemplo cuando una persona da la vida por otra, su
cuerpo se resiste, experimenta el miedo, pero hay algo que lo impulsa desde lo más
profundo.

Hambres que manifiesta


Esta realidad misteriosa del ser humano se manifiesta a partir del “Hambre de infinito”. Se
trata del hambre de felicidad y de realización, que según la experiencia no puede ser
saciada con lo material y finito, sino con lo trascendente.

Este hambre de infinito que impulsa al ser humano a buscar la felicidad, tiene una serie de
características concretas:

En primer lugar se trata del anhelo de una realidad infinita, intensa, que abarque todos los
aspectos de la realidad humana y que se expresa en la posesión de la verdad, la libertad,
la bondad y la belleza infinitas.
En segundo lugar, el hombre anhela que esta bondad, libertad, belleza y verdad infinitas,
sean eternas, que no se acaben, que sean para siempre.

En tercer lugar, el anhelo más intenso que se manifiesta en el ser humano es el


amor, un amor personal, sin condiciones, basado en la verdad y la libertad, un
amor que en sí mismo encierra una belleza misteriosa y que embellece a la
persona que lo vive. El anhelo de amor es lo que abarca todos los demás anhelos,
todo lo que la persona hace está en función de realizarse amando y de ser amado
por los demás.

Los anhelos que hemos mencionado nos dicen algo muy concreto; el hombre anhela en lo
más profundo de sí, el encuentro amoroso con una realidad que sea personal eterna e
infinita, y que encierre en sí misma la verdad, la bondad, la libertad y la belleza en los
mismos términos. El ser humano, en el fondo anhela a Dios.

CURSO LIDERAZGO ISUR

LA PERSONA Y EL AMOR
En el caso del ser humano, naturalmente, la relación entre sustancia y relación es
diversa que en el caso de la Trinidad. Cada ser humano posee, como ya hemos visto,
una substancia suya, que le pertenece de modo inalienable. También es verdad que cada
ser humano se vuelve consciente de la propia dignidad óntica y toma consciencia del
propio valor como hombre sólo a través de la relación con otros y, precisamente,
cuando otro ser humano asume hacia él la actitud que corresponde al valor de la
persona, esto es, el amor. El amor, entendido aquí en sentido general y no
exclusivamente sexual, es una respuesta afectiva de toda la persona que implica el
reconocimiento de la dignidad del otro, pero también el estupor afectivo y la
contemplación de su dignidad y su grandeza, de donde nace la disponibilidad de
comprometerse a sí mismo para defender tal dignidad y belleza y acompañarla hacia su
adecuada realización.
Para la persona humana, el tomar consciencia de sí es decir, el ser auto consciente, no
es algo accesorio que pueda darse o no darse. La autoconsciencia es pues, un acto
propio de la persona, decisivo para su auto realización como persona. Sólo de tal modo
puedo, no sólo hacer lo que es justo, sino también vivir tal acción como mi acción
propia que me pertenece y me constituye esencialmente.
Esta autoconsciencia, como hemos dicho, es posible sólo a través de la mediación del
otro, es decir, en la medida en que otro, dirigiéndose hacia mí, despierta en mí la
consciencia de la parte que tengo que representar en el drama de la vida y de la historia.
Empiezo a existir como ser autoconsciente ante la llamada del otro, y como respuesta a
la disponibilidad que desde el principio manifiesta hacia mí.
En este sentido, el ser de la persona es por naturaleza comunial. El ser sujeto individual
no contradice esa estructura de la persona, sino que ayuda a comprenderla mejor. En
efecto, la relación con la otra persona humana no crea ni al sujeto ni a su conciencia,
pero se inserta sobre el presupuesto de una primera donación original del ser y del
sentido de parte de Dios, como su desenvolvimiento y explicitación. Esto significa que
en la relación interpersonal, y en particular en la educación, el hombre coopera con
Dios en la creación de la interioridad del otro. Esto es de vital importancia porque nos
induce a rechazar cualquier pretensión de un hombre de considerar a otro hombre como
un producto de su iniciativa. Nuestros hijos, que engendramos en la carne y educamos
en el espíritu, no nos pertenecen, precisamente en virtud de la donación originaria del
ser y del sentido del ser por parte de Dios; pertenecen a un destino infinitamente mayor,
hacia el cual nosotros nos esforzamos en lo posible por guiarlos y en todo caso por
acompañarlos. Sin embargo, esto no debe inducirnos a no ver el otro lado de la verdad.
Cada uno de nosotros es, en cierto sentido, la suma del amor que le ha sido dado; otros
hombres participan realmente en la creación de nuestra personalidad concreta, tanto
que, sin ellos, no seríamos lo que somos. Existen relaciones humanas decisivas y
nuestro destino depende en gran medida del modo en que las vivimos.
ROCCO BUTTIGLIONE

LA PERSONA HUMANA Y SUS DERECHOS

1.- DOCTRINA SOCIAL Y PRINCIPIOS PERSONALISTAS


2.- LA PERSONA HUMANA IMAGEN DE DIOS
3.- LA PERSONA HUMANA Y SUS MULTIPLES DIMENSIONES

a. Unidad de la persona
El hombre ha sido creado por Dios como unidad de cuerpo y alma. El alma
espiritual es el principio de unidad del ser humano, es aquello por lo cual
éste existe como un todo en cuanto a persona. La persona (incluido el
cuerpo) está confiada enteramente a sí misma y es en la unidad de alma y
cuerpo donde ella es el sujeto de sus propios actos morales.
Mediante su corporeidad, el hombre unifica en sí mismo loe elementos del
mundo material. Esta dimensión le permite al hombre su inserción en el
mundo material, lugar de su realización y de su libertad no como en una
prisión o en un exilio. No es lícito despreciar la vida corporal; el hombre, al
contrario, debe tener por bueno y honrar a su propio cuerpo, como criatura
de Dios que ha de resucitar en el último día. La dimensión corporal, sin
embargo, a causa de la herida del pecado, hace experimentar al hombre las
rebeliones del cuerpo y las inclinaciones perversas del corazón, sobre las que
debe siempre vigilar para no dejarse esclavizar y para no permanecer
víctima de una visión puramente terrena de su vida.
Por su espiritualidad el hombre supera a la totalidad de las cosas y penetra
en la estructura más profunda de la realidad. Como cuando se adentra en su
corazón, es decir, cuando reflexiona sobre su propio destino, el hombre se
descubre superior al mundo material, por su dignidad única de interlocutor
de Dios, bajo cuya mirada decide su vida. Él, en su vida interior, reconoce
tener en sí mismo la espiritualidad y la inmortalidad de su alma y no se
percibe a sí mismo como partícula de la naturaleza.
El hombre tiene dos características diversas: es un ser material, vinculado a
este mundo mediante su cuerpo, y un ser espiritual, abierto a la
trascendencia y al descubrimiento de una verdad más profunda, a causa de
su inteligencia que lo hace participante de la luz de la inteligencia divina. La
iglesia afirma: la unidad del alma y del cuerpo es tan profunda que se debe
considerar al alma como la forma del cuerpo, es decir, gracias al alma
espiritual, la materia que integra el cuerpo es un cuerpo humano y viviente;
en el hombre, el espíritu y la materia no son dos naturalezas unidas, sino que
su unión constituye una única naturaleza. Ni el espiritualismo que desprecia
la realidad del cuerpo, ni el materialismo que considera el espíritu una mera
manifestación de la materia, dan razón de la complejidad, de la totalidad y
de la unidad del ser humano.
b. Apertura a la trascendencia y unicidad de la persona

- Abierta a la trascendencia.- a la persona humana pertenece la apertura a


la trascendencia: el hombre está abierto a lo infinito y a todos los seres
creados. Está abierto sobre todo al infinito, es decir a Dios, porque con
su inteligencia y su voluntad se eleva por encima de todo lo creado y de
sí mismo, se hace independiente de las creaturas, es libre frente a todas
las cosas creadas y se dirige hacia la verdad y el bien absoluto. Está
abierto también hacia el otro, a los demás hombres y al mundo, porque
sólo en cuanto se comprende en referencia a un tú puede decir yo. Sale
de sí, de la conservación egoísta de la propia vida, para entrar en una
relación de diálogo y de comunión con el otro.
La persona está abierta a la totalidad del ser, al horizonte ilimitado del
ser. Tiene en sí la capacidad de trascender los objetos particulares que
conoce, gracias a su apertura al ser sin fronteras. El alma humana es un
cierto sentido, por su dimensión cognoscitiva, todas las cosas: todas
cosas inmateriales gozan de una cierta infinidad en cuanto abrazan todo,
o porque se trata de la esencia de una realidad espiritual que funge de
modelo y semejanza de todo, como es en el caso de Dios, o bien porque
posee la semejanza de toda cosa o en acto como en los ángeles o en
potencia como en las almas.

- Única e irrepetible.- el hombre existe como ser único e irrepetible, existe


como un yo capaz de auto comprenderse, auto poseerse y auto determinarse.
La persona humana es un ser inteligente y consciente, capaz de reflexionar
sobre sí mismo y, por tanto, de tener conciencia de sí y de sus propios actos.
Sin embargo, no son la inteligencia, la conciencia y la libertad las que
definen a la persona, sino que es la persona quien está en la base de los actos
de inteligencia, de conciencia y de libertad. Estos actos pueden faltar, sin
que por ello el hombre deje de ser persona (dinámica de grupo para
poner ejemplos). La perdona humana debe ser comprendida siempre en su
irrepetible e insuprimible singularidad. En efecto, el hombre existe ante todo
como subjetividad, como centro de conciencia y de libertad, cuya historia
única y distinta de las demás expresa su irreductibilidad ante cualquier
intento de circunscribirlo a esquemas de pensamiento o sistemas de poder,
ideológicos o no. Esto impone, ante todo, no sólo la exigencia del siempre
respeto por parte de todos, y especialmente de las inteligencias políticas y
sociales y de sus responsables en relación a cada hombre de este mundo,
sino que además, y en mayor medida, comporta que tener compromiso de
cada uno hacia el otro, y sobre todo de estas mismas instituciones, se debe
situar en la promoción del desarrollo integral de la persona.

- El respeto de la dignidad humana.- una sociedad justa puede ser realizada


solamente en el respeto de la dignidad trascendente de la persona. Ésta
representa el fin último de la sociedad, que está a ella ordenada: el orden
social, pues, y su progresivo desarrollo deben en todo momento
subordinarse al bien de la persona, ya que el orden real debe someterse al
orden personal, y no al contrario. El respecto de la dignidad humana no
puede absolutamente prescindir de la obediencia al principio de considerar al
prójimo como otro yo, cuidando en primer lugar de su vida y de los medios
necesarios para vivirla dignamente. Es preciso que todos los programas
sociales, científicos y culturales, estén presididos por la conciencia del
primado de cada ser humano. (análisis en grupo de una norma para ver si
está en orden a la dignidad de la persona)
En ningún caso la persona humana puede ser instrumentalizada para fines
ajenos a su mismo desarrollo, que puede realizar plena y definitivamente
sólo en Dios y en su proyecto salvífico. El hombre, en efecto, en su
interioridad, trasciende el universo y es la única criatura que Dios ha amado
por sí mismo. Por esta razón, ni su vida, ni el desarrollo de su pensamiento,
ni sus bienes, ni cuantos comparten sus vicisitudes personales y familiares
pueden ser sometidos a injustas restricciones en el ejercicio de sus derechos
y de su libertad.
La persona no puede estar finalizada a proyectos de carácter económico,
social o político, impuestos por autoridad alguna, ni siquiera en nombre del
presunto progreso de la comunidad civil (ejemplo de las esterilizaciones
forzadas) (buscar norma de hijo único en China) en su conjunto o de otras
personas, en el presente o en el futuro. Es necesario, por tanto, que las
autoridades públicas vigilen con atención para que una restricción de la
libertad o cualquier otra carga impuesta a la actuación de las personas no
lesione jamás la dignidad personal y garantice el efectivo ejercicio de los
derechos humanos. Todo esto, se funda sobre la visión del hombre como
persona, es decir, como sujeto activo y responsable del propio proceso de
crecimiento, junto con la comunidad de la que forma parte.
Loa auténticos cambios sociales son efectivos y duraderos sólo si están
fundados sobre un cambio decidido de la conducta personal. No será
posible jamás una auténtica moralización de la vida social si no es a
partir de las personas y en referencia a ellas (poner esta frase en la
diapositiva): en efecto, el ejercicio de la vida moral proclama la dignidad de
la persona humana. A las personas compete, evidentemente, el desarrollo de
las actitudes morales, fundamentales en toda convivencia verdaderamente
humana (justicia, honradez, veracidad, etc.), que de ninguna manera se
puede esperar de otros o delegar en las instituciones. A todos,
particularmente a quienes de diversas maneras están investidos de
responsabilidad política, jurídica o profesional frente a los demás,
corresponde hacer conciencia vigilante de la sociedad y primeros testigos de
una convivencia civil y digna del hombre.

c. La libertad de la persona
- Valor y límites de la libertad.- el hombre puede dirigirse hacia el bien
sólo en la libertad, que Dios le ha dado como signo eminente de su
imagen: Dios ha querido dejar al hombre en manos de su propia
decisión, para que así busque espontáneamente a su creados y,
adhiriéndose libremente a éste, alcance la plena y bienaventurada
perfección. La dignidad humana requiere, por tanto, que el hombre actúe
según su conciencia y libre elección, es decir, movido e inducido por
convicción interna personal y bajo la presión de un ciego impulso
interior o de la mera coacción externa.
El hombre justamente aprecia la libertad y la busca con pasión:
justamente quiere y debe, formar y guiar por su misma iniciativa su vida
personal y social, asumiendo personalmente su responsabilidad. La
libertad, en efecto, no sólo permite al hombre cambiar convenientemente
el estado de las cosas exterior a él, sino, que determina su crecimiento
como persona, mediante opciones conformes al bien verdadero: de este
modo el hombre se genera así mismo, es padre de su propio ser y
construye el orden social.
La libertad no se opone a la dependencia creatural del hombre respecto
a Dios. La Revelación enseña que el poder de determinar el bien y el mal
no pertenece al hombre, sino sólo a Dios. El hombre es ciertamente libre,
desde el momento en que puede comprender y acoger los mandamientos
de Dios. Y posee una libertad muy amplia, porque puede comer de
“cualquier árbol del jardín”. Pero esa libertad no es ilimitada: el hombre
debe detenerse ante el “árbol de la ciencia del bien y del mal”, por estar
llamado a aceptar la ley moral que Dios le da. En realidad la libertad del
hombre encuentra su verdadera y plena realización de esta aceptación.
El recto ejercicio de la libertad personal exige unas determinadas
condiciones de orden económico, social, jurídico, político y cultural que
son, con demasiada frecuencia desconocidas y violadas. Estas
situaciones de ceguera y de injusticia gravan la vida moral y colocan
tanto a los fuertes como a los débiles en la tentación de pecar contra la
caridad. Al apartarse de la ley moral, el hombre atenta contra su propia
libertad, se encadena a sí mismo, rompe la fraternidad con sus
semejantes y se rebela contra la verdad divina. La liberación de las
injusticias promueve la libertad y la dignidad humana: no obstante, ante
todo, hay que apelar a las capacidades espirituales y morales de la
persona y a la exigencia permanente de la conversión interior si se
quieren obtener cambios económicos y sociales que estén
verdaderamente al servicio del hombre.

- El vínculo de la libertad con la verdad y la ley natural.- en el ejercicio


de la libertad, el hombre realiza actos moralmente buenos, que edifican
su persona y la sociedad, cuando obedece a la verdad, es decir, cuando
no pretende ser creador y dueño absoluto de ésta y de las normas éticas.
La libertad, en efecto, no tiene su origen absoluto e incondicionado en sí
misma, sino en la existencia en la que se encuentra y para la cual
representa, al mismo tiempo, un límite y una posibilidad. Es la libertad
de una criatura, o sea, una liberad donada, que se ha de acoger como un
germen y hacer madurar con responsabilidad. En caso contrario, muere
como libertad y destruye al hombre y a la sociedad. (poner ejemplos)
La verdad sobre el bien y el mal se reconoce en modo práctico y
concreto en el juicio de la conciencia, que impone a la persona la
obligación de realizar un determinado acto, se manifiesta el vínculo de la
libertad con la verdad, precisamente por esto la conciencia se expresa
con actos de juicio, que reflejan la verdad sobre el bien, y no como
“decisiones” arbitrarias. La madurez y responsabilidad de estos juicios -
y, en definitiva, del hombre, que es su sujeto- se demuestran no con la
liberación de la conciencia de la verdad objetiva, en favor de una
presunta autonomía de las propias decisiones, sino, al contrario, con una
apremiante búsqueda de la verdad y con dejarse guiar por ella en el
obrar.
El ejercicio de la libertad implica la referencia a una ley moral natural,
de carácter universal, que precede y aúna todos los derechos y deberes.
La ley natural no es otra cosa que la luz de la inteligencia infundida en
nosotros por Dios. Gracias a ella conocemos lo que se debe hacer y lo
que se debe evitar. Esta luz o esta ley de Dios la ha donado a la creación
y consiste en la participación en su ley eterna, la cual se identifica con
Dios mismo. Esta ley se llama natural porque la razón que la promulga
es propia de la naturaleza humana. Es universal, se extiende a todos los
hombres en cuanto establecida por la razón. En sus preceptos
principales, la ley divina y natural está expuesta en el decálogo e indica
las normas primeras y esenciales que regulan la vida moral. Se sustenta
en la tendencia y la sumisión a Dios, fuente y juez de todo bien, y en el
sentido de igualdad de los seres humanos entre sí. La ley natural expresa
la dignidad de la persona y pone la base de sus derechos y de sus deberes
fundamentales.
En la diversidad de las culturas, la ley natural une a los hombres entre sí
imponiendo principios comunes. Aunque su aplicación requiera
adaptaciones a la multiplicidad de las condiciones de vida, según los
lugares, las épocas y las circunstancias, la ley natural es inmutable,
subsiste bajo el flujo de ideas y costumbres y sostiene su progreso…
incluso cuando se llega a renegar de sus principios, no se la puede
destruir ni arrancar del corazón del hombre. Resurge siempre en la vida
de individuos y sociedades.
Sus preceptos, sin embargo, no son percibidos por todos con claridad e
inmediatez. Las verdades religiosas y morales pueden ser conocidas de
todos y sin dificultad con una firme certeza y sin mezcla de error, sólo
con la ayuda de la gracia y de la Revelación. La ley natural ofrece un
fundamento preparado por Dios a la ley revelada y a la gracia, en plena
armonía con la obra del Espíritu.
La ley natural, que es la ley de Dios, no puede ser cancelada por la
maldad humana. Esta ley es l fundamento moral indispensable para
edificar la comunidad de los hombres y para elaborar la ley civil, que
infiere las consecuencias de carácter concreto y contingente a partir de
los principios de la ley natural. No se puede edificar una comunión real y
duradera con el otro, porque cuando falta la convergencia hacia la verdad
y el bien, cuando nuestros actos desconocen o ignoran la ley, de manera
imputable o no, perjudican la comunión de las personas, causando daño.
En efecto, sólo una libertad que radica en la naturaleza común puede
hacer a todos los hombres responsables y es capaz de justificar la moral
pública. Quien se auto proclama medida única de las cosas y de la
verdad, no puede convivir pacíficamente ni colaborar con sus
semejantes.
La libertad está misteriosamente inclinada a traicionar la apertura a la
verdad y al bien humano y con demasiada frecuencia prefiere el mal y la
cerrazón egoísta, elevándose a divinidad creadora del bien y del mal:
creado por Dios en la justicia, el hombre, sin embargo, por instigación
del demonio, en el propio exordio de la historia, abusó de su libertad,
levantándose contra Dios y pretendiendo alcanzar su propio fin al
margen de Dios … Al negarse con frecuencia a reconocer a Dios como
su principio, rompe el hombre la debida subordinación a su fin último, y
también toda su ordenación tanto por lo que toca a su propia persona
como las relaciones con los demás y con el resto de la creación. La
libertad del hombre, por tanto, necesita ser liberada. Cristo, con la fuerza
de su misterio pascual, libera al hombre del amor desordenado de sí
mismo, que es fuente del desprecio al prójimo y de las relaciones
caracterizadas por el dominio sobre el otro; Él revela que la libertad se
realiza en el don de sí mismo. Con su sacrificio en la cruz, Jesús
reintegra el hombre a la comunidad con Dios y con sus semejantes.

d. La igual dignidad de todas las personas


Dios no hace acepción de personas, porque todos los hombres tienen la
misma dignidad de criaturas a su imagen y semejanza
Attrib

DIGNIDAD DE LA PERSONA

Objetivo

Reflexionar sobre las verdades fundamentales


de la persona humana y el valor mismo de la
vida.
DIGNIDAD DE LA PERSONA

Preguntas iniciales

Por favor, lee con atención las siguientes frases y anota una V si crees que es
verdadera y F si crees que es falsa:

La dignidad de la persona se debe ganar


con los propios actos.

La dignidad de la persona se basa en que ésta está


hecha a imagen y semejanza de Dios.

La vida de una persona es valiosa sin importar su


condición (anciano, minusválido, moribundo, embrión,
etc.).
DIGNIDAD DE LA PERSONA

Qué se entiende por dignidad de la persona

Para entrar en materia trataremos de comprender que se entiende por


dignidad y por persona.

Según la Real Academia Española de la Lengua, dignidad es una palabra


que proviene del latín (dignitas, tatis), que significa excelencia, realce.
Se define también como la gravedad y/o decoro de las personas en la
manera de comportarse.

Por otro lado, persona se define como un individuo de la especie


humana. Es famosa la definición de Boecio: “naturae rationalis
individua substantia”. En este sentido, persona se opone a cosa: el
vegetal, el animal, el mineral, son cosas, mientras que el hombre es
persona.

Ahora bien, si tratamos de unir estas definiciones podremos entender


que: el ser humano fue creado distinto a las cosas, ya que a pesar de
poseer los instintos naturales, como el de supervivencia o reproducción
(animales), se diferencia de éstos por su capacidad natural de
raciocinio; esta capacidad nos hace seres pensantes y/o inteligentes,
esa inteligencia nos da la capacidad de entendimiento y el ser racional
nos hace actuar con voluntad propia.

Por ello sabemos que la ley natural, presente en el corazón de todo


hombre y establecida por la razón, es universal en sus preceptos y su
autoridad se extiende a todos los hombres. Expresa la dignidad de la
persona y determina la base de sus derechos y sus deberes
fundamentales. Por ello, se concluye que la razón, que es el valor más
alto de la dignidad humana, consiste en la vocación del hombre a la
comunión con Dios.
El hombre imagen de Dios

Nosotros los cristianos, a través de las Escrituras y a través de la fe, sabemos


que “creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó,
hombre y mujer los creó” (Gn 1,27); y le dijo Dios: “mandad en los peces del
mar y en las aves de los cielos y en todo animal que se para sobre la tierra”
(Gn 1,28).

Por haber sido hecho a imagen de Dios, el ser humano tiene la dignidad
de persona. No es solamente algo, sino alguien. Es capaz de
conocerse, de poseerse y de darse libremente y entrar en comunión con
otras personas, y es llamado por la gracia, a una alianza con su
Creador, a ofrecerle una respuesta de fe y de amor que ningún otro ser
puede dar en su lugar.

La persona humana, creada a imagen de Dios, es un ser a la vez


corporal y espiritual. “Dios formó al hombre con polvo del suelo e
insufló en su nariz aliento de vida y resultó el hombre un ser viviente”
(Gn 2,7). Ser hombre o ser mujer es una realidad buena y querida por
Dios, ellos tienen una dignidad que nunca se pierde y que viene
directamente de Dios su Creador.

Fíjense bien, el hombre y la mujer están hechos el uno para el otro. En


el matrimonio, Dios los une de manera que, formando “una sola carne”
(Gn 2,24) puedan transmitir la vida humana. ¿Se dan ustedes cuenta
de la magnitud de estos conceptos? ¿Pueden ustedes ver la gran
responsabilidad que dios ha puesto en nuestras manos? Entendámonos
bien, somos unos seres distintos y superiores por nuestra capacidad de
raciocinio, primer fundamento de la dignidad de la persona humana,
hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, por lo que Dios
habita en nosotros. Somos capaces de procrear un nuevo ser vivo, en el
que Dios nos usa como medios para reproducir su imagen y la del hijo
de Dios.

El comprender a fondo esto tiene forzosamente que hacernos cambiar,


porque de ahora en adelante debemos ver diferente a nuestro cónyuge,
a nuestros hijos, a nuestros empleados, a nuestros amigos, en una
palabra, a todos nuestros hermanos, porque entendemos que todos
ellos son inmensamente dignos, por que Dios habita en ellos, porque
ellos son Cristo.

El amor al prójimo es lo que más nos dignifica como personas humanas,


sobre todo sí hemos comprendido que su valor se debe a la inmensa
dignidad de su ser, por estar hecho a imagen y semejanza de Dios. Es
por ello que este es el punto de partida de toda la doctrina cristiana.

El hombre, ser libre

Dios ha creado al hombre racional confiriéndole la dignidad de una


persona dotada de la iniciativa y del dominio de sus actos. “Quiso Dios
dejar al hombre en manos de su propia decisión (Si 15,14), de modo
que busque a su Creador sin coacciones y adhiriéndose a Él, llegue
libremente a la plena y feliz perfección” (Gaudium et Spes, 17).

La libertad es el poder, radicado en la razón y en la voluntad, de obrar o


de no obrar, de hacer esto o aquello, de ejecutar así por sí mismo
acciones deliberadas. La libertad se ejercita en las relaciones entre los
seres humanos. Toda persona humana, creada a imagen de Dios, tiene
el derecho natural de ser reconocida como un ser libre y responsable.
Todo hombre debe prestar a cada cual el respeto al que éste tiene
derecho. El derecho al ejercicio de la libertad es una exigencia
inseparable de la dignidad de la persona humana, especialmente en
materia moral y religiosa (cf. Dh 2).

Debemos saber que:

- La libertad implica la posibilidad de elegir entre el bien y el mal.


- En la medida en que un hombre hace más el bien, se va haciendo
más libre.
- La libertad hace al hombre responsable de sus actos en la medida
en que éstos son voluntarios.
- La libertad del hombre es finita, falible y por ello lo puede orillar al
pecado.
- “Para ser libres nos liberó Cristo” (Ga 5,1).

La moralidad de los actos humanos

La libertad hace al hombre un sujeto moral. Los actos humanos, es


decir, libremente realizados tras un juicio de conciencia, son calificados
moralmente y sólo pueden ser: buenos o malos. Mediante la razón, el
hombre conoce la voz de Dios que le impulsa a hacer el bien y evitar el
mal (ibid, 16).

La moralidad de los actos humanos depende de:

1. El objeto elegido: es la materia de un acto humano.


2. El fin que busca o la intención: el porqué de una acción humana
libre y voluntaria. “El fin no justifica los medios”.
3. Las circunstancias de la acción: son las consecuencias de un
acto moral. Contribuyen a agravar o a disminuir la bondad o la
malicia moral de los actos humanos.
- El acto moralmente bueno supone a la vez la bondad del
objeto, del fin y de las circunstancias.
- Al apartarse de la ley moral, el hombre atenta contra su propia
libertad.

El valor de la vida

El hombre es un ser racional, capaz de comprender que fue creado por


Dios a imagen y semejanza de Él, y dotado de libre albedrío para poder
perfeccionarse a través del camino de las virtudes, y así llegar a su
destino final que es Dios. Esta vocación divina de cada ser humano es
la base de la dignidad de la persona. Al maravillarse de y abusar de
ella, el hombre se orilla al egoísmo, a la irracionalidad, al mal y se aleja
de su destino en Dios.

Así podremos entender que la vida humana no nos pertenece a nosotros


sino a Dios. “La vida humana es sagrada, porque desde su inicio es
fruto de la acción creadora de Dios”. Sólo Dios es señor de la vida
desde su comienzo hasta su término; nadie en ninguna circunstancia
puede atribuirse el derecho de quitarle la vida de modo directo a un ser
humano.

Sí, ya sabemos que todos están pensando, que es por demás hablar de
este tema, porque todos los que estamos aquí sabemos que nadie se
atrevería a quitarle la vida a otro, pero lo que buscamos es darnos
cuenta de si somos capaces de educar a nuestros hijos para que ellos
dimensionen el correcto valor de la vida, sobre todo en el mundo actual
en que vivimos, que conozcan a fondo todas las amenazas que atentan
contra la vida y luchen contra ellas. “Debemos forjar las conciencias de
nuestros hijos para que se den cuenta que meterse con un ser humano
es meterse con Jesús, que el día del Juicio Final preguntará: “¿Me viste
a mí, o no me viste a mí en tu prójimo?” (Richards, p.p. 1991).

El respeto a la vida humana es el fundamento de toda civilización. Este


derecho a la vida le pertenece a todo ser humano, violar este derecho,
destruir una vida, matar a un ser humano a cualquier edad o etapa de
su desarrollo, ya sea en el útero o fuera de él, es un crimen contra Dios
y contra la humanidad.

Y este derecho se inicia desde el momento de la concepción, puesto que


el óvulo fecundado es biológicamente humano desde ese momento, ya
no hay dos células; el espermatozoide y el óvulo son ahora una sola
célula que forma un nuevo ser, un ser particular que nunca antes ha
existido en la historia de la humanidad y que nunca será repetido; un
ser destinado a vivir durante ocho meses y medio dentro de la madre y
quizá hasta unos noventa años fuera de ella.

En el momento de la concepción todo está presente, nada se ha añadido


después, no se trata de un plano en construcción, sino de la casa misma
en pequeño, todo lo que viene después es un crecimiento y desarrollo.
Esa es la maravillosa historia de nuestro crecimiento en el seno de
nuestra madre, pero “desafortunadamente lo que en otros tiempos
constituía el rincón más seguro del mundo para vivir, se ha convertido
ahora en un lugar altamente peligroso” (Dr. John Wilke). Hoy en día el
primero de los derechos humanos, el derecho a la vida, está en crisis.

Amenazas contra la vida


Este siglo que nos ha tocado vivir parece ser la época del gran
desenfreno: ha predominado la agresión de unos hombres contra otros,
el culto al placer, a las drogas, al dinero, a los bienes materiales y ahora
vemos crecer para fines de éste, a gran velocidad, la cultura de la
muerte. La muerte se ve como algo común y fácil a través de la
televisión y el cine, convivimos diariamente con ella y hasta nos
emocionamos con las películas que vemos. Por otro, ha sido un siglo en
donde la tecnología crece y se desarrolla a velocidades nunca antes
sospechadas.

Jamás nuestros abuelos se podrían haber imaginado el poder hablar por


teléfono mientras viajaban en su coche cómodamente; enviar un escrito
perfectamente legible por teléfono a cualquier parte del mundo;
computadoras que se comunican a gran velocidad a cualquier lugar del
planeta, enviando grandes cantidades de datos; ver la gestación de un
bebé a colores y con gran calidad de imagen, etc. Pudiéramos hablar
durante horas de los grandes avances de la ciencia. Avances que nos
hacen perder la dimensión justa del valor de la vida.

Nos enfrentamos a grandes presiones de los países más industrializados,


como EUA, Gran Bretaña, Holanda, Dinamarca, Alemania, Francia, entre
otros, en donde se pugna fuertemente para que se legalicen: el aborto,
la eutanasia, las investigaciones científicas en fetos humanos,
manipulaciones genéticas, etc. Ejemplos claros en este siglo del escaso
respeto a la dignidad de la persona y el ínfimo valor que se le da a la
vida humana.

El aborto

Es la destrucción del embrión dentro del vientre materno. “Abortar es


matar, aunque el cadáver sea muy pequeño” (Prof. Jerome Lejeune).

El aborto puede efectuarse de varias maneras, entre otras:

a) dispositivos intrauterinos o drogas tomadas,


b) aspiración, succión,

e) una inyección de solución salina,

d) mini operación cesárea.

De cualquier forma en que se practique, lo cierto es que ese bebé debe ser
aniquilado. Y es que las madres no han entendido o no quieren entender que
el feto es una vida que debe ser protegida, no es una parte del cuerpo de la
madre, simplemente está ahí como huésped de paso y ella no puede disponer
sobre él.

Cuando se habla del aborto es preciso hablar del Dr. Bernard


Nathanson, que después de ser uno de los principales promotores de la
legalización del aborto en los Estados Unidos, hasta el punto de ser
conocido en Nueva York como “el rey del aborto”, experimentó una
postura radical en su vida cuando reconoció que el feto no es un trozo
de carne: es un paciente.

Y como dijo el Dr. Jerome Lejeume, la misión de los médicos es curar a los enfermos, no matarlos. Nosotros
tenemos que combatir la enfermedad y no al paciente.

El aborto lleva en sí la marca de la violencia irracional que ha imperado


en el siglo XX, pero por desgracia no es la única.

La eutanasia

En estos momentos en muchos lugares del mundo se enfrenta el ser


humano a otra lucha: matar a los pacientes ancianos. Las víctimas son
personas de edad avanzada a las cuales se les “mata por piedad”, al fin
y al cabo eran seres enfermos e improductivos y un lastre para una
sociedad adulta y progresista, según la estimación de los post-
modernos. Ya la eutanasia, el aborto y la eugenesia (nacimiento bueno)
no son cosas que suceden en países totalitarios, como en el nazismo,
son manifestaciones de un mundo con seres deshumanizados con la
ausencia de un sentido pleno de la vida. Esos son los valores que nos
dan la modernidad y el progreso; es más importante el tener que el ser.
El Dr. José Kuthy Porter, Director del Instituto de Humanismo
en Ciencias de la Salud, dice: “el médico no está para quitarle la
vida a nadie y ante ninguna circunstancia, por penosa que
pudiera parecer”. No se puede asesinar, pero sí respetar la
dignidad de la muerte, que implica no llevar a cabo medidas
de tratamiento de sostén extraordinarias, desproporcionadas,
en pacientes con franca muerte cerebral, lo que implica una
carga penosa y excesiva tanto en el orden moral como en el
económico para los familiares. No llevarlas a cabo significa
comprender el respeto a la dignidad de la muerte, lo que por
lógica no implica el abandono del paciente. El Papa Pío XII en
1957 dijo: “Se debe preparar a las personas para una buena
muerte y no sobre-medicarlas”.

En Holanda 10,000 personas terminan su vida sin su consentimiento


(Nathanson, 1994).

La contracepción

El Papa Juan Pablo II nos cita en un párrafo del Concilio Vaticano II: “En
el acto que expresa su amor conyugal, los esposos están llamados a
darse el uno al otro. Nada de lo que constituye su ser persona puede
excluirse de esta donación. El amor conyugal abarca el bien de toda la
persona”, y concluye que la contracepción contradice la verdad del amor
conyugal.

Algunos de los medios utilizados en estos tiempos para evitar la procreación


son:
- El uso de la píldora.
- Ligamento de trompas.
- El nort plan (inyección de efecto prolongado).
- El dispositivo intrauterino.
- El uso del condón.
- Muchos más.

La manipulación genética
Este es otro de los frentes de ataque en los que debemos poner
atención. Algunos de los experimentos en los que se trabaja manejando
embriones humanos son los siguientes:

- La división de un embrión en dos, para hacer una gemelación -


(clonación).
- Utilizar fetos para que sus tejidos sirvan para curar enfermedades de
adultos (Parkinson, Alzheimer, etc.).
- Hacer niños por diseño.
- Las diversas técnicas de la fertilización in vitro.
- El útero subrogado, es decir la matriz prestada o alquilada.
- Utilizar negros o personas discapacitadas para experimentos.
- Aislando el gen de la inteligencia para formar razas sobrehumanas o
subhumanas.
- Todas estas técnicas y muchas más que se llevan a cabo en
laboratorios de muchos países del mundo atentan definitivamente
contra el principio del respeto a la dignidad del hombre y el respeto a
la vida del mismo. El fin no justifica los medios.

El criterio de la calidad de vida

Aquí hablaremos del respeto a la dignidad de las personas minusválidas.


En estos tiempos existen todavía personas que creen que un niño con
síndrome de Down, un parapléjico, una persona con parálisis cerebral,
un ciego, etc., son menos humanos y que ellos no tienen los derechos
que tenemos todos los que nos decimos normales. En una familia,
cuando nace un bebé con alguna discapacidad, la primera reacción es de
rechazo (afortunadamente no siempre es así), porque nadie nos
preparamos para eso; el sueño de toda pareja es tener hijos sanos,
fuertes e inteligentes. Cuando sus perspectivas cambian se decepcionan
y hasta horrorizan, muchos matrimonios se desintegran; pero ¿quiénes
nos creemos nosotros para calificar una vida que Dios ha traído al
mundo, como indigna de ser vivida? ¿Por qué en lugar de rechazarlos,
no procuramos para ellos un futuro más fácil y prometedor? Si
realmente todos cumpliéramos con el mandamiento de amar a nuestro
prójimo como a nosotros mismos, la vida de estas extraordinarias
personas y de nuestra sociedad sería diferente.
Otras situaciones que vive nuestro país y el mundo entero y que
demeritan la calidad de vida son: la pobreza, la corrupción, el hambre,
la desnutrición, el alcoholismo, la falta de educación, la falta de
vivienda, etc.

Conclusión

Dios da la vida, por lo tanto todo ser humano tiene el derecho a vivir
una vida digna. La vida es sagrada íntegramente, en todas sus
circunstancias imaginables e inimaginables. Su valor sagrado alcanza a
todos los aspectos de nuestra existencia, quienquiera que sea, o
cualquiera que sea el que participe de la maravillosa obra de la
Creación. Tenemos el derecho de llevar a cabo la misión para la que
fuimos creados y nadie puede tratar de impedirlo.

“Hoy en día los valores fundamentales del amor, de la familia, de la


vida, de los más débiles, están sufriendo un tremendo ataque. No
podemos quedarnos cruzados de brazos, pues seríamos culpables de su
destrucción por omisión”.

Del don de la vida somos responsables cada uno en particular, pues no hay
don más grande que éste. Al ser el don del que dependen todos los otros
dones, es el que más hay que cuidar, el que más hay que proteger.

Sepamos servir al Dios de la vida, sepamos romper la esclavitud con


que a veces se nos ata el corazón, sepamos descubrir en la familia el
santuario de la vida, desde la que cada ser humano se ve acogido,
valorado y amado.

Lecturas recomendadas

El Derecho a la Vida
Editora de Revistas, S.A. de C.V.

Catecismo de la Iglesia Católica

Números: 1700-1715

Bioética para Todos

Ramón Lucas Lucas

Ed. Trillas.

Tareas para la semana

Ver y a tratar a todas las personas “minusválidas” como nos gustaría ser
tratados. Si ves alguno durante la semana, acércate y salúdalo.
Reflexión en Grupo

Objetivo: Analizar hechos actuales en los que se atenta abiertamente


contra la vida, y revisar si nosotros como familia estamos luchando por
fomentar el valor de la vida.

Instrucciones

- Trabajar en pareja 15 minutos.


- Trabajar en grupo 15 minutos.
- Contestar la evaluación de la sesión.
- Dedicar 10 minutos a comentar las “Tareas de la Semana” de la
sesión anterior.
- Llevar a cabo la acción de gracias.

Puntos para Reflexión

De la noticia del periódico (seleccionada previamente por el Director de


la Escuela de Padres) analizar:

Qué pudo haber orillado a las personas a realizar los actos que se
analizan (tratar de definir las causas concretas).

1. Habiendo identificado las supuestas o probables causas,


preguntémonos: ¿en nuestra familia encontramos algunos indicios,
aunque sean lejanos, de costumbres, hábitos y modos de vida, que
pudieran estar educando (no intencionalmente) hacia una “cultura de
la muerte”?

2. Proponer 5 aspectos de la vida diaria que consideramos debemos


modificar y/o reafirmar para educar a nuestros hijos en la dimensión
sagrada del valor de la vida humana.

3. Exponer en grupo las conclusiones.

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