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EL OBJETO DE LA INVESTIGACIÓN
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Berrios, Germán E.. Historia de los síntomas de los trastornos mentales: la psicopatología descriptiva desde el siglo XIX, FCE - Fondo de Cultura Económica, 2008. ProQuest Ebook
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I. EL MATERIAL HISÓRICO
LOS ALIENISTAS del siglo XIX comprendieron perfectamente que tener conocimientos de historia
incrementa el entendimiento psicopatológico y la creatividad. Calmeil, Morel, Trélat,
Semelaigne, Kirshoff, Winslow, Ireland, Mercier, Bucknill y Tuke escribieron obras históricas
completas; Pinel, Haslam, Heinroth, Guislain, Esquirol, Feuchtersleben, Prichard, Connolly,
Griesinger, Lucas, Falret y Dagonet incluyeron en sus textos clínicos capítulos sobre historia.
Algunos, como Haslam, incluso subrayaron la semántica histórica: “La locura, por tanto,
no es una idea compleja tal como se ha supuesto, sino un término complejo para todas las
formas y variedades de esta enfermedad. Nuestro lenguaje se ha enriquecido con otros
términos que expresan esta afección…”1 Inspirados por el “historicismo” alemán del siglo
XVIII,2 otros autores consideraron que su papel era el de rescatar atisbos perdidos de un
pasado psiquiátrico oscuro (y mítico). Heinroth, por ejemplo, se adhirió a una concepción
cíclica, inspirada en Vico, de acuerdo con la cual la historia consistía en la recurrencia de
pocos grandes temas: “el desarrollo de las fuerzas mentales de la humanidad va acompañado
de una degeneración progresiva y cada vez más degradante de dichas fuerzas”.3 Según él, la
psiquiatría seguía un camino “de desarrollo”: “un estudio del tipo y del grado de aceptación y
del tratamiento de los trastornos mentales observados en los albores de la Antigüedad
demuestra que éstos tienen un sello sorprendente, característico de la infancia del espíritu
humano”.4
Pinel hizo uso de una aproximación más “presentista” (la historia fue una preparación
para lo que ahora estaba ocurriendo). Influido por la historiografía optimista de la Revolución
francesa, consideró el pasado de la psiquiatría como un museo de tentativas fallidas.* Así,
hombres, ideas e incluso libros fueron objeto de crítica: “Las monografías inglesas sobre la
alienación mental durante la segunda mitad del siglo XVIII eran muy prometedoras en vista de
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Los psiquiatras jóvenes que por primera vez incursionan en este campo quizá se sientan
confundidos por los diversos (aunque complementarios) enfoques de la historia de la
psicopatología. Las técnicas biográficas, antológicas, narrativas, sociopolíticas,
institucionales y conceptuales reflejan diversas modas e influencias teóricas. La historia de la
psicopatología en sí se configuró por medio de técnicas creadas en la historia de la medicina.
Por tanto, no debe sorprendernos que el enfoque biográfico haya sido el primero en emplearse,
seguido por las técnicas antológicas y narrativas. Los enfoques intelectualistas del tipo
“cadena del ser”23 se pusieron de moda en la década de 1930, lo que queda muy bien ilustrado
en el volumen de Zilboorg.24 Estos enfoques impulsaron una explicación histórica
“internalista”, “lineal”, o “Whiggish”25 hasta que las desafió Michel Foucault.
Al respecto, no debe olvidarse que la historia de la ciencia misma pasó por una
evolución similar y que el debate entre “realistas ingenuos” y “construccionistas sociales” ha
continuado hasta la fecha.26 El enfoque “internalista” se basa en la idea de que la ciencia
consiste en una acumulación fragmentaria de observaciones y en que las teorías emanan de
éstas. El inductivismo, nombre técnico de este modo de generación teórica, hace conjeturas
sobre la naturaleza de la verdad, la “regularidad” de la naturaleza y los contextos de
descubrimiento y justificación, todos los cuales han sido atacados. En este modelo hay poco
espacio para consideraciones no intelectuales y contextuales. A pesar de lo incompleto que
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pueda ser este enfoque, dio lugar a un buen grado de erudición en áreas tales como la historia
de la física, la química y la astronomía. En las ciencias conductuales, que incluyen la historia
de la psicopatología, el éxito fue menor dado que categorías como “descubrimiento”,
“observación”, “duplicación”, “comprobación” y “experimentación”27 son mucho más
difíciles de definir y que su análisis depende de analogías y metáforas.28
Durante la década de 1950, una crisis similar afectó la historia de las ciencias naturales y
culminó con el trabajo de Toulmin.29 y Hanson,30 quienes propusieron nuevos modelos para el
cambio científico. Siguiendo a Gaston Bachelard, el tan relegado historiador francés de la
ciencia, estos autores desafiaron la imagen de la ciencia como un ejercicio de mera
racionalidad y sugirieron que se había sacrificado la exactitud histórica en aras de un orden
superficial y de conceptos dudosamente progresistas. Los filósofos de la ciencia tampoco
quedaron satisfechos con el enfoque inductivista, que Popper ya había desafiado en 1934.31
Aunque la noción de Popper de la “falsación” no está libre de conjeturas inductivistas, el tono
libertario de su prosa sirvió como exhortación en contra del no cognitivismo y de la
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irracionalidad. Popper también atacó el psicoanálisis como algo no científico, causando
consternación entre los historiadores de la psiquiatría. Lakatos32 procedió a proponer una
“reconstrucción racional del pasado” y su opinión influyó en algunos connotados historiadores
de la psiquiatría como Otto Marx.33 Desde entonces la filosofía de la ciencia ha dado un paso
atrás hacia una forma de cauteloso realismo.34
En su Estructura de las revoluciones científicas,35* Thomas Kuhn empleó una diluida
versión de la historiografía bachelardiana (según se dijo, obtenida por vía de Alexandre
Koyré)36 y propuso un concepto o un enfoque de la ciencia como una sucesión de paradigmas
que se sustituían. Un “paradigma” era una visión de la realidad encarnada en una teoría. Una
vez “aceptado” por alguna “comunidad científica”, controlaba las “percepciones” e
interrogantes de sus científicos. La ciencia practicada de esta manera se llamó “normal”. Sin
embargo, las “anomalías” (es decir, los hechos sin explicar) se acumularon gradualmente y, a
la postre, socavaron la ciencia normal, produciendo una “revolución”, que consistió en un
remplazo de los viejos paradigmas por otros nuevos. El consecuente “cambio gestáltico”
motivó que la comunidad científica percibiera los hechos científicos en forma diferente. El
enfoque de Kuhn demostró ser sorprendentemente popular en la década de 1960, cuando
algunos emplearon su modelo (originalmente creado para afrontar problemas en la historia de
la física) para dejar, sin abordarlos, temas complejos de la psicopatología37 con la excusa de
que esta disciplina se hallaba “atrasada” (en comparación con las ciencias naturales) porque
todavía vivía en un limbo preparadigmático o multiparadigmático.38 Este enfoque
probablemente haya demorado la búsqueda de una epistemología de las ciencias inexactas,39
que por lo menos desde la época de Dilthey, Rickert y Weber ha sido una posibilidad
tentadora.
Un problema del modelo de Kuhn fue la ambigüedad de la noción de “paradigma” (su
categoría operativa central), la que en su libro original resultó tener más de 20 significados.40
Existe también el problema de la evidencia histórica; es decir, el hecho de que la historia de
algunas ciencias (tales como las disciplinas conductuales) no siga un camino kuhniano.
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En la investigación histórica, las técnicas y las preguntas pueden determinar lo que se tiene
como “objeto de investigación” y como “prueba de apoyo”. Dependiendo de cómo defina su
objeto de investigación, el clínico interesado —digamos en la historia de los “delirios”—
podrá encontrar que los siglos anteriores ofrecen muy poca o una plétora de información. El
resultado se verá determinado por la naturaleza de la “constante” que haya decidido postular.
Una constante es una entidad (por ejemplo, una lesión cerebral o una población de receptores)
o un concepto (por ejemplo, el inconsciente) que actúa como “referente” de un síntoma
particular y que es lo bastante fuerte (es decir, tiene suficiente ontología) como para ofrecer
una continuidad transepistémica. Siguiendo con este ejemplo, si existe una base
neurobiológica fuerte para un “delirio”, el nombre con el cual éste haya recorrido el curso de
la historia, los conceptos usados para explicarlo o el hecho de haberlo considerado como
“síntoma” tendrán poca importancia, puesto que la conducta reaparecerá persistentemente, de
manera reconocible, en periodos históricos sucesivos. Las constantes conceptuales no sólo
necesitan ser “orgánicas”: el finado George Devereux empleó en su trabajo, con el mismo
propósito, estructuras psicodinámicas.43
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UNA HISTORIA PARA CLÍNICOS
Junto con la investigación clínica y el análisis cuantitativo de las muestras clínicas, el análisis
histórico y conceptual de las descripciones forma parte de la calibración periódica del
lenguaje de la psiquiatría. Calibración, en este caso, significa el reajuste de las descripciones
ante los cambios originados ya sea en la biología (causados, por ejemplo, por mutaciones
genéticas), en la psicología (nuevos modelos de conducta) o en la sociología (redefiniciones
de la conducta anormal).
Para efectuar tal calibración, el conocimiento histórico debe estar al alcance de los
clínicos tan libremente como los datos clínicos o numéricos. Por desdicha, éste no es el caso
por el momento, puesto que la historia de los síntomas psiquiátricos se ha investigado poco;
de hecho, no se sabe siquiera cuál formato de investigación o cuál aproximación
historiográfica podrían ser más convenientes para ampliar la información necesaria para tal
recalibración.
Creo que los que aquí llamamos formatos “conceptuales” o “estadísticos” demostrarán
ser los más atractivos para el clínico. Èstos ofrecen un interés separado de la historia de
términos, conceptos y conductas, y se valen de técnicas estadísticas modernas para corroborar
la existencia de patrones clínicos putativos en las bases de los datos históricos. En este
sentido, los historiadores contribuyen efectivamente a los conocimientos clínicos actuales. Se
está poniendo en claro que el uso de fármacos psicotrópicos puede atenuar o falsear la
presentación de ciertos síntomas; de ser así, la cohorte de los pacientes seleccionados antes de
que tal tipo de medicación estuviera disponible podría proporcionar importante información
clínica.46 De igual manera, basándose en la creencia de que los síntomas mentales son reflejos
complejos de sitios cerebrales disfuncionales, el historiador clínico deberá intentar
determinar cuáles de los “síntomas” pasados eran sólo ruido (el producto de una peculiaridad
cultural, por ejemplo el “hematoma aural”) y cuáles describían los signos biológicos.
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Aquéllos cuyo interés radica en la calibración del lenguaje de la psiquiatría necesitan la ayuda
de los historiadores profesionales. La tibia respuesta de estos últimos (quienes en general se
hallan interesados en temas más elevados) ha permitido el desarrollo entre los clínicos de una
industria histórica de tipo “hágalo usted mismo”, la que con frecuencia no puede superar la
falta de preparación histórica, el limitado acceso al material primario y los obstáculos
lingüísticos. En consecuencia, los niveles de investigación en la historia de la psicopatología,
que deberían ser tan altos como en cualquier otra área de la medicina, no se han alcanzado. Se
necesita, por tanto, un trabajo de colaboración entre clínicos e historiadores, y en este libro se
sugiere que la primera tarea debería ser la de calibrar la psicopatología descriptiva. Por
ejemplo, se debería hacer un análisis de su estructura conceptual y de sus orígenes históricos.
Para rastrear tales orígenes, el historiador clínico necesitará un modelo histórico. Uno
como el de Braudel,47 según el cual la historia es un proceso armónico de duración breve,
mediana y larga. Los episodios psiquiátricos pueden situarse en cada de una de estas
“duraciones” y encontrar en ellas la explicación. Por ejemplo, el accidente que causó la
muerte de Wernicke (la cual, dicho sea de paso, quizás haya cambiado el curso de la
psiquiatría occidental) puede considerarse como un proceso breve. Por otro lado, el impacto
de la psicología de las facultades sobre la clasificación psiquiátrica y la teoría etiológica
podría entenderse mejor como un proceso de duración media. Finalmente, los cambios en el
entendimiento de la locura, que dependen de modificaciones médicas y culturales,
probablemente sean procesos de larga duración.
También hace falta un modelo explicativo detallado. El modelo que se va a seguir en este
libro se basa en la analogía de las “cajas chinas”; es decir, las cajas “interiores”, que
contienen explicaciones filosófico-psicológicas, y las “exteriores”, que contienen
descripciones sociopolíticas. El clínico tiene que decidir el nivel que deberán tener sus
intentos por explicar la formación de un síntoma particular. A veces las “cajas interiores”
tendrán que bastar, como suele ocurrir con frecuencia en el caso de la “historia conceptual”.
Dejar de recurrir a las “cajas exteriores” no necesariamente implica una mala conducta
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historiográfica, puesto que no existen reglas a priori para decidir dónde detener la
explicación. Cada investigador debe generar sus propias reglas, y éstas pueden ser desde
clínicamente útiles o intelectualmente satisfactorias, hasta caprichosas y estéticas.
La psicopatología descriptiva y la “psicología anormal” (según el tratamiento que le dan
los psicólogos clínicos) son actividades emparentadas, y el historiador esperaría obtener
mucha ayuda de los historiadores de las mismas. Sin embargo, sorprendentemente, éstas han
sido tratadas con reticencia por parte de los historiadores tradicionales de la psicología,
quienes poco se han preocupado por temas tales como la historia de los trastornos de
personalidad, las alucinaciones, la ansiedad, etcétera.48 En cierto sentido, esto no sorprende
porque la historiografía psicológica tradicional se ha concentrado en temas más extensos, tales
como las fuentes filosóficas de la psicología, los mecanismos históricos que condujeron a su
“divorcio” de la filosofía y, últimamente, en el origen y el valor epistemológico de las teorías
psicológicas en competencia, y en las técnicas de investigación.
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1
Haslam, 1809, p. 4.
2 Engel-Janosi, 1944.
3 Heinroth, 1975, p. 40.
4 Heinroth, 1975, p. 41.
* Tres años después de publicada esta obra de Berrios apareció en París la de Dora B. Weiner sobre Philippe Pinel, que es
sin duda el estudio más completo sobre el autor: Comprender y curar. Phillippe Pinel (1745-1826). La medicina de la
mente, FCE, México, 2002. [N.del R. T.]
5 Pinel, 1809, p. XIX.
6 Prichard, 1835, p. 3.
7 Bucknill y Tuke, 1858.
8 Giné y Partagás, 1876, p. 1.
9 Feuchtersleben, 1847, p. 24.
10 Berrios, “Historiografía de…”, 1994.
11 Véase History of Psychiatry, vol. 2, tema 3, 1991, dedicada en su totalidad a los actuales conocimientos históricos de
varios países.
12 Mora y Brand, 1970.
13 Braceland, 1970.
14 Marx, 1970; véase también Marx 1992, p. 603.
15 Marx, 1977.
16 Young, 1966; también el excelente libro de Danziger, 1990.
17 Clarke, 1971.
18 Foucault, 1972.
19 Sedgwick, 1981; Castel, 1977; Swain, 1977; Gauchet y Swain, 1980.
20 Dörner, 1969; Johns, 1972; Scull, 1979; Scull, 1981; Alexander, 1976; Castel y cols., 1979; Blasius, 1980; Cooter, 1984;
Digby, 1985; Alvarez-Uría, 1983; Comelles, 1988; Porter, 1987. Más recientemente la excelente actualización de Micale y
Porter, 1994.
21
Werlinder, 1978; Janzarik, 1979; Wallace y Pressley, 1980; Simon, 1978; Saurí, 1969; Roccatagliata, 1981; López Piñero,
1963; 1983; López Piñero y Morales Meseguer, 1970; Clarke, 1975; Dewhurst, 1982; Bercherie, 1980; Postel y Quétel, 1983.
22 Daumezón, 1980.
23 Lovejoy, 1936.
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24 Zilboorg, 1941.
25 Butterfield, 1931; Hesse, 1973; Agassi, 1963.
26 Bloor, 1991; Jardine, 1986, 1991.
27 Danziger, 1990.
28 Sternberg, 1990; Leary, 1990.
29 Toulmin, 1953.
30 Hanson, 1958.
31 Popper, 1968.
32 Hacking, 1979; Lakatos y Musgrave, 1970.
33 Marx, 1977.
34 La bibliografía en esta área es enorme. El psiquiatra encontrará muy útil a Suppe, 1977; Meyer, 1979; Smith, 1981;
Jardine, 1986.
35 Popper, 1968; Stove, 1982; Hacking, 1981.
* Hay edición del FCE.
36 Lecourt, 1975; Tiles, 1984.
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37
Kuhn, 1962.
38 Farrel, 1978; Warren, 1971; Lambie, 1991.
39 Helmer y Rescher, 1959.
40 Masterman, 1970.
41 Dilthey, 1883; Martin-Santos, 1955; López, 1990.
42 Roelens, 1962; Deleule, 1969; Politzer, 1967.
43
Devereux, 1980.
44
Como ejemplo de este debate, véase Barnes, 1972; Bury, 1986; Nicolson y McLaughlin, 1987; Bury, 1987.
45
Jardine, 1991.
46
Como ejemplos de esto véase Berrios, Epilepsy and Insanity, 1984; Berrios, Depressive Pseudodementia, 1985;
Berrios y Quemada, 1990; Berrios, “Affective disorders…”, 1991.
47 Braudel, 1980.
48 Véase, por ejemplo, Boring, 1950; Murphy, 1949; Watson, 1978; Lowry, 1971; Klein, 1970; Hearnshaw, 1987.
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II. LA PSICOPATOLOGÍA DESCRIPTIVA
LA HISTORIA de los síntomas de los trastornos mentales durante el siglo XIX puede analizarse
desde cuatro perspectivas complementarias: psicopatología descriptiva (PD), teoría etiológica,
patogénesis y taxonomía. La psicopatología descriptiva se refiere al lenguaje de la
descripción; la etiología a las causas subyacentes; la patogénesis a los mecanismos que alteran
la estructura y/o función cerebral que producen los síntomas, y la taxonomía a las reglas de
clasificación que determinan la agrupación de los síntomas. La PD (también llamada en los
países de la Europa continental “semiología psiquiátrica”) debe mucho a la teoría de los
signos1 del siglo XVIII; la teoría psiquiátrica etiológica y la patogénesis fueron moldeadas en el
siglo XIX por encima del desarrollo de la medicina en general,2 y la taxonomía creció fuera de
las metáforas de orden y principios clasificatorios desarrolladas durante la Ilustración.3 El
objetivo de este libro abarca exclusivamente la historia de la PD y estimula a los historiadores
a abordar las restantes; o sea, la historia de la teoría etiológica psiquiátrica, de la patogénesis
y de la taxonomía durante el siglo XIX sobre la cual, hasta ahora, no se ha escrito casi nada
sustancioso.
Mientras tanto, la PD puede definirse como un sistema descriptivo y cognitivo, ideado para
captar aspectos de la conducta anormal. Hace esto aplicando palabras a segmentos del habla y
la acción. Con este propósito, se requieren dos componentes: un léxico y segmentos (síntomas
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o referentes) que deben ser “delineados” o “construidos”. Dado que estos últimos no son
delimitados, la función nombradora de la PD a menudo exige fracturar la conducta presentada
por los pacientes mentalmente enfermos. Aún más, ya que los “fragmentos” resultantes no son
igualmente informativos, sólo se necesita conservar algunos. Las reglas para tomar tal
decisión están basadas en teorías nosológicas y etiológicas de las enfermedades mentales.4 Sin
embargo, se requieren reglas para decidir el nivel de la severidad, vivacidad o duración que
será eficiente para aceptar que un “síntoma” está presente (es decir, reglas para la
“casuística”).5 Aunque es razonable suponer que ambos tipos de regla existen de facto (los
clínicos son siempre buenos para el reconocimiento de los síntomas, por lo menos para el
trabajo cotidiano), hasta donde este escritor sabe, nunca ha habido fórmulas en la escritura.
Por ello, para obtener una idea del tamaño del desacuerdo interobservador, los investigadores
han creado estimaciones objetivas (por ejemplo, valores de kappa), los cuales indican cuándo
lo más seguro es dejar las cosas como están o cuándo se deben estrechar las definiciones o
profundizar más en el reconocimiento de síntomas.6
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