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Interpretación del concepto de “dignidad humana” en el mundo de la “posverdad”

Un estudio sobre el aborto desde la perspectiva de Amnistía Internacional

Resumen
En el presente trabajo se pretende estudiar cómo el contexto histórico en el que se
encuentra actualmente el posmodernismo ha influido en la manera de comprender un
concepto jurídico tan esencial como es el de dignidad humana. Para llevar a cabo este
estudio se analizarán una serie de documentos que Amnistía Internacional (que es
considerada una de las principales ONG defensoras de los derechos humanos) ha
presentado en relación con el “derecho” a abortar. Según esta organización, es una
consecuencia de la dignidad humana el hecho de que las mujeres puedan disponer de su
cuerpo de la manera en que mejor lo consideren, incluso si eso implica tomar la decisión de
acabar con la vida del nasciturus. A los efectos de este análisis se entenderá –por motivos
que serán planteados más adelante- que esta organización es una de las que lidera el
proyecto de imponer la posverdad al mundo de los derechos humanos y que tal intención
responde a una visión del pasado –que no se comparte en este trabajo- donde el hombre ha
sido dominado por las ataduras de una “verdad” inexistente.

Cuando el 10 de diciembre de 1948 la Asamblea General de las Naciones Unidas


aprobó, sin ningún voto en contra, la Declaración Universal de los Derechos Humanos se
puso en la base de la construcción normativa internacional el concepto de dignidad humana.
Después de haberse experimentado, producto de la I y II Guerra Mundial, la atrocidad a la
que el hombre era capaz de llegar, las naciones del mundo llegaron a la conclusión de que
era necesario poner un límite a los actos que un determinado Estado podía ejecutar. Tal
línea fronteriza la constituyó, precisamente, el valor que toda persona por el hecho de serla
tenía –y sigue teniendo- intrínsecamente.

Con la elaboración de este documento tan cuestionado hoy en día –piénsese, por
ejemplo, en algunos países de la cultura musulmana- se logró no solo identificar una serie
de derechos universales que permitirían proteger al hombre de violaciones contra su ser,
sino también establecer “una piedra miliar en el camino del progreso moral de la
humanidad”1. Por lo que, su existencia rebasó el campo de lo meramente jurídico para
convertirse en un punto de referencia del obrar moral.

Más allá de lo que significa en el contexto de la Ética el reconocimiento de unos


derechos humanos, lo cierto es que lo que dota de sentido a esta declaración es su
capacidad de extender una protección cabal –aunque quepa la posibilidad de ampliarla
todavía más- a la dignidad personal de todos y cada uno de los miembros de la especie
humana. La importancia que tiene este concepto –aun interpretándose de maneras distintas-
es lo que justifica que en la actualidad sea muy difícil encontrar algún Estado que
abiertamente rechace una noción de derechos humanos.

No obstante, lo que sí es posible hallar –con una frecuencia que resulta alarmante-
es a quienes en nombre de la “dignidad humana” formulan proyectos de ley cuyo contenido
es frontalmente contradictorio con una visión de un hombre digno. Es el caso que se aplica
para organizaciones no gubernamentales como Amnistía Internacional que, habiendo sido
incluso galardonada con el Premio de Derechos Humanos de las Naciones Unidas –cosa
que ya de por sí permite asociarla con el criterio de quien se está cuestionando en este
trabajo-, incesantemente proponen que se “reconozcan derechos” calificables –por motivos
que en este espacio no son propios comentar- de inhumanos.

Uno de los ejemplos que muestra de mejor manera lo que se acaba de afirmar es la
política discursiva que maneja Amnistía Internacional cuando trata los temas de aborto. Si
se analiza un documento elaborados por ellos en el 2018 cuya finalidad –como su título lo
indica- es aportar argumentos en favor de la despenalización del aborto 2 se encontrarán una
serie de razones que, aludiendo a la dignidad de la mujer, pretenden justificar la muerte de
un ser humano. En un sentido similar, en una de las publicaciones realizadas en su portal
web3 afirman que “el aborto legal es un imperativo de los derechos humanos”.

1
Juan Pablo II, Discurso a la Asamblea General de las Naciones Unidas (2 de octubre de 1979). Extraído del
Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia.

2
Aportes de Amnistía Internacional al Debate sobre la Despenalización del Aborto.

3
https://amnistia.org.ar/el-aborto-legal-es-un-imperativo-de-derechos-humanos-para-la-salud-de-las-ninas-
y-las-mujeres/
Si se toma en cuenta que el aborto consiste en ponerle fin a la vida de un ser
humano que ya ha comenzado a existir, se comprenderá que “la interrupción de un
embarazo” –nombre sutil con el que se pretende disfrazar un asesinato- da lugar a fuertes
contradicciones con el derecho a la vida que es predicable, en virtud de la dignidad, de
todas las personas. Claro que está que en una visión de la realidad como la que tiene
Amnistía Internacional, la vida que se encuentra dentro del seno materno no es la de un ser
personal sino, simplemente, la de un feto.

Con esto lo que se quiere poner de manifiesto es que el problema del aborto –
aunque tiene un sustrato filosófico, de carácter antropológico y metafísico, muy profundo-
se radicaliza por unas interpretaciones que, fruto de la circunstancias históricas actuales –de
las que se hará un análisis a continuación-, dificultan el consenso sobre el tema. No es que
el común acuerdo sea un requisito para que un determinado derecho comience a existir o
deje de hacerlo, sino que, en lo que respecta a la praxis jurídica, el consenso es necesario
para ofrecer mejores garantías a la dignidad humana.

En cualquier caso, lo que resulta en este punto importante es analizar –aunque sea
sintéticamente, porque un estudio extenso sobre la materia podría llevar años- cuáles son
las causas sociales, políticas y, principalmente, históricas que han llevado a una
polarización en los procesos de interpretación del concepto de dignidad personal. Para tales
efectos, conviene aclarar que se dividirán –aunque se es consciente que podría matizare
mucho al respecto- las distintas posturas que hay en dos grupos: (a) un grupo, al que se
puede denominar cognitivista, que acepta la existencia de una verdad que la razón puede
conocer y (b) un grupo, al que se puede denominar constructivista, que considera que la
verdad es una construcción del individuo y que, por ende, todo sería “relativizable”.

Desde esta perspectiva, el primer grupo –en quien no interesa centrar mucho la
atención en estos momentos- se caracterizaría por ser la excepción en el mundo
posmoderno. Ya lo decía el papa emérito Benedicto XVI en el 2005, cuando en la Misa pro
eligendo pontifice afirmó que “[…] el relativismo, es decir, dejarse «llevar a la deriva por
cualquier viento de doctrina», parece ser la única actitud adecuada en los tiempos
actuales. Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como
definitivo y que deja como última medida sólo el propio yo y sus antojos” 4. Por lo que, en
estas condiciones históricas sostener la existencia de una verdad absoluta que la razón
puede conocer constituye un acto de rebeldía contra el criterio mayoritario de la
inexistencia de la verdad.

Justamente esa postura escéptica es la que define de mejor manera al segundo


grupo. En esta visión, el hombre es percibido como un ser capaz de construir su propia
verdad. Es entendido como un todopoderoso al que las cadenas de la ciencia, de la fe e,
incluso, de la razón no lo pueden sujetar. No hay nada que tenga la virtualidad de
condicionar las aspiraciones, deseos y antojos que cada quien se proponga perseguir. Ya no
existen limitantes, ni siquiera biológicas, para impedir que el hombre pueda hacer cualquier
cosa que se le ocurra: ¿Cambiarse el sexo? ¿Matar a un ser humano? ¿Contraer matrimonio
con un animal? Todo, absolutamente todo, es posible. Este es el mundo de la posverdad 5: la
persona está más allá de los hechos objetivos, lo que realmente importa no es lo que sucede
en el mundo de lo fáctico sino lo que provoca en el universo de lo apetecible.

Después de tantos años de dominación, donde la Iglesia y las monarquías ejercían


una opresión constante sobre los individuos en la que se prohibían innumerables conductas
por ser consideradas contrarias a la fe, a la moral y a las buenas costumbres, el hombre
viene a erigirse hoy como el último intérprete de la verdad. Ya no es posible que una
supuesta moral creada por conservadores católicos y religiosos sirva como impedimento
para que cada quien se construya su propio camino de felicidad. Ni la Ética ni la Lógica
como disciplinas filosóficas pueden decirle al hombre qué hacer. Es, en resumen, el culmen
de un antropocentrismo radical que pierde de vista la existencia de una realidad diferente a
la imaginada por las personas.

4
Ratzinger, J. 2005. Homilía del Cardenal Joseph Ratzinger Decano del Colegio Cardenalicio en la Misa “Pro
Eligendo Pontifice”. Roma, Italia. Recuperado de http://www.vatican.va/gpII/documents/homily-pro-
eligendo-pontifice_20050418_sp.html (Cursiva colocada por el autor)

5
El concepto de posverdad fue acuñado principalmente en el idioma inglés para hacer referencia a “una
distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión
pública y en actitudes sociales” (Diccionario de la Real Academia Española: https://dle.rae.es/posverdad) pero
también para referirse a que aquello que se presenta como verdadero tiene más importancia que la verdad per
se. En cualquier caso, se trata de un neologismo que recién empieza a utilizarse con una frecuencia acelerada
para referirse a que la verdad como tal ya no importa, sino que solo interesa lo que cada quien acepte como
verdad.
En este contexto caótico aparece la discusión sobre unos derechos humanos. Es
comprensible que, después de haberse expuesto algunas de las características de este
mundo posmoderno que está sumido en la crisis del relativismo moral, el catálogo de
derechos de 1948 sea visto como un obstáculo para actuar con el libertinaje que la
posverdad permite: si no existe una verdad capaz de determinar la conducta de las personas,
¿Por qué negar un derecho humano a convertirse en dálmata? 6 ¿Por qué negar el derecho a
casarse con un muerto?7 ¿Por qué negar el derecho a matar a un hijo que no ha nacido
cuando su existencia constituya una perturbación a la vida que se tenía?8

La respuesta, en el fondo, tiene que ver con el hecho de que los derechos humanos –
ya lo afirmó Juan Pablo II- guardan una íntima relación con la Ley Natural, es decir, con un
contenido moral que es verdadero y que condiciona el actuar personal del ser humano. Es
por ello que lo que se ha pretendido es desnaturalizar el fundamento que estos derechos
tienen, interpretándose con criterios posmodernos el significado de dignidad humana. Con
esta estrategia se pretendería hacer de los derechos humanos una creación sociocultural que
estaría al servicio de los placeres e ideales que cada quien pudiera tener. Y en la medida en
que un derecho colida con una determinada visión del mundo –salvo si se tratase de una
que acepta la existencia de la verdad- se crearía la necesidad de reinterpretar su contenido,
bien sea para ampliarlo o para afirmar la urgencia de reconocer nuevos derechos.

Esto último es lo que ha sucedido con el derecho a abortar, a cambiarse de “género”


o a contraer “matrimonio” con personas del mismo sexo. Como no estaban estas conductas
dentro del contenido de los derechos, se forzó una interpretación del derecho al libre
desarrollo de la personalidad para justificar jurídicamente los cambios de “género”. En un
mismo sentido, la despenalización del aborto ha sido el resultado de una interpretación
absolutamente dudosa sobre el alcance de los derechos sexuales y reproductivos. Y el
“matrimonio igualitario” está siendo la consecuencia de entender la realidad matrimonial

6
Se trata de casos que, por absurdos que parezcan, han sido planteados en algunos países del mundo. Véase:
https://www.elpais.com.co/mundo/hombre-se-cree-un-perro-dalmata-la-historia-de-una-persona-
transespecie.html.

7
Véase este proyecto de ley en Suecia: https://www.abc.es/internacional/abci-juventudes-partido-liberal-
sueco-defienden-legalizar-necrofilia-y-incesto-201602241013_noticia.html

8
Véase esta Ley aprobada en Nueva York. https://www.debate.com.mx/mundo/En-Nueva-York-podran-
abortar-bebes-hasta-un-dia-antes-de-nacer-20190201-0026.html
como un instrumento para satisfacer desórdenes amorosos. En realidad, todo responde a
una visión nietzscheana del mundo donde no existe la verdad y, por ende, todo está
permitido.9

Volviendo a retomar la línea argumentativa que en un inicio permitió que se llegase


hasta aquí,

9
Ya afirmaba en su momento Nietzsche que Dios había muerto y sacaba la conclusión Dostoievski: “si Dios
no existe, todo está permitido”. Con esto no se trata de imponer un criterio religioso. Podría afirmarse lo
mismo en relación con la verdad (al final sería lo mismo porque la verdad absoluta es Dios, pero igual el
ejemplo sirve para estos efectos): si ella no existe, todo es válido.

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