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Libros
Tomás González,
Los caballitos del diablo

Tomado de https://goo.gl/vjop6B
Los caballitos del diablo
Tomás González
Editorial Norma
Bogotá, 2003

En Primero estaba el mar (1983), Tomás rosa, deja entrever la salvación en el gozo
González se mostraba preocupado, como estético, la muerte del hijo se logra percibir
novelista, por el sueño de libertad que nos en el enigma del tiempo como un regalo
acosa a todos. Sus personajes, al igual que más del misterio de la existencia. Pero en
sus lectores, se sienten tras las rejas de una Los caballitos del diablo (2003), González se
sociedad que ofrece pocas opciones para vi- regocija en el paraíso de una finca cafetera
vir significativamente. Huyen al pie del mar hasta descubrir para su personaje principal
como si la llave que abriera los grilletes de un refugio que, al parecer, y por lo menos al
la civilización fuera una ventolera geográ- modo del autismo, funciona.
fica. A su turno, La luz difícil (Alfaguara, Para refugiarse de la dureza del mun-
2011) ya no se construye sobre el idealis- do, cada personaje protagonista de las no-
mo inicial de unos personajes que van ma- velas de González inventa su estrategia.
durando a golpes, sino que se vale de, por Si para mitigar el dolor de perder un hijo
ejemplo, un narrador —David—, que ya joven le servía a David, su padre artista, es-
tiene la cosmovisión algo cansada, esa de cabullirse en la creación de un cuadro de
quien simplemente espera que la tragedia un ferry, hasta lograr el brillo y la textura
ocurra. Así, David enfrenta estoicamente el exacta de la espuma, en la novela sobre la
suicidio asistido —premeditado y consen- finca que se convierte en fortaleza es el
suado con toda la familia— de su hijo Jaco- proceso de una pareja que se va constru-
bo. Menguando el dolor y hasta ofreciendo yendo un mundo autosuficiente el que re-
una esperanza que, no por ser poco dolo- fleja el tema persistente del escritor: buscar
alguna versión de la salvación. El lector rrador de la novela (un narrador que se in-
se pregunta al comienzo del texto si no se volucra poco con lo que describe, que guarda
estará abusando de la descripción de pai- siempre su distancia, una cámara que se li-
sajes, detalles arquitectónicos, flores, aves, mita a captar lo que sucede). Las abejas, las
plantaciones, técnicas de siembra, frutales, palomas y los conejos distraen con suficien-
animales de granja, para darse cuenta lenta- te eficiencia a los moradores de la finca del
mente de que la finca es quizás la principal espinoso mundo urbano. Y aunque no hay
entidad viva y protagonista de Los caballitos una vorágine selvática que devora a los que
del diablo. Este es un espacio que constru- incursionan en ella, sí se crea una atmósfera
yen “él” —el protagonista carece de nom- que absorbe lo suficiente a los moradores de
bre— y Pilar, su esposa, al que le entregan la finca como para que no tengan necesidad
todas sus energías mientras pasan los años, alguna de salir de la manigua de lo que los
y que en apariencia los blinda del deterio- cachacos llaman “tierra caliente”.
ro del mundo exterior. Casi todo lo trágico Al retrato pormenorizado del entorno
ocurre por fuera del espacio sacralizado: las vivo no le queda por debajo en esta nove-
vidas trágicas o banales de los hermanos y la el paisaje social. El lector se encuentra de
parientes de “él”, “el que se desaparece entre frente con la liviandad de Pilar, con la ruana
las plantas” con un machete, el que cuida, polvorienta del violador de niños, con el há-
poda y abona —planta por planta— sus lito de la resaca del abogado tinterillo. Pero
cafetales. La autosuficiencia de la finca, la también con la piel reseca de la viejita que se
abundancia tropical de la que se rodea la asila en un cuarto con ventana al solar, por
pareja protagonista contrasta con la envi- donde puede ver los colores de los mangos
dia, la maledicencia, la curiosidad inoficiosa maduros. La novela nos hace oír el maullido
y la incomprensión de sus familiares. Pero de los gatos entre los brazos de una mujer
eso a Pilar no la afecta demasiado, siempre de hombros delgados, nos crispa con el frío
y cuando pueda perpetuar el espacio idílico del cadáver ancho de espaldas tendido en
que le brindan los mosaicos que elabora en una finca del golfo de Urabá, y nos asquea
las paredes de la finca, en los que represen- y hasta al mismo tiempo nos hace reír con
ta, por supuesto, no el purgatorio exterior, unas monjas bigotudas que acompañan un
sino una vez más las escenas del paraíso en ataúd cerrado a la fuerza, contra la voluntad
el que han logrado aislarse. de la muerta. Muy visual, esta novela es, ade-
julio-diciembre 2016

En vez de regodearse en el retrato de la más de un recorrido bajo techos de guadua


violencia, escritores como Tomás González o entre jardines llenos de gansos y faroles,
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hojas universitarias | Número

nos dibujan la psicología de otro tipo de co- una travesía de reconocimiento de perso-
lombianos, los del común, que intentan so- najes muy colombianos, que, en su afán por
brevivir al horror como mejor pueden. Los caricaturizar o por causar escándalo, otros
asesinatos se vuelven epidémicos en la vere- escritores no han vertido al papel.
da y en el pueblo que colindan con el terreno “Caballitos del diablo” es un apelativo
que colonizan los esposos; las fatalidades y que reciben las libélulas —del latín libella,
los accidentes castigan a sus familiares, pero diminutivo de balanza—, porque el insecto
la pareja se resguarda relativamente bien de logra mantenerse en el aire, en perfecto ba-
las tormentas del destino. La bulla de los pá- lance. La gracia del animalito procede de su
jaros sigue sosteniendo los amaneceres, y los delicadeza. Y esa misma capacidad para flo-
aguaceros lentos parecen seguir ablandando tar por encima de las cosas es la que intenta
136 las hojas de los plátanos, como diría el na- conseguir el personaje protagonista, apegado
a su pedacito de trópico andino. Le ofende vueltos. Allá afuera, suenan las campanas 137
que lo acusen de ladrón sus propios herma- de las iglesias, que llaman a los entierros

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nos, pero se mantiene en relativo equilibrio. de los masacrados. Pero el tañido ya casi
La trama no la producen grandes peligros ni no se escucha, porque lo espantan las tapias
descomunales antagonistas, sino pequeñas que ahora son del tamaño de palmeras. La
rencillas familiares de vidas poco extraordi- muerte las acecha, pero a las libélulas no las
narias, como las que todos tenemos. trasnocha la acechanza de un esqueleto. Les
En la pared de uno de los cuartos de la nacen a Pilar y a “él” hijos que en cualquier
casa que va atestiguando las nostalgias y la momento ya empiezan a ir al colegio, crece
casi triste felicidad de sus moradores y visi- el grosor del pórtico de entrada al que lle-
tantes, hay colgado un cuadro de un monje gan cada vez menos visitas, “él” sigue me-
loco que está siendo atisbado por un esque- tido entre las ramazones haciendo sonar
leto. Omaira, una empleada y vecina, obliga el trueno metálico del machete, y el lector
a su hermanito a mirar el cuadro, fascina- finalmente comprende que la felicidad es
da con su terror, al mismo tiempo que el un sueño escurridizo de un orangután que
lector va pasando las páginas del texto, no huye de las escopetas de sus cazadores,
menos inquieto por el enigma del tiempo. mientras quiebra las ramas de los cafetales
Los aguacates criollos van creciendo, “él” y hace estremecer la tierra a cada paso.
va construyendo más y más despensas para
guardar café tostado, frascos de cebollas en FERNANDO BAENA VEJARANO
vinagre y conservas, y abajo en el pueblo, Escritor, profesor, egresado de la Maestría
en Creación literaria, Universidad Central.
en los cafés, la gente habla de cheques de-

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