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GABRIEL D'ANNUNZIO
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—¿Con Eleonora Diise?
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—Pero usted estuvo jpocas veces solo.
—Siempre. P a r a la mujer no h a y n a d a como la preceptiva, más o menos
literaria. Las fuentes p a r a la mujer son m u y importantes. E s casi u n a
erudición,
—Me (justaría que este diálogo pudiera prolongarse más
tiempo.
— N o hace falta. A mí me conoce todo el m u n d o . Soj' el escritor m á s ge-
nial de mi tiempo, y imo d.e los m á s i m p o r t a n t e s de todos los tiempps.
—Estoy seguro.
—Soy u n escritor crepuscular, envuelto en el carmín del sol agonizante
como u n toro herido, el toro oriental de Mitra ensangrentando el horizonte
—Puede ser, puede ser.
— E s t o y seguro de que es así. El mito griego y el germánico se repiten en
mí. Siempre h a y un p u n t o libre p a r a la herida mortal. Mi p u n t o débil está
en el corazón, quizá p o r q u e b a ñ a d o en el carmesí del atardecer h a y a pues-
to mi m a n o sobre el lado izquierdo del pecho.
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