Está en la página 1de 3

HISTORICISMO Y RELATIVISMO.

Al entrar en el ámbito del historicismo nos vemos obligados a escuchar antes la advertencia lanzada por hombres competentes: ¡cuidado con la ambivalencia del término! Así,
Heussi, cuya obra destaca en el periodo de entre- guerras, escribe como conclusión de su análisis sobre la significación del término “historicismo”: “Lo que se ha dicho hasta aquí
prueba cuán alejados estamos actualmente de una acepción unívoca de esta noción. La confusión es tal que nadie debería emplearla sin precisar previamente qué entiende por
este término”: En tales condiciones lo mejor sería renunciar a dicho término, pero prescindir de él sería difícil o imposible: ha conquistado con tanta firmeza su carta de
ciudadanía que no podría ser eliminado sin tener que arriesgarse a utilizar un léxico extraño; además es un término “cómodo” que designa bien el conjunto de ideas que estamos
abordando. Pero, puesto que estas ideas están dispuestas e interpretadas de acuerdo con los más diversos sistemas debemos previamente precisar como propugna Heussi, nuestra
acepción del término “historicismo”.
Como subrayan todos los autores de obras sobre el historicismo, esta corriente nació de una impugnación de las ideas del Siglo de las Luces, de una impugnación muy radical.
Afectaba, en primer lugar, a las consecuencias del racionalismo de las Luces, como por ejemplo la idea de la naturaleza inmutable del hombre y las leyes inmutables de la
naturaleza. El historicismo es, pues, principalmente una tendencia a abordar la naturaleza, la sociedad y el hombre en constante movimiento, en permanente cambio. Para los
protagonistas del historicismo, se trata esencialmente de un modo de abordar la realidad, su dinámica, su evolución continua: objetos, naturaleza orgánica, ideas, estructuras,
todo evolucionista con la historia. Aunque Troeltsch, por ejemplo, no entiende exactamente lo mismo cuando identifica el historicismo con la historización de nuestro saber y de
nuestros conocimientos, o sea cuando reduce el historicismo a la historización del pensamiento, de las ideas, etc., sin embargo, la orientación es la misma: introducir el cambio
constante en la imagen del mundo.
Renunciamos a analizar aquí la ambivalencia del término “historicismo” a partir de las distintas significaciones que se le da en la literatura. Este análisis ya se ha hecho en
reiteradas ocasiones y además no es el problema central para nosotros. Así, aun cuando se pueda extrapolar la relación entre historicismo y relativismo a partir de la multiplicidad
real de las concepciones del problema, nos bastará una definición proyectiva para la definición marxista del historicismo. Marx escribe en La ideología alemana que sólo admite
una ciencia: la ciencia de la historia que versa tanto sobre la naturaleza como sobre la sociedad. 4 Marx sólo expresó esta opinión en su manuscrito (después borró la frase
correspondiente) que refleja ciertamente sus posiciones en dicha época. Si se quisiera interpretar esta opinión literalmente, habría que reconocer que es errónea: la ciencia de la
historia de la naturaleza y de la sociedad no es la única válida en la medida en que el enfoque diacrónico de la realidad se enriquece con el sincrónico; es importante e interesante
para la ciencia descubrir no sólo las leyes dinámicas de la realidad, sino también las leyes coexistenciales, estructurales. Aunque en mi opinión no se puede ni se debe interpretar
esta opinión como negación de la validez de las investigaciones distintas de las históricas, sino en el sentido de una acentuación de la importancia particular del enfoque histórico
del objeto estudiado, sin invalidar el valor del estudio de ese objeto a partir o por medio de su estructura.
La concepción dialéctica del mundo, tal como la inauguró la filosofía clásica alemana y Hegel en particular, ejerció una poderosa influencia sobre Marx. Si bien es cierto que
Marx le dio una interpretación ontológica y sacó de ella conclusiones para la acción social y política diametralmente opuestas a las de Hegel, al adoptar sin ambigüedad las
posiciones del materialismo contra el idealismo y al pronunciarse en favor de la causa del proletariado contra la burguesía, la filiación de las ideas no es por ello menos clara. En
cuanto a estas ideas, eran la expresión filosófica de la revolución desencadenada en el plano de la concepción del mundo (entendida como Weltanschauung) por el desarrollo de
las ciencias naturales que se produjo a finales del siglo xviii y a principios del siglo xix. La astronomía, la geología, la física, la biología o la química, todas las ciencias exactas
demostraban con sus descubrimientos el carácter dinámico de la realidad. El historicismo marxista supone dos tesis gnoseológicas importantes: la tesis de la correlación de las
cosas y los fenómenos en el proceso histórico y la tesis del carácter concreto de la verdad. Pero, precisamente aquí empiezan las dificultades con el relativismo o más exactamente
pueden empezar en función del modo de considerar el problema. En efecto, si el objeto del conocimiento es infinito (en las dos dimensiones precisadas antes), el conocimiento de
este objeto no puede ser finito, y, por tanto, acabado. Al constituir él también un proceso infinito, está relacionado, por consiguiente, en una de sus etapas, con las condiciones de
dicha etapa.
La variabilidad histórica de las ideas morales, filosóficas, religiosas, etc. Según él, el problema se reduce a saber qué argumentos se emplean para pasar de esta comprobación al
relativismo. El distingue dos, asociados de una u otra manera en los sistemas relativistas. El primero consiste en reducir las ideas morales, filosóficas, religiosas, etc. a una realidad
social variable; el segundo en rechazar el carácter acumulativo de las verdades, o sea en rechazar el progreso. En resumen, Aron define el relativismo como “una filosofía del
devenir y no de la evolución”. 6 Tal es, esencialmente, la argumentación del relativismo histórico. El segundo argumento es particularmente importante para nosotros, o sea la
negación del carácter acumulativo de las verdades históricas. Sólo con esta condición pueden sacarse conclusiones relativistas de la comprobación de la variabilidad histórica de
las ideas: esta negación, que es consecuencia de cierto fundamento metafísico, implica que nos encontramos ante una serie de ideas distintas, sin relación alguna entre sí, y no
ante un desarrollo, sino ante fenómenos aislados que sólo son reductibles a las condiciones históricas dadas. Los autores condenan en general los intentos de identificar la verdad
absoluta con la verdad objetiva; estas condenas se formulan más específicamente cuando se critica el argumento que afirma que las conclusiones relativistas se deducen
necesariamente de la tesis del condicionamiento histórico y social del conocimiento humano.
“El problema de la verdad, auténtico problema epistemológico que plantea la sociología del conocimiento, tal como nosotros lo entendemos, se produce a causa de que cada
sociedad ve, posee y capta un solo aspecto de la realidad objetiva, o sea una parte de la verdad; no obstante, tiene tendencia a considerar esta parte como si fuese toda la verdad,
fuera de la cual todas las restantes concepciones del mundo parecen obligatoriamente falsas. La sociología del conocimiento, prosigue Stark, al hacer que los hombres tomen
conciencia de este estado de cosas, o sea al demostrar y subrayar el carácter parcial de la verdad, conduce a una modestia y una humildad científicamente fecundas. De este modo,
la sociología del conocimiento introduce una preciosa corrección al peligroso error que consiste en abusar de la verdad. ¿Es esto relativismo? Stark responde negativamente: el
problema de la verdad parcial no es idéntico al de la verdad relativa. Toda verdad es absoluta, afirma Stark, entendiendo por “verdad absoluta” la “verdad objetiva”.
El presentismo acentúa el condicionamiento de las actitudes del historiador por sus intereses actuales; la sociología del conocimiento amplía esta temática y se interesa en general
en la influencia del condicionamiento social sobre el “punto de vista” a partir del cual son captadas las realidades; el historicismo, por último, introduce el tema de la variabilidad
histórica de las ideas humanas relativas a estas realidades y consideradas bajo el aspecto de su valor cognoscitivo. Al analizar las distintas corrientes teóricas consagradas al
conocimiento histórico y obtener de este modo diferentes enfoques y desarrollos de la misma problemática, estamos preparados para considerarla a partir de posiciones Meta
teóricas. Esto es lo que nos proponemos llevar a cabo en la última parte de esta obra, en la que volveremos a abordar los mismos temas, pero como problemas que constituyen el
objeto de desarrollos analíticos orientados hacia la síntesis final.
LA OBJETIVIDAD DE LA VERDAD HISTÓRICA
Para quienes profesan esta opinión, es inútil llegar tan lejos como la escuela de Ranke y postular la limitación de las tareas del historiador a la exposición exclusiva de los hechos
“puros”, sin interpretación ni comentarios; les basta admitir que al enunciar el término “hecho” con relación a la ciencia de la historia, nos expresamos unívocamente y que, por
consiguiente, si alguien establece de modo competente un hecho histórico, ya queda establecido para todos los investigadores interesados: el hecho histórico como producto por
una parte y el acto de su elaboración por otra, escapan a la acción del factor subjetivo en el proceso de conocimiento, factor considerado tanto en el sentido individual como en el
sentido colectivo, social. Carl Becker, tras de hacer constar acto seguido que las cosas no son tan sencillas y evidentes como parecen y que la expresión “hecho histórico” es tan
equívoca como las categorías de “libertad”, “causa”, etc., propone examinar estas tres cuestiones, con el fin de lograr mayor claridad: 1) ¿qué es el hecho histórico?; 2) ¿dónde se
encuentra?; 3) ¿cuándo se manifiesta?
Al abordar el problema del hecho histórico, recurrimos a analogías del ámbito de las ciencias naturales. La cuestión “¿qué es el hecho?” no es específica de la historia ni de las
ciencias sociales en general. Esta cuestión ha surgido más bien del campo de las ciencias naturales, aportando con ella todo el bagaje del papel desempeñado por el factor
subjetivo. Los primeros que la plantearon en términos rigurosos fueron los convencionalistas de la escuela francesa, y la orientación Boutroux-Poincaré-Duhem-Le Roy fue la
más representativa. Partiendo del problema del papel del lenguaje (el aparato conceptual), de la definición y de la teoría en el desarrollo de las ciencias, esos pensadores (y E. Le
Roy en particular) acabaron poniendo en cuestión “la autonomía” y “la soberanía” del hecho científico, incluyendo al llamado hecho “bruto”, es decir al hecho no ligado a
ninguna teoría. La ciencia de la historia (por curioso que pueda parecer dada la evidencia y la importancia de este problema en su campo) se encuentra retrasada con respecto a
este punto de vista, sobre todo en lo concerniente al papel activo del lenguaje en el estudio de los hechos históricos.
La definición de hecho histórico empieza generalmente por la indicación de que se trata de un hecho pretérito. Esto es cierto, pero semejante verdad es tan trivial que resulta
superflua. Como siempre nos referimos a lo ya sucedido, aunque se trate del instante anterior, es evidente que en este caso hablamos únicamente de hechos pretéritos: por
definición, nada más puede entrar en juego. Por tanto, bastará decir que toda manifestación de la vida de los individuos o de la sociedad (teniendo en cuenta la relación dialéctica
entre estos polos aparentes de la oposición, puesto que el individuo siempre es social y la sociedad se manifiesta en y por las actividades de los individuos que la componen)
puede ser un hecho histórico. Puede serlo, pero no lo es necesariamente; por tanto, el problema consiste precisamente en saber cuándo se hace realidad esta posibilidad. En
consecuencia, lo que importa es el contexto en que se inserta el acontecimiento, sus nexos con una totalidad y con el sistema de referencia con que se relaciona; este último
elemento es particularmente importante para comprender el carácter relativo de lo que denominamos el “hecho histórico”. Solamente la completa conciencia de este estado de
cosas nos permite ver claramente por qué un acontecimiento único y sus productos materiales y espirituales son considerados como hechos históricamente insignificantes por
unos o históricamente relevantes por otros.
Es evidente, pues, que los hechos históricos son las manifestaciones de la vida de los individuos y de las sociedades que se seleccionan entre otras pertenecientes a menudo a la
misma categoría, por sus nexos de causa a efecto y por su acción en el contexto de totalidades mayores. Como criterio de selección funciona aquí la importancia, la significación
del acontecimiento dado, del proceso o de sus productos. Se presupone un sistema de referencia en cuyo marco y en función del cual se operan la valoración y, por tanto, la
selección; también se presupone la existencia de un sujeto que realiza estas operaciones. Pero con el sujeto (condición aquí indispensable) el factor antropológico penetra en el
ámbito de los hechos históricos, introduciendo todas las complejidades implicadas por el papel activo del sujeto y por el influjo del factor subjetivo sobre el proceso de
conocimiento. Desde ese momento poco importa la naturaleza del hecho. Poco importa que sea un hecho aislado o que se repita; que sea particular o general. Cuando una
opinión colectiva se ha pronunciado sobre un hecho cualquiera, éste ya pasa al ámbito de la historia. Cuando no se da este fenómeno colectivo, ya no nos encontramos ante un
hecho histórico." 6 En este fragmento se enuncian tres tesis distintas: a) solamente el hecho que ha producido efectos en el pasado es histórico; b) un hecho social es un hecho
histórico, ya que sólo se pueden producir efectos sobre y por medio de la opinión pública; c) la opinión pública constituye al hecho histórico.
Este análisis de Becker y sus conclusiones (después volveremos a las que no compartimos) son precisos y profundamente dialécticos. Como es sabido, una cuestión mal
planteada puede falsear todo el enfoque del estudio. Si se aíslan ciertos elementos del contexto de la totalidad y si se considera el carácter abstracto del enunciado como una
prueba de la “simplicidad” de la realidad a que se refiere el enunciado, la responsabilidad incumbe, no a los hechos, sino a los autores de las tipologías y de las teorías dadas. Y
estimo que esto se debe a que la tipología que divide a los hechos en hechos simples y complejos, o en hechos parciales y totales, etc., induce a error. Muchos autores critican
también de este modo toda tipología de esta especie de los hechos históricos. Wanda Moszc- zenska, por ejemplo, demuestra que los hechos históricos son estructuras complejas
que no pueden ser reducidas a elementos simples. 10 Stefan Czarnowski, por otra parte, capta los hechos sociales en su dinámica, en su variabilidad. “Los hechos sociales se
diferencian y se integran. Esto significa, por una parte, que los hechos ‘integrales' se disocian en el tiempo en una serie de hechos con caracteres particulares; por otra, que los
hechos que tienen caracteres particulares semejantes, o los caracteres primarios diferentes y los caracteres secundarios semejantes, se reúnen para formar un todo.
Con respecto a una totalidad, variable por añadidura, que sólo puede ser comprendida por y en sus fragmentos, a través de sus partes, aún cuando seamos conscientes de la
necesidad de disponer estos fragmentos en el cuadro de la totalidad del proceso, el resultado obtenido siempre será imperfecto, puesto que siempre es parcial. El conocimiento
toma necesariamente el carácter de un proceso infinito que, perfeccionando nuestro saber al avanzar, a partir de diversas aproximaciones a la realidad captada bajo sus diferentes
aspectos y acumulando las verdades parciales, desemboca no sólo en una simple adición de conocimiento, en cambios cuantitativos de nuestro saber, sino también en
transformaciones cualitativas de nuestra visión de la historia. ¿Mienten los historiadores? Esto puede suceder cuando buscan objetivos extra científicos y ven en la historia un
instrumento de realización de las necesidades prácticas actuales. Son numerosos los casos en que así ocurre, pero a pesar de su importancia social y política este problema carece
de interés.
En cambio, los casos en que la variabilidad de la visión histórica va a la par con la honestidad científica y con una investigación competente de la verdad histórica son
teóricamente interesantes. En consecuencia, los historiadores no mienten, aunque pronuncien discursos diferentes, o en ocasiones contradictorios. Este fenómeno es
simplemente el resultado de la especificidad del conocimiento que siempre tiende hacia la verdad absoluta, pero esta tendencia sólo la cumple en y por el proceso infinito de la
acumulación de verdades relativas. Esta cuestión plantea un problema de inmediato que, desde hace siglos, es objeto de controversia: el valor de las ciencias sociales y de las
ciencias humanas con respecto a las ciencias de la naturaleza. La respuesta a esta cuestión implica unos contenidos más ricos de lo que da a entender su trivial formulación: todo
cuanto hemos dicho sobre el conocimiento histórico y sobre la verdad histórica; todas nuestras conclusiones llenas de escepticismo sólo prueban que nos enfrentamos a un tipo
de conocimiento diferente que en el caso de las ciencias de la naturaleza. Y todos los intentos de negar el valor de las ciencias sociales tales como son; todos los intentos de
“reformarlas” confiriéndoles la forma de las ciencias deductivas, como prueba la experiencia, están condenadas al fracaso, y su único efecto es causar numerosos daños a las
ciencias así “perfeccionadas”. En cuanto a las pretensiones de “superioridad” de tal o cual esfera de estudios y de los métodos empleados en ella, todo depende del sistema de
referencia, de los objetivos fijados, de los criterios de valoración aplicados, etcétera

También podría gustarte