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Ese status quo, que se yergue como el pico más alto de la educación colombiana, se
alcanza ver con más claridad en las mediciones que realiza el Programa para la Evaluación
Internacional de los Estudiantes, PISA [por su sigla en inglés], en las que nuestro país ha
participado en tres oportunidades [2006, 2009, 2012] y cuyos resultados no han sido para
nada alentadores, pues nos ubican como una de las naciones más regulares de la región,
superada por un bloque de países conformados por Uruguay, Chile, México y Costa Rica,
que en las tres mediciones señaladas han ocupado siempre los primeros lugares.
Como al fracaso hay que justificarlo, para algunos expertos en el tema, entre los que
encontramos directivos de la Federación Colombiana de Educadores, FECODE, las razones
por las que esto se presenta son múltiples y complejas. Ya que van desde el pésimo
sistema que rige la educación del país y que se pone de manifiesto en algunos aspectos de
la formación de los individuos, hasta el mal estado de la infraestructura de las escuelas y la
pésima remuneración que reciben los docentes.
Si es cierto que el presupuesto asignado este año al Ministerio de Educación fue superior
al del 2012, también lo es el hecho que en inversión nuestro país está muy lejos de
alcanzar la meta presupuestal que en materia educacional realizan países de Europa como
Francia, Alemania, Inglaterra y algunos de Asia como China e India. La ilustración no puede
resultar más clara: Finlandia, por ejemplo, destina un 13 por ciento de su PIB a este rubro,
mientras que China se ha convertido en la nación que más dinero invierte en
investigaciones, asignándole un 1.7 por ciento de su Producto Interno Bruto. En cuanto a
educación pública, el gigante asiático destina un 3 por ciento más, superando incluso a los
Estados Unidos, que en 2008 invirtió solo un 3.2 por ciento en educación.
En Colombia, los dineros que se asignan a este rubro no alcanzan el 4 por ciento de su
Producto Interno Bruto, y la remuneración de los docentes, en comparación con la de los
países ya mencionados, es diez veces inferior, lo que ha llevado a algunos especialistas
sobre el tema a señalar que ser maestro en Colombia es una profesión de hambre, pues
para que un docente alcance la categoría 14 del escalafón, que le representa dos millones
500 mil pesos, no solo debe tener 15 años de antigüedad laboral y haber realizado como
requisito una maestría, que en términos de inversión le representaría 5 millones de pesos
por semestre, sino también haber hecho algún tipo de investigación en su respectiva área
y, si es posible, haber escrito un libro.
El problema se hace más complejo cuando se le escucha decir a Ignacio Mantilla, rector de
la Universidad Nacional, que los docentes con posgrado en Colombia, al igual que el
número de investigadores, es de 160 por cada millón de habitantes, mientras que en
países de Europa como Alemania y Francia la cifra está en un promedio de 4 mil por cada
millón. A esto se le agrega que nuestras universidades, en general, no contratan docentes
exclusivamente para los departamentos de investigación, sino también para el desarrollo
de las clases, tanto en los programas de pregrados como los de posgrados.
Lo anterior, quizá nos aclare un poco el por qué en Colombia eso que llamamos
‘investigación’ en las distintas disciplinas, sea solo un destello de luces en la oscuridad,
pero no nos da las razones por las cuales la educación nuestra está rezagada en
comparación con otras naciones de la región ya señaladas.
Hace poco, en este mismo espacio, Margarita Orozco Arbeláez reflexionaba sobre los
mínimos estándares de calidad que deberían cumplirse en el desarrollo de la educación
superior. Su conclusión era que en nuestro país la mediocridad se ha convertido
prácticamente en una norma que ha sido alimentada, sin duda, desde la casa pero que ha
tenido una enorme repercusión en las universidades colombianas, tanto públicas como
privadas. Esta mediocridad se refleja en el facilismo que adoptan los estudiantes frente al
compromiso de las evaluaciones y el conformismo de la nota mínima. El resultado, en este
sentido, es la salida al mundo laboral de profesionales mediocres que luego irán a ocupar
las vacantes de un mercado donde las leyes de la selva siguen teniendo validez. La caída
de las Torres Space en Medellín se constituye en una muestra de lo expresado
anteriormente. Las cinco décimas que no se alcanzaron en el examen final pueden resultar
peligrosas a la hora de poner en práctica lo aprendido.