Charlie Hebdo El Evento Del Fin Del Nihi

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Charlie Hebdo
Evento del fin del nihilismo cumplido

Conferencia plenaria
XV Congreso Nacional de Filosofía del Perú
Universidad Nacional del Altiplano, Puno, 2015

Víctor Samuel Rivera


Universidad Nacional Federico Villarreal (Lima)

Charlie Hebdo preparaba ese miércoles 7 de enero su siguiente edición; posiblemente


entre las muchas ideas interesantes de los editores estuviera satirizar contra Alá, o tal vez
contra su santo Profeta, ya que la religión es uno de los tópicos obligados de las revistas
satíricas europeas cuya agenda es el nihilismo. Inesperada e inexplicablemente, sin
embargo, la revista no pudo salir esa semana. Nadie hasta instantes antes de su
cancelación pudo haber previsto nunca que los pocos miles de ejemplares que vendía la
revista Charlie Hebdo no llegarían a sus, también escasos, destinatarios habituales. Un
par de semanas luego del 7 de enero, por primera y única vez en la historia de esta
publicación satírica, 7 millones de ejemplares saldrían a la calle, aunque igual no
vendería sino algunos miles. Muchos, millones de ejemplares sin vender son metafísica
en el mundo. Todo lo que siendo mucho, es inútil, esto es, que no sería planeado ni
organizado por el hombre para constituir el mundo que le es propio manifiesta una
realidad que, en cierto sentido, no pertenece a este mundo, aunque dice algo, es un
mensaje imprevisto para ese mismo mundo que es forzado a acogerlo. El Partenón o las
grandes pirámides de Egipto, en tanto ajenos al uso para el que fueron diseñados, portan
algo que, en su falta de utilidad, remite un mensaje al hombre. Eso explica por qué los
turistas visitan esos lugares muertos y descontextualizados. Veo el Coliseo Romano y
comprendo que no es un terreno para un centro comercial. Una grandeza inútil es a la vez
indispensable, constituye un relieve, en el que su presencia revela un sentido. Charlie
Hebdo nunca tuvo nada parecido a esa grandeza del Coliseo hasta que,
inexplicablemente, su tiraje habitual pasó a millones de ejemplares inútiles. Y si hay un
mensaje para el hombre en esto, habría que relacionarlo con el nihilismo, que es o solía
ser la agenda de esta revista hasta que un día, 7 de enero, su comité editorial fue
ejecutado.

Pero detengámonos un instante en el nihilismo, que de ser palabra con resonancia desde
la segunda mitad del siglo XIX, ha pasado a requerir de algún tipo de aclaración, pues es
hoy extraña a los lenguajes sociales y su significado filosófico puede no ser evidente
incluso para los filósofos mismos. El nihilismo fue descrito como un fenómeno
metafísico por Nietzsche, con el que de alguna manera caracterizaba al producto social de
los tiempos modernos. Nietzsche aparentemente recogió la expresión de la cultura
política europea contemporánea; se refería, de manera genérica, a la pérdida paulatina de
los factores orientadores de sentido de la existencia humana, aquello que le asigna al
hombre criterios de reconocimiento e identidad, algo que Nietzsche llamó “valores” para
significar –así de sencillo- lo que hace de una vida humana una narración significativa en
la cual reconocerse. Un mundo nihilista es un mundo cuya esencia se halla desprovista o
consiste en la ausencia de esos valores. Es un mundo donde los valores se han debilitado
y han generado un relieve de laxitud, sinsentido y vacío. Nosotros asociamos “valores”
como conceptos epistémicos, de supuesto contenido normativo, que son relativos a
creencias humanas. En el contexto de Nietzsche “valores” se refería a criterios
articuladores cuyo conjunto, que puede ser difuso o abierto, caracterizan la existencia
humana; cosas tales como pertenecer a una comarca, de la cual uno es vecino, se halla la
familia y se practica la reciprocidad y la amistad; se halla en el horizonte una cultura y
una tradición de referentes que la significan; se es súbdito de la Casa Tal y Tal, a la que
se rendía honor en la vida social y lealtad en las guerras; de ella a cambio se recibía
sentido de pertenencia histórica en la sucesión de las dinastías; se hallaba también allí la
experiencia de la vida humana como un conjunto en un tiempo trascendente, envolvente
del hombre en el cosmos todo, cuyo sentido se consumaba en el mundo de Nietzsche en
la esperanza de lograr la salvación. A esto que los valores significaban podemos llamarlo
“el ajuar del sentido”.

El nihilismo expresa la experiencia histórico-social del debilitamiento paulatino del ajuar


del sentido; es incluso la experiencia de la desaparición paulatina del ajuar mismo, que se
hace poco confiable o evanescente, razón por la cual sus componentes dejan de ser
criterios para constituir un horizonte de sentido para la existencia humana.

Martin Heidegger, mientras participaba como investigador en los Archivos Nietzsche


bajo el régimen de Hitler, dedicó largas reflexiones al tema del nihilismo. En términos
generales, Heidegger tradujo las ideas de Nietzsche y les dio cuerpo en una narrativa de
los tiempos modernos, como el devenir final de la historia de la filosofía; sustrajo la idea
de que el nihilismo era síntoma de una época histórica en la que la metafísica había
configurado un mundo social que se había extrañado del Ser o lo había olvidado, esto es,
que había perdido la experiencia del sentido histórico y social de la vida humana misma.
Con ello enfatizó la dimensión no sólo filosófica, sino también ontológica de la pérdida
de la orientación del sentido de la vida, los criterios de la propia identidad en un mundo
histórico y el reconocimiento de esa identidad por el entorno al que uno pertenece. El
nihilismo adquirió así un peso narrativo en una historia de extrañamiento general de la
experiencia del hombre occidental, que de alguna manera se había ido transfigurando en
la instalación de un mundo histórico específico en el cual la ausencia de ser, el vacío y la
nada terminaban siendo más evidentes que la del ser mismo, que se volvía, entre tanto,
problemático.

Heidegger sabía que Nietzsche había hecho una distinción entre diversos tipos de
“nihilismo”. Para efectos de Charlie Hebdo como una publicación nihilista, interesa
enfocarse en lo que Nietzsche denominaba “nihilismo activo”. Independientemente de las
consideraciones de detalle sobre lo que Heidegger o Nietzsche interpretaron o quisieron
decir con esa expresión, podemos definir esa clase de nihilismo como el esfuerzo,
socialmente efectivo, es decir, que se convierte en productos sociales reconocibles, de
llevar a cabo y consumar con el propio esfuerzo la experiencia de la nada, que se instala y
reemplaza al ser en el mundo social como encuentro para el hombre mismo, que se siente
así perteneciente a esa nada, teniendo a la nada, la ausencia de orientación y sentido,
como propia. El nihilismo activo es la realización social e histórica de la nada por agentes
humanos específicos; éste puede ser reconocido fácilmente en la vida cotidiana en el
activismo que busca destruir referentes de sentido para la vida humana, sea la propia, sea
la de los demás. Esto encierra la paradoja de justificar la nada en nombre del hombre
mismo, como efecto de un sentido de la humanidad en la que ésta encontraría su plenitud
en prácticas, creencias e instituciones que permitieran ser a la nada, por decirlo de alguna
manera. La actividad antirreligiosa es una variedad de este extraño humanismo, en el que
Heidegger reconoció, junto a la abolición o el extrañamiento de lo santo, también la
destrucción de la comarca, la sabiduría y el reconocimiento humano del relieve visible, la
simplificación del hombre concreto en el mundo del comercio y la banalidad burguesa.

En Francia las iglesias de los poblados donde a nadie le interesa más la misa misma por
cuya celebración fueron construidas suelen ser hoy demolidas, incluso a pesar y quizás en
virtud de su significado histórico, artístico y cultural. Marcan un relieve de sentido; es
natural que el nihilismo activo se esmere en su desaparición. La experiencia de la misa en
los últimos decenios se asemeja mucho a la de un club de autoayuda más algo de música
de radio de amplitud modulada; mientras más humana se ha vuelto la misa latina, en el
sentido humanista de la expresión “humana”, más razones tiene la municipalidad para
demoler sus bellos e inútiles locales medievales.

Desde el siglo XIX al presente se ha realizado el nihilismo como la experiencia normal,


como la versión descriptiva de una vida humana corriente. Al nihilismo como una
realidad que ya se halla instalada históricamente, a la que le corresponden instituciones,
prácticas e incluso “valores”, lo denominamos “nihilismo cumplido”. Gianni Vattimo ha
hecho notar hace poco que los europeos del pasado eran capaces de ir a la santa cruzada,
con la idea de contrastar la experiencia religiosa que constituía el mundo histórico en el
que la Cristiandad fue posible con la del hombre del mundo nihilista, en que la religión,
como las prácticas de lealtad a los soberanos o el apego a la comarca y los amigos
habrían devenido, en el mejor de los casos, imágenes del mundo, para usar el título de un
famoso ensayo de Heidegger sobre la modernidad. En lugar de celebrar la ceremonia
anual de la cosecha, o el día del dios Tal y Tal, o el nacimiento del Príncipe Tal, hoy los
hombres van a conciertos de moda en algún Mall; pagan por asistir a lo que saben es un
gran negocio donde se oferta un espectáculo para su entretenimiento. En la experiencia
religiosa pasa algo análogo. Hoy, que la religión vive los tiempos del nihilismo cumplido,
la experiencia religiosa posmoderna misma es también nihilista. Obedecer los mandatos
de Dios parece, en la escala de los nuevos valores, menos importante que obedecer lo
políticamente correcto, vale decir, lo que manda el orden nihilista mismo. La indiferencia
en materia de religión como forma de régimen político afligía a Robert-Félicité de
Lammenais en la primera mitad del siglo XIX; hoy es la referencia social del hombre
religioso medio occidental.
Algunos miles de europeos del mundo del nihilismo cumplido compraban, como un acto
de banalidad, cada semana, hasta el 7 de enero de 2015, un ejemplar de Charlie Hebdo.
Es de suponer que se entretenían bastante con las gracias satíricas contra Alá y su santo
Profeta, y resulta normal en el mundo nihilista suscribirse a una revista dedicada a su
ofensa; ofenderlos -en ese mundo instalado- es ofender imágenes, no realidades, y es
parte del esfuerzo ontológicamente activo por consolidar la cultura del hombre, que
resulta tener en la nada su esencia cumplida. No debe creerse por esto que el europeo que
adquiría esa revista tuviera sentido animadversión por el islamismo, como seguramente
los responsables de la revista tampoco tuvieron cuando estuvieron en vida, pues hay que
recordar que su comité editorial se halla, paradójicamente, en el Cielo. Los europeos, al
antiguo dios de la Cruz, cuyos templos en muchos lugares aún no han sido derribados,
dan el mismo trato que al dios del Islam, si es que no uno peor.

El hombre ordinario, el hombre medio nihilista que pasa el tiempo con revistas satíricas
fue tipificado por Heidegger en la analítica de Sein und Zeit (1927) por tener por su
esencia las habladurías del mundo público, es decir, por lo que dicen los noticieros, los
tabloides, las redes sociales o los programas de televisión de cable; se identifica con el
nihilismo que estas instituciones presuponen y actúan. Ahora bien. El nihilismo activo
que revistas como Charlie Hebdo significan implican, presupone un ámbito hermenéutico
de plenitud, esto es, que ese hombre ordinario de Sein und Zeit es el representante de la
esencia humana de ese mismo mundo humano sin dioses al que pertenece y en el que se
realiza. Cuando decimos que el nihilismo se halla cumplido, quiere decir que ha
sustituido a lo que sea que lo precedió como la esencia del mundo. Es el mundo normal,
usando el término en sentido consagrado de Thomas Kuhn. En un mundo así descrito se
cumple que lo que se dice de él en las habladurías, que resultan ser también su norma; es
a la vez obligatorio que la norma se cumpla e impensable que cualquier cosa que lo altere
pueda jamás suceder. Es un punto interesante cuya reflexión se halla en la conferencia de
Heidegger La época de la imagen del mundo (1938).

Para usar el vocabulario de Carl Schmitt, el mundo histórico nihilista tiene, como todo
mundo, un ámbito que le es propio, el equivalente en la interpretación humana de un
territorio, lo que Schmitt denomina un nomos. Todo mundo se instala políticamente,
como antes lo había hecho el mundo de la comarca, los amigos, las dinastías y los
templos; por eso hay un alcance territorial para ese mundo, donde hay instituciones cuya
validez significa. Un nomos nihilista es un ámbito de alcance y mando político en el que
la actividad del nihilismo constituye un mundo histórico inmóvil, pues la nada cumplida
no se mueve o, al menos, no debería. Es inmóvil como lo era el dios que Aristóteles puso
como el sentido de su cosmología intemporal, sólo que en este caso marca la vigencia e
incuestionabilidad del nihilismo mismo en el mundo social. Dijo Miguel Giusti en otro
contexto, para significar ese mundo políticamente, que responde a un consenso que “es
no problematizable”. Sublevarse contra ese mundo no sólo está prohibido en el alcance
de ese nomos. Por ser normalidad y esencia, es imposible. No es que lo sea desde el punto
de vista lógico, sino desde el punto de vista de la comprensión socialmente entendida.
Quiere decir que lo mismo que da carácter perentorio a la norma es también lo que hace
inadmisible la mera idea de que una realidad no nihilista pueda interrumpir las apacibles
tardes de chiste para el hombre del mundo público.

De la reflexión anterior se desprende una consecuencia interesante. Si, en efecto,


sucediera que algo violara la norma, si un evento aconteciera que rompiera la legalidad,
si algo se saliera del nomos nihilista, ese mundo perdería su normalidad kuhniana, y si
eso pasara, la norma misma quedaría sacudida, por decirlo de alguna manera. Habría un
movimiento. El nomos, es decir, el ámbito de alcance de la ley y la normalidad, se habría
alterado. Y entonces el mundo nihilista cumplido mismo dejaría de ser el mismo mundo
de antes. La constitución fáctica de ese mundo se habría alterado. Esto, por supuesto, no
ocurre con cualquier clase de evento y la normalidad del nomos nihilista predice que
ningún evento podría hacer una cosa tal como movilizar el motor inmóvil. Y, en efecto,
Charlie Hebdo llevaba una pacífica labor de nihilismo activo en un tranquilo horizonte
humanista en que la nada era, cada semana, atendida y cuidada en un humanismo
hilarante que se reiteraba aplastando imágenes que estaba por descontado que no podían
ser realidades. Pero ese 7 de enero ocurrió un evento, un acontecimiento que trastornó al
mundo bajo cuya esencia Charlie Hebdo era parte de la normalidad. Uno se pregunta por
la procedencia de ese evento. Sin duda se trata de un mundo extraño al nomos nihilista y
extraño, por ello, al hombre que lo define y lo puebla. Esto nos sugiere de un mundo otro
fuera del nomos que no es sólo anormal o anómalo kuhnianamente hablando, sino que es
un mundo que el hombre ordinario considera fácticamente imposible. Desde algún lugar
hermenéutico que no es, pues, el mundo del nihilismo cumplido, sino otro mundo,
irrumpió ese 7 de enero abrupta e inconsideradamente Alá, o el santo Profeta, o tres
terroristas, y el mundo fue movido.

Tenemos la sugerencia de que hay un ámbito hermenéutico externo al mundo de las


habladurías, de la normalidad y la legalidad del nomos nihilista. Esta sugerencia se deriva
de la imposición efectiva, fuera de toda explicación humana, de una clase de violencia
que no es propia, que no es de la esencia del mundo europeo nihilista. Es la sugerencia de
un lugar cuyos agentes reconocemos porque tienen efectos en el mundo del nihilismo
cumplido. Ese lugar aparece, por sus efectos, como metafísicamente activo, pues sus
efectos se pueden reconocer como el acontecer como una realidad. Una realidad real e
imposible a la misma vez. Ese ámbito ha realizado, esta vez a través de algo que en el
mundo nihilista se llama “terrorismo” su propia transfiguración como realidad
impensable; se ha presentado y se ha instalado, esto es, ha forzado al hombre a
introducirlo como parte de la descripción de su propio mundo de manera inesperada y
fuera de toda explicación. Se halla fuera del alcance del nomos nihilista al que, sin
embargo, ha afectado.

En el ensayo El origen de la obra de arte (1934) de Heidegger, donde se trata de


acontecimientos que afectan nuestra atención en el mundo histórico y, de una u otra
manera, constituyen su relieve o lo transforman, Heidegger caracterizaba esta clase de
acontecimiento en calidad de fundadores, de fundadores de mundos históricos; se los
reconoce en primer lugar porque parecen iniciar algo no deseado, pero que se hace
inevitable en la medida que se ha impuesto; Heidegger hubiera dicho que son don e
inicio; “don”, esto es, “obsequio”, porque no se trata de un objeto de transacción ni de
cálculo; “inicio”, porque una vez dado el acontecimiento el mundo que es afectado se
transforma, dando lugar a una narración histórico-social que lo toma como referente y, en
ese sentido, resulta un comienzo o apertura histórica de algo que, cuando es presente,
significa un mundo a la vez nuevo y desconocido, extraño e impredecible. En cierto
sentido podemos compararlo a los grandes magnicidios y violencias que caracterizaban a
las actividades de los nihilistas activos del siglo XIX, de la época de Nietzsche, que eran
también unos terroristas; esos nihilistas fueron fundadores de un mundo desconocido para
ellos mismos, como la Francia laica de las revistas antirreligiosas del siglo XXI, que es su
obra cumplida. Quizá sea razonable subrayar que, en el caso de Charlie Hebdo, ese
ámbito desconocido sugerido no es el del Islam, pues el mundo del Islam es ya un mundo
instalado: podemos describir el Islam, su historia, territorio e instituciones; podemos
señalar quiénes son sus reyes y sus dinastías, y sin duda también a sus organizaciones
terroristas. Ese ámbito es desconocido justamente porque contiene un elemento
inexplicable para el hombre y, por ello, esencialmente no humano, que en este contexto
significa no nihilista. Este ámbito es referido confusamente cuando se menciona en los
actos terroristas que proceden de ese mundo con el nombre de Alá o el del santo Profeta,
que es como decir de la comarca, la amistad o las dinastías. El punto es cómo abordar
esta procedencia, el lugar desde donde adviene la violencia que irrumpe en el mundo del
nihilismo cumplido.

Es posible que no resulte convincente aún el carácter donativo e inicial del evento
Charlie Hebdo. Ha escrito la notable experta en nihilismo Remedios Ávila en 2005 que
“Vivimos una época nihilista. Parece como si la nada hubiera tomado por asalto el lugar
que un día correspondió al ser”. Subrayemos en esta cita de la filósofa española la
expresión parece. Si los europeos no son capaces más de ir a la santa cruzada es porque
el nihilismo activo se ha impuesto como horizonte de mundo; uno debería esperarse que
los chistes de los pasquines satíricos antirreligiosos fueran siempre para todos, para el
hombre ordinario que vive en el mundo público de las habladurías, ocasión de una gran
risa. En un mundo nihilista no debía haber lugar para la indignación, la ofensa o el dolor
cuando se mancilla algo que alguien considera sagrado, esto es, sagrado no como en el
mundo europeo contemporáneo lo es un animal, sino como un dios lleno de esplendor y
majestad, cuya experiencia es de lo tremens et fascinans. Y de hecho no lo hay. El
Heidegger que estaba por estudiar el nihilismo activo el año siguiente de su conferencia
El origen de la obra de arte, que se ha citado, llamó a la misa en 1935 “el sacrificio
esencial”, y no dudó en caracterizar la misa tridentina como uno de los ámbitos de
manifestación de la verdad del Ser, a pesar de que sostenía a la vez que en el nihilismo
como actividad social el Ser se desvanece y oculta. Las parodias sexuales publicadas
contra este mismo sacrificio en Charlie Hebdo antes del 7 de enero no han merecido
comentario papal alguno jamás, sin embargo, al extremo de que podemos decir que es
una verdad social europea del nihilismo cumplido que la religión no constituye un
sentido, y aun ni siquiera para los cristianos mismos pues, como se ve, ni el Papa ha
mostrado jamás disconformidad antes de este episodio con que Jesús apareciera entre
dibujos de las más curiosas aberraciones. Muchos curas de Francia se solidarizaron
con Charlie Hebdo, algo que es muy  humano, pensando en la muerte del personal de la
revista, ejecutado por algo inexplicable que irrumpió en sus oficinas, aunque esos
mismos curas jamás mostraron incomodidad alguna por las sátiras contra realidades que
pregonan ellos mismos como santas y dignas de temor y temblor en sus ritos, lo cual
muestra la pertenencia de ellos mismos al nihilismo, pues es obvio que esto del temor y el
temblor no les pasa a estos curas por la mente, al menos no cuando su pertenencia se
presume no humana.

Estas consideraciones nos remiten al problema de por qué el mundo nihilista es inmóvil y
en qué sentido el evento Charlie Hebdo lo ha movido. El nomos nihilista funciona bajo el
presupuesto de que no hay nada exterior a él; no es posible que halla ámbitos
hermenéuticos que puedan constituir un afuera de su ley y sus derechos. Uno podría tener
aquí la tentación sociológica de creer que se trata de una caracterización banal de
cualquier mundo humano y que, en ese sentido, el mundo nihilista es inmóvil en el
mismo sentido en que cualquier otro lo sería al describirse a sí mismo. Los romanos del
año 300, por ejemplo, no podían imaginarse que dos siglos después su mundo iba a
retroceder 1500 años tecnológicamente y que Roma, su capital, en ruinas, iba a ser la
sede de la iglesia cristiana. Pero la inmovilidad aquí es ontológica porque parte de
presupuestos que hacen de este horizonte una exigencia metafísica. Otros mundos
históricos alternativos no son metafísicos en ese sentido y, por lo mismo, tienen la
movilidad como parte de su propia descripción. Esto se debe a que este mismo mundo es
el resultado de un proceso histórico del cual la metafísica, que parece una inocua
disciplina que se ocupa e interesa por el Ser como la medicina por la salud, ha logrado
algo que otras disciplinas no han hecho, a saber, transformar la naturaleza del mundo a
través de la aplicación de sus presupuestos como descripción del mundo histórico-social.
Siguiendo una narrativa heideggeriana, el mundo moderno, que es en último término la
realidad histórica en la que el nihilismo activo alcanza su cumplimiento, es el producto, el
efecto histórico de la metafísica. Ésta se plantea en la era moderna la fundamentación del
conocimiento, de tal manera que los temas propiamente ontológicos son transferidos al
ámbito de la ciencia.

Un buen día los problemas más fundamentales relativos al Ser parecen el trabajo de los
epistemólogos, pero más aún de los científicos y, finalmente, de los productores de
tecnología aplicada. Cuando esto sucede, los caracteres de la metafísica terminan
constituyendo el mundo donde la tecnología tiene su sentido, que es este mismo mundo
del hombre nihilista. El Ser ha sido desplazado del horizonte, y se hallan en su lugar los
productos tecnológicos. Su cuenta de Facebook, por ejemplo. Y entonces la metafísica,
que se caracteriza por pensar lo eterno o, mejor dicho, que tiene su dios en el motor
inmóvil de Aristóteles, se ha transformado en un mundo donde es obligatorio el nomos
nihilista. Metafísica y nihilismo, aunque no sean lo mismo, acontecen juntos.

El triunfo de la ciencia, que es aquello en lo que la metafísica habría devenido en el


mundo histórico, coincide en el acontecer del nihilismo, pues ahora el lugar del Ser lo
ocupan las herramientas que, desde Aristóteles, sabemos que carecen de esencia, esto es,
que son vacías y sin sentido propio. Con ambos, nihilismo y metafísica, la ciencia
coloniza y agota las experiencias humanas, al extremo de que parece que nada acontece
fuera de lo que es explicable racionalmente. Un mundo donde todo tuviera explicación
fue el sueño de Francis Bacon, René Descartes e Inmanuel Kant. Ellos y sus obras
constituyen esta historia de la metafísica, es decir, de la filosofía como algo que se ha
transformado hoy en una realidad de herramientas sin sentido propio. Se trata de ese
mundo que veo cuando abro los ojos. Salgo al campo a ver el paisaje, por ejemplo, pero
mientras navego en mi teléfono inteligente, mi auto surca por una carretera asfaltada,
rodeada de grifos de gasolina, anuncios publicitarios y cableados de diversa índole. Los
animales y plantas que veo están al servicio humano y, lo más importante, todo lo que
veo lo puede explicar la ciencia. Ese mundo tiene la rigidez de la “objetividad” y la
“racionalidad” de la epistemología moderna de la que procede y que es en lo que la
metafísica se ha transformado como realidad histórica. Ahora queda debe quedar claro en
qué sentido este mundo del nihilismo, que es también el de la tecnología, resulta ser
metafísicamente inmóvil, en un sentido en que ningún otro mundo histórico lo podría
haber sido. Heidegger llamó a esto en 1938 “imagen del mundo”, un mundo que es una
imagen y no una realidad, pues su fundamento es el mismo que ve el paisaje; el hombre
lo hizo a su imagen y semejanza.

No se puede culpar a nadie de que parezca que no hay nada fuera del mundo del hombre,
esto es, del nomos del mundo nihilista, pues el hombre, sus cables y sus animales
parecen serlo todo; no parece posible que haya nada que pudiera jamás escapar de la
naturaleza metafísica de ese mundo. El novum es tan imposible en el mundo social como
lo era la Estrella nueva para los que la vieron a inicios del siglo XVII, cuando se creía
que el Cielo era estable y eterno de manera semejante. Es notorio que en las ciencias de la
naturaleza no tiene sentido pensar en algo realmente nuevo, pues la ley natural es en sí
misma una idea opuesta al milagro, esto es, a lo anómalo e inexplicable; así como la
regularidad y la repetición son el trasfondo de la experiencia de todo significado
“científico”, en el mundo ordinario cuya metafísica sostiene el nihilismo también el
milagro histórico-social se halla excluido y sólo hay lugar para lo siempre igual; en este
sentido, ha escrito Vattimo en su libro De la realidad, de 2012, que “el Ser sólo puede ser
inmóvil y ahistórico”. En un mundo histórico humano pensado metafísicamente parece
“natural” la ausencia de movimiento, es decir, que nada acontezca y no haya historia;
nada puede alterar, apropiarse de la atención emotiva del hombre de ese mundo
justamente porque es un mundo nihilista. Pero la experiencia social de lo que parece
después de Charlie Hebdo es que ese mundo inmóvil del nihilismo se ha movido. ¿No es
esto una sugerencia de que el Ser se ha instalado en un lugar que (antes) era propio de la
nada?

El mundo del nihilismo cumplido es el mundo de la metafísica porque tiene sus


características de quietud; éste se ha fundado en la metafísica: es su efecto histórico, en el
sentido que esta expresión se usa en la hermenéutica filosófica. Y, aunque parezca
increíble, al menos desde el punto de vista de las significaciones históricas y sociales, es
una clase de mundo que los propios nihilistas del siglo XIX que le interesaban a
Nietzsche y a Heidegger deseaban instalar: un mundo sin historia. Vattimo, en referencia
a ese mismo mundo por parte de Heidegger, llama a esta situación donde no pasa nada,
donde no hay sentido, “ausencia de evento” o “falta de urgencia”. Después de Charlie
Hebdo, no tiene sentido decir más que el mundo metafísico que se vive en Europa está
“falto de urgencia” o de milagro. Es razonable creer que si el mundo instalado del
nihilismo cumplido tiene por esencia que nada acontezca, es la esencia misma de ese
mundo la que se ha movido.
Cuando un acontecimiento social transforma un mundo histórico, lo distorsiona o funda
uno nuevo estamos ante lo que Gianni Vattimo –que tomó a su vez la expresión de
Heidegger- llamaría un “evento”, el “evento inaugural”, que se define en función del
mundo en el que se ha instalado; su efecto –según Vattimo en Más allá del sujeto (1981)-
es “romper la continuidad del mundo precedente”. Un evento, definido de esta manera,
pone en movimiento un orden social cuando modifica la constitución fáctica de ese
mundo y, en algún sentido, sacude y llena de un bullicio la interpretación media de lo
ordinario, que no vuelve a poder ser interpretado en sus propios términos. El tiempo
histórico de ese mundo constituye así una apertura, lo que los historiadores, con François
Hartog, quien acuñó esa expresión en 2003, llamarían un “régimen de historicidad”; hay
una historia que se cuenta a partir de ese evento, tomando ese mismo evento como su
procedencia. Ese evento es, en ese sentido específico, aplicado a situaciones políticas,
para diferenciarlo de eventos que son no políticos, como el Coliseo romano lo es. En otra
parte hemos denominado a esto novum, y lo llamaremos en lo siguiente “evento
fundante”; el novum es fundante porque instala la experiencia posterior al
acontecimiento, dentro de cuyo “régimen” temporal permite el establecimiento de
prácticas, creencias e instituciones nuevas o transformadas en su sentido en relación con
el mundo en cuyo horizonte se ha instalado.

Consideramos Charlie Hebdo como novum o “evento fundante” porque pone en situación
de urgencia un mundo metafísico instalado. El lector podría pensar que es algo
caprichoso ver motivos suficientes para comprender Charlie Hebdo como un fenómeno
ontológico y no uno policiaco, un rapto fundamentalista, etc. Un horizonte histórico de
instalación del hombre, el nihilismo cumplido, allí donde el nihilismo significa una
garantía para la quietud y la permanencia de las instituciones sociales –pueden razonar
las habladurías del mundo público- ha recibido un remezón, pero, en esencia, una vez
liquidados los terroristas y restablecida en circulación la revista y sus chistes, queda todo
igual como estaba antes. Ésta sería una interpretación óntica del evento, donde todo se
trata de policías, medidas de seguridad, fanáticos o controles migratorios. Éste no es en
absoluto el caso para el hermeneuta.

Un argumento para determinar cuando la experiencia social de un evento es “fundante”


depende de los efectos que causa en el mundo histórico donde interviene; se trata de un
criterio pragmático o pragmatista. El tiempo histórico es el número del movimiento
social. La magnitud de lo que se mueve, el número del movimiento es aquí el criterio de
su significado; hay que observar que éste es contingente, y es desconocido para los
actores humanos que lo llevaron a cabo, que son así ejecutores de un movimiento que
para ellos mismos, si no hubieran sido abatidos por la policía, resultaría admirable e
incomprensible. Es una idea que expuso originalmente Joseph de Maistre para significar
un cambio social revolucionario, algo que él llamaba también un “evento”; el hombre no
es considerado agente del evento porque no puede explicar sus consecuencias cuando está
frente a ellas ni puede predecirlas antes de que el evento acontezca. Tres terroristas
islámicos atacaron Charlie Hebdo el 7 de enero; ellos no sabían que iban a mover el
mundo nihilista. Nunca llegaron a saberlo. Sólo conocemos que se movió cuando la
experiencia social admitió el evento acontecido, y es a partir de ese momento que
medimos su magnitud. Llama más o menos al bullicio, en el sentido de que se apropia de
la atención del hombre y lo sustrae de su cotidianidad y las habladurías y lo fuerza a
aceptar que algo ha acontecido, a pesar de sí mismo y sin su intervención. Pero vayamos
a los números. Los números hacen metafísica.

Se permita entonces una hermenéutica del número. Los 12 o 17 muertos, según el


enfoque del mundo de las habladurías, hacen un número pequeño. En Francia la muerte
“objetiva” de 12 personas en el número incontable de los muertos de las estadísticas
diarias no conmociona el horizonte social: su muerte se interpreta y pasa desapercibida.
Pero si como resultado de esos pocos muertos se movilizan, advienen al movimiento 3
millones seiscientas mil personas a las calles de Francia, cual es el caso, es otra cosa. No
todos los delitos criminales mueven a 88 mil policías en búsqueda de tres culpables. No
siempre se mueven a París por 12 muertos los jefes de gobierno de toda Europa, más
varios jefes de países liberales del resto del planeta. Un desfile de soberanos afirmando su
mundo. No se veía algo similar en París desde que Napoleón fue vencido por la coalición
de los reyes legítimos de Europa: éstos ingresaron a caballo a la ciudad con Alejandro de
Rusia a la cabeza con vítores del pueblo; ellos afirmaron de la misma manera, por breve
tiempo, el suyo. 10 mil efectivos militares fueron movilizados el 12 de enero para
proteger Francia del terror, aunque los tres terroristas ya estaban muertos. La semana
siguiente al 7 de enero Charlie Hebdo, cuyo tiraje normal era de unos pocos miles de
ejemplares, planeó imprimir 3 millones. Se movieron a París desde Oriente el Rey y la
Reina de Jordania, que deben contar, para haber sido la única casa real islámica en ese
escenario nihilista, con un humor realmente divino. Uno puede pensar que nos hemos
enfocado demasiado en la violencia social y que, virtualmente, se la está promoviendo;
pero lo manifiesto es que Charlie Hebdo es justamente una urgencia en un mundo sin
urgencia, un milagro en un mundo predecible y estable. Luego de un novum divino cuyos
efectos son desconocidos, al hermeneuta se le permite esperar la mejor parte y no la peor.
Y en hermenéutica el esperar es también un realizar.

7 de enero. Desde un ámbito hermenéutico que puede ser pensado pero no comprendido,
tres hombres, o bien Alá o su santo Profeta, han hecho “moverse” ontológicamente un
mundo histórico; han generado una “revolución”, que es como describe esta clase de
situaciones el conde Joseph de Maistre en sus conocidas Considérations sur la France
(1796). Millones se “movieron” en toda Francia bajo el grito unánime “Je suis Charlie
Hebdo”; Charlie Hebdo, pocos días después, imprimió a costa del Estado francés el
número metafísico de 7 millones de ejemplares, cuando antes lo hacía con unos pocos
miles. Millones de musulmanes se movieron en todo el mundo contra la Francia nihilista
y sus multitudinarias manifestaciones agitaron el triste y banal mundo de las habladurías.
Esta idea de ser movido frente al mundo social inmóvil puede y debe ser interpretada en
términos de un novum, un evento fundante, que quiebra e instala un sentido que altera y
transforma el mundo movido, que es el del nihilismo cumplido. La urgencia que este
movimiento ha instalado es ontológica; ha sustraído del silencio un mensaje de un mundo
otro en un régimen de historicidad nuevo que se narrará, en un mundo cuya naturaleza se
ha trastocado y cuya constitución fáctica, con más terror, o de otra manera inaccesible
para nosotros, desde el 7 de enero de 2015. Nos preguntamos si el fin del mundo nihilista
no será también la instalación de un nuevo nomos que, quizá, devuelva su carácter de
urgencia y evento a la comarca, a las dinastías y a los dioses. En cualquier caso, el 8 de
enero Charlie Hebdo apareció en las primeras planas de todos los diarios serios del
mundo; Alá y el santo Profeta estaban, desde un ámbito hermenéutico otro,
discretamente, a su lado.

Caetera desiderantur…

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