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La “imagen de Dios” como don y tarea dada al ser humano

El concepto de la “imagen de Dios” en la teología se remite al texto de Gn 1,26-28, donde se


afirma que el hombre y la mujer, lo masculino y lo femenino, están creados a imagen y
semejanza de Dios. La “imagen de Dios” se usa en la teología sistemática para reflexionar
sobre la interacción entre el Dios imaginado (la imagen de Dios) y la definición del ser
humano (como imagen de Dios). Con esta denominación teológica clásica también se hace
referencia a la persona y la actuación de Cristo como la imagen perfecta de Dios.

Para comprender qué significa esta expresión, trabajaremos con el texto bíblico.

La “imagen de Dios” en el Antiguo Testamento

El relato fundamental sobre el ser humano como “imagen de Dios” es el relato de la creación:
Gn 1,26-2,4a. Este relato pertenece a una tradición característica de los textos del Antiguo
Testamento, conocida como “sacerdotal”.
26 Dios dijo: «Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza; y que le estén
sometidos los peces del mar y las aves del cielo, el ganado, las fieras de la tierra, y todos los
animales que se arrastran por el suelo».
27 Y Dios creó al hombre a su imagen; lo creó a imagen de Dios, los creó varón y mujer.
28 Y los bendijo, diciéndoles: «Sean fecundos, multiplíquense, llenen la tierra y sométanla;
dominen a los peces del mar, a las aves del cielo y a todos los vivientes que se mueven sobre
la tierra».

En el v.26 el autor busca llamar la atención sobre lo que se dispone a narrar introduciendo
con el verbo “hagamos”, ya que, hasta el momento los actos de creación de Dios seguían la
estructura “Dios dijo-Dios hizo-Dios vio que era bueno”. El plural del verbo se explica como
un residuo de la tradición mítica politeísta, que resalta la importancia de la obra que Dios va
a realizar. El sustantivo hombre, del hebreo adam significa el ser humano en general, la
humanidad, no un personaje singular. Por ello los verbos que refieren al hombre serán en
plural, determina un colectivo. El centro de gravedad se alcanza en la doble expresión: “a
nuestra imagen, según nuestra semejanza”. Dios crea al hombre como imagen/semejanza
suya. Las interpretaciones han oscilado tradicionalmente entre dos extremos: que se refiere a
cualidades espirituales, como la racionalidad, o que se refiere a cualidades físico-somáticas,
como el rostro. Hoy en día ninguna de estas interpretaciones es comúnmente admitida, ya
que la antropología veterotestamentaria no conoce dualidad entre lo anímico (alma) y lo
somático (cuerpo), sino que siempre remite a la unidad psicosomática (alma y cuerpo) de la
condición humana.

Otra interpretación parte de los antecedentes de esta expresión en la historia de las religiones.
En Egipto, desde el siglo XVI a.C. el faraón es considerado como el retrato viviente de Dios
en la tierra. La función de la imagen es re-presentar (hacer presente) lo imaginado. En cuanto
imagen de Dios, el hombre ostenta una función representativa: es el visir de Dios en la
creación y como tal le compete una potestad regia sobre el resto de los seres creados, a los
que preside y gobierna en nombre y por delegación del creador. Ahora, en la Sagrada
Escritura, este señorío del hombre sobre el mundo no es aristocrático, como ocurría en
Egipto, donde sólo el faraón es imagen de Dios. En el Antiguo Testamento, el sujeto no es
un ser humano singular, sino adam, la humanidad: todos y cada uno de los hombres, por el
hecho de serlo, son “imagen de Dios”. Por ello, este señorío se ejercerá sobre lo no-humano,
pero no sobre el hombre mismo. Todo atentado a la imagen de Dios será vindicado por el
propio Dios. De ahí que el papel del rey israelita sea el de “modelo de humanidad”, hermano
entre hermanos, defensor de los desprotegidos. Precisamente por tratarse de una potestad
regia y vicaria, el señorío humano sobre la creación incluye la tutela de lo que está bajo su
dominio. Al hombre se lo hace responsable de la buena marcha de la creación a la que sirve
gobernándola, y a sabiendas de que el verdadero señor es Dios, no él.

El ser humano es, primaria y constitutivamente relación a Dios, “imagen de Dios”, lo que
constituye el fundamento de su dignidad. Pero además la categoría “imagen de Dios” incluye
una relación recíproca: no es sólo el hombre el que con ella queda referido a Dios, es el propio
Dios quien, se autorremite al hombre. En última instancia, lo que aquí comienza a insinuarse
es la encarnación de Dios en el hombre. Esta antropología apunta a la cristología.
En el v.27, el autor redacta un breve poema. Si es cierto que el hombre es imagen de Dios,
alguien situado en la vecindad de lo divino, no lo es menos que la imagen de Dios es, pura y
simplemente, su criatura. Recoge la relación constitutiva del ser humano: la relación al tú. El
hombre se realiza como tal en la bipolaridad sexual de varón y mujer, que se ve ordenada a
la procreación, en el v.28. Pero aquí, esta índole social del ser humano no se restringe a la
relación hombre-mujer; ya el carácter colectivo del término adam sugería esa socialidad,
pues sólo la comunidad humana, la humanidad en cuanto tal, y no el individuo aislado, puede
ejecutar el encargo divino de llenar la tierra y someterla; sólo como ser comunitario realiza
su carácter de imagen de Dios.

El Dios del sacerdotal es el Dios trascendente a la creación. Ese Dios, tres veces Santo (Is
6.3) crea al varón y a la mujer a su imagen. Ser imagen de Dios desde el punto de vista del
Dios Santo implica algo más que el ejercicio del poder y del dominio de la creación. “Sed
Santos, porque yo soy Santo”, dirá el sacerdotal en otro pasaje (Lv 19.2). El ser imagen del
Dios Santo implica el reflejo del ser de Dios. Una teología de la imagen tiene que tener como
consecuencia una comprensión de la misma también en el Nuevo Testamento. El tema, ya en
el AT, tiene que ver con la santidad de Dios. La santificación significa participar en la
naturaleza divina. Desde el punto de vista cristiano, toda antropología tiene que desembocar
en la posibilidad de ser co-partícipes de la naturaleza divina.

El cambio de paradigma: la imagen de Dios en el Nuevo Testamento

Si el hombre (adam) era, en cuanto imagen de Dios, gestor y presidente de la creación, Cristo,
la imagen arquetípica, lo es de forma acabada: primogénito de toda la creación, la recapitula
y le confiere consistencia. El único modo en que el hombre puede llegar a ser imagen de Dios
es reproduciendo en sí mismo la imagen de Cristo, que es imagen de Dios. La imagen de
Dios en el hombre no es una magnitud estática, es más bien una realidad dinámica, cuya
impresión paulatina va teniendo lugar en la relación interpersonal del cristiano con Cristo.
El anuncio revolucionario del NT es que ha sido Dios, no el hombre, quien ha tomado sobre
sí la carga de la expropiación. Lo que significa que para que el hombre sea imagen de Dios
ya no precisa renunciar a su propio ser, sino realizarlo acabadamente; ser imagen de Dios y
ser, pura y simplemente, hombre es uno y lo mismo en Cristo. En suma, se desarrolla según
este orden de ideas: Cristo, imagen de Dios; el hombre, imagen de Cristo; el hombre, imagen
de Dios. La empresa de ser como Dios ha dejado de ser algo imposible porque el que era-
como Dios ha querido ser-como hombre. Para llegar a ser imagen de Dios, el hombre tiene
que participar realmente de La Imagen, que es Cristo.

La dignidad de la imagen: la persona

La Biblia no posee el término de persona, pero sí la idea: ésta se contiene en la descripción


bíblica del hombre como ser relacional. De sus tres relaciones constitutivas (Dios, mundo, tú
humano), hay una que, según el pensamiento bíblico, es primera y fundante: la relación a
Dios. Si el hombre es creado como “imagen de Dios”, significa que Dios entra en la
autocomprensión del hombre.

Al crear al hombre, Dios no crea una naturaleza más entre otras, sino un tú; lo crea llamándolo
por su nombre, poniéndolo ante si como ser responsable (dador de respuesta), sujeto del
diálogo interpersonal. Crea, en suma, no un mero objeto de su voluntad, sino un ser co-
rrespondiente, capaz de responder al tú divino porque es capaz de responder del propio yo.
Crea una persona y la persona consiste en la relación. Las otras dos relaciones (mundo,
sociedad) son también constitutivas de la personalidad humana, pero se dan en un momento
segundo, dada la apertura originaria a Dios.

De este llamamiento nativo a ser el tú de Dios deriva la dignidad del ser humano. Cada
persona, toda persona, es algo único e irrepetible, posee el valor de lo insustituible. El hecho
de que Dios la ha creado por sí misma, como fin y no como medio, hace de la persona
concreta singular un valor absoluto que no puede ser puesto en función de nada, ni de la
producción, ni de la clase o el Estado, ni de la religión o de la sociedad. La ordenación del
ser humano a Dios no es la de un medio a un fin, sino la de un fin a otro fin superior. Cristo,
hombre entre los hombres, ha venido a confirmar decisivamente el valor absoluto de la
persona humana. Pues de cada persona puede decirse con verdad que por él murió el Hijo de
Dios encarnado.
Ver a un ser humano como persona es no sólo mirarlo, sino admirarlo; sorprenderse por la
originalidad de ese ser único. Tal mirada, implícita o explícitamente cristiana sobre la imagen
de Dios es, de modo tácito o expreso, una confesión de fe. A la inversa, una mirada de odio,
o simplemente un ver objetivante, cosificador, es un acto de incredulidad. El cristianismo
consiste, en efecto, en hacer del semejante un prójimo, y del prójimo un hermano.

Conclusión

Así, el tema central de la antropología es el ser humano creado a imagen y semejanza de


Dios. Esto significa, el ser humano creado con todas las condiciones de posibilidad para
desarrollarse, crecer, vivir y realizarse. Esta afirmación constituye un dato fundamental de la
fe en el arranque de la consideración teológica de lo humano. En otras palabras, la entrada al
tema antropológico exige el recorrido por distintos lugares de la revelación bíblica, tanto del
Antiguo como del Nuevo Testamento.

La comprensión actual centra su atención en las dimensiones interpersonales y comunitarias


allí contempladas. Así, se realiza un sin número de interpretaciones del dato bíblico. Es el
conjunto de la historia bíblica, el que manifiesta quién es el Dios creador y, por tanto, en esta
hermenéutica, esa historia ofrece el verdadero término de comparación. De ahí que, en último
término, sólo conocer a Dios es conducente para saber quién es, en definitiva, su imagen.

El ser imagen lleva a plantear la consistencia de la persona en relación con Dios, un dato
central de la antropología bíblica. Y si de esa condición de ser imagen se sigue una
comprensión del ser personal como alguien interpelado por Dios, alguien que ha de
responder, el contenido de “persona” se extienda hasta establecer necesariamente la
responsabilidad por lo creado y la comunidad con los otros seres humanos, también
destinatarios de la promesa e interpelados por la llamada.

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