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Los artistas que pintaban de este modo compartían muchas de sus reflexiones entre sí
y se sentían parte de un colectivo. Ellos valoraron la originalidad por encima de la
perfección. Además, exigían un espectador cómplice, atrevido, que estuviera
dispuesto a compartir un punto de vista nuevo.
Pero esta generación de los llamados “impresionistas” tuvo que enfrentar el rechazo,
al ser la primera en cuestionar abiertamente la tradición pictórica basada en el respeto
al dibujo definido, la profundidad espacial, el claroscuro y, ciertamente, los temas
trascendentes (históricos, mitológicos, religiosos, literarios y retratos de grandes
personalidades).
Naturaleza del estilo
El estilo se clasifica como la primera ruptura del proceso que desembocaría en
el arte moderno. En los cuadros de los inicios del siglo XIX, no se valoraban los
paisajes ni los bodegones, por lo tanto, el impresionismo, no sólo abre los ojos del
espectador a la técnica, sino que también a la variedad de formas y la captura de
paisajes cotidianos vistos desde las más ingeniosas perspectivas. Los colores son
puros, poco mezclados y se conjugan en formas de un naturalismo extremo. Las
pautas que consuman esta tendencia son: el movimiento del paisaje, la naturalidad de
las formas y la pureza.
Pintores impresionistas
Lo que une a estos genios de la pintura es la intención de reproducir escenas de la
vida diaria de un modo creativo. En la mayoría de ocasiones se pueden distinguir
claramente por su estética, imágenes desenfocadas y obras de apariencia inacabada.
Por lo tanto, se abrieron a la percepción sensorial del instante, del momento irrepetible
que debía ser registrado de inmediato y con rapidez. Entre los elementos
característicos del impresionismo tenemos:
Luz como interés fundamental
Hasta el momento, la luz había sido estudiada en el arte como símbolo de la divinidad
o conocimiento (arte gótico), o como elemento plástico para lograr volúmenes
definidos y representaciones naturalistas y verosímiles (Renacimiento, clasicismo).
Henry de Toulouse-Lautrec: Baile en
el Moulin de la Galette. 1889. Óleo
sobre tela. Medidas: 88,5 x 101,3 cm.
Detalle.
Si el objetivo es superponer
colores lo más rápido posible para
captar el efecto efímero de la luz,
lo mejor será economizar en
detalles. Así, los impresionistas
preferirán pinceladas directas,
muchas veces con trazos
gruesos o con brochazos.
También usarán la superposición
de puntos para crear masas con volumen.
Detalle.
Ya que los fenómenos lumínicos son circunstanciales y breves, los pintores
impresionistas deben suprimir los detalles, tan admirados en el arte del pasado, para
favorecer la observación del conjunto.
Todas estas técnicas hacen que la obra carezca de acabados finos; los trazos se
dejan abiertos, las texturas porosas, y las líneas, cuando las hay, inconexas o
repasadas.
Claude Monet: De la serie: La
estación de Saint Lazare. 1877. Óleo
sobre tela.