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A LA LUZ DEL

EVANGELIO
Guía No. 1
Momento 1

a. Busca un lugar tranquilo

b. Enciende una vela

c. Define un lugar para poner dignamente la


Palabra del Señor
Momento 2
• Procura estar en disposición, liberándote de las preocupaciones y
afanes cotidianos.
Momento 3
Invoca al Espíritu Santo para que te ilumine
en esta lectura orante que vas a realizar del
texto bíblico.
Momento 4
Mateo 18,1-6

Proclama la palabra del “En aquella ocasión se acercaron los discípulos a Jesús y le
preguntaron: — ¿Quién piensas que es el mayor en el Reino de
Señor con el siguiente los Cielos?
Entonces llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo:
texto: — En verdad les digo:
si no se convierten y se hacen como los niños, no entrarán en el
Reino de los Cielos.
Pues todo el que se humille como este niño, ése es el mayor en el
Reino de los Cielos;
y el que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me
recibe.
Pero al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en
mí, más le valdría que le colgasen al cuello una piedra de molino,
de las que mueve un asno, y lo hundieran en el fondo del mar”.
Momento 5
Lee atentamente la meditación.

*Elaborada por el Padre Fidel Oñoro


Sacerdote Eudista, Doctor en Sagrada Escritura.
El evangelio de Mateo nos vuelve a traer a la escuela de Jesús. ¿Cómo ve
Jesús a un niño y qué espera que hagan sus seguidores? Estamos ante
una página espléndida del Evangelio, supremamente rica y exigente, que
merece toda nuestra atención.

El contexto en el que Jesús dio su lección sobre los niños fue el del manejo
del poder. Así lo recuerda el comienzo del pasaje. En una ocasión en que
los apóstoles discutían sobre problemas de jerarquía entre ellos, ellos
vienen donde Jesús para preguntarle quién considera él que es el mayor
en el Reino (Mt 18,1).

La lección de Jesús es desarmante. Notemos los verbos del evangelista:


“llamar”, “poner en medio” y “decir”. Podemos recrearlos con la
imaginación. En medio del intimidante mundo de adultos sedientos de
poder, Jesús pone a un pequeño. La imagen del niño puesto en el medio
de la comunidad es elocuente, hablar el lenguaje novedoso del Reino.
Momento 5
Fijémonos bien. Jesús no se puso en el centro a sí mismo, sino a un niño. Puso en el centro al más inerme y desarmado, al
más indefenso y sin derechos, al más débil y despreciado. E hizo de él el más amado.

Los niños en tiempos Jesús, lo sabemos, no eran tomados en consideración, no contaban socialmente. Por eso en el
evangelio de Mateo son descritos al nivel de los “pequeños”, no por su estatura o corta edad, sino porque pertenecen a la
categoría de los “empequeñecidos” quienes se les negaba visibilidad y eran altamente vulnerables ante la maldad campante.
Para los evangelios los niños son la imagen del que requiere atención, respeto, consideración y protección.

Con este gesto de la centralidad, Jesús muestra el gran valor que le da al niño. Y lo hace con tres afirmaciones fuertes que
delinean la lección para los discípulos. De nuevo hay que percibir la energía de los verbos, esta vez en boca de Jesús:
“hacerse cómo”, “Acoger” y “escandalizar”.

El primer verbo es “hacerse como los niños” (18,3-4). Este giro radical es la condición de la entrada en el Reino. Se trata,
como dice el mismo Jesús, de una conversión que consiste en reaprender la vida poniéndose en el lugar del niño. El niño
conoce como ninguno la confianza y se abandona sin reservas. El niño no filosofa ni entiende de leyes, sabe de sorpresas,
de juegos y de sonrisas, de la emoción de una carrera y de la ternura de un abrazo. El niño trae fiesta al día a día. Sólo un
niño muestra su sonrisa cuando todavía no ha terminado de secarse unas lágrimas. Nadie vive con más pasión que un niño.
Por eso los niños dan la dirección del futuro, de la vida que pide camino y son sus pasos los que abren las puertas del
Reino.

El segundo es “acoger” (18,5). En presencia de una vida tierna todo se juega en dos posibilidades: se puede hacer crecer o
destruir, recibir o despreciar. Pero para Jesús sólo vale una opción. Y ahora vemos cómo da un paso adelante, es él mismo
quien se coloca en el lugar del niño: “El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe”. El niño es imagen
de Jesús. Esto es sorprendente: el omnipotente Dios en la pequeñez de un niño. Acoger o rechazar al pequeño, es a Dios a
quien abraza o a quien desprecia. Acoger es el verbo que genera el mundo de nuevo como Dios lo sueña. Acogida es el
nuevo nombre de la comunidad que es signo del acontecer del Reino.
Momento 5
El tercer verbo es la otra cara de la moneda de la acogida, se trata del “escandalizar” (18.6). No hay palabras más severas de Jesús en todos los
evangelios que estas. Tan fuerte es su defensa del niño, que a todo aquel que trunque su vida le aplica la pena más severa, hasta el punto de
recomendar a la persona que escandaliza que se quite su propia vida (18,7). Suena inaudito, ¿verdad? ¿O cómo más se entiende la imagen de la
piedra de molino? Todo atropello a un niño es un atropello a la vida misma.

La tarea es acoger, no apartar. No ocurra como en aquella otra ocasión en la que Jesús tiene que reprender con dureza a sus discípulos por
apartar a los niños de él: “Dejen a los niños y no le impidan que vengan conmigo, porque de los que son como ellos es el Reino de los Cielos”
(Mt 19,14).

¿Notamos de qué lado se puso Jesús? Su postura es clara. Jesús no admite equívocos ni da espacio para la hipocresía de los sepulcros
blanqueados. Porque si un poderoso agrede a un pequeño, un niño o un pobre o cualquier persona expuesta, entre víctima y culpable Jesús no
es imparcial, está con la víctima y pronuncia sus palabras de acero hasta el punto de evocar imágenes potentes y duras (Mt 18,7-8).

Ante esta página del evangelio nos ponemos ahora con actitud de discípulos. Los tres verbos del narrador y los tres verbos del Maestro requieren
ser ponderados, asimilados y traducidos en la vida de cada discípulo y de cada comunidad. Jesús entrega a todos los que se consideran sus
seguidores la tarea de empeñar sus mejores energías en una única dirección, la de ser los mejores guardianes y defensores de los niños.

Ahora es tiempo de orar con la Palabra de Dios. Volvamos a escuchar despacio las palabras de Jesús. Él es el Maestro y el Señor.
Reconstruyamos la escena y repasemos cada una de sus palabras. Subrayemos los verbos e interioricemos. Entreguémonos a Jesús forme en
nosotros sus mismas actitudes frente a los niños y personas vulnerables, que en los Evangelios son lo mismo. Pidámosle con decisión que nos
ayude a convertirnos personal y eclesialmente para tomar en serio la vida de los pequeños, para crecer como ellos y junto con ellos, con la
confianza de ellos y a su servicio en el nombre de Jesús. Amén.
Momento 6
Termina con una oración implorando como propone el Padre Fidel para
“…que nos ayude a convertirnos personal y eclesialmente para tomar en serio la vida de los pequeños, para
crecer como ellos y junto con ellos, con la confianza de ellos y a su servicio en el nombre de Jesús.”

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