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UNAM / FES ACATLÁN

Filosofía Helénica Licenciatura en Filosofía


Mtro. Luis Antonio Velasco. Carlos Axel Flores Valdovinos
ANÁLISIS DE LECTURA I
MARCO TULIO CICERÓN, DISPUTAS TUSCULANAS. Libro I. Tomo I.1

El helenismo comienza a finales del siglo IV antes de Cristo y se extiende hasta el


año 400 de n.e. por ende, contiene una diversidad filosófica proveniente de escuelas muy
encontradas y cosmopolitas como son: epicúreos, estoicos o neoplatónicos. Las Disputas
tusculanas de Cicerón nos muestran un paisaje ecléctico, un ordo invencionis, es decir, un
cierto estilo muy peculiar de filosofar que se ilustra con cita de poetas latinos. En las
Tusculanas se propone una revisión crítica desde los griegos, tales como: Homero,
Hesíodo, los presocráticos, pasando una revisión de la filosofía pitagórica, socrática,
platónica y aristotélica, además que nos remite a fuentes y tradiciones que oscilan entre
escépticos, hedonistas, estoicos y académicos tales como: Panecio de Rodas, Posidonio,
Crisipo, Antíoco de Ascalona, Filón de Larisa, Epicuro y Zenón, entre muchos otros más.
Cicerón fue un ecléctico consumado, por su parte, se sabe que en la villa de Túsculo
disponía de bibliotecas muy predilectas como la de Ancio o Astura, apasionado por la
lectura, logró asimilar y digerir la filosofía antigua, y más allá de la traducción se lanzó
hacia una interpretación de las diferentes perspectivas filosóficas logrando mantener una
balanza o equilibrio fundada en el juicio. Por ello, cabe resaltar que “desde este punto de
vista, la búsqueda de las fuentes no puede en modo alguno debilitar la validez intrínseca
de la obra: sería como querer juzgar una bella arquitectura por los elementos de
estructura que sostienen el edificio”.2 El cultivo de la retórica en Cicerón nos muestra un
partidario del consenso universal o del sentido común, siguiendo el camino entre una
argumentación dialéctica y un dejo de escepticismo o utilitarismo. En el “Libro primero” se
halla como foco de problematización el sentido de la muerte: ¿es la muerte un mal o un
bien? Como exordio, el Arpinate, expone que “la muerte” ha sido producto de la
imaginación humana, portento de poetas, pintores y dramaturgos. Podemos decir que se
ha creado un teatro de las máscaras o representaciones que aterran como los infiernos o
los abismos con personajes que han sido nombrados: Tánatos, Cerbero, Tántalo o Sísifo.
De esta manera, se les pintan como seres “antropomorfizados” o bestias salvajes. Lo que
se intenta en las Disputas es ir rompiendo con los falsos dioses que imperan en el
pensamiento mítico, religioso, literario y filosófico. Desde esta perspectiva se consideran

1
Marco Tulio Cicerón, Disputas tusculanas. Libros I-II. Tomo I. Introducción, versión y notas de Julio
Pimentel Álvarez. UNAM, México, 1ª reimpresión. 1987.
2
Marinone, Tusculane III. Firenze, 1967, p. XXI. Citado por Julio Pimentel, op. cit, p, XXVI. Véase en la
Introducción.

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los límites del conocimiento humano, no en la verdad, sino entre lo verosímil y lo
probable.
Cicerón confiesa que si la muerte es un mal, entonces, la vida lo es también, pues el
nacer implica que algún día tenemos que morir. Pero la muerte es ausencia de
sensibilidad, no podemos decir, por lo tanto, que sea un sufrimiento, dolor o agonía
alguna, sino que son analogías o semejanzas que se basan en construcciones humanas.
La privación o “carencia” es vista por los hombres como un mal, luego, se sigue que la
muerte es un mal debido a que no se tiene nada. Si es cuestión de tener o no, la carencia
solamente puede verse como un mal para quien desea algo, pero en la muerte el sentido
de “carecer” carece de sentido, puesto que no hay sentido en un muerto, por lo tanto, no
se puede ser mísero y estar muerto a la vez. La muerte no es un mal puesto que no
pertenece a los vivos, ni a los muertos. Cicerón considera—según el sentido común—que
la muerte no es un castigo, puesto que ha sido dado a todos por la naturaleza. “Pues
parece que la muerte es el fin de una vida mísera; pero si la muerte es mísera, no puede
haber ningún fin”.3 La muerte siempre se nos escapa a toda conceptualización,
representación o imaginación; es más bien, lo otro, lo inefable y misterioso. De cualquier
manera: “En efecto, aunque falte el sentido, sin embargo, aunque no sientan, los muertos
no carecen de sus propios bienes de alabanza y gloria; pues si bien la gloria nada tiene
en sí para ser deseada, sin embargo, como una sombra, sigue a la virtud”. 4 De esta
forma, Cicerón, reaviva la idea platónica de que: la filosofía es una preparación para la
muerte. El Arpinate nos aconseja que la muerte es un bien—yo diría: un don—: “pero
nosotros, si nos acaece algo de tal manera que nos parezca que Dios nos ha notificado
que salgamos de la vida, alegres y dándole las gracias obedezcamos y pensemos que
nos va a sacar de la cárcel y a quitar las cadenas, sea para que retornemos a la casa
eterna, y nuestra con toda razón, sea para que carezcamos de todo sentido y molestia.
Pero si nada se nos notifica, seamos sin embargo de tal ánimo, que aquel día horrible
para otros, lo consideremos fausto para nosotros. Y no tengamos entre los males nada
que haya sido establecido o por los dioses inmortales o por la naturaleza, madre de todas
las cosas. En efecto, no hemos sido generados y creados temerariamente y fortuitamente,
sino que ha habido, a buen seguro, una cierta fuerza que mira por el género humano, y
que no lo hubiera engendrado o alimentado para que, después de haber soportado todos

3
Cicerón, op, cit, 47.
4
Ibid, p. 51.

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los trabajos, cayera entonces en un mal sempiterno de la muerte. Considerémosla, más
bien, como un puerto y refugio preparado para nosotros”. 5
El diálogo entre el “adolescente” y Cicerón encuentra que “la muerte” ha tomado
distintos disfraces en la Grecia antigua representando el horror con máscaras terroríficas,
otras veces aparece vinculada con el sueño, la fatiga, el hambre y la vejez, sin embargo,
se considera más profundamente como lo confuso, lo indistinto y lo informe. Asimismo,
avanza las discusiones en torno a las varias concepciones materialistas que consideran
que el alma es mortal. Cicerón se cuestiona: ¿en qué parte reside el alma?, ¿acaso en el
corazón, la cabeza o en algún miembro corporal? De esta manera, encontramos que los
ojos no son las ventanas del alma, ni es un soplo, ni fuego ni agua, tampoco es ningún
elemento que se encuentre en la materia, puesto que no se corrompe. El alma se mueve
a sí misma, no es movida por los astros ni envejece, ni sufre. En el alma, por otra parte,
se halla la memoria y la invención, pero no a la manera de una reminiscencia, como algo
que ya aprendimos anteriormente y que solo venimos a recordar. Sino como la facultad de
pensamiento, con su poder de invención, por medio de la cual surgieron las artes como la
poesía y la oratoria, y sobre todo, la filosofía que es considerada como un invento de los
dioses y don para los hombres. La naturaleza del alma es divina, no sabemos a ciencia
cierta dónde está el lugar del alma, cosa que resulta, creo yo, ociosa. Aunque fuera
condenado a la silla eléctrica o a beber cicuta, en fin, las mil y un maneras de morir, esto
no nos haría míseros, sino al contrario, porque la muerte es un bien, puesto que nos libera
de las cadenas del cuerpo para que pasemos a una vida mejor, o si en todo caso, la
muerte es aniquilación total esto nos aliviaría de los males o molestias de la vida terrenal.
En apoyo a varias de sus ideas se encuentra la concepción platónica de la filosofía como
medicina del alma, basada en el cuidado de sí mismo. Frente a los que niegan la
inmortalidad del alma, Cicerón acude al lema de Delfos: Conócete a ti mismo. De esta
manera, el significado auténtica de esta frase nos invita a reflexionar sobre los límites del
conocimiento humano. Esto quiere decir que existe un límite infranqueable entre los vivos
y los muertos. En la argumentación que va siguiendo se puede decir que no podemos vivir
nuestra muerte ni morir nuestra vida. Se puede decir que es imposible imaginar nuestra
muerte, sin embargo, creo que el Arpinate no toma en consideración que la muerte se nos
revela en el otro, en esa última expresión del rostro. La muerte es el horizonte de lo
impensable, la alteridad más radical, el silencio del otro, y de lo otro. ¿Qué es lo que

5
Ibid, p. 56.

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vivimos con la muerte del otro? Nunca estamos ante la muerte sino frente al morir. En la
negación del otro, se deja de ser-con, para pasar a ser sin-el-otro: el otro muere en mí.

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