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OPINIÓN

El holocausto de nuestros días


Es incomprensible que los medios de comunicación occidentales no
denuncien más y con mayor rigor el genocidio rohingya

Un refugiado rohingya lleva en sus brazos a un bebé después de llegar en barco a Bangladesh después de
huir de su pueblo en Myanmar, el 1 de octubre de 2017 en Cox's Bazar, Bangladesh. KEVIN FRAYER GETTY
IMÁGENES
ABDEL BELATTAR
15 ENE 2018 - 12:36 CET

¿Se imaginan que el genocidio que se cometió contra los judíos durante la
Segunda Guerra Mundial se repitiera? Muchos diréis que es imposible que algo
así vuelva a suceder porque, primero, el proyecto de la Organización de las
Naciones Unidas habría fracasado y, segundo, ningún país toleraría otra vez tal
terrible suceso. Aunque entre los lectores imagino que también habrá alguien
que no creerá ciegamente en este mundo y en los políticos que lo gestionan.

Pues, señoras y señores, otro genocidio está pasando delante de nuestras


narices. A unos cuantos miles de kilómetros y cruzando varios mares existe un
país que se llama Myanmar, lo que antes conocíamos como Birmania. ¿No saben
que está ocurriendo? El ejército nacional, con el apoyo de movimiento budista y
otros grupos nacionalistas, está llevando a cabo la limpieza étnica de los
rohingya.

Los rohingya son una comunidad musulmana que residía en Birmania desde el
siglo VIII y que fue ampliándose en número por su importación como mano de
obra a manos del Imperio británico. Además de la religión, se caracterizan por
hablar el rohingya, una mezcla de árabe, urdu y birmano. Ellos se consideran
indígenas de Birmania, mientras que el Gobierno los ve como extranjeros
invasores. Les han convertido en un pueblo sin país. Les han usurpado la
nacionalidad y la tierra donde nacieron.

¿Qué está pasando?

Los rohingya viven una situación extrema desde hace décadas. La Ley de
Nacionalidad de 1982 negó la ciudadanía a este grupo étnico e incluso se
rechazó llamarlos grupo étnico. Esta ley de odio trajo unas consecuencias
terribles para la comunidad, privándola de los accesos a los derechos más
básicos como la sanidad, educación, trabajo, matrimonio… Y al censo electoral,
posiblemente la única forma que tendrían para hacer presión política.
Oficialmente, el discurso del Estado es que son personas de nacionalidad
bengalí pese a haber vivido y nacido en su territorio. En resumidas cuentas,
para el Estado de Myanmar esta comunidad no existe ni tiene el derecho a
existir. ¿Cruel? ¿Ilógico? En este pequeño país se desenmascaran muchas cosas,
aquí algunos datos:

La portavoz del Gobierno que gestiona el país es una persona que fue Nobel de
la Paz en 1991: la defensora de derechos humanos Aung San Suu Kyi. Otra cara
visible del movimiento antimusulmán de Birmania es el budismo. En este país,
la mayoría de la población es budista y el líder del movimiento budista contra
los musulmanes se llama Wirathu. Este monje preside 969 y Ma Ba Tha,
movimientos nacionalistas birmanos que luchan contra la presencia de los
rohingya. Este movimiento populista y xenófobo estereotipa a los rohingya,
tachándoles de terroristas que quieren invadir Birmania e imponer sus
tradiciones.

El Gobierno ha creado campos de refugiados que realmente son cárceles por las
condiciones que imponen; no pueden salir y la comida llega con cuentagotas.
Así que la única opción que barajan los rohingya para agarrarse a la vida es
migrar a Bangladés. Allí, las organizaciones no gubernamentales, que en
Myanmar están limitadas, les ayudan y ofrecen algunos alimentos básicos, pero
la pobreza y el hambre vencen esta lucha de supervivencia. Es difícil cuantificar
el número de personas asesinadas y retenidas por el gobierno birmano en los
campos de concentración creados en Birmania. No da cifras. Las únicas con las
que contamos son las que ofrecen las ONG que trabajan en los campos de
refugiados que ha habilitado el Ejecutivo de Bangladés en su territorio. Según la
ONG UKAid y la Agencia de la ONU para los refugiados (Acnur), cerca de
623.000 rohingya han llegado a Bangladés desde agosto de 2017.

En resumidas cuentas, en Myanmar se está llevando a cabo un cruel holocausto.


Solo hace falta ver algunas imágenes y vídeos: se destruyen hogares, se violan
mujeres, se queman niños y hombres e, incluso, se sacrifican personas para
agradar a dioses. Primitivo, ¿verdad? Sí, y actual.

En pleno siglo XXI somos espectadores de la extinción del


sentimiento de humanidad y respeto

Delante de nuestras narices se está superando lo que fue el acontecimiento más


terrible de la Historia. En pleno siglo XXI somos espectadores de la extinción
del sentimiento de humanidad y respeto. Mientras este holocausto está
aconteciendo en Birmania, Bangladés está ofreciendo asistencia humanitaria a
estas personas exiliadas.

Bangladés es un país mucho más pequeño que Birmania, está más poblado y es
más pobre. Al final, el pobre es el único que ayuda al de su misma especie.
Mientras esto está pasando, en Occidente seguimos pendientes de los shows de
Donald Trump y de la vestimenta de su compañera. Puede ser mínimamente
entendible que los medios de comunicación birmanos manipulen y censuren la
información que no llega pero es totalmente incomprensible que los medios de
comunicación occidentales no denuncien más y con mayor rigor este genocidio
inhumano. Exijamos la paz y trabajemos en ella. Parece que ya nos olvidamos
de lo que pasó a otros. No podemos tolerar esto porque puede ser un anuncio
de la nueva política mundial. Respondamos y superemos los retos que nos
están asolando por culpa del ser humano. Somos nuestros propios
depredadores.

“Nunca olviden que todo lo que Hitler hizo en Alemania era legal” Martin
Luther King

Abdel Belattar es educador social, especialista en migraciones y mediador


intercultural en la Universidad de Valencia

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