La conquista de los territorios americanos y su incorporación a los dominios de la
corona española hizo necesaria la creación de una estructura administrativa y legal, a fin de hacer efectivo el control sobre el territorio americano y de regular las relaciones entre la élite conquistadora y los pueblos indígenas conquistados. Asimismo, la conquista de América trajo consigo un debate que apasionó a juristas y teólogos españoles sobre los derechos que podía alegar la corona de Castilla sobre el dominio de las nuevas tierras y sobre la condición legal de los pueblos indígenas conquistados. En ese sentido, la monarquía española tuvo que realizar un esfuerzo considerable de legitimación de la conquista ante el estamento eclesiástico y ante las otras naciones de Europa. Apoyándose en la doctrina medieval que atribuía al Papa el dominio temporal universal, la corona española logró que entre 1493 éste legitimara el dominio español sobre América, lo que fue confirmado al año siguiente por el Tratado de Tordesillas firmado entre España y Portugal. La discusión sobre la legitimidad de la conquista se reabrió a principios del siglo XVI, debido a las denuncias sobre los abusos que perpetraban los conquistadores sobre los indígenas. Estas denuncias, llevadas a cabo por los dominicos Antonio de Montesinos y Bartolomé de las Casas, dieron pie a un largo debate que originó un conjunto de leyes destinadas a regular la institución de la encomienda. Las disposiciones legales emanadas de la autoridad real se vieron enfrentadas en muchas ocasiones a la praxis social generada por la conquista, y es justamente a partir de ese conflicto que se generaron las instituciones coloniales americanas. De esta manera, éstas estuvieron marcadas desde sus inicios por un complejo sistema de equilibrios y contrapesos en el que los distintos estamentos -los conquistadores, los letrados, el clero y los indígenas- se veían representados, a la vez que les aseguraba una posición social y se le imponían derechos y obligaciones legales a cada uno de ellos. El siglo XVI fue un período de continuos ensayos administrativos y jurídicos, en los que se forjaron las instituciones coloniales. Éstas llegaron a su madurez en la década de 1570, cuando se implantaron de manera definitiva las instituciones sociales y administrativas básicas de la sociedad colonial en gran parte de América, como la Real Audiencia que se ocupó de velar por el cumplimiento del derecho indiano. En el caso chileno, la transición demoró un poco más, debido a la inestabilidad que generaba la guerra de Arauco. En el siglo XVII, la corona española asumió la tarea de recopilar y ordenar el vasto corpus jurídico elaborado para las Indias. Fruto de ello fue la promulgación en 1680 de la Recopilación de leyes de los reinos de las Indias, en la que se recogieron todas las leyes relativas a América, que abarcan ámbitos tan diversos como el derecho penal, procesal, minero, laboral, comercial y administrativo, entre otros. Sin embargo, a pesar de la inmensa cantidad de leyes elaboradas para América, había ámbitos en los que la ausencia de disposiciones específicas para las colonias obligaba a aplicar de manera supletoria el derecho de Castilla. Durante el siglo XVIII, las reformas llevadas a cabo por la dinastía de los Borbones racionalizaron el sistema administrativo colonial y progresivamente fueron centralizando el poder en beneficio de la corona española, sometiendo a los estamentos más poderosos de la sociedad colonial al un creciente control estatal. A la larga, las reformas terminaron por enajenar a las elites criollas, las que en 1810 reclamaron la independencia de sus naciones con respecto a España.