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¿Que es el revisionismo?

Las 4 características descritas por Nahuel Moreno, y el asesinato de


Trotsky como factor decisivo en la crisis de la dirección de la IV Internacional
Avanzada para la Cuarta Internaciona

Balance a 80 años del asesinato de Trotsky


Extraído de “Conversaciones con Nahuel Moreno” (1)
“Efectivamente, siempre hemos dicho que la muerte de Trotsky es un elemento objetivo, no subjetivo, en la
crisis de dirección de la Cuarta. Ese análisis es propio de nuestra tendencia. Fue un hecho cualitativo: no
es que la Cuarta fuera peor dirigida que antes de su muerte, sino que se quedó lisa y llanamente sin
dirección.
Estoy convencido de que si Trotsky hubiera vivido unos años más, la Cuarta hubiera avanzado en su
programa, su análisis y en sus números. Otro aspecto del vacío de dirección es la experiencia en el
movimiento obrero, que para mí es decisiva. Sin una larga experiencia en el movimiento obrero no puede
haber una gran dirección. Los únicos que la tenían, aparte de Trotsky, eran algunos dirigentes del Socialist
Workers Party.
Trotsky había participado en la dirección de las tres revoluciones rusas. Había formado parte de la
dirección revolucionaría más grande que ha conocido la humanidad, la de la Tercera Internacional en sus
primeros cinco años. Entre 1905 y 1917, en el exilio, había militado en el movimiento socialista de varios
países de Europa, principalmente en Francia y Alemania. Esa experiencia colosal, irreemplazable, se perdió
de un solo golpe con su asesinato.“ (2)
TESIS X/”Actualización del Programa de Transición” de Nahuel Moreno (1980)
Continuamos la lucha revolucionaria de Trotsky
Izquierda Socialista y la Unidad Internacional de Trabajadoras y Trabajadores – Cuarta Internacional
continuamos la lucha revolucionaria de Trotsky bajo el hilo conductor que nos legó nuestro máximo
dirigente y maestro, Nahuel Moreno, en la pelea por mantener los principios y la política trotskistas.
Seguimos levantando la independencia de clase, la necesidad del partido revolucionario con centralismo
democrático y por construir una organización revolucionaria internacional que pelee por gobiernos de
trabajadores en cada país y el socialismo con democracia obrera en todo el mundo.
En el siglo XXI, la clase obrera y las masas no dejaron de protagonizar heroicas luchas, rebeliones y
revoluciones. Ejemplo de ello son la rebelión antirracista en los Estados Unidos contra Trump, la rebelión
popular en Líbano, o las movilizaciones multitudinarias en Bielorrusia. Pero al igual que en tiempos de
Trotsky y Moreno, sigue planteada la necesidad de superar la crisis de dirección revolucionaria que
seguimos dando, combatiendo la autoproclamación y el sectarismo, que fueron la respuesta equivocada al
oportunismo, y llamando a “unir a los revolucionarios” en la tarea de reconstruir la Cuarta Internacional. 
Conclusión final/ Avanzada de la IV Internacional
La muerte de Trotsky fue un hecho objetivo de la realidad. Si hubiera vivido unos años mas podría haber
resuelto el carácter del nuevo tipo de revoluciones y, con Trotsky, la IV Internacional podría haber tenido
mejores condiciones para ser una alternativa real al estalinismo y la socialdemocracia, teniendo en cuenta
que podría haber presenciado la revolución boliviana del 52´, que podría haber cambiado la historia de las
revoluciones.
Sin Trotsky, la IV Internacional se quedó sin dirección, que entre la inexperiencia y los desafíos colosales de
la lucha de clases no estuvo a la altura de las circunstancias.
Los que ocuparon la dirección de Trotsky fueron dirigentes intelectuales no formados en la lucha de clases,
que no pudieron resistir la presión de la lucha de clases luego de la II Guerra Mundial.
Aunque existieron sectores “antidefensistas”, la gran mayoría de las corrientes revisionistas tienden a
capitular al estalinismo, sobre todo al castrismo, inclusive en la actualidad.
La “Actualización del Programa de Transición” y “Revoluciones del Siglo XX -entre otras- fueron dos obras
que produjeron un gran avance teórico en el trotskismo, dos obras maestras donde se estudiaron en detalle a
los procesos revolucionarios y sus categorías. Nahuel Moreno tuvo el valor de actualizar la teoría de Trotsky,
y así caracterizar y adecuar la política con el resultado de las revoluciones de posguerra. Sus conceptos de
“revolución” y “situación revolucionaria”, inconsciente o de “Febrero”; dio nuevas herramientas para poder
intervenir en procesos que aparentemente carezcan de “condiciones” para una revolución de carácter
socialista, ante la debilidad crónica de la IV Internacional y en la misma intervención, fortalecerla. La
revolución política tendría tendría su “Febrero” según Nahuel Moreno
A 40 años de haber sido escrito la “Actualización del Programa de Transición” se confirman las tesis y
elaboraciones de Nahuel Moreno y lamentablemente, continúa la debilidad de la IV Internacional.
Se produjo un retroceso teórico de corrientes herederas del morenismo, que ante el impresionismo por no
haber interpretado las conclusiones de Moreno de los conceptos de “Febrero” con la caída del Muro de
Berlín y la revolución inconsciente, y ante la debilidad de la IV Internacional, se produjo una revolución
política distorsionada, y sólo entendieron como una derrota la restauración de los estados obreros
deformados y burocratizados.
Las inmensas movilizaciones que tiraron los regímenes burocráticos, se encontraron sin salida y se
restauraron, lo que provocó la crisis de los Partidos Comunistas de todo el mundo, especialmente en Rusia,
que dejó al castrismo con el liderazgo.
La gran mayoría del movimiento trotskista, en vez de aprovechar esa oportunidad y fortalecerse, pagaron el
precio de las capitulaciones crónicas, y terminaron en crisis arrastrados por las concepciones políticas filo
pablistas y mandelistas.
En respuesta, emergieron equivocadamente tendencias sectarias en respuesta al oportunismo, que
conspiran contra la intervención en las revoluciones y la reconstrucción de la IV Internacional.
Pero en el fondo coinciden en las 4 características que menciona Moreno en la Tesis X de la
“Actualización de Programa de Transición”
Hoy en día continúa la revolución política, pero no como lo hipotetizó Trotsky para defender las conquistas
de la revolución del Octubre Ruso, sino para disputar al movimiento de masas la dirección del
movimiento obrero de las socialdemocracia, el estalinismo y los partidos nacionalistas burgueses, que
aunque están debilitados, todavía hay que arrancarlos de sus garras. Revolución Política según
Nahuel Moreno
Esto significa, en otras palabras, reconstruir la IV Internacional y levantar partidos revolucionarios aún en
aquellos países que, increíblemente en el siglo XXI, los revisionistas todavía los consideran como estados
obreros como en el caso de Cuba y China y es el tema del próximo artículo, continuación de LA EXITOSA
CONFERENCIA LATINOAMERICANA DEL FIT-U Y EL DEBATE SOBRE CHINA PARTE I
La etapa revolucionaria abierta en el 2008 con la crisis de Lehman Brothers y el peligro mortal de la
pandemia en plena irrupción de las masas nos exige tener una política audaz y no titubear para
reconstruir la IV Internacional prepararnos para ser el partido de la revolución mundial.
El estalinismo y la socialdemocracia como socios del capitalismo, son el freno en las revueltas, revoluciones
y situaciones revolucionarias.
Debemos combatir política y teóricamente cualquier vestigio de posiciones revisionistas que titubean
en la tarea de proponer a la IV Internacional decididamente como dirección de las masas, que
desesperadamente buscan una salida y poner en práctica el program de Transición para decir “¡Abajo
el capitalismo, las burocracias capitalistas de Cuba y China y los gobiernos de los falsos socialismo!”.”¡
Por gobiernos de los trabajadores y los pueblos en perspectiva de la revolución mundial!”
Mas que nunca la vida, obra y experiencia de Trotsky sigue vigente que dejó constancia en sus escritos,
aunque los hechos hayan ocurrido sean distinta manera de cómo lo había imaginado originalmente,
donde el estalinismo logró el objetivo de evitar que al término de la II Guerra Mundial el trotskysmo y
la IV Intenacional se convierta en una alternativa mundial de masas, pero no pudo asesinar sus ideas.
Y el legado de Nahuel Moreno, cuyo mayor valor fue continuar las ideas de Trotsky, desarrollarla y
actualizarla a la vista de los acontecimiento que pudo vivir, y ahora nos toca a nosotros hacer lo mismo con
Moreno
En momentos decisivos donde la barbarie capitalista nos lleva a la encrucijada de las “Dos
pandemias”, del hambre producto de la crisis terminal del sistema, y del coronavirus, que mata por
cientos de miles producto de la desfinanciación de los sistemas sanitarios, y demuestra el
estancamiento y retroceso categórico de las fuerzas productivas, más que nunca es necesario resolver
la “Crisis de Dirección” que enunció en el Programa de Transición, porque la alternativa es,
avanzando sobre la definición de Rosa Luxemburgo de “Socialismo o Barbarie” a “Socialismo o
Catástrofe”.
¡LLEGÓ LA HORA DE LA IV INTERNACIONAL!
¡POR LA UNIDAD DE LOS REVOLUCIONARIOS Y RECONSTRUCCIÓN CONSECUENTE DE
LA IV INTERNACIONAL!
A 80 AÑOS DE SU ASESINATO: ¡VIVA EL LEGADO DE LEÓN TROTSKY QUE NO LO PUDO
MATAR EL ESTALINISMO Y VIVE EN CADA UNO DE NOSOTROS!
A 80 años del asesinato de León Trotsky: reivindicamos su legado teórico y político
Nassar Echeverria
PSOCA

Este 21 de agosto del 2020 se cumplen 80 años del asesinato de León Trotsky (1879-1940). Vladimir I.
Lenin y León Trotsky fueron los dirigentes más destacados del Partido Bolchevique que, en octubre de 1917,
instauró el primer gobierno obrero y campesino victorioso. A 80 años de su asesinato, vale la pena recordar
su trayectoria y su legado teórico y político.
Discusiones sobre el tipo de partido
Al igual que Lenin, Trotsky perteneció a la primera generación de intelectuales revolucionarios que
abrazaron el marxismo como guía para la acción revolucionaria en Rusia a finales del siglo XIX y comienzos
del XX.
En el periodo de formación y de preparación para la toma del poder, hubo muchas amargas discusiones entre
los revolucionarios rusos, sobre las estrategias y tácticas a seguir. Los primeros grupos marxistas,
organizados en el Partido Obrero Socialdemócrata Ruso (POSDR) se dividieron en el congreso de 1902 en
bolcheviques (mayoritarios) y mencheviques (minoritarios). Lenin encabezó a los bolcheviques. Una de las
diferencias centrales era el tipo de partido que se debía construir bajo la autocracia zarista. Lenin insistía en
un partido centralizado. Los mencheviques, en cambio, pretendieron construir un partido de masas, como en
Europa, con el inconveniente que bajo la autocracia en Rusia no había libertades democráticas.
En las diferencias entre bolcheviques y mencheviques sobre el tipo de partido, Trotsky criticó el excesivo
centralismo que proponía Lenin, pero nunca formo parte de los mencheviques, como han afirmado
falsamente sus detractores. Desde 1902 hasta un poco antes de 1917, Trotsky creo una corriente intermedia
que pretendió mantener la unidad imposible entre bolcheviques y mencheviques.
Discusiones sobre la naturaleza de la revolución
Otra diferencia sustancial entre bolcheviques y mencheviques estaba relacionada con el tema de la naturaleza
de la revolución en un país atrasado como Rusia. La primera revolución rusa de 1905 puso sobre el tapete el
problema de la toma del poder. Lenin estaba muy claro sobre el tipo de partido de combate, pero durante la
revolución de 1905 levantó la consigna, un tanto confusa, sobre la “dictadura democrática revolucionaria de
los obreros y campesinos”. Lenin no aceptaba que los obreros tomaran el poder para entregárselo a la
burguesía, bajo el argumento que Rusia era un país atrasado y que, por tanto, le correspondía gobernar a la
burguesía. Pero se quedó a medio camino, sin plantear claramente un gobierno de los trabajadores.
Los mencheviques, en cambio, desarrollaron una concepción reformista y etapista de la revolución. No solo
rechazaban un partido centralizado para el combate, sino que, con el argumento que Rusia era un país
atrasado económicamente, también rechazaban el planteamiento de un gobierno obrero y campesino, porque
según ellos no se podía construir el socialismo en un país atrasado. En pocas palabras, los obreros debían
limitarse a empujar a la burguesía a tomar el poder, o hacer gobiernos de coalición con la burguesía.
En 1905 Trotsky fue electo presidente del Soviet de Petrogrado, y en medio de los acontecimientos
revolucionarios perfeccionó su teoría de la “revolución permanente”. Trotsky planteó que la burguesía rusa,
igual que la burguesía de los países atrasados, ya no jugaban un papel revolucionario porque dependía del
capital imperialista, y que por lo tanto correspondía a las masas obreras y campesinas encabezar la
revolución democrática, tomar el poder, establecer su propio gobierno, realizar las tareas democráticas como
la liberación nacional, la reforma agraria, y el otorgamiento de libertades democráticas, y en un proceso de
revolución ininterrumpido avanzar hacia el socialismo. La revolución rusa sería apenas un primer capítulo de
la revolución mundial contra el capitalismo. De esta manera, Trotsky enlazaba la revolución nacional en
Rusia, como una parte de la revolución socialista europea. El socialismo solo se podría consolidar una vez
que la revolución proletaria hubiese derrotado el capitalismo en el mundo
La revolución de 1905 sometió a prueba muchas de las discusiones teóricas del periodo anterior. No
obstante, la primera revolución rusa fue derrotada en 1907. Lenin había acertado en la discusión sobre el tipo
de partido, en cambio Trotsky había acertado al definir el carácter combinado de la revolución democrática y
la revolución socialista al mismo tiempo.
Estas dos concepciones, el partido bolchevique centralizado y la teoría de la revolución permanente, se
unirían finalmente en 1917, permitiendo el triunfo de la primera revolución proletaria y la instauración del
primero gobierno obrero.
La revolución de 1917.
El gran error político de Trotsky en el periodo 1902-1916 fue que intentó vanamente unir a bolcheviques y
mencheviques, recibiendo ataques de ambos lados. Sin embargo, después del triunfo de la revolución
democrática de febrero de 1917, Trotsky comprendido que era imposible arrastrar al menchevismo al campo
de la revolución socialista. La organización interdistrital de Trotsky ingresó al Partido Bolchevique en julio
de 1917 e inmediatamente formó parte del Comité Central y del Buro Político. Era un reconocimiento a su
trayectoria y capacidades. Lenin y Trotsky crearon una fórmula perfecta: los dos más grandes e influyentes
revolucionarios rusos. Trotsky le dio la razón en Lenin en las discusiones previas sobre el tipo de partido, y
Lenin, al escribir las Tesis de Abril de 1917, había aceptado como valida la teoría de la revolución
permanente, planteando la necesidad de que los obreros y campesinos tomaran el poder y realizaran las
tareas democráticas que la burguesía ya no podía realizar.
En noviembre de 1917, (octubre en el nuevo calendario) los bolcheviques, encabezados por Lenin y Trotsky,
dirigieron la toma del poder, y la defensa militar de la revolución rusa. Los bolchevique fundaron en 1918 la
Tercera Internacional, en lucha frontal contra el reformismo de la segunda internacional socialdemócrata.
El Ejército Rojo
Los bolcheviques hicieron realidad la utopía de tomar el poder en un país económicamente atrasado. En
harapos, con hambre y frio, las masas rusas lograron defender la revolución contra 14 ejércitos imperialistas.
Las discusiones eran apasionantes: ¿cómo vencer al enemigo? Trotsky fue nombrado como responsable de
organizar el Ejército Rojo, una tarea titánica que fue posible por el heroísmo de las masas rusas y por la
acertada conducción de los bolcheviques y de Leon Trotsky en particular. La guerra civil (1918-1921) fue
ganada por el Ejército Rojo. Los bolcheviques entregaron las tierras a los campesinos, y estos defendieron la
revolución con sus vidas, pero en 1921 el país estaba arruinado, las masas estaban exhaustas, las condiciones
de vida eran terriblemente deplorables.
La muerte de Lenin y la degeneración burocrática de la URSS
¿Cómo construir el socialismo en esas condiciones? En el preciso momento en que de discutían las políticas,
Lenin falleció prematuramente en enero de 1924, dejando al partido Bolchevique sin su líder fundador y más
experimentado dirigente.
El atraso económico de Rusia, el bloqueo imperialista y la destrucción creada por la guerra civil, crearon las
bases para la degeneración burocrática de la primera revolución proletaria. Algo que no estaba contemplado
en la teoría.
Igual que las revoluciones burguesas, la primera revolución proletaria sufrió un proceso de contrarrevolución
interna, encabezado por una casta burocrática dentro del propio Partido Bolchevique. El máximo
representante de la nueva burocracia era Stalin, un dirigente de poco renombre, pero que en un complejo
proceso liquidó políticamente y físicamente a la vieja guardia del Partido Bolchevique.
Stalin utilizo el pasado no bolchevique de Trotsky para plantear que sus propuestas eran contrarias al
leninismo. Esa era una ideología que justificaba la existencia de una nueva burocracia que se negaba a
impulsar la revolución mundial, y que mas bien planteaba la “construcción del socialismo en un solos país”.
Trotsky, quien fue jefe del Ejercito Rojo hasta 1925, pudo dar un golpe de Estado y tomar todo el poder, pero
eso hubiera implicado la instauración de una dictadura militar, que se impondría por encima de las masas. Lo
que muchos vieron como una vacilación de Trotsky en realidad fue una decisión política de principios: las
masas debían corregir el rumbo, conducidas por la Oposición de Izquierda, para restablecer la democracia
dentro del Partido Bolchevique y la URSS
La degeneración de la Internacional Comunista
Stalin expulso a Trotsky de la URSS en 1927. El stalinismo llegó a controlar a la Internacional Comunista,
convirtiéndola en un instrumento de la política exterior del Estado soviético. El triunfo de la revolución en
otros países fue sacrificado en aras de salvar a la URSS. De esta manera, se perdieron grandes oportunidades
con la Huelga General en Inglaterra en 1926, el stalinismo promovió la división de los partidos obreros
(socialdemócrata y comunista) en Alemania, permitiendo el triunfo del fascismo. Hitler llegó al poder por
medio de votos. La revolución china de 1927 fue aplastada por las erróneas políticas de Moscú. La
revolución en España fracasó (1931-1939) porque el stalinismo estranguló la revolución desde adentro, la
GPU (posteriormente KGB) persiguió y fusiló a miles de militantes de izquierda (anarquistas, socialistas y
trotskistas). La revolución en Francia fue sofocada con la política de los frentes populares, es decir, de
alianzas políticas entre los partidos comunistas con sectores “antifascistas” de la burguesía. ¡¡La misma
política de los mencheviques en Rusia en 1917!!
Al mismo tiempo que liquidaba la revolución en el mundo, Stalin fusiló a la vieja guardia del partido
Bolchevique.
La fundación de la Cuarta Internacional
Desde el exilio, y bajo una tenaz persecución, Trotsky alentó a la Oposición de Izquierda dentro de la URSS
y a nivel internacional. En 1933, cuando la desastrosa política de Stalin permitió el triunfo de Hitler, Trotsky
llamó a construir la Cuarta Internacional, lo que fue posible hasta septiembre de 1938 que fue fundada
oficialmente. Trotsky fue el primero que alertó sobre una nueva guerra mundial, y que Alemania terminaría
haciendo la guerra contra la URSS, a pesar que Hitler y Stalin firmaron un acuerdo de paz en 1939.
El asesinato de Trotsky
El 21 de agosto de 1940, un agente stalinista, Ramon Mercader, logró infiltrarse en la casa de Trotsky en
Coyoacán, México, y lo asesinó mientras leía un artículo. Con este crimen, Stalin liquidó físicamente al
último representante de la generación de experimentados revolucionarios que tomaron el poder en 1917.
Después de cumplir su condena, Mercader fue condecorado como héroe de la URRS y vivió en Cuba hasta
su muerte en 1978.
Pronóstico sobre la restauración capitalista
En su libro “La Revolución Traicionada” (1936), Trotsky describió el fenómeno de la burocracia stalinista y
como esta, de continuar el aislamiento de la URSS, conduciría inevitablemente a la restauración capitalista.
El triunfo militar contra el nazismo en 1945 atrasó ese proceso, y mas bien se ampliaron los países que
estarían bajo el control de la URSS. Después se produjo el triunfo de la revolución china en 1949: un tercio
de la humanidad estuvo organizada en sociedades postcapitalistas. Esta extensión de la revolución en el
mundo le dio respiro a la URRS, hasta 1990 cuando se desplomó.
Con algunas décadas de retraso, los llamados países socialistas sobrevivieron algún tiempo más, pero
finalmente el pronóstico de Trotsky demostró su validez: el socialismo no puede construirse en un solo país,
será posible solo con la derrota del capitalismo a nivel mundial. Todos los estados obreros han desaparecidos,
Rusia es un imperialismo emergente, igual que China. Vietnam es una pequeña potencia capitalista. Cuba
languidece por el bloqueo imperialista, pero también marcha hacia el capitalismo. Las revoluciones del siglo
XX retrocedieron.
Rendimos homenaje a León Trotsky, un revolucionario tenaz e inclaudicable que luchó contra el stalinismo y
que nos heredó las herramientas teóricas y políticas para continuar la lucha contra la actual barbarie
capitalista.
Trotsky, héroe trágico
Nueva Sociedad
Horacio Tarcus

Volver sobre la figura del revolucionario ruso permite reponer al sujeto en la encrucijada de la historia,
retomar nuestro trabajo de duelo y reconocer una deuda intelectual y moral. El 80 aniversario del asesinato
de Trotsky a manos de un agente de Stalin es una ocasión más propicia para ejercitar la memoria que para
una repetición ritual.
El 21 de agosto de 2020 se cumplen 80 años del asesinato de León Trotsky a manos de un agente de Stalin,
cuando el revolucionario ruso se encontraba exiliado en México. Concluía trágicamente una vida intensa,
que acaso había seguido como ninguna otra el pulso de las revoluciones del siglo XX. Militante clandestino
bajo el zarismo, periodista brillante, profeta de las revoluciones en Rusia, deportado en Siberia, exiliado de
país en país, presidente del Sóviet de Petrogrado, aliado de Lenin y estratega de Octubre de 1917,
organizador del Ejército Rojo, opositor al curso que toma el proceso soviético bajo la dictadura de Stalin,
nuevamente deportado, nuevamente exiliado, finalmente asesinado. Trotsky parece encarnar en los tiempos
modernos la figura clásica del héroe trágico.
León Davídovich Bronstein había nacido en 1879 en una pequeña aldea ucraniana, era el quinto hijo de una
familia de granjeros judíos de clase media. Educado en la cosmopolita Odessa, no tardó en abandonar los
estudios universitarios apenas comenzados para consagrarse al periodismo y la política revolucionarios.
Preso en varias ciudades rusas, deportado a Siberia, peregrinó por Viena, Londres, Zúrich y Múnich, donde
participó de los debates entre las fracciones de la socialdemocracia rusa, los bolcheviques y los
mencheviques. Regresó a San Petersburgo, más tarde rebautizada Petrogrado, a comienzos de 1905 para
convertirse en el principal líder del Sóviet de la ciudad cuando estallaba la primera revolución rusa.
Nuevamente detenido y exiliado en Siberia, redactó entonces la célebre tesis sobre la «revolución
permanente» según la cual en un sistema mundo dominado por el capitalismo, las revoluciones burguesas de
los países atrasados se solaparían con las revoluciones socialistas. Volvió a peregrinar por ciudades del exilio
ruso como Londres, Berlín, Viena, París, Barcelona y Nueva York, para regresar apresuradamente a Rusia
tras el estallido de la Revolución de Febrero de 1917, donde estaría llamado a jugar un papel de primer
orden.
Hace apenas tres años se cumplió un siglo del 6 de octubre de 1917, cuando las masas de Petrogrado
eligieron a León Trotsky para presidir el Sóviet de su ciudad. Mientras que el otro gran líder ruso, Lenin,
elaboraba la estrategia bolchevique desde su escondite en Helsinki, Trotsky no solo residía en la ciudad que
sería el epicentro de la revolución, sino que se había convertido para entonces en un orador popular,
dirigiéndose casi diariamente a grandes contingentes de obreros utilizando como plataforma las instalaciones
del Circo Moderno de Petrogrado. Diez días después presidía el Comité Militar Revolucionario de la ciudad,
el que tomó por asalto el Palacio de Invierno que el presidente Aleksándr Kérenski había adoptado como
sede del Gobierno Provisional tras el derrocamiento del zar.
Tal fue su sintonía con la revolución que cumplía sus 38 años el mismo día en que asaltaba el Palacio de
Invierno aquel Octubre de 1917. Pero el racionalista y ateo Trotsky no le daba a este hecho la menor
significación. Como escribió en Mi vida, uno de los libros más apasionantes del siglo XX: «Un pitagórico o
un místico argüirían de aquí grandes conclusiones. La verdad es que yo no he venido a parar mientes en esta
curiosa coincidencia hasta que ya habían pasado tres años de las jornadas de Octubre».
Trotsky no solo fue el tribuno del Sóviet de Petrogrado y el artífice de la toma del poder. Fue también el que
negoció con los imperios centrales en la ciudad de Brest-Litovsk la salida de Rusia de la guerra, el
organizador del Ejército Rojo que combatía en varios frentes al mismo tiempo a los ejércitos blancos de la
contrarrevolución, el propulsor de la industrialización soviética acelerada, el estratega de la Internacional
Comunista que seguía al día con notable versación los acontecimientos políticos de Alemania, Inglaterra,
Francia o China. Al mismo tiempo, el escritor que se dejaba tiempo para producir en 1923, en medio del
fragor de la revolución, obras como Literatura y Revolución o Problemas de la vida cotidiana.
Trotsky no fue solo un gran escritor, fue también un gran lector. Como llevó una vida errante buena parte de
su existencia, solía frecuentar las bibliotecas públicas de las ciudades en las que le tocaba vivir. Los tiempos
de reflujo, incluso en situaciones de prisión, favorecían entre los militantes la organización de proyectos de
lectura y estudio, así como balances histórico-políticos de mayor aliento. Los tiempos más sobresaltados de
movilización, en cambio, dejaron escasos márgenes para este tipo de esfuerzos sostenidos. Sin embargo,
Trotsky encontraba el modo de seguir leyendo y escribiendo. Así lo reconoce en Mi Vida, su autobiografía
escrita durante su exilio en la isla turca de Prinkipo, tras su expulsión de la Unión Soviética:
«Para mí, los mejores y más caros productos de la civilización han sido siempre –y lo siguen siendo– un
libro bien escrito, en cuyas páginas haya algún pensamiento nuevo, y una pluma bien tajada con la que poder
comunicar a los demás los míos propios. Jamás me ha abandonado el deseo de aprender, ¡y cuántas veces, en
medio de los ajetreos de mi vida, no me ha atosigado la sensación de que la labor revolucionaria me impedía
estudiar metódicamente! Sin embargo, casi un tercio de siglo de esa vida se ha consagrado por entero a la
revolución. Y si empezara a vivir de nuevo, seguiría sin vacilar el mismo camino».
Es así que durante su exilio en Turquía y en Francia, y más tarde en México, andaba con su gran biblioteca a
cuestas. Uno de sus mayores logros como escritor fueron los dos volúmenes de su Historia de la Revolución
Rusa. Como Tucídides, que había sido estratega de Atenas y autor de la Historia de la Guerra del
Peloponeso, Trotsky fue al mismo tiempo protagonista e historiador.
Trotsky ya aparece ante sus contemporáneos como una de las grandes figuras históricas del siglo XX.
Aunque es posible hallar en el siglo XIX ejemplos notables de figuras que podían conjugar al mismo tiempo
y con brillantez el estadista con el pensador –pienso en un Jefferson, en un Thiers, o en un Sarmiento–, en el
siglo XX no abundaron los intelectuales en el poder, si exceptuamos casos aislados como el de Thomas
Masaryk al frente de la República Checa, o más recientemente Fernando Henrique Cardoso en Brasil.
Trotsky aparece como un caso extraordinario en el que se unen de modo indisociable el estadista
revolucionario y el pensador de relieve internacional, el Tucídides capaz de liderar una revolución y pocos
años después consagrarle un libro histórico.
Pero además, Trotsky fue protagonista de un drama histórico sin precedentes: un revolucionario que, apenas
después de seis años de conquistado el poder, rechazaba el curso que estaba adoptando el «Estado obrero»
que él mismo había contribuido a forjar. El drama épico dejaba ahora lugar a la tragedia. Una vez más, como
ocurrió en un siglo atrás en Francia, la Revolución se devoraba a sus propios hijos. Pero aquí uno de ellos,
acaso el más brillante, se atrevía a retar al destino. Trotsky aparece ante el mundo como el protagonista de
una tragedia en el sentido clásico del término, en la cual el héroe, si bien conoce el curso histórico que el
destino ya ha fijado, no puede sino asumir el deber revolucionario de desafiarlo. Trotsky no creía, por
supuesto, en un destino preestablecido, pero como marxista clásico sabía que la dinámica histórica –en la
Unión Soviética y en el mundo entero– había tomado un curso muy difícil de torcer, y que la relación de
fuerzas le era absolutamente desfavorable. Como escribió Guillermo Cabrera Infante en Tres tristes tigres:
Trotsky fue el «profeta de una religión herética: mesías y apóstol y hereje en una sola pieza».
Cuando, en palabras de Victor Serge, era medianoche en el siglo, o tiempos de oscuridad, como los llamó
Hannah Arendt a los años 30, los textos de Trotsky alumbraron un haz de lucidez al mismo tiempo que
ofrecieron un cierto optimismo (al menos un optimismo histórico, desplazado hacia el futuro). Solo una
porción muy pequeña del mundo se sumó entonces a las filas del trotskismo, pero desde todos los rincones
del globo se siguió con expectación el itinerario y la palabra del judío errante que ningún Estado se atrevía a
alojar. Exiliado, perseguido, asediado incluso, ya sea refugiado en una lejana isla de Turquía o en el México
del general Lázaro Cárdenas, Trotsky era capaz de lanzar en el lapso de diez años cientos de artículos y una
docena de libros que ofrecían claves preciosas para comprender la historia presente. Con su visión
internacionalista, su cultura cosmopolita y su manejo de media docena de lenguas modernas, era capaz de
analizar con lucidez la emergencia del fascismo en Alemania, la tragedia de la revolución española envuelta
en una guerra civil, la Francia del Frente Popular, la decadencia del Imperio británico, la burocratización de
la Unión Soviética, la situación de los comunistas chinos o los límites de las políticas económicas bajo el
New Deal.
A Trotsky le tocó afrontar la mayor prueba a que la historia puede someter a un revolucionario: su
desencuentro con los resultados de la revolución. Lenin lo entrevió en sus últimos años de vida, calificando a
la Unión Soviética que él mismo había contribuido como nadie a forjar, como un «Estado obrero con
deformaciones burocráticas». Pero no alcanzó a vivir para enfrentarlas. Trotsky debió recoger la posta de la
lucha contra la burocracia de partido y la burocracia de Estado. Su teoría de la burocracia, expuesta en
¿Adónde va Rusia? (desafortunadamente traducido como La revolución traicionada), es uno de los más
grandes logros del pensamiento político del siglo XX. Al mismo tiempo, su derrota política a manos de
Stalin es la clave de la tragedia del socialismo en el siglo XX. Porque la confrontación entre Trotsky y Stalin
no es, como se plantea a menudo, la mera disputa personal entre dos líderes por el poder estatal, sino la
expresión de dos modos antagónicos de comprender los procesos sociales.
Fracasada la revolución en Occidente, la Revolución Rusa había quedado librada a su propia suerte. La
instauración de un moderno sistema socialista en una región atrasada y aislada del mundo no estaba en la
perspectiva de los bolcheviques, ni tampoco había sido prevista en la teoría marxista. Como señaló el
principal biógrafo de Trotsky, Isaac Deutscher,
«según el esquema marxista clásico, la revolución habría de ocurrir cuando las fuerzas productivas de la
vieja sociedad hubiese desbordado sus relaciones de propiedad al punto de destruir la antigua estructura
social. La revolución habría de crear nuevas relaciones de propiedad y la nueva estructura para fuerzas
productivas plenamente desarrolladas, avanzadas y dinámicas. Lo que sucedió en realidad fue que la
revolución creó las formas de organización más avanzadas para las economías más atrasadas; estableció
estructuras de propiedad y planificación social alrededor de fuerzas productivas subdesarrolladas y arcaicas,
y en parte alrededor de un vacío. La concepción marxista teórica de la revolución quedó, por consiguiente,
vuelta del revés. Las nuevas relaciones de producción, al hallarse por encima de las fuerzas productivas
existentes, se hallaron también por encima de la comprensión de la mayor parte de la población; y el
gobierno revolucionario las defendió y desarrolló contra la voluntad de la mayoría. El despotismo
burocrático ocupó el lugar de la democracia soviética. El Estado, lejos de extinguirse gradualmente, adquirió
un poder feroz que no reconocía precedentes».
Este conflicto entre la norma marxista y la realidad de la revolución iba quedando al desnudo a lo largo de la
década de 1930. El estalinismo consistió en superar el conflicto aceptando la «realidad» y desechando la
«norma»: llamaremos «socialismo» –dijo Stalin– a esto que tenemos. Como diríamos hoy, «es lo que hay».
Trotsky, en cambio, tuvo la osadía de declarar, apenas cinco años después de la Revolución de Octubre, que
el socialismo era inviable en un país aislado. El trotskismo, sostuvo Deutscher, fue un intento por establecer
un equilibrio provisional entre la norma y la realidad «hasta que la revolución en Occidente resolviera el
conflicto y restaurara la armonía entre la teoría y la práctica».
Pero en el mundo posterior a la muerte de Trotsky, la «norma» y «la realidad» iban a abismarse aún más. La
revolución no se expandió en la posguerra por el Occidente capitalista sino por su periferia. Las
organizaciones de tipo bolchevique, fueran las comunistas o las trotskistas, se mostraron incapaces de
comprender que la hegemonía de las burguesías occidentales, aún con sus crisis periódicas, se asentaba con
una solidez infinitamente mayor que la dominación zarista. El derrumbe de la burocracia soviética no se
debió, finalmente, a una revolución política impulsada por la clase obrera rusa, sino a una restauración
capitalista.
El mundo de la segunda mitad del siglo XX poco se asemejó al que Trotsky imaginó. Como lo reconoce el
propio Daniel Bensaïd en su libro Los trotskismos (2007), «Trotsky no conoció ni los campos de exterminio,
ni la solución final, ni el uso del arma atómica, ni el nacimiento del nuevo orden mundial de Yalta y
Postdam». El fracaso del movimiento político fundado por Trotsky en 1938, la Cuarta Internacional, sin duda
tuvo que ver con la emergencia de una realidad totalmente imprevista en el mundo de la segunda posguerra.
El capitalismo salió de su crisis con una expansión imprevista durante los llamados «treinta años gloriosos»
(1945-1975). Las fuerzas productivas, lejos de detenerse, conocieron nuevas revoluciones industriales. La
autonomía de la clase trabajadora de occidente fue neutralizada por las políticas de integración del Estado de
Bienestar. Con dificultades para interpretar el nuevo escenario internacional, el movimiento trotskista se
aferró a la letra de Trotsky. La necesidad de renovación o de reelaboración del programa chocó con las
resistencias de los más ortodoxos, generando nuevas divisiones y acusaciones mutuas en términos de
«desviación» yde «traición» (a la «norma»). En su libro ya clásico Consideraciones sobre el marxismo
occidental (1976), Perry Anderson, escribió que la prolongada derrota del proletariado internacional y las
condiciones de marginación que estas condiciones impusieron a las organizaciones trotskistas, dejaron su
huella en esta tradición:
«Su reto al espíritu del tiempo [...] le impuso sus penalidades particulares. La reafirmación de la validez y
realidad de la revolución socialista y la democracia proletaria, contra tantos hechos que la negaban, inclinó
involuntariamente esta tradición hacia el conservadurismo. La preservación de las doctrinas clásicas tuvo
prioridad sobre su desarrollo. El triunfalismo en la causa de la clase obrera y el catastrofismo en el análisis
del capitalismo, afirmados de forma más voluntarista que racional, iban a ser los vicios típicos de esta
tradición en sus formas mas rutinarias».
El movimiento fundado por Trotsky pagó un alto precio por su desfasaje con la realidad. Se fragmentó
incluso antes de nacer; y la fragmentación en sectas pequeñas o medianas a lo ancho y largo del mundo fue
su signo distintivo, desde 1938 hasta el presente.
Y sin embargo, la figura de Trotsky se mantuvo vigente. Sus libros se reeditan en todas las lenguas modernas
y nuevas generaciones se entusiasman con su prosa vibrante. La figura de un revolucionario inclaudicable
sigue constituyendo una referencia ético-política para cada nueva generación. Un signo de ello es el éxito
internacional de la novela del cubano Leonardo Padura basada en la vida de Trotsky, El hombre que amaba
los perros, publicada en 2009, traducida en todo el mundo. Pero también hay dimensiones del pensamiento
de Trotsky que llegan hasta nosotros: por ejemplo, su visión global del capitalismo, su concepción
cosmopolita de la cultura, su diálogo con las distintas escuelas de vanguardia que florecieron en la Unión
Soviética en la década de 1920 (el formalismo ruso, el constructivismo, el futurismo), con el psicoanálisis,
con el surrealismo en la década de 1930; su teoría social del poder siguen siendo referencias insoslayables
del pensamiento crítico contemporáneo. Trotsky escribe a mediados de la década de 1930: «El poder no una
cosa que se toma, que se atrapa, que se quita. El poder es una relación social entre fuerzas sociales». Esto,
medio siglo antes de que Michel Foucault elaborara su teoría relacional del poder. La deuda de muchos
historiadores y de numerosos pensadores contemporáneos de la política, el poder y los imaginarios sociales
con Trotsky es enorme, si pensamos en figuras por otro lado muy dispares como James Burnham y Perry
Anderson, Claude Lefort y Cornelius Castoriadis, Daniel Bensaïd, Michael Löwy, Éric Toussaint y Enzo
Traverso, Cyril James (el historiador de Trinidad y Tobago) y Adolfo Gilly, por mencionar los más obvios.
Trotsky fue el punto de partida de dos grandes marxólogos del siglo XX: el ucraniano Roman Rosdolsky y el
estaounidense Hal Draper. En el terreno del arte, se podría mencionar la huella de Trotsky en escritores
surrealistas como André Breton y Benjamin Péret, en los críticos estaodunidendes Edmund Wilson y Dwight
McDonald, en la escritora modernista Pagú y al crítico brasileño Mario Pedrosa, en el cineasta Ken Loach, o
en los jóvenes André Malraux y Octavio Paz.
En suma, los 80 años del asesinato de Trotsky son una ocasión para ejercitar la memoria más que para una
repetición ritual. Creo que lo mejor que podemos hacer en esta ocasión es reponer al sujeto en la encrucijada
de la historia y retomar nuestro trabajo de duelo en el reconocimiento de una deuda, una deuda intelectual y
moral que los hombres y las mujeres del siglo XXI tenemos contraída con Trotsky.
El último año en la vida de Trotsky
Primera parte
David North
WSWS

21 agosto 2020
Esta es la primera parte de una serie de dos partes. La segunda parte se publicará el sábado 22 de
agosto.
Hace ochenta años, el 20 de agosto de 1940, León Trotsky, el colíder exiliado de la Revolución de
Octubre de 1917 y fundador de la Cuarta Internacional, fue herido de muerte por un agente de la
policía secreta de la Unión Soviética, la GPU. El líder revolucionario murió en un hospital de la
Ciudad de México 26 horas después, la madrugada del 21 de agosto.
El asesinato de Trotsky fue el resultado de una conspiración política masiva organizada por el
régimen burocrático totalitario encabezado por Stalin, cuyo nombre será por toda la historia
sinónimo de traición contrarrevolucionaria, perfidia y criminalidad ilimitada. El asesinato de
Trotsky fue el punto culminante de la campaña de genocidio político, dirigida por el Kremlin, cuyo
objetivo era la extirpación física de toda la generación de revolucionarios marxistas y trabajadores
socialistas avanzados que habían desempeñado un papel central en la preparación y dirección de la
revolución bolchevique y el establecimiento del primer Estado obrero de la historia. Los tres juicios
ficticios celebrados en Moscú entre 1936 y 1938 —fraudes judiciales que proporcionaron una
tapadera pseudolegal para el asesinato de prácticamente todos los principales líderes de la
Revolución de Octubre— fueron solo la manifestación pública de una campaña de terror que
consumió las vidas miles y asestó un golpe demoledor al desarrollo intelectual y cultural de la
Unión Soviética y la lucha mundial por el socialismo.
Expulsado al exilio, privado de la ciudadanía por la Unión Soviética y viviendo en “un planeta sin
visa”, sin acceso a los atributos convencionales del poder, armado solo con una pluma y
dependiente del apoyo de un número relativamente pequeño de camaradas perseguidos en todo el
mundo, no había hombre más temido que Trotsky por los poderes que gobernaban la tierra. Trotsky
—fundador y líder de la IV Internacional, “el partido de oposición irreconciliable, no solo en los
países capitalistas, sino también en la URSS”— ejerció una influencia política e intelectual
inigualable por ninguno de sus contemporáneos. Se elevó por encima de todos ellos. En un ensayo
titulado “El lugar de Trotsky en la historia”, C.L.R. James, el intelectual e historiador socialista
caribeño, escribió:
Durante su última década él [Trotsky] fue un exiliado, aparentemente impotente. Durante esos
mismos diez años, Stalin, su rival, asumió un poder como ningún otro hombre en Europa desde que
Napoleón lo había hecho. Hitler ha conmovido al mundo y se propone vencerlo como un coloso
mientras dure. Roosevelt es el presidente más poderoso que jamás haya gobernado en Estados
Unidos, y Estados Unidos es la nación más poderosa del mundo. Sin embargo, el juicio marxista de
Trotsky es tan seguro como el juicio de Engels sobre Marx. Antes de su período de poder, durante él
y después de su caída, Trotsky se situó solo en segundo lugar después de Lenin entre los hombres
contemporáneos, y después de la muerte de Lenin fue el líder más grande de nuestro tiempo. Ese
juicio lo dejamos a la historia. [1]
La estatura de Trotsky estuvo determinada no solo por el hecho de que analizó, con incomparable
brillo, el mundo tal como era. También personificó el proceso revolucionario que determinaría su
futuro. Como había declarado durante una sesión de la Comisión Dewey que celebró audiencias en
abril de 1937 para investigar las acusaciones del Kremlin contra Trotsky, y que posteriormente
encontró que los juicios de Moscú eran una trampa: “Mi política no se establece con el propósito de
convenciones diplomáticas, sino para el desarrollo del movimiento internacional de la clase
trabajadora”. [2]
Trotsky despreciaba toda forma de charlatanería política, que pretende que hay soluciones fáciles,
es decir, no revolucionarias, a los inmensos problemas históricos que surgen de la agonía mortal del
sistema capitalista. La política revolucionaria no logró sus objetivos prometiendo milagros. Se
pueden lograr grandes avances sociales, insistió, “exclusivamente a través de la educación de las
masas a través de la agitación, explicando a los trabajadores qué deben defender y qué deben
derrocar”. Este enfoque profundamente basado en principios de la política revolucionaria también
formó la base de la concepción de moralidad de Trotsky. “Sólo aquellos métodos son permisibles”,
escribió, “que no entren en conflicto con los intereses de la revolución”. La adhesión a este
principio colocó a Trotsky, incluso si se lo consideraba solo desde un punto de vista moral, en
absoluta oposición al estalinismo, cuyos métodos destruían por completo las necesidades de la
revolución social y, por lo tanto, el progreso de la humanidad. [3]
La muerte prematura de Lenin en enero de 1924, cuando solo tenía 53 años, fue una tragedia
política. El asesinato de Trotsky a los 60 años fue una catástrofe. Su asesinato privó a la clase
trabajadora del último representante superviviente del bolchevismo y del mayor estratega de la
revolución socialista mundial. Sin embargo, el trabajo teórico y político que llevó a cabo Trotsky en
el último año de su vida —un año dominado por el estallido de la Segunda Guerra Mundial— fue
decisivo para asegurar la supervivencia de la IV Internacional, ante lo que podrían haber resultado
ser dificultades insuperables.
Trotsky fue asesinado en el apogeo de sus poderes intelectuales. A pesar de su sensación de que su
salud estaba empeorando, no había señales de una disminución de sus energías políticas. Incluso
cuando producía a diario análisis políticos y ensayos polémicos, Trotsky trabajaba arduamente en
una biografía de Stalin que, incluso como obra incompleta, puede describirse con justicia como una
obra maestra literaria.
Los escritos de Trotsky durante el último año de su vida no solo fueron tan brillantes como los de
períodos anteriores; el alcance de su análisis de los eventos de 1939-40 se extendió, en términos de
relevancia duradera, hacia el futuro. Ninguna otra figura de su tiempo exhibió una comprensión
comparable del estado del mundo y hacia dónde se dirigía.
Por ejemplo, Trotsky fue entrevistado por un grupo de periodistas estadounidenses el 23 de julio de
1939, solo seis semanas antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial. Estaban ansiosos por
conocer su evaluación de la situación mundial. Para beneficio de los periodistas, Trotsky habló en
inglés. Comenzó recordando que le había prometido a un profesor estadounidense visitante que
mejoraría su inglés si el Gobierno estadounidense le concedía una visa para ingresar a los Estados
Unidos. Lamentablemente, observó Trotsky, “parece que no les interesa mi inglés”.
Aunque Trotsky no estaba satisfecho con su dominio del inglés, la transcripción de sus comentarios
no deja ninguna duda de su dominio de la complejidad de la situación mundial. “El sistema
capitalista”, afirmó, “está en un punto muerto”. Trotsky continuó:
Por mi parte, no veo ningún resultado normal, legal y pacífico de este impasse. El resultado solo
puede ser creado por una tremenda explosión histórica. Las explosiones históricas son de dos tipos:
guerras y revoluciones. Creo que tendremos ambos. Los programas de los Gobiernos actuales, tanto
los buenos como los malos —si suponemos que también hay buenos Gobiernos—, los programas de
diferentes partidos, los programas pacifistas y los programas reformistas, parecen ahora, al menos
para quien los observa desde el lado, como un juego de niños, en el lado inclinado de un volcán
antes de una erupción. Esta es la imagen general del mundo actual. [4]
Trotsky luego hizo referencia a la Feria Mundial de Nueva York en curso, cuyo tema era el “Mundo
del Mañana”.
Crearon una feria mundial. Solo puedo juzgarlo desde fuera por la misma razón por la que mi inglés
es tan malo, pero por lo que he aprendido sobre la Feria en los periódicos, es una creación humana
tremenda desde el punto de vista del “Mundo del Mañana”. Creo que esta caracterización es un
poco unilateral. Solo desde un punto de vista técnico, su Feria Mundial puede llamarse “El mundo
del mañana”, porque si desea considerar el mundo real del mañana, deberíamos ver un centenar de
aviones militares sobre la Feria Mundial, con bombas, algunos cientos de bombas, y el resultado de
esta actividad sería el mundo del mañana. Este grandioso poder creativo humano por un lado, y este
terrible atraso en el campo que es más importante para nosotros, el campo social, el genio técnico
—y, permítanme la palabra, la idiotez social— este es el mundo de hoy. [5]
Como descripción del “mundo de hoy” contemporáneo y predicción del “mundo del mañana” —es
decir, el mundo que emergerá de las crisis de la presente década— difícilmente sería necesario
cambiar una sola palabra. En todo el mundo, con Gobiernos —que combinan la codicia ilimitada
con la estupidez ilimitada— incapaces de responder con competencia o humanidad, se plantea la
pregunta: ¿Cómo se resolverá esta crisis? Nuestra respuesta es la misma que dio Trotsky: la
solución vendrá en forma de una “tremenda explosión histórica”. Y, como explicó Trotsky en 1939,
tales explosiones son de dos tipos: guerras y revoluciones. Ambos están en la agenda.
Los periodistas que interrogaron a Trotsky en julio de 1939 también estaban ansiosos por saber si
tenía algún consejo que dar al Gobierno estadounidense en cuanto a la conducción de la política
exterior. No sin un rastro de humor, Trotsky respondió:
Debo decir que no me siento competente para asesorar al gobierno de Washington por la misma
razón política por la cual el gobierno de Washington no considera necesario otorgarme una visa.
Estamos en una posición social diferente a la del Gobierno de Washington. Podría dar consejos a un
gobierno que tuviera los mismos objetivos que el mío, no a un gobierno capitalista, y el gobierno de
los Estados Unidos, a pesar del New Deal [Nuevo Trato] es, en mi opinión, un gobierno imperialista
y capitalista. Solo puedo decir lo que debería hacer un gobierno revolucionario —un gobierno
obrero genuino en los Estados Unidos—.
Creo que lo primero sería expropiar a las Sesenta Familias. Sería una muy buena medida, no sólo
desde el punto de vista nacional, sino desde el punto de vista de la solución de los asuntos
mundiales; sería un buen ejemplo para las demás naciones. [6]
Trotsky reconoció que esto no se lograría en el futuro inmediato. Las derrotas de la clase
trabajadora en Europa y la inminencia de la guerra retrasarían la revolución en Estados Unidos. La
entrada de Estados Unidos en la guerra que se avecinaba era solo cuestión de tiempo. “Si el
capitalismo estadounidense sobrevive, y sobrevivirá durante algún tiempo, tendremos en Estados
Unidos el imperialismo y el militarismo más poderoso del mundo”. [7]
Trotsky hizo otra predicción en la entrevista de julio. De hecho, fue una reafirmación de un análisis
político de la política exterior soviética que había estado avanzando durante los cinco años
anteriores. Refiriéndose a la destitución del antiguo diplomático soviético, Maxim Litvinov, del
cargo de ministro de Relaciones Exteriores, y su reemplazo por el cómplice más cercano de Stalin
en el crimen, Molotov, Trotsky declaró que el cambio era “una insinuación del Kremlin a Hitler de
que nosotros [Stalin ] estamos dispuestos a cambiar nuestra política, a realizar nuestro objetivo,
nuestro propósito, que les presentamos a usted y a Hitler hace algunos años, porque el objetivo de
Stalin en la política internacional es un acuerdo con Hitler”. [8]
Incluso en esa fecha tardía, la idea de que la Unión Soviética se aliaría con la Alemania nazi fue
considerada absurda por prácticamente todas las opiniones “expertas”. Pero, como sucedió con tanta
frecuencia en el pasado, los acontecimientos confirmaron el análisis de Trotsky. Exactamente un
mes después de la entrevista de Trotsky, el 23 de agosto de 1939, se firmó en Moscú el Pacto de No
Agresión Stalin-Hitler. Stalin eliminó el último obstáculo a los planes de guerra de Hitler. El 1 de
septiembre de 1939 el régimen nazi invadió Polonia. Dos días después, Gran Bretaña y Francia
declararon la guerra a Alemania. Veinticinco años después del estallido de la Primera Guerra
Mundial, había comenzado la Segunda Guerra Mundial.
Haber predicho repetidamente el viraje del Kremlin hacia Hitler, Trotsky no se sorprendió en lo más
mínimo por la traición de Stalin. La Unión Soviética, advirtió, pagaría un precio terrible por la
miopía e incompetencia de Stalin. La creencia del dictador de que había salvado a la burocracia
soviética de los peligros de la guerra con la Alemania nazi resultaría ser otro error de cálculo
desastroso.
*****
El estallido de la guerra desencadenó una crisis política dentro de la Cuarta Internacional que se
convirtió en el foco central del trabajo de Trotsky durante el último año de su vida. La
concentración no estaba fuera de lugar: su respuesta a la facción minoritaria en el Partido Socialista
de los Trabajadores de EE.UU. (Socialist Workers Party, SWP) liderado por James Burnham, Max
Shachtman y Martin Abern fue de importancia fundamental no solo en su defensa de los
fundamentos teóricos del marxismo y el avance histórico, a pesar de los crímenes de la burocracia
soviética, representada por la Revolución de Octubre. Las polémicas de Trotsky anticiparon muchas
de las cuestiones más difíciles de estrategia, programa y perspectiva revolucionarios que iban a
surgir durante y después de la Segunda Guerra Mundial.
La firma del Pacto Stalin-Hitler, seguida de la invasión soviética de Polonia a mediados de
septiembre de 1939 y Finlandia (la Guerra de Invierno de 1939-40), provocó la indignación entre
amplios sectores de intelectuales y artistas radicales pequeñoburgueses en los Estados Unidos.
Muchos miembros de este amplio e influyente medio social habían logrado llegar a un acuerdo e
incluso apoyar la aniquilación de los viejos bolcheviques por parte de Stalin durante el Terror y el
estrangulamiento de la Revolución española. Los crímenes de 1936-39 ocurrieron mientras el
régimen estalinista todavía defendía una alianza internacional entre la Unión Soviética y las
“democracias occidentales”. La aplicación interna de esta orientación fue la promoción por parte de
los partidos estalinistas de una alianza, sobre la base de un programa capitalista, entre las
organizaciones de la clase trabajadora y los partidos políticos capitalistas (el “Frente Popular”). La
firma del Pacto por parte de Stalin con Alemania asestó, de una manera absolutamente cínica y
oportunista, un golpe a esta forma particular de colaboración de clases. El estado de ánimo de la
pequeña burguesía democrática se volvió contra la Unión Soviética. En la medida en que la
intelectualidad democrática había identificado sin crítica y falsamente al estalinismo con el
socialismo, el giro contra la Unión Soviética asumió un carácter abiertamente anticomunista.
Este cambio político se reflejó en el desarrollo de una tendencia de oposición dentro del SWP y
otras secciones de la Cuarta Internacional. Los líderes más importantes de esta tendencia dentro del
SWP fueron Max Shachtman —quien fue miembro fundador del movimiento trotskista
estadounidense y, junto a James P. Cannon, la figura más influyente del SWP— y James Burnham,
profesor de filosofía en Universidad de Nueva York. Insistieron en que, como consecuencia del
Pacto Stalin-Hitler y la invasión de Polonia por la URSS, la definición de la Unión Soviética como
un Estado obrero degenerado ya no era aceptable. La Unión Soviética, afirmaron, se había
convertido en una nueva forma de sociedad explotadora, con la burocracia funcionando como un
nuevo tipo de clase dominante imprevisto en la teoría marxista. Uno de los términos empleados por
la minoría para describir la sociedad soviética fue “colectivismo burocrático”. Un corolario de esta
nueva valoración fue el rechazo a la defensa de la Unión Soviética en caso de guerra con un Estado
imperialista, incluso si el adversario era la Alemania nazi.
Para Trotsky, la exigencia de Shachtman y Burnham de que la Cuarta Internacional revoque su
definición de la Unión Soviética como un Estado obrero degenerado no era simplemente una
cuestión de terminología. ¿Cuáles eran, preguntó Trotsky, las consecuencias políticas prácticas de la
demanda de que la Unión Soviética ya no se definiera como un Estado obrero?
Concedamos por el momento que la burocracia es una nueva “clase” y que el régimen actual en la
URSS es un sistema especial de explotación de clases. ¿Qué nuevas conclusiones políticas surgen
de estas definiciones? La Cuarta Internacional reconoció hace mucho tiempo la necesidad de
derrocar a la burocracia mediante un levantamiento revolucionario de los trabajadores. No proponen
ni pueden proponer nada más quienes proclaman que la burocracia es una clase explotadora. [9]
Pero el cambio en la definición de la Unión Soviética exigido por la minoría del SWP tuvo
implicaciones que fueron mucho más allá de una aclaración terminológica. La definición
establecida de la URSS como un Estado obrero degenerado estaba relacionada con la demanda de
una revolución política más que social. Detrás de esta distinción estaba la convicción de que el
derrocamiento de la burocracia estalinista no implicaría un cambio en las relaciones de propiedad
establecidas sobre la base de la Revolución de Octubre. La clase obrera, después de haber destruido
el régimen burocrático y restablecido la democracia soviética, preservaría el sistema económico
basado en la nacionalización de la propiedad lograda mediante el derrocamiento de la burguesía
rusa y la expropiación de la propiedad capitalista. Esta conquista fundamental de la Revolución de
Octubre, la base económica fundamental para el posterior desarrollo económico y cultural de la
Unión Soviética, no sería abandonada.
La posición de la minoría partió del supuesto de que no quedaba nada de la Revolución de Octubre
que valiera la pena salvar. Por tanto, no había razón para mantener la defensa de la Unión Soviética
en el programa de la IV Internacional.
Trotsky planteó otro tema crítico. Si la burocracia representaba una nueva clase, que había
establecido en la URSS una nueva forma de sociedad explotadora, ¿cuáles eran las nuevas formas
de relaciones de propiedad identificadas de manera única con esta nueva clase? ¿De qué nueva
etapa del desarrollo económico, más allá del capitalismo y el socialismo, fue el “colectivismo
burocrático” una expresión históricamente legítima e incluso necesaria? La Cuarta Internacional
sostuvo que la burocracia había usurpado el poder político, que utilizó para adquirir privilegios
basados en la nacionalización de la propiedad lograda a través de la revolución obrera de 1917. El
poder dictatorial ejercido por la burocracia bajo el liderazgo de Stalin fue producto de la
degeneración del Estado soviético en condiciones políticas específicas. Estos fueron,
principalmente, el atraso histórico de la economía capitalista rusa anterior a 1917, que heredaron los
bolcheviques, y el prolongado aislamiento político de la Unión Soviética como consecuencia de la
derrota de los movimientos revolucionarios en Europa y Asia a raíz de la guerra bolchevique.
conquista del poder en Rusia.
Si estas condiciones persistieran —es decir, si el aislamiento de la Unión Soviética persistiera como
consecuencia de las derrotas de la clase trabajadora y la supervivencia a largo plazo del capitalismo
en los principales centros del imperialismo— el Estado obrero dejaría de existir. Pero el resultado
de este proceso, insistió Trotsky, tomaría la forma de la liquidación de la propiedad nacionalizada y
el restablecimiento de las relaciones de propiedad capitalistas. Este resultado implicaría la
transformación de una sección poderosa de burócratas, que explota su poder político para robar
activos estatales, en una clase capitalista reconstituida. Trotsky había advertido que este resultado
era una posibilidad real, que sólo podría evitarse mediante la revolución política, junto con la
revolución socialista en los países capitalistas avanzados.
Este examen cuidadoso del argumento sobre la definición terminológica apropiada de la Unión
Soviética permitió a Trotsky identificar las implicaciones históricas y políticas de gran alcance de
los cambios en el programa planteados por la oposición del SWP:
La alternativa histórica, llevada hasta el final, es la siguiente: o el régimen de Stalin es una
abominable recaída en el proceso de transformación de la sociedad burguesa en una sociedad
socialista, o el régimen de Stalin es la primera etapa de una nueva sociedad explotadora. Si el
segundo pronóstico resulta ser correcto, entonces, por supuesto, la burocracia se convertirá en una
nueva clase explotadora. Por más onerosa que sea la segunda perspectiva, si el proletariado mundial
resultara realmente incapaz de cumplir la misión que le ha encomendado el curso del desarrollo, no
quedaría nada más que reconocer que la revolución socialista, basada en las contradicciones
internas de la sociedad capitalista terminó como una utopía. Es evidente que se necesitaría un nuevo
programa “mínimo” para la defensa de los intereses de los esclavos de la sociedad burocrática
totalitaria.
Pero ¿existen datos objetivos tan incontrovertibles o incluso impresionantes que nos obliguen hoy a
renunciar a la perspectiva de la revolución socialista? Ésa es toda la cuestión. [10]
Por tanto, lo que estaba en juego era la legitimidad histórica de todo el proyecto socialista. ¿Fue la
alianza de Stalin con Hitler, combinada con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, una prueba
incontrovertible de que la clase obrera era incapaz de cumplir la tarea histórica que le asignaba la
teoría marxista? Así, toda la disputa con Burnham y Shachtman —y, de hecho, con todas las
muchas capas de intelectuales pequeñoburgueses desmoralizados por quienes hablaban— dependía
de si la clase obrera era, como establecieron Marx y Engels en su desarrollo y elaboración de la
concepción materialista de la historia, una clase revolucionaria. La respuesta de Trotsky a esta
cuestión histórica, que ha dominado la vida política e intelectual durante los últimos ochenta años,
es suficiente, casi por sí sola, para asentar su estatura como el pensador político más profundo y
visionario, igualado sólo por Lenin, del siglo XX. Por lo tanto, es apropiado citar este pasaje en su
totalidad:
La crisis de la sociedad capitalista que asumió un carácter abierto en julio de 1914, desde el primer
día de la guerra, produjo una aguda crisis en la dirección proletaria. Durante los 25 años que han
transcurrido desde entonces, el proletariado de los países capitalistas avanzados aún no ha creado
una dirección que pueda elevarse al nivel de las tareas de nuestra época. La experiencia de Rusia
atestigua, sin embargo, que se puede crear tal liderazgo. (Esto no significa, por supuesto, que será
inmune a la degeneración.) La pregunta, en consecuencia, es la siguiente: ¿Se abrirá a la larga la
necesidad histórica objetiva un camino en la conciencia de la vanguardia de la clase obrera?; es
decir, en el proceso de esta guerra y de los profundos choques que debe engendrar, ¿se formará una
auténtica dirección revolucionaria capaz de conducir al proletariado a la conquista del poder?
La Cuarta Internacional ha respondido afirmativamente a esta pregunta, no sólo a través del texto de
su programa, sino también por el hecho mismo de su existencia. Todos los diversos tipos de
representantes desilusionados y asustados del pseudomarxismo parten por el contrario del supuesto
de que la quiebra de la dirección sólo “refleja” la incapacidad del proletariado para cumplir su
misión revolucionaria. No todos nuestros oponentes expresan este pensamiento con claridad, pero
todos ellos —ultraizquierdistas, centristas, anarquistas, por no hablar de estalinistas y
socialdemócratas— trasladan la responsabilidad de las derrotas a los hombros del proletariado.
Ninguno de ellos indica con precisión en qué condiciones el proletariado será capaz de realizar el
vuelco socialista.
Si admitimos como cierto que la causa de las derrotas tiene sus raíces en las cualidades sociales del
proletariado mismo, entonces la posición de la sociedad moderna tendrá que ser reconocida como
desesperada. En condiciones de capitalismo en decadencia, el proletariado no crece ni numérica ni
culturalmente. Por lo tanto, no hay motivos para esperar que en algún momento se eleve al nivel de
las tareas revolucionarias. De manera totalmente diferente se le presenta el caso a quien ha aclarado
en su mente el profundo antagonismo entre el impulso orgánico, profundo e insuperable de las
masas trabajadoras de liberarse del caos sangriento capitalista, y el conservador, patriótico,
absolutamente burgués carácter del liderazgo sindical sobrevivido. Debemos elegir una de estas dos
tendencias irreconciliables. [11]
Ni Shachtman ni Burnham habían intentado analizar las consecuencias de sus perspectivas. Ni
siquiera fueron capaces de predecir su propia trayectoria política de derecha y proimperialista, y
mucho menos de prever el curso de la historia mundial. Su pensamiento político estaba guiado por
el pragmatismo más vulgar, que consistía en improvisar respuestas políticas a partir de impresiones
cotidianas de “la realidad de los hechos vivientes”, sin intentar ubicar los hechos a los que
reaccionaban dentro del esencial contexto histórico mundial. Trotsky llamó la atención sobre su
eclecticismo político.
Los líderes de la oposición separaron la sociología del materialismo dialéctico. Escindieron la
política de la sociología. En el ámbito de la política, dividieron nuestras tareas en Polonia de nuestra
experiencia en España; nuestras tareas en Finlandia de nuestra posición en Polonia. La historia se
transforma en una serie de incidentes excepcionales; la política se transforma en una serie de
improvisaciones. Tenemos aquí, en el pleno sentido del término, la desintegración del marxismo, la
desintegración del pensamiento teórico, la desintegración de la política en sus elementos
constitutivos. El empirismo y su hermano adoptivo, el impresionismo, dominan de arriba a abajo.
[12]
En el curso de esta polémica, Trotsky, de una manera que ciertamente tomó por sorpresa a Burnhan
y Shachtman, introdujo la cuestión de la lógica dialéctica en la discusión. Trotsky era, por supuesto,
consciente del hecho de que Burnham descartaba la dialéctica por carecer de sentido; y que
despreciaba a Hegel, a quien el pomposo profesor describió estúpidamente como “el
archiembrollador del pensamiento humano del siglo muerto”. [13] En cuanto a Max Shachtman, no
tenía ningún interés particular en asuntos relacionados con la filosofía y se declaró agnóstico en la
relación del materialismo dialéctico con la política revolucionaria. En esta situación, no había nada
artificial o caprichoso en el “giro filosófico” de Trotsky.
El desarrollo de una perspectiva científica, necesaria para la orientación política de la clase obrera,
requería un nivel de análisis, de una situación socio-económica y política compleja, contradictoria y,
por tanto, rápidamente cambiante, que no se podía adquirir a partir de criterios de la lógica formal,
diluida con el impresionismo pragmático. La ausencia de un método científico, a pesar de todas sus
pretensiones de experiencia filosófica, encontró una cruda expresión en la forma en que el análisis
de Burnham de la sociedad y las políticas soviéticas carecía de contenido histórico y se basaba en
gran medida en descripciones impresionistas de fenómenos visibles en la superficie de la sociedad.
El enfoque pragmático de sentido común de Burnham para los complejos procesos
socioeconómicos y políticos era teóricamente inútil. Él contrastó la Unión Soviética existente con lo
que pensaba, en términos ideales, que debería ser un Estado obrero genuino. No buscó explicar el
proceso histórico y el conflicto de fuerzas sociales y políticas, a escala nacional e internacional, que
subyacen a la degeneración.
Trotsky lo reprendió apropiadamente:
El pensamiento vulgar opera con conceptos tales como capitalismo, moral, libertad, Estado de los
trabajadores, etc. como abstracciones fijas, asumiendo que el capitalismo es igual al capitalismo, la
moral es igual a la moral, etc. El pensamiento dialéctico analiza todas las cosas y fenómenos en su
cambio continuo, mientras se determina en las condiciones materiales de esos cambios ese límite
crítico más allá del cual “A” deja de ser “A”, un Estado obrero deja de ser un estado obrero.
El defecto fundamental del pensamiento vulgar reside en el hecho de que desea contentarse con
huellas inmóviles de una realidad que consiste en un movimiento eterno. El pensamiento dialéctico
da a los conceptos, mediante aproximaciones más cercanas, correcciones, concretizaciones, riqueza
y flexibilidad; incluso diría una suculencia que en cierta medida los acerca a los fenómenos vivos.
No el capitalismo en general, sino un capitalismo dado en una etapa determinada de desarrollo. No
un Estado obrero en general, sino un Estado obrero dado en un país atrasado en un cerco
imperialista, etc.
El pensamiento dialéctico se relaciona con el pensamiento vulgar de la misma manera que una
película se relaciona con una fotografía fija. La película no prohíbe la fotografía fija, sino que las
combinan de acuerdo con las leyes del movimiento. La dialéctica no niega el silogismo, pero nos
enseña a combinar los silogismos de tal manera que acerquemos nuestro entendimiento a la realidad
eternamente cambiante. Hegel en su Lógica estableció una serie de leyes: cambio de cantidad en
calidad, desarrollo a través de contradicciones, conflicto de contenido y forma, interrupción de la
continuidad, cambio de posibilidad en inevitabilidad, etc., que son tan importantes para el
pensamiento teórico como el silogismo simple para tareas más elementales. [14]
Trotsky pertenecía a esa rara categoría de escritores verdaderamente grandes que buscaban y eran
capaces de expresar las ideas más profundas en un lenguaje accesible. Pero no logró la claridad a
expensas de la profundidad intelectual. Más bien, la claridad es una manifestación de su dominio de
las cuestiones teóricas esenciales.
También vale la pena señalar que este pasaje revela una sorprendente confluencia de la concepción
de la lógica dialéctica de Trotsky y Lenin. En su Conspectus de la Ciencia de la Lógica de Hegel
(que comprende una parte de los cuadernos de Lenin sobre filosofía publicados en el Volumen 38 de
las Obras completas del líder bolchevique), Lenin, comentando sobre Hegel, escribió:
La lógica es la ciencia de la cognición. Es la teoría del conocimiento. El conocimiento es el reflejo
de la naturaleza por parte del hombre. Pero esto no es una reflexión simple, inmediata, completa,
sino el proceso de una serie de abstracciones, la formación y desarrollo de conceptos, leyes, etc., y
estos conceptos, leyes, etc. (pensamiento, ciencia = “la Idea lógica”) abrazan condicionalmente,
aproximadamente, el carácter universal gobernado por leyes de la naturaleza eternamente en
movimiento y en desarrollo. Aquí hay en realidad, objetivamente, tres miembros: 1) naturaleza; 2)
cognición humana = el cerebro humano (como el producto más elevado de esta misma naturaleza),
y 3) la forma de reflejo de la naturaleza en la cognición humana, y esta forma consiste precisamente
en conceptos, leyes, categorías, etc. El hombre no puede comprender = reflejar = reflejar la
naturaleza como un todo, en su totalidad, en su “totalidad inmediata”, sólo puede acercarse
eternamente a esto, creando abstracciones, conceptos, leyes, una imagen científica del mundo, etc.,
etc. [15]
En abril de 1940, la minoría rompió con el SWP y creó su “Workers Party” (Partido de los
Trabajadores). Burnham permaneció en sus filas durante poco más de un mes. El 21 de mayo envió
una carta de renuncia a la organización que había cofundado con Shachtman, en la que anunciaba su
total y absoluto repudio al socialismo. Sacando las finales conclusiones de su rechazo del
materialismo dialéctico, Burnham escribió: “De todas las creencias importantes que se han asociado
con el movimiento marxista, ya sea en sus variantes reformista, leninista, estalinista o trotskista,
prácticamente no hay ninguna que yo acepte en su forma tradicional”. [16] Al enterarse de la
deserción del teórico de la oposición, Trotsky escribió a su abogado (y miembro del SWP) Albert
Goldman: “Burnham no reconoce la dialéctica, pero la dialéctica no le permite escapar de su red.
Está atrapado como una mosca en una red”. [17]
Tras su abandono del Workers Party, Burnham se movió rápidamente hacia la extrema derecha de la
política burguesa, se convirtió en un defensor de la guerra nuclear preventiva contra la Unión
Soviética y, poco antes de su muerte en 1987, recibió la Medalla de la Libertad por parte del
presidente Ronald Reagan. La evolución de Shachtman fue más prolongada. Su “tercer campo” fue
definido por el lema “Ni Washington ni Moscú”. Con el tiempo, Shachtman abandonó su
prohibición de apoyar a Washington y se convirtió en un defensor de la Guerra Fría librada por
Estados Unidos, que finalmente implicó un apoyo total a la invasión de Bahía de Cochinos en 1961
y, más tarde en la década, el bombardeo de Vietnam del Norte.
Continuará
[1] “El lugar de Trotsky en la historia”, en C. L. R. James and Revolutionary Marxism: Selected
Writings of C.L.R. James 1939-49, ed . Scott McLemee y Paul Le Blanc (Chicago, 2018), pág. 93
[2] El caso de León Trotsky (Nueva York, 1968), pág. 291
[3] León Trotsky “ La URSS en guerra ”, En defensa del marxismo (Londres, 1971), p. 21
[4] “En vísperas de la Segunda Guerra Mundial”, Writings of Leon Trotsky 1939-40 (Nueva York,
1973), p. 17
[5] Ibíd, págs. 17-18.
[6] Ibíd, p. 25
[7] Ibíd, p. 26
[8] Ibíd, págs. 19-20.
[9] En defensa del marxismo, p. 4
[10] Ibíd, p. 11
[11] Ibíd, págs. 14-15.
[12] Ibíd, págs. 114-15.
[13] Ibíd, p. 236
[14] Ibíd, págs. 65-66.
[15] Obras completas de Lenin, volumen 38 (Moscú: 1961), p. 182
[16] Ibíd, p. 257
[17] Ibíd, p. 224
(Artículo publicado originalmente en inglés el 20 de agosto de 2020)
El último año en la vida de Trotsky
Segunda parte
David North
WSWS

22 agosto 2020
Esta es la segunda parte de una serie. La primera parte se publicó el 20 de agosto. La tercera parte
se publicará el martes 25 de agosto.
Tras la escisión con la minoría del Partido Socialista de los Trabajadores (siglas en inglés, SWP),
Trotsky pudo centrar su atención en la redacción de un Manifiesto para la Conferencia de
Emergencia de la Cuarta Internacional, que había sido convocada para responder a la repentina
expansión de la guerra en Europa Occidental. La rápida conquista de Polonia por parte de la
Alemania nazi en el otoño de 1939 fue seguida por una pausa prolongada en el conflicto militar, la
llamada "Sitzkrieg". Pero en abril de 1940 Hitler inició una nueva etapa en la guerra. La Wehrmacht
se movió hacia el oeste, primero se apoderó de Noruega y Dinamarca y, en mayo, arrasó con
Holanda, Bélgica y Francia.
El Manifiesto de Trotsky comenzó con un llamamiento conmovedor a todas las víctimas de la
opresión capitalista-imperialista.
La Cuarta Internacional no se dirige a los gobiernos que han arrastrado a los pueblos a la matanza,
ni a los políticos burgueses que tienen la responsabilidad de estos gobiernos, ni a la burocracia
laboral que apoya a la burguesía beligerante. La Cuarta Internacional se dirige a los trabajadores y
trabajadoras, los soldados y marineros, los campesinos arruinados y los pueblos coloniales
esclavizados. La Cuarta Internacional no tiene ningún vínculo con los opresores, los explotadores,
los imperialistas. Es el partido mundial de los trabajadores, los oprimidos y los explotados. Este
manifiesto está dirigido a ellos. [1]
El Manifiesto rechazó todas las explicaciones oficiales del estallido de la guerra. "Contrariamente a
las fábulas oficiales diseñadas para drogar al pueblo", escribió Trotsky, "la principal causa de la
guerra, así como de todos los demás males sociales —el desempleo, el alto costo de la vida, el
fascismo, la opresión colonial— es la propiedad privada de los medios de producción junto con el
estado burgués que descansa sobre esta base”. [2] Como en la Primera Guerra Mundial, subyacente
al estallido del conflicto militar estaba la rivalidad entre las potencias imperialistas.
Por el momento, los principales protagonistas de este conflicto global eran Gran Bretaña, Francia,
Alemania e Italia, con Japón persiguiendo sus intereses en Asia. Estados Unidos, que, predijo
Trotsky, “intervendrá en el tremendo choque para mantener su dominio mundial. El orden y el
momento de la lucha entre el capitalismo estadounidense y sus enemigos aún no se conocen — tal
vez ni siquiera por Washington. La guerra con Japón sería una lucha por “espacio para vivir” en el
Océano Pacífico. La guerra en el Atlántico, incluso si se dirigiera inmediatamente contra Alemania,
sería una lucha por la herencia de Gran Bretaña". [3]
Trotsky hizo a un lado las afirmaciones de que las élites gobernantes estaban librando la guerra en
la "Defensa de la" Patria". La burguesía, escribió, “nunca defiende la patria por el bien de la patria".
Defienden la propiedad privada, los privilegios, las ganancias. … El patriotismo oficial es una
máscara para los intereses explotadores. Los trabajadores conscientes de clase arrojan esta máscara
desdeñosamente a un lado” [4] En cuanto a la invocación pretenciosa de los ideales democráticos,
estos no fueron menos fraudulentos que las declaraciones patrióticas. Todas las democracias, con
Gran Bretaña en el primer rango, ayudaron a llevar a Hitler al poder. Y todos derivaron una parte
sustancial de su riqueza de la brutal explotación de los pueblos coloniales.
El régimen de Hitler no era más que "la destilación químicamente pura de la cultura del
imperialismo". La afirmación hipócrita de que los poderes democráticos estaban luchando contra el
fascismo fue una flagrante distorsión política de la historia y la realidad.
Los Gobiernos democráticos, que en su día aclamaban a Hitler como un cruzado contra el
bolchevismo, ahora lo presentan como una especie de Satanás inesperadamente liberado de las
profundidades del infierno, que viola la santidad de los tratados, fronteras, reglas y regulaciones. Si
no fuera por Hitler, el mundo capitalista florecería como un jardín. ¡Qué miserable mentira! Este
epiléptico alemán con una máquina de calcular en el cráneo y un poder ilimitado en sus manos no
cayó del cielo ni salió del infierno: no es más que la personificación de todas las fuerzas
destructivas del imperialismo. [5]
Trotsky luego pasó a examinar el papel desempeñado por el régimen estalinista en la complicidad
del estallido de la guerra.
La alianza de Stalin con Hitler, que levantó el telón de la guerra mundial y condujo directamente a
la esclavitud del pueblo polaco, resultó de la debilidad de la URSS y del pánico del Kremlin frente a
Alemania. La responsabilidad de esta debilidad no recae en nadie más que en este mismo Kremlin;
su política interna, que abrió un abismo entre la casta gobernante y el pueblo; su política exterior,
que sacrificó los intereses de la revolución mundial a los intereses de la camarilla estalinista. [6]
A pesar de los crímenes de Stalin, una invasión de la Unión Soviética por parte de los nazis —que
Trotsky creía inevitable— pondría en tela de juicio no sólo la supervivencia de la dictadura del
Kremlin sino la de la URSS. Las conquistas de la revolución, por distorsionadas y desfiguradas que
fueran por el estalinismo, no podían entregarse a los ejércitos invasores del imperialismo. "Mientras
libra una lucha incansable contra la oligarquía de Moscú", proclamó Trotsky, "la Cuarta
Internacional rechaza decisivamente cualquier política que ayude al imperialismo contra la URSS".
Él continuó:
La defensa de la URSS coincide en principio con la preparación de la revolución proletaria mundial.
Rechazamos rotundamente la teoría del socialismo en un país, esa creación del estalinismo
ignorante y reaccionario. Solo la revolución mundial puede salvar a la URSS para el socialismo.
Pero la revolución mundial trae consigo la inevitable eliminación de la oligarquía del Kremlin. [7]
El análisis de Trotsky de la guerra abarcó los desarrollos en las posesiones coloniales, que estaba
convencido de que se convertiría en un teatro masivo de luchas revolucionarias globales. “Toda la
guerra actual”, escribió, “es una guerra por colonias”. Algunos los cazan; sostenido por otros que se
niegan a renunciar a ellos. Ninguna de las partes tiene la menor intención de liberarlos
voluntariamente. Los centros metropolitanos en declive se ven impulsados a drenar lo máximo
posible de las colonias y devolverles lo menos posible. Sólo la lucha revolucionaria directa y abierta
de los pueblos esclavizados puede abrir el camino para su emancipación”. [8]
Trotsky examinó las condiciones económicas y políticas en China, India y América Latina. En cada
situación, teniendo en cuenta las condiciones específicas, la victoria de la lucha contra las potencias
imperialistas dependía del establecimiento de la independencia política de la clase trabajadora de las
élites dominantes nacionales corruptas y comprometidas. La teoría de la revolución permanente,
que guio a la clase trabajadora rusa al poder en 1917, mantuvo plena validez para la clase
trabajadora en todos los países oprimidos por el imperialismo. El derrocamiento del dominio
imperialista estuvo inextricablemente conectado e inseparable de la lucha por el poder de los
trabajadores y el socialismo. Además, como había demostrado el ejemplo de Rusia, no existía un
orden especial que determinara a priori cuándo uno u otro país tendría condiciones que permitieran
a la clase trabajadora conquistar el poder. Trotsky explicó:
La perspectiva de la revolución permanente en ningún caso significa que los países atrasados deban
esperar la señal de los avanzados, o que los pueblos coloniales deban esperar pacientemente a que el
proletariado de los centros metropolitanos los libere. La ayuda llega a quien se ayuda a sí mismo.
Los trabajadores deben desarrollar la lucha revolucionaria en todos los países, coloniales o
imperialistas, donde se han establecido condiciones favorables, y con ello dar ejemplo a los
trabajadores de otros países. Sólo la iniciativa y la actividad, la determinación y la audacia pueden
realmente materializar el lema "¡Trabajadores del mundo, uníos!" [9]
En las secciones finales del Manifiesto, Trotsky volvió a las cuestiones teóricas y políticas centrales
que había planteado en la fase inicial de la lucha entre facciones contra la minoría pequeñoburguesa
y que lo preocuparían en las últimas semanas de su vida. El estallido de la Segunda Guerra Mundial
fue preparado por las traiciones de todas las organizaciones de masas existentes de la clase
trabajadora, ya sean socialdemócratas, estalinistas, anarquistas o alguna otra variedad de
reformismo. ¿Cómo, entonces, encontraría la clase trabajadora el camino al poder?
Trotsky revisó las condiciones esenciales para la conquista del poder por parte de la clase
trabajadora: una crisis que crea un impase político que desorienta a la clase dominante; intenso
descontento con las condiciones existentes entre grandes sectores de la clase media que priva a los
grandes capitalistas de su apoyo; la convicción de la clase obrera de que la situación es intolerable y
la voluntad de emprender acciones radicales; y, finalmente, un programa y un liderazgo decisivo
dentro de los sectores avanzados de la clase trabajadora. Pero cada una de estas condiciones puede
desarrollarse a un ritmo diferente. Mientras la burguesía se encuentra en un impase político y la
clase media busca alternativas a las condiciones existentes, la clase trabajadora —bajo la influencia
de derrotas pasadas— puede mostrar una renuencia a entrar en luchas decisivas. Trotsky reconoció
que las traiciones durante los años previos al estallido de la guerra habían creado un clima de
desánimo entre los trabajadores. "Sin embargo, no se debe sobreestimar la estabilidad o durabilidad
de tales estados de ánimo", aconsejó Trotsky. “Los eventos los crearon; los eventos los disiparán".
[10]
En el análisis final, tomando en consideración la compleja interacción de los elementos
contradictorios de una crisis social fundamental, el destino de la revolución depende de la
resolución del problema del liderazgo. Al enfrentar este problema, Trotsky planteó hipotéticamente
dos preguntas: “¿No será traicionada la revolución también esta vez, ya que hay dos Internacionales
[la Segunda Internacional Socialdemócrata y la Internacional Comunista Estalinista, también
conocida como la Comintern] al servicio del imperialismo mientras que los auténticos elementos
revolucionarios constituyen una pequeña minoría? En otras palabras: ¿lograremos preparar a tiempo
un partido capaz de liderar la revolución proletaria?” [11]
En su ensayo, "La URSS y la Guerra", escrito ocho meses antes, en septiembre de 1939, Trotsky
había indicado que el resultado de la Segunda Guerra Mundial podría resultar decisivo para
determinar la viabilidad de la perspectiva de la revolución socialista. "Los resultados de esta
prueba", había escrito, "sin duda tendrán un significado decisivo para nuestra valoración de la época
moderna como la época de la revolución proletaria". [12] Pero esta afirmación tenía el carácter de
un obiter dictum, un comentario incidental destinado, legítimamente, a subrayar la gravedad de la
situación mundial y los peligros que planteaba a la clase trabajadora. No estaba destinado a ser leído
como un calendario histórico inalterable. En un documento subsiguiente, escrito en abril de 1940,
Trotsky hizo un punto crítico sobre la metodología del análisis marxista:
Todo pronóstico histórico es siempre condicional, y cuanto más concreto es el pronóstico, más
condicional es. Un pronóstico no es un pagaré que se pueda cobrar en una fecha determinada. El
pronóstico describe solo las tendencias definidas del desarrollo. Pero junto a estas tendencias operan
un orden diferente de fuerzas y tendencias, que en un momento determinado comienzan a
predominar. Todos aquellos que buscan predicciones exactas de eventos concretos deben consultar a
los astrólogos. El pronóstico marxista solo ayuda en la orientación. [13]
En mayo, está claro que Trotsky buscaba orientar a la Cuarta Internacional sobre la base de una
perspectiva cuyo análisis se extendía más allá de la guerra y su resultado inmediato. La guerra no
fue solo la culminación de la crisis de la era posterior a la Primera Guerra Mundial; también fue el
comienzo de una nueva etapa en la crisis del sistema capitalista y la revolución mundial. Los
cuadros de la IV Internacional tenían que prepararse para un largo período de lucha.
“Naturalmente”, reconoció con franqueza, “este o aquel levantamiento puede terminar y
seguramente terminará en derrota, debido a la inmadurez de la dirección revolucionaria. Pero no se
trata de un solo levantamiento. Se trata de toda una época revolucionaria”.
¿Qué conclusión se desprende de esta valoración de la guerra como un punto de inflexión en la
historia mundial?
El mundo capitalista no tiene salida, a menos que se considere así una agonía de muerte prolongada.
Es necesario prepararse para largos años, si no décadas, de guerras, levantamientos, breves
interludios de tregua, nuevas guerras y nuevos levantamientos. Un joven partido revolucionario
debe basarse en esta perspectiva. La historia le proporcionará suficientes oportunidades y
posibilidades para ponerse a prueba, acumular experiencia y madurar. Cuanto más rápido se
fusionen las filas de la vanguardia, más se acortará la época de convulsiones sangrientas, menos
destrucción sufrirá nuestro planeta. Pero el gran problema histórico no se resolverá en ningún caso
hasta que un partido revolucionario se sitúe a la cabeza del proletariado. La cuestión de los tempos
y los intervalos de tiempo es de enorme importancia; pero no altera ni la perspectiva histórica
general ni la dirección de nuestra política. La conclusión es simple: es necesario continuar la labor
de educar y organizar a la vanguardia proletaria con diez veces más energía. Precisamente en esto
radica la tarea de la Cuarta Internacional. [14]
Continuará
[1] Escritos de León Trotsky 1939-40, p. 183
[2] Ibíd, p. 185
[3] Ibíd, p. 188
[4] Ibíd, p. 191
[5] Ibíd, págs. 193-94.
[6] Ibíd, p. 197
[7] Ibíd, págs. 199-200.
[8] Ibíd, p. 202
[9] Ibíd, p. 206
[10] Ibíd, p. 217
[11] Ibíd.
[12] En defensa del marxismo, p. 17
[13] Ibíd, p. 219
[14] Escritos de León Trotsky 1939-40, p. 218
(Artículo publicado originalmente en inglés el 21 de agosto de 2020)
León Trotsky, lector de Antonio Labriola
Ideas de Izquierda
Juan Dal Maso

Según cuenta en su autobiografía titulada Mi vida, León Trotsky se convenció de hacerse marxista
leyendo a Antonio Labriola (1843-1904), durante su primera detención en la cárcel de Odesa [1].
Trotsky había iniciado su militancia en una organización populista y era reactivo frente al
marxismo, pero Labriola le resultó convincente en la explicación de los procesos históricos y su
relación con las ideas:
Me resistí relativamente por mucho tiempo a aceptar al materialismo histórico, aferrándome a la
teoría de la multiplicidad de los factores históricos, que es hasta al presente, como se sabe, la teoría
más expandida en las ciencias sociales. Las personas llaman “factores” a una serie de aspectos de su
actividad social, dando a este concepto un carácter suprasocial y explicando luego
supersticiosamente su propia actividad social como un producto de la acción mutua de estas fuerzas
independientes. ¿De dónde vienen estos factores, es decir, en qué condiciones se han desarrollado
desde la humanidad primitiva? El eclecticismo oficial apenas se detiene en esta cuestión. Leí con
entusiasmo en mi celda dos ensayos en francés muy conocidos del viejo hegeliano italiano Antonio
Labriola, también marxista, que habían sido introducidos en la prisión. Labriola manejaba como
pocos escritores latinos la dialéctica materialista en el campo de la filosofía de la historia, si bien en
cuestiones políticas no podía enseñar nada. Bajo el intenso diletantismo de su exposición, se
ocultaban profundas verdades. Labriola hacía un magnífico ajuste de cuentas con la teoría de los
múltiples factores que pueblan el Olimpo de la historia y que desde allí gobiernan nuestros destinos.
Aunque hayan pasado treinta años desde que leí sus ensayos, todavía recuerdo perfectamente su
pensamiento como un refrán: “las ideas no caen del cielo”. Después de esto los teóricos rusos de la
multiplicidad y la diversidad de factores como Lavrov, Mijailovsky, Kareiev y otros me parecieron
poco consistentes [2].
Trotsky había intentado y finalmente escribió un ensayo sobre la francmasonería, apoyándose en la
lectura del marxismo de Labriola, pero le faltaban elementos mayores de formación marxista, según
él mismo señalaba retrospectivamente:
Hasta entonces no había tenido ocasión de consultar las obras fundamentales del marxismo. Los
ensayos de Antonio Labriola eran escritos filosóficos de carácter polémico. Exigían conocimientos
que yo no tenía, y me veía obligado a suplirlos por medio de conjeturas. Al término de la lectura de
Labriola, tenía un montón de hipótesis en la cabeza. El trabajo hecho sobre la francmasonería me
sirvió para verificar el valor de mis propias hipótesis. No descubrí nada nuevo. Todas las
argumentaciones metodológicas a las que llegué, hacía largo tiempo que estaban descubiertas y
aplicadas. Pero el caso era que yo había llegado a encontrarlas por mi cuenta –hasta cierto punto– y
tanteando en la sombra. Pienso que esto tuvo importancia para toda mi evolución ideológica
posterior [3].
Incentivado por la lectura de la Labriola, con muchas lagunas en cuestiones de marxismo, Trotsky
había iniciado sin embargo un camino en el materialismo histórico que tendría una larga duración y
que se había abierto por vías no dogmáticas:
Más tarde, encontré en Marx, Engels, Plejanov, Mehring, la confirmación de lo que en la cárcel me
parecía una simple conjetura aún sujeta a la verificación y que necesitaba ser fundamentada. Desde
el principio, asimilé el materialismo histórico de una forma no dogmática. La dialéctica se presentó
frente a mí, para comenzar, no en sus definiciones abstractas sino como una energía viva que yo
descubría en el proceso histórico mismo, en la medida en que yo buscaba comprenderlo [4].
Entonces Labriola había convencido a Trotsky de hacerse marxista, pero además le había
proporcionado ciertos elementos teóricos para una apropiación no dogmática del materialismo
histórico y en especial de la dialéctica, según comentaba el mismo Trotsky. Esto se puede constatar
tempranamente, por ejemplo, leyendo su artículo sobre la filosofía de Nietzsche, publicado en 1900,
texto que por un lado señalaba la base social de las ideas del pensador irracionalista, pero también
sus contradicciones ideológicas con la sociedad burguesa por un lado y con los anarquistas que
buscaban tomarlo como “uno de los suyos” por el otro [5].
La influencia de Labriola en Trotsky merece ser rastreada más allá de las afirmaciones explícitas de
este sobre ella porque se proyecta sobre importantes aspectos de su pensamiento. Si nos
proponemos buscar afinidades entre ciertos planteos de Labriola y otros de Trotsky, veremos que
hay mayores áreas de confluencia entre sus concepciones del marxismo de las que se podría
suponer ateniéndonos solamente a lo manifestado por Trotsky. Al reconocimiento de esas afinidades
dedicaremos estas líneas.
Método genético y desarrollo desigual y combinado
Las lecturas de Labriola prepararon a Trotsky para pensar con su propia cabeza en los problemas del
materialismo histórico y luego, según él mismo dijo, para una apropiación no dogmática de la
dialéctica. La dialéctica no debía ser tomada en términos de “definiciones abstractas” sino como
“energía viva”. Los problemas históricos debían ser analizados en su singularidad, a la vez que
contextualizados en una totalidad. Tal fue el caso de su formulación temprana de la revolución
permanente para pensar el posible desarrollo de la Revolución rusa y posteriores elaboraciones
como las “leyes del desarrollo desigual y combinado”.
Pero no nos adelantemos, señalemos primero la afinidad metodológica entre Labriola y Trotsky
sobre la dialéctica. En primer lugar, diremos que ambos fueron partidarios de no discutir la
dialéctica en abstracto sino de “bajar a tierra” las indicaciones de un famoso método que Marx
había prometido alguna vez sistematizar de manera explícita sin haberlo finalmente llevado a cabo.
Labriola consideraba que expresiones como “dialéctica” y “método dialéctico” dificultaban la
comprensión de la dialéctica como algo asequible a quienes no estaban familiarizados con la
tradición filosófica alemana y la filosofía profesional. Por este motivo, buscaba la forma de
“traducir” la dialéctica a un lenguaje materialista más directo y proponía hablar de método genético
o concepción genética. Se refería a un método que busca explicar su objeto de estudio, en este caso
la sociedad capitalista, a partir de las condiciones históricas concretas que le dieron origen, tanto
como de la “dilucidación de su proceso” [6], es decir la explicación del proceso histórico objetivo
en atención a los intereses materiales derivados de la compleijzación de la vida en sociedad, más
allá de las formas en que el género humano (incluidos los historiadores) se lo representaron. Este
método genético tenía para Labriola dos momentos o procedimientos intelectuales. Un primer
momento de “análisis y reducción” es decir de descomposición de los distintos aspectos de la
realidad histórica, en el que se podían tomar como objeto de análisis planos específicos como la
economía, las formas de representación ideológica o religiosa predominantes en un período
histórico, las instituciones políticas, etc., para comprender cada uno en su singularidad; y un
segundo momento de “mediación y composición” es decir de reconstrucción de las relaciones entre
los distintos elementos antes seccionados por el análisis para comprender la realidad histórica en su
carácter unitario. Este método es el que utiliza Trotsky en su Historia de la Revolución rusa.
Trotsky considera que el desarrollo histórico obedece a ciertas “leyes”, pero estas “leyes” no se
plantean a priori, sino que deben ser dilucidadas a partir de la explicación del proceso histórico tal
cual fue y no como debería ser. Esto requiere remontarse al pasado para comprender los procesos
que configuraron el presente que dio lugar a la Revolución rusa, reconstruyendo su historia y a la
vez las peculiaridades de la formación económico-social y el Estado rusos, cuyo análisis y
composición llevó a Trotsky a formular las “leyes del desarrollo desigual y combinado”:
Las leyes de la historia no tienen nada en común con el esquematismo pedantesco. El desarrollo
desigual, que es la ley más general del proceso histórico, no se nos revela, en parte alguna, con la
evidencia y la complejidad con que la patentiza el destino de los países atrasados. Azotados por el
látigo de las necesidades materiales, los países atrasados se ven obligados a avanzar a saltos. De
esta ley universal del desarrollo desigual de la cultura se deriva otra que, a falta de nombre más
adecuado, calificaremos de ley del desarrollo combinado, aludiendo a la aproximación de las
distintas etapas del camino y a la confusión de distintas fases, a la amalgama de formas arcaicas y
modernas. Sin acudir a esta ley, enfocada, naturalmente, en la integridad de su contenido material,
no sería posible comprender la historia de Rusia ni la de ningún otro país culturalmente rezagado,
cualquiera sea su grado [7].
Si bien Trotsky fue quien con más claridad señaló esta relación de superposición entre un principio
de diferenciación y otro de integración en los procesos históricos, no es muy difícil rastrear un
antecedente de la misma formulación en Labriola:
El tiempo histórico no ha transcurrido uniformemente para todos los hombres. La simple sucesión
de las generaciones no fue nunca indicio de la constancia e intensidad del proceso. El tiempo como
abstracta medida de cronología, y la sucesión de generaciones en tiempos aproximados en años, no
dan criterio ni constituyen indicación de ley o proceso. Los desarrollos fueron hasta ahora varios,
porque varias fueron las obras realizadas en una misma unidad de tiempo. Entre tales formas varias
de desarrollo hay afinidad o bien similitud de móviles, o sea, hay analogía de tipo, o sea, hay
homología; tanto que las formas avanzadas pueden, por simple contacto o por la violencia, acelerar
el desarrollo de formas atrasadas. Pero lo importante es entender que el progreso cuya noción es no
sólo empírica, sino siempre circunstancial y por esto limitada, no figura en el curso de las cosas
humanas como un destino o un hado, ni como manda la ley. Y por esto nuestra doctrina no puede
estar dirigida a representar toda la historia del género humano en un visión perspectiva o unitaria, la
cual repita, mutatis mutandi, la filosofía histórica... [8].
Las afinidades son notorias en cuanto a la crítica de una visión teleológica de la historia, de la
comprensión de esta en términos de leyes esquemáticas, en el reconocimiento de la desigualdad del
desarrollo y la posibilidad de que las “formas avanzadas” aceleren el proceso de las “atrasadas” y en
la noción del “progreso” como algo siempre circunstancial y limitado. En el caso de Trotsky, es
mucho más clara la formulación del desarrollo combinado y por ende se acentúa el problema de la
singularidad del desarrollo específico de un país, cuestión que en Labriola está más esbozada que
formulada con claridad, mientras hace más hincapié en el estímulo externo. Pero la cercanía de
ambos planteos es evidente.
La crítica de la “teoría de los factores”
Una de las polémicas más importantes realizadas en su momento por Labriola fue contra la llamada
“teoría de los factores” (a la que como vimos Trotsky afirmaba haberse aferrado por un tiempo).
Labriola adjudicaba el peso de la explicación por interacción de múltiples factores en la historia, a
la insuficiencia de la investigación histórica misma, pero también como punto de partida de una
explicación más profunda, que debía realizar la crítica de los factores para mostrar aquello a lo que
estos factores remitían: el proceso de la organización social en su totalidad:
Los factores se originan en la mente por la vía de la abstracción y la generalización de los aspectos
inmediatos del movimiento aparente y están a la par de todos los otros conceptos empíricos, los
cuales, surgidos en todo otro campo del saber, se mantienen allí hasta que son reducidos y
eliminados por vía de nueva experiencia o son reabsorbidos por una concepción más general, sea
genética, evolutiva o dialéctica [9].
Entonces, crítica de la teoría de los factores por su falta de perspectiva genética y unitaria, pero
reconocimiento de la importancia de una explicación histórica totalizadora que no fuera
reduccionista, pudiendo integrar el subyacente proceso económico con las vicisitudes político-
jurídicas, a través de un “proceso de derivación y mediación” que a su vez es “bastante complicado,
a menudo sutil y tortuoso, no siempre descifrable” [10].
Trotsky retomaría la crítica de los factores en un texto inédito, denominado “Las tendencias
filosóficas del burocratismo”, publicado por primera vez póstumamente en francés por Pierre Broué
en su edición de las Obras de Trotsky.
En ese texto, Trotsky recoge la crítica de Labriola, pero le agrega un elemento específico de su
propia crítica al stalinismo, señalando la afinidad de una “teoría de los factores” con el
funcionamiento de un aparato burocrático y su necesidad de un César o un Bonaparte que corone el
sistema:
El sistema más apropiado para una burocracia es la teoría de la causalidad múltiple, de la
multiplicidad de los “factores”. Esta teoría se levanta sobre la base más grande de la propia división
social del trabajo, en particular de la separación del trabajo intelectual y manual. Únicamente es por
este camino que la humanidad emerge de la dificultad del monismo primitivo. Pero, la forma
perfeccionada de la teoría de los múltiples factores, que transforma a la sociedad humana, y en su
movimiento, al mundo entero, en un producto de juegos mutuos (o en lo que se puede llamar “las
relaciones entre categorías”) de factores variados y fuerzas administrativas, en la que a cada uno se
le asigna su propia provincia particular o zona de jurisdicción –este tipo de sistema puede ser
elevado al status de “perla de la creación” solamente si existe una jerarquía burocrática, que con
todos estos ministros en los departamentos, se eleva por encima de la sociedad. Un sistema
burocrático, tal como lo ha demostrado la experiencia, necesita de un individuo único para coronar
el sistema [11].
Una vez más, la presencia de Labriola, en este caso a través del tratamiento de una misma
problemática, pero utilizada para el debate con otros adversarios, se hace evidente en el
pensamiento de Trotsky.
Comunismo crítico y teoría de la revolución
Yendo a las lecturas del marxismo en términos más globales, podemos encontrar también
importantes afinidades. Labriola señalaba que más que de marxismo era mejor hablar de
“comunismo crítico”, el cual tiene “por sujeto al proletariado y por objeto a la revolución
proletaria” [12] y era la consciencia de la necesidad de la revolución, pero también en ciertos
momentos “la consciencia de sus dificultades” [13]. Sus premisas filosóficas eran las de la
“filosofía de la praxis” que Labriola definía como la “filosofía inmanente a las cosas sobre las que
se filosofa. De la vida al pensamiento y no del pensamiento a la vida” [14]. El término “crítico”
tiene una larga historia y en el caso del marxismo, se relaciona con la crítica joven-hegeliana y su
influencia en Marx [15].
Recordemos que Marx, por su parte, había señalado que “la revolución proletaria se crítica a sí
misma” tanto como que la crítica debía trascender la mera refutación de textos y sistemas
filosóficos, incluso superar el estadio de crítica de la religión para ser una actividad práctico-crítica
revolucionaria, como sostiene en sus célebres Tesis sobre Feuerbach. Recogiendo esas reflexiones
marxianas, Labriola acuñaba el concepto de “comunismo crítico”. No rechazaba la definición de
comunismo o socialismo “científico”, pero por las específicas condiciones de lucha ideológica
contra el socialismo spenceriano y cientificista italiano, su hincapié estaba puesto en el carácter
crítico de la nueva doctrina.
En el caso de Trotsky, por la influencia de las específicas condiciones de constitución del marxismo
ruso, la idea del marxismo como ciencia será muy fuerte a lo largo de toda su trayectoria como
marxista. Sin embargo, la noción de comunismo crítico aparece perfectamente reconocible en su
trabajo teórico, no por la obviedad de su carácter crítico, sino por la centralidad que tiene la teoría
de la revolución en la elaboración teórica de Trotsky. La teoría de la revolución, diferente de la
crítica de la economía política o de los análisis de coyuntura, pero nutrida por estos, consiste en una
generalización de las conclusiones de las experiencias de la lucha de la clase obrera, en particular
sus revoluciones, estableciendo conceptos, hipótesis y “leyes” que permitan pensar la dinámica,
agentes y alternativas de las revoluciones contemporáneas. Así fue procediendo Trotsky con su
teoría de la revolución permanente, que primero fue una formulación relativa al carácter específico
de la revolución rusa, luego formuló como teoría centrada en el problema de la revolución
internacional (1927-1928) y finalmente reformuló en 1929-1930 como teoría de la revolución para
todos los países coloniales, semi-coloniales y de desarrollo burgués rezagado. Lo que queremos
señalar –marcando la afinidad entre la comprensión del marxismo como “comunismo crítico” por
Labriola y la centralidad de la teoría de la revolución en el marxismo de Trotsky– es que la teoría de
la revolución es consecuencia lógica de una comprensión del marxismo en términos de comunismo
crítico. Una doctrina que tiene por sujeto al proletariado y por objeto la revolución proletaria
necesita desarrollarse como crítica y autocrítica de las revoluciones y en ese sentido, constituir una
teoría de la revolución, campo en el que Trotsky fue mucho más sistemático que otros marxistas.
A modo de conclusión
Hemos esbozado a lo largo de este artículo algunos elementos sobre las relaciones entre el
pensamiento de León Trotsky y el de Antonio Labriola, que incluyen en algunos casos la
reivindicación o utilización explícita de planteos del marxista italiano por Trotsky y en otros,
afinidades que pueden reconocerse como tales a partir constatar la similitud de ciertos planteos
realizados por ambos. Para concluir, queremos señalar que la presencia de Labriola en Trotsky no es
circunstancial ni se refiere a cuestiones secundarias, sino que está relacionada con puntos nodales
del marxismo de Trotsky: su comprensión del “método” marxista, su forma de pensar y exponer los
procesos históricos, su crítica de la burocracia soviética y su teoría de la revolución. Una cuestión
poco visitada en los análisis del pensamiento de Trotsky, que vale la pena tener en cuenta.
Artículo publicado originalmente en la Revista Memoria de México el 21/08/2020.

[1] Trotsky León, Mi vida, Buenos Aires, Ediciones IPS-CEIP, 2012, pp. 158-161 (Obras Escogidas
2, coeditadas con la Museo Casa León Trotsky).
[2] Ibídem, p. 158.
[3] Ibídem, p. 161.
[4] Ibídem, p. 161.
[5] Trotsky, León, “A propos de la philosophie du superhomme” (1900) disponible en
https://www.marxists.org/francais/trotsky/livres/litterature/nietzsche.htm.
[6] Labriola, Antonio, La concepción materialista de la historia, México D.F., Ed. El Caballito,
1973, p. 130.
[7] Trotsky, León, Historia de la Revolución rusa, Tomo I, Bs. As., Ediciones IPS-CEIP, 2017
(Obras Escogidas 11, coeditadas con la Museo Casa León Trotsky), p. 23.
[8] Labriola Antonio, La concepción materialista de la historia, op. cit., pp. 143/144.
[9] Ibídem, p. 149.
[10] Ibídem, p. 153.
[11] Trotsky, León, “Las tendencias filosóficas del burocratismo”, disponible en
http://www.ceipleontrotsky.org/Las-tendencias-filosoficas-del-burocratismo.
[12] Labriola, Antonio, La concepción materialista de la historia, op. cit., p. 72.
[13] Ibídem, p. 96.
[14] Ibídem, p. 264.
[15] Ver Sacristán, Manuel, “El trabajo científico de Marx y su concepto de ciencia” en Sobre Marx
y Marxismo, Panfletos y materiales I, Barcelona, Icaria Editorial, 1983, pp. 317/367.
León Trotsky: una leyenda revolucionaria de hechos registrados y verdades comprobables
Ideas de Izquierda
Santiago Trinchero

La famosa trilogía de Isaac Deutscher será publicada por primera vez en Argentina por Ediciones IPS en
coedición con LOM Ediciones, de Chile. Un esfuerzo editorial para poner al alcance de las nuevas
generaciones una de las biografías más completas sobre la vida y obra de León Trotsky.

El historiador Thomas Carlyle dijo una vez que para escribir su biografía sobre el revolucionario inglés
Oliver Cromwell tuvo que sacarlo primero de abajo de “una montaña de perros muertos”. Carlyle hablaba de
las calumnias y falsificaciones de la historia oficial británica. Y Deutscher opinaba, creemos que con razón,
que su rescate de la personalidad de Trotsky y de su rol en la Revolución rusa tuvo por delante una tarea
similar.
Para los trotskistas del siglo XXI, y especialmente para los que crecimos y empezamos a militar en países
donde el peso del trotskismo al interior de la izquierda anticapitalista es superior al de otras tradiciones, los
obstáculos de la metáfora de Carlyle no nos son desconocidos. Pero a diferencia de varias generaciones
anteriores a la nuestra, hoy contamos al alcance de un click de una bibliografía abrumadora que prueba,
palabra tras palabra, el verdadero trasfondo político y social de la pelea entre la facción bolchevique-leninista
(trotskista) y el estalinismo en uno de los debates ideológicos más importante del siglo XX.
Pero cuando Deutscher publicó el primer tomo de esta trilogía en 1952, Stalin se encontraba en la cima de su
poder, erigido como uno de los triunfadores de la Segunda Guerra Mundial a caballo de los logros del
Ejército Rojo. La publicación de la obra en aquel momento significó un acto de valentía no solo al
reivindicar a la figura de Trotsky, sino también a los militantes y dirigentes que fueron derrotados por la
fracción estalinista. A lo largo de la década siguiente, Deutscher fue publicando los otros dos tomos de la
trilogía, pero el nombre de Trotsky seguía siendo el del enemigo publico número uno dentro de la URSS aun
durante el período de “desestalinización” de la burocracia.
La historia oficial soviética había borrado de los anales de la Revolución la participación de una generación
entera de bolcheviques, tildados ahora de contrarrevolucionarios. Recordemos como el propio Trotsky, a
propósito de los Juicios de Moscú, ironizaba sobre cómo podía ser posible que un Comité Central plagado de
espías y traidores haya sido responsable de la victoria más importante de la clase trabajadora contra los
capitalistas.
Los trotskistas del siglo XXI somos tributarios de esa lucha por la verdad histórica. Una lucha en el sentido
político de la verdad, entendida como parte del arsenal de las armas de la crítica contra este sistema. Una
tradición de rupturas y continuidades que se extiende a lo largo del siglo, plagada de miserias y heroísmos,
permite rastrear los puntos de contacto y de ruptura con el legado de los vencedores de Octubre.
La trilogía de Deutscher se inscribe en esta lucha y, pese a las diferencias políticas que nos separan del autor,
en sus páginas encontraremos algunas de las narraciones más hermosas, dramáticas e inspiradores que se
hayan escrito sobre los hombres y mujeres que hicieron morder el polvo por primera vez a los capitalistas.
“Una enorme mesa llena de manjares”
El polaco Ryszard Kapuściński, cronista genial, decía que los libros gordos se parecían a una enorme mesa
llena de manjares. Podemos usar esta metáfora para pensar la obra de Deutscher, porque efectivamente lo
que encontraremos en sus páginas son esas pinceladas dramáticas y brillantes que reconstruyen en nuestra
cabeza el imaginario de una época asediada por la guerra y la revolución.
Decimos enorme dando cuenta del fabuloso aporte de la tarea encarada por Deutscher y su esposa Tamara,
que investigaron por primera vez el archivo privado de Trotsky, incluida su correspondencia personal, bajo el
auspicio de Natalia Sedova.
El primer tomo, que lleva el nombre de El profeta armado, abarca el periodo desde el nacimiento de Trotsky
en 1879 hasta el final de la guerra soviética-polaca en 1921. El profeta desarmado continúa desde 1921 hasta
que fue desterrado secretamente hacia Alma Ata, territorio soviético en el actual Kazajistán, en enero de
1928. La obra concluye con El profeta desterrado, donde seguiremos a Trotsky desde Prinkipo, en Turquía,
hasta su asesinato en Coyoacán en 1940.
Porque decir que Deutscher escribe bien (¡y qué bien!) no le hace justicia a su mecanismo literario. Las
palabras no se arrastran pidiendo permiso, ninguna frase está de más. Cada oración está construida para
meter un ritmo en el corazón del lector, una especie de crescendo literario que prepara el pulso para la cruda
descripción del drama histórico que adquiere las tonalidades de una épica.
En las páginas de El profeta… seguiremos el desarrollo de Trotsky desde sus primeras rebeldías en Odessa
hasta su infame final en Coyoacán. Veremos una descripción de la insurrección de Octubre que
complementará nuestra lectura de la Historia de la Revolución rusa del propio Trotsky, conoceremos hasta
los huesos las personalidades de esos hombres y mujeres que se atrevieron a tomar por asalto las puertas del
Cielo.
Nos describe las batallas de la guerra civil con una crudeza y una brutalidad que nos llenará de espanto y
admiración. Deutscher nos narra la vida dentro del tren blindado y los frenéticos viajes entre los frentes
recorriendo un kilometraje que excedió la circunferencia de nuestro planeta.
Veremos al Trotsky victorioso, “agobiado por el peso de su armadura” y lo veremos también luchando a
puño limpio, cargado de optimismo en el porvenir, incluso mientras es arrastrado desnudo por el barro. Aún
humillado, alejado del Comité Ejecutivo de los Soviets, Deutscher nos presenta a un Trotsky casi
desconocido, que va a las universidades a disertar sobre química, física o ingeniería civil. Que trabaja
incansablemente incluso desde las oficinas marginales a las que lo confinaron antes del exilio definitivo.
La marcha de la primera Revolución china de 1927 hacia el desastre nos la cuenta con el vértigo que sentía el
propio Trotsky, y es imposible no dejarse llevar por la emoción de sentirse testigo de los acontecimientos.
Todo el debate de la oposición a la burocracia está escrito bajo el pulso de una épica secular, que va a
fascinar al militante ya convencido pero también a cualquier persona medianamente interesada en la política.
Veremos a los campesinos ricos, temerosos de la colectivización forzada de la década del 30, hacer sus
hecatombes de ganado. Matando miles de animales y devorándolos sin hambre, vomitando el suelo de carne
y de vodka y volviéndose a poner en pie para seguir devorando con tal de que la revolución no se lleve lo
que creen que les corresponde.
Deutscher nos narrará las terribles escenas de los gulags, de los miles y miles de presos políticos que
enfrentaron al pelotón de fusilamiento gritando “¡viva Trotsky!”, y cómo los otros presos entonaban “La
Internacional” mientras el pelotón los enfrentaba. Podríamos desde acá desafiar a cualquier trotskista a que
lea sin emocionarse las páginas dedicadas a la heroica huelga de hambre de los presos del gulag de Vorkuta y
no se hermane con el dolor y la fuerza de esos camaradas caídos, cuya entereza es una de las piedras
angulares de nuestra tradición porque demuestra que ninguna adversidad es suficiente para doblegar la
voluntad de acción de quien quiere dar vuelta todo y se organiza para ello.
De conjunto, la obra de Deutscher posee un valor incalculable como combustible de nuestros sueños. Nos
ayuda a recrear un imaginario en tiempos no revolucionarios de una época donde la revolución era la regla,
del tipo de hombres y mujeres que parían estas revoluciones, sus motivaciones y su entrega total a la causa
de abolir la opresión y la explotación. Describir todos los pasajes sobresalientes de la obra excedería los
límites de esta breve reseña. Pero créannos, este es un libro que les va a cambiar la vida y va a alimentar la
imaginación de cualquier persona que lo lea.
Pesimismo de la voluntad, optimismo de la (sin)razón
En varias oportunidades Deutscher se lamentará de la deriva de la IV Internacional, empresa que él juzgará
hasta el último día de su vida como prematura. Para Deutscher, Trotsky debería haberse retirado de la vida
pública y dedicar su enorme cerebro a sintetizar las conclusiones de la época que le tocó vivir. Cabe
preguntarse si esa opción era posible para Trotsky, sí puede separarse al revolucionario de la acción para
convertirlo en solamente un teórico.
En la obra de Deutscher que ahora reseñamos también se expresa una esperanza del autor: que la burocracia
soviética podía reformarse desde dentro. En un cáustico artículo fechado dos años después de la publicación
del primer tomo de El profeta, el trotskista norteamericano James Cannon se despacha contra Deutscher
abriendo un serie de controversias entre el movimiento trotskista y la trilogía. Este optimismo genuino de
Deutscher lo podemos encontrar en varios pasajes del libro, pero en especial en las esperanzas que albergaba
el autor de que la obra sirviera para que las nuevas generaciones soviéticas recobraran el honor de Trotsky
frente la historia oficial.
A treinta años de la caída del Muro de Berlín, cuando la burocracia soviética se arrojó como una manada de
hienas sobre la propiedad estatal para reciclarse como una nueva burguesía, podemos afirmar que el
optimismo de Deutscher no estaba justificado y que fue Trotsky el que mejor comprendió la dinámica social
de la burocracia de Stalin, pero también la de Malenkov, Kruschev y la lista que vino después, que jamás
volvió a rehabilitar a la obra de Trotsky ni a su figura dentro de la URSS.
Una realidad a la altura del mito
Deutscher no militó mucho tiempo en las filas del trotskismo pero siempre fue opositor por izquierda al
régimen burocrático. Toda su obra desborda admiración y contagia su entusiasmo por la figura de Trotsky.
“No puede ser”, dice en un momento,
…sería contrario a todo sentido histórico, que una energía intelectual tan poderosa, una actividad tan
prodigiosa y un martirio tan noble no hayan de tener ricas consecuencias a la larga. Ese es el material del que
están hechas las leyendas más sublimes e inspiradoras, solo que la leyenda de Trotsky se compone de
principio a fin de hechos registrados y verdades comprobables. En ella, ningún mito revolotea sobre la
realidad, sino que la realidad misma se eleva a la altura del mito.
Deutscher no escribió su trilogía para pintar un Trotsky quijotesco, un soñador impotente chocando contra
molinos de viento. Más bien arroja otra luz sobre hechos que nos resultan conocidos o familiares para los que
estamos relacionados con la obra de Trotsky pero también para el público general que desee conocer los
entretelones, sueños y pasiones de uno de los principales protagonistas de la primera mitad del siglo XX, y
nos brinda un panorama más que documentado en el que el lector también es libre de llevarse sus propias
conclusiones.
Si podemos afirmar que las esperanzas de Deutscher sobre el fin del régimen burocrático por la vía de la
reforma interna se demostraron infundadas, también podemos afirmar con la misma convicción que la obra
que escribió dedicada a esa generación soviética de la posguerra es capaz de inspirarnos a nosotros, del otro
lado del tiempo, el mismo deseo de transformación radical de la realidad, mirándonos en el espejo de los que
lucharon antes de que nosotros llegásemos a tomar su lugar en el campo de batalla de la lucha de clases.
La honestidad intelectual de Deutscher, incluso en sus diferencias, contrasta dulcemente con la máquina de
mentir estalinista y con los payasos apócrifos contemporáneos como Robert Service, en quien se basaron
para la reciente serie rusa sobre Trotsky.
¿Qué más podemos agregar? Para quienes empezamos a militar a comienzos de este siglo, el libro de
Deutscher era una rareza. Algunos que cruzaban la cordillera se traían de Chile la edición de LOM, pero
continuó siendo una rara avis en cualquier biblioteca particular. Hay un lapso de muchos años donde el libro
no estuvo disponible a un público amplio en Argentina y donde muchos debimos leerlo de prestado. No
podemos sentir más que alegría al pensar que una nueva generación de jóvenes tendrá en sus manos esta obra
para encontrar en ella la inspiración para edificar su convicción sobre las sólidas bases de nuestra tradición
revolucionaria.
Entrevista a Emilio Albamonte: la actualidad del trotskismo hoy
Ideas de Izquierda

Para comenzar ¿cuál es el significado histórico del teórico y político revolucionario León
Trotsky?
Para las nuevas generaciones: en el momento de su asesinato, Trotsky era una figura temida no solo
por el estalinismo sino también por todos los gobiernos capitalistas; Winston Churchill lo había
descripto, incluso estando en el exilio aislado, como el “ogro de la subversión internacional”. En los
años ’30, en los campos de concentración de la helada Siberia se podía escuchar a cientos de
fusilados morir al grito de “¡Viva Trotsky!”. ¿Qué significaba ese grito en boca de aquellos
militantes bolcheviques veteranos que habían sido en muchos casos protagonistas de la Revolución
rusa de 1917 y habían luchado en el Ejército Rojo? Era una protesta con el último hálito de vida
contra la liquidación de la democracia de los soviets, de los consejos obreros y campesinos por
parte de la burocracia, que hacía retroceder brutalmente las conquistas de la democracia obrera. Era
una protesta contra la colectivización forzosa y las masacres de millones de campesinos; contra la
instalación del gulag; en fin, contra la expropiación política del poder de la clase obrera y la
constitución de un régimen totalitario.
Esa valentía y lucidez era también la de muchos seguidores de Trotsky en Occidente. Recordemos
sin más a Rudolph Klement, que llevaba consigo los documentos de fundación de la Cuarta
Internacional, y apareció flotando en el Sena, asesinado por la KGB unos días antes de la
conferencia de fundación en septiembre de 1938. Recordemos a Martin Monath, joven militante
que, en la Francia ocupada por los nazis, organizó células en el ejército alemán, que fueron
descubiertas –lo cual provocó el asesinato por parte de la Gestapo de todos los conjurados–, dando
un enorme ejemplo de fraternidad internacional de los trabajadores. Aunque fracasaron en sus
objetivos, lograron dar un ejemplo de cómo podrían haberse ahorrado millones de vidas humanas si
los grandes partidos socialdemócratas y estalinistas, en vez de empujar el odio chauvinista entre
naciones, hubieran desarrollado en gran escala la confraternización entre los trabajadores ahora en
uniforme.
Antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, los trabajadores habían protagonizado enormes
revoluciones, que fueron brutalmente traicionadas por socialdemócratas y estalinistas, como las
revolución china del ‘27-‘28, la grandiosa revolución y guerra civil española de la década del ’30, o
el ascenso obrero en Francia, traicionado por el Frente Popular. Solo Trotsky y sus seguidores en
occidente, apresados, exiliados y asesinados por los nazis, por los estalinistas y hasta por los
capitalistas “democráticos”, se opusieron a la política suicida que relataron los compañeros de
Alemania [ver aquí] y que culminó con la Segunda Guerra Mundial. Entonces, el grito “¡Viva
Trotsky!” de los cientos que enfrentaban el pelotón de fusilamiento sintetizaba esas grandes luchas
y esas grandes derrotas de la clase obrera internacional.
¿Cómo podrías definir la situación actual?
Muchas cosas cambiaron y otras no. El fascismo fue derrotado por los Aliados en la Segunda
Guerra Mundial, como todos sabemos. La burocracia estalinista sobrevive unas décadas luego del
triunfo de la Unión Soviética frente a los nazis. Durante un período parecía que realizaba su sueño
de industrialización y de “socialismo en un solo país”, pero luego, como no podía ser de otra
manera, se estancó la economía por las presiones del imperialismo mundial, y se derrotaron los
intentos de revoluciones políticas en Polonia, Hungría y Checoslovaquia, haciéndose al final
realidad uno de los pronósticos Trotsky en su gran libro La revolución traicionada, de que la
burocracia dirigente se transformaría en restauradora del capitalismo.
Hubo muchos cambios, pero ¿cómo llegamos a la situación actual?
En primer lugar, tengo que decirte que el movimiento trotskista quedó descabezado. Deutscher lo
definió como un barquito pequeño con una vela enorme. Esa vela desapareció bajo la piqueta
estalinista. En la situación objetiva se cambió todo para que nada cambie, como solía decir el
novelista italiano Lampedusa en El gatopardo. El estalinismo hizo un pacto, con los acuerdos de
Yalta y Potsdam, con los vencedores capitalistas de la guerra, Norteamérica e Inglaterra, donde se
dividieron las zonas de influencia para, sin dejar de competir entre ellos, desviar o derrotar la
revolución internacional. No pudieron frenar, sin embargo, grandes revoluciones como la
Revolución china, aunque lograron que grandes procesos de independencia en el mundo
semicolonial no llevaran al socialismo.
El capitalismo, que ganó unas décadas de respiro relanzando la producción para cubrir lo destruido
en la guerra –el famoso plan Marshall–, no solo siguió sometiéndonos a crisis recurrentes como la
del petróleo de los ‘70 sino que, asustado por las enormes luchas obreras desde fines ‘60 hasta
mitad de los ‘70, largó la gran contraofensiva neoliberal. Lograron infringirle una gran derrota a los
trabajadores no solo en Occidente sino conquistando para el capital a los que llamábamos “Estados
obreros”, fundamentalmente Rusia y China. A pesar de estos avances, no pudo evitar la gran crisis
del 2008, que abre un ciclo de crisis histórica, el cual ahora se profundiza con la pandemia. Parece
que estamos viviendo no solo una crisis coyuntural del capitalismo, sino una crisis histórica, más
parecida a los ‘30 que a la serie de crisis que venimos presenciando desde los años ‘70.
¿Por qué decir que se parece a una crisis histórica como la de los años ‘30?
Mirá, en primer lugar, porque es parte del ciclo abierto en 2008. A pesar de las recuperaciones
parciales, el capitalismo nunca logró restaurar la situación de crecimiento previa este año. En estos
primeros meses de la pandemia se ha planteado la amenaza de quiebras masivas de empresas, con
su secuela de millones de nuevos desempleados, baja de salarios y pobreza generalizada. Mientras
tanto, los Estados nacionales ponen en marcha rescates multimillonarios que agravan sus enormes
deudas sin encontrar ninguna solución estructural para las economías de sus países. La llamada
globalización, que marcó la historia de las últimas décadas y ahora está en crisis, abrió paso al
“America First” de Trump, a las peleas por la tecnología, como el 5G, a la reanudación de la carrera
armamentística, a las guerras comerciales con China, y a las tendencias nacionalistas que estamos
viendo en los diversos países y, junto con esto –no hay que olvidar–, a una renovada lucha de
clases.
Se están produciendo muchos análisis sobre las consecuencias económicas y sociales de la
crisis, pero se habla mucho menos de la lucha de clases como factor decisivo…
Sí, como vimos durante el 2018 con los Chalecos Amarillos en Francia o con las grandes huelgas
obreras dirigidas por los ferroviarios y los colectiveros contra la reforma de las jubilaciones. El
mundo estuvo sacudido por una oleada de revueltas por motivos económicos, democráticos,
políticos, que atravesaron desde Hong Kong en el Extremo Oriente, pasando por el Medio Oriente
con Líbano, Irán e Irak, o el Norte de África con Argelia y Sudán, y llegaron hasta nuestro
subcontinente, en Latinoamérica con la grandiosa revuelta de la juventud de los trabajadores
chilenos. Sin olvidar las jornadas revolucionarias de Ecuador, las grandes luchas de los trabajadores
colombianos, la resistencia al golpe en Bolivia. Todo esto para tratar de resumir los acontecimientos
de los últimos años, pero debemos recordar que luego de la crisis del 2008 hubo una revolución,
luego derrotada, en Egipto, y todo un proceso que se llamó la Primavera Árabe, y grandes acciones
de masas en países decisivos como Turquía, España y Brasil. Se habla poco de la lucha de clases
pero ha estado muy presente desde el inicio de la crisis del 2008. Hoy, casi al inicio de esta nueva
etapa de la crisis, agudizada por el coronavirus, vemos la movilización más grande de la historia de
los afrodescendientes y explotados en el racista corazón del imperialismo yanki.
¿Cómo definirías entonces la situación actual de conjunto?
Y, mirá, si la tengo que definir en pocas palabras, a mí me parece que entramos a una etapa donde
se actualizan las características de la época imperialista, que Lenin, Trotsky y la Tercera
Internacional llamaron “de crisis, guerras y revoluciones”.
Queda claro cuáles son para vos las condiciones objetivas para que avancen los marxistas
revolucionarios, pero ¿cuáles serían las condiciones subjetivas para que esta época termine
con revoluciones socialistas triunfantes?
Voy a tratar de contestarte sintéticamente, pero es una pregunta que da para una respuesta muy
larga. Tengo que empezar por decir que, como balance del siglo XX, a pesar del carácter bombero
del estalinismo, de la socialdemocracia, hubo grandes procesos revolucionarios; muchos de ellos
fueron derrotados o desviados de sus objetivos socialistas por todo tipo de direcciones.
Ya en el lejano 1906, refiriéndose a la socialdemocracia alemana que en ese momento contaba con
millones de votos y afiliados y dirigía a gran parte los sindicatos, Trotsky previó que por el carácter
centrista de su dirección se podría transformar, en situaciones agudas, en un factor enormemente
conservador. Esto fue predicho una década antes de que la socialdemocracia votara en el parlamento
los créditos que permitieron la carnicería de la Primera Guerra Mundial. Así lo hicieron todos los
poderosos partidos europeos de la Segunda Internacional: salieron en defensa de sus “patrias
burguesas” y traicionaron sus juramentos de enfrentar la guerra con huelgas generales coordinadas.
Este tipo de traiciones las repitieron y agrandaron luego los estalinistas de todo pelaje. Esto se
transformó en un curso de acción común, que incluyó incluso guerras entre países que habían
derrotado al capitalismo. El carácter revolucionario del troskismo en vida de Trotsky no está en
duda. Él y su corriente se opusieron y plantearon alternativas revolucionarias frente a todo este ciclo
de grandes revoluciones y traiciones. Luego de la muerte de Trotsky y de la Segunda Guerra
Mundial, el propio movimiento trotskista, ahora descabezado, se transformó en consejero de esos
grandes partidos reformistas o, en el otro extremo, se refugió en posiciones propagandistas
sectarias. No pudieron ser una alternativa entonces a este curso que terminó en la pérdida, a manos
del capitalismo y del imperialismo, de muchas de las grandes conquistas la clase trabajadora.
¿Entonces vos planteás que la situación subjetiva es muy mala para la gran crisis que
enfrentamos?
Si y no, hay que verlo dialécticamente. La existencia de la URSS y las revoluciones triunfantes
daban gran autoridad a direcciones como la maoísta o la cubana, en nuestro propio continente, para
plantear políticas de conciliación de clases que incidían cualitativamente para que toda nueva
revolución sea desviada o traicionada, muchas veces combinadas con políticas ultraizquierdistas
como la estrategia de guerra de guerrillas que impusieron los cubanos en los años ‘70 en nuestro
continente. La historia del siglo XX tiene algunas revoluciones triunfantes bajo dirección estalinista
o pequeñoburguesa que, en vez de luchar por la extensión de sus conquistas, tenían como objetivo
realizar el “socialismo en un solo país”, que después de algunos éxitos en las primeras décadas
retrocedían, se estancaban, y finalmente transformaban a las burocracias dirigentes en
restauracionistas del capital, provocando un gran retroceso en la clase trabajadora, no solo en esos
países sino a nivel internacional. La parte positiva de esta tragedia histórica es que hoy no hay,
frente a la crisis que enfrentamos, enormes aparatos con millones de militantes y prestigio para
frenar, desviar y finalmente derrotar los procesos revolucionarios que se abran. Para darte un
pequeño ejemplo: nuestros jóvenes compañeros y compañeras de Chile que forman el PTR lograron
hacer una coordinadora en Antofagasta, al norte del país en la zona minera, y consiguieron para la
huelga general un frente único con la CUT, dirigida por el Partido Comunista, que convocó a un
acto común de toda la región en medio del proceso de huelga y revuelta, que reunió más de 20.000
trabajadores. Esto era imposible por supuesto en la década ’70, donde el PC tenía decenas de miles
de militantes, formaba parte del gobierno y terminó apoyando la monstruosidad de poner a Pinochet
en el gabinete de Allende, lo que le permitió a los golpistas controlar todas las posiciones un mes
antes de asestar el golpe. Si desde un punto de vista este ciclo de derrotas y resistencias ha
debilitado la moral e incluso la estructura del proletariado, desde el punto de vista de los obstáculos
a enfrentar estamos mucho mejor. Estos aparatos entregaron conquistas y revoluciones a costa de
devaluarse y perder la mayor parte de la hegemonía que ejercían sobre las clases laboriosas. Para
concluir la respuesta a tu pregunta, la profundidad de la crisis –que se clarificará en el próximo
período– y la debilidad de todo tipo de dirección reformista burocrática, es un hándicap para que
nosotros, los trotskistas, si desarrollamos y fogueamos la acumulación de cuadros y dirigentes que
hemos logrado en muchos países, podamos jugar un rol decisivo en el ascenso de los trabajadores
que se vislumbra, quizá, muy superior al jugado por los trotskistas en crisis y ascensos anteriores.
¿Y dónde se expresa hoy el movimiento de masas?
Los socialdemócratas reformistas se transformaron en abiertamente neoliberales e incluso grandes
partidos estalinistas de masas, como el italiano, se hicieron también directamente neoliberales. Los
Partidos Comunistas como el francés, el uruguayo o el chileno, son incomparablemente más débiles
ahora que en su momento. Las nuevas formaciones reformistas o neoreformistas, como las
llamamos nosotros, como Syriza y Podemos, son fenómenos esencialmente electorales, sin
militancia, por lo tanto son también expresión de esa debilidad.
Para contestar tu pregunta hasta el final, importantes sectores de masas con diferencias grandes
entre países se siguen expresando en los sindicatos que, aunque son impotentes y sin prestigio,
constituyen el lugar central donde muchas veces se expresan la lucha de los y las trabajadoras. Es
por eso que hay que trabajar en ellos. Sus cúpulas burocratizadas oscilan entre exigencias de
reformas que por lo general son impotentes, cuando no se transforman directamente en agentes de la
contrarrevolución, como lo hicieron en Argentina en la década de los ‘70 formando parte la 3A, que
asesinó a 1.500 de los mejores activistas obreros antes del 24 de marzo 1976. En el Programa de
transición, Trotsky afirma que los sindicatos no agrupan, en el mejor de los casos, más que el 25 %
de la clase trabajadora, pero que muchas veces en ellos y sus organizaciones de base –cuerpos de
delegados, comisiones internas– se encuentran los sectores más conscientes y organizados. Es por
eso que sostiene que el que le da la espalda a los sindicatos, le da la espalda a las masas. Hay que
ganar peso militante entre los mismos para arrancar a las cúpulas burocratizadas de su sillones,
lograr llamados a la lucha para que en la propia acción, por mínima que sea, la clase trabajadora
termine de hacer la experiencia con esta casta podrida y nos permita conquistar los sindicatos para
una lucha de clase consecuente.
Por supuesto que la lucha dentro de esa minoría de la clase obrera no es suficiente para dirigir a las
grandes masas que entran en combate en un proceso revolucionario, hay que levantar un programa
que establezca la hegemonía de los trabajadores sobre la inmensa masa de precarios informales, que
la crisis aumentará día a día. La lucha por recuperar nuestras organizaciones es inseparable de unir
las filas obreras, hoy divididas entre ocupados, precarios y desocupados, teniendo también una
política hacia el imponente movimiento de lucha de las mujeres, hacia el movimiento negro, hacia
el de los inmigrantes, y hacia las clases medias arruinadas, para que no sean ganadas por la derecha.
Todo esto nos debe alentar. Si la crisis se desarrolla y actuamos bien, tendremos una oportunidad
para que podamos forjar partidos con influencia de masas y refundar la Cuarta Internacional, y en
esto esperamos confluir con las tendencias de nuestro movimiento que busquen, como
modestamente hacemos nosotros, levantar un programa y una estrategia consecuente. Sin ir más
lejos, el éxito de la Red de La Izquierda Diario, con millones de entradas en los momentos agudos
de lucha de clases, y que son editados diariamente en múltiples idiomas, parece anticipar esta
perspectiva.
Para vos se abre una oportunidad para que los trotskistas puedan construir partidos
revolucionarios en distintos países y reconstruir la Cuarta Internacional, pero ¿qué significa
ser trotskista hoy, ya ha avanzado el siglo XXI?
Sí, qué difícil para decirlo en pocas palabras. Algunos compañeros nos dicen que la definición de
trotskista remite solamente a un problema ideológico, dando a entender que no es clave desde el
punto de vista de desarrollar una práctica revolucionaria hoy. No se trata de un problema
simplemente en nombres. Cuando hablamos del “trotskismo” no nos referimos a una ideología más,
como puede ser profesar tal o cual religión, como ser católico, protestante, budista, sino una teoría
con bases científicas que fundamenta un programa y una estrategia para que las y los explotados
puedan vencer en su lucha contra los explotadores. Todo esto está condensado en la teoría-programa
de la Revolución Permanente y el Programa de transición, que nos dan un cierto GPS para recorrer
el camino que nos lleve al triunfo de la clase trabajadora y los oprimidos, tanto a nivel nacional
como internacional.
Para las nuevas generaciones, ¿cuál es la teoría del trotskismo?
Los camaradas que me precedieron [en el homenaje a Trotsky de la FT-CI] explicaron distintos
aspectos de la teoría de la revolución permanente. Ya en el siglo XXI, es claro que no es más que
una ilusión pensar que los países atrasados, o llamados subdesarrollados, van a desarrollarse y
liberar a cientos de millones que viven en la miseria en todo el mundo de las manos de las
burguesías locales, atadas por unos mil lazos al capital financiero internacional. En Latinoamérica,
hasta hace pocos años hemos vivido un ciclo de ascenso de los que apostaron a desarrollar las
famosas burguesías nacionales, como Lula, los Kirchner o Chávez. Solo ver el desastre en que
quedó Venezuela luego de dos décadas de chavismo nos evita tener que hablar mucho más. Echarle
solo la culpa a los bloqueos e intentos de golpes imperialistas no es más que una excusa para los
seguidores de esos gobiernos. Solo países como Rusia o China, que han protagonizado enormes
revoluciones donde se expropio la burguesía –aunque hayan degenerado o hayan nacido
deformadas–, han logrado salir del atraso y la dependencia, aunque el dominio de la burocracia
stalinista y maoísta, respectivamente, terminaron encerrando a estas revoluciones en las fronteras
nacionales y llevando a la restauración del capitalismo. Una vez más, la teoría de la revolución
permanente mostró su superioridad contra la pseudo teoría del socialismo en un solo el país.
¿Esta teoría es solo para los países atrasados?
No: en los países adelantados las tareas son directamente socialistas, es decir, no hay que liberarse
de las castas terratenientes, del imperialismo que aplica mecanismos de opresión y saqueo. Los
trabajadores ahí pueden llegar más tarde a tomar el poder porque enfrentan a una burguesía mucho
más fuerte, pero al ser países avanzados con una alta productividad del trabajo, si toman el poder,
además de liberar de paso a los países atrasados, podrán avanzar con mucha más rapidez en la lucha
por la reducción de las horas de trabajo, es decir, por los objetivos comunistas de nuestro programa.
El hecho de que los trabajadores alemanes dirigidos por la socialdemocracia y el estalinismo no
hayan triunfado ni en el ‘21, ni en el ‘23, ni en el ’29, no solo permitió el ascenso de Hitler sino que
dejó sola a Rusia en el medio de su atraso, lo que explica la mayor parte del ascenso de la
burocracia stalinista, como explicó el compañero de Alemania. Imaginemos si el alto nivel
científico y técnico de los trabajadores alemanes se hubiera ligado a la disposición de combate de
los trabajadores y campesinos rusos. Nos hubiéramos evitado el estalinismo, el fascismo y la propia
Segunda Guerra Mundial. Ese era el programa y la estrategia de León Trotsky.
¿Cuál es el programa para el desarrollo de la movilización?
Para librar el proletariado del sistema de esclavitud moderna, de la esclavitud asalariada, tanto en
países atrasados como adelantados, voy a referirme por unos momentos no solo a la letra fría del
programa, sino al método para que pueda hacerse carne en las grandes masas. Los millones que se
movilizan cuando estalla un proceso revolucionario no avanzan en su conciencia mediante la mera
propaganda. Solo una minoría de trabajadores avanzados que forman la vanguardia y, más
específicamente, la militancia de los partidos revolucionarios, puede llegar por este medio a una
conciencia revolucionaria. Trotsky redacta el Programa de transición del ‘38 partiendo de esta
premisa. Continuando la tradición de los primeros años de la Tercera Internacional, busca establecer
un puente entre las reivindicaciones y necesidades actuales de las y los trabajadores, y aquellas
consignas que conduzcan a la toma del poder. Para darte un ejemplo simple: la crisis que se
profundiza va a traer el cierre de fábricas y empresas, entonces, ¿qué pueden hacer los trabajadores
de esas empresas en un escenario donde hay cada vez más desocupados? Tomarlas y ponerlas
producir con control de los propios trabajadores exigiendo la estatización sin pago, dice el
Programa Transición. En mi país hay una gran experiencia en este sentido, donde los trotskistas
estuvimos a la vanguardia de este tipo de iniciativas. Si la situación que estamos describiendo dura
varios años y tiene la potencialidad de convertirse en revolucionaria –que nosotros prevemos hoy–,
esto que va a estar planteado no en una o dos fábricas sino en ramas enteras de la producción y los
servicios, lo que implicaría un nivel de planificación general, buscando hacer una escuela de
planificación socialista.
Entonces viene la pregunta, ¿con qué recursos financieros van a funcionar esas empresas en medio
de la crisis, o van a funcionar sin recursos en base a salarios que no cubran lo básico para la
subsistencia, similar a los desocupados? Solamente si se expropian los bancos privados y se
unifican todos los ahorros nacionales en un banco único los trabajadores pueden impedir que esos
recursos financieros vayan a la especulación y la fuga de capitales, y así obtener el dinero para que
aquellas empresas e industrias puedan funcionar, preservando por supuesto los ahorros del pequeño
ahorrista, al que siempre estafan los banqueros. Algo similar pasa con los insumos, ¿cómo van a
conseguir los insumos necesarios para estas industrias, las divisas, es decir, los dólares que son
necesarios para comprar lo que haya que importar del extranjero? ¿Cómo sortear el chantaje y los
negociados de las corporaciones capitalistas que controlan el comercio internacional de los países –
por ejemplo, en Argentina este comercio lo controla un puñado de transnacionales cerealeras y
terratenientes–? Las y los trabajadores tienen que imponer el monopolio estatal del comercio
exterior para ponerlo en función de los intereses de las mayorías. Esto que dije es un mero ejemplo,
que indica que cuando la crisis es profunda y los trabajadores entran en una etapa revolucionaria, su
consciencia va cambiando y avanzando a medida que hacen experiencias con los problemas a los
que se enfrentan. No se trata solo de hacer propaganda, aunque hay que hacer mucha lucha teórica e
ideológica, sino plantear las consignas adecuadas en cada momento para que los trabajadores
puedan resolver progresivamente las enormes dificultades que enfrentarán. Todo eso es cierto
siempre que se tome en cuenta que no solo tenemos enemigos externos, como son los capitalistas y
sus Estados, sino también internos, como son las direcciones burocratizadas de los sindicatos o de
los movimientos sociales que intentarán, mediante el engaño y la represión en última instancia,
reforzar los prejuicios reformistas de los propios trabajadores, diciéndoles que nada es posible salvo
ser mendigo de la asistencia estatal o patronal.
¿Dónde entra en el programa cómo se deben organizar los trabajadores?
Mirá, el Programa de transición plantea que alrededor de la lucha por sus demandas, la clase obrera
puede y debe desarrollar su autoorganización para arrancar los sindicatos de la mano de burocracia
que los subordina el Estado y los convierte en agentes de los planes de hambre de los propios
capitalistas, y que de esa forma tiene que avanzar en constituir organizaciones verdaderamente
democráticas que sean capaces de aglutinar a todos los sectores en lucha garantizando, además, la
autodefensa contra la represión y las bandas paraestatales. Los trabajadores rusos, y luego lo
repitieron los trabajadores en numerosas revoluciones, crearon organizaciones muy superiores a los
sindicatos; su nombre original fue “soviet”, que significa nada más que consejo, y unía a los
trabajos de la ciudad por encima de los gremios, con delegados revocables y mandatados por sus
compañeros de trabajo, para debatir y centralizar la respuesta frente a todo problema creado en esa
situación de la lucha de clases.
Te doy un pequeño ejemplo: es imposible hablar hoy de la hegemonía de los trabajadores –que son
los que controlan las palancas de la economía– sobre otros sectores oprimidos sin órganos de
democracia directa que hagan confluir la lucha de los y las trabajadoras con los poderosos
movimientos que se han expresado en las últimas décadas como, por ejemplo, el imponente
movimiento de mujeres y disidencias sexuales, los movimientos de raza y el de la lucha contra las
catástrofes ambientales. Solo ese tipo de organización, que es muy superior a la de los sindicatos,
puede unificar y centralizar todos los reclamos.
¿Cuál es el objetivo último del programa?
Empezaré por el penúltimo. El objetivo es que alrededor de esta experiencia la clase trabajadora y
los sectores oprimidos lleguen a la conclusión de la necesidad de conquistar su propio poder, una
república de trabajadores, a lo que Marx llamó una dictadura del proletariado. Así como la
burguesía, bajo los regímenes democráticos o autoritarios, mantiene siempre la dictadura del capital
imponiendo constantemente sus propios intereses, el proletariado debe imponer los intereses de las
grandes mayorías obreras y populares. Una república de trabajadores que funcione en base a la
democracia de los que trabajan, a través de consejos de delegados electos por unidad de producción
–empresa, fábrica, escuela, etc.– para que gobiernen los trabajadores en el sentido más amplio del
término, no limitándose a votar cada dos o cuatro años, sino definiendo cotidianamente el rumbo
político de la sociedad, así como la planificación racional de los recursos de la economía. Es decir,
que los consejos obreros pasan de ser órganos de centralización de la lucha a ser la base de un
nuevo Estado de las y los trabajadores.
¿Cómo se puede sacar el poder a los capitalistas y a sus fuerzas armadas y de seguridad?
Te puedo responder en términos generales. Recuerdo un reciente artículo de la revista New Left
Review donde el sociólogo socialdemócrata de izquierda Wolfgang Streeck analiza el pensamiento
militar de Engels, y lleva el debate hasta la actualidad para decir que los avances tecnológicos, el
desarrollo de los drones para asesinatos selectivos, por ejemplo, o el desarrollo de sofisticados
sistemas de espionaje informático, hacen que haya que descartar hoy toda perspectiva
revolucionaria. Se trata de una discusión de primera importancia, ya que hace a la posibilidad o no
de la revolución. El error fundamental de la tesis de Streeck es reducir la fuerza a su aspecto
técnico-material.
Trotsky partía de la tesis del general prusiano Clausewitz en cuanto a que no se trata solo de fuerza
física, sino también de su relación con lo que llamaba “fuerza moral”. En el caso de una revolución
obrera: el número de trabajadores y sus aliados, que son infinitamente mayores a los de cualquier
ejército profesional o de reclutas, y su disposición de llevar la lucha hasta el final. A esto se agrega
por supuesto la calidad de la conducción, que no puede improvisarse en la lucha misma. Veamos
ejemplos. Trotsky hace un siglo analizaba el caso del ferrocarril, que en ese entonces era un enorme
avance porque permitía a los ejércitos transportar tropas a las ciudades en cuestión de horas. Él
replicaba que no había que olvidar que una verdadera insurrección de masas supone primero la
huelga que paraliza los propios ferrocarriles. Hoy podríamos decir algo similar con los sofisticados
sistemas policiales de información de los que habla Streeck. ¿Qué pasa si los trabajadores de las
telecomunicaciones bajan la palanca, o los de la electricidad cortan el suministro a determinados
lugares, como suelen hacer los trabajadores en Francia? La burguesía podrá tener mejores armas y
más medios para reprimir, pero quien mueve la sociedad son los trabajadores, y una verdadera
insurrección de masas supone la huelga general, que es la base de toda insurrección. Ya Hannah
Arendt, insospechada de trotskismo, sostenía que la guerra civil española había demostrado que los
obreros dirigidos por los anarquistas, armados con pistolas y navajas, por su enorme número y la
división de la clase dominante habían conseguido triunfar en las ciudades donde predominaron
derrotando al muy profesional ejército de Franco alzado contra la república. Concluía que en
situaciones revolucionarias no se puede solo contar la cantidad y capacidad técnica de las fuerzas
del orden, sino que hay que ver la disposición al combate de los oprimidos y la voluntad de disparar
de los represores. La milicia obrera tiene como objetivo central hacer dudar y paralizar esa voluntad
represiva.
¿Por qué dijiste que era el penúltimo objetivo del programa?
Sencillamente, porque el objetivo último es el comunismo, un concepto que ha sido bastardeado
durante gran parte del siglo pasado por el estalinismo y los llamados “socialismos reales”. Se trata
de recuperar la lucha por una sociedad sin clases sociales, sin Estado, sin explotación y sin
opresión, eso es el comunismo. Nunca puede ser una cuestión nacional sino el producto de la unión
y coordinación de toda la fuerza productiva de la humanidad a nivel internacional y en última
instancia mundial. Esto potenciará infinitamente la capacidad productiva de nuestra especie para
que los seres humanos se liberen del trabajo obligatorio embrutecedor. Recordemos que la palabra
“trabajo” viene de un instrumento de tortura que aplicaban los romanos a los esclavos llamado
“trepalium”.
Buena parte de la filosofía del siglo XX se ha dedicado a insistir unilateralmente sobre los males de
la tecnología. Estas visiones negativas van desde las visiones de extrema derecha, como la del
afiliado y simpatizante del nazismo Martin Heidegger, pasando por los posmodernos, hasta visiones
de izquierda socialdemócrata como Adorno y Horkheimer. Sin ir más lejos, hoy podemos ver
montones de series que relatan distopías donde la tecnología domina a los seres humanos al estilo
de “Black Mirror”, máquinas que esclavizan a masas amorfas e inermes de gente que no puede
resistir su dominio. No están haciendo predicciones, están exacerbando algunos rasgos de la
dictadura de las grandes transnacionales y sus Estados en el capitalismo actual.
Solo los marxistas revolucionarios nos imaginamos la potencialidad que pueden tener los avances
de la ciencia y la tecnología para reducir a un mínimo insignificante el tiempo que le dedica cada
individuo al trabajo como imposición en una sociedad no capitalista. No podemos olvidar que las
decisiones estratégicas sobre el diseño, la utilización y el desarrollo de la tecnología las toman
personas, no las propias máquinas; no somos esclavos de robots sino que vivimos bajo el dominio
de las multinacionales y sus Estados. La esclavitud moderna es la del trabajo asalariado. Todo,
inclusive la ciencia y la tecnología, se subordinan a ese mando.
El desarrollo de la ciencia y la tecnología permite reducir el tiempo de trabajo socialmente
necesario para la producción de mercancías que necesitamos para vivir. Pero como decía Marx, bajo
el capitalismo esto no se transforma en mayor tiempo libre para las grandes mayorías, sino en masas
de desocupados, subocupados y precarios que viven en la miseria en un polo de la sociedad y, en el
otro, toda otra parte de la clase trabajadora que se ve obligada a dejar la vida en el trabajo con
jornadas de 13 o 14 horas, todo para el beneficio de los capitalistas y sus grandes multinacionales, y
lograr que 25 millonarios tengan la misma riqueza que la mitad de la humanidad, al mismo tiempo
que destruyen el planeta y la naturaleza.
La conquista del poder por la clase trabajadora permitiría terminar con esta irracionalidad absoluta y
repartir las horas de trabajo distribuyéndolas en forma igualitaria, garantizando al mismo tiempo un
salario acorde a las necesidades sociales. La perspectiva de la revolución socialista, justamente, es
la que puede abrir en el siglo XXI el camino para poner los enormes avances la ciencia y la técnica
al servicio de la liberación de la esclavitud asalariada, incluyendo el trabajo doméstico, desplegando
así todas las capacidades humanas en una relación equilibrada y no predatoria con naturaleza. Por
eso cuando hablamos de la lucha por un Estado de los trabajadores nos referimos a un Estado
transicional hacia una sociedad sin clases, donde el Estado desaparezca en su función represiva.
Como señalaba Trotsky, el propósito del comunismo es desarrollar la técnica para que la materia dé
al ser humano todo lo que necesita y mucho más, pero este objetivo responde a otro fin más
elevado, que es el de liberar para siempre las facultades creadoras del ser humano de todas las
trabas, limitaciones y dependencias humillantes, y que las relaciones personales, la ciencia, el arte,
ya no tengan que sufrir ninguna sombra de obligación despótica.
Para cerrar la entrevista, ¿quieres agregar una conclusión?
Sí. Repasamos rápidamente distintos problemas a los que nos enfrentamos. En este día de
conmemoración del trágico asesinato de Trotsky, considero que el mejor homenaje que podemos
hacerle es desentrañar las oportunidades que nos abre a nosotros los revolucionarios la crisis
capitalista. Por esto este video y esta entrevista solo puede culminar diciendo: ¡Viva la vida y el
legado de Trotsky, dedicado a liberar a los explotados y oprimidos de toda la tierra! ¡Viva la lucha
por la reconstrucción de la Cuarta Internacional!
Los procesos de Moscú: la consolidación de la contrarrevolución stalinista
Emilio Pollak
LIS

El 19 de agosto de 1936 dio inicio el primero de los tres juicios que culminarían con la
desaparición física de toda la vieja guardia bolchevique que encabezó la revolución en octubre de
1917. Cuando finalicen los procesos, del Comité Central del Partido Bolchevique en tiempos de
Lenin los únicos dirigentes que quedarán con vida  serán Stalin y Trotsky, que será asesinado poco
tiempo después por un agente stalinista.
Analizar el proceso de burocratización y la deriva contrarrevolucionaria de la Unión Soviética y del
Partido Bolchevique llevaría varios artículos y no es el objetivo de estas líneas, pero lo cierto es que
durante la década del ´20 la burocracia había ido tomando el control del nuevo  Estado Obrero y del
Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS). A mediados de la década del ´30 Stalin ya había
liquidado a las distintas oposiciones que se habían sucedido  desde 1923. La derrota de la oposición
unificada en 1927 había terminado con la expulsión del partido de casi todos sus dirigentes, muchos
de los cuales fueron deportados o encarcelados. Trotsky, desterrado en Alma Ata, cerca de la
frontera con China había sido expulsado definitivamente de la URSS en 1929 y se encontraba en  el
exilio. La oposición de derecha, encabezada por Bujarín también había sido derrotada a principios
del ´30. Pero es a partir de los procesos de Moscú, con el exterminio físico de toda oposición, Stalin
consolidará definitivamente su poder.
El asesinato de Kirov
A comienzos de la década el descontento era creciente en la URSS. Las consecuencias de la
colectivización forzosa en el campo y los efectos del plan quinquenal y la industrialización
acelerada en las ciudades acrecentaron el malestar entre los obreros, los campesinos y la juventud.
Aunque ya no había una oposición organizada se extendían los reclamos por las consecuencias de la
crisis económica, contra los privilegios de la burocracia y contra el accionar creciente de la GPU, la
policía política.
El 1 de diciembre de 1934 fue asesinado Serguei Kirov, miembro de la máxima dirección del
partido, por un militante de las juventudes comunistas llamado Nicolaiev, que fue condenado y
ejecutado inmediatamente previa “confesión” de que Trotsky había organizado y financiado el
atentado. El crimen servirá como excusa para desatar una persecución implacable y llevar adelante
una de las  farsas más grandes de  la historia. El hecho nunca fue esclarecido realmente aunque no
son pocos los elementos que hacen suponer que detrás habría estado la mano de Stalin. Kírov había
sido el miembro del CC con más votos en el congreso de 1934 y encabezaba un ala moderada frente
al régimen represivo de Stalin. La falta de custodia en el momento del crimen y el “accidente” que
causó la muerte de su guardaespaldas cuando se dirigía a declarar son parte de los hechos que
alentaron las sospechas. Sin embargo la acusación de Stalin recaerá sobre Zinoviev, Kamenev y
otros dirigentes de Partido de Leningrado.
El juicio a los acusados del crimen, y los dos que le siguieron, se llevaron adelante en el colegio
militar de la Corte Suprema de la URSS de manera pública con cobertura de la  prensa nacional y
extranjera. El fiscal André Vychinski, viejo abogado menchevique que ingresó al Partido
Bolchevique al finalizar la guerra civil,  estuvo encargado de las acusaciones y  las únicas pruebas
fueron las confesiones de los propios acusados arrancadas mediante torturas y amenazas contra sus
familias.
La vieja guardia
En el primer juicio, llevado adelante entre el 19 y el 24 de agosto de 1936, los acusados son 16,
entre los que sobresalen Grigori Zinoviev y Lev Kamenev. Ambos formaban parte del Partido
Bolchevique desde sus inicios y fueron de los principales colaboradores de Lenin en las épocas de
clandestinidad y durante el exilio. Siendo de los miembros más importantes del CC, luego de la
muerte de Lenin encabezaron junto a Stalin “la troika” que tomó la dirección del partido y encabezó
la pelea contra el “trotskismo”. Más adelante formarían con  Trotsky la Oposición Unificada para
enfrentar el creciente autoritarismo de Stalin. Junto a ellos fue acusado otro miembro de la dirección
en tiempos de Lenin: Iván Smirnov.
Durante el segundo juicio, realizado entre 23 y el 30 de enero de 1937,  la acusación ya no tiene que
ver con el asesinato de Kirov sino con un supuesto complot orquestado por un centro trotskista-
zinovietista que tenía  como objetivo  dar un golpe de Estado y restaurar el capitalismo con la ayuda
de las potencias extranjeras. Entre los 17 acusados se encuentran los viejos miembros del Comité
Central  Yuri Piatakov, Karl Radek, Grigori Sokolnikov y Leónidas Sérébriakov.
El tercer juicio se desarrolla entre el 2 y el 13 de marzo de 1938. Son llevados al banquillo 21
personas entre las que destacan Nicolás Bujarin, Alexis Rykov,  Nicolás Krestinski  y Christian
Racovski, todos miembros del CC en distintos momentos, inculpados de espionaje al servicio de
Alemania y Japón. También es procesado Yagoda, anterior jefe de la policía secreta que había sido
determinante en las acusaciones del primer juicio. De esa manera Stalin no sólo liquidaba a la
oposición, también borraba toda prueba viviente de sus crímenes. Trotsky es juzgado en ausencia y
condenado a muerte al igual que su hijo León Sedov.
Casi todos los dirigentes de la revolución y sus familias, la mayoría de los miembros del Comité
Central de 1917 a 1923, los tres secretarios del partido entre 1919 y 1921, la mayoría del Comité
Ejecutivo entre 1919 y 1924, 108 miembros de los 139 del Comité Central designado en 1934. Tal
fue el resultado de las purgas.
La decapitación del Ejército Rojo
Junto a los juicios públicos se realizaron otros secretos. En  junio de 1937 en  una sesión secreta del
tribunal militar fueron condenados a muerte al mariscal Tujachevski, la mayor autoridad del
Ejército Rojo, y otros  siete generales. Desaparecieron 75 de los 80 miembros del Consejo Superior
de las Fuerzas Armadas, ocho almirantes, dos de los cuatro mariscales, 14 de los 16 generales del
ejército, 90 por ciento de los generales de los cuerpos del ejército, 35.000 de los 80.000 oficiales. La
facilidad inicial con que los nazis entraron a la URSS pocos años después, así como el alto costo en
millones de vidas pagado por la URSS durante la segunda Guerra Mundial tiene su explicación, en
gran medida, por la decapitación del Ejército Rojo llevada adelante durante las purgas.
Los juicios fueron sólo la parte visible de una purga masiva. Desde el asesinato de Kirov se
impusieron expulsiones masivas del partido y de la Internacional Comunista, deportaciones y  más
de un millón y medio de opositores terminaron en los campos de concentración mientras que
700.000 fueron directamente ejecutados.
El significado de las purgas
Tan importante como el exterminio físico de la vieja guardia era que estos dirigentes realizaran su
propia confesión pública. El objetivo de Stalin no era sólo el aplastamiento definitivo de la
oposición, si no su desacreditación completa frente a la vanguardia obrera mundial, sobre todo en
momentos en que la Oposición de Izquierda había puesto proa a la fundación de una nueva
internacional. Todas las confesiones de los acusados tenían tres cosas en común 1) el
reconocimiento de los crímenes de los que se les acusaban 2) la reivindicación de los aciertos de
Stalin y de su rol de jefe indiscutido y continuador de Lenin y 3) la denuncia de Trotsky como el  
líder e inspirador del complot contra el país como parte de sus pactos con la Alemania Nazi.
“A priori, puedo suponer que Trotsky y mis demás aliados en estos crímenes, así como la II
Internacional (…), intentarán defendernos, principalmente a mí. Yo rechazo esta defensa, pues
estoy de rodillas ante el país, el Partido y todo el pueblo. La monstruosidad de mis crímenes no
tiene límites, sobre todo en esta nueva etapa de la lucha de la U.R.S.S.
Ojalá sea este proceso la última y penosa lección, y compruebe todo el mundo que la tesis
contrarrevolucionaria de la estrechez nacional de la U.R.S.S. permanece suspendida en el aire
como un miserable guiñapo. Todo el mundo ve la sabia dirección del país, asegurada por Stalin”.
Testimonios como este de Bujarin se repiten en todas las declaraciones de los acusados. Cabe
preguntarse entonces cómo dirigentes que habían estado a la cabeza de la revolución, que habían
enfrentado y resistido la persecución del zarismo durante años terminaron en semejante humillación
y sumisión. Evidentemente las torturas y la necesidad de proteger a sus familiares son factores muy
importantes que no pueden menospreciarse, pero también lo es el hecho de que en la mayoría de los
casos se trata de dirigentes que ya habían sido derrotados hacía tiempo. Zinoviev, Piatakov, Bujarin
y muchos otros que fueron en distintos momentos opositores a la dirección del partido terminaron,
para ser aceptados nuevamente dentro del partido, renegando de sus posiciones anteriores,
autocriticándose  a pedido del aparato, renunciando a sus opiniones, perdiendo mucho antes de los
juicios su integridad y respeto político. Quienes no aceptaron la humillación fueron fusilados en
secreto, como Preobashensky o se suicidaron, como Yoffe o Tomsky.  En su Libro Rojo sobre los
Juicios de Moscú León Sedov escribió que  “En el banquillo de los acusados se sentaban hombres
rotos, aplastados, acabados. Antes de matarlos físicamente Stalin los había roto y matado
moralmente”.
También Trotsky escribe: “¿Cuál era la situación de Zinoviev y Kamenev ante la GPU y el
tribunal? Desde hace diez años estaban envueltos en una nube de calumnias pagadas duramente.
Durante diez años estuvieron suspendidos entre la vida y la muerte, primero en sentido político,
luego en sentido moral y por fin en sentido físico. ¿Existen en la historia, otros ejemplos de trabajo
tan sistemático, refinado y diabólico destinado a romper la columna vertebral, los nervios y el
espíritu? Tanto Zinoviev como Kamenev poseían un carácter más que suficiente para las épocas
tranquilas. Pero las tremendas convulsiones sociales y políticas de nuestra época exigían una
firmeza fuera de lo común a estos hombres cuya capacidad los había colocado al frente de la
revolución. La disparidad entre su capacidad y su voluntad tuvo consecuencias trágicas.”
“Hay que ser Trotsky para no rendirse”
Esta frase de Bujarin en su última declaración durante el juicio, aunque fue pronunciada con el
objetivo de inculpar a Trotsky como jefe de todas las conspiraciones no deja de ser una
reivindicación al viejo dirigente exiliado. Efectivamente, la voluntad de Trotsky por continuar la
pelea en defensa del marxismo y la tradición bolchevique requería responder a las falsedades
provenientes de Moscú. Con ese fin Trotsky impulsó la conformación de una comisión
investigadora para analizar las acusaciones del fiscal Vychinski contra él y su hijo León Sedov. La
comisión fue presidida por el prestigioso filósofo y pedagogo liberal norteamericano John Dewey e
integrada por otras personalidades reconocidas, como la periodista liberal Suzanne Lafollete, que no
tenían relaciones políticas con Trotsky, por el contrario mantenían una clara oposición política a las
ideas del revolucionario ruso que se expresaron durante las audiencias.
La convicción de Trotsky en la falsedad de las acusaciones y en la necesidad de hacerlas públicas
era tan grande que declaró: “Estoy dispuesto a comparecer ante una comisión investigadora
imparcial y pública, con los documentos y los hechos para descubrir toda la verdad. Y declaro: si
esta comisión me encuentra culpable de una mínima parte de los crímenes que me imputa Stalin me
comprometo, por anticipado, a entregarme a los verdugos de GPU.” La comisión sesionó en la
Casa Azul de Diego Rivera y Frida Kahlo entre el 10 y el 17 de abril de 1937. Trotsky puso a
disposición no sólo su testimonio; aportó  archivos, correspondencia, cuentas de ingresos y gastos,
además de todos sus escritos. La comisión dio su veredicto en septiembre de 1937 declarando
inocentes a Trotsky y León Sedov y denunciando a los Procesos de Moscú como “orquestaciones
basadas en falsos testimonios”. El texto completo fue publicado con el nombre de Not Guilty.
La insistencia de Trotsky para llevar adelante su defensa no tenía que ver con salvar su honor
personal sino con una convicción mucho más profunda que resumió de esta manera: “La lucha
trabada sobrepasa de muy lejos en importancia a las personas, a las fracciones y a los partidos. El
porvenir de la Humanidad se decide. Será una lucha dura. Y larga. Los que buscan la tranquilidad
y el confort que se aparten de nosotros. En las épocas de reacción, ciertamente, es más cómodo
vivir con la burocracia que investigar la verdad. Pero para aquellos para quienes el socialismo no
es una palabra vana, para quienes es el contenido de la vida moral, ¡adelante! Ni las amenazas, ni
las persecuciones ni la violencia nos detendrán. Será tal vez sobre nuestros huesos, pero la verdad
se impondrá. Le abriremos el camino. La verdad vencerá. Bajo los golpes implacables de la suerte,
me sentiré dichoso, como en los grandes días de mi juventud, si he logrado contribuir al triunfo de
la verdad. Porque la más grande felicidad del hombre no está en la explotación del presente, sino
en la modelación del porvenir”.
Bolchevismo vs. Stalinismo
Hay sectores que ubican el surgimiento del stalinismo como la continuidad lógica de la concepción
leninista de partido y su régimen basado en el centralismo democrático. Sin embargo los Procesos
de Moscú son la  muestra más acabada de lo equivocada de esta apreciación, ya que la
consolidación del  stalinismo sólo fue posible no sólo con la  liquidación de toda voz de oposición
sino  con el exterminio físico de todo vestigio de la tradición bolchevique.
En el partido dirigido por Lenin las discusiones, polémicas y peleas políticas eran naturales y
permanentes. Los agrupamientos que se formaban ante cada debate importante sobre  la situación
política, las estrategias o las tácticas eran parte de la cotidianeidad de la vida interna de partido.
Peleas muchas veces muy duras que incluso se hacían de manera pública  a través de la prensa. Los
ejemplos son muchos: la batalla de Lenin en  abril de 1917 contra la  estrategia de la mayoría de la
dirección, la discusión sobre la insurrección, la conformación del grupo de  “los comunistas de
izquierda” en torno a la firma de la paz con Alemania, la oposición obrera en la discusión sobre el
rol de los sindicatos. Era al calor de la realidad de la lucha de clases que se resolvían cada una de
estas luchas políticas y una vez saldados los desacuerdos no había represalias ni pases de factura
hacia dirigentes que habían tenido tal o cual posición o habían formado parte de tal o cual grupo.
Por ejemplo, Zinoviev fue nombrado presidente del Comité Ejecutivo de la Internacional
Comunista pese a su postura durante la insurrección de octubre. Bujarin, que encabezó la oposición
de los “comunista de izquierda” llevando casi a la ruptura del partido fue luego reincorporado al
Comité Central y luego también fue presidente de la Internacional. El propio Trotsky, que durante
muchos años se opuso a la concepción el partido de Lenin y permaneció fuera del partido, a partir
de agosto de 1917 no sólo fue incorporado al Comité Central sino que fue el encargado  de la
insurrección de octubre y luego nada menos que de la construcción del Ejército Rojo. Fue ese
régimen el que permitió incorporar a lo mejor de la vanguardia y a las grandes masas obreras y
campesinas para dirigir la revolución.
El surgimiento de la burocracia y la fuerza que adquirió no puede analizarse por fuera de la
situación de la lucha de clases. Fue la refracción dentro de la URSS y del Partido de las derrotas del
movimiento obrero europeo y el triunfo de la contrarrevolución. No fue continuidad del leninismo,
sino ruptura consolidada definitivamente a partir de una verdadera  contrarrevolución, un
aplastamiento físico de la oposición y de la tradición revolucionaria del bolchevismo.
El peso adquirido por el stalinismo, sobre todo luego de la segunda guerra mundial, devino en una
ubicación marginal del trotskismo, que ante la desaparición de su dirigente más experimentado 
incorporó características propias del  stalinismo al interior de sus partidos. Rasgos burocráticos,
pensamiento único, pedidos de autocríticas, calumnias, en fin, métodos ajenos a la tradición
bolchevique se fueron introduciendo de a poco también en el movimiento trotskista. En la
actualidad, cuando las masas se levantan contra un sistema capitalista cada vez más en crisis,
cuando los aparatos contrarrevolucionarios son mucho más débiles y el Programa de Transición
elaborado por Trotsky se pone a la orden del día y es tomado por  sectores cada vez más numerosos
del pueblo trabajador, la tarea de forjar una dirección revolucionaria capaz de darle una perspectiva
socialista a la energía de las masas es la tarea esencial de lxs revolucionarixs. Recuperar la esencia del
bolchevismo para la construcción de esa dirección es indispensable.
debate del FIT-U en homenaje a Trotsky / Intervenciones del MST
LIS
izó el panel de debate organizado por el FIT-Unidad, en homenaje a León Trotsky, al cumplirse 80
años de su asesinato. El evento tuvo el objetivo de reivindicar su obra y legado y también de
intercambiar y debatir sobre la actualidad de la política, las tareas y la estrategia revolucionaria.
En el panel participaron compañeras y compañeros de los cuatro partidos que integramos el FIT-
Unidad (MST-PTS-PO-IS) y el conjunto de sus intervenciones pueden verse en los videos
respectivos que difundimos en vivo y aún pueden encontrarse en nuestro facebook del MST.
A continuación, dejamos para conocimiento de todas y todos nuestros lectores, las intervenciones
de apertura y cierre que realizara Alejandro Bodart, a nombre del MST y la Liga Internacional
Socialista (LIS). Y la intervención de Sergio García, también por la dirección del MST en el FIT
Unidad.
Intervención de apertura de Alejandro Bodart
Hola compañeros, compañeras. Nos encontramos todos los que venimos de varias jornadas de
debate esta vez para homenajear a León Trotsky a 80 años de su asesinato. El aporte de Trotsky a la
causa de la Revolución ha sido enorme. Toda su vida y obra sin duda lo sitúa junto a Marx junto a
Engels, junto a Lenin como uno de los más grandes revolucionarios de la historia. Gracias a él, el
marxismo revolucionario pudo sobrevivir a la noche negra que significó el estalinismo. Y todavía
hoy, toda su obra, toda la experiencia de más de un siglo de luchas de la clase obrera que logró
transmitirnos, nos ha permitido guiar la actuación de los revolucionarios en el mundo entero.
Yo no voy a aburrirlos, detallando cada momento de su vida, de su obra, de su enorme trayectoria,
de los aportes más destacados, porque desde hace semanas todo lo que estamos acá venimos
desarrollando todo esto en nuestras organizaciones, en nuestras publicaciones, hemos tenido
charlas, otros debates, mañana por ejemplo algunos vamos a tener actos internacionales. Y
seguramente saldrán nuevas publicaciones de este debate.
Creo que tenemos que aprovechar el poco tiempo que tenemos. El mejor homenaje a Trotsky  es
discutir las visiones que tenemos cada uno de lo que pasó después de su muerte. ¿Qué es lo que ha
pasado con el trotskismo desde ese momento hasta nuestros días? Y respondemos algunos
interrogantes muy importantes. ¿Por qué, si Trotsky nos dejó cimientos de granito, el trotskismo se
dividió en múltiples expresiones? ¿Por qué ninguna organización Internacional de la que nos hemos
reclamado del trotskismo, logró tener peso de masas? Y desde ya, ¿por qué no logramos tomar el
poder en algún país? Algo que nos pregunta muchas veces la vanguardia, que incluso reconoce la
certeza de muchos de nuestros planteamientos.
Evidentemente existen, han existido causas objetivas que no podemos negar, pero también han
existido desviaciones revisionistas y errores garrafales por parte de la dirección que quedó al frente
de la cuarta internacional muerto Trotsky y también de los que intentamos agarrar la posta de
Trotsky a lo largo de todos estos años. La crisis de dirección de la cuarta fue el inicio de la
dispersión, pero luego se profundizó con los años. Se han cometido más errores y habido más
divisiones, incluso en el período más inmediato se han dado una gran cantidad de divisiones, de
rupturas, de crisis en nuestras organizaciones.
A lo largo de todos estos años, de todos estos 80 años, se han perdido oportunidades extraordinarias,
por ejemplo en la revolución boliviana del 52, que podría haber cambiado la historia del trotskismo.
Las jóvenes generaciones tienen que estudiar lo que pasó ahí, es muy importante que saquen
conclusiones.
Surgió el oportunismo como una corriente muy arraigada en las filas de la Cuarta, la adaptación y
seguidismo a cualquier dirección no revolucionaria que estuviera al frente de una revolución o de
un proceso de masas, así se le claudicó al estalinismo en determinados momentos, al castrismo, al
sandinismo, al que incluso sectores del trotskismo apoyaron cuando nos expulsó, a los que venimos
de la corriente morenista, que quisimos pasar de la lectura de los libros a la práctica y aplicar la
revolución permanente, intentando profundizar la revolución en Nicaragua.
Ahora también surgió la contracara del oportunismo, que es el sectarismo en nuestras filas, qué
parte de aislarse de los procesos tal cual son, de abstenerse de no tener política y tácticas adecuadas
si las direcciones que están al frente de procesos de masas son reformistas, frente populistas o
nacionalistas. Esto también provocó la pérdida de muchas oportunidades.
En los 90 podríamos agregar que tomó fuerza el escepticismo, que llevó a muchos a abandonar la
lucha por el socialismo y la construcción del partido revolucionario, y a otros a descreer de que sea
posible construir organizaciones de masas, negándose a tener políticas audaces frente a los nuevos
fenómenos que se han ido desarrollando.
En algunas organizaciones se cristalizó el nacional trotskismo, que parte de la idea equivocada de
creerse que desde un partido nacional se puede ganar influencia de masas de manera evolutiva y en
algún momento tomar el poder y sostenerse sin ser parte de una organización internacional.
Los que siguieron dando la pelea por construir una organización mundial de los revolucionarios, lo
hicieron separados del resto. A partir de un partido más o menos desarrollado, que construye la
política para el mundo entero y grupos menores a su alrededor que son copias del partido madre.
Los fracasos de todos estos experimentos a lo largo de estos 80 años, la mayoría cubiertos de
métodos burocráticos para evitar la discusión de los errores llevaron a crisis y divisiones. En casi
ningún lado pudo haber recambio de direcciones sin provocar estallidos de nuestras organizaciones,
porque prácticamente los dirigentes se consideraban intocables.
Todo esto, la combinación de todos estos problemas o de algunos es lo que explica que hoy a 80
años de la muerte de León Trotsky, el trotskismo siga siendo una minoría. Que en vez de
reagruparse cada vez se divida más.
Hoy, la realidad nos comienza a dar nuevamente oportunidades, que solo podremos aprovechar si
nos atrevemos a cambiar, a revolucionarnos a nosotros mismos, a no tenerle miedo al cambio.
Trotsky se equivocó en relación al partido que proponía Lenin, pero se animó a cambiar y desde ese
momento fue el mejor bolchevique. Lenin estaba equivocado sobre la dinámica de la revolución en
Rusia, pero no tuvo ningún problema en aceptar la teoría de la Revolución Permanente de Trotsky
para que triunfe la revolución. Un revolucionario no puede tener miedo a los cambios, porque si no
hubiera cambios no habría revolución.
Compañeros del Partido Obrero, nosotros consideramos francamente que tienen que cambiar la
concepción nacional trotskista que los ha llevado a no poder construir una importante organización
internacional estos años. Tienen que cambiar y dejar de generalizar desde Argentina políticas para
todo el mundo, recetar lo que hay que hacer en otros países, cuando muchas veces esas recetas no se
pueden usar ni siquiera en Argentina.
Su negativa completa a disputar en organizaciones anticapitalistas amplias como el Psol o el NPA,
solo por dar dos ejemplos muy discutidos por ustedes, en parte explican porque nunca se han
podido desarrollar en Brasil ni en Francia. No se puede construir un partido desde afuera de los
procesos progresivos de reagrupamiento de la vanguardia y disputarle la dirección al reformismo
absteniéndose y dando consejos desde la vereda de enfrente. No hay crecimiento evolutivo para
nuestros partidos, no se puede construir partidos con influencia de masas ganando de uno en uno,
sin discutir políticas audaces para intervenir en los procesos más dinámicos.
Tampoco creemos que se puede dirigir el movimiento obrero sin dar batallas políticas a su interior.
No se dividen los organismos de masas llevando la política de la izquierda revolucionaria. Se
dividen los organismos cuando no se practica la democracia obrera, cuando no se apela la base para
que decida, cuando se reproducen vicios que son heredados de la propia burocracia en las
organizaciones que nosotros dirigimos. Pero sí negamos la disputa política, si no llevamos todos los
planteos políticos a la clase obrera es imposible ganar a la clase obrera para la política
revolucionaria.
Compañeros del PTS, es imposible construir una internacional que se transforme en un polo y
reconstruir la Cuarta a partir de las elaboraciones de un solo partido y una corriente internacional
que gira permanentemente en torno a un partido madre, y que además se considera el único sujeto
revolucionario y considera a todo el resto del mundo como centristas. Ustedes ni nadie tienen la
autoridad, nosotros tampoco la tenemos, que tuvieron los Bolcheviques y Lenin y Trotsky para
reagrupar a los revolucionarios. Moreno para nosotros, Nahuel Moreno, fue el único en la posguerra
que, salvando las distancias, más se acercó a ser un dirigente integral pero lamentablemente murió
demasiado joven. Por eso compañeros, tenemos que discutir que el modelo internacional de partido
madre ya se ha demostrado un fracaso, pero no sólo para ustedes, para todos los que hemos
intentado en determinado momento de nuestras vidas intentar que funcione.
Miren compañeros, la única forma de unir realmente a los revolucionarios, es en primer lugar
aceptar que hay otros y construir otro modelo de internacional, donde puedan existir organizaciones
trotskistas que provienen de distintas tradiciones, donde se pueda convivir fraternalmente en base a
principios comunes, pero también con diferencias parciales. Donde prime el polo democrático y no
el centralismo, porque vuelvo a insistir, nadie tiene autoridad para imponer absolutamente nada.
Donde se trabaje para construir una dirección superadora de las actuales, esto no tiene nada de laxo
como hemos visto que han escrito, pero si tiene un 100% de realidad.
Hoy en día, sólo así vamos a poder transformarnos en una organización fuerte, en un polo a nivel
internacional, sólo así vamos a poder recomponer las fuerzas de la Cuarta, reorganizarla, volver a
ponerla en la primera fila. Tenemos que discutir cómo dejamos de ser pequeños grupos, pequeños
agrupamientos internacionales, no conformarnos con lo que somos hoy. Si no discutimos
claramente todo lo que fracasó, para abrirnos a probar nuevas experiencias, nuevos modelos que nos
permitan empalmar con otros revolucionarios. El mundo está lleno de revolucionarios compañeros
y compañeras, pero nos hemos formado por separado, hay cuadros, dirigentes, aportes teóricos que
provienen de distintas corrientes, que tenemos que unir en primer lugar aceptando que tenemos que
convivir en un sistema de iguales. Donde nadie tiene que seguir a otro con confianza ciega, porque
la confianza sólo se logra a partir de dirigir procesos del movimiento de masas. Lenin y Trotsky no
fueron los dirigentes que posibilitaron la construcción de la tercera porque sí. Lo fueron porque
dirigieron revoluciones y si nosotros no discutimos cómo hacer para unirnos, los que no hemos
dirigido prácticamente nada, para ver si en algún momento podemos disputar el poder, para hacer
una internacional de masas, nunca vamos a ganar la confianza necesaria para ir por más en este
mundo tan convulsionado y lleno de oportunidades.
Compañeros/as, después de mucho tiempo, nosotros estamos haciendo una experiencia para intentar
unir a los revolucionarios. Es la experiencia que estamos haciendo en la LIS, queremos discutirla,
estamos abiertos.
Ahora nos hemos puesto de acuerdo con ustedes compañeros del PTS en qué hace falta tener
políticas para algunos agrupamientos amplios, por eso no me voy a detener en eso. Si me quiero
detener en algo que discrepamos: la política que había que tener frente a fenómenos más difusos,
como Proyecto Sur o el frente Cívico en su momento. Discrepamos porque en países como los
nuestros,  donde no hay tradición socialdemócrata ni comunista sino que sufrimos el cáncer del
Peronismo, del nacionalismo burgués -algo que pasa en muchos países- tenemos que estar abiertos a
utilizar determinadas tácticas cuando, en momentos muy puntuales  algunos personajes del
peronismo, pequeño burgueses, no burgueses como se dijo por ahí, se caen de  las ramas y provocan
fenómenos políticos de masas. Negarnos a tener política ante estos procesos, es negarnos a disputar
la dirección del movimiento de masas. No podemos discutir estos fenómenos con el diario del
lunes, sobre cual fue la evolución posterior de Pino Solanas. Miren, todos los agrupamientos que
estamos discutiendo, absolutamente todos, incluyendo el NPA, el PSOL y agrupamientos
anticapitalistas amplios que conocemos son efímeros En alguno momento del camino siempre giran
a la derecha, cada vez más a la derecha y algún momento explotan, entran en crisis y desaparecen.
El problema es que política tenemos cuando agrupan a la vanguardia y franjas de masas los siguen
con simpatía, cuando producen fenómenos de masas. Negarnos a tener política frente a ellos, es
negarnos a disputar, es negar la esencia de trotskismo, es querer ser siempre una pequeña secta, a un
pequeño grupo y tenerle miedo a disputar las masas para disputar el poder, para pegar saltos en
nuestra construcción. Nosotros reivindicamos el entrismo al PSUV como en su momento
reivindicamos el entrismo al PT, como creemos que había que hacer entrismo en el período de auge
de Syriza, incluso de Podemos, son tácticas que toman lo mejor del Trotskismo. 
Pero bueno, miren me queda poco tiempo, queremos hacer una propuesta. Sabemos incluso que no
vamos a tener acuerdo de arranque, pero hay compañeros que propusieron por ejemplo en su
momento hacer un partido único de la izquierda en Argentina, nosotros creemos que no está
planteado para nada. Pero sí podríamos abrirnos a discutir un proyecto de un partido con tendencia.
A transformar el FITU en un partido de tendencias d onde nadie perdiera absolutamente nada de su
independencia política ni organizativa, pero pudiéramos actuar en común no sólo electoralmente
sino en la lucha de clases y resolver democráticamente los distintos posicionamientos, eso nos
permitiría pegar un salto.
También les queremos decir con claridad que tenemos que aprender a discutir las diferencias
políticas que tenemos sin chicanas. Miren, yo con esto termino, a nosotros prácticamente por
discutir una política para los pequeños productores no han puesto al lado de la sociedad rural, por
discutir una política hacia fenómenos como el de Pino en su momento, nos han planteado que
habíamos dejado de ser revolucionarios, de ser trotskistas, que íbamos a desaparecer. Seguimos
siendo Trotskistas, estamos acá con ustedes, estamos más vivos que nunca, nacional e
internacionalmente. Ahora bien, tenemos que aprender a discutir, por ejemplo, hace pocos días el
PO cometió un error garrafal en la legislatura del Chaco, y hace un tiempo también cometió un error
garrafal en la legislatura de Córdoba,  pero no por eso decimos que el Partido Obrero se transformó
en el PJ o marcha de la mano del PJ como dicen algunos. En la legislatura de la ciudad de Buenos
Aires se viene de cometer un error enorme por parte del PO y del PTS, pero nosotros no vamos
decir que los compañeros son Sionistas. En el parlamento nacional creemos que fue equivocado
votar las leyes de los Cayetanos, pero no por eso vamos a decir que nuestros diputados nacionales,
porque nos ponemos la camiseta, son de la Iglesia. Ojo, hay presiones, tenemos que discutir porque
pasan estas cosas. Porque la democracia burguesa tiene armas tremendas, pero tenemos que
aprender a discutir entre camaradas e incluso los errores que se pueden cometer, sin caer en una
lógica que nos lo impida, impidiendo con chicanas el debate político.
Si logramos hacer eso vamos a avanzar, y vamos a lograr cambiar algunas de las concepciones que
tenemos arraigadas, porque nadie tiene la verdad revelada, ni nadie tiene la autoridad que se logra
dirigiendo procesos y no vamos a dirigir procesos si no cambiamos, si no somos autocríticos de lo
que venimos haciendo, si no nos animamos a tener tácticas audaces para intervenir siempre y
cuando mantengamos la estrategia de la construcción del partido revolucionario. Nada más, espero
que podamos abrirnos la cabeza entre todos, escucharnos, escucharnos. Nosotros por ejemplo
queremos escuchar, porque estamos convencidos que si nos escuchamos, por lo menos un poquito,
todo este debate no va a ser en vano ni va a servir solamente para que reafirmemos cosas y
actuemos como sordos. Nada más. Muchas gracias
Intervención de Sergio García
Hola, buenas tardes compañeros y compañeras. Por el tiempo me voy a referir a algunas cosas
tratando de aportar. Creo que es muy importante sacar cosas positivas de un debate, incluso de un
choque de opiniones.
Me parece que para eso, en primer lugar es muy útil no perder de vista la veracidad de los hechos
para discutir seriamente. Por ejemplo, en este debate se ha dicho que nuestra corriente en Venezuela
tuvo un oportunismo sin principios, por ser parte de un gobierno nacionalista burgués. Eso es una
falsedad. Los hechos en concreto dicen que, frente a un proceso revolucionario, el más importante
que tuvo el continente en su momento, nuestra corriente decidió tener una táctica política de
entrismo sobre las organizaciones políticas donde la base obrera y lo mejor de la vanguardia de ese
país se estaba expresando y haciendo una experiencia. Jamás fuimos parte del gobierno, jamás
perdimos independencia política. Tuvimos nuestra propia organización, nuestro propio periódico,
nuestros propios cuadros, nuestros propios cursos de formación y construimos una organización a
caballo de este proceso.
¿Por qué digo que son muy importantes los hechos? Porque para nosotros hay que partir de los
hechos y al mismo tiempo evitar mezclar entre nosotros, que somos todos dirigentes y dirigentas,
conceptos tan elementales como principios, estrategia y tácticas, que son conceptos distintos
precisamente. Una táctica política está en función de una estrategia y se la valora como positiva o
no, si contribuyó a esa estrategia de construir organizaciones revolucionarias. La realidad de nuestra
corriente en Venezuela hoy, es que somos mucho más fuertes de lo que éramos antes del proceso
revolucionario. Y la realidad de quienes antes del proceso tenían más fuerza y no tuvieron ninguna
táctica, es que hoy son muchos más débiles.
Me quiero referir al tema de los principios, porque es muy profundo. Las tácticas políticas en
función de una estrategia son muy importantes y no se puede acusar a otra corriente de no tener
principios por eso. Si no habría que decir que Lenin no tenía principios porque les aconsejaba a los
comunistas ingleses que tuvieran una táctica sobre el partido laborista. Es más, si leen exactamente
lo que decía Lenin era: vótenlos y ayúdenlos a ganar porque los obreros confían en el partido
Laborista, tienen que terminar esa experiencia. Que pocos principios tenía Lenin, ¿no? Fíjense el
consejo que les daba a los comunistas. Que pocos principios tenía Trotsky, que recomendaba hacer
entrismo a los partidos socialistas para apegarse a su juventud socialista y a su ala izquierda. Porque
opinaba que a partir de esa táctica política se podía construir, de un salto muy importante, un partido
revolucionario. A nadie de nosotros se nos ocurriría decir que no tenían principios.
Digo esto porque es muy importante no confundir. Si queremos discutir positivamente no hay que
mezclar conceptos que son bastantes básicos y que tienen que estar enlazados precisamente de
manera dialéctica.
Cuando se discute la táctica de Proyecto Sur, le puede gustar o no a alguna corriente, pero estamos
discutiendo de tácticas. Lo que se tienen que preguntar en todo caso, es si el MST en esa táctica
perdió independencia política y no construyó un partido revolucionario. Y no es así, nosotros jamás
dejamos de tener nuestro partido. Ni siquiera en la Legislatura, cuando ingresamos tuvimos nuestro
propio bloque. Revisen las votaciones de nuestro diputado en los cuatro años. Fue una conquista
política de nuestra táctica. No hay una sola votación que se pueda cuestionar por violar principios
de clase.
Entonces a la táctica uno la puede apoyar o no, pero tiene que tener elementos objetivos para decir
si ayuda o no a fortalecer un partido revolucionario. Como podrán ver, nosotros seguimos
construyendo partidos revolucionarios y construyendo una internacional. Como ustedes construyen
sus partidos y todos estamos de acuerdo con eso.
Esto es muy importante para el balance del trotskismo y del morenismo. Yo veo compañeros que
critican, como los compañeros del PTS, a la historia de Moreno en función de las etapas o en
función de si claudicaba o no al oportunismo. Miren, yo les voy a dar una definición, la base de la
claudicación al oportunismo es dejar de construir un partido revolucionario y no ha habido en toda
Latinoamérica una corriente que haya construido más partidos revolucionarios que el morenismo.
Entonces al negar ese hecho, es difícil discutirlo. A partir de ahí, nosotros estamos a favor de no ser
dogmáticos con Moreno, como no hay que ser dogmáticos con nadie. No creemos que sea una
biblia, no creemos que todo lo que se haya escrito sea correcto. Todo se puede discutir, porque todas
las corrientes tienen sus puntos fuertes y sus puntos débiles, y todos seguramente cometemos
errores.
En el plano internacional, también hay que discutir en ese sentido. No creo, como decía Christian
Castillo, que sea un problema organizativo, es un profundo problema político. Si nosotros tenemos
un programa socialista y anticapitalista, por ejemplo el de la LIS es público y está en todas las
páginas. Con ese programa se puede salir a construir con otros, o se puede creer que hay que
imponerles a otros ese programa y una autoridad de dirección. Nosotros proponemos un mecanismo
distinto, que es en base a un programa, tratar de fortalecer un concepto de construcción
internacional que no sea sobre la base de tendencias nacional-trotskistas, que ya han sido
experiencias muy malas.
Termino, porque no tengo tiempo. Los compañeros del Partido Obrero decían que un partido de
tendencias no, que fue la propuesta que Alejandro hizo al inicio. ¿Cuál es la propuesta entonces?
Porque en el FIT-U tenemos un estadio bastante de acuerdo electoral y no mucho más. Tampoco el
FIT-U actúa en común en la lucha de clases, hemos dado algunos pasos, pero habría que dar muchos
más. ¿Cuáles son las propuestas? Alejandro hizo una, podemos avanzar a un partido de tendencias.
Discutamos, porque lo peor que podemos hacer es que el FIT-U se quede en el estadio que tiene hoy
y no tenga la estrategia política de avanzar a acuerdos más profundos, aunque tengamos fuertes
debates, para ver si intervenimos mucho más fuerte en la lucha de clase y en la lucha política de
nuestro país. Que son dos cosas unidas y no separadas.

Intervención de cierre de Alejandro Bodart


Bueno, creo que el debate es útil, por supuesto que el tiempo en tirano, pero daría para más. Uno no
puede responder a todo lo que se ha dicho y no creo que haga falta solo un boletín para poder
discutir, podemos usar también nuestras prensas, de hecho, nosotros en las dos últimas prensas que
hemos sacado incluso en papel, hemos abordado los debates de la Conferencia anterior, debates que
existen en el Plenario del Sindicalismo Combativo y desde ya vamos a abordar los debates que
existieron hoy. Y podemos por esa vía entablar un debate que sirva para clarificar y al mismo
tiempo para buscar los puntos de acuerdo. 
A nosotros en primer lugar nos interesa mucho la discusión de cómo poder construir una
internacional de masas y partimos de un balance, no se ha logrado. Estamos discutiendo 80 años, no
un año o veinte, 80 años de la muerte de Trostky y seguimos en veremos, con un trotskismo más en
veremos qué otra cosa. Yo no quiero hacerles la lista de las divisiones del trotskismo en los últimos
6 o 7 meses, de un año o dos atrás, pero son muchos compañeros. En Argentina, en Brasil, en
Inglaterra, es decir, hay un problema. Tenemos que discutir, no se trata como dice el compañero
Castillo, de un debate organizativo. Ya mi compañero Sergio abordó este tema, es un debate
profundamente político porque si no resolvemos este problema, no hay ninguna posibilidad de la
revolución socialista compañeros.
Ningún partido nacional va a resolver el problema de la revolución mundial. Incluso el partido
Bolchevique, luego de la debacle de la II Internacional, no pudo inmediatamente construir una
organización internacional. Recién logro comenzar a construir la III Internacional en 1919 por el
prestigio de haber logrado tomar el poder, pero no pudo ayudar a construir rápidamente fuertes
partidos en otros países, por ejemplo, para aprovechar la revolución alemana que fue inminente y
que de triunfar hubiera cambiado el rumbo de la historia. Se necesitan años para construir fuertes
partidos nacionales y solo se pueden construir si son parte de una internacional, que pueda ayudar a
formar y ganar influencia de masas. Se necesita una internacional fuerte para que, si en algún lugar
podemos tomar el poder, la revolución se extienda a la región y el mundo, porque si se estanca en
un solo país, va a retroceder y comenzar a burocratizarse, porque la burocracia no es un problema
de voluntad, es un problema social, político, económico.
Por lo tanto el debate de cómo hacer una internacional no es un problema organizativo, es un
problema profundamente político. Desde ya, nosotros no estamos a favor de construir una
organización internacional con un programa mínimo, ni con cuatro puntos del momento, en eso
tenemos diferencias con los compañeros del Partido Obrero. Ahora, tampoco creemos que se pueda
llegar a un programa acabadísimo a partir de las formulaciones teórico políticas de una tendencia de
las muchas que existen en la realidad.  Podemos ponernos de acuerdo en un programa principista,
pero hay que aceptar un funcionamiento donde haya diferencias parciales.
Compañero Castillo, ustedes ponen mucho el ejemplo de Lenin hacía esto, Trostky hacia esto, pero
saben cuál es el problema, no están ni Lenin ni Trostky. Por lo tanto, nadie tiene autoridad para
hacer lo que hacían Lenin y Trostky. Y si alguna vez queremos tener autoridad hay que dirigir una
revolución, pero para dirigir una revolución hace falta que le encontremos la vuelta a cómo
construimos una internacional, como construimos partidos de masas para no seguir discutiendo en
foros, cómo hacemos algo que nunca hacemos. Por lo tanto, el problema de buscar un
funcionamiento que se base en un programa lo más acabado que se pueda, pero que acepte a otras
tendencias y otras tradiciones por igual, es fundamental, porque hay una tradición del trotskismo
inglés compañero que está muy extendida en una parte muy importante del mundo, hay otra 
tradición del trostkismo francés que se ha extendido, hay tradiciones propias de  rupturas con
corrientes que se han formado en Brasil, que se han formado en Pakistán, que se han formado en
otros países ,y no van a aceptar ir a las definiciones teóricas de la corriente del PTS, ni de la del
MST, ni la del Partido Obrero. Quieren otro tipo de funcionamiento y es profundamente político
esto. Y por favor no vengamos con que el antídoto contra el partido madre es la red de Izquierda
Diario, que parece que para los compañeros es el Santo Grial. En el otro seminario ya cuestionamos
la idea que con Izquierda Diario se podía disputar el sentido común que logra imponer la burguesía,
algo completamente equivocado. Para debatir bien tenemos que aplicar bien el centralismo
democrático. El problema del partido madre tiene que ver con una concepción arraigada por la
división que arrastramos desde hace décadas y de las tradiciones que se han ido construyendo y lo
vamos a eliminar si nos abrimos a cambiar y construir de otro modo.  
Las tácticas, me quiero referir a esto. Creo que las únicas dos posturas claras son las del Partido
Obrero y la nuestra. ¿Por qué? Porque el PO dice nada con nadie ni en ningún lugar. Ni con el NPA,
ni con Luís Juez, ni con esto ni con aquello, una política para mí equivocadísimo pero clara. Tienen
una política evolucionista, creen que van a crecer de uno en uno sin empalmar con nadie. Bueno,
pero es una posición clara. Yo la respeto.
Después hay otra postura, como quedo claro en el debate, que plantea acá sí un agrupamiento
amplio, acá no, que es la del PTS. Acá me gusta un poco porque estoy yo, allá no me gusta. Allá
estoy en contra, pero dame un candidato. Es una política, disculpen compañeros, completamente
equivocada e incongruente.
Después, de Izquierda Socialista no me voy a referir mucho porque es poco seria. Accá nos critican
por Proyecto Sur y después va a Perú y entran el Frente Amplio. Yo les digo sinceramente, voy a
hacer un chascarrillo, creo que Pino Solanas era el Che Guevara al lado de lo que es el Frente
Amplio de Perú.
Pero bueno, son discusiones, pongámonos de acuerdo, nosotros lo decimos claramente, no es en
todo el lugar, pero hay procesos de la realidad, donde se forman reagrupamientos amplios en los
que tenemos que disputar, tener políticas y tácticas hacia ellos. Surgen independientemente de lo
que queramos. Desde ya nos gustaría que, en vez de partidos amplios de masas, ser directamente
nosotros los que capitalizáramos los giros a izquierda que se producen. Pero por lo general esto no
pasa. Surgen mediaciones, existen otras realidades, existió el PT en Brasil, existió el PSOL en
Brasil y ¿por qué solo los morenistas tenemos fuerza en Brasil? Porque fuimos los únicos que
tuvimos políticas y tácticas frente a eso.
Ahora, ¿Cómo se mide el éxito o no de una táctica, si es lícita o no? ¿Cuál es la relación con la
estrategia? Para nosotros, la estrategia en relación a lo que estamos discutiendo es la construcción
del partido revolucionario, el que abandona la construcción del partido revolucionario por una
táctica, pierde la estrategia. Si salís fortalecido de una táctica, con un partido revolucionario más
fuerte, es una táctica que fue licita y correcta. Hablemos de Juez, ¿Ninguno de Uds. van a sacar
conclusiones de porque la izquierda más dinámica en Córdoba somos nosotros? En el plano
electoral, por ejemplo ¿por qué retrocedieron y nosotros avanzamos en el último tiempo? No es solo
por la táctica que tuvimos en su momento hacia el Frente Cívico, hacia Juez, desde ya, pero es
evidente que ayudo y mucho. ¿Dónde está el hundimiento de nuestro partido por haber tenido una
política para un fenómeno de masas como el juecismo? Nuestra figura pública, que fue una figura
importante dentro del juecismo, se transformó en la figura más importante de la izquierda
cordobesa. Así se miden las tácticas. El Partido Revolucionario, el MST en Córdoba está más fuerte
y ustedes están más débiles. Les guste o no les guste, esa y no otra es la realidad. Entonces,
discutamos las tácticas en función de la estrategia, porque no hay otra medición, no hay otra
medición, no hay otra medición de la realidad.
Para terminar le quiero decir al compañero Santos del PO que no se preocupe, no nos vamos a ir del
FITU, al revés, tenemos propuestas y una política para fortalecerlo. Por ejemplo, nosotros creemos
que hay inmovilismo en el Frente, que no actúa más allá de las elecciones. La derecha en el país ya
hizo como veinte marchas y nosotros no podemos salir ni una sola vez para transformarnos en un
tercer polo. Nuestras propuestas son para fortalecer. Creemos que un partido de tendencias en la
Argentina, transformar el FITU en un partido de tendencias lo fortalecería, permitiría que entre
gente que hoy no entra porque no quiere entrar por los partidos, ni tampoco quiere ser solo un
votante. No hay peligro de reformismo, porque somos todos trostkistas.
Vamos a pelear para que el FITU se transforme en algo mas fuerte, pero para eso tenemos que
discutir varios problemas que vemos. Por ejemplo, nos vamos a debilitar si desde se sigue
impulsando la separación entre el Plenario del Sindicalismo Combativo y el FITU. No me imagino
a Trostky diciendo yo no, no quiero ser presidente del Soviet de Petrogrado porque no soy obrero,
sino que soy de una tendencia de la izquierda. Hagamos estos debates si queremos fortalecer el
FITU, a partir de la realidad. Nosotros tenemos propuestas para hacerlo.
Y, por último, termino con esto, creo que ya estoy en el tiempo. Compañeros de Izquierda
Socialista, ya que critican al PTS, creo que con razón, porque muchas veces tergiversan el debate,
no tergiversen ustedes tampoco. Nosotros no rompimos la UIT para irnos al chavismo. Eso es
mentira por partida doble. Se olvidan que lo que se rompió fue el MST compañeros. Ustedes eran
una minoría en nuestro partido y no aceptaron ser minoría, por eso se fueron. Ustedes eran parte de
la vieja dirección del MAS que nunca aceptó que surgiera una nueva dirección en el partido, en
Argentin.a después del desastre que termino en la destrucción del viejo MAS, y creyeron que a
partir de ahí iban a poder construir un partido aquí y una internacional. Fue muy profundo el debate
que tuvimos como para sintetizarlo a través de una chicana, falsa además porque como ya
explicamos, nunca fuimos parte ni del gobierno, ni del chavismo. Hicimos entrismo y
reivindicamos la política y podríamos explicar 20 ejemplos de Trostky llamando a no ser sectarios,
a tener tácticas y políticas frente a los Partidos Socialdemócratas después de la traición de la 2da
Internacional, después de haber sido los que mataron a Rosa Luxemburgo y a Karl Liebknecht, que
reventaron la revolución alemana. Por lo tanto, discutamos un poquito con cierto nivel sobre las
tácticas, estemos a favor o estemos en contra. Pero no tergiversemos nada porque esos son métodos
estudiantiles, esos métodos son ajenos, muchas veces heredados del estalinismo, no del trotskismo.
Tenemos que debatir con un método sano, franco, para llevar luz, luz y más luz a los debates.
Muchas gracias.
La necesidad del Partido de la Revolución Socialista Mundial
Alicia Sagra
LITCI
19/08/2020

A 80 años del asesinato de León Trotsky y a 82 de la fundación de la Cuarta, hoy sentimos, más
que nunca, la ausencia de una dirección revolucionaria internacional.  La combinación de la crisis
económica mundial con la pandemia del coronavirus, pone al rojo vivo esa ausencia.
La pandemia del coronavirus, no ataca a todos por igual, no estamos todos en el mismo barco,
enfrentando al huracán, como nos quieren hacer creer.
Son los trabajadores de la salud, los trabajadores en general, los pobres, los negros, los indígenas
del mundo, las principales víctimas que mueren en los hospitales públicos desabastecidos, o en las
calles por falta de atención médica.
La burguesía se queja por la disminución de sus ganancias. Pero no son sus familias, no son sus
hijos, los que sufren el desempleo y el hambre, los que viven hacinados en casas miserables, sin
agua, sin cloacas, en medio de esa pandemia que, al mismo tiempo, ha hecho que los billonarios del
mundo multipliquen sus riquezas.
Como nunca se ve la desigualdad social y su significado en relación a la vida y la muerte.  El
capitalismo aparece al descubierto, mostrando con claridad que no puede garantizar lo elemental: la
vida.
Y ese verdadero genocidio, está provocando grandes reacciones de los explotados y oprimidos. El
infame asesinato de George Floyd, así como la explosión del puerto de Beirut fueron los detonantes
de las multitudinarias movilizaciones de EEUU y el Líbano. De la misma manera que la situación
de los presos mapuches ha hecho resurgir las movilizaciones en Chile.  Pero por detrás de esas
reacciones obreras y populares, que todo indica que se repetirán en diferentes partes del mundo, está
la bronca acumulada por todo lo que se está viviendo y sufriendo y muestran la necesidad de
encarar una lucha unificada en contra de todos los gobiernos capitalistas. Nunca ha sido tan
evidente como ahora, la verdad de la consigna que dice: el capitalismo mata, muerte al capitalismo.
Y es por eso, es que se siente tanto la falta de una dirección revolucionaria mundial, que nos dirija
en ese camino, el de la derrota del capitalismo imperialista y la construcción del socialismo.
Por qué y para qué se fundó la IV Internacional
En uno de los peores momentos de la situación de la lucha de clases a nivel mundial, con el nazismo
en Alemania, el fascismo en Italia, Franco dominando España, China bajo la ocupación japonesa, el
terror estalinista en la URSS, la mayoría de los países latinoamericanos dominados por dictaduras,
Trotsky dijo que no había tarea más importante que la construcción de la IV Internacional.
En la década del 30 del siglo pasado, el que había sido el segundo gran dirigente, después de Lenin,
de la revolución rusa, el creador y jefe del Ejército Rojo que garantizó el triunfo de la guerra civil,
consideraba que la tarea más importante de su vida era la batalla por la construcción de la Cuarta.
Hacía esa afirmación argumentando que la toma del poder en octubre del 1917 se hubiera podido
dar sin él, porque estaba Lenin para garantizarlo, pero que en ese momento no había nadie más que
pudiese garantizar la construcción de la Cuarta. Y para él, esa era la tarea clave porque había que
preservar los principios, el programa y la tradición del leninismo ante la avalancha
contrarrevolucionaria que se estaba viviendo, y así poder estar armados para el próximo ascenso
revolucionario que sin duda vendría.
A los que le decían que ese no era el momento, que había que esperar grandes acontecimientos,
como el de la toma del poder en Rusia que posibilitó la construcción de la Tercera, les respondía
“Los escépticos preguntan: pero, ¿ha llegado el momento de crear una nueva internacional? Es
imposible, dicen, crear una Internacional ‘artificialmente’, ‘solo grandes acontecimientos pueden
hacerla surgir’ (…) La Cuarta Internacional ya surgió de grandes acontecimientos: las mayores
derrotas del proletariado en la historia.
“La causa de esas derrotas está en la degeneración y la traición de la antigua dirección. La lucha
de clases no admite interrupción. Para la revolución, la Tercera Internacional, después de la
Segunda, ha muerto. ¡Viva la IV Internacional!”.
No actuó así, la gran mayoría de los que se reivindicaban trotskistas, después de que los procesos
revolucionarios del Este europeo de 1989-91, destruyeron el aparato central del estalinismo. El
máximo ejemplo fue el del Secretariado Unificado (SU), en ese momento la mayor referencia del
trotskismo a nivel mundial. A partir de caracterizar que se había producido una gran derrota que
alejaba la revolución por años, sacaron la dictadura del proletariado de su programa, llamaron a
construir partidos comunes con los reformistas y por supuesto abandonaron la tarea de la
reconstrucción de la IV Internacional, en lo que rápidamente fueron acompañadas por
agrupamientos menores.
Otras organizaciones que se reivindican trotskistas, como las que integran el FIT en Argentina,
mantienen una actitud centrista en relación a la IV Internacional. Por un lado, siguen hablando, en
los actos del 20-21 de agosto, de la reconstrucción de la Cuarta, pero por otro lado en el día a día
abandonaron (algunos, como el PO, nunca la tuvieron), la tarea de avanzar en la construcción de un
partido revolucionario mundial. Se conforman con organizaciones internacionales sin ningún
centralismo, o construyendo sucursales de sus partidos madres y llaman a la construcción de
partidos nacionales con tendencias permanentes.
Cómo y con quien reconstruir la IV Internacional, como continuidad revolucionaria de la
Internacional Comunista
La LIT-CI se fundó, en 1982, con el objetivo de ponerse al servicio de la reconstrucción de la IV
Internacional. Seguimos defendiendo lo mismo. La cuestión es ¿con quienes encarar esa
reconstrucción?
No es coherente plantearse encarar esa reconstrucción con quienes explícitamente han abandonado
esa tarea o con los que en los hechos se dedican a construir o llaman a construir organizaciones que
son lo opuesto al modelo reivindicado por Trotsky para la Cuarta y sus partidos. Como decía
Trotsky «Es evidente que no se puede pensar en construir una nueva Internacional en base a
organizaciones que parten de principios profundamente distintos y a veces opuestos. La Oposición
de Izquierda llevó a la Conferencia su propio programa con el objetivo de ayudar a la separación
principista de los reformistas y los centristas, y nuclear a las organizaciones revolucionarias».[1]
Eso no significa que nosotros nos consideremos la IV Internacional, como en un momento hicieron
el lambertismo y el Partido Obrero de Argentina. Siguiendo el ejemplo de Trotsky, llamamos a
reconstruir la Internacional a quienes coincidan y lo muestren en su accionar, en la necesidad de
construir un partido revolucionario mundial, tengan origen en el trotskismo o no.  Y queremos
hacerlo con el mismo método que él propuso. A partir, no de acuerdos tácticos, coyunturales, ni de
llamados a Conferencias-Actos, sino encarando una profunda discusión programática, que incluya
criterios organizativos, metodológicos y morales.
Trotsky no deja ninguna duda en relación a que la Internacional que llama a construir es la
continuidad de la Tercera dirigida por Lenin.  En agosto de 1933 dice:
“No puede haber política revolucionaria sin teoría revolucionaria. Aquí es donde tenemos menos
necesidad de partir de cero. Nos basamos en Marx y Engels. Los cuatro primeros congresos de la
Internacional Comunista nos legaron una herencia programática invalorable: el carácter de la era
moderna como época del imperialismo, es decir, de decadencia del capitalismo; el reformismo
moderno y los métodos de lucha contra el mismo, la relación entre la democracia y la dictadura
proletaria, el papel del partido en la revolución proletaria; la relación entre el proletariado y la
pequeña burguesía, especialmente el campesinado (cuestión agraria); el problema de las
nacionalidades y la lucha de los pueblos coloniales por la liberación; el trabajo en los sindicatos;
la política del frente único; la relación con el parlamentarismo. Los cuatro primeros congresos
sometieron todas estas cuestiones a un análisis principista que todavía no ha sido superado. Una
de las tareas primarias, más urgentes, de las organizaciones que levantan la bandera de la
regeneración del movimiento revolucionario consiste en separar las decisiones de los cuatro
primeros congresos, ponerlas en orden y dedicarles una discusión seria a la luz de las tareas
futuras del proletariado”. [2]
Y esa continuidad con la Tercera, no es solo con relación a las definiciones programáticas sino
también en relación al régimen centralista democrático:
  «Sin democracia interna no hay educación revolucionaria. Sin disciplina no hay acción
revolucionaria. La estructura interna de la Cuarta Internacional se basa en los principios del
centralismo democrático: plena libertad de discusión, unidad completa en la acción».[3]Ese es el
tipo de Internacional que defendemos cuando llamamos a reconstruir la Cuarta. Ese el tipo de
partido revolucionario mundial que necesitamos para dirigir a la clase obrera hacia la derrota del
imperialismo y la toma del poder, y así acabar con esta barbarie capitalista, e iniciar el camino hacia
el socialismo.
Pero esa defensa no es sólo de palabra. Coherente con esa reivindicación hoy la LIT-CI, funciona
con congresos internacionales cada dos años, precedidos por periodos pre congresales con amplios
debates internos, algunos de los cuales, los teóricos-programáticos, los compartimos con la
vanguardia a través de Marxismo Vivo, nuestra revista teórica.  Es ese régimen, que heredamos de la
Tercera, el que permite que el conjunto de la Internacional pueda discutir y contrapesar las
diferentes presiones y/o desviaciones nacionales que pueden sufrir cada uno de sus partidos.
Este régimen que defendemos y aplicamos, es lo opuesto del centralismo burocrático aplicado por
el estalinismo, donde todo es decidido por el secretario general y donde se responde con la
persecución política a quienes manifiestan diferencias.
Y tampoco tiene que ver con el régimen del “partido madre” que aplican otras organizaciones. Ese
tipo de “Internacional” no sirve para contrarrestar ninguna presión o desviación nacional. Un claro
ejemplo es el caso del PTS de Argentina, que está viviendo una fuerte desviación parlamentarista
que no puede ser contrarrestada por los otros partidos de su corriente. Por el contrario, su
funcionamiento internacional hace que el “partido madre” imponga su desviación al resto, en este
caso con la táctica de “frentes electorales” en todos los países donde actúan.
Por eso no tenemos dudas en llamar a la reconstrucción de la Cuarta Internacional, como
continuidad programática, metodológica y moral de la Internacional Comunista dirigida por Lenin.
Llamamos a encarar esa construcción a las obreras y obreros, a los trabajadores y jóvenes, que hoy
son parte activa de las grandes y pequeñas luchas que se están dando en diferentes partes del
mundo, y aspiran a avanzar en la destrucción de este sistema que nos está matando.
Tal como decía Trotsky, el Manifiesto Comunista, los cuatro primeros congresos de la Tercera
Internacional, el Programa de Transición, son una gran base teórico-programática, para esa
reconstrucción, a la que habrá que hacer todas las actualizaciones que sean necesarias para
responder a los nuevos desafíos.
Desde la LIT-CI nos disponemos a ayudar en esa tarea y ofrecemos para comenzar esa discusión
programática, el Programa de Emergencia Contra la Pandemia y la Crisis Económica, que
ponemos a disposición.[4]
Notas:
[1] Trotsky, León. Escritos, tomo V, volumen 1. Se refiere a la política con que fueron a la
Conferencia de Organizaciones Socialistas y Comunistas, realizada en Francia en 1933.
[2] Trotsky, León. Escritos, tomo 3.
[3] Programa de Transición
[4] https://litci.org/es/archive/lea-y-descargue-el-programa-de-la-lit-frente-a-la-pandemia-y-la-
crisis-economica/

Trotsky, el jefe del Ejército Rojo


Americo Gomez
LITCI
20/08/2020

Clausewitz afirmaba que la dirección de un ejército es siempre política, y que en los momentos de
acción y de conflicto se sustituye “la pluma por la espada”. Deutscher afirmaba, que como
Comandante del Ejército Rojo, para ganar la guerra civil, Trotsky usó “la espada y la pluma”.
Usó la “espada” cuando recorrió personalmente toda la República Soviética para organizar el
Ejército, su abastecimiento y suplementos, y darle moral y vigor, yendo directamente al campo de
batalla y a los frentes de combate durante esos dos años y medio. Usó la “pluma” cuando estuvo al
frente de los debates teóricos y políticos sobre la cuestión militar que fueron realizados en el
Ejército, en el Soviet y en el Partido. Y que fueron fundamentales para construir ese Ejército y
ganar la guerra.
León Davidovich Bronstein, Trotsky, fue nombrado presidente del Consejo Supremo de la Guerra el
4 de marzo de 1918, el día siguiente a la firma del acuerdo de Brest-Litovsk, y en abril pasó a ser
Comisario del Pueblo para la Guerra. Su lema: “Trabajo obstinado y disciplina revolucionaria”[1].
La paz y la guerra civil
Trotsky de la delegación de las negociaciones en el acuerdo de Brest-Litovsk, hecho por el gobierno
soviético el 3 de marzo de 1918. Una “paz vergonzosa”, llamada así por el propio Lenin, que fue
quien la orientó, contra la posición de los dirigentes del partido bolchevique, que se
autodenominaba “comunistas de izquierda”, organizados por Bujarin y Piatakov, que defendían la
continuidad de la guerra bajo el nombre de “guerra revolucionaria”, y también contra la posición
de Trotsky, que defendía una posición intermedia.
Esta fue realizada con los Imperios del Centro (Alemania, Austria-Hungría, Bulgaria y el Imperio
Otomano), bajo duras condiciones. Absolutamente necesaria para reconstruir la economía y,
además, el pueblo quería paz, una gran promesa de la revolución.
Rusia tuvo que abrir mano de regiones importantes que también vivían procesos revolucionarios,
como Finlandia, los Países Bálticos y Ucrania, que fueron ocupados por el ejército alemán. También
tuvieron que ceder parte del Cáucaso.
Significó la entrega de un tercio de la población, 50% de la industria, 90% de la producción de
combustibles, 55% del trigo y la mayor parte de los cereales, a las manos del imperio alemán[2].
Pero cuando la Revolución Alemana derrumbó el Imperio, y con ella, todos sus acuerdos, Finlandia,
Estonia, Letonia, Lituania y Polonia, se tornaron Estados independientes; Bielorrusia y Ucrania se
integraron a la Unión Soviética, y todos los demás territorios fueron recuperados.
Pocas semanas después de la firma de Brest-Litovsk, los países imperialistas de la Triple Entente,
con sus aliados internos, atacaron la naciente nación soviética en varios frentes, iniciando una
guerra civil que tenía como principal objetivo sofocar la revolución y derrocar el gobierno.
El 3 de abril, tropas japonesas desembarcaron en Vladivostok y ocuparon el Este de Siberia. Al día
siguiente, los turcos tomaron Batumi, en Georgia, mar Negro, y entraron en el Cáucaso. Los
rumanos tomaron la Besarabia. La temible Legión Checoslovaca, patrocinada por Francia, se
insurrecciona y se alía al Ejército Blanco en el Oeste de la Siberia. Tropas francesas toman el Sur de
Ucrania y la Crimea; y británicos toman Arcángel al Este del río Don, mientras sus unidades de
Persia toman el centro petrolífero de Baku. El Ejército Blanco es comandado por los antiguos
generales zaristas: Nicolai Yudenich, Lavr Kornilov, Alexander Kolchak y Anton Denikin.
Hacia finales de 1918 la República Soviética Federal Socialista Rusa era prácticamente del tamaño
de la Moscovia medieval antes de las conquistas de Iván, el Terrible. En las palabras de Lenin,
“una isla en un océano enfurecido, lleno de bandidos imperialistas”[3].
En los frentes de batalla
En el inicio del conflicto, en mayo de 1918, el Ejército Rojo huía espantado de Kazan, frente a los
ataques de la Legión Checoslovaca aliada al Ejército Blanco, que ya había tomado Samara y
Saratov. Trotsky fue para este frente, castigó a los comunistas carreristas y cobardes, así como a los
funcionarios burocráticos ineficientes. Los comisarios locales le pidieron que se retirase para un
lugar más seguro, pero él se quedó. Actuó con los comandantes más capaces: Frunze, Vatzetis,
Tukhachevski, Raskolnikov, Mezhlauk, Larissa Reissner e Iván Smirnov. Hombres y mujeres
formaron después lo que sería el comando del ejército.
Se dirigió a los soldados que estaban en pánico, vertiendo sobre ellos “torrentes de optimismo y
disposición revolucionaria”, con su discurso: “Los soldados del Ejército Rojo no son cobardes ni
canallas. Quieren luchar por la libertad de la clase obrera. Si retroceden y luchan mal, los
comandantes y comisarios son culpados. (…) si cualquier destacamento retrocede sin orden, el
primero a ser fusilado será el comisario, después el comandante. Cobardes, canallas y traidores no
escaparán de la bala”[4]. Montó un Tribunal Militar Revolucionario y estableció el estado de sitio
en toda la región. Sometió a la corte marcial a comandantes y comisarios que retiraron a sus
hombres de la línea del frente.
Trotsky defendía también ser benevolente con el enemigo que reconociese sus crímenes y estuviese
dispuesto a deponer las armas y servir honestamente al Estado Obrero: “¡Muerte a los traidores!
¡Pero misericordia con el enemigo que se convirtió y pide clemencia!”.
Después de las victorias en el Volga, Trotsky se desplaza hacia Ucrania para remontar el Ejército,
que estaba en pésimas condiciones, siendo derrotado por Denikin. Realiza este trabajo, ahora con
ayuda de Tukhachevski y Antonov-Ovseenko, y derrota nuevamente a los “blancos”. De este
conflicto, Trotsky concluyó que para obtener la victoria en la “guerra moderna” era fundamental
combinar la habilidad de los combatientes, y sus entrenamientos bien desarrollados, con una
capacidad sofisticada de la producción industrial militar[5].
Cuando desde Finlandia las tropas de la contrarrevolución, comandadas por Yudenich, atacaron
Petrogrado en octubre de 1919, algunos miembros del comité central bolchevique estaban
dispuestos a desistir de la ciudad y huir para el interior del país. Trotsky estuvo en contra de aceptar
la pérdida de la ciudad y organizó su defensa. La estrategia era la “defensa urbana”, anunciando
que “se defendería en su propio terreno” y, previendo que el enemigo se perdería en un laberinto de
calles fortificadas, allí “encontraría su tumba”. Los batallones regulares del Ejército Rojo
combatieron “hombro a hombro” con los destacamentos de mujeres y de la Guardia Roja. Las
fábricas producían armamento bajo una lluvia de balas, enviándolas inmediatamente al combate.
Todos involucrados en los que fue clasificado como una “locura heroica”[6].
Los blancos fueron derrotados en quince días. Por este combate, Trotsky fue aclamado como el
“Padre de la Victoria” y recibió la “Orden de la Bandera Roja”.
El Ejército Rojo de obreros y soldados
Con la toma del poder por los bolcheviques, el ejército zarista fue hecho harapos. El proletariado
contaba para la defensa de su Estado con los Guardias Rojos y parte de las tropas y divisiones del
antiguo ejército.
La Guardia Roja había sido construida como política del partido bolchevique para el armamento de
proletariado y la materialización de toma del poder. Compuesta a partir de los obreros que se
armaban y entrenaban en las fábricas y en los barrios de la periferia y con los soldados que rompían
con las tropas regulares. La tentativa de golpe de Kornilov fue aprovechada por los revolucionarios
para expandirla, como fuerza de resistencia a los golpistas, legalizarla frente al Soviet y al Gobierno
Provisorio, y armarla y entrenarla. En Petrogrado eran 4.000 combatientes, comandados por
Antonov-Ovseenko, y en Moscú 3.000, por Gregory Frunze[7], coordinados por Aleksandr
Gavrilovici Schliapnikov[8].
“El Ejército Rojo solo podía nacer sobre una base social y psicológica nueva. La pasividad, el
espíritu gregario y la sumisión a la naturaleza dieron lugar, en las nuevas generaciones, a la
audacia y al culto de la técnica”[10].
La conferencia del Partido Bolchevique del 19 de diciembre de 1917 votó por la fundación del
Ejército Rojo de los Obreros y Campesinos. A seguir, el Consejo de Comisarios Soviéticos aprobó
esta resolución el 18 de enero de 1918, y el 22 de febrero el Pravda publicó una proclama con el
título “La patria socialista está en peligro”, punto de partida para la campaña de reclutamiento[10].
Un ejército sin escalafones
“El Ejército Rojo fue construido desde arriba, según los principios de la dictadura de la clase
obrera. El cuerpo de mando fue seleccionado y comprobado por los órganos del poder soviético y
del Partido Comunista”[11].
El Ejército Rojo no tenía jerarquía de oficiales ni puestos como tenientes o mariscal; Lenin y
Trotsky creían que el comando se consolidaría, sobre todo, por la confianza de los soldados en sus
comandantes, y sería asegurada por el conocimiento, talento, carácter y experiencia. Para Trotsky,
las “estrellas” no conferían a los jefes ni talento ni autoridad. “La designación de los comandantes
por sus virtudes personales solo es posible si la crítica y la iniciativa se manifiestan libremente en
un ejército puesto bajo el control de la opinión pública. Una rigurosa disciplina puede acomodarse
muy bien con una amplia democracia, y encontrar apoyo en ella”[12].
Polémicas teóricas y políticas para la construcción del nuevo ejército
Como no podía dejar de ser polémico, y discusión no fue lo que faltó en la construcción de este
Ejército revolucionario, en todos sus aspectos el poder soviético enfrentó la cuestión militar con
grandes debates. “El problema de la organización del Ejército Rojo era un problema totalmente
nuevo, jamás había sido planteado antes, ni siquiera en el plano teórico”[13].
Trotsky defendió un ejército centralizado, el reclutamiento obligatorio, la utilización de los oficiales
zaristas y la formación del comisariado político. Para el restablecimiento de la disciplina militar
reprimió severamente la deserción y la traición. Explicó que no se podía centralizar y dirigir las
fuerzas armadas con comités electos por los soldados en medio de una guerra civil imperialista, y
acabó con la guerra de guerrilla como estrategia militar, a pesar de continuar utilizándola como
táctica.
“La capacidad guerrera de un ejército requiere sobre todo la existencia de un aparato directivo
regular y centralizado”[14]. Diferente de cómo creía que debía darse en la Insurrección, donde la
descentralización de las acciones era clave[15].
Contra sus posiciones se formó la “Oposición Militar”, que defendía el principio electoral del
comando; contra la incorporación de especialistas zaristas; contra la introducción de la disciplina
férrea y la centralización del ejército. Esta “Oposición” estaba formada por Bujarin, Piatakov y
Bubnov, con aliados importantes como I. N. Smirnov. Bujarin publicó en el Pravda sus polémicas
contra Trotsky, incluso durante la Guerra Civil.
Otro foco de divergencia con las posiciones y orientaciones de Trotsky era el comando del X
Ejército, comandado por Voroshilov, que contaba con el apoyo explícito de Stalin, que se recusaban
a seguir las orientaciones del comando central. Trotsky propuso la destitución de Stalin y envió a
Voroshilov a un Tribunal Revolucionario. Sverdlov intermedió en la crisis que se dio en la dirección
bolchevique, y Voroshilov fue transferido a Ucrania y Stalin al Consejo de Guerra de la República.
Trotsky: “Considero que el tratamiento favorable que Stalin da a esta gente es un tumor peligroso,
peor que cualquier traición de los especialistas militares…”[16].
La creación de un ejército centralizado fue una gran polémica; al final, la tradición revolucionaria,
desde la Primera Internacional, era la defensa de la sustitución de los ejércitos permanentes por el
armamento general del pueblo y la elección de sus comandantes. La “Oposición Militar”
consideraba el ejército centralizado la configuración de un ejército de tipo imperialista y defendía la
estrategia de la guerra de movimiento, con pequeñas unidades independientes atacando libremente
las retaguardias del enemigo.
Trotsky explicaba: “Si los peligros que nos amenazan se limitasen al peligro de la
contrarrevolución interna, no tendríamos necesidad, en general, de un ejército. Los obreros de las
fábricas de Petrogrado y Moscú podrían crear en cualquier momento destacamentos de combate
suficientes para aplastar, antes de su nacimiento, cualquier tentativa de sublevación armada con el
objetivo de devolver el poder a la burguesía. Nuestros enemigos interiores son demasiado
insignificantes y lastimosos para que sea necesario crear un aparato militar perfecto, sobre bases
científicas, en la lucha contra ellos, y movilizar toda la fuerza armada del pueblo. Si ahora
necesitamos de esta fuerza es, justamente, porque el régimen y el país soviético están gravemente
amenazados desde el exterior (…) No hay otra manera de proteger y defender el régimen soviético
que la resistencia directa y enérgica contra el capital extranjero, el cual emprende, contra nuestro
país, exclusivamente porque este es gobernado por obreros y campesinos”[17].
“La URSS paga caro por su defensa porque es demasiado pobre para tener un ejército territorial
que resultaría más barato”[18].
La necesidad de esta centralización se demostraba cuando se deparaba con un cerco de ocho mil
kilómetros a la República Soviética, por todos los lados. Ni siquiera un ejército poderoso podría
luchar en todos los frentes. Movilizar el Ejército Rojo, en la línea interna, yendo de un frente a otro,
era la mejor estrategia. Para eso, las operaciones tenían que ser planeadas y los recursos
controlados. El principal organizador de este operativo militar fue E. M. Sklianki, llamado por
Trotsky “el Carnot de la Revolución Rusa”[19].
Pero, sin duda, la cuestión más polémica fue el trabajo con los oficiales militares especialistas y ex
zaristas. Para Trotsky, a pesar de ser una cuestión práctica, no de principios, ella era esencial. El
propio Lenin inicialmente tenía dudas sobre esta propuesta, pero después adhirió completamente a
ella, afirmando que Trotsky construyó el comunismo “con los restos del edificio destruido del viejo
orden burgués”[20].
A los que continuaron oponiéndose a esta política, Trotsky les respondía: “Tal como la industria
precisa de ingenieros, como la agricultura precisa de agrónomos calificados, también los
especialistas militares son indispensables para la defensa”[21].
Como realmente había riesgo de traiciones y deserciones, junto con cada uno de estos oficiales fue
puesto un “Comisario Político”, que confirmaba a los obreros, campesinos y soldados las órdenes
que deberían ser cumplidas y no maquinaciones contrarrevolucionarias. Trotsky también ordenó que
los familiares de estos oficiales fuesen hechos rehenes, pues en caso de traición toda su familia sería
castigada; algunos realmente traicionaron y fueron fusilados.
Las purgas estalinistas
El Ejército Rojo fue constituido sobre la base de la democracia obrera de la Dictadura del
Proletariado, por eso, las polémicas militares prosiguieron después de la victoria en la guerra civil.
Frunze y, después, Tukhachevski, los más importantes comandantes del Ejército Rojo, elaboraron la
“doctrina militar proletaria”, defendiendo la “guerra ofensiva y de gran movilidad”, sobre la base
de la teoría de que la “revolución viene de afuera”. Tukhachevski fue considerado el mayor
estratega de su época en combate de tanques, el “mecanicista del Ejército Rojo”. Para Trotsky, él
era capaz de evaluar “una situación militar desde todos los ángulos” (…) “aunque [era] un tanto
aventurero”.
Trotsky se opuso a esta teoría: “La guerra se basa en muchas ciencias, pero no constituye una
ciencia en sí, es un arte práctico, un oficio (…) un arte salvaje y sangriento” (…) “Solamente el
traidor renuncia al ataque, (y) solamente un idiota reduce toda estrategia al ataque”[22]. Él había
asimilado las ventajas tácticas de defensa combinadas con la necesidad de la osadía de acción
ofensiva.
Con el dominio del Estado soviético por la burocracia estalinista, el ejército revolucionario se
acabó. Stalin, así como hizo con el partido, decapitó el comando del Ejército de algunos de sus más
competentes comandantes, sacrificando los intereses de la defensa soviética en el altar de la
autodefensa de la burocracia dominante. Más de 30.000 oficiales fueron destituidos, presos,
enviados a gulaks y fusilados. Lo que costó a los soviéticos más de 13 millones de muertos en la
Segunda Guerra Mundial.
Frunze, que en enero de 1925 sustituyó a Trotsky en el Comisariado del Pueblo para la Guerra,
murió en octubre, con 40 años, de manera sospechosa, durante una cirugía.
Tukhachevski, que sería el sustituto natural de Frunze, fue denunciado por Radek, mentirosamente,
como espía alemán, llevado a juicio en las purgas de 1937, y fusilado. Budyonny y Voroshilov[23]
escaparon de las “purgas” y se unieron a Stalin. Fracasaron de manera grandiosa en la Segunda
Guerra: el primero en Ucrania, entregó Kiev y tuvo más de 65.000 soldados presos, el segundo fue
derrotado en el Cáucaso.
El estalinismo restableció los escalafones, incluso el de mariscal en 1935. “El restablecimiento de
la casta de oficiales, dieciocho años después de su supresión revolucionaria, certifica con igual
fuerza el abismo que se abrió entre los dirigentes y los dirigidos, y que el ejército perdió las
cualidades esenciales que le permitían llamarse Ejército Rojo”[24].
Innegablemente, Trotsky fue el constructor del Ejército Rojo que garantizó el gobierno Soviético.
Sus enseñanzas en el arte de la Insurrección y la Guerra son inestimables y válidas para ser
estudiados por todos aquellos que aún ven la necesidad de la toma del poder por la clase obrera y la
instauración de un Estado que sea dirigido por los trabajadores a través de sus Consejos.
[1] SERGE, Victor. El Año I de la Revolución Rusa. La Revolución Rusa, Editora Boitempo, p. 265.
[2] Ídem, p. 252.
[3] CARR. E. H. Historia de la Rusia Soviética. La Revolución Bolchevique, vol. 3, p. 95.
[4] DEUTSCHER, Isaac. Trotsky, El Profeta Armado. Civilização Brasiliense, p. 447.
[5] NELSON, Harold Walter. León Trotsky y el arte de la insurrección, 1905-1917.
[6] DEUTSCHER, Isaac. Trotsky, El Profeta Armado. Civilização Brasiliense, p. 473.
[7] Ídem, p. 432.
[8] NELSON, Harold Walter, op.cit.
[9] TROTSKY, León. La revolución traicionada. El Ejército Rojo y su doctrina. Ed. Sundermann,
p. 191.
[10] CARR, E. H. Historia de la Rusia Soviética. La Revolución Bolchevique, vol. 3, p. 76
[11] TROTSKY, León. Cómo se armó la revolución. El camino del Ejército Rojo.
https://www.marxists.org/espanol/trotsky/em/rev-arm/volumen1-1918.pdf
[12] TROTSKY, León. La revolución traicionada. El Ejército Rojo y su doctrina. Ed. Sundermann,
p. 149.
[13] Informe del CC al VIII Congreso del Partido Bolchevique, marzo de 1919.
[14] TROTSKY, León. Comunismo y Terrorismo.
[15] TROTSKY, León. Los problemas de la guerra civil.
[16] TROTSKY, León. Mi Vida, Ed. Pluma, p. 346.
[17] TROTSKY, León. Cómo se armó la revolución. El Ejército Rojo,
https://www.marxists.org/espanol/trotsky/em/rev-arm/volumen1-1918.pdf
[18] TROTSKY, León. La revolución traicionada. Ed. Sundermann, p. 201.
[19] Jacobino, uno de los organizadores de la defensa de Francia contra la alianza de Estados
europeos.
[20] DEUTSCHER, Isaac. Trotsky, El Profeta Armado, p. 457.
[21] Ídem, p. 434.
[22] Ídem, p. 515.
[23] Totalmente sumiso a Stalin a pesar de su valentía personal, con “falta total de talento militar y
administrativo y una visión completamente estrecha y provinciana”.
[24] TROTSKY, León. La revolución traicionada. El Ejército Rojo y su doctrina. Ed. Sundermann,
p. 149.
Traducción: Natalia Estrada.
La juventud para el trotskismo: los debates de Trotsky
Yuri Gomez
LITCI
20/08/2020

“Como demostró la experiencia europea, esta situación crítica de la joven generación, que no
adhiere a ningún partido, junto con la falta de tradición, educación sindical y elecciones
democráticas, la convierte en carne de cañón de los fascistas. ¿Qué prueba eso? Que la juventud
exige soluciones radicales. […] ¿Quién le dará una dirección a esa juventud? ¿Nosotros o los
fascistas?”
Leon Trotsky, “Para la formación de una organización juvenil revolucionaria”, 1938 [1].
El blog Teoria e Revolução está publicando una serie de textos sobre la juventud y la revolución
socialista. Para contribuir con este debate, analizo aquí la relación entre los escritos de Trotsky y los
de los dirigentes del Socialist Worker’s Party (SWP), durante la década de 1930 y el comienzo de la
de 1940. El artículo se dividirá en dos partes: esta, que trata específicamente de Trotsky; y otra,
dedicada a las principales elaboraciones de la sección estadounidense de la IV Internacional, el
SWP, sobre el tema.
Introducción
La década de 1930 fue el ápice de lo que el revolucionario argentino Nahuel Moreno llamó “Etapa
de la contrarrevolución burguesa” [2]. La combinación de la derrota de diversas revoluciones en
Europa y China, la Crisis de 1929 y sus efectos sociales por todo el mundo, la ascensión y
consolidación del fascismo en Europa, la Segunda Guerra Mundial y la estabilización del régimen
estalinista en la Unión Soviética, constituyeron una etapa defensiva del movimiento obrero
internacional, que se prolongó hasta la derrota del nazismo en 1943.
Por esas razones, era el período de una “juventud condenada”. La juventud proletaria y, en menor
medida, la de las capas medias, enfrentaba el desempleo masivo, que llegaba a 50% en los Estados
Unidos de 1932. Esa misma juventud era convocada para colocarse en la línea de frente de una
nueva guerra mundial en muchos países. El escenario que Trotsky describe es: no hay trabajo.  […]
Los estudiantes están teóricamente desorientados. En vez de la eterna prosperidad, solo ven
bancarrota. Los jóvenes están buscando fórmulas para salir de esa situación [3].
La búsqueda por “fórmulas para salir de esa situación” resultó, en gran medida, en un proceso de
reorganización de los movimientos de juventud [4]. Surgían nuevas organizaciones, algunas
aumentaban su influencia, mientras otras entraban en crisis con sus partidos. Eso era una expresión
de un movimiento de reorganización política mucho mayor, que se reflejó en la construcción del
SWP en los Estados Unidos.
El SWP era la mayor organización fundadora de la Cuarta Internacional en 1938. Para la
Conferencia de Fundación, la sección estadounidense tenía 3500 militantes, más del triple de la
segunda sección más grande, la belga. Su tamaño era resultado de una política de entrismo[5] en el
Socialist Party (SP), donde construyeron el Bloque de Izquierda y ganaron una expresiva parte de la
militancia, incluyendo la mayoría de la juventud, la Youth People’s Socialist League (YPSL). Uno
de los tres delegados de los Estados Unidos para la Conferencia, junto con James Cannon y Max
Shachtman, era Nathan Gould, principal dirigente de la YPSL.
Trotsky reconocía la importancia política de la juventud en la construcción de una nueva dirección
para la revolución mundial, a partir de la experiencia de derrota de la Segunda Internacional. En
este período, mientras las filas de los partidos socio-demócratas claudicaban ante el chauvinismo en
el momento de la guerra imperialista, sus alas jóvenes contradecían la capitulación de los viejos,
como ocurrió en el SPD alemán. Por eso el Programa de Transición abría un espacio especial para
los jóvenes y los sectores oprimidos, usando el slogan “¡Lugar para la juventud!, ¡Lugar para las
mujeres trabajadoras!”.
La mayor parte de los textos presentados en este artículo son cartas intercambiadas entre Trotsky, la
dirección del SWP y Gould. En ellas, se aborda, especialmente, el desgaste de la YPSL con el
partido a fines de la década de 1930, como parte de una crisis mucho más profunda, que resultó en
la salida de Gould y Shachtman [6]. Además, incluimos aquí una entrevista de Trotsky para jóvenes
universitarios dinamarqueses en 1932.
Trotsky se dedicó a ganar a la juventud trabajadora y estudiantil para el movimiento obrero, el
socialismo y la construcción de un nuevo mundo. Sobre eso trataremos aquí. Como advertencia
necesaria, comunico que la propuesta es más presentar el contenido del debate, que sacar
conclusiones, a pesar de que existan.
¿Qué es la juventud en la sociedad capitalista?
En los inicios de la década de 1930, Trotsky concedía una entrevista a un grupo de estudiantes en
Copenhague, capital de Dinamarca, en la que trató sobre las perspectivas revolucionarias de la
juventud e, inmediatamente, explicó su radicalismo:
“En todos los países la juventud es radical. El joven siempre se siente insatisfecho con la sociedad
en que vive, siempre piensa que puede hacer las cosas mejor que los adultos. Así la juventud
siempre se siente progresista, sin embargo, lo que entienden por progresista varía mucho. […] Esta
es la verdadera fuerza motriz en el ámbito psicológico. Los viejos ocupan todos los lugares, el
joven se siente encorralado, sin salida para aplicar sus demandas. [7]”
Su radicalismo en relación a lo que “entienden por progresista” tiene un carácter de clase. Para
Trotsky, cuando realmente los estudiantes son pequeño-burgueses, su radicalismo no pasa de
“enfermedad juvenil”. Porque al terminar los estudios, cuando ocupan sus cargos cómodos de
profesionales liberales y de la aristocracia del trabajo, miran hacia atrás y consideran su antiguo
radicalismo un “pecado de juventud, un error repulsivo y, al mismo tiempo, encantador” [8].
Pero, ¿quiénes son los estudiantes? Trotsky define en Copenhague:
Los estudiantes no constituyen un grupo social distinto y unificado. Se dividen en diversos grupos y
su actitud política corresponde estrictamente al predominio de los diferentes grupos de las
sociedades [9].
En pocas palabras, para Trotsky la juventud, en general, se caracteriza por su radicalidad. Esa
generalidad está vinculada al hecho de que son los jóvenes los más afectados objetivamente por el
capitalismo, y también son los que sienten menos el peso de las tradiciones ideológicas [10], como
dice en 1938. Y a eso se le suma el hecho de que están en posición de desventaja en un mundo
ocupado por los adultos. Pero esa radicalidad la mayor parte de las veces corresponde a los anhelos
de su clase. En esa misma entrevista, cuenta que hasta febrero de 1917, en muchas conferencias que
les daba a los universitarios rusos en el exterior, la revolución rusa tenía un expresivo apoyo entre
los estudiantes. Sin embargo, en Octubre, muchos de ellos pelearon en las trincheras enemigas del
proletariado.
¿Cuáles son las tareas de la juventud?
“¿Los estudiantes pueden tener alguna utilidad en el movimiento revolucionario?”, le preguntó un
estudiante a Trotsky. Él, que se había quedado desconcertado por haberse concentrado en la
denuncia de los estudiantes que abandonaron la perspectiva revolucionaria, respondió firmemente:
“El estudiante revolucionario solo puede contribuir si, en primer lugar, vive un proceso de
autoeducación revolucionaria riguroso y coherente. En segundo lugar, si se vincula al movimiento
obrero, aunque sea estudiante. Permítame aclarar que, cuando digo autoeducación teórica, me
refiero al marxismo no falsificado [11].”
Sobre la primera tarea: la autoeducación marxista se distingue por pautarse contra las lecturas
académicas y revisionistas, como las de Bernstein. Pero también podría referirse a la disciplina,
como cita en el debate con Gould en 1938, en que parte de la “educación marxista bolchevique”
“[…] es acostumbrar a los compañeros a que sean precisos en todo. Llegar puntualmente,
presentar números exactos, sin exageraciones, porque a veces cuando faltan entusiasmo y
actividades se substituyen por la exageración de los números, las actividades, etc. [12]”
Él también aborda la segunda tarea en ese mismo debate. Habla sobre incorporar a los estudiantes
del partido en el movimiento obrero, reforzando la necesidad de tal envolvimiento en un plazo de
seis meses, pudiendo ser rebajado a aspirante en caso de que no lo cumpla. ¿Por qué? Para que los
estudiantes comprendan “que estamos en un partido proletario, vinculado a la lucha de clases, y no
en un cenáculo de discusiones intelectuales”. [13] Para combatir los desvíos académicos, los
estudiantes debían hacer del movimiento obrero un espacio de aprendizaje revolucionario, como
parte de la autoeducación marxista:
“Tienen que entender que se va al movimiento obrero para aprender y no para enseñar. Tienen que
aprender a subordinarse y a hacer el trabajo que le exigen y no el que quieren realizar. Por su
parte, el movimiento obrero debe verlos con máximo escepticismo. El joven académico tiene que
“marcar paso”, al inicio, durante tres, cuatro, cinco años y hacer una tarea partidaria común y
corriente. Entonces, cuando los obreros ya confíen en él y estén completamente seguros de que no
se trata de un oportunista, podrá ascender, aunque lentamente, muy lentamente. Cuando se trabaja
de esa forma con el movimiento obrero, cuando se olvida de que se es académico, las diferencias
sociales desaparecen. [14]”.
Cómo se debe organizar a la juventud?
Un texto importante fue la carta entre Cannon, Dobbs y Hansen del SWP con Trotsky en junio de
1940, intitulada “Discusiones conTrotsky”, en un momento de fuerte crisis de la YPSL. Cannon,
dirigente del partido estadounidense, le hizo una caracterización de la juventud al partido:
“Teóricamente, la juventud debería ser un amplio movimiento en el que el partido podría ganar
gente. Durante veinte años, sin embargo, la juventud fue una débil sombra del partido y siempre
atrajo a los estudiantes, en gran medida. [15]”.
A lo largo de la carta, el dirigente estadounidense explicó cómo la juventud se puso contra el
partido; cuestionó cómo se debe organizar a la juventud y pidió que se dijera cómo fue la
experiencia bolchevique. Trotsky advirtió sobre la diferencia de coyuntura histórica entre 1917 y la
de los años 1940.
Rusia vivía un período de ascenso del capitalismo con el éxodo de los jóvenes del campo para la
ciudad.  Era un momento de transformaciones bruscas, como la industrialización y la guerra, lo que
conducía a la juventud directamente hacia las fileras del partido. Por otro lado, en 1940 el
capitalismo se encontraba en decadencia. Eso hacía el proceso más lento, pero permitía formar
organizaciones separadas, como los “clubes de baile” [16]. Trotsky consideraba difícil hacer
cualquier pronóstico sobre la organización de la juventud, por ser un “cambio de cambios bruscos”,
a pesar de que señalaba que no era razonable tener una organización separada en aquel momento.
Por eso hacía el llamado.
“No podemos inventar formas, sin embargo podemos investigar. Puede transformarse en una
organización separada. Sería un crimen terrible perder tiempo con eso. Debemos iniciar el estudio
inmediatamente. [17]”.
Dos años antes, en una carta a Cannon, intitulada “Un nombre revolucionario para un grupo juvenil
revolucionario”, en que ya trataba sobre la crisis de la YPSL, su nombre y su relación con el
partido, Trotsky decía que el grado de independencia serviría para que la juventud tuviera sus
propias experiencias:
“El primer informe me da la impresión de que el peligro no reside en el hecho de que la juventud
diga que es un segundo partido, sino en el hecho de que el primer partido haya dominado mucho,
directa y firmemente, por medios organizativos.
[…]
¿Cómo puede educarse a la juventud sin una cierta cantidad de confusiones, errores y luchas
internas, que no estén permeadas por los “viejos”, sino que se eleven a partir de su propio
desarrollo natural? Me parece que en la organización juvenil los cuadros del partido piensan,
hablan, discuten y deciden en nombre de la juventud y este debe ser el motivo de que hayamos
perdido gente en el pasado.[18]”
Dos meses después, en el debate con Gould, Trotsky especifica esa relación del partido con la
juventud:
“Está claro que la juventud no puede substituir al partido o ser su doble. Pero eso no significa que
tenemos las posibilidades técnicas para advertir a la juventud sobre intentar substituir al partido
siempre que piense que está siguiendo una línea equivocada. No podemos implementar la
autoridad del partido de repente o mediante una resolución.
[…]
La disciplina de hierro, la disciplina de acero es absolutamente necesaria, pero si el aparato del
partido juvenil comienza exigiendo esa disciplina desde el primer día, corre el riesgo de quedarse
sin partido. Es necesario educar en la confianza en la dirección del partido y en el partido en
general, porque es una expresión del mismo. [19]”
La justificación es que una organización genuinamente democrática, que respete la opinión del
joven trabajador o estudiante, solo sería posible si fuese construida por el SWP, en contraposición al
fascismo y al estalinismo. El centralismo, la “disciplina de acero”, sería producto de una educación
en la confianza y el ejemplo del partido.
Ningún punto queda fuera del debate. Trotsky trató también sobre el nombre de esa organización de
juventud, defendiendo la alternativa “Legión de la Revolución Socialista” contra los críticos, que
decían que el concepto de “revolución” no caía bien entre los trabajadores estadounidenses y sus
tradiciones. Sobre eso, argumenta:
“Es una vieja experiencia histórica, que aquel que no considere oportuno ostentar su nombre
político, no tenga el valor necesario para defender abiertamente sus ideas, ya que el nombre no es
algo accidental, sino una condensación de ideas […] No tenemos que buscar adaptarnos a los
atrasos de las masas, tenemos que exponer estos atrasos con un nombre adecuado a las nuevas
tareas históricas.
Un nombre anodino pasa inadvertido, y eso es lo peor en la política, especialmente para los
revolucionarios. La atmósfera política está extremadamente confusa. En una reunión política,
cuando todos hablan y nadie escucha a los demás, el presidente pone orden dando un fuerte golpe
sobre la mesa. El nombre del partido tiene que resonar como ese golpe. [20]”
Consideraciones finales
Desde la perspectiva de Trotsky, la juventud, como un sector social limitado por la edad, tiene como
característica más amplia su radicalidad, por el hecho de que, psicológicamente, se siente sofocada
en un mundo dominado por los adultos. De forma más específica, los jóvenes proletarios todavía
están entre los más afectados por las crisis del capitalismo. Para ellos, es más leve el peso de las
malas tradiciones del movimiento obrero.
Dentro de la juventud están los estudiantes, una capa compuesta por diferentes clases y que
generalmente responde al interés de los grupos sociales predominantes. Sus principales tareas
socialistas serían la autoeducación marxista y envolverse con el movimiento obrero revolucionario,
con humildad y abnegación.
De manera general, el partido organiza a la juventud como movimiento para ganar jóvenes
estudiantes y, principalmente, proletarios, para el programa revolucionario y las fileras del partido.
Ese movimiento debe ser organizado a partir del resultado de un análisis de coyuntura, pero debe
contener un importante grado de autonomía y democracia interna. Así serían posibles el aprendizaje
propio y la diferenciación en relación a otras organizaciones burocráticas o autoritarias.   Dentro de
ese tema, el nombre de la juventud no es un debate postergado, al contrario, debe sintetizar su
programa revolucionario.
Una observación importante. Muchos debates hechos por Trotsky en las cartas al SWP pasan por el
intento de ganar a Gould y a la YPSL, además de estancar una crisis en el recién nacido partido, en
un momento defensivo de la lucha de clases. Mucho tiempo antes, en 1906, Trotsky, en “Balanço y
perspectivas”, defendió que no se debe transformar una afirmación “históricamente relativa, en un
axioma supra-histórico” y argumentó que “el marxismo es ante todo un método de análisis – de
análisis de relaciones sociales, no de textos” [21].
A pesar de esas ponderaciones, retomar los escritos de Trotsky sobre la juventud, – especialmente
en el año que celebramos el centenario de la Revolución de Octubre – contribuye mucho para que
reflexionemos y mejoremos nuestro método de análisis de las relaciones sociales, para la acción
revolucionaria y la organización política juvenil de hoy.
Referencias bibliográficas
MORENO, Nahuel. “As Revoluções do Século XX”, 1984. Link:
https://www.marxists.org/portugues/moreno/1984/mes/revolucoes.htm
TROTSKY, Leon. “Balanço e perspectivas”, 1906. Link:
https://www.marxists.org/portugues/trotsky/1906/balanco/index.htm
TROTSKY, Leon. “Sobre los estudiantes y los intelectuales”, 1932. Link:
http://www.ceip.org.ar/Sobre-los-estudiantes-y-los-intelectuales
TROTSKY, “Hacia la formación de una organización juvenil revolucionario”, 1938. Link:
http://www.ceipleontrotsky.org/Hacia-la-formacion-de-una-organizacion-juvenil-revolucionaria
TROTSKY, Leon. “Un nombre revolucionario para un grupo juvenil revolucionário”, 1938. Link:
http://www.ceipleontrotsky.org/Un-nombre-revolucionario-para-un-grupo-juvenil-revolucionario
TROTSKY, Leon. “Discusiones con Trotsky”, 1940. Link:
http://www.ceipleontrotsky.org/Discusiones-con-Trotsky
Notas
1Todas las citas presentes en este artículo fueron traducidas libremente al portugués por el autor.
2 MORENO, Nahuel. As Revoluções do Século XX.
3 TROTSKY, Leon. “Discusiones con Trotsky”, 1940.
4 Además de las entidades estudiantiles, los partidos de los más diversos programas construyeron
ligas juveniles, siendo una política de la social-democracia desde el inicio del siglo XX. Las
juventudes políticas procuraban reunir jóvenes trabajadores y estudiantes, para ganarlos para el
programa del partido. Especialmente, porque en muchos países los jóvenes no tenían derecho a
organizarse políticamente.
5 Ver: CANNON, James. “História do Trotskismo Americano”
6 Una crisis importante, que va a prolongarse hasta 1940, abatió al SWP el año de su fundación,
1938. Hubo un fraccionamiento radical del partido entre el ala de James Cannon y Trotsky y la de
Shachtman y Burnhan. El punto alto de esa crisis fue el debate sobre la defensa crítica incontestable
de la Unión Soviética durante la Segunda Guerra Mundial, apoyada por Trotsky. Fue una crisis que
presentaba una diferencia de fondo con respecto a la reivindicación del marxismo y la concepción
de partido. En 1940, el ala de Shachtman, que incluía a Nathan Gould, rompe con el SWP. Después
de eso Max Shachtman fundó una nueva organización, que luego se disolvió, para retornar al
Socialist Party, y Gould salió de la vida política.
7 TROTSKY, Leon. “Sobre los estudiantes y los intelectuales”, 1932.
8 Ídem.
9 Ídem.
10TROTSKY, “Hacia la formación de una organización juvenil revolucionario”, 1938.
11 TROTSKY, Leon. “Sobre los estudiantes y los intelectuales”, 1932. Grifo original.
12 TROTSKY, Leon. “Hacia la formación de una organización juvenil revolucionaria”, 1938.
13 Ídem.
14 TROTSKY, Leon. “Sobre los estudiantes y los intelectuales”, 1932.
15 TROTSKY, Leon. “Discusiones con Trotsky”, 1940.
16 Ídem.
17 Ídem.
18 TROTSKY, Leon. “Un hombre revolucionario para un grupo juvenil revolucionário”, 1938.
19 TROTSKY, Leon. “Hacia la formación de una organización juvenil revolucionaria”, 1938.
20 TROTSKY, Leon. “Un hombre revolucionario para un grupo juvenil revolucionário”, 1938.
21TROTSKY, Leon. “Balanço e perspectivas”, 1906.
Traducción: Janys
Trotsky: el último bolchevique
LITCI
19/08/2020

“Fui revolucionario durante mis cuarenta y tres años de vida consciente y durante cuarenta y dos
luché bajo las banderas del marxismo. Si tuviera que comenzar todo de nuevo trataría, por
supuesto, de evitar tal o cual error, pero en lo fundamental mi vida sería la misma. Moriré siendo
un revolucionario proletario, un marxista, un materialista dialéctico y, en consecuencia, un ateo
irreconciliable. Mi fe en el futuro comunista de la humanidad no es hoy menos ardiente, aunque sí
más firme, que en mi juventud.
Natasha se acerca a la ventana y la abre desde el patio para que entre más aire en mi habitación.
Puedo ver la brillante franja de césped verde que se extiende tras el muro, arriba el cielo claro y
azul y el sol que brilla en todas partes. La vida es hermosa. Que las futuras generaciones la libren
de todo mal, opresión y violencia y la disfruten plenamente.”
Testamento de Trotsky
Trotsky (nacido Lev Davidovich Bronstein, el pseudónimo lo tomó de un carcelero) nació en el
seno de una familia judía campesina acomodada, en la pequeña aldea ucraniana de Bereslavka,
aunque joven marchó a estudiar a la ciudad de Odessa. Él no fue el único bolchevique de la familia,
su hermana pequeña Olga también lo fue.
Con 16 años comenzó su actividad militante, y poco después fue ganado para el marxismo por la
que sería su primera esposa Aleksandra Sokolovskaya. Impulsó la organización “Unión obrera del
sur de Rusia”, por lo que fue detenido, pasando dos años en prisión, y siendo deportado a Siberia.
Sin embargo, Trotsky escapó de la deportación, y recaló en Londres, donde conoció a Lenin,
Plejanov y Martov. Trotsky pronto se integró allí en el periódico Iskra, donde Lenin intentó
infructuosamente que formara parte del equipo editor.
En 1903 Trotsky participó del segundo congreso del Partido Obrero Social-Demócrata de Rusia,
donde se alineó con los mencheviques, abandonándolos poco después. Por muchos años, Trotsky no
fue parte ni de los bolcheviques ni de los mencheviques, intentando la re-unificación del partido.
En 1905, volvió a Rusia para participar de la Revolución, en la que llegó a ser el líder del soviet de
San Petersburgo. Con la derrota de la Revolución, Trotsky volvió a ser detenido, encarcelado y
posteriormente deportado a Siberia. Como en la primera ocasión, Trotsky escapó para recalar
nuevamente en Londres. Durante sus años de exilio, residió también en Austria y Suiza.
Con el estallido de la I Guerra Mundia, Trotsky fue en Francia corresponsal de guerra. En ésta
época, Trotsky rechazó el apoyo de los partidos social-demócratas a la guerra, participando de la
conferencia socialista anti-guerra de Zimmerwald, junto con Lenin, Zinoviev, Radek o Rakovsky,
de la que redactó sus conclusiones finales.
Debido a sus actividades políticas, Francia deportó a Trotsky al Estado Español, de donde fue
deportado a su vez a EEUU. Viviendo en el Bronx de Nueva York, la Revolución Rusa, para la que
llevaba años militando, comenzó.
La primera revolución obrera victoriosa
Trotsky llegó a Rusia el 17 de mayo de 1917. Sin embargo, su viaje de vuelta hasta allí no fue nada
sencillo, ya que fue internado en un campo de concentración británico al intentar viajar.
Tras llegar, fue elegido miembro del soviet pan-ruso, y a partir de septiembre fue elegido presidente
del soviet de San Petersburgo, como en 1905. En este periodo revolucionario, Trotsky también
conoció el presidio, siendo detenido en el mes de agosto, durante 40 días.
Trotsky, que durante años había combatido la concepción de partido de Lenin, se unió al Partido
Bolchevique en julio, siendo integrado en su Comité Central y convirtiéndose en su indiscutible
“número 2”. De hecho, fue Trotsky quien, desde su posición en el Comité Militar Revolucionario,
organizó la insurrección de octubre, que daría el poder a los soviets y al Partido Bolchevique.
Trotsky fue nombrado uno de los 7 primeros miembros del Politburó del Partido y entró a formar
parte del gobierno revolucionario como “Comisario del Pueblo” (ministro) de Asuntos Extranjeros,
encabezando la negociación de Brest-Litovsk, que sacó a Rusia de la I Guerra Mundial.
Sin embargo, su mayor desafío aún estaba por venir. A partir de 1918, Trotsky encabezó la creación
e impulso del Ejército Rojo desde su legendario tren acorazado, que pasó de no existir a movilizar a
varios millones de soldados, y fue capaz de derrotar en una cruenta guerra civil a la
contrarrevolución de los generales rusos y a la intervención de 16 ejércitos extranjeros.
La lucha contra la burocratización
Aunque la guerra civil fue victoriosa, no fue indemne. La clase trabajadora, que había
protagonizado la Revolución, había conformado el núcleo central del ejército rojo, dispersándose y
muriendo en gran número durante la guerra civil. Los superviviente habían abandonado las
ciudades, que quedaron vacías, para dispersarse por las zonas rurales donde, al menos, podían
cultivar algo para sobrevivir. La situación era tal que el dinero, simplemente, había dejado de tener
valor porque no había qué comprar.
Además, las exigencias de una brutal guerra habían militarizado al extremo la sociedad. El Partido
Bolchevique eliminó al resto de partidos, que habían boicoteado el esfuerzo de guerra y atentado
contra el gobierno (Lenin, por ejemplo, fue disparado). Dentro del partido, se habían prohibido las
fracciones de manera temporal. Por su parte, el partido mismo había cambiado su composición, con
un peso cada vez más decisivo de funcionarios del Estado y cada vez menor de la clase obrera.
Tras el final de la guerra, la democracia soviética nunca recuperaría su contenido. Esto coincidió
con la enfermedad de Lenin, que desde 1921 hasta su muerte, en enero de 1924, estuvo la mayor
parte del tiempo impedido. Lenin, que había roto sus relaciones con Stalin, ya detectó el grave
comienzo de la burocratización de la Revolución, y preparó una alianza con Trotsky en el 12º
Congreso del Partido. Stalin, Zinoviev y Kamenev conformaron una alianza, la “troika”, que
empezó a preparar el relevo de Lenin.
Trotsky fue ovacionado en ese Congreso, con Lenin aún vivo pero definitivamente paralizado, y
aunque defendió la necesidad de recuperar la democracia, no se enfrentó pública y directamente con
la troika, sino que trató de ganar “discretamente” al Comité Central. A la vez, 46 conocidos
dirigentes del partido se dirigieron en el mismo sentido al CC.
En enero de 1924 se celebró una conferencia partidaria donde, esta vez sí, Trotsky planteó
públicamente sus posiciones. Sin embargo, para ese momento, la troika ya tenía un férreo control
del aparato del partido, y las posiciones de Trotski quedaron completamente aisladas. Aunque
Trotski seguía formalmente siendo parte de la dirección del partido, en la práctica estaba ya
separado. Sus seguidores empezaron a ser depurados de las posiciones de responsabilidad. En 1925,
Trotski fue cesado como jefe del Ejército Rojo.
A pesar de ello, Trotski siguió defendiendo férreamente la disciplina del partido. Él decía en esta
época que “justo o injusto, es mi partido y lo apoyaré hasta el final”. Es más, Trotski permaneció en
silencio en el 13º congreso del Partido, a pesar de que Zinoviev y Kamenev habían empezado a
enfrentarse con Stalin.  Durante todo este periodo, Trotski estuvo enfermo. De hecho, estuvo
ausente del entierro de Lenin al encontrarse fuera de Moscú y ser saboteado por Stalin.
Además de la cuestión de la recuperación de la democracia, y de cuestiones económicas, el gran
enfrentamiento entre Stalin y Trotski fue la teoría del “socialismo en un sólo país”, defendida por
Stalin. Él defendía que la Unión Soviética podía desarrollarse de manera autónoma hasta el
socialismo, coexistiendo pacíficamente con el imperialismo mundial. Trotski defendía la posición
tradicional de los bolcheviques: era necesario mantener la lucha por extender internacionalmente la
revolución socialista, especialmente, a los países más desarrollados. En realidad, Stalin estaba ya
defendiendo la visión de un estrato social privilegiado y conservador, que defendía mantener a toda
costa el status quo y no tenía ninguna intención de impulsar revoluciones que pusieran en riesgo su
posición.
Ya en 1926, Trotsky se unió a Kamenev y Zinoviev para enfrentar a Stalin. Uno de los grandes
caballos de batalla fue la Revolución China, que fue duramente derrotada por la política estalinista,
similar a la política menchevique. La Internacional Comunista, bajo dominio estalinista, orientó al
Partido Comunista Chino a no defender la revolución socialista, sino a integrarse en el Koumintang,
un partido nacionalista-burgués, que terminó masacrando a los comunistas.
Stalin, firme ya en su posición gubernamental, comenzó a tomar medidas severas contra los
oposicionistas, que trataron de organizar manifestaciones independientes del gobierno en el décimo
aniversario de la Revolución Bolchevique. Estas manifestaciones fueron reprimidas por la fuerza, y
Trotsky y Zinoviev fueron expulsados del partido.
A medida que las medidas contra los oposicionistas se hacían más y más duras, Zinoviev y
Kamenev capitularon ante Stalin. Trotsky se mantuvo, convirtiéndose en el único gran dirigente de
la oposición, dando su último discurso en Rusia en ocasión del funeral de su amigo Joffe, quien se
había suicidado como protesta contra el estalinismo. En enero de 1928, poco más de diez años
después de la Revolución, Trotsky volvió a ser deportado, a Kazajstán en esta ocasión. Un año
después, fue expulsado a Turquía.
Esta “prisa” de Stalin por sacar a Trotsky del país, debido a que era el único que podía levantar una
alternativa a él, paradójicamente salvó la vida a Trotsky. La práctica totalidad de la vieja guardia
bolchevique fue fusilada sistemáticamente unos años después, tras hacerlos confesar públicamente
bajo tortura la obscena acusación de ser “fascistas” o “terroristas”. También, todos los seguidores de
Trotsky en la Unión Soviética fueron exterminados. Incluso su familia fue completamente
aniquilada, sobreviviendo únicamente su nieto Esteban Volkov, quien aún vive en México.
Los pronósticos de Trotsky sobre el destino de los países “socialistas” se confirmó acertado. Trotsky
planteaba que, o bien la clase trabajadora realizaba una nueva revolución contra la burocracia y
recuperaba su poder, o bien la burocracia terminaría restaurando el capitalismo. Tristemente, es esto
lo que terminó ocurriendo en todos los países, de la misma manera allí donde los regímenes
estalinistas fueron derribados (como en la URSS), como en los que no (como China). 
Sus últimos años: la lucha por la IV Internacional
Tras varios años en Turquía, Trotsky fue trasladado a Francia y Noruega, países en los que estuvo
bajo una estrecha vigilancia policial, viviendo en la práctica bajo arresto domiciliario. Finalmente,
en 1937 el presidente mexicano Lázaro Cárdenas acogió a Trotsky, que vivió durante dos años en la
Casa Azul de Frida Kahlo y Diego Rivera. Aquí Trotsky pudo retomar con mayor libertad su
actividad política. Especialmente valiosa fue la colaboración con James P. Cannon, Joe Hansen y
Farrell Dobbs, del Socialist Workers Party estadounidense, la mayor organización trotskista del
mundo en ese momento.
Desde 1933, el movimiento trotskista se fijó como objetivo impulsar nuevos partidos
revolucionarios, independientes de los Partidos Comunistas oficiales, y una nueva internacional, la
IV Internacional. Finalmente, la Internacional fue fundada en una conferencia celebrada en la
clandestinidad en 1938. En ese momento, el movimiento trotskista apenas contaba con unos pocos
miles de militantes repartidos por el mundo, que eran perseguidos a muerte tanto por el fascismo
como por el estalinismo.
Su último año lo pasó Trotsky en una casa de la avenida de Viena de México DF, que actualmente
se mantiene como casa-museo. Allí, los servicios secretos soviéticos atentaron una vez ametrallando
la casa, sin lograr asesinar a Trotski. Unos meses después, un agente estalinista catalán infiltrado en
el círculo más cercano de Trotski, aprovechó un momento a solas con él para clavar un piolet en la
cabeza de Trotski. A pesar de que el arma consiguió quebrar su cráneo, Trotski logró defenderse,
muriendo al día siguiente, a la edad de 60 años.
El legado de Trotsky
Sólo por su papel en la Revolución Rusa, Trotski tendría un lugar de honor en la historia
revolucionaria. Sin embargo, su legado más importante fue la defensa y transmisión del marxismo
revolucionario para las posteriores generaciones. Trotski fue el último bolchevique, el único
representante vivo del Partido de Lenin y la Internacional Comunista. Sin la infinita resistencia y
perseverancia de Trotsky, Stalin habría extinguido el legado del marxismo revolucionario. “Historia
de la Revolución Rusa”, “La revolución traicionada”, “En defensa del marxismo”, “La revolución
permanente”, y cientos de obras más… son patrimonio de todos los revolucionarios socialistas hoy,
al nivel de las obras de Marx, Engels o Lenin.
Pero Trotsky no fue un académico, fue un militante de la Revolución. Más allá de sus escritos, se
legado vivo fue la IV Internacional. La IV Internacional nació en un contexto extremadamente
difícil, exterminada desde antes de su nacimiento por el fascismo y el estalinismo. A pesar de las
dificultades, sobrevivió, y con ella, la esperanza de la Revolución Socialista. Dirigentes como
James Cannon, Nahuel Moreno y otros portaron la bandera del trotskismo a lo largo de las décadas.
Hoy, la figura de Trotsky sigue inspirando a militantes revolucionarios de todo el mundo.
Nosotros y nosotras de la LIT-CI nos consideramos sus humildes herederos/as. A pesar de que
evidentemente el mundo ha cambiado mucho desde su asesinato, pensamos que su obra y su
práctica sigue siendo un pilar fundamental a estudiar para las revoluciones por venir en el siglo
XXI. Por eso, en el 80º aniversario de su asesinato, gritamos con orgullo ¡¡Viva Trotsky!!
Trotsky y la lucha por los derechos de las mujeres
Ruth Diaz
LITCI
20/08/2020

Si algo ha quedado claro en los últimos cien años es que León Trotsky, a pesar de los intentos del
imperialismo y el estalinismo, no puede ser ocultado. Mucho se escribe y se dice a favor y en
contra, pero ignorarlo imposible. Él ha dejado huella en la historia mundial y más específicamente
en el movimiento revolucionario.
Uno de los últimos intentos desesperados de calumniarlo, ha sido la serie que Netflix colocó al aire
el año pasado. Siguiendo los deseos de Putin, allí se interpreta un personaje que nada tiene que ver
con sus verdaderas características, bajo una historia que falsea los hechos y las posiciones del
propio Trotsky. En momentos en que la lucha por los derechos de las mujeres cobra un ascenso
maravilloso, la figura misógina y sanguinaria que la serie intenta instaurar no es para nada azarosa.
Trotsky, ha peleado mucho por los derechos de los más oprimidos. La preocupación por liberar a la
mujer de las tareas agobiantes del “hogar” ha sido fruto de varios de sus escritos y es importante
rescatar esa parte del legado de este gran revolucionario. 
La lucha en el Estado Obrero
Su primera esposa lo ganó para el marxismo y su hermana menor también era militante
bolchevique, para él, lejos de las injurias y calumnias estalinistas, las mujeres hacían parte de la
vida política y le preocupaba la inclusión de las obreras en la lucha por la revolución.
En Julio de 1921, se celebraba de manera conjunta el 3er Congreso de la Internacional Comunista
(III) y la 2da Conferencia Internacional de Mujeres Comunistas. Trotsky era uno de los principales
dirigentes de ese congreso y fue asignado por el Comité Ejecutivo de la Internacional para dar un
discurso en la conferencia de mujeres.
En esos eventos se mostraba la preocupación y política activa de los bolcheviques por incorporar a
la mujer a la lucha revolucionaria, a la construcción del Estado Obrero, a la militancia política.
Esa no era tarea sencilla, las mujeres vivían alejadas de la vida pública. Las condiciones de
esclavitud doméstica, así como la superexplotación en las fábricas o la brutalidad del trabajo
campesino, las condenaba al mayor de los atrasos. La guerra civil aún estaba librándose, el país
perdía millares de vidas defendiendo el Estado Obrero de la contrarrevolución, el avance económico
de Rusia se hacía esperar y las penurias domésticas en estas circunstancias pesaban mucho.
Pero este escenario desfavorable no debía ser motivo de aislamiento, por el contrario, era
fundamental que ellas se sumaran a la lucha revolucionaria. Trotsky, que expresaba la política
bolchevique, les dijo al cerrar su discurso en la conferencia: “En el progreso del movimiento obrero
mundial, las mujeres proletarias desempeñan un rol colosal. Lo digo, no porque me esté dirigiendo
a una conferencia femenina, sino porque bastan los números para demostrar qué papel importante
ejercen las obreras en el mecanismo del mundo capitalista (…) De ahora en adelante, la mujer
debe comenzar a dejar de ser una «hermana de la caridad», en el sentido político del término.
Participará en forma directa en el principal frente revolucionario de batalla. Y es por eso que,
desde el fondo de mi corazón, aunque sea con algún retraso, saludo a esta Conferencia Mundial de
Mujeres y grito con ustedes ¡Viva el Proletariado Mundial! ¡Vivan las Mujeres Proletarias del
Mundo!”[1]
Ese caluroso saludo no fue formal, y el 3er Congreso de la Internacional Comunista plasmó esa
orientación política en una de las mejores elaboraciones que el movimiento revolucionario ha dado
a la lucha por los derechos femeninos: “Las Tesis para la propaganda entre las mujeres”. Allí se
orientaba a que todos los partidos debían hacer trabajo entre las mujeres, que debían pelear en el
interior del partido por aniquilar los viejos prejuicios (hoy lo llamaríamos machismo) y dar igualdad
de participación y derechos a ellas. Ese congreso las insta a participar de la defensa militar y la
organización del Estado Obrero. Y sobre todo defiende el concepto de independencia de clase,
explicando que la salida total para la emancipación de la mujer es la aniquilación del capitalismo.
“Lo que el comunismo dará a la mujer, en ningún caso el movimiento femenino burgués podrá
dárselo. Mientras exista la dominación del capital y de la propiedad privada, la liberación de la
mujer es imposible.
El derecho electoral no suprime la causa primordial de la servidumbre de la mujer en la familia y
en la sociedad y no soluciona el problema de las relaciones entre ambos sexos. La igualdad no
formal sino real de la mujer sólo es posible bajo un régimen en el que la mujer de la clase obrera
sea la poseedora de sus instrumentos de producción y distribución, participe en su administración
y tenga la obligación de trabajar en las mismas condiciones que todos los miembros de la sociedad
trabajadora. En otros términos, esta igualdad sólo es realizable después de la derrota del sistema
capitalista y su reemplazo por las formas económicas comunistas”.[2]
En 1923 la URSS no enfrentaba ya los problemas de la guerra civil, pero era un momento en que el
Estado comenzaba a burocratizarse y Lenin muy enfermo no podía participar en las definiciones del
partido. En ese año Trotsky escribe un texto en el que muestra cómo la revolución a pesar de haber
otorgado todos los derechos formales de la democracia a las mujeres (más que cualquiera de los
estados capitalistas que se reivindican democráticos) no conseguía aún dar las bases materiales para
la liberación de la mujer. En “Problemas de la vida cotidiana” escribía: “Uno de los problemas, el
más simple, fue el de instituir en el estado soviético la igualdad política de hombres y mujeres.
Mucho más dificultoso fue el siguiente, el de asegurar la igualdad de hombres y mujeres
trabajadores en las fábricas, talleres y sindicatos; y hacerlo de tal modo que los hombres no
colocaran a las mujeres en una posición desventajosa. Pero lograr una verdadera igualdad entre
hombres y mujeres en el seno de la familia es un problema infinitamente más arduo. Antes de que
ello suceda deben subvertirse todas nuestras costumbres domésticas. Y aún es bastante obvio que a
menos que en la familia exista una verdadera igualdad entre marido y mujer, y ello en un sentido
general, así como en lo referente a las condiciones de vida, no podremos hablar seriamente de
igualdad en el trabajo social ni quizás en la política. Hasta tanto la mujer esté atada a los trabajos
de la casa, el cuidado de la familia, la cocina y la costura, permanecerán cerradas totalmente
todas sus posibilidades de participación en la vida política y social.”[3]
Allí hace un análisis brillante, ve las contradicciones del Estado Obrero y lo dificultoso de
semejante tarea, pero no se da por vencido, ni dice que es menester esperar al triunfo internacional
de la revolución para ocuparse de liberar a la mujer del yugo doméstico. Plantea que a pesar de las
dificultades económicas y de recursos del Estado, deben hacerse los esfuerzos por garantizar
comedores, lavanderías y escuelas públicas. Pero que eso, por el estadío inicial económico del
Estado y que es un cambio de algo tan profundamente arraigado en la sociedad y las costumbres,
debe ser acompañado por otras medidas. Los comunistas más conscientes deben hacer un esfuerzo e
intentar modificar sus modos de vida. Les propone que hagan hogares comunales y que repartan
equitativamente las tareas, para ir dando ejemplo y muestras de cómo formar nuevos lazos
familiares en el nuevo Estado, que estén libres del compromiso y la servidumbre obligada. Propone
también como factor de cambio, el crecimiento cultural de la clase obrera. La educación, la lucha
contra el alcoholismo, la reducción de horas de trabajo, así como también dar importancia a las
actividades recreativas es fundamental para modificar esas costumbres arcaicas que someten a la
mujer en el seno de la familia.
Contra el estalinismo
A pesar de ser uno de los principales dirigentes de la única revolución obrera socialista del mundo,
Trotsky es recordado por su batalla incansable contra la burocracia estalinista, que logró asesinarlo,
pero no callar su legado.
Esa batalla por la recuperación de la democracia obrera en la URSS y la democracia interna en el
partido, así como la lucha contra la política de conciliación de clases del estalinismo no estuvo
ajena a los problemas de las mujeres.
Ya expulsado de la URSS por Stalin, y con varios de los dirigentes más importantes de la oposición
siendo asesinados en los juicios de Moscú, Trotsky escribe en 1936 una obra maestra de denuncia al
estalinismo: La Revolución Traicionada. Allí dedica un capítulo a mostrar cómo la
contrarrevolución estalinista, gira en reversa la rueda de la liberación de la mujer, mostrando en este
aspecto lo más atrasado del Estado Obrero ahora burocratizado.
Es su preocupación, muy bien desarrollada en el capítulo “Termidor en el hogar”[4], la situación de
las proletarias y campesinas en la URSS. Lo que había llevado mucho tiempo comenzar a construir,
estaba siendo derribado muy velozmente. El aborto fue penalizado nuevamente, la prostitución
comenzó a corroer a las más jóvenes que no lograban sobrevivir con su salario. Las lavanderías y
comedores estaban desfinanciados y sólo ofrecían problemas a las trabajadoras. En nombre del
“socialismo” se llamaba a las mujeres a vivir “las alegrías de la maternidad”, pero la desigualdad
social golpeaba con fuerza a las mujeres en ese momento.
En este texto en que Trotsky exhaustivamente presenta datos y estadísticas, se evidencia el retroceso
brutal de los sectores más oprimidos, mostrando todo lo contrario de lo que afirmaba el Kremlin:
“la victoria completa y sin retroceso del socialismo en la URSS». La penosa situación de la niñez
abandonada es un tema de preocupación y expresado en esas estadísticas. Los suicidios de
adolescentes evidenciaban las desesperantes condiciones de vida de un sector mayoritario del país.
Porque la hipocresía burguesa ante los derechos femeninos también era expresada por la burocracia.
Las mujeres de los funcionarios y miembros del partido tenían empleada doméstica, carro y
accedían a buenas escuelas para los hijos. Mientras las obreras y mujeres pobres sufrían el hambre y
las penurias de las labores domésticas. Eran perseguidas las pobres que abortaban, pero las
burócratas podían acceder a esos servicios sin problemas ante una justicia “benevolente” con ellas.
La lucha de Trotsky por la revolución política en la URSS para que la clase obrera vuelva a ser
quien gobierne el Estado incluía para él, la imperiosa necesidad de dar salida a las mujeres y volver
a desarrollar las condiciones que puedan liberarla totalmente de tanta humillación y violencia.
Es así, y tan consecuente ha sido en este aspecto Trotsky, que en sus últimos años y en la
construcción del “Programa de Transición”[5], que la nueva Cuarta Internacional defendería y
llevaría a la práctica, las mujeres proletarias tienen su espacio en él.
No hay liberación total de la mujer sin derrumbar al capitalismo con una revolución socialista, y no
hay revolución socialista sin que las mujeres sean parte activa de la misma. Por eso, en estos
momentos en que la crisis mundial y la pandemia nos golpean con fuerza, que los gobiernos y
capitalistas nos arrojan a morir para que garanticemos sus ganancias, que las mujeres trabajadoras
están más agobiadas en las tareas domésticas por la ausencia de todos los estados y sufriendo un
aumento brutal de la violencia doméstica, ahora es más necesario que nunca recordar las consignas
que Trotsky escribió en 1938:
(…)  Ahora bien, la época de la declinación del capitalismo asesta a la mujer sus más duros golpes
tanto en su condición de trabajadora como de ama de casa. Las secciones de la IV Internacional
deben buscar apoyo en los sectores más oprimidos de la clase trabajadora, y por tanto, entre las
mujeres que trabajan. En ellas encontrarán fuentes inagotables de devoción, abnegación y espíritu
de sacrificio.
¡Abajo el burocratismo y el arribismo!
¡Paso a la juventud!
¡Paso a la mujer trabajadora!
  Tales son las consignas inscritas en la bandera de la Cuarta Internacional.
Notas:
[1] Discurso pronunciado ante la Segunda Conferencia Mundial de Mujeres Comunistas[78] 1921.
[2] Tesis para la propaganda entre las mujeres. Tercer Congreso – Tercera Internacional – junio
1921 – https://archivoleontrotsky.org/view?mfn=19917 
[3] https://archivoleontrotsky.org/view?mfn=28685
[4] https://www.marxists.org/espanol/trotsky/1936/rt/07.htm#seg%201
[5] https://www.marxists.org/espanol/trotsky/1938/prog-trans.htm
8oth anniversary of Trotsky’s assassination: The revolutionary ideas of a Marxist giant
CWI

On 21 August 1940, the revolutionary socialist Leon Trotsky died after being attacked by a Stalinist
agent the previous day. Along with Lenin, Trotsky was the foremost leader of the October 1917
socialist revolution in Russia. With the advent of the Stalin-led counterrevolution in the Soviet
Union, which also wrecked the international communist movement – the Third International
(Comintern) – Trotsky set about reconstructing the forces of genuine Marxism. To mark the 80 th
anniversary of the attack that led to Trotsky’s death, we publish below an introduction written by
Tony Saunois, Secretary of the CWI, to a new book on Trotsky’s ideas.
This year marks the 80th anniversary of the assassination of Leon Trotsky – co-leader with Lenin of
the Russian revolution in October 1917 – by the Stalinist secret police NKVD agent, Ramon
Mercader. For his brutal deed, Mercader was awarded the highest medal under Stalin’s murderous
regime, the misnamed ‘Order of Lenin’. The Stalinists hoped that the assassination of Trotsky
would also bury the ideas Trotsky defended. However you can kill a human being but not the
revolutionary ideas the person advocated. Global capitalism has entered a new era of crisis and
turmoil not seen since the 1930s. Against this background, an examination of the role and ideas of
Leon Trotsky and their relevance to the struggles erupting today could not be more pertinent.
Representatives of capitalism and their agents on the right-wing of the workers’ movement have
tried to dismiss Trotsky and his ideas as irrelevant. This is usually accompanied with a bucket full
of distortion, slander and bile. Yet they have failed to bury his ideas. The ideas Trotsky stood for
and the Marxist methods that he, along with Lenin, defended, are even more relevant today. In this
era of profound capitalist crisis they are destined to win even greater support.
In this book we examine the relevance of the main ideas and methods developed by Trotsky and
how they apply to today’s world. Like all of the great Marxist leaders – Marx, Engels and Lenin –
Trotsky was not an abstract theoretician. He was brilliant thinker but also an inspirational fighter
and activist in the revolutionary movement who tested out his ideas and programme in the fires of
revolution and counter revolution. Today’s revolutionaries can only aspire emulate Trotsky’s
immense sacrifice for the Marxist ideas he defended and his goal of building a new socialist world.
Born on 7 November 1879, in Yanovka, Ukraine, Lev Davidovich Bronstein went to school in
Odessa. He moved to Nikolayev to complete his education in 1896. Here the young Bronstein was
rapidly drawn into underground socialist circles and introduced to Marxism. After Odessa, he
returned to Nikolayev and was active in building the South Russian Workers’ Union.
First exile
In January 1898, after two years of committed political activity, Lev Bronstein was arrested for the
first time and spent four and a half years in exile in Siberia enduring harsh conditions. This arrest
and exile was to be one of many, firstly under the Czarist regime and then latterly under the regime
of Joseph Stalin. During his first exile in Siberia, Bronstein married his first wife, Aleksandra
Sokolovskaya, and had two daughters with her. By mutual consent, he escaped in 1902, leaving his
wife and family behind, and using a false passport, adopting the name Leon Trotsky, which was the
name he used for the rest of his life and was to become world famous.
In Paris, Trotsky met his second wife, Natalia Sedova, who was active in Lenin’s ‘Iskra group’, and
had two sons with her, Lev and Sergei. Eventually making his way to London, Trotsky met Lenin
for the first time and collaborated with him and others on the Iskra (The Spark) newspaper. This
opened a period of intense ideological struggle and debate over ideas, methods and programme.
Initially, the sharp political and theoretical divide that was to develop between the Bolsheviks
(‘Majority’) and Mensheviks (‘minority’) inside the Russian Social Democratic Party (RSDP) were
not fully clear. The extent and differences in programme and tactics took time to emerge. It was a
struggle between the “hards” and the “softs”
Trotsky did not initially grasp the extent of the differences that developed between the hards and the
softs – the Mensheviks and the Bolsheviks, with Lenin at their head. Trotsky wrongly, like others at
the time, attempted to facilitate the coming together of the two factions, which brought him into
conflict with Lenin. The division between the Bolsheviks and Mensheviks was not entirely clear for
many, at the time, and some switched sides. Lenin and Trotsky were separated following the 1903
congress for a number of years. Trotsky in his autobiography, My Life, reveals his ingrained
honesty in recognising the mistake he made at this time. He had harboured the false hope that the
Mensheviks under the hammer blow of events could be shifted to the left. But he also explains why
this mistake was made and that when he “came to Lenin” the second time he did so with a full
understanding of the issues and with total conviction. Others, who merely repeated the phrases of
Lenin but without understanding them, were exposed during Lenin’s exiled absence from Russia,
especially in early 1917, and after his death, when they capitulated to Stalin and his regime thereby
proving themselves incapable of independent thought and action.
This honest appreciation of differences and a willingness to recognise a mistake was to be revealed
in a series of debates and discussion which took place within the Bolsheviks and between Lenin and
Trotsky during the 1917 revolution and after the Bolsheviks took power. Intense debates took place
regarding tactics during the civil war, peace negotiations at Brest-Litovsk in 1918, the New
Economic policy, the role of the trade unions during the period of ‘war communism’ and other vital
questions. This refutes the false claims of the capitalist commentators and historians that
Bolshevism and the Soviet regime, in the period following the revolution, were simply a by-word
for “dictatorship” under Lenin, where no debate or dissent was tolerated. In fact, this dictatorial
regime was later imposed by Stalin.
Having broken connections with both the Bolsheviks and the Mensheviks following the 1903
congress, Trotsky found his way back to Russia in time for the 1905 revolution, and immediately
threw himself into the struggle. He was elected as the Chairman of the Soviet (Council) of Workers’
Deputies. The forming of the Soviet was a decisive step by the Saint Petersburg city workers. These
democratic organisations of the working class became the decisive organs of struggle, and the basis
for the new workers’ state that was formed after the revolution in October 1917.
While Trotsky realised from the start the importance of the soviets, some of the leading Bolsheviks
present in Russia did not recognise the crucial importance of this new form of workers’
organisation. They saw this new organisation as a threat to the party. It took Lenin’s arrival to
correct this sectarian mistake.
Today, in some countries, the decline in the workforce in manufacturing industry, the absence of
large factories and the growth of workers in the service and precarious sector means that the
building of such organisations is more complicated for big sections of the modern working class.
This element of a partial change in the composition of the modern working class in many countries
is an issue that needs to be addressed by revolutionary socialists. However, on a global scale, the
industrial working class in manufacturing industry remains the most potentially powerful force. At
the same time, new layers of the working class in logistics, transport and other sectors, and big
layers of proletarianised former sections of the middle class, are also beginning to adopt methods of
struggle of the working class.
Revolutionary upsurges
It is important that Marxists do not have a fetish about the form of organisation that can emerge
during revolutionary upsurges. Trotsky recognised the crucial role of the soviets in Russia but in
1905 it was a new form of organisation. He did not insist on an exact replica of the Russian soviet
model in other revolutions. In regards to Germany, 1923, Trotsky recognised the crucial importance
of the factory committees, for example. He advocated the formation of workers committees or
“Juntas” in Spain in the 1930s.
Today it is important that revolutionary socialists recognise the crucial role of the organised
working class in the trade unions and that a struggle takes place to transform them into combative
fighting organisations. At the same time, new organisations of struggle can also develop in the work
places and local communities. Revolutionary socialists need to be prepared for such developments
and initiate specific proposals for them, where necessary.
The defeat of the 1905 revolution saw Trotsky arrested and thrown into exile, once again in Siberia.
While incarcerated, he wrote one of his most important works, ‘Results and Prospects’, that was
based, in part, on the experience of the 1905 revolution. Trotsky clarified the question of the
character of the revolution in countries, such as pre-revolutionary Russia, where capitalism existed
side by side with elements of feudalism and where the tasks of the bourgeois democratic revolution
– the development of industry, finding a solution to the land question, the unification of the nation
and establishment of a bourgeois parliamentary system – was not yet completed. Within these
countries and also internationally, there was a process of combined and uneven development.
Within nations and between nations, a high level of development exists, alongside lack of
development and backwardness. In countries like Brazil or India today, relatively sophisticated and
developed sectors of the economy – technology and other spheres – co-exist with feudal conditions
and even slavery.  Trotsky argued that the capitalist class, entwined with the feudal landlords and
their system, were too weak to carry through these tasks of the bourgeois democratic revolution and
they were too terrified of the working class to allow it to do so. The bourgeoisie would, in fact, turn
on the working class, as it did during the Chinese revolution in 1927.
Only the working class was able to do this, but having taken power it would immediately be in
conflict with the capitalists and landlords and the revolutionary process would pass on to the
socialist revolution  and the ending of capitalism and feudalism. For this to develop successfully,
the revolution would need to rapidly link up with the international working class and carry through
the socialist revolution in the industrialised capitalist countries. These ideas were confirmed later by
the events of the revolution in Russia in October 1917. The ideas developed by Trotsky on this
question helped Lenin to concretise his approach on the character of the revolution and which class
was to lead it.
In his biography, My Life, Trotsky reveals his political honesty and integrity, once again, on this
issue. He gives due weight to the role of Parvus, who helped Trotsky to return to Russia, and earlier
assisted Trotsky to develop his ideas on the question of the Permanent Revolution. Trotsky
recognises Parvus as an important revolutionary Marxist, at this time, albeit with one weakness –
“The desire to get rich,” as Trotsky put it. Later, Parvus was to abandon the revolutionary
movement and became an arms dealer, trading with the Ottoman Empire.
Permanent revolution
The ideas developed by Trotsky regarding the Permanent Revolution are crucial for an
understanding of the class struggle in the neo-colonial world of Asia, Africa and Latin America
today. Today an even more favourable situation exists for the development of the socialist
revolution in these countries than when Trotsky developed his ideas. The ruling classes in these
countries still have not been able to fully complete the tasks of the bourgeois democratic revolution.
The working class, through carrying out the socialist revolution, has to achieve this historical
mission. Today, however, in most of the neo-colonial world, the working class is much stronger and
more developed than in pre-revolutionary Russia. This is reflected in the massive urbanisation
which has taken place and by the movement of people from the countryside to the cities. By 2014,
for the first time, more than 50% of the global population lived in cities. In Latin America, in 2019,
80% of the population lived in cities. In Africa, although despite big differences between different
countries, the urbanisation of the continent rose from 14.7% in 1957 to over 50% in 2015. In Asia it
is extremely varied but India now has approximately 35% of its population concentrated in major
cities. In China the urbanisation has exploded and is expected to reach 60% of the population by
2030. This makes the situation more favourable for the socialist revolution than in 1917.
The explosion of the urban population as also resulted in new features arising from it, which
Marxists and the working class need to address. In many countries, this trend resulted in a relatively
strong working class, with strengthened organisations both industrially and politically, and has the
potential to play the leading role in the revolution due to its collective consciousness as a class. At
the same time, it has also resulted in a massive development of the urban poor, who scrape by in
miserable conditions as street traders, beggars etc. In some countries, this mass migration from the
countryside to the cities resulted in some elements of the peasant or rural struggle being brought
into the cities. This is reflected in the urban land occupations, for example in Brazil and other
countries, and the building of favelas. This development has resulted in some on the Left looking
towards the urban poor as the “revolutionary” class, as opposed to the working class, which they
regard as “privileged” and part of an “elite”. An element of this incorrect perspective arose during
the revolutionary situation under the rule of Hugo Chavez, in Venezuela, and also in the revolution
in Tunisia which broke out nearly a decade ago. For Marxists it is important to defend the central
role of the working class and to stress the need for the social movements and organisations of the
urban poor to be linked to the organised working class.
Once again, in 1907, Trotsky managed to escape from his Siberian exile. The hazardous journey on
a sledge across the ice of the frozen wilderness at the mercy of drunken traders is grippingly
described in My Life. Here he depicts the “fragility of life”, which he precariously hung onto during
this epic journey in the cause of his revolutionary ideas.
Trotsky briefly returned to London to attend the 1907 congress of the Russian Social Democratic
Labour Party, which formally-speaking both the Bolsheviks and Mensheviks were still members of,
at the time. From there, Trotsky lived in Vienna, Paris and Switzerland for the next period of his
exile. The outbreak of the First World War, in 1914, saw the capitulation of the mass workers’
parties’ leadership throughout Europe to national chauvinism. These social democratic ‘leaders’
supported their respective national capitalist class. The tiny minority of revolutionary Marxists able
to resist this pressure and to maintain a principled proletarian internationalist stance were few in
number, and included Lenin and Trotsky. These forces managed to come together at an international
conference in September 1915, in the Swiss village of Zimmerwald. In My Life, Trotsky comments
the delegates fitted “into four stage coaches”. Even this conference was divided into two wings, a
majority pacifist wing and the revolutionary wing, led by Lenin. With difficulty, they managed to
agree a common platform which Trotsky drafted.  This stand against the imperialist war saw
Trotsky expelled from both France and Spain. Making his way to New York, Trotsky plunged into
revolutionary work, editing a paper and addressing workers’ meetings.
It was in New York that Trotsky found himself during the outbreak of the Russian revolution in
February 1917. Trotsky was eventually able to overcome obstacles and to return to Russia via
Canada. Once again, this was a perilous undertaking for a revolutionary. While in Canada, Trotsky
was arrested by the British and held in a concentration camp. There he met German prisoners of
war, with whom he established a bond, based on his internationalism and the thirst for revolution
that was developing in Germany. The outbreak of the February revolution was seen by Trotsky as
confirmation of the ideas he had developed with the theory of the Permanent Revolution.
Back in revolutionary Russia
Eventually freed by the British, Trotsky arrived in Petrograd in May 1917. He was still not a
member of the Bolsheviks. Lenin arrived back in Russia from his exile in April, and proclaimed his
‘April Thesis’. This clearly set out the character of the revolution and the need for the working class
to take the power, giving no trust to the bourgeois provisional government that was established. It
took a major struggle by Lenin inside the Bolsheviks to convince the party of the correctness of this
position.
The ‘July Days’ – the month of the ‘great slander’, the coming out onto the streets of the working
class in St. Petersburg and repression by the Kerensky’s Provisional Government against the
Bolsheviks – saw Trotsky arrested and Lenin forced into hiding. It was during this period that
Trotsky finally joined the Bolsheviks and was elected to the Central Committee reflecting his
authority and standing despite not formally being a member of the Bolsheviks until this point.
Released from prison in September, Trotsky immediately elected chair of the Petrograd Soviet. He
led the Military Revolutionary Committee, which was to play the crucial role in organising the
insurrection and bring the working class to power.
In the period following the October revolution (November in the old calendar under Tsarism),
Trotsky played a crucial role in safeguarding the young workers’ state. The future success of the
Russian revolution depended on the working class in the industrialised countries of Europe –
Germany, Britain, France and elsewhere – casting off their own capitalist class and linking together
with the Russian workers to begin building socialism. It was only after Lenin’s death in 1924 that
Stalin was able to abandon the internationalism of Bolshevism and adopt the pernicious idea of
“Socialism in one country” which Trotsky and the Left Opposition fought against from the
beginning.
The delay in the international revolution meant that it was necessary for the Bolsheviks to take a
series of emergency steps, to gain time, and hold onto power in Russia. Trotsky played a crucial role
at this time, as Foreign Commissar for the Soviet government during the Brest Livtosk peace
negotiations in 1918. He constructed the Red Army almost from nothing to combat the counter
revolutionary ‘Whites’ and the twenty-one armies of imperialism sent to try and crush the
revolution.
Trotsky’s role during the Brest Livstosk peace negotiations was one of the issues the Stalinists used
later to try and discredit him. In a total distortion of reality, they began to circulate the false
allegation in 1924 that “only Trotsky opposed signing the peace agreement with Germany” to end
the war in 1917-1918. The truth is that the new Soviet government faced a very precarious situation.
Soldiers were leaving the trenches and demanding an end to the war. The bourgeois provisional
government had failed to deliver peace. On 26 October, the Congress of Soviets agreed a resolution
appealing for an end to the war and for peace. In December, negotiations began between the Soviet
government and Germany. A crucial factor for Lenin and Trotsky was what effect the war had on
the German army and the prospects for a German revolution. It was during these discussions that
Lenin even raised the possibility of sacrificing the revolution in Russia if would secure a successful
revolution in Germany. The exact situation in the German army was an unknown factor and needed
to be tested out over time. German imperialism was attempting to impose harsh conditions on the
new Soviet government in any peace agreement. If these conditions were rejected, was the German
army in a position to launch a new offensive aimed at destroying the Soviet government. Both
Lenin and Trotsky were in agreement that it was impossible to continue the war on a revolutionary
basis due to state of the Russian army, which had all but collapsed. The crucial question was
estimating the state of the German army. Trotsky advocated a delay in negotiations, end the war,
demobilise the army but not sign the peace agreement demanded by German imperialism. Should
the German army advance and threaten Petrograd, Trotsky argued for backing down and signing
peace agreement. Lenin supported a position of delay but in the case of an ultimatum from
Germany, he argued to sign the agreement demanded by Germany immediately. Nicholai Bukharin
and other leading Bolsheviks argued for the conducting of a “revolutionary war”, which was bitterly
opposed by Lenin and Trotsky. This was impossible given the situation which existed in the Russian
army. However Bukharin’s position enjoyed widespread support within the Bolshevik party. The
main debate was not between Lenin and Trotsky but against those arguing for a revolutionary war.
At one party meeting, recounted by Trotsky in My Life, the supporters of a revolutionary war won
32 votes, Lenin’s position gained 15 votes and Trotsky’s position had 16 votes. In practice, it was
Trotsky’s position that was eventually temporarily adopted by the Central Committee and party
congress. As events unfolded, however, after some delay, Germany eventually did launch an attack
and demanded even worse conditions for a peace agreement, vindicating Lenin’s position. Trotsky
openly recognised Lenin had been correct at a meeting of the party leadership on 3 October 1918.
In contrast to this, Stalin went on to sign the Molotov-Ribbentrop Pact in 1939 – a non-aggression
pact between Stalin’s Russia and Hitler’s’ Nazi regime. This was a pact with a fascist regime which
had crushed the German workers’ organisations. One week after the pact was signed, Hitler invaded
Poland. Two years later, Hitler ripped up the pact with Stalin and marched in the Soviet Union,
taking the ruling bureaucracy by surprise. The purge of the military high command of the Soviet
Army by Stalin had left it even less prepared to confront the invasion.
Red Army leader
The civil war meant the 1917 October revolution hung by a thread for some time. The Bolsheviks
were reduced to holding only Petrograd and Moscow. Petrograd, the cradle of the revolution, was in
danger of falling. The battle to recapture Kazan was a crucial turning point. Trotsky’s role in
rebuilding the fifth army regiment and transforming it into a fighting unit was decisive. Even today,
Trotsky’s achievement in building the Red Army to win the civil war and defeat the armies of
imperialism is legendary. Trotsky’s writings on military affairs are still studied today in bourgeois
military academies around the world. He wrote five volumes on military questions and the civil war.
For two and a half years during the civil war, except for short intervals, Trotsky more or less lived
on the famous “Red Train”.  He travelled to war fronts together with a committed group of young
Red Army fighters and staff. They would arrive at the front, raising the moral of the soldiers,
dealing with all manner of problems, print and distribute leaflets, and make speeches, as well as
taking part in the armed fighting against the Whites and invading imperialist forces. It was more
than a train. As Trotsky explains in My Life:  “During the most strenuous years of the revolution,
my own personal life was bound up inseparably with the life of that train. The train, on the other
hand, was inseparably bound up with the life of the Red Army.” It linked the front with the base,
solved urgent problems on the spot, and educated, appealed, supplied, rewarded and punished. In its
different compartments the train included a secretariat, printing press, telegraph operators, radio
station, an electric-power engine, a library, a garage and a bath! The carriages were so heavy they
required two engines.
The year 1924 was a decisive turning point in Russia, marked by Lenin’s death, the advance of the
political counter -revolution and the consolidation of the bureaucratic clique around the figure of
Stalin. The isolation of the revolution, economic devastation caused by the civil war and imperialist
intervention, and the loss of thousands of the most committed Bolsheviks in the conflicts, all laid
the basis for the emergence of a political counter-revolution and the eventual formation of a ruthless
bureaucratic regime. The adoption of the reactionary idea of “Socialism in one country” and the
abandonment through it of the ideals and aspirations embedded in the October revolution, were the
theoretical expression of this bureaucratic caste. Eventually the Communist International would be
transformed from the ‘world party of the socialist revolution’ into the loyal border guard for the
Stalinised Soviet Union.
Stalinist campaign against ‘Trotskyism’
For this process to be completed it was necessary to drive out and crush those who continued to
defend the ideals of October, in particular, Leon Trotsky and his supporters. A campaign to
denigrate Trotsky and “Trotskyism” was unleashed. One of the false accusations made against
Trotsky in this period was that he “under-estimated the peasantry”, “ignored the peasantry”, or “did
not notice the peasantry”. These allegations bore no relation to the political position adopted by
Trotsky. In Russia, at the time, the size of the peasantry – comprising an overwhelming majority of
the population – meant that this section of the population could not be ignored. In his writings on
the Permanent Revolution, and elsewhere, Trotsky gave a detailed analysis of the peasantry and its
different layers – the poor peasants, the middle layers and the richer peasant class. He clarified that
the working class could establish an alliance, especially with the poorer sections of the peasantry.
However, he also stressed that the leading and decisive role in such an alliance for the revolution
had to be played by the working class. This is because of its position in society and the collective
class consciousness it possesses, which is not present in the peasant class and which prevented
peasants from playing an independent role.
Lenin was aware of the dangers of the bureaucratic degeneration of the new regime. Prior to his
death, he proposed a pact with Trotsky to oppose Stalin and to fight growing bureaucratisation.
However, Lenin was struck down by a second stroke (the first one being suffered in 1923) before
this could be enacted.
The ground was being prepared against Trotsky as early as 1923. A campaign against “Trotskyism”
was underway and gained increasing momentum. Trotsky commented in My Life: “A regime was
established that was nothing less than a dictatorship of the apparatus over the party. In other words
the party was ceasing to be a party”.
By 1925, Trotsky resigned from his duties as People’s Commissary of War and was increasingly
side-lined in his responsibilities by Stalin’s regime. The reactionary idea of Socialism in one
country was having disastrous consequences. The best traditions of Bolshevism were trampled on
by Stalin’s criminal policy during the Chinese revolution. The Chinese Communist Party, against its
will, was compelled to join the bourgeois Kuomintang and submit to its military discipline. The
creation of Soviets was forbidden. In April 1927, Stalin still defended the policy of coalition with
Chiang Kai-shek and the Kuomintang.  A few days later, Chiang Kai-shek drowned the Shanghai
workers and the Communist Party in blood. This followed the defeats of the German revolution in
1923 and the general strike in Britain in 1926. The difficult international situation was aiding
Stalin’s new regime to consolidate its position.
Stalin drove Trotsky into internal exile, to Alma Ata on the Chinese border, in 1927, which was as
far away from Moscow as was possible. Yet even that was not enough, so desperate was Stalin to
remove the “Trotskyist” challenge to his regime. Thousands of supporters of Trotsky and the Left
Opposition were to be imprisoned and executed. Trotsky was banished from the Soviet Union in
1929. Driven into exile, once again, he settled initially in Turkey then in Norway. Applying for
visas, country after country refused him. Even the left Labour MP George Lansbury in Britain did
not take up his case. Eventually, the left populist government of Lazaro Cardenas in Mexico granted
Trotsky and his wife, Natalia, shelter. Even this was not enough for Stalin. In acts of personal
vindictiveness, Stalin ordered the murder of Trotsky’s son, Lev, who was active in the Left
Opposition, and Sergei, who remained in the Soviet Union and was not even active in politics.
In Mexico, Trotsky continued his revolutionary work. In some ways, Trotsky regarded this as his
most important work, as he aimed to rebuild the genuine Marxist movement.
The coming to power of Hitler in Germany, in 1933, and the fact that this disaster for the German
and international workers’ movement failed to provoke a decisive reaction within the Comintern
against the policies imposed by Stalin, which had resulted in this huge defeat, led Trotsky to
conclude that reforming the Communist Parties was now impossible and that a new international
had to be built. For this reason, he took the step of founding the 4 th International. As part of this
important step, Trotsky wrote the Transitional Programme, which is of crucial importance for
Marxists as the global crisis unfolds today.  In 1936, Trotsky published his essential work on
Stalinism, Revolution Betrayed, in which he analysed the new phenomena of the Stalinist
bureaucratic regime in the Soviet Union.
Trotsky’s ideas resonate
Between 1936-1938, Stalin unleashed his vicious show trials in the Soviet Union, particularly
directed against the Left Opposition. Thousands of Left Oppositionists were rounded up, beaten and
tortured. In Vorkuta, hundreds of young supporters of the Left Opposition went to their deaths
defiantly and bravely singing the Internationale, refusing to abandon the ideas of the Left
Opposition.
From Mexico, Trotsky painstakingly worked to defend his political theoretical case and to build a
new international organisation. He participated in the struggle that took place in the Socialist
Workers Party (SWP) – then the party of the Fourth International in the USA – an important
political battle that has many lessons for the building of a revolutionary party today. This dispute
centred on the issue of the class character of the Soviet Union, on Marxist theory and regarding the
crucial question of the orientation of the revolutionary party towards the organised working class.
The legacy of this work is continued today in the struggles and activity of the Committee for a
Workers’ International (CWI).
The year 2020 marks a year of historical change for capitalism and the class struggle. In this period
of capitalism in crisis and turmoil, the ideas and methods defended by Trotsky will resonate in a
way that they have not done in recent decades. A study of the essence of Trotsky’s ideas and
methods is an essential political weapon for a new generation of revolutionary socialists who are
fighting for a new socialist world, as the only future for human kind. To assist workers and young
people with that struggle, the CWI is publishing this new collection of in-depth articles on crucial
aspects of Trotsky’s ideas, as we commemorate the eightieth anniversary of the assassination of this
great revolutionary.

La Oposición de Izquierda rusa y la lucha contra el estalinismo


Jose Luis Rojo
SoB

A 80 años del asesinato de León Trotsky. Uno de los puntos más heroicos de la tradición trotskista:
la experiencia de la Oposición de izquierda en la URSS.
“Si, por nuestra concepción de la revolución socialista pasamos por experiencias tremendas y
aterradoras. Pero ni la taiga, ni la tundra, ni nuestra vida difícil quebrantaron con su aliento helado
nuestra voluntad de luchar hasta el final”
Samizdat, Voces anónimas de la oposición soviética
Queremos dedicarnos aquí a uno de los puntos más heroicos de la tradición que reivindicamos: la
experiencia de la Oposición de izquierda en la URSS. Una experiencia prácticamente desconocida
entre las nuevas generaciones, que plantea una lucha por no perder la memoria histórica de los
revolucionarios. Lucha que tiene el valor agregado de plantarse frente a tanto posmodernismo
ambiente; incluso frente a las corrientes de la izquierda consagradas a formar a las nuevas
generaciones en las artes más bajas del poroterismo.
El concepto de tradición partidaria
Establezcamos primero el concepto de tradición. El mismo remite a la vinculación de nuestra
actividad con la de las generaciones precedentes. Las corrientes revolucionarias nos reivindicamos
de las experiencias de lucha, batallas, sacrificios, desarrollos políticos y organizativos más altos de
la clase obrera en sus dos siglos de historia. Desde las primeras luchas de los Ludistas (1815) y los
Cartistas (1830) en Inglaterra, pasando por las experiencias de peleas semiindependientes de la
clase obrera en las revoluciones de 1830 y 1848, la heroica experiencia de la Comuna de París
(1871), la fundación de la I Internacional (1864), los Mártires de Chicago, el día de la mujer
trabajadora, los primeros años de la II Internacional, hasta llegar a la Revolución Rusa (1917) y a la
III Internacional en su época revolucionaria (1919-1923).
Todo esto entra en nuestra tradición, así como la heroica pelea de la Oposición de Izquierda, la
fundación de la IV Internacional por parte de Trotsky (1938), la lucha de Rosa Luxemburgo y Karl
Liebknecht durante la Revolución alemana, así como su trágico asesinato por los esbirros de la
socialdemocracia en enero de 1919. A esto se puede agregar la larga lista de militantes trotskistas
asesinados bajo el nazismo y el estalinismo durante la Segunda Guerra Mundial.
En síntesis: cuando hablamos de la tradición de los revolucionarios, se trata de los hilos de
continuidad con las experiencias, enseñanzas y luchas de las generaciones anteriores, a las que
reivindicamos como parte de una causa común, y que hace a la amplitud de miras que nunca
debemos perder en nuestra actividad.
Las cárceles como último reducto de la democracia proletaria
Dentro de la tradición que reivindicamos nos interesa referirnos aquí a un momento de inmensa
importancia: la heroica batalla que dio la Oposición de izquierda contra la burocratización del
primer Estado Obrero en la historia.
Podemos establecer algunas de sus etapas. La batalla comienza a partir de la “Declaración de los
46” (1923) que es un documento firmado por importantes figuras del Partido Bolchevique que
alertaba acerca de la acumulación de graves problemas en materia de democracia partidaria, así
como referidas al curso general del país. Andando el camino se producen las primeras campañas
contra León Trotsky y el “trotskismo” sustanciadas por la “Troika” formada por Stalin, Kamenev y
Zinoviev, trío que lanza un brutal ataque contra este último denunciando el supuesto carácter
“antileninista” de la teoría de la revolución permanente, campaña contra la cual Trotsky les
responde inmediatamente con obras como Lecciones de Octubre (1924).
Entre 1926 y 1927 se produce la experiencia de la “Oposición Unificada”, esto a partir de la ruptura
de Zinoviev y Kamenev con Stalin, y la unificación de los dos primeros con Trotsky. Stalin se alía
en ese momento con Bujarin, rompiendo con él en oportunidad de su giro “izquierdista” en 1929;
Bujarin formará a partir de allí la llamada Oposición de derecha. Cuando la expulsión de esta
oposición unificada del partido a finales de 1927 (en medio de un congreso partidario), Zinoviev y
Kamenev capitulan inmediatamente y la Oposición de izquierda adquiere su fisonomía definitiva.
A comienzos de 1929 Trotsky es expulsado definitivamente de la URSS. Pero a mediados de ese
año vendrá el gran acontecimiento bisagra en la vida de los bolcheviques leninistas. En un giro
aparentemente a “izquierda” de Stalin hacia la industrialización acelerada del país y la
colectivización forzosa de la producción agraria, se desata la más dramática crisis en el seno de la
oposición izquierdista en su historia.
Una fracción encabezada por Preobrajensky, Smilga y Radek (eminentes dirigentes de la oposición
izquierdista junto con Trotsky) hace un llamado a la capitulación bajo la justificación que este giro
significaba que Stalin había pasado a “aplicar el programa de la Oposición de izquierda”…
En medio de esta crisis la Oposición de izquierda se derrumba numéricamente: de 8000 miembros
cae hasta 1000 integrantes en medio de una gran desmoralización. Se trataba de una verdadera crisis
existencial que puso en cuestión la razón de ser de la misma como tendencia revolucionaria; en
seguida nos dedicaremos a este debate.
Mientras tanto señalemos que pasado este momento de aguda crisis, los bolcheviques leninistas
recuperarían sus filas hasta alcanzar 4000 militantes a comienzos de los años 30 y el núcleo
revolucionario de la misma se mantendría firme todo a lo largo de la década hasta su destrucción
física final.
Para que se tenga idea de dónde se reclutaba la Oposición de izquierda a comienzos de los años 30,
señalemos que era una “organización de vanguardia” que se nutría, principalmente, en el destierro
dentro de la propia URSS. Una organización que actuaba en la clandestinidad, con muy poca o nula
actividad “pública”, pero que animaba verdaderas “universidades populares” de debate y discusión
bajo las durísimas condiciones de detención: ¡la última expresión de “democracia obrera” bajo la
burocratización de la URSS!
La Oposición de Izquierda no era el único núcleo oposicionista de izquierda, pero sí el mejor
organizado y el más coherente políticamente de todas las tendencias que se encontraban a izquierda
de Stalin. Otras corrientes animaban este “espacio” como los Decistas (viejo grupo fundado en
1919), así como un amplio “arco iris”de matices y grupos izquierdistas (y ultraizquierdistas).
Las cárceles estaban pobladas también por integrantes de la Oposición de derecha bujarinista, restos
del menchevismo, de los socialistas revolucionarios y otros grupos reformistas que habían militado
en la trinchera opuesta a la Revolución de octubre y apoyado el gobierno provisional de Kerensky.
La crítica del objetivismo
“El marxismo positivista de la Segunda y Tercera Internacional que consideraba el socialismo como
una batalla ganada de antemano ineluctablemente inscrita en el ‘progreso de la historia’ y
científicamente asegurada por la fuerza de sus ‘leyes’, ha sido desmentida radicalmente en el siglo
XX”.
“La memoria de Auschwitz y del comunismo. El ‘uso público’ de la historia”. Enzo Traverso
Refirámonos ahora a los argumentos del debate dentro de la Oposición de izquierda en 1929. El
mismo remite a una temática a la que ya nos hemos dedicado en otras ocasiones: la relación entre el
“qué” de las tareas que se deben llevar adelante para la revolución y el socialismo, el “quién” del
sujeto que las lleva a cabo y el “cómo” (es decir, de los métodos) con que las mismas son aplicadas.
Desde el exilio en Alma Ata Trotsky señala que no se trataba solamente de qué medidas estaba
tomando Stalin, sino cómo las llevaría a cabo y quien realizaría las mismas: si es el aparato
burocrático, o si es la clase obrera y el partido bajo un régimen de democracia obrera reestablecido.
Christian Rakovsky, principal dirigente de la Oposición de Izquierda dentro del país, va incluso más
lejos señalando que no se estaba frente a un giro a la izquierda de algún tipo, sino frente a un
conjunto de medidas que en ausencia de la clase obrera (de la democracia en el seno del partido),
vendrían a reforzar los puntos de apoyo de la burocracia.
El debate se sustanció contra las posiciones capituladoras de Preobrajensky. Apoyado, este, en una
lectura objetivista de los acontecimientos, creyó ver en Stalin la “confirmación” de sus tesis
económicas. La supuesta “ley del plan” identificada por él en 1926 tendría su propia “lógica
objetiva”: una lógica independiente de quien dirigiera la planificación como tal; la clase o la
burocracia, lo mismo daba. Esta supuesta “ley económica” habría “obligado” a Stalin a operar el
giro a la izquierda. Un giro que al colectivizar el campo y dar paso a la industrialización del país
debería resultar en un “fortalecimiento” de las posiciones del proletariado: “(…) la teoría según la
cual la industrialización y la colectivización tendrían como consecuencia –automática– reforzar el
‘núcleo proletario’ del partido, comprometiendo definitivamente, más temprano que tarde, a este
último, en la vía de la reforma (Broué).
Como ya señalamos, Rakovsky se ubicó en el campo opuesto a Preobrajensky. Lo hizo con un
enfoque alternativo al economicismo que caracterizaba al sector capitulador. Le espetó a
Preobajensky que había perdido de vista que Marx había criticado los enfoques que veían a la
historia como “haciéndose sola”; una historia con H mayúscula que fuera a realizar sus designios
ineluctablemente por fuera de las luchas sociales y políticas vivas. Rakovsky insistía que en
ausencia del reestablecimiento de la democracia partidaria, las medidas que estaba tomando Stalin
no podían significar el retorno de la URSS a la vía revolucionaria: “La única manera justa de
abordar el problema es desde el punto de vista político: no se trata de hacer una filosofía de la
historia (…) Lenin ya había señalado que para hacer una apreciación global era necesario tener una
actitud política, porque la política no es otra cosa que la economía y el Estado concentrados” .
Una nueva generación toma relevo
Luego de este debate la Oposición de izquierda se consolidó; no volvió a tener una “crisis
existencial” de esta magnitud. Fuera de la URSS la labor de Trotsky fue dando resultados y la IV
Internacional fue poniéndose en pie fundándose en 1938; la continuidad del marxismo
revolucionario había quedado garantizada.
Pero la situación concreta de la oposición en la URSS fue deteriorándose cada vez más. El cerco de
Stalin sobre los “trotskistas” se hizo cada vez más estrecho, acorralando uno a uno a sus principales
dirigentes. La asunción de Hitler en Alemania marcó el giro final a la capitulación para Rakovsky y
otros oposicionistas famosos como el publicista Sosnovsky. Trotsky dijo: “Stalin cazó a Rakovsky
con la ayuda de Hitler”. Y fue así. Luego de su heroica resistencia con una salud quebrantada
(desterrado a lugares con hasta 50 grados bajo cero), de un intento fallido de evasión y en medio del
aislamiento más completo, terminó capitulando bajo el argumento que la ascensión de Hitler
planteaba un terreno completamente nuevo “dejando de lado los desacuerdos anteriores”…
Sin embargo, en los campos de detención había nacido una nueva generación oposicionista de
izquierda; una nueva camada obrera y estudiantil que a golpe de huelgas de hambre y todo tipo de
métodos heroicos de resistencia, le plantó cara a la burocracia asesina. Nombres como los de Fiodor
N. Dingeltedt, Solntsev, Boris Eltsin, Pevzner, Man Nevelson, Sermuks, Pankratov, Iakovin, Mussia
Magid, Maria M. Joffé, los hermanos Tsintsadze y muchos otros son algunos de los que formaron
parte de esta nueva camada.
El avanzado grado de burocratización de la URSS entrados los años 30 trajo todo tipo discusiones:
acerca del carácter de la URSS, de su defensa incondicional, los problemas de la democracia
socialista, la problemática del partido. Serge lo reflejaba al llegar a occidente luego de ser liberado
en 1936 de las garras de Stalin: “Somos muy pocos en este momento: algunos centenares, en torno a
quinientos (…) Entre nosotros, no hay gran unidad de puntos de vista. Eltsin decía ‘Es la GPU la
que fomenta nuestra unidad’. Dos grandes tendencias nos dividen, aproximadamente por la mitad:
los que creen que hay que revisar todo, que fueron cometidos errores desde el inicio de la
Revolución de Octubre; y los que consideran el bolchevismo como inatacable desde sus inicios. Los
primero se inclinan a considerar que en las cuestiones de organización usted tenía razón junto con
Rosa Luxemburgo, en algunos casos en relación a Lenin en otra época. En este sentido existe un
trotskismo cuyas raíces vienen de lejos (…) Nos dividimos también por la mitad en relación a los
problemas de la democracia soviética y la dictadura (fuimos los primeros partidarios de la más
amplia democracia partidaria en el marco de la dictadura; mi impresión es que esta es la tendencia
más fuerte). En las ‘cárceles de aislamiento’ y en otros lugares, pueden encontrarse ahora, sobre
todo, los oposicionistas trotskistas de 1930-33. Una sola autoridad subsiste: la suya. Usted posee allí
una situación moral incomparable, de devoción absoluta” (Victor Serge, citado por Pierre Broué en
Los trotskistas en la Unión Soviética).
Era inevitable que todo estuviera en discusión dado el aislamiento y las tremendas condiciones de
detenciónen que se encontraban estos militantes; para colmo frente al fenómeno original de la
burocratización de la más grande revolución en la historia de la humanidad.
En las cárceles se podía tener, evidentemente, gran agudeza acerca del grado al que había llegado la
degeneración de la Revolución de Octubre. Pero también pesaba la dificultad de poner en
correspondencia ese proceso degenerativo respecto del proceso más global, internacional de la
lucha de clases, que se estaba viviendo con la ascensión del nazismo. Síntesis que fue la que intentó
Trotsky desde su exilio en obras inmensas como La Revolución Traicionada, donde buscaba
analizar el fenómeno de la burocratización sin perder de vista el ángulo de la defensa incondicional
de la URSS.
Una de las páginas más gloriosas de la lucha revolucionaria
La Oposición de izquierda bullía en discusiones; esto fue así hasta que prácticamente todos los
bolcheviques leninistas fueran fusilados: “solución final” como la califica agudamente Broué , que
fue llevada a cabo en correspondencia con los últimos juicios de Moscú (durante las Grandes
Purgas de 1936 a 1938 fueron detenidos 8 millones de personas y asesinadas unas 700.000; la flor y
nata de la generación revolucionaria y más allá). A partir de ese momento literalmente no quedaron
más militantes oposicionistas de izquierda en la URSS: “la huelga de hambre iniciada el 27 de
octubre de 1936 duró 132 días. Todos los medios fueron empleados para quebrarla: alimentación
forzada y suspensión de calefacción con temperaturas de 50 grados bajo cero. Los huelguistas
resistieron.
Bruscamente, en el inicio de 1937, las autoridades penitenciarias cedieron ante una orden
proveniente desde Moscú: todas las reivindicaciones fueron satisfechas y los huelguistas fueron
alimentados progresivamente bajo control médico. Después de algunos meses de tregua, recomenzó
la represión (…) [Pero luego de un período de ‘calma’] una mañana de marzo de 1938, treinta y
cinco hombres y mujeres, bolcheviques leninistas, fueron llevados a la tundra, alineados a lo largo
de fosas preparadas y ametrallados (…) Día tras día, las ejecuciones continuaron de la misma
manera a lo largo de dos meses. El hombre que fue encargado por Stalin para la ‘solución final’ de
los problemas de la Oposición de Izquierda se llamaba Kachketin” (Broué, ídem).
La lucha de la Oposición de izquierda quedó inscripta así entre las páginas más gloriosas y, al
mismo tiempo, más trágicas del socialismo revolucionario. Es deber de las nuevas generaciones
conocer esta historia heroica así como tomar nota que este capítulo forma uno de los más
importantes de nuestra tradición como corriente; tradición que viene del acervo histórico común del
movimiento trotskista del que formamos parte y que, además, como hemos visto, ha dejado y no
podía dejar, enseñanzas políticas y metodológicas en materia de nuestro abordaje del marxismo:
“Kachketin, parado en una roca, daba la señala a los verdugos. Todo era apagado, abatido, los
cánticos, los espíritus, las vidas. Se pisoteaban páginas de historias inconclusas. ¿Cuánto podrían
dar ellos todavía a la revolución, al pueblo, a la vida? Pero ya no estaban. Definitivamente y sin
retorno posible” (M.M. Joffe, Una larga noche, citada por Broué, ídem).
Cabe a las nuevas generaciones recoger este legado; garantizar que estas vidas no hayan caído en
vano relanzando la lucha por la revolución socialista en este nuevo siglo.
La Oposición de Izquierda rusa y la lucha contra el estalinismo
Jose Luis Rojo
SoB

A 80 años del asesinato de León Trotsky. Uno de los puntos más heroicos de la tradición trotskista:
la experiencia de la Oposición de izquierda en la URSS.
Artículo del 24 de abril 2014 en el semanario Socialismo o Barbarie
Ilustración: Boletín de debate de la Oposición de Izquierda en los campos de concentración
del estalinismo, Documento histórico recientemente descubierto en Rusia.
“Si, por nuestra concepción de la revolución socialista pasamos por
experiencias tremendas y aterradoras. Pero ni la taiga, ni la tundra, ni
nuestra vida difícil quebrantaron con su aliento helado nuestra voluntad de
luchar hasta el final”
Samizdat, Voces anónimas de la oposición soviética

Queremos dedicarnos aquí a uno de los puntos más heroicos de la tradición que reivindicamos: la
experiencia de la Oposición de izquierda en la URSS. Una experiencia prácticamente desconocida
entre las nuevas generaciones, que plantea una lucha por no perder la memoria histórica de los
revolucionarios. Lucha que tiene el valor agregado de plantarse frente a tanto posmodernismo
ambiente; incluso frente a las corrientes de la izquierda consagradas a formar a las nuevas
generaciones en las artes más bajas del poroterismo.

El concepto de tradición partidaria


Establezcamos primero el concepto de tradición. El mismo remite a la vinculación de nuestra
actividad con la de las generaciones precedentes. Las corrientes revolucionarias nos reivindicamos
de las experiencias de lucha, batallas, sacrificios, desarrollos políticos y organizativos más altos de
la clase obrera en sus dos siglos de historia. Desde las primeras luchas de los Ludistas (1815) y los
Cartistas (1830) en Inglaterra, pasando por las experiencias de peleas semiindependientes de la
clase obrera en las revoluciones de 1830 y 1848, la heroica experiencia de la Comuna de París
(1871), la fundación de la I Internacional (1864), los Mártires de Chicago, el día de la mujer
trabajadora, los primeros años de la II Internacional, hasta llegar a la Revolución Rusa (1917) y a la
III Internacional en su época revolucionaria (1919-1923).
Todo esto entra en nuestra tradición, así como la heroica pelea de la Oposición de Izquierda, la
fundación de la IV Internacional por parte de Trotsky (1938), la lucha de Rosa Luxemburgo y Karl
Liebknecht durante la Revolución alemana, así como su trágico asesinato por los esbirros de la
socialdemocracia en enero de 1919. A esto se puede agregar la larga lista de militantes trotskistas
asesinados bajo el nazismo y el estalinismo durante la Segunda Guerra Mundial.
En síntesis: cuando hablamos de la tradición de los revolucionarios, se trata de los hilos de
continuidad con las experiencias, enseñanzas y luchas de las generaciones anteriores, a las que
reivindicamos como parte de una causa común, y que hace a la amplitud de miras que nunca
debemos perder en nuestra actividad.

Las cárceles como último reducto de la democracia proletaria


Dentro de la tradición que reivindicamos nos interesa referirnos aquí a un momento de inmensa
importancia: la heroica batalla que dio la Oposición de izquierda contra la burocratización del
primer Estado Obrero en la historia.
Podemos establecer algunas de sus etapas. La batalla comienza a partir de la “Declaración de los
46” (1923) que es un documento firmado por importantes figuras del Partido Bolchevique que
alertaba acerca de la acumulación de graves problemas en materia de democracia partidaria, así
como referidas al curso general del país. Andando el camino se producen las primeras campañas
contra León Trotsky y el “trotskismo” sustanciadas por la “Troika” formada por Stalin, Kamenev y
Zinoviev, trío que lanza un brutal ataque contra este último denunciando el supuesto carácter
“antileninista” de la teoría de la revolución permanente, campaña contra la cual Trotsky les
responde inmediatamente con obras como Lecciones de Octubre (1924).
Entre 1926 y 1927 se produce la experiencia de la “Oposición Unificada”, esto a partir de la ruptura
de Zinoviev y Kamenev con Stalin, y la unificación de los dos primeros con Trotsky. Stalin se alía
en ese momento con Bujarin, rompiendo con él en oportunidad de su giro “izquierdista” en 1929;
Bujarin formará a partir de allí la llamada Oposición de derecha. Cuando la expulsión de esta
oposición unificada del partido a finales de 1927 (en medio de un congreso partidario), Zinoviev y
Kamenev capitulan inmediatamente y la Oposición de izquierda adquiere su fisonomía definitiva.
A comienzos de 1929 Trotsky es expulsado definitivamente de la URSS. Pero a mediados de ese
año vendrá el gran acontecimiento bisagra en la vida de los bolcheviques leninistas. En un giro
aparentemente a “izquierda” de Stalin hacia la industrialización acelerada del país y la
colectivización forzosa de la producción agraria, se desata la más dramática crisis en el seno de la
oposición izquierdista en su historia.
Una fracción encabezada por Preobrajensky, Smilga y Radek (eminentes dirigentes de la oposición
izquierdista junto con Trotsky) hace un llamado a la capitulación bajo la justificación que este giro
significaba que Stalin había pasado a “aplicar el programa de la Oposición de izquierda”…
En medio de esta crisis la Oposición de izquierda se derrumba numéricamente: de 8000 miembros
cae hasta 1000 integrantes en medio de una gran desmoralización. Se trataba de una verdadera crisis
existencial que puso en cuestión la razón de ser de la misma como tendencia revolucionaria; en
seguida nos dedicaremos a este debate.
Mientras tanto señalemos que pasado este momento de aguda crisis, los bolcheviques leninistas
recuperarían sus filas hasta alcanzar 4000 militantes a comienzos de los años 30 y el núcleo
revolucionario de la misma se mantendría firme todo a lo largo de la década hasta su destrucción
física final.
Para que se tenga idea de dónde se reclutaba la Oposición de izquierda a comienzos de los años 30,
señalemos que era una “organización de vanguardia” que se nutría, principalmente, en el destierro
dentro de la propia URSS. Una organización que actuaba en la clandestinidad, con muy poca o nula
actividad “pública”, pero que animaba verdaderas “universidades populares” de debate y discusión
bajo las durísimas condiciones de detención: ¡la última expresión de “democracia obrera” bajo la
burocratización de la URSS!
La Oposición de Izquierda no era el único núcleo oposicionista de izquierda, pero sí el mejor
organizado y el más coherente políticamente de todas las tendencias que se encontraban a izquierda
de Stalin. Otras corrientes animaban este “espacio” como los Decistas (viejo grupo fundado en
1919), así como un amplio “arco iris”de matices y grupos izquierdistas (y ultraizquierdistas).
Las cárceles estaban pobladas también por integrantes de la Oposición de derecha bujarinista, restos
del menchevismo, de los socialistas revolucionarios y otros grupos reformistas que habían militado
en la trinchera opuesta a la Revolución de octubre y apoyado el gobierno provisional de Kerensky.

La crítica del objetivismo


“El marxismo positivista de la Segunda y Tercera Internacional que consideraba el
socialismo como una batalla ganada de antemano ineluctablemente inscrita en el
‘progreso de la historia’ y científicamente asegurada por la fuerza de sus ‘leyes’, ha sido
desmentida radicalmente en el siglo XX”.
“La memoria de Auschwitz y del comunismo. El ‘uso público’ de la historia”. Enzo
Traverso

Refirámonos ahora a los argumentos del debate dentro de la Oposición de izquierda en 1929. El
mismo remite a una temática a la que ya nos hemos dedicado en otras ocasiones: la relación entre el
“qué” de las tareas que se deben llevar adelante para la revolución y el socialismo, el “quién” del
sujeto que las lleva a cabo y el “cómo” (es decir, de los métodos) con que las mismas son aplicadas.
Desde el exilio en Alma Ata Trotsky señala que no se trataba solamente de qué medidas estaba
tomando Stalin, sino cómo las llevaría a cabo y quien realizaría las mismas: si es el aparato
burocrático, o si es la clase obrera y el partido bajo un régimen de democracia obrera reestablecido.
Christian Rakovsky, principal dirigente de la Oposición de Izquierda dentro del país, va incluso más
lejos señalando que no se estaba frente a un giro a la izquierda de algún tipo, sino frente a un
conjunto de medidas que en ausencia de la clase obrera (de la democracia en el seno del partido),
vendrían a reforzar los puntos de apoyo de la burocracia.
El debate se sustanció contra las posiciones capituladoras de Preobrajensky. Apoyado, este, en una
lectura objetivista de los acontecimientos, creyó ver en Stalin la “confirmación” de sus tesis
económicas. La supuesta “ley del plan” identificada por él en 1926 tendría su propia “lógica
objetiva”: una lógica independiente de quien dirigiera la planificación como tal; la clase o la
burocracia, lo mismo daba. Esta supuesta “ley económica” habría “obligado” a Stalin a operar el
giro a la izquierda. Un giro que al colectivizar el campo y dar paso a la industrialización del país
debería resultar en un “fortalecimiento” de las posiciones del proletariado: “(…) la teoría según la
cual la industrialización y la colectivización tendrían como consecuencia –automática– reforzar el
‘núcleo proletario’ del partido, comprometiendo definitivamente, más temprano que tarde, a este
último, en la vía de la reforma (Broué).
Como ya señalamos, Rakovsky se ubicó en el campo opuesto a Preobrajensky. Lo hizo con un
enfoque alternativo al economicismo que caracterizaba al sector capitulador. Le espetó a
Preobajensky que había perdido de vista que Marx había criticado los enfoques que veían a la
historia como “haciéndose sola”; una historia con H mayúscula que fuera a realizar sus designios
ineluctablemente por fuera de las luchas sociales y políticas vivas. Rakovsky insistía que en
ausencia del reestablecimiento de la democracia partidaria, las medidas que estaba tomando Stalin
no podían significar el retorno de la URSS a la vía revolucionaria: “La única manera justa de
abordar el problema es desde el punto de vista político: no se trata de hacer una filosofía de la
historia (…) Lenin ya había señalado que para hacer una apreciación global era necesario tener una
actitud política, porque la política no es otra cosa que la economía y el Estado concentrados” .

Una nueva generación toma relevo


Luego de este debate la Oposición de izquierda se consolidó; no volvió a tener una “crisis
existencial” de esta magnitud. Fuera de la URSS la labor de Trotsky fue dando resultados y la IV
Internacional fue poniéndose en pie fundándose en 1938; la continuidad del marxismo
revolucionario había quedado garantizada.
Pero la situación concreta de la oposición en la URSS fue deteriorándose cada vez más. El cerco de
Stalin sobre los “trotskistas” se hizo cada vez más estrecho, acorralando uno a uno a sus principales
dirigentes. La asunción de Hitler en Alemania marcó el giro final a la capitulación para Rakovsky y
otros oposicionistas famosos como el publicista Sosnovsky. Trotsky dijo: “Stalin cazó a Rakovsky
con la ayuda de Hitler”. Y fue así. Luego de su heroica resistencia con una salud quebrantada
(desterrado a lugares con hasta 50 grados bajo cero), de un intento fallido de evasión y en medio del
aislamiento más completo, terminó capitulando bajo el argumento que la ascensión de Hitler
planteaba un terreno completamente nuevo “dejando de lado los desacuerdos anteriores”…
Sin embargo, en los campos de detención había nacido una nueva generación oposicionista de
izquierda; una nueva camada obrera y estudiantil que a golpe de huelgas de hambre y todo tipo de
métodos heroicos de resistencia, le plantó cara a la burocracia asesina. Nombres como los de Fiodor
N. Dingeltedt, Solntsev, Boris Eltsin, Pevzner, Man Nevelson, Sermuks, Pankratov, Iakovin, Mussia
Magid, Maria M. Joffé, los hermanos Tsintsadze y muchos otros son algunos de los que formaron
parte de esta nueva camada.
El avanzado grado de burocratización de la URSS entrados los años 30 trajo todo tipo discusiones:
acerca del carácter de la URSS, de su defensa incondicional, los problemas de la democracia
socialista, la problemática del partido. Serge lo reflejaba al llegar a occidente luego de ser liberado
en 1936 de las garras de Stalin: “Somos muy pocos en este momento: algunos centenares, en torno a
quinientos (…) Entre nosotros, no hay gran unidad de puntos de vista. Eltsin decía ‘Es la GPU la
que fomenta nuestra unidad’. Dos grandes tendencias nos dividen, aproximadamente por la mitad:
los que creen que hay que revisar todo, que fueron cometidos errores desde el inicio de la
Revolución de Octubre; y los que consideran el bolchevismo como inatacable desde sus inicios. Los
primero se inclinan a considerar que en las cuestiones de organización usted tenía razón junto con
Rosa Luxemburgo, en algunos casos en relación a Lenin en otra época. En este sentido existe un
trotskismo cuyas raíces vienen de lejos (…) Nos dividimos también por la mitad en relación a los
problemas de la democracia soviética y la dictadura (fuimos los primeros partidarios de la más
amplia democracia partidaria en el marco de la dictadura; mi impresión es que esta es la tendencia
más fuerte). En las ‘cárceles de aislamiento’ y en otros lugares, pueden encontrarse ahora, sobre
todo, los oposicionistas trotskistas de 1930-33. Una sola autoridad subsiste: la suya. Usted posee allí
una situación moral incomparable, de devoción absoluta” (Victor Serge, citado por Pierre Broué en
Los trotskistas en la Unión Soviética).
Era inevitable que todo estuviera en discusión dado el aislamiento y las tremendas condiciones de
detenciónen que se encontraban estos militantes; para colmo frente al fenómeno original de la
burocratización de la más grande revolución en la historia de la humanidad.
En las cárceles se podía tener, evidentemente, gran agudeza acerca del grado al que había llegado la
degeneración de la Revolución de Octubre. Pero también pesaba la dificultad de poner en
correspondencia ese proceso degenerativo respecto del proceso más global, internacional de la
lucha de clases, que se estaba viviendo con la ascensión del nazismo. Síntesis que fue la que intentó
Trotsky desde su exilio en obras inmensas como La Revolución Traicionada, donde buscaba
analizar el fenómeno de la burocratización sin perder de vista el ángulo de la defensa incondicional
de la URSS.

Una de las páginas más gloriosas de la lucha revolucionaria


La Oposición de izquierda bullía en discusiones; esto fue así hasta que prácticamente todos los
bolcheviques leninistas fueran fusilados: “solución final” como la califica agudamente Broué , que
fue llevada a cabo en correspondencia con los últimos juicios de Moscú (durante las Grandes
Purgas de 1936 a 1938 fueron detenidos 8 millones de personas y asesinadas unas 700.000; la flor y
nata de la generación revolucionaria y más allá). A partir de ese momento literalmente no quedaron
más militantes oposicionistas de izquierda en la URSS: “la huelga de hambre iniciada el 27 de
octubre de 1936 duró 132 días. Todos los medios fueron empleados para quebrarla: alimentación
forzada y suspensión de calefacción con temperaturas de 50 grados bajo cero. Los huelguistas
resistieron.
Bruscamente, en el inicio de 1937, las autoridades penitenciarias cedieron ante una orden
proveniente desde Moscú: todas las reivindicaciones fueron satisfechas y los huelguistas fueron
alimentados progresivamente bajo control médico. Después de algunos meses de tregua, recomenzó
la represión (…) [Pero luego de un período de ‘calma’] una mañana de marzo de 1938, treinta y
cinco hombres y mujeres, bolcheviques leninistas, fueron llevados a la tundra, alineados a lo largo
de fosas preparadas y ametrallados (…) Día tras día, las ejecuciones continuaron de la misma
manera a lo largo de dos meses. El hombre que fue encargado por Stalin para la ‘solución final’ de
los problemas de la Oposición de Izquierda se llamaba Kachketin” (Broué, ídem).
La lucha de la Oposición de izquierda quedó inscripta así entre las páginas más gloriosas y, al
mismo tiempo, más trágicas del socialismo revolucionario. Es deber de las nuevas generaciones
conocer esta historia heroica así como tomar nota que este capítulo forma uno de los más
importantes de nuestra tradición como corriente; tradición que viene del acervo histórico común del
movimiento trotskista del que formamos parte y que, además, como hemos visto, ha dejado y no
podía dejar, enseñanzas políticas y metodológicas en materia de nuestro abordaje del marxismo:
“Kachketin, parado en una roca, daba la señala a los verdugos. Todo era apagado, abatido, los
cánticos, los espíritus, las vidas. Se pisoteaban páginas de historias inconclusas. ¿Cuánto podrían
dar ellos todavía a la revolución, al pueblo, a la vida? Pero ya no estaban. Definitivamente y sin
retorno posible” (M.M. Joffe, Una larga noche, citada por Broué, ídem).
Cabe a las nuevas generaciones recoger este legado; garantizar que estas vidas no hayan caído en
vano relanzando la lucha por la revolución socialista en este nuevo siglo.

El testamento de Trotsky
UIT
Por Mercedes Petit, nota de cuando se cumplieron 70 aniversarios del asesinato de León
Trotsky.

Hace 70 años, entre el 27 de febrero y el 3 de marzo de 1940, León Trotsky hizo un breve
testamento. Desde el exilio, cercado por los agentes de la GPU (la policía secreta) y con su familia
diezmada por la persecución de Stalin, no dudó en escribir: “La vida es hermosa”.
La vida de León Trotsky no fue nunca fácil. Pasó la mayor parte de su juventud en cárceles,
destierro en Siberia o exilio en el extranjero. Conoció la capital del imperio de los zares, San
Petersburgo, en 1905, durante la revolución, siendo presidente del soviet. Ese año fue detenido. No
volvió más hasta 1917, luego de la caída del zar.
Sus seis años de ministro del gobierno revolucionario obrero y campesino fueron de trabajo muy
intenso, con tres años dedicados a la formación y conducción del Ejército Rojo. Las penurias de la
guerra civil las pasó viajando en un tren blindado, recorriendo los distintos frentes.
En 1924, luego del golpe que le significó la enfermedad y muerte de Lenin, comenzó a ser aislado y
perseguido por Stalin y la burocracia. Desde entonces, dedicó cada minuto de su vida, con un ritmo
de trabajo imparable, a desarrollar la oposición antiburocrática.
Fue echado del partido en 1927 y de la URSS en 1929. En 1933 llamó a construir la Cuarta
Internacional, que fue fundada en 1938.
Por entonces el acoso de Stalin hacia Trotsky y sus seguidores se iba profundizando. Con los
siniestros “procesos de Moscú” supo del fusilamiento de amigos y adversarios políticos que habían
compartido con él luchas contra el zarismo, la toma del poder y la guerra civil. Su único hijo
sobreviviente y sus secretarios cayeron asesinados por la GPU. Los agentes de Stalin eran la peor
“presión” que amenazaba su vida. Finalmente, en agosto de 1940, a los 60 años, lograron asesinarlo.
Pero no habían mellado ni su alegría de vivir, ni sus convicciones de militante socialista
revolucionario y defensor de la Unión Soviética. Leamos su testamento.

Coyoacán, 27 de febrero de 1940


Mi presión arterial alta (que sigue aumentando) engaña a los que me rodean sobre mi estado de
salud real. Me siento activo y en condiciones de trabajar, pero evidentemente se acerca el desenlace.
Estas líneas se publicarán después de mi muerte.
No necesito refutar una vez más calumnias estúpidas y viles de Stalin y sus agentes; en mi honor
revolucionario no hay una sola mancha. Nunca entré, directa ni indirectamente, en acuerdos ni
negociaciones ocultas con los enemigos de la clase obrera. Miles de adversarios de Stalin fueron
víctimas de acusaciones igualmente falsas. Las nuevas generaciones revolucionarias rehabilitarán su
honor político y tratarán como se lo merecen a los verdugos del Kremlin.
Agradezco calurosamente a los amigos que me siguieron siendo leales en las horas más difíciles de
mi vida. No nombro a ninguno en especial porque no puedo nombrarlos a todos.
Sin embargo, creo que se justifica hacer una excepción con mi compañera, Natalia Ivanovna
Sedova. El destino me otorgó, además de la felicidad de ser un luchador de la causa del socialismo,
la felicidad de ser su esposo. Durante los casi cuarenta años que vivimos juntos ella fue siempre una
fuente inextinguible de amor, bondad y ternura. Soportó grandes sufrimientos, especialmente en la
última etapa de nuestras vidas. Pero en algo me reconforta el hecho de que también conoció días
felices.
Fui revolucionario durante mis cuarenta y tres años de vida consciente y durante cuarenta y dos
luché bajo las banderas del marxismo. Si tuviera que comenzar todo de nuevo trataría, por supuesto,
de evitar tal o cual error, pero en lo fundamental mi vida sería la misma. Moriré siendo un
revolucionario proletario, un marxista, un materialista dialéctico y, en consecuencia, un ateo
irreconciliable. Mi fe en el futuro comunista de la humanidad no es hoy menos ardiente, aunque sí
más firme, que en mi juventud.
Natasha se acerca a la ventana y la abre desde el patio para que entre más aire en mi habitación.
Puedo ver la brillante franja de césped verde que se extiende tras el muro, arriba el cielo claro y azul
y el sol que brilla en todas partes. La vida es hermosa. Que las futuras generaciones la libren de
todo mal, opresión y violencia y la disfruten plenamente.

León Trotsky
Todas mis pertenencias, mis derechos literarios (los ingresos que producen mis libros, artículos,
etcétera) serán puestos a disposición de mi esposa Natalia Ivanovna Sedova.
En caso de que ambos perezcamos [el resto de la página está en blanco].

3 de marzo de 1940
La índole de mi enfermedad es tal (presión arterial alta y en avance) -según yo lo entiendo- que el
fin puede llegar de súbito, muy probablemente -nuevamente es una hipótesis personal- por un
derrame cerebral. Este es el mejor fin que puedo desear. Es posible, sin embargo, que me equivoque
(no tengo ganas de leer libros especializados sobre el tema y los médicos, naturalmente, no me dirán
la verdad). Si la esclerosis se prolongara y me viera amenazado por una larga invalidez (en este
momento me siento, por el contrario, lleno de energías espirituales a causa de la alta presión, pero
no durará mucho), me reservo el derecho de decidir por mi cuenta el momento de mi muerte. El
“suicidio” (si es que cabe el término en este caso) no será, de ninguna manera, expresión de un
estallido de desesperación o desaliento. Natasha y yo dijimos más de una vez que se puede llegar a
tal condición física que sea mejor interrumpir la propia vida o, mejor dicho, el proceso demasiado
lento de la muerte… Pero cualesquiera que sean las circunstancias de mi muerte, moriré con una fe
inquebrantable en el futuro comunista. Esta fe en el hombre y su futuro me da aun ahora una
capacidad de resistencia que ninguna religión puede otorgar.

¿Por qué Stalin mató a Trotsky?


UIT
Gabriel Schwerdt

Hace ochenta años, el 21 de agosto de 1940, León Trotsky, el revolucionario ruso cuyo nombre está
asociado con el socialismo y la democracia obrera, fue asesinado en Coyoacán, México, donde
residía exiliado. Trotsky, junto con Lenin, habían encabezado la revolución rusa de octubre de 1917.
El crimen, después de varios intentos, pudo ser consumado por Ramón Mercader* (alias Jacson o
Mornard), un agente de la GPU, policía secreta soviética. El hecho fue la culminación de una
persecución implacable. En 1927 Trotsky, junto a su compañera, Natalia, fue deportado a Alma Ata,
en la república de Kirguistán, para luego ser privado de su ciudadanía y expulsado de la URSS. La
GPU lo trasladó a Turquía, donde el líder nacionalista Kemal Atatürk le dio asilo y lo autorizó a
instalarse en la isla de Prinkipo. Gracias a sus insistentes pedidos y las tratativas de sus seguidores
para que le permitan exiliarse en alguno de los países centrales de Europa, logró tener una breve
estadía en Francia, pero fue nuevamente extraditado, esta vez a Noruega. Entonces, el estalinismo
comenzó a presionar constantemente al gobierno socialdemócrata noruego para que lo echara.
Finalmente, en 1937, se instaló en la ciudad de México, gracias al permiso que consiguieron del
presidente Lázaro Cárdenas miembros del SWP norteamericano y el pintor Diego Rivera.

¡Persigan a los trotskistas!


La persecución del estalinismo a Trotsky y sus seguidores fue implacable. Gran parte de la actividad
de la GPU en Europa se dedicó al espionaje, la persecución y el asesinato de dirigentes trotskistas.
Tenía una sección solo para estos servicios. Los principales secretarios de Trotsky fueron
asesinados, Irwin Wolf fue capturado en España (donde asesinaron también a Andrés Nin, entre
otros), León Sedov, el hijo mayor de Trotsky y su más estrecho colaborador, fue asesinado en París,
a Rudolf Klement lo mataron poco antes de la fundación de la Cuarta, en 1938. En Suiza fue
asesinado Ignace Reis, funcionario de la GPU que escapó de la URSS y se sumó a la Cuarta
Internacional. Otros dos hijos de Trotsky también fueron asesinados y una hija se suicidó.
Mientras tanto, en los campos de concentración de Siberia morían miles de prisioneros de cansancio
por los trabajos forzados, el frío o porque directamente eran fusilados. Leopold Trepper**, en su
emocionante libro El gran juego, relata detalladamente el gran ensañamiento contra los trotskistas,
que fueron fusilados por miles: “Llevaban una T en sus espaldas puesta por sus carceleros, y se
negaban a toda confesión. Eran los únicos que enfrentaban hasta sus últimas consecuencias al
estalinismo”.

Los procesos de Moscú


La brutal represión desatada por Stalin para exterminar a la vieja guardia bolchevique necesitaba de
un proceso judicial. De lo contrario, ¿cómo explicar que los grandes dirigentes de la revolución
querían conspirar contra el Estado soviético? Por eso Stalin montó cuatro juicios claves entre 1936
y 1938. El primero fue el “juicio de los dieciséis”, con Zinoviev, Kamenev, Smirnov, Mrachkovsky
y otros como acusados; el segundo, “el juicio de los diecisiete”, que incluía a Pyatakov, Radek,
Sokolnikov, Muralov, Serebryakov y otros, tuvo lugar en enero de 1937. Luego siguió el juicio
secreto al mariscal Tujachevsky y un grupo de generales de alto rango del Ejército Rojo en junio de
1937. Y, finalmente, “el juicio de los veintiuno” contra Rikov, Bujarin, Krestinky, Rakovsky,
Yagoda y otros en marzo de 1938. Los hombres en el banquillo eran todos los miembros del
politburó de Lenin, excepto el mismo Stalin. Trotsky, en el destierro, fue el principal inculpado en
estos juicios. Él y la vieja guardia bolchevique estaban acusados de complotar para asesinar a Stalin
y otros dirigentes soviéticos, de conspirar para desbaratar el poder económico y militar del país y de
matar a masas de trabajadores rusos. Todos fueron encontrados culpables con pruebas falsas o
confesiones forzadas y fusilados o enviados a los campos de concentración de Siberia, donde
murieron rápidamente. Trotsky fue el único de los dirigentes bolcheviques acusados que estaba
fuera del país, más allá del puño de Stalin. Cuando Zinoviev y Kamenev fueron procesados, Trotsky
desafió a Moscú a que pidiera su extradición de Noruega, donde vivía en aquel entonces. Stalin no
aceptó y presionó al gobierno noruego para que lo mantuviera aislado. Durante seis meses fue
silenciado y se le negó la posibilidad de responder las acusaciones monstruosas que se le
imputaban.

¿Por qué Stalin mató a Trotsky?


Stalin estaba cada vez más preocupado con la actividad de Trotsky en el exilio, por eso su obsesión
era matarlo. A principios de 1939 hizo una de sus habituales purgas entre el personal de la GPU y
puso como subdirector del Departamento del Extranjero a Pavel Sudoplatov. En 1992, cuando relató
sus memorias en el libro Operaciones especiales, contó que su misión, con todos los recursos
disponibles, era matar a Trotsky. Según detalla, Stalin le habría dicho cuando lo convocó en marzo
de 1939: “En el movimiento trotskista no hay figuras políticas importantes aparte del propio
Trotsky. Eliminando a Trotsky, la amenaza desaparece (...) Trotsky debe ser eliminado
irremediablemente”. Según Sudoplatov, “el núcleo de la lucha ideológica entre los líderes” era la
idea de Stalin de “la revolución en un solo país, en contra del internacionalismo de Trotsky”, cuyos
esfuerzos en el exilio “para escindir y luego controlar el movimiento comunista mundial estaban
perjudicando a Stalin y a la Unión Soviética”. Los recuerdos de Sudoplatov son fieles a aquel
enfrentamiento desigual entre Trotsky, exiliado con algunos millares de seguidores, y Stalin, al
frente de un superpoderoso aparato burocrático contrarrevolucionario que dominaba a la poderosa
Unión Soviética.
En lo que sí tuvieron razón los agentes estalinistas fue que la tarea de Trotsky en el exilio fue
titánica. Ganándose la vida como escritor, trasladándose de país en país sin más que un puñado de
colaboradores, denunciando paso a paso la política contrarrevolucionaria del dictador, del PCUS, la
Tercera Internacional y sus partidos satélites, la política suicida de dividir a los trabajadores
alemanes frente al ascenso de Hitler, la capitulación a la burguesía en España y Francia con el
Frente Popular, el fenómeno de la degeneración burocrática y la represión en la URSS y llamando a
una nueva revolución política porque el “viejo partido ha muerto”. Junto con estas denuncias
comenzó a formar una alternativa, impulsando desde 1933 la formación de una cuarta internacional,
que se concretó en 1938, aunque mantuvo la defensa incondicional de la URSS ante cualquier
ataque militar imperialista.
En 1939 el mundo se sorprendió ante la firma del tratado de “no agresión” entre Stalin y Hitler. Esto
dio la confianza que los nazis necesitaban para invadir Polonia, que significó el comienzo de la
Segunda Guerra Mundial. Trotsky denunció en solitario este pacto como un crimen político y
reiteró que la verdadera intención de Hitler era invadir la URSS, que solo buscaba tiempo para
prepararla. Solo Trotsky denunciaba que, siendo sistemas socialmente opuestos (Alemania potencia
imperialista, la URSS un Estado obrero degenerado) el estalinismo y el nazismo eran “estrellas
gemelas”. Después de agosto de 1939, las campañas difamatorias contra Trotsky de un día para el
otro reemplazaron la esvástica y el mote de “agente nazi” por el de “agente de EE.UU. y la bandera
yanqui”. Con su actividad, Trotsky era una estaca clavada en el corazón de la burocracia. Encarnaba
la continuidad de lo que Stalin y su aparato habían destruido, el programa revolucionario, la
democracia obrera, el internacionalismo, es decir, el auténtico leninismo.

Su legado sigue vigente


La corriente que impulsamos desde la UIT-CI reivindica la trayectoria de Trotsky con su decisión
más importante, la fundación de la Cuarta Internacional y la absoluta necesidad de construir
partidos revolucionarios. El Programa de Transición de 1938 sigue siendo una orientación clave
para responder con una política revolucionaria a las nuevas direcciones reformistas. La lucha contra
el capitalismo imperialista mundial, los gobiernos burgueses en cada país en defensa de los
derechos de los trabajadores, los campesinos, la juventud y demás sectores populares para
desarrollar la movilización y conquistar con las revoluciones triunfantes lo más importante, los
gobiernos obreros y populares que construyan un verdadero socialismo en todo el mundo.
* Ramón Mercader (1913-1978). Militante del estalinista PC español. Nunca reconoció que fue
enviado por Stalin. Fue condenado a veinte años de prisión. En mayo de 1960 acabó su condena y
pudo viajar a Moscú con un pasaporte checoslovaco. Fue condecorado en secreto como héroe de la
Unión Soviética con la Orden de Lenin y la Medalla de Oro. Luego se radicó en La Habana, Cuba,
donde falleció. Fue protegido por el régimen de Fidel y Raúl Castro. Está enterrado en el
cementerio moscovita de Kuntsevo, reservado a héroes de la Unión Soviética, con un nombre falso,
Ramón Ivánovich López.
** Leopold Trepper (1904-1982). Militante comunista polaco de origen judío. Era el jefe de la
“Orquesta Roja”, una red de espionaje prosoviética que actuaba en Berlín bajo el nazismo. Sus
“pianistas” o radiotransmisores enviaban a Moscú despachos de gran importancia. Trepper y su
“orquesta” anticiparon la invasión alemana a la Unión Soviética en 1941. Pero Stalin no lo tomó en
cuenta. Después de la guerra, Trepper estuvo preso en la ex URSS.

Trotsky: su vida y legado revolucionario


UIT
Francisco Moreira

El 21 de agosto de 1940 León Trotsky fue asesinado por un agente estalinista. Trotsky fue uno de
los principales dirigentes revolucionarios del siglo XX. Junto con Lenin, encabezó la primera
revolución socialista triunfante de la historia. Con su asesinato, Stalin intentó cortar el hilo rojo de
la continuidad histórica de la lucha obrera revolucionaria.
En este primer artículo repasamos su intachable trayectoria revolucionaria, tantas veces falsificada,
y la vigencia de su legado.
El 26 de octubre de 1879, en una aldea cerca de Odesa (Ucrania, que era parte del imperio de los
zares de Rusia), nació León Davidovich Bronstein, más conocido como Trotsky. Siendo muy joven
se hizo marxista. El régimen zarista rápidamente le impuso encarcelaciones y la deportación a
Siberia. Se unió formalmente al Partido Obrero Socialdemócrata Ruso durante su fuga de Siberia,
sumándose a la organización orientada por Iskra, la publicación que dirigía Lenin. En su exilio en
Europa, Trotsky continuó forjando su actividad y espíritu revolucionarios.

Dirigente en la revolución de 1905 e internacionalista consecuente


En marzo de 1905 retornó a Rusia con el inicio de la revolución. Las huelgas obreras y las revueltas
en el campo se extendieron durante todo el año. En junio, marineros del acorazado “Potemkin” se
amotinaron, rechazando continuar la guerra iniciada con Japón. En octubre estalló la huelga general
y nacieron los soviets (consejos) de obreros, embriones de gobierno revolucionario. Trotsky fue el
máximo dirigente del soviet de San Petersburgo, en la capital del imperio.
En su balance de la revolución de 1905 plasmó por primera vez su “teoría de la revolución
permanente”. Afirmaba que la única clase capaz de encabezar la revolución democrática burguesa y
transformar las condiciones de vida en el campo era la de los obreros de las ciudades, acaudillando
al campesinado pobre, no la burguesía. No hubo dos etapas en la revolución de la atrasada Rusia
zarista. Los trabajadores, al tomar el poder, introdujeron desde el comienzo la lucha por sus
demandas contra la patronal, transformando esa revolución en socialista y dando impulso a la
revolución internacional.
Durante su segundo exilio, Trotsky fue parte también de la minoría internacionalista que, junto con
Lenin, Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, rechazó la traición de la Segunda Internacional
cuando apoyó la guerra interimperialista en 1914. Trotsky observaba que la guerra nacía de las
entrañas del capitalismo imperialista decadente y pronosticaba que “los años venideros presenciarán
la era de la revolución social”.

Su rol en la revolución de octubre y en el gobierno de los soviets


En febrero de 1917 volvió a estallar la revolución en Rusia. La revolución derrumbó al régimen
zarista y asumió el gobierno una coalición de la burguesía liberal y partidos reformistas. Pero, a su
lado, resurgían los soviets desafiando su poder.
Trotsky logró retornar a Rusia en mayo, fue incorporado en la conducción del soviet de Petrogrado
(ex San Petersburgo) e ingresó al Partido Bolchevique de Lenin. La revolución permitió una rápida
confluencia entre ambos dirigentes. Lenin había logrado que el partido no diera su apoyo al
gobierno provisional burgués y asumiera la pelea por un gobierno obrero, apoyado en los
campesinos, lo que sería el preludio de la revolución socialista internacional. Los bolcheviques, con
Lenin y Trotsky, fueron ganando cada vez más peso y lograron la mayoría en los soviets, siendo los
únicos que defendían consecuentemente los intereses de obreros, campesinos y soldados, en los
soviets y en las luchas. Finalmente, Trotsky fue designado responsable del Comité Militar
Revolucionario del soviet que organizó la toma del poder el 24 de octubre. Se consumó así la
primera revolución obrera socialista triunfante de la historia.
Con los soviets y el Partido Bolchevique en el poder, Trotsky fue designado comisario de
Relaciones Exteriores, encargado de llevar adelante las delicadas negociaciones de paz con
Alemania. Al estallar la guerra civil (1918-1921) fue designado comisario de Guerra, dándose a la
tarea de crear y conducir al Ejército Rojo, que enfrentó y venció al Ejército Blanco, la coalición de
ejércitos de la reacción burguesa rusa y países imperialistas.

Fundación de la Cuarta Internacional y su legado


Los bolcheviques apostaban al desarrollo de la revolución socialista internacional, comenzando por
Europa, que estaba sacudida por una oleada revolucionaria. En marzo de 1919 fundaron la Tercera
Internacional. Trotsky fue encargado de redactar su manifiesto, llamando a “la unión de todos los
partidos verdaderamente revolucionarios del proletariado mundial para facilitar y apresurar la
victoria comunista en el mundo entero”.
Pero las revoluciones en Europa no lograron triunfar por el peso y las traiciones de la
socialdemocracia y la inexperiencia de los nacientes partidos comunistas, quedando la URSS
desangrada y aislada. Esta situación fue fatal para el régimen revolucionario leninista de democracia
obrera e internacionalista. Se fue consolidando una burocracia en el partido y los soviets. Lenin y
Trotsky combatieron la burocratización. Pero la muerte de Lenin, en 1924, aceleró el viraje
encabezado por Stalin y la burocracia, quienes impusieron la conciliación con las burguesías y el
imperialismo, rompiendo con todo verdadero internacionalismo.
Trotsky se opuso y fue blanco de los ataques y las falsificaciones estalinistas. Expulsado del partido
y de la URSS, siguió denunciando la liquidación de la conducción revolucionaria y de la
democracia obrera. Tras el ascenso del nazismo al poder, habilitado por la desastrosa política
estalinista en Alemania, llamó a combatir a esa burocracia construyendo nuevos partidos
revolucionarios y la Cuarta Internacional, que retomó la senda de los primeros años del régimen
leninista y de la Tercera Internacional en sus cuatro primeros años.
En 1938, junto con un puñado de revolucionarios, fundó la Cuarta Internacional con el objetivo de
unir férreamente a los revolucionarios alrededor de un programa, el Programa de Transición, que
sintetizaba lo aprendido por el movimiento marxista desde la época de Marx y Engels y,
especialmente, desde la revolución rusa. Una organización y un programa que ayudaran a intervenir
a los revolucionarios con la perspectiva de tomar el poder, lograr nuevos gobiernos obreros y
populares con democracia obrera y avanzar en la revolución socialista en todo el mundo. Con su
asesinato en 1940, Stalin buscó eliminar la única posibilidad de dirección revolucionaria, sintetizada
en la trayectoria y experiencia revolucionaria de Trotsky. Su desaparición significó un abrupto vacío
de dirección.
La lucha de Trotsky y su intachable moral revolucionaria merecen ser difundidas. Su confianza en
la clase obrera y su abnegación en la construcción del partido revolucionario tuvo sus
continuadores. Nahuel Moreno, maestro y fundador de nuestra corriente, quien calificó la creación
de la Cuarta como “el más grande acierto de Trotsky”, mantuvo bien en alto sus banderas, las
mismas que rescatamos hoy desde Izquierda Socialista y nuestros partidos hermanos de la Unidad
Internacional de Trabajadores y Trabajadoras - Cuarta Internacional (UIT-CI), quienes continuamos
la pelea por unir a los revolucionarios y reconstruir la Cuarta Internacional.
La Cuarta Internacional y el movimiento trotskista sin Trotsky
UIT
Francisco Moreira

En este segundo artículo repasamos los orígenes de la Cuarta Internacional y los debates que hubo
en el movimiento desde la muerte de Trotsky. Rescatamos el rol de Nahuel Moreno, quien batalló
contra el revisionismo oportunista y los grupos sectarios. Con su guía, Izquierda Socialista y la UIT-
CI continuamos la lucha revolucionaria trotskista.
Desde 1924, José Stalin y su grupo comenzaron a imponer en el Partido Comunista y la URSS un
régimen burocrático despiadado, enarbolando la utopía reaccionaria de construir el “socialismo en
su solo país”, alentando la coexistencia pacífica con el imperialismo y la conciliación con las
burguesías. León Trotsky encabezó la oposición al viraje burocrático estalinista en defensa de la
democracia obrera y el internacionalismo proletario. Pero fue derrotado y expulsado del partido y
de la URSS.
La contrarrevolución estalinista en la URSS corrió pareja a los avances del fascismo y el nazismo
en Europa. La conducción de Stalin fue responsable de las derrotas que sufrió el proletariado. La
política de conciliación con la burguesía llevó a la derrota de la revolución china (1925/1927).
Después de que el estalinismo avaló la política sectaria que permitió el ascenso de Hitler en 1933,
Trotsky concluyó que la Tercera Internacional había muerto y se dio a la tarea de fundar una nueva
organización mundial. En septiembre de 1938, en las afueras de París, se fundó la Cuarta
Internacional, cuyo Programa de Transición, elaborado por Trotsky, afirmaba que la situación
mundial se sintetizaba en la frase “la crisis de la humanidad es la crisis de su dirección
revolucionaria”.

El asesinato de Trotsky y el vacío de dirección


La fundación de la Cuarta y la adopción del Programa de Transición fueron los aciertos más grandes
de Trotsky. Gracias a ello, dio continuidad al único marxismo revolucionario existente, el
trotskismo. Cumplía el objetivo de preparar un marco organizativo y programático ante la
perspectiva de nuevos ascensos revolucionarios para superar la crisis de dirección y lograr la
conquista del poder por la clase obrera.
Pero el asesinato de Trotsky, el 21 de agosto de 1940, cortó abruptamente ese proceso. Para ese año
ya no quedaba con vida ninguno de los dirigentes del viejo Partido Bolchevique, muchos de ellos
asesinados en las purgas estalinistas. Con su crimen, Stalin buscó terminar con la única posibilidad
de construir una dirección revolucionaria que se estaba organizando alrededor de la figura de
Trotsky, quien sintetizaba las experiencias del marxismo revolucionario desde comienzos del siglo
XX.
La muerte de Trotsky dividió la historia del movimiento trotskista. Su desaparición provocó un
abrupto vacío de dirección en la Cuarta. A esta situación abonaron las terribles condiciones de las
décadas del ’20 y el ’30, que no permitieron ganar a nuevos dirigentes forjados en las luchas
obreras, y el inicio de la Segunda Guerra Mundial, que profundizó la disgregación organizativa de
la Cuarta pese a la heroica actividad de los trotskistas en la lucha contra el nazismo.

La lucha contra el revisionismo oportunista y el sectarismo en el trotskismo


La derrota del nazismo y el gran ascenso revolucionario previstos por Trotsky sucedieron. Pero la
Cuarta, proyectada para ser la dirección revolucionaria de las masas, prácticamente sin dirección
política y desorganizada, atravesaría años de debilidad, crisis y disgregación.
El vacío de dirección en la Cuarta fue suplantado por una dirección oportunista, encabezada por el
dirigente griego Michel Pablo y el belga Ernest Mandel. Desde el Tercer Congreso, en 1951, Pablo
y Mandel impusieron el curso revisionista oportunista promoviendo la capitulación a las direcciones
mayoritarias de las masas, los partidos comunistas burocráticos y reformistas y los movimientos
nacionalistas burgueses.
Con la equivocada definición de que se iba a producir una tercera guerra mundial y que los partidos
comunistas estalinistas se volverían revolucionarios, iniciaron un entrismo en ellos que duró cerca
de veinte años en Europa. El dirigente trotskista argentino Nahuel Moreno combatió la política
oportunista desde 1948. Denunció que ese entrismo implicaba renunciar a la tarea fundamental de
construir partidos revolucionarios de la Cuarta Internacional. Pero Pablo y Mandel impusieron su
política capituladora con métodos burocráticos, llevando a la ruptura de la Cuarta en 1952. Ese
mismo año cometieron una de las más grandes traiciones. Tras la revolución en Bolivia, ordenaron a
los trotskistas, contra toda la experiencia revolucionaria previa, apoyar al gobierno nacionalista
burgués de Víctor Paz Estenssoro. En oposición, desde el partido argentino, Moreno impulsó
combatir al gobierno y alentar la lucha por el poder de las organizaciones obreras y campesinas (las
milicias y la Central Obrera Boliviana).
La capitulación de Pablo y Mandel volvió a repetirse ante la conducción nacionalista
pequeñoburguesa castrista, que encabezó la revolución cubana desde finales de la década del ’50.
Como reacción, surgió un ala sectaria, encabezada por Gerry Healy y Pierre Lambert, que negaban
el carácter obrero del Estado cubano. Oponiéndose a ambos sectores, Moreno fue definiendo el
carácter obrero del Estado cubano y ratificó el carácter burocrático y oportunista de la dirección
castrista, la necesidad de una revolución política y de construir partidos trotskistas como única
alternativa de dirección internacionalista y revolucionaria.
En los años ’80, el Secretariado Unificado, encabezado por Mandel, apoyó al gobierno de
conciliación de clases de Daniel Ortega y Violeta Chamorro, surgido tras la revolución sandinista de
1979. Rompiendo con los principios revolucionarios, avaló la represión a los trotskistas orientados
por Moreno, que dirigían la brigada de combatientes Simón Bolívar. El mandelismo abandonó las
definiciones centrales del trotskismo de construir partidos revolucionarios, que fue reemplazada por
construir “partidos anticapitalistas amplios” y la necesidad del gobierno de trabajadores. En las
últimas décadas, sus partidarios apoyaron a los gobiernos burgueses del PT en Brasil, siendo parte
de su gabinete de ministros; el de Hugo Chávez y Nicolás Maduro en Venezuela, y el gobierno de
Syriza en Grecia.

Continuamos la lucha revolucionaria de Trotsky


Izquierda Socialista y la Unidad Internacional de Trabajadoras y Trabajadores – Cuarta
Internacional continuamos la lucha revolucionaria de Trotsky bajo el hilo conductor que nos legó
nuestro máximo dirigente y maestro, Nahuel Moreno, en la pelea por mantener los principios y la
política trotskistas. Seguimos levantando la independencia de clase, la necesidad del partido
revolucionario con centralismo democrático y por construir una organización revolucionaria
internacional que pelee por gobiernos de trabajadores en cada país y el socialismo con democracia
obrera en todo el mundo.
En el siglo XXI, la clase obrera y las masas no dejaron de protagonizar heroicas luchas, rebeliones y
revoluciones. Ejemplo de ello son la rebelión antirracista en los Estados Unidos contra Trump, la
rebelión popular en Líbano, o las movilizaciones multitudinarias en Bielorrusia. Pero al igual que en
tiempos de Trotsky y Moreno, sigue planteada la necesidad de superar la crisis de dirección
revolucionaria que seguimos dando, combatiendo la autoproclamación y el sectarismo, que fueron
la respuesta equivocada al oportunismo, y llamando a “unir a los revolucionarios” en la tarea de
reconstruir la Cuarta Internacional.
Coyoacán, en la medianoche del siglo
Viento Sur
Pepe Gutiérrez Álvarez

[El 21 de agosto de 1940 León Trotsky fue víctima de un atentado mortal, cometido por Ramón
Mercader el día anterior en su residencia de Coyoacán, México D. F. En el artículo que
publicamos a continuación Pepe Gutiérrez-Álvarez nos recuerda el contexto internacional en el que
se produjo aquel asesinato, así como algunas de las principales reacciones que se dieron ante la
trágica desaparición de alguien que fue una figura clave en la historia del movimiento obrero y del
marxismo durante la primera mitad del siglo XX.
Se puede consultar, en castellano y gratuitamente, su enorme obra en:
https://www.marxists.org/espanol/trotsky/index.htm
Recomendamos también la lectura  de otros artículos publicados en viento sur que ayudan
a conocer mejor su trayectoria (https://vientosur.info/category/temas/trotsky/); entre ellos, el de
Victor Serge (https://vientosur.info/la-vida-y-la-muerte-de-leon-trotski/) y la entrevista a Esteban
Volkov  (https://vientosur.info/intentan-denostar-y-falsificar-la-figura-de-trotsky-porque-sus-ideas-
siguen/). Nota de la Redacción.]
80 años después de que se echaran siete llaves sobre su sepulcro, odiado por igual por el estalinismo
como por la reacción (su nombre es al mismo tiempo uno de los blancos de la intelectualidad
neoliberal y de la que rodea a Putin), Trotsky sigue siendo uno de nuestros enlaces en el tiempo.
El momento de su asesinato fue pródigo en noticias. Después de anexionarse Austria (13/03/1938) y
de invadir Checoslovaquia (15-03-1939), se firma el pacto nazi-soviético (22/08/1939),  le toca el
turno a la ocupación de Polonia (1/09/1939), comienza la II Guerra Mundial, en junio de 1940 los
nazis ocupan París, y días antes de que Mercader cumpla su mandato, estamos al principios de los
bombardeos sistemáticos de la Luftwaffe sobre Gran Bretaña.
A los militantes del POUM, la noticia de su muerte les llega en los campos de concentración o en la
clandestinidad francesa. No se trata, claro está, de una coyuntura con mucho espacio para que
provocara la “indignación y el dolor” entre la “clase trabajadora”, tal como declaraba Joseph
Hansen, el joven secretario y militante del Socialist Worker’s Party (SWP, sección estadounidense
de la Cuarta Internacional), que fue quien arrebató el piolet a Ramón Mercader. Aunque el  impacto
que causó entre mucha gente de izquierdas es incuestionable.
Su sepelio –que en un principio estaba previsto en Nueva York pero el gobierno del New Deal no se
atrevió a dar un visado ni a su cadáver- fue acompañado por unas trescientas mil personas, en su
inmensa mayoría pobres que, de alguna manera, sentían que la víctima podía ser algo propio. Por
las calles resonaba el “Gran Corrido de León Trotsky”, compuesto por un bardo anónimo, y en el
que destacan estrofas como la siguiente: “Murió León Trotsky asesinado/de la noche a la
mañana/porque habían premeditado/ venganza tarde o temprana. Fue un día martes por la tarde/esa
tragedia fatal/ que ha conmovido el país/y a toda la capital”.
Por su parte, tampoco la prensa diaria profundizó especialmente sobre la cuestión. En líneas
generales enfocó el drama como un “ajuste de cuentas” entre comunistas, cuando no comentó
favorablemente el asesinato reclamado no solamente por los periódicos comunistas oficiales sino
también por sectores de la derecha, como por ejemplo los de la cadena Hearts. En la URSS, Pravda
tituló la noticia como “La muerte de un espía internacional”, de un “hombre cuyo nombre
pronuncian con desprecio y maldiciones los trabajadores del mundo entero”. En un artículo
aparecido en diciembre de 1987, el historiador y general Dimitri Volkogonov detallaba la reacción
de Stalin, contando que “leyó con atención el artículo e hizo una mueca… Resulta que todo ha
quedado en un caso de espionaje y yo he luchado todos estos años contra un espía. ¿Por qué tanto
lujo de detalles? ¡Parece como si el asesinato hubiera ocurrido en Moscú¡”.
Parecía evidente que la “actualidad de la revolución” proclamada desde la III Internacional, había
desaparecido. Manuel Fernández Grandizo (G. Munis), que había embarcado hacia México a fines
de 1939, estableció por entonces una relación personal con Trotsky y su compañera, Natalia
Sedova, y Trotsky le pidió que se hiciera responsable de la sección mexicana, muy desorientada tras
el abandono de Diego Rivera. Fue Munis el que  tomó la palabra en el sepelio de Trotsky en el
Panteón Moderno e “intervino repetidamente en el proceso incoado contra el asesino como
representante de la parte acusadora. Se enfrentó decididamente a los parlamentarios estalinistas,
también a la campaña de la prensa estalinista mexicana, que acusaba a Munis, Víctor Serge, Julián
Gorkin (todavía en el POUM) y Marceau Pivert de agentes de la Gestapo. Pese a la amenaza de
muerte realizada por los estalinistas, Munis retó a los diputados mexicanos que le calumniaban a
renunciar a la inmunidad parlamentaria para enfrentarse a ellos ante un tribunal”[1].
Frente a la indiferencia o a la maldición se erigen unas pocas voces ilustradas que denuncian el
asesinato y que acusan sin ambages a los responsables. Fue el caso del compañero de viaje del
SWP,  James T. Farrell (1904-1979), célebre autor de la novela Studs Ludigan, que  recordaba en su
particular “tributo al gran viejo” cómo al final de su vida, al declarar ante la Comisión Dewey,
Trotsky, evocando un momento de su adolescencia, resumió así toda su trayectoria y su fe: “Señoras
y señores de la Comisión: la experiencia de mi vida, en la que no faltaron los éxitos y los fracasos,
lejos de destruir mi fe en el futuro brillante y claro de la humanidad, me ha dado por el contrario, un
temple indestructible. Esta fe en la razón, en la verdad, en la solidaridad humana que a los 18 años
me llevó al barrio obrero de la provinciana ciudad rusa de Nikolaief, la he conservado total y
enteramente. Se ha vuelto más madura, pero no menos ardiente. En la formación misma de esta
Comisión…veo un nuevo y magnífico refuerzo del optimismo revolucionario que constituye el
elemento fundamental de mi vida”. Farrell destaca cómo aquel “escolar que sale en busca de los
obreros (“sin esperar ni preguntar a nadie”) hasta el revolucionario veterano, grande en su destierro,
persiste confesando su “fe en la razón, en la verdad y en la solidaridad humana”.
Igualmente aparecen voces potentes en América Latina, en parte por la proximidad del evento, en
parte por la lejanía de la guerra, y en parte también por la pasión que todavía suscitaba el “proceso
de la revolución rusa (que) continúa abierto y lo estará todavía durante mucho tiempo”, decía Ciro
Alegría[2], quien declara: “Esta revolución del año 17 libra aún su batalla, que será más dura en el
momento en que decida campar por el mundo o cuando sus adversarios se le abalancen en un
intento de ahogarla”. Desde esta perspectiva, contempla  “con tristeza y angustia” la muerte de
León Trotsky, al que define como “un hombre de pensamiento y un hombre de acción y, sobre todo,
en la acepción más amplia del término, un revolucionario”. Esto por más que sus enemigos hayan
llevado una “campaña mundial de desprestigio”, lo que no era “más que la enésima repetición de
cómo la  “historia nuestra que la humanidad llama sueños a las realidades distantes”.
En opinión de Ciro, Trotsky no fue un simple  idealista; lo había demostrado “manejando el método
marxista y una vez conseguida la victoria inicial dentro de Rusia, arquitecturó un plan
revolucionario factible y cuya eficacia, en todo caso, es imposible negar a menos que se asuma, el
papel de augur gitano”. No cabe hablar pues de “falta de realismo”, esta es -dentro del lenguaje
revolucionario- “una palabra peligrosa”. El “realismo” de Trotsky es el de Lenin” que supo
conjugar la NEP con el “espíritu revolucionario”. Trotsky combatió  “por hacer triunfar su
concepto, ha vivido una existencia heroica de cuyo mérito está llamado a atestiguar el tiempo”.
Destaca  “de modo especial su labor de escritor, pues en Trotsky, escribir era también una manera
de actuar (…)  Dueño de un estilo brillante, con una claridad expositiva y una habilidad polémica
realmente extraordinarias, escribir le significaba combatir, atacar, defender, sembrar. En una
palabra, actuar. Su pensamiento trabajaba por hacerse acción cada día y es como un símbolo el
hecho de que Trotsky haya muerto con el cráneo hendido por un golpe de pica”.
Ciro concluirá diciendo que “se acalle la vocinglería, Trotsky surgirá en la historia como un hombre
que intervino con decisión y lucidez, en una gran parte de la jornada del mundo”, por otro lado,
Ciro entiende que en relación a “la contienda entre Trotsky y Stalin se han dicho muchas palabras
inútiles y será muy rara la voz que haya hablado por encima de las necesidades subalternas de una u
otra facción. De todos modos, el hecho de que Stalin ganara la partida a Trotsky prueba ya que es
un luchador hábil. Con esto no aludo a las cruentas purgas moscovitas que hirieron de mala manera
el corazón de los revolucionarios del mundo. Me refiero al tiempo en que ambos se enfrentaron
dentro de la misma Rusia y Stalin venció. Pero la prueba de quién tuvo la razón no ha llegado
todavía…”.
 Por su parte,  Ernesto Montenegro titula su trabajo Trotsky, maestro de conciencias[3], en el que
comienza recreando una escena de la miseria de un extranjero en EE UU para asegurar que de
“haber presenciado esa simple escena, que a muchos parecería grotesca o cuando más divertida, el
gran corazón de Trotsky se hubiese emocionado. Habría sonreído y estrechado la mano del viejo,
con efusión de camarada”. Luego se refiere al “heroísmo moral de un padre La Casas”, para
establecer una comparación de una actitud que “presupone no sólo el riesgo de la vida, sino también
el sacrificio cotidiano de amigos, familia, comodidades corporales resignación al malentendido del
vulgo y a la calumnia de los grupos interesados, y la renuncia a eso que los teólogos llaman el
respeto humano”.
El escritor cree que en el revolucionario asesinado  “todo es claro, firme y rotundo. Sus sesenta años
corren rectos tras su misión, sin un desfallecimiento Su enemigo Stalin le salvó de ver emporcarse
su ideal en las componendas y claudicaciones de que, sin embargo, debía de ser acusado un día y en
las cuales su rival había de caer realmente años más tarde. La orgullosa vida de Trotsky, ha dicho
alguien. Magnífico orgullo ese que sostiene a un hombre por más de veinte años de destierro, y que
en la agonía le impulsa a confirmar su fe en el porvenir de la humanidad. Ante su ejemplo, uno no
puede dejar de decirse: puede que el comunismo de Trotsky no sea “toda” la verdad, puede que su
doctrina llegue a ser superada por una fórmula más flexible, que abrace toda la complejidad  de la
naturaleza humana y los anhelos inefables del espíritu, una sociedad en que el luchador halle
ocasión de emplearse en la lucha, el soñador en su sueños y hasta el místico en recogimiento
ultraterreno Pero la vida de Trotsky, su pensamiento, su conciencia, alumbrarán el porvenir como
una antorcha encendida y chispeante, en que un héroe genial fundió sus experiencias y sus
angustias, el fracaso político, sus hijos muertos en rehenes, su errancia por el mundo ante el acoso
de sus enemigos, vaciando su pensamiento en palabras recias y bruñidas de artista, de apóstol y de
pensador”.
En su obituario El último combatiente[4], el escritor chileno Manuel Rojas (1896-1973) escribirá
que su muerte ponía “punto final a la historia del partido bolchevique ruso. Un gran partido muere
con el gran hombre que era su último combatiente. Con el partido y con el hombre termina, de una
vez  y para siempre, en todos sus aspectos vitales inmediatos, el movimiento social y político que
ese partido y los hombres que  los forman promovieron en Rusia y que tanto alcance  y
trascendencia ha tenido en el mundo. Empezó a declinar con la muerte de Lenin, que trajo como
consecuencia el aislamiento y la persecución de Trotsky; muere definitivamente con éste.
Definitivamente, porque lo que queda, aquello que en el terreno social y político fue realizado por
ese partido y  por esos hombres es un organismo que está muy lejos de esos hombres y de ese
partido: un Estado obrero degenerado, como el mismo Trotsky decía”.
De hecho, esta definición pertenecía a Vladimir Ilich Lenin, que al decir de Rojas “murió a tiempo,
o sea, cuando la revolución rusa parecía ser todavía una revolución, el solitario de Coyoacán debió
contemplar, durante todos los años de persecución y de destierro, cómo su obra, a la que dedicó
muchos o todos sus años de juventud y madurez, iba siendo —como él mismo lo denunció—
traicionada. Esto, sin embargo, doloroso para él, lo agrandó en sí mismo y ante los demás”. Pero la
grandeza de Trotsky no radicaba en ser un hombre de partido, o de haber hecho la revolución, sino,
en primer lugar, porque creó partido y acontecimientos o contribuyó a crearlos, y en “segundo lugar,
porque mientras el uno, una vez salido de sus  manos, degeneró, y el otro se apagó con él mismo, él,
en cambio no hizo sino crecer y afirmar, de modo que podemos estimar eterna, su personalidad.
Podrá el Estado obrero degenerado de hoy descender hasta llegar a ser no más que una aldea
burocrática idiota y podrá mañana el partido bolchevique, después de frío examen, ser declarado un
organismo más bien pernicioso que beneficioso para la causa de la revolución socialista; todo eso
podrá suceder. A pesar de eso, y a pesar de muchas cosas más, Trotsky permanecerá. Este hombre
no pertenece solo a la clase obrera, a los partidos revolucionarios o al socialismo. Pertenece a la
humanidad, así como pertenecen ya Lenin, Engels y Karl Marx”.
Rojas admiraba al revolucionario pero también al escritor, a su “entidad humana”. Su figura –dice-
“no tiene, dentro de las filas de los militantes del socialismo, semejante alguno ni lo tendrá en
muchos años. Tal vez no lo tendrá nunca ya. Tampoco lo tiene en otros campos. Su profundidad de
visión, su certeza de predicción, la honradez de su conducta, su valor moral, mental y físico, su
hondo sentido de lo que es el hombre y de lo que debe ser, son cualidades que se dan difícilmente
en un solo ser humano. En él se dio todo junto y con una generosidad ejemplar”. Y concluye
diciendo: “El hombre que lo mató y los hombres que mandaron matarlo no supieron lo que hacían.
Al asesinar  a Lev Davidovich eliminaron al único hombre que podía haberles dicho cómo podrían
ellos sobrevivir”.
Otro sudamericano ilustre, el abogado nicaragüense Adolfo Zamora, compañero de Sandino[5] ,
autor del prólogo de una edición popular mexicana de algunos de los últimos escritos de Trotsky
relacionados con la conspiración que culminaría con su asesinato y que, con el título de Los
gángsters de Stalin (Ed. América, México, 1940, pp., 11-12; reedición en Ed. Renacimiento, Sevilla,
2020) apareció a finales de septiembre de 1940, y en el que escribió: “Ciertamente, el asesinato de
Trotsky es un triunfo que se apunta el Kremlin. Con Trotsky ha sido totalmente liquidado el grupo
directivo de la revolución de octubre. El `inmenso error´ de 1928 –desterrar a Trotsky- ha sido
`corregido´. La muerte ha privado a la clase obrera del guía certero de los aciagos decenios del
fascismo ascendente, de la descomposición estalinista, de la segunda guerra general imperialista.
Triunfante hasta hoy en todos lo frentes, la reacción –por el brazo de Stalin- ha triunfado una vez
más…La muerte de Trotsky marca el momento más profundo de las tinieblas del mundo capitalista.
Al mismo tiempo denuncia por su encarnizado apresuramiento las angustias en que se debate el
régimen burocrático de la Unión Soviética. Y por ahí marca el nacimiento de una nueva aurora
roja.  Stalin razona ahora: sin Trotsky, la Cuarta Internacional no podrá emprender nada. Como
buen burócrata antes y como buen déspota ahora, Stalin se equivoca. Trotsky, en los días de su
destierro, solo, perseguido, poseía todo el poder de la idea revolucionaria, era el principio de un
nuevo impulso de la clase obrera. Stalin, con su inmenso aparato, su poderío momentáneo y su
GPU, sólo representaba el reflujo histórico de efímera existencia. La nueva Internacional, creada
por el genio de Trotsky, ha alcanzado ya una etapa de desarrollo que la capacidad para hacer frente
a las grandes tareas revolucionarias que le reserva el próximo futuro de la humanidad. La
Komintern, en cambio, con toda su vasta arquitectura de esbirros, de soplones, de Pedros (Geröe) y
Carlos (Vidali), misteriosos y perversos, se desmoronará como un castillo de naipes al primer
enérgico soplo de la revolución”. Una revolución que fue detenida durante las jornadas de junio del
36 en Francia, pero sobre todo en la España republicana.
En el que fue quizás el primer artículo a la altura del personaje, publicado, si no en España, sí para
España, escrito por Francisco Fernández Santos  para la revista Cuadernos de Ruedo Ibérico (nº 2,
agosto-septiembre, 1965), con el título “Trotsky, nuestro contemporáneo”, el autor recuerda:  “En
este mes de agosto, exactamente el día 22, se cumple el vigesimoquinto aniversario del asesinato de
una de las personalidades más poderosas y fascinantes, al mismo tiempo que más trágicas, del siglo
XX: León Davidovich Trotsky. El 22 de agosto de 1940, moría uno de los fundadores de la Unión
Soviética, revolucionario hasta el heroísmo, pensador marxista de gran clase y escritor de
exuberantes dotes y fecundidad: una de las principales figuras de esa extraordinaria galería de
revolucionarios-filósofos que marcaron al mundo para siempre con la garra de la Revolución de
Octubre, hecho fundamental del siglo XX. Con el asesinato de Coyoacán se cerraba el ciclo de una
de las tragedias más representativas de nuestra época: la de los bolcheviques del año 17; se rompía
el arco de acero de una vida tendida constantemente hacia el objetivo de la revolución socialista
mundial; se extinguía un europeo universal que había defendido hasta el último aliento la herencia
del marxismo clásico y el espíritu de la Revolución de Octubre. Significativamente, en el mismo
momento de su muerte el mundo se hundía en un periodo de barbarie y de criminalidad como no
había conocido nunca. Los lobos nazis aullaban triunfalmente por las llanuras de Europa, el mundo
carcomido de la democracia burguesa parecía derrumbarse estrepitosamente, y en la Unión
Soviética, después de los sangrientos procesos de Moscú que liquidaron a toda una generación de
revolucionarios, el estalinismo se estabilizaba como estructura al parecer insustituible del primer
país socialista. La revolución socialista mundial parecía un sueño más utópico que nunca”.
Luego, Francisco Fernández Santos extraía de su  memoria, ligada a la izquierda socialista, “la
impresión que me produjo la noticia del asesinato de Trotsky. Tenía yo por entonces once años.
Algún tiempo antes, registrando en los cajones de libros peligrosos ocultos en algún rincón de mi
casa, había descubierto dos libros de Trotsky: Cómo hicimos la Revolución de Octubre [reeditada
por Renacimiento, Sevilla, 2020] y Mis peripecias en España [este último traducido por Andreu Nin
y con un prólogo de Julio Álvarez del Vayo en que éste mostraba sus simpatías por la figura del
autor]. Ambos libros fueron mi primer contacto consciente con la Revolución rusa y con Trotsky,
que en mi espíritu quedaron desde entonces profundamente unidos. Mi admiración por una y por
otro se fundían en una misma admiración. De ahí que el asesinato de Trotsky fuera para mí como si
hubiesen asesinado a la Revolución de Octubre”. Y proclamaba: “Han pasado veinticinco años. Mi
admiración de los once años por Trotsky se ha mantenido intacta: es más, se ha profundizado y
enriquecido, a medida que iba conociendo su obra de revolucionario y de escritor. Admiración,
naturalmente, crítica, no dogmática ni beata”.
Sin embargo, no fue así. Tuvieron que llegar los años sesenta para que Trotsky fuese nuevamente
reconocido, y que obras como la trilogía que le dedicó Isaac Deutscher[6], impactaran en las nuevas
generaciones y señalaran el inicio de una revalorización creciente. Esta trilogía es muy criticada por
Broué, y antes que por Broué por Jean Van Heijenoort, entre otros, pero obtuvo una resonancia
impresionante en su momento aunque pierde fuerza en el tercer volumen. Éste se cierra así:
“Trotsky en algunas ocasiones comparó el progreso de la humanidad con la marcha de los
peregrinos descalzos que avanzan hacia el santuario dando sólo unos cuantos pasos hacia delante
cada vez y después retrocediendo o saltando a un lado para volver a avanzar y desviarse o
retroceder; así, zigzagueando todo el tiempo, se acercan penosamente a su meta. Trotsky pensó que
su misión era la de incitar a los peregrinos a seguir avanzando. La humanidad sin embargo, cuando
al cabo de cierto progreso sucumbe a una desbandada, permite que aquellos que le instan a
continuar su avance, sean injuriados, difamados y atropellados hasta morir. Sólo cuando ha
reanudado su marcha hacia delante rinde un triste homenaje a las víctimas, atesora su memoria y
recoge devotamente sus reliquias; entonces les agradece cada gota de la sangre que entregaron, pues
sabe que con esa sangre nutrieron la semilla del futuro”.
Este texto fue leído y releído por muchos jóvenes antifranquistas de una época en la que comenzaba
la crisis de la izquierda tradicional que había ocupado el escenario de la guerra fría. Enterrado
como un apestado o como un héroe magnífico, pero casi tan lejano como Aníbal, Trotsky aparecerá
en el centro de una recuperación de la memoria plural del movimiento obrero clásico. Sus obras
comenzarán a ser reeditadas. En el Estado español, esa tarea será comenzada por Ruedo Ibérico,
luego será ampliada por editoriales militantes como  Akal, Fontamara (especialmente) o Júcar…
Así fue en el periodo que va desde mitad de los años sesenta hasta principios de los  ochenta. Y,
después del largo socavón causado por la descomposición del socialismo real y por la victoria casi
total del neoliberalismo que se impone en la antigua Rusia y en China, su aporte personal,
intelectual y moral emerge ocupando nuevamente el lugar de Sísifo, quien después de caer al
abismo, volvió a levantar de nuevo la piedra para llevar la llama de los dioses a los humanos.
Trotsky puede ser reconocido por una suma de aportes. Siendo el más joven de la izquierda
socialdemócrata fue un crítico del lado autoritario de cierto bolchevismo, el líder más reconocido de
la revolución de 1905,  esbozó una puesta al día de la teoría de la revolución permanente ya
expresada por Karl Marx en 1848 cuando quedó claro que la burguesía temía su propia revolución,
amén del autor del Manifiesto de Zimmerwald;  en su fase bolchevique su actuación en el proceso
revolucionario de 1917 fue legendaria, sobre todo cuando lideró la toma del Palacio Invierno, pero
ante todo y sobre todo como el personaje que fue capaz de crear y de llevar hasta la victoria a un
Ejército Rojo que casi se sacó de la manga, y también fue uno de los principales artífices y teóricos
de los cuatro primeros Congresos de la III Internacional…
Se trayectoria ulterior en oposición a la burocracia ascendente la tuvo que liderar casi en solitario, y
aportó los primeros y más depurados análisis del desarrollo de la burocracia que unía la “de
siempre” (heredada del zarismo que se tiñó de rojo), y la nueva surgida de los “peligros
profesionales del poder” (Christian Rakovsky). Desde su tercer exilio pasó a ser una pesadilla para
Stalin mientras trató de crear una nueva Internacional contra el reloj, consciente de que solamente la
revolución podía evitar el estallido de una nueva Guerra Mundial que convertiría la anterior en un
mero ensayo. Asesinado hace 80 años, su legado y sus aportaciones fueron recuperadas por una
parte de las nuevas generaciones contestatarias; no como el final de una tradición marxista sino
como el nexo más potente entre el pasado y un presente en el que el dilema entre el socialismo –
reinventado- y la barbarie, resulta más tenebroso que nunca.
Pepe Gutiérrez-Álvarez es escritor y miembro del Consejo Asesor de viento sur
Este texto es una adaptación del último capítulo de mi libro El fantasma de Trotsky (España 1916-
1940), publicado en Espuela de Plata, Renacimiento, Sevilla, 2012.
Notas
[1] Documentos sobre el trotsquismo español (Ed. De la Torre, Madrid, 1996; 27-28). El discurso de
Munis está reproducido en su apartado 3.32. Personaje singular, Munis participó en la creación de la
IV Internacional y coincidió con Trotsky y Natalia Sedova en México. Al final de los años cuarenta
rompió con la Internacional y se exigió como el autor de un Nuevo Manifiesto Comunista desde el
que trató de liderar, sin éxito, una nueva corriente marxista internacional.
[2] Escritor peruano (1897-1967), Ciro consiguió un prestigio mundial con su novela El mundo es
ancho y ajeno. Alegría, como José Maria Arguedas, mostró en algún momento una viva simpatía
por Trotsky. Ciro fue alumno de César Vallejo, quien dijo que Trotsky era “la parte más roja de la
bandera proletaria”. Desde muy joven intervino en actividades políticas y en defensa de los
indígenas y de las clases sociales más explotadas. Fue uno de los más importantes representantes de
la literatura indigenista americana. En 1931 estuvo un año en la cárcel y posteriormente fue
deportado a Chile, en 1934. En esta etapa se dedicó de lleno a la literatura y escribió páginas
significativas de su literatura, obtuvo varios premios por sus novelas, otorgados por editoriales
chilenas, por la editorial Farrar & Rinehart Company de EEUU y otros. Vivió durante varios años
en EE UU, Puerto Rico y Cuba; y  regresó en 1957 al Perú. Después de su novela premiada, El
mundo es ancho y ajeno (1941), no tuvo una gran producción, salvo algunos cuentos y relatos. Este
trabajo –Perfil de un revolucionario– lo publicó en 1940 en Chile durante su exilio. Ciro Alegría
nació en la hacienda Quilca,  Provincia de Sánchez Carrión, Departamento de La Libertad, Perú el 4
de noviembre de 1909  y realizó sus primeros estudios en Cajamarca y en la Universidad nacional
de  la ciudad de Trujillo, cerca de la costa. Hizo incursiones en el periodismo, en los diarios El
Norte y La Industria de Trujillo.
[3] Escritor chileno (1885-1967), destacó como periodista en Chile y en EE UU, donde vivió largos
años y fundó una revista. Fue fundador, profesor y director de la primera Escuela de Periodismo en
Chile, autor de Puritania y de Mi tío Ventura. Algunos escritores modernos de Estados Unidos
(1937), semblanzas y crítica. Póstumamente aparecieron Mis contemporáneos (1968), Viento norte,
viento sur (1968) y Memorias de un desmemoriado (1970). Su crónica sobre la muerte de Trotsky
está fechada en Nueva York, el 12 de octubre de 1940.
[4] Escritor nacido en Buenos Aires e incorporado a la literatura chilena, tras radicar en Chile desde
1924. Su obra principal es narrativa y se caracteriza por una observación de medios y caracteres
propia del realismo, pero que supera las recetas tradicionales de esta tendencia. Abundan en sus
novelas los desheredados de la fortuna, los pequeños delincuentes y demás habitantes de los barrios
pobres y marginales, retratados sin truculencia ni compasión. De 1932 data su inicial Lanchas en la
bahía, a la que siguen cuatro novelas protagonizadas por una suerte de heterónimo del autor,
Aniceto Hevia: Hijo de ladrón (considerada su trabajo más típico y logrado, 1951), Mejor que el
vino (1958), Sombras contra el muro (1964) y La oscura vida radiante (1971). Ha publicado,
asimismo, recopilaciones de cuentos como Hombres del sur (1926) y El bonete maulino (1968, en
su forma definitiva), un libro de poemas Tonada del transeúnte (1927) y un tomo de memorias,
Imágenes de infancia (1955).
[5] Adolfo Zamora Padilla, estudió derecho en París y México, y fue profesor, abogado y amigo de
Trotsky, verdadero tutor de su nieto Esteban Volkow. Su hermano Francisco Zamora Padilla,
periodista y reconocido marxista,  fue el único miembro mexicano de la Comisión Dewey
[6] [Nota de la redacción. La trilogía está compuesta por: “El profeta armado: Trotsky, 1879-
1921” (1054), “El profeta desarmado: Trotsky, 1921-1929” (1959) y “El profeta desterrado:
Trotsky, 1929-1940” (1963). Edición de la trilogía el año 2015  en LOM Ediciones, Santiago de
Chile, 2015]
Los ex trotskistas llevaron a la IV Internacional y su legado a los pies de la burguesía
y al pantano del stalinismo y el social-imperialismo
FLTI
¡Hay que recuperar la IV Internacional y reagrupar las fuerzas revolucionarias e
internacionalistas para refundar
Este nuevo aniversario del asesinato del camarada León Trotsky, encuentra al revisionismo y los
liquidadores de la IV Internacional, buscando liquidar toda continuidad y que no quede rastros de la
teoría, el programa y el combate de la obra más importante del camarada Trotsky que fue fundar la
IV Internacional.

Los acontecimientos de 1989 encontraron a los renegados del trotskismo a los pies del stalinismo
que entregaba los ex estados obreros al imperialismo

En momentos en que el stalinismo entregaba los ex estados obreros, la URSS, China, Vietnam
(como ahora Cuba) al imperialismo, los renegados del trotskismo se encontraban -al igual hoy- a
sus pies. Ellos habían seguido como alma al cuerpo al stalinismo y sus partidos estallaban a fines de
los ’80 y los ’90. Las leyes de la historia demostraban ser más fuertes que cualquier aparato. Los
renegados del trotskismo que habían usurpado la IV Internacional le habían dado vuelta la espalda,
durante todo el período de la postguerra, a los enormes combates de la clase obrera del este europeo
y la ex URSS contra la burocracia stalinista.

Los que hacía ya rato habían roto con el programa de la IV Internacional culpaban de semejante
catástrofe del derrumbe de los ex estados obreros a las masas, a su supuesta “conciencia atrasada” y
al bolchevismo. Acusaron, en una verdadera cruzada y santa alianza, al trotskismo de ser “sectario”
durante toda la postguerra. Así, terminaron lavándole la ropa sucia nuevamente al stalinismo, que ya
se había transformado en agente directo del imperialismo y devenido en una nueva clase poseedora.

Con la caída de los estados obreros surgió una gran subversión contra el marxismo. A fines de los
’80 y los ’90, todo hilo de continuidad con el programa revolucionario de la IV Internacional y sus
lecciones había sido cortado. Con una abierta ruptura con el trotskismo, los que continuaban
hablando en su nombre ya solo lo falsificaban. Así, con una verdadera crisis y estallido, y sin
continuidad histórica de sus combates, entró la “IV Internacional” al siglo XXI.

Los hoy llamados “anticapitalistas”, como la LCR francesa, renegaban abiertamente de la dictadura
del proletariado. Otros, lamentaban la caída de la burocracia stalinista y desde ese momento la
sostienen abiertamente. Eran y son los que atan la suerte de la clase obrera a las direcciones que a
cada paso la traicionan.
Otros, como la LIT de hoy insistían y siguen insistiendo sobre la enorme “victoria” que significó la
“caída de la burocracia” como una “revolución democrática victoriosa” y no como lo que fue: la
derrota de una conquista histórica y el derrumbe del estado obrero. Aún hoy tienen que explicar
cómo puede ser una victoria la caída de la burocracia de un estado obrero cuando éstos fueron
disueltos.
Otros, como el PTS de Argentina, veían un estado obrero en descomposición hasta ya entrada la
primera década del siglo XXI, dándole poderes suprahistóricos a la burocracia stalinista cuando ya
estaba en manos privadas y del imperialismo toda la propiedad de la economía planificada. Ni
hablar de China, cuando el nuevo partido de los mandarines chinos puso a la clase obrera más
numerosa a producir para la economía mundial bajo condiciones de esclavitud.

Ante la caída del stalinismo, la IV Internacional era el único lugar desde donde se podía hablar al
movimiento
obrero mundial.  En nombre del trotskismo, el oportunismo legitima al stalinismo y a los traidores
del FSM

Luego del ‘89, los renegados del trotskismo, que habían estallado profundamente, y tras haberse
convertido en los más grandes destructores del programa revolucionario, le dan una sobrevida al
stalinismo para que siga traicionando al proletariado mundial. Cuando viene la primera oleada de
lucha revolucionaria tras la caída de los estados obreros, a fin del siglo XX y principios del XXI,
que tuvo lugar con un enorme proceso de lucha en las colonias y semicolonias; con el stalinismo
totalmente deslegitimado por la entrega de los ex estados obreros, el trotskismo era desde el único
lugar donde se podía hablar en nombre del socialismo y de la izquierda. Esta vez, en nombre de él,
el oportunismo usurpando de las banderas de la IV Internacional, legitimó al stalinismo maltrecho
que la burguesía acomodaba haciéndolos dirigir a los sindicatos de forma contrarrevolucionaria y
sosteniendo a las burguesías nativas en el mundo semicolonial. Surgía así una nueva dirección
contrarrevolucionaria reagrupada por el gran capital, el Foro Social Mundial (FSM).

Los ex trotskistas fueron el flanco izquierdo del nuevo reagrupamiento internacional


contrarrevolucionario que fue el FSM, dándole vida al stalinismo y sus desechos para que siga
traicionando las revoluciones a nivel internacional como lo hizo desde el FSM junto a las
burguesías nativas. En nombre del trotskismo se legitimó a toda la burguesía bolivariana que
expropió la revolución latinoamericana. Se llamaba a votar a Chávez y Morales “críticamente”… a
exigirles que éstos “hagan el socialismo”, mientras se defendía a la burocracia castrista que ya había
iniciado un curso abierto a la restauración capitalista. Recordemos que Alan Woods fue quien le
entregó el programa de transición a Chávez, y un larguísimo etc. 

Ante el crack del 2008, el imperialismo centraliza a todos sus agentes. La IV Internacional en
manos de los renegados del trotskismo, es llevada a los pies de la burguesía y al pantano las
direcciones contrarrevolucionarias

La respuesta del imperialismo frente a su bancarrota con el crack del 2008 fue reclutar a todos sus
agentes al interior del movimiento obrero para contener la ofensiva de masas que amenazaba con
barrer el dominio imperialista y abrir un nuevo 68/74. El FSM jugó todo su rol. Hoy ya se ve con
claridad cómo se retira de la arena histórica con los Maduro, los Ortega, los Morales, los Kirchner,
los Lula, los ayatollahs iraníes, matando de hambre y a los tiros al pueblo, luego de haber abortado
la lucha antiimperialista de la clase obrera del mundo semicolonial. Con los Castro impuso un pacto
con Obama que le permitió al imperialismo yanqui amortiguar a su interior los duros golpes que
significaron los combates de las masas de Irak y Afganistán que lo obligaron a retirarse de Irak.

El imperialismo no logró salir de su bancarrota hasta nuestros días. Aquí y allá trata a sus agentes
como limones exprimidos. Ante el crac de las potencias imperialistas, y para sostener a sus
gobiernos en crisis y jaqueados por las masas, surge la así llamada “Nueva Izquierda”.
El paso de mando a sus continuadores de la “Nueva Izquierda” lo organizaron en las últimas
reuniones de ese Foro Social Mundial en 2013 y 2015 en Túnez junto al Podemos y Syriza. Allí
impusieron su programa de “el enemigo es el ISIS” que utilizó el imperialismo y sus agentes para
masacrar y aplastar los procesos revolucionarios iniciados en 2011 en el Magreb y Medio Oriente.
Una “Nueva Izquierda” socialchovinista, que entra a la historia con las manos manchadas de sangre
de lo más avanzado de la revolución mundial.

Estos partidos, sostenidos por los viejos partidos comunistas europeos, por los viejos renegados del
trotskismo hoy devenidos en “anticapitalistas” y por desechos de la socialdemocracia, son los que
constituyen esta nueva horneada de menchevismo. Ya en el ’89 se había cortado todo hilo de
continuidad con el programa del bolchevismo. El crac del sistema capitalista mundial llevó a los
que ya hace rato habían renegado del marxismo, a una nueva ofensiva reaccionaria y de
falsificación del marxismo. Pregonaban el partido de “Lenin y Jean Jaures”, las convergencias entre
Trotsky y Gramsci, repetían con gritos a más no poder que “el socialismo no iba más ni siquiera en
Cuba” tal cual decía Fidel Castro. Colgado a los faldones del stalinismo y su vieja política de
colaboración de clases y revolución por etapas, pregonaron y pregonan la expansión de la
democracia burguesa para que la clase obrera, a través de ella, consiga nuevas conquistas y eleve su
nivel de vida.

Llegan a la desfachatez de plantear, como hace Varoufakis y la izquierda de Syriza, que la Europa
imperialista de Maastrich se puede democratizar con una asamblea constituyente europea. Como el
PTS de Agentina y el FIT, se desviven en el parlamento burgués en presentar proyectos de leyes
junto a los partidos de la oposición burguesa para que la clase obrera recupere o logre nuevas
conquistas.
En Inglaterra, con el SWP inglés sostienen al partido laborista, el más grande agente de la City de
Londres, socio de los tories en el saqueo y la explotación del mundo colonial y semicolonial por
parte del imperialismo inglés. Son defensores de los partidos de la Corona en sus colonias, tal cual
la ISO en Zimbabwe llamando a votar, muy suelto de cuerpo, al MDC.

En América Latina, ante la bancarrota del stalinismo y del FSM, rápidamente han formado sus
frentes amplios y partidos de “Nueva Izquierda”, que no son más que remedos de frente populares y
de colaboración de clase con la burguesía. Allí vimos a la LIT votando a Petro en Colombia, un
demócrata pequeñoburgués sostenido por la gran burguesía de Antioquia. O, encabezando como
hace la UIT, la lista del Frente Amplio de Perú, sostenida por el stalinismo y fracciones de pandillas
burguesas que huyen rápidamente de los partidos tradicionales para mejor engañar a las masas
posando de “izquierdistas”.

La particularidad de la tragedia que estamos viviendo en este período histórico con nuestro partido
mundial, la IV Internacional, es que luego de renegar mil veces de ella, de su teoría y su programa,
luego de utilizarla –como vimos- para sostener y resucitar al stalinismo tal cual a “Lázaro”,
terminaron, en nombre de ella, disolviéndola en esta “Nueva Izquierda”. Allí han y están
ensuciando las limpias banderas de la IV Internacional con los partidos de la contrarrevolución
stalinista, que la burguesía preservó para controlar desde los sindicatos al movimiento obrero a
nivel internacional.

Por supuesto que ya hace rato que los “anticapitalistas” están disueltos en Podemos y Syriza, están
dentro del partido laborista, son el ala izquierda de Sanders en EEUU para someter a la clase obrera
al Partido Demócrata, mientras pregonan “frentes antifascistas” contra Trump para sostener a la
Clinton y Obama.

Estamos ante una nueva reedición de la vieja teoría de revolución por etapas y de frentes populares
del stalinismo, defendida abiertamente por ex trotskistas que ya hace rato cruzaron el Rubicón. Hoy,
78 años después de su asesinato, le rinden “homenaje” al camarada Trotsky, cuando están con sus
asesinos en partidos comunes traicionado a la clase obrera mundial.

Para los trotskistas, en la IV Internacional no hay lugar para aquellos que están colgados a los
faldones de la burguesía con el frente popular. Allí están revolcándose con stalinistas, no solamente
revisando al marxismo sino actuando directamente como fuerza contrarrevolucionaria, donde el
imperialismo los está probando, como en Siria.
Es que esta “Nueva Izquierda” entró a la lucha de clases con las manos manchadas de sangre.
En Medio Oriente sostuvieron a Al Assad, quien junto al sionismo, EEUU y demás potencias
imperialistas, es el más grande genocida de la clase obrera en el siglo XXI. Ninguno pasó la prueba
de la revolución siria.
Unos directamente hicieron pasar al perro Bashar, sostenido por el asesino Putin, como un “aliado
de los pueblos oprimidos”, cuando fue quien hizo el “trabajo sucio” del imperialismo de masacrar la
revolución siria.
Por otro lado, existen quienes lo encubren planteando que en Siria hay una “guerra de dos bandos
reaccionarios”. Un “abstencionismo” que sólo le sirvió a Al Assad y su gobierno para tener las
manos libres de aplastar una revolución, que era entregada desde adentro por los generales del ESL.

Otras corrientes de la “Nueva Izquierda” terminaron a los pies de los generales burgueses
“democráticos” del ESL. Tal es el caso del SWP inglés, el NPA francés y la LIT-CI. Le pidieron a
EEUU que pare la guerra decretando la prohibición de vuelos en el espacio aéreo de Siria o bien,
enviándole armas y pertrechos a la resistencia… Mientras era el propio EEUU los quien sostenía al
perro Bashar y se encargó que los generales burgueses del ESL entregasen una a una todas las
ciudades rebeldes.

Con la III Internacional stalinista, junto a ex trotskistas que se apropiaron de la IV Internacional y


sus banderas, políticos pequeño-burgueses y con la sombra de la burguesía, se constituye esta
“Nueva Izquierda”. Así han surgido los sustitutos del Foro Social Mundial: una “Nueva Izquierda”
defensista de las distintas pandillas imperialistas que hoy se disputan el botín del mercado mundial.

La actualidad y vigencia de la teoría y el programa del trotskismo y la IV Internacional. Hay que


recuperar la IV Internacional del fango a la que la llevaron el oportunismo y el revisionismo para
reagrupar las fuerzas para refundarla.

Como plantea el Programa de Transición de la IV Internacional: “Los requisitos previos objetivos


para la revolución proletaria no solo han ‘madurado’; empiezan a pudrirse un poco. Sin una
revolución socialista, y además en el periodo histórico inmediato, toda la civilización humana está
amenazada por una catástrofe. Todo depende ahora del proletariado, es decir, principalmente de su
vanguardia revolucionaria. La crisis histórica de la humanidad se reduce a la crisis de la dirección
revolucionaria”.

Escritas hace 80 años, las premisas objetivas del Programa de Transición mantienen plena vigencia.
El reformismo y el revisionismo se asentaron destruyendo estas premisas para terminar sosteniendo
al sistema capitalista en bancarrota. Los destructores de la IV Internacional prepararon su
pasaje al stalinismo, con un brutal revisionismo del marxismo y del legado de la teoría y
programa trotskista. Hace años corrientes como el SWP inglés y el PTS de Argentina por ejemplo,
vienen pregonando las convergencias de Trotsky y Gramsci, un confeso teórico y militante del
stalinismo.

Por esta traición a la IV Internacional, se ha agudizado a grado a grado extremo la crisis de


dirección. Las fuerzas productivas están totalmente descompuestas, la tardanza en resolver la crisis
de dirección puede llevar al camino de la guerra si el proletariado no da una respuesta. Los choque
políticos y económicos en la actual guerra comercial, mañana serán conflagraciones militares
interimperialistas, o por interpósitas personas, etc.

A 78 años del asesinato del camarada Trotsky, el combate es bajo las banderas de la IV
Internacional. El reformismo se desenmascara día a día. Ya no pueden hacer pasar siquiera las
limosnas como conquistas. En su lucha, la clase obrera aquí y allá plantea “jalones de socialismo”.
La pelea es por reagrupar las fuerzas revolucionarias e internacionalistas La teoría y el programa de
la IV Internacional para la revolución socialista sigue intacta. Se trata de recuperar la IV
Internacional del fango a la que la llevaron el oportunismo y el revisionismo para reagrupar las
fuerzas para refundarla.
En este nuevo aniversario del asesinato de Trotsky, llamamos a las fuerzas que se reivindican del
trotskismo y resisten el pasaje de los ex trotskistas al campo del stalinismo, a transformar el
próximo mes de septiembre, en el que se cumplen 80 años del Congreso de fundación de la IV
internacional, en un mes de lucha y combate por recuperarla. 

El programa que levantó el trotskismo hoy se vuelve un arma poderosa contra los que lo
traicionaron y lo entregaron. Reproducimos aquí extractos de un manifiesto de la FLTI del
año 2010 en el 70 aniversario del asesinato de León Trotsky, a modo de aporte en el combate
por reagrupar a las fuerzas revolucionarias y por recuperar las banderas de la IV
Internacional.
A 80 años del asesinato de Trotsky: Natalia Sedova contra el stalinismo y el olvido
Maura Galvez
LIS

«Ustedes han enviado a L. D. al destierro por ’contrarrevolucionario’, amparándose en el artículo


56. Procederían ustedes lógicamente si declarasen que no les interesaba en lo más mínimo su
salud. Con esto, no harían más que proceder de un modo consecuente. Con esa consecuencia
anonadora que, si no se le pone remedio, acabará por mandar a la sepultura, no sólo a los mejores
revolucionarios, sino también al partido y a la propia revolución. Pero, por miedo seguramente a
la clase obrera, les falta a ustedes valor para llegar a esa consecuencia. (…). El hecho de que se
les obligue a dar cuenta a las masas de este asunto e intenten ustedes salir del paso de una manera
tan indigna, demuestra que la clase obrera no cree las mentiras políticas que le dicen acerca de
Trotsky. [i]
Se cumplen 80 años del asesinato de León Trotsky a manos del stalinismo y como feministas
anticapitalistas no podemos dejar de recordar a su compañera de vida y lucha, Natalia Ivanovna
Sedova, quien juntó a León, enfrentó al aparato burocrático más poderosos de la historia y, además
fue la piedra angular para mantener la memoria viva del viejo revolucionario.
Como joven estudiante de una universidad femenina en Moscú entró en el movimiento
revolucionario adhiriéndose a la socialdemocracia, aquella primera experiencia fue parte de su
trayecto que posteriormente, al trasladarse a Ginebra para estudiar botánica, siguió extendiéndose
en su incorporación al grupo de estudios marxistas dirigido por Plejanov, hecho que le permitió
colaborar con el periódico Iskra.
La historia de Natalia como parte de la camada revolucionaria de la agitada Rusia es apasionante. A
los 19 años ya asumía la tarea de transportar clandestinamente textos del partido bajo la lupa de la
policía zarista. Luego en 1902 conoce a León y comienzan juntes un periplo que enlazaba la
revolución, la cárcel, el exilio y la crianza de dos niños.
En las álgidas jornadas previas al octubre rojo, Natalia trabajaba en el sindicato de obreros de la
madera, mientras León dirigía el Soviet de Petrogrado. Días sin reposo y casi sin dormir
conllevaban la pareja y militantes revolucionarixs. En las jornadas de la transformación social el
tiempo se trazaba con el cotidiano, la vida y sus hijos, al respecto ella escribía: “L.D. y yo no
parábamos un momento en casa. Los chicos, cuando volvían de la escuela y no nos encontraban
allí, se echaban también a la calle. Las manifestaciones, los disturbios callejeros, los tiroteos, que
eran frecuentes, me infundían en aquellos días mucho miedo, por ellos; téngase en cuenta que eran
la mar de revolucionarios”[ii]
Natalia hizo de su cotidiano el habitar en la revolución y tras ese histórico 8M de 1917 en dónde las
mujeres encendieron la mecha del estallido bajo el clamor de pan, paz y trabajo, ya no había vuelta
atrás, se comenzaban a forjar los gérmenes que darían paso al gobierno de las y los trabajadores.
Una tarea nada fácil, lxs bolcheviques a la cabeza de los soviets asaltaban el cielo por asalto,
aunque la reacción actuaba, ahí su compañero, desde los escombros puso en pie una milicia
compuesta de trabajadores, campesinos y soldados, el ejército rojo, que, dirigido por Trotsky,
enfrentó una guerra civil y a 14 países imperialistas que buscaban impedir el avance de la
revolución.
Mientras transcurría la guerra civil Natalia dirigía el servicio de museos y monumentos, León, sobre
este pasaje de la vida de su compañera dice: “Trabajaba en el Comisariado de Instrucción Pública,
donde tenía a su cargo la dirección de los museos, monumentos históricos, etc. Le cupo en suerte
defender bajo las condiciones de vida de la guerra civil los monumentos del pasado. y por cierto
que no era empresa fácil. Ni las tropas blancas ni las rojas sentían gran inclinación en preocuparse
del valor histórico de las catedrales de las provincias ni de las iglesias antiguas.”[iii]
La historia del primer gobierno de las y los trabajadores fue un aprendizaje tremendo para las
generaciones posteriores que sabemos que es posible un mundo nuevo.
A partir de una serie de factores históricos (que no podemos analizar en este texto) se fueron
abriendo el paso al Termidor, se constituyó el aparato burocrático más funesto de la historia dirigido
por Stalin, que fue salvajemente combatido por León y Natalia y por la llamada oposición de
izquierda. Los años venideros se fueron produciendo el retroceso de aquellas conquistas que la
revolución había consolidado, como el derecho al aborto, la socialización de las tareas de cuidado
que recaen sobre las mujeres encarnadas en comedores y lavanderías públicas, el matrimonio
homosexual. No es casual que estas fueran las primeras conquistas extirpadas anunciando la debacle
que venía.
Pese al combate político interno de la oposición, las mentiras, los asesinatos y la persecución
montada por la casta burocrática que se hizo del control del Estado avanzó en las purgas de la
dirección bolchevique, así atrincheraron los márgenes para frenar el avance de la revolución y de
esa forma ir consolidando una casta alejada a los organismos democráticos que parió la experiencia
del octubre más rojo de nuestra historia y por los que Natalia dedicó su vida.
Los años en cierne fueron el exilio inquietante en medio de la asechanza stalinista y también del
fascismo que surgía en Europa. El asesinato de sus hijos, colaboradores y amigxs cercanos
marcaron a fuego su voluntad revolucionaria, ratificando la lucha inclaudicable hasta el final por la
liberación de la humanidad.
La muerte andaba cerca, Natalia y León lo sabían, era solo cuestión de tiempo que cayera sobre
ellos, por tanto, había que aprovechar cada minuto para seguir impulsando la tarea histórica de la
construcción de una alternativa a la barbarie capitalista y stalinista. Durante ese peregrinaje de
destierro, León escribe La Historia de la Revolución Rusa, Mi vida (libro donde fue fundamental la
participación de Natalia), Trotsky además profundiza La teoría de la revolución permanente”, como
respuesta a la tesis del socialismo en un solo país que empujaba la ya decadente Tercera
Internacional y el texto fundacional de la IV, “La Agonía del capitalismo y las tareas de la IV
Internacional o el Programa de transición”, entre una basta y voluminosa cantidad de escritos.
Estando en Noruega con la muerte a la vuelta de la esquina y sin que ningún país accediera a darles
asilo, el gobierno mexicano les permitió un respiro en medio de la larga marcha. Allí nuevamente el
aparato burocrático del PC se hizo presente, encabezado por el muralista David Alfaro Siqueiros un
grupo se dirigió a la casa de Coyoacán una noche de mayo y mientras Natalia, León y su nieto
dormían, abrieron fuego las metrallas contra la habitación. La torpeza de quienes llevaron adelante
el atentado mandatado desde la URSS permitió continuar la batalla. Las marcas de balas están aún
intactas en las paredes de adobe de la casa. Natalia se encargó de que no fueran borradas como una
sentencia que constatara la verdad al resto de la humanidad.
Ese espíritu de Natalia, el mismo que en plena revolución y guerra civil encabezaba la conservación
del patrimonio de la vieja sociedad como bastión para el porvenir, en un compromiso doble lleno de
humanidad y política revolucionaria precipitó su noción y rol histórico que debía jugar llegado el
momento fatal. El 20 de agosto de 1940 Ramón Mercader entierra un piolet en el cráneo del
dirigente bolchevique. Fue la mano de Stalin desde el Kremlin. Natalia al confirmar lo inminente,
gritó “NO TOQUEN NADA, HAY QUE DEJARLO TODO COMO ESTÁ”, un día después Muere
León Trotsky.
Durante los veintidós años que siguieron Natalia mantuvo intacta esa decisión, los lentes rotos en el
escritorio, los libros, las flores que decoraron el color de su patio. Así definió sus años de vida, a
consagrar la memoria de su compañero, su hijo y las y los miles de revolucionares asesinados a
manos de Stalin. Guardiana de la verdad en medio de la tempestad. Tarea fundamental, pues sin
Trotsky, el marxismo revolucionario hubiera perdido un hilo primordial de la experiencia del primer
gobierno de las y los trabajadores, explicación de la obsesión de Stalin por acabar con el legado
viviente del bolchevismo y a la que Natalia, no sólo combatió, también logró preservar, en su
deslumbradora conservación, parte de esa disputa por la memoria y la verdad al aparato que sólo
con mentiras y sangre pudo avanzar.
Y así lo expresa Natalia en una carta dirigida a Lázaro Cárdenas a tres semanas del asesinato de su
compañero: “… No ha habido en la historia una época tan oscurecida como la nuestra, por la
mentira, la calumnia, el crimen y la inhumanidad. Los luchadores honrados caen como víctimas.
Su memoria, sin embargo, será eterna…   (La) Calumnia y mentira que no son armas capaces de
asegurar a quien las maneja una victoria definitiva”.[iv]
Natalia rompe con la IV internacional en 1951 en una carta donde reprocha a los dirigentes de la
organización trotskista de mantenerse en las posiciones que eran las de Trotsky en el momento de su
muerte. Consideraba que la evolución de la URSS obligaba a una nueva apreciación. “No podemos
continuar considerando al Estado soviético como un Estado obrero”[v]. Debate que ocupó gran
parte de la joven internacional.
En 1962 un cáncer le quitó la vida lejos de México. Su orden era que sus restos descansaran en el
país americano, en la tumba de la casa de Coyoacán junto a su compañero y así se hizo. La casa de
Coyoacán, es la conservación del tiempo detenido luchando contra el stalinismo, el capitalismo y su
engendro, el fascismo. El pasto verde se cuela por los rincones y las flores que Natalia plantó,
florecen en cada rincón destellando colores. Los libros que tuvieron que sortear más de una
dificultas, intactos en todas las habitaciones. En su pieza descansa sobre la cama el bastón de León,
arquitectura de quienes viven y mueren para conservar la verdad de la que hoy nos aferramos las
nuevas generaciones.
Mucho de lo que hoy podemos ver de ese momento de la historia se lo debemos a ella y nuestra
forma de recordar la trayectoria de Natalia y León es militando por la construcción de ese mundo
nuevo que la pareja revolucionaria le entregó la vida entera. Tarea urgente en un mundo lleno de
crisis, la revolución en el siglo XXI es nuestra voluntad, nuestro compromiso como feministas
revolucionarias.
[i] Fragmento del telegrama enviado por Natalia Sedova a Uglanof, por entonces secretario de la
organización de Moscú, el 20 de septiembre de 1928, citado por León Trotsky en su libro Mi vida.
[ii] Marguerite Bonnet Natalia Sedova Una vida de Revolucionaria 1962
[iii] Mi vida, Leon Trotsky
[iv] Carta en la casa museo León Trotsky Enviada por Natalia Sedova a Lázaro Cárdenas el 11 de
Septiembre de 1940
[v] Carta a la IV Internacional 1951

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