Está en la página 1de 6

“Moisés debió aprender que Dios se deleita en formar siervos,

no faraones y que puede hacer su mejor obra en la oscuridad,

no a la vista de todos.

Dios quiere que nos acerquemos más a Él, eso debe tener mayor

importancia que la satisfacción de nuestros más profundos deseos.

Él nos dejará en el desierto hasta que escuchemos su voz y lo busquemos

con firmeza de propósito”.

Pastor Erwin Lutzer.


AL FINAL DEL DESIERTO

El sol irradiaba con toda intensidad sobre el rostro sonriente de aquel hombre de estatura
mediana, contextura promedio, tez blanca y cabello castaño, quien con paso lento pero
firme, avanzaba por aquel camino lleno de arena caliente, pocos arbustos y cactus, en
cuyas ramas crecían tímidamente unas pintorescas florecillas rojas y anaranjadas, que con
su brillo decoraban el entorno caluroso, en el cual se desenvuelve esta historia…

El día había sido extenuante y la poca agua que logró recoger en el último oasis por el cual
pasó, prácticamente se había terminado. Faltaba alrededor de 2 días más de recorrido
para llegar a una nueva fuente del ansiado líquido vital. Si bien, ya estaba acostumbrado a
pasar ciertas necesidades de esta índole, parecería que al estar a punto de culminar la
caminata que empezó mucho tiempo atrás, el cuerpo y la mente se hubieran puesto de
acuerdo para jugarle una mala pasada.

Ahora necesitaba descansar un momento, antes de retomar el paso por el sendero hacia
la meta anhelada. Era una buena oportunidad para volver a meditar y recordar tantas
alegrías, enseñanzas y tristezas que forjaron su ser y su espíritu hasta convertirlo en lo que
ahora era. Claro que el ser humano siempre sigue transformándose y aprendiendo de la
vida, pero llega un momento en el cual, uno logra reconocer quien realmente es y hacia
dónde quiere ir. Ese instante en el cual, se descubre el verdadero propósito de Dios para
uno. Un tiempo irrepetible y cuya magia celestial permite sobrellevar con contentamiento,
esperanza, alegría y fe, todo sacrificio, dolor, traición, crisis o problema que aparezca, con
la intención de apartarnos del camino trazado y llevarnos a un cruel laberinto del cual es
muy difícil salir, lamentablemente en muchos casos hasta llevarnos a una muerte vacía.

El reloj que llevaba en su mano derecha, marcaba las tres de la tarde. Hubiera querido
seguir avanzando un tramo más, pero decidió tomar un poco de aire y refrescarse. Se
desamarró los cordones de las botas que llevaba y las puso a un costado de la carpa que
había armado rápidamente minutos atrás. Remojó suavemente su cara con el escaso
líquido que quedaba e ingresó a la carpa para tomar una siesta. Ya adentro, se acostó
hacia arriba mirando por la abertura transparente el cielo azul que tantas veces
contempló en su vida. Sin embargo, ese mismo cielo ahora le resulta más peculiar; quizá
por la sensación de pensar que conocía y sentía sobre los secretos detrás de esa cortina
azulada que cubría el mundo en el cual le tocó aprender a vivir.

Se imaginó volando por todo el firmamento, atravesando las caprichosas formas que las
nubes hacían; llegando con rapidez a las estrellas más cercanas que pocos segundos atrás
contempló desde su carpa. Acercándose sigilosamente a la periferia de la luna, admirando
desde su privilegiada posición la silueta de la Tierra y del Universo a su alrededor. Para al
final, velozmente retornar al sitio donde plácidamente estaba descansando instantes atrás
y, proseguir con el sueño reparador en el cual había caído.

Hubiera seguido soñando toda la tarde, pero en su corazón latía fuertemente esa emoción
de saber que estaba muy cerca de lograr su objetivo. El cansancio y las dudas que llevaba
a cuestas no fueron impedimento para que se levantará y en pocos minutos estuviera listo
para retomar el camino, que a simple vista se vislumbraba aún duro y esforzado. Tomó un
pequeño bocadillo que había preparado por la mañana y fijando su mirada al frente,
emprendió con nuevos bríos y voluntad férrea el último trecho de aquel desierto que
tantas enseñanzas le dio y tantos talentos potencializó.
Para muchas personas, tal vez caminar en zonas desérticas pueda resultar una locura, un
castigo divino o incluso un karma a pagar en esta vida. Sin duda, más de uno lo pensaría
dos veces, antes de decidirse a dejar las comodidades que ahora tiene y encaminarse a
sufrir muchas peripecias , dolores e incluso traumas en una aventura que a simple vista no
resulta nada atractivo para un ser humano común.

Sin embargo, lo que la mayoría no entiende es que la decisión o no de recorrer el desierto


no está en nuestras manos, es parte del plan de Dios para cada uno de nosotros, creamos
o no en Él. Esta experiencia vivencial que todo ser humano debe cruzar, no es más que el
periodo establecido por el Creador para preparar nuestra alma, nuestro cuerpo y nuestra
mente para identificar, entender y cumplir efectivamente el propósito por el cual estamos
en este planeta.

Así como el pueblo de Israel al salir de Egipto, debió pasar 40 años por el desierto, en cuya
travesía según narra la Biblia se presentaron un sinnúmero de acontecimiento positivos y
negativos, que eran parte del aprendizaje que Dios había explicado a Moisés, en post de
lograr la tierra prometida. De igual manera, cada uno de nosotros, transitaremos por
tierras supuestamente hostiles, que contribuirán a nuestro crecimiento físico, emocional y
sobre todo espiritual, que nos acerquen más a Dios.

Obviamente, que nuestra aspiración debe ser conseguir llegar a la “tierra prometida” que
el Señor nos tiene preparada y no cometer el fatal error del pueblo de Israel, cuyos
habitantes no lograron mantenerse firme hasta el final del camino y, faltando muy pocos
metros para conseguir el sueño anhelado, mostraron debilidad y poco fe, a pesar de las
miles de demostraciones de amor, compasión y fidelidad mostrados desde el cielo.

No es mi intención con este escrito, juzgar a nadie ni dar a conocer alguna fórmula mágica
para sobrellevar el camino en el desierto. Jamás pudiera hacerlo, porque aún estoy
viajando por mi propio desierto y al menos, hasta ahora, sigo tratando de entender y
aprender día a día de esta enriquecedora experiencia.

Tampoco puedo decir que el camino ha sido fácil, por cuanto no hace mucho tiempo logré
recién comprender en parte la esencia de esta etapa de mi vida, que a mi parecer es la
más importante y decisiva para aspirar transformar la naturaleza humana con la que el
mundo nos envuelve, en una naturaleza santa dirigida plenamente por Nuestro Padre
Dios. Naturaleza cuyo origen y desarrollo se logran paso a paso por las arenas de nuestra
existencia…
Sin embargo, hace dos años atrás tuve la oportunidad de reflexionar de una manera más
profunda sobre este tema. El punto de partida fue recordar una serie de sucesos y
situaciones que me acontecieron hace ya casi 5 años; eventos que sin duda dejaron una
huella muy profunda en mi corazón, en mi memoria y en mi espíritu. Experiencias de cuya
reflexión y aprendizaje, he logrado extraer la esencia que me ha ayudado a disfrutar del
trayecto hasta hoy realizado, así como se extrae la sábila o el agua de los pocos cactus que
uno logra identificar en algunos de los desiertos más conocidos del mundo.

Estoy consciente que aún me falta mucho por aprender y entender de esta singular
oportunidad, cuyo final siento que está cerca. Esta sensación de saber que estoy cruzando
la etapa final de mi desierto, es un estímulo poderoso para esforzarme cada día más por
cambiar ciertas actitudes, pensamientos, reacciones y acciones que entiendo no son del
agrado de Dios y por ende no contribuyen a mi íntegro crecimiento personal.

Hoy que cumplo 39 años de edad, considero y


siento sinceramente necesario expresar mi
profundo agradecimiento a todas aquellas
personas que durante el trascurro de mi vida y del
desierto que ella ha representado, han estado ahí
presentes brindándome de mil y un maneras su
amor, cariño, apoyo, alegrías y lecciones, sin las
cuales no hubiera tenido las fuerzas y voluntad
suficientes para paso a paso avanzar emocionado y
confiado hasta este hermoso momento.

Unos han sido como los granos de arena, que han


estado conmigo desde el inicio de esta travesía y
de uno y otra manera han abrigado mis pasos.
Otros, como dunas que me han enseñado a
esforzarme un poco más para cruzar a un nuevo nivel. Unos tantos, como oasis en los
cuales me he refugiado en épocas difíciles y cuya contribución ha sido sustancial para no
dejarme caer. Algunos cuantos, como águilas o pájaros que me han sabido acompañar y
guiar en el camino, para no perderme. Muchos y muchas, como florecillas de colores, que
han alegrado a su paso mi recorrido, inyectándome nuevas esperanzas.
En fin, cada maravilloso ser humano con el cual Dios me ha permitido cruzarme durante
mi existencia, sin lugar a dudas ha aportado positivamente a mi formación personal y
profesional, madurez espiritual, sentido y propósito de la vida y, lo más importante, a mi
acercamiento a Dios.

Aún no sé qué cosas maravillosas me esperan, al final del desierto. Sin embargo, no me
desespero y quiero seguir avanzando pausadamente pero firme en esta última pero
fundamental etapa. Entiendo que las pruebas, las tentaciones, las dudas y desilusiones
serán más fuertes que las que hasta este momento he vivido. El maná y el agua
posiblemente sean escasos y los así llamados “enemigos” que intentan detenerme, se
incrementen, buscando amedrentarme y que piense en otra alternativa o peor aún,
abandone la misión.

El desierto en este sentido, puede llegar a ser un lugar solitario y silencioso, totalmente
contrario a la vida cotidiana llena de algarabía, ruido, alegrías vanas y consumismo en el
cual nos desenvolvemos. Es justamente ahí donde radica su magia, impacto y poder de
cambio sobre la vida de una persona. Es el símbolo de una vida más espiritual y el lugar
apropiado para emprender la búsqueda y el encuentro con Dios, en medio de la
meditación, de la oración y del conocimiento íntimo de cada individuo.

Caminar por el desierto es sin duda una decisión para gente que no le importa la edad que
tenga y sigue soñando con aportar para un mundo mejor. Hombres y mujeres con temple
y gozo inspiradores.

De corazón espero que cada uno de ustedes, haya vivido o acepte vivir la grandiosa
experiencia de cruzar su propio desierto, para al final del mismo, encontrarnos
nuevamente…

¡Un fuerte abrazo a todos y todas!

También podría gustarte