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Principios nuevos y antiguos en

orden a la formación intelectual

El osas y el vino

Acaso sea sintomática de la coyuntura espiritual


de nuestro tiempo la frecuencia con que se oyen y se
leen dos frases en apariencia antitéticas: unos ha­
blan de trasegar el vino añejo en odres nuevos, como
tema capital de nuestras actividades de esta hora;
otros, de verter nuestro vino nuevo en los odres viejos
del saber antiguo. Redórense ios primeros a la nece­
sidad de ordenar es sistemas nuevos los hechos abun­
dantes que suministraron la empiria o el planteamien­
to defectuoso de tal problema, Aluden los otros a la
inserción de esos nuevos sistemas en otros de validez
olvidada. Ha quebrado, en efecto el sistema de valores
vigente durante dos siglos y hay como un ansia difusa
de ordenar vida e ideas conforme a esquemas tenidos
ya por caducados; como una tendencia, acaso más vi­
tal que reflexiva, a llevar el vino nuevo de nuestras
horas a los odres viejos del buen sentido secular. Algo
es, ciertamente, buscar la vieja solera; pero no lo es

~ si
Principio® nuevo® y antiguos en orden a formacita intelectual

todo cuando el vino nuevo salió de un mal mosto.


Tema de nuestra generación no será, pues, tan solo ar­
ticular de nuevo las verdades casi nuevas; pero tam­
bién someterlas a un riguroso cernido, separar los
mostos que fluyeron de la uva madura de los que soltó
el agraz.
Nueva postura del mundo

Porque el mundo se halla morbosamente grávido


de cosas aparentemente nuevas, El ensayo, cuando no
la pirueta o la logomaquia, hacen crujir a diario las
prensas y son esparcidos sobre una multitud sedicente
intelectual y mal pertrechada de crítica, que se pier­
de en el boscaje de lo moderno y no sabe ver las sen­
cillas verdades, arquitectónicamente unidas, de lo
eterno, Y así como en lo corporal es bueno volver des­
de el regusto complicado y estragador del «cóctel» al
sano olor a manzanas y a pan caliente de que hablaba
el novelista cántabro, así también en el orden de lo
intelectual, si no se quiere morir de asfixia bajo aque­
lla hojarasca multicolor, es de urgencia imperativa el
retorno a los sencillos epítomes de la iniciación,
Díbújanse en el mundo, es verdad, actitudes de
arrepentimiento y son replanteados muchos proble­
mas tenidos ya por resueltos. No de otro modo puede
interpretarse el contraste entre aquel «modera, style»
de la arquitectura de la anteguerra, con su desbordada
opulencia medioburguesa, y las emaciadas líneas rec­
tas, frías, esqueléticas, ceñidas a lo escuetamente fun­
cional, de un Le Corbusier, La literatura ha dado el
salto de la novela a la biografía, como sí las gentes,
sedientas de verdad, de realidad vital, quedasen, insa­
tisfechas, como lo queda el hidrópico, bebiendo las
aguas sin vida de la fantasía. En cuanto a la pintura,
la antinomia entre aquellas figuras sin linea ni. perfil
que creó el impresionismo de un Manet o un Renoir y
el arte seco, recortado, de Mario Tozzi y de Giorgio de
Chirico, o ios esquemas de Picasso, parece obra de si­
glos más que de años, Y la tan traída y llevada feno­

- «2
LAIN ENTRALQQ

menología, si quiere ser algo, ¿cómo puede ser inter­


pretada sino como un volver a comenzar en los pro­
blemas psicológicos? Todos los vientos, ya se ve» nos
traen rumores de disciplinada penitencia.
Necesidad de revisas el problema
DE LA FORMACION

En materia de formación intelectual, no obstante,


se procede con la misma ingenua y liberal alegría del
«fln-de-siécle». De entre los jóvenes que llegan a la
Universidad,, una ingente mayoría va tan sólo tras el
título que garantice la posesión del automóvil o ase­
gure, más modestamente, la olla. Los otros, la mino­
ría de los elegidos, no se paran en meditaciones es­
crupulosas y se plantean inmediatamente el proble­
ma de ser intelectuales o investigadores. Los prime­
ros se reúnen en cenáculos más o menos iconoclastas
y valoran con desparpajo lo divino y lo humano, sin
otro enquiridión que el periódico con visos de intelec­
tual o el ensayo de lectura fácil. Más consideración
merecen los otros, los investigadores, porque sólo a
costa de trabajo esforzado, muchas veces con matiz
de auténtico sacrificio, se consigue la producción en
el laboratorio, la clínica o el archivo. Pero, en lugar
de trepar penosamente a lo largo del tronco común
a todas las ciencias para llegar a la rama de la es-
pecialización, se encaraman a ésta de un salto y co­
mienzan a lanzar trabajos y trabajos de aquellos que
hacían decir drásticamente a Lotee—esto, ya a media­
dos del ochocientos—que la vida media de una ver­
dad científica rigurosamente comprobada es de cua­
tro años. Sólo muy pocos sienten el afán de saber la
firmeza del terreno que pisan y se ven obligados, si
la labor propia no puso plomo en sus pies, a seguir
una dolorosa vía de retorno.
Si estas reflexiones tienen validez general, ¿qué
no podrá decirse en España, en donde sistemas ab­
surdos de formación van unidos a nuestro ingénito
afán por llegar pronto? Desde hace unos cuantos lus-

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Principios nuevos y antiguos en orden a la formación Intelectual

tros, cuando un bachiller, equipado culturalmente del


modo deficiente e Inconexo que todo el mundo conoce,
llega a la Universidad y se adivina en él talento o la­
boriosidad superiores al nivel medio, nunca falta una
mano que ponga en las suyas los conocidos «Reglas y
consejos al investigador científico», de Cajal. Es como
sí a quien proyecta una expedición polar se le ense­
ñase antes que a gobernar un barco rompehielos y
a resguardarse del frío, la caza del oso blanco. Se ol­
vidaba esta sencilla perogrullada: que lo primero es
llegar, Y para llegar a un sitio, nada mejor que la in­
dicación clara, simple y geométrica; nada más favo­
rable que limitarse a las coordenadas precisas de unas
cuantas regías bien sabidas. Delinear tales coordena­
das es la misión de estas páginas.
Planteo elemental del problema

Pocas cosas hay más falaces que un razonamien­


to por analogía mal conducido; pero pocas cosas hay
también que iluminen tanto un problema como una
comparación feliz. Dice von Uexküll que en cuestio­
nes de biología una buena comparación tiene la vali­
dez de un teorema. Esta validez sube de punto en
cuestiones de conducta humana; y así debe ser, cuan­
do la verdad evangélica se nos dijo por parábolas.
Plantearé, pues, el problema en sus raíces elementa­
les, comparándolo con el del caminante que se pro­
ponga llegar a tierras lejanas; en nuestro caso, a la
tierra lejana de la plena formación intelectual. Pues­
tos así los términos del problema, compréndese que la
consecución del fin propuesto exige determinadas con­
diciones y, ellas supuestas, la aplicación de ciertos
medios.
En mi concepto, tres son las tales condiciones pre­
vias: recta elección del camino, meta adecuada a los
alientos del caminante y fe en el propio trabajo, esto
es, ahinco en el caminar. Y dos los medios propiamen­
te dichos: selección de los útiles de trabajo y adecua­
do uso de los mismos.

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LAIN ENTKALOO

Recta elecccion del camino

¿Será cierto aquí que todos los caminos conducen


a Roma? Opinión general, tanto del vulgo indocto co­
mo del filisteo—y aún de muchos avisados—es negar­
lo. Se niega, porque hay dos nociones a este respecto
que parecen contradecir la indiferencia del camino:
la noción de vocación y la noción de aptitud. Vale la
pena insistir un poco sobre ellas, abandonando pre­
juicios.
La vocación
Comencemos por ahondar un poco en la proble­
mática de la vocación; y comencemos, en gracia a la
calidad del que las firma, por las conclusiones a que
llega Marafión en sus recientes conferencias sobre
«Vocación y ética». Distingue el autor, con su fácil y
elegante manera de siempre, dos órdenes de vocacio­
nes: las de amor, caracterizadas por su desprendi­
miento, y las de querer, cuya nota es ser radicalmente
interesadas. Las primeras se parten en dos ramas:
una., superior, que no exige aptitud y es la vocación
religiosa; otras, no tan excelsas, pero también eleva­
das, que requieren aptitudes idóneas: la de maestro,
la de artista y la de sabio. Las vocaciones de querer,
por fin, son las genuinamente profesionales.
La vocación—de ahí su nombre—es una voz que
nos llama hacia algo; y la consideración simple de la
voz que llama justifica la clasificación que hemos vis­
to. Pero la ganancia teórica y práctica es mayor si
nuestra atención cae sobre el mecanismo psicológico
de la respuesta a esa voz, es decir, si nuestro ángulo
visual se dirige hacia quién contesta y busca el cómo
se contesta. Contesta, esto es claro, el hombre, la per­
sona; y no sólo con el entendimiento, su zona supe­
rior, ni con solo el estrato vital, la pasión, ni simple­
mente con actos externos; sino con todo ello a la vez,
esto es, con un acto de la personalidad total. Solo que
unas veces el acento fónico de la estimación recae so­
bre la actividad del entendimiento, y entonces las pa-

... > —
Principios naevos y anllguo® en orden a la formación inieteefua!

síones. los instintos se ordenan a ella; y otras sobre


la satisfacción de los instintos, sobre el placer, y ha­
cia él se dirige entonces todo el acontecer de las zo­
nas superiores. Esto, cualquiera que sea el tipo de la
vocación, incluida hasta la religiosa. ¿Cómo inter­
pretar el caso de un Miguel de Molinos o el de un
Rasputin sino como vocaciones religiosas cuyo acento
fué puesto en el placer? Son descarríos, ciertamente,
pero solo así puede comprenderse su complicada tra­
ma psicológica,. Por otra lado, todo el mundo conoce
excelentes artistas, buenos maestros y eminentes doc­
tos en los que el acicate primario de su actividad es
el afán de lucro o una bastarda sed de poderío. Y en
cuanto a las vocaciones de querer, cuando la valencia
se dirige a fines superiores, alcánzase ese ordenamien­
to heroico de toda la vida que se da en la aristocracia
de la artesanía: baste citar a Bernardo de Palíssy y
a Tomás Eddison. Es que, como dice Lawrence, el no­
velista inglés, hasta la oración tiene dejo de caricia y
hasta la caricia tiene rasgos de oración.
No debe hablarse, pues, de vocaciones desintere­
sadas. Todos nuestros actos persiguen su ganancia,
sea ésta el placer inmediato, la gloria humana o la
dicha ultraterrena, El sacrificio puro, ni es humano,
ni existe.
Réstanos ahora saber cómo se enciende la voca­
ción, cómo llega a nuestros oídos esa voz misteriosa.
A veces, la cosa es clara. Ciertamente, así en el caso
de Saulo, puede Dios ra,sgar con voz sonora los velos
infinitos que separan su esencia de la nuestra; pero,
casi siempre, el soplo del Señor se halla velado por
múltiples causas segundas analizables y aún determi­
nables por nosotros, Una vocación, en fin de cuentas,
es un amor, y un amor exige conocimiento previo. Pre­
cisamente, la suerte de la vocación, acaso la de la vida
misma, está en la rima de la realidad con aquella
pristina^ representación que encendió el afecto voca­
cional. como la suerte del matrimonio está parcial­
mente en la concordia entre la verdad, que vemos de

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LAIN ËNTRALÜÛ

la mujer amada y la representación primaria de ella


que hinchó la vela de nuestro amor.
Ahora estamos en la orilla de una comprensión
exacta del problema vocacional. Un dato cognoscitivo
previo respecto a una actividad humana enciende un
amor, una vocación; pero solo en el caso de que co-
.laboren la complexión del individuo y la índole del
conocimiento. Apliquemos el ejemplo de Spranger:
en .su tránsito a través de una calle, un arquitecto ve
sólo la línea de los edificios, un niño ios escaparates
de los bazares, una mujer las tiendas de modas. Ver,
en el sentido de aprehender vitalmente. Pues bien:
en su primer contacto con una actividad humana, un
individuo de tipo heroico verá lo que en ella haya de
deber esforzado; otro, apegado a lo práctico, captará
las posibilidades de pingüe botín; y un tercero, se­
diento de poderío, medirá los auspicios de mando. Si
a cada uno de estos tipos se les hace ver deliberada­
mente el lado de la actividad que a ellos conviene, en­
tonces hay gran probabilidad de que brote una voca­
ción clara. He aquí una consecuencia de peso: las vo­
caciones pueden ser, en la medida de lo humano, sus­
citadas y cultivadas.
No es éste, sin embargo, el único camino para crear
la vocación. Es conocimiento antiguo que la práctica
repetida de un acto engendra conocimiento y, si el
acto no es naturalmente malo, amor. Obrar es prin­
cipio de conocer, decía San Bernardo. Así se explican
esas vocaciones que trae consigo una práctica en prin­
cipio quizá poco placentera y la felicidad tardía de
esos matrimonios que vivieron una época de desen­
canto inicial. Von Uexküll ha insistido a lo largo de
sus libros en la coincidencia del Umwelt, dei perimun-
do o espacio vital, con el Wirkraum, el espacio de
actuación. Sí el hombre amplía mediante la práctica
el segundo, puede crearse un nuevo segmento del mun­
do circundante y una vocación.
Por fin, hay relaciones entre la vocación y la ap­
titud. Hay ocasiones en que la vocación brota porque
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nuevos y aniig'uos sa orden a *a í^rmacíósa Intelectual

determinada actividad nos es fácil y, por ende, pla­


centera. No más que de pasada quiero señalar, por
lo que supone de profunda raíz psicológica de este
hecho simple, aquel placer previo—Vorlust--que tan­
tas veces invoca Bühler como determinante de que
la acción discurra por éste o por el otro vertedero.
De otro lado. la ausencia de aptitud puede conducir
al ansia de sobrecompensarla., creando una vocación.
La referencia al sentimiento de inferioridad, y a la
psicología atíleriana es bien clara. Lord Byron, atra­
vesando el Helesponto a pesar de su cojera y precisa­
mente a causa de ella; Demóstenes, tartamudo y ora­
dor insigne, son dos ejemplos de claridad máxima.
Por qué en unos casos la vocación es creada por la
aptitud y en otros por su ausencia., es problema que
aquí debe quedar sólo planteado.
Hemos aprendido a tener un concepto optimista
de la vocación. Puede ésta ser creada por la influen­
cia ajena y quizá por la del propio sujeto. He aquí
una magnífica tarea de la segunda enseñanza, esta
de despertar el ímpetu vocacional.
La aptitud

Las últimas consideraciones nos han puesto en la


vía que conduce a la noción de aptitud. Al hablar de
ésta, ya se entiende que se hace referencia a las apti­
tudes especiales, a los llamados talentos parciales.
Que existe una aptitud global, variable desde la idio­
cia hasta el genio, esto es evidente. ¿Lo es tanto la
existencia de esos talentos parciales? La creencia casi
unánime es afirmativa: el talento musical de ios
Bach, el matemático de los Bernoulli! y otros casos
análogos serian pruebas evidentes. Según este punto
de vista, en el plasma germinal que nos legan nues­
tros padres vendrían impresas disposiciones especifi­
cas para tal o cual actividad. Hay quien ha visto ta­
lentos especiales para la ingeniería o para la agri­
cultura. Un paso más y los encontraremos para el con­
trapunto o para el cálculo vectorial.

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lain ENTRàLGO

Es necesario conjurar este evidente peligro y exa­


minar serenamente la doctrina de donde procede. La
cual no es sino esa concepción maquinistica y deter­
minista del hombre que culmina en la llamada orien­
tación profesional. La psicotecnia, en su raíz, consi­
dera a la unidad individual del hombre como escin­
dida en un abigarrado mosaico de propiedades y dis­
posiciones especíales, cada una de ellas heredada in­
dependientemente y revelada—sólo revelada—por el
mundo exterior. De este modo el acto humano es hijo
de lo que el hombre ha sido y es, pero no de lo que
puede ser;, con lo cual, evidentemente, se niegan esas
dos notas elementales del hombre que son la libertad
y la capacidad creadora. Esta concepción, por el solo
hecho de su pesimismo, ya se presiente falsa. Veamos
si el discurso nos lo demuestra así.
Pensemos, por ejemplo, en uno de esos casos en que
se da el talento matemático. Que existen familias de
matemáticos, esto es un hecho evidente. El hijo de
Bernouilli, sin embargo, ¿hubiese sido matemático se­
parado desde la infancia de su familia?; ¿cuál hu­
biese sido el rendimiento de su vida dedicado, por
ejemplo, a la Psicología? Estas dos preguntas, apa­
rentemente artificiosas, tocan de cerca, no obstante,
el problema de lo auténticamente heredable desde el
punto de vista psíquico, esto es, el de la aptitud pro­
piamente dicha. He aquí lo que Pfabler, el conocido
psicólogo, señala en fecha reciente a este respecto.
Distingue dos categorías de entidades psíquicas here­
dables. Unas ló son en el sentido más estricto, puesto
que no dependen del mundo circundante en su apa­
rición ni en su desarrollo: son las cualidades genui-
namente «vitales» que surgen desde el comienzo de
la vida, como la intensidad en la participación afec­
tiva, la atención, la perseveración y la actividad vi­
tal. Otras, aun siendo realmente hereditarias, lo cual
se demuestra porque aparecen siempre—fatalmente,
podría decirse-—cualquiera que sea el medio, depen­
den de las constelaciones ambientales en cuanto a su
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Principies nuevas y antiguos orden a la formación infgleciwal

forma especial y, digámoslo así, en cuanto a su bulto.


A este segundo orden pertenece, a mi juicio, el
talento. La investigación estadística ha demostrado
que el talento está entre las propiedades heredables.
Por otra parte, su aparición es fatal, en el sentido de
Pfahler, aunque adecuada al medio cultural. El nauta
primitivo que, basado en una desviación casual de
su barca, inventó el timón, puede ponerse al lado de
Becquerel, que penetra en el mundo inmenso de la
radiactividad a merced de un hecho fortuito de la­
boratorio. .Pero el talento especial, ese no aparece
siempre. ¿Por qué no hubo matemáticos geniales en
nuestro Siglo de Oro? Resulta cómico responder que
en España no había entonces talentos matemáticos
originarios, Talentos genéricos sí los hubo, y gran­
des; pero la constelación ambiental no les llevó a la
Matemática, sino a ia Teología, las Humanidades o la
vida espiritual.
He aquí como podría exponerse la realidad. Todo
hombre llega al mundo, en parte por virtud de he­
rencia, en parte por condiciones hasta ahora desco­
nocidas, con un determinado germen de talento, en­
tendido éste en sentido intelectual. La colisión con el
ambiente hace aflorar el talento y le señala orienta­
ción. -El que dicho talento dé rendimiento máximo
depende, más que de su especificidad originaría, de si
en aquella encrucijada de la orientación surgió o no
un impetuoso afecto vocacional. Dadme talento y vo­
cación, de cualquier clase que ésta sea, y de un ju­
rista os daré un etnógrafo, de un ingeniero un biólo­
go, La vocación o la libre decisión crean en esos casos
la aptitud especial. Yo conozco el ejemplo de un pro­
fesor universitario, notable médico y profundo psi­
cólogo, que comenzó destacando notablemente en Ma­
temáticas y en Física; y el de un distinguido docente
de Derecho en el que apuntó durante el bachillerato
una disposición feliz para la Química. Y así tantos
casos,
Sucede muchas veces que la simple diferencia en

— 40 -.
LAIN ENTBALOO

cuantía del talento dá frutos en apariencia cualita­


tivamente diferentes. Una inteligencia media, dedi­
cada a la Ciencia natural, llegará a comprender ios
hechos y las leyes, a ordenarlos y hasta a criticarlos
acertadamente. El genio de Aristóteles saltará sobre
ese punto de apoyo, creará toda una Filosofía de la
naturaleza y hasta llegará a una Metafísica, Cuan­
tía del talento y jerarquía de las ciencias nos podrían
explicar muchos de los llamados talentos especiales.
No quiere esto decir que no haya diferencias indivi­
duales, Las hay, desde luego, pero no en cuanto a la
cantera en que haya de verificarse el trabajo, sino
en cuanto al modo de ese trabajo, Asi como hay hom­
bres coléricos y flemáticos, afectuosos y fríos, pero to­
dos capaces de cualquier actividad humana—a la cual,
todo lo más, imprimirán un matiz especial— así tam­
bién hay modos individuales en el conocimiento, cuya
clasificación no es de este lugar: baste tan solo recor­
dar los tipos abstractivo y combinatorio, como ios más
caracterizados; el intuitivo y el intelectual, etc. ¡Qué
salto, desde la Medicina barroca de un Paracelso al
juicio sensato y razonador de un Sydenham! ¡Qué di­
ferencia, entre la Psicología silogística de un Tomás
de Aquino y el fluir intuitivo de un Bergson!
Así también en el Arte, siquiera su problema, co­
mo referente a un contacto intuitivo con la realidad,
no ofrezca las mismas soluciones que el de la inteli­
gencia. El talento artístico dá fruto siempre, cual­
quiera que sea el medio. El dibujante de Altamira,
nacido en el «quattrocento», hubiese alcanzado la in­
gravidez plena de gracia de un Sandro Botticelli. El
medio y ia vocación son los que determinan el senti­
do y la intensidad de la realización artística, en co­
munidad con ei modo del artista. Aquí, ciertamente,
hay una clara especificidad en cuanto a ia actividad
artística y hay que contar con ciertas aptitudes sen­
soriales o de otro orden para la pintura, la música o
la escultura; pero no hay que exagerar ambas, y bue­
na prueba es el polifacetismo de los grandes artistas
del Renacimiento.
.... 41
Principios nuevos y antiguos en orden a ja formación intelectual

En resumen; cuantía del talento, modo genérico


suyo, jerarquía de las ciencias, constelación ambien­
tal y vocación son los elementos que determinan los
llamados talentos parciales. Las aptitudes especiales
de la inteligencia, supuesta una aptitud global, pue­
den ser alcanzadas por la propia labor. EÎ pretexto
de una ineptitud especial, en consecuencia, entraña
las más de las veces una de dos cosas ; o un déficit in­
telectual «in genere» o una intensa afición al reposo.
Objetivo adecuado
Meta adecuada a los arrestos del caminante, tal es
la segunda de las condiciones previas que se señala­
ron. En nuestro caso, objetivos intelectuales propor­
cionados a la capacidad intelectual del que busca su
formación.
Es esto una necesidad urgente, si se quiere salvar
a la Universidad y a la Cultura. Desde hace unos lus­
tros, todo el mundo se cree con el derecho a la vida
universitaria, y la frase «la Universidad para ei pue­
blo» ha devenido ya tópico. La Universidad para el
pueblo, si; pero dando a pueblo el sentido vertical del
demos tradicional, porque la Universidad, si ha de exis­
tir, supone aristocracia del intelecto. Para esa defensa
del genuino fuero universitario—la aristocracia inte­
lectual—se han arbitrado dos medidas : el examen pre­
vio y la barrera de la psicotecnia. Es posible que así se
consiga algo; pero el conocimiento de esos exámenes en
masa y la experiencia personal en el empleo de «tests»
con miras selectivas me hace esperar bien poco. La en­
fermedad, la desarmonía social de que el síntoma pro­
cede, a saber: que el necio se saiga de obedecer, que
el discreto haga más que gobernar rectamente y que
el sabio no se limite a crear y a enseñar, esa enferme­
dad, digo, sólo se cura con una triaca : la vida interior,
el examen sereno, diligente y repetido de la propia rea­
lidad interna. Sin este principio, todo consejo exterior,
que también es necesario, resbala como sobre roca des­
nuda. Oteo interior, conocimiento propio, he ahí el me­
dio más poderoso para evitar la desesperación o la neu-

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LAIN BNTRALCO

rosis. He pensado muchas veces que el conocerse a sí


mismo no es difícil. Lo difícil, lo en ocasiones heroico,
es obrar de acuerdo con ese conocimiento; y así, .con
inmensa frecuencia, nuestros actos no son más que fa­
chadas orientadas hacia el mundo exterior tras las que
se oculta la auténtica personalidad. Keyseriíng ha di­
cho que el hombre representativo de nuestra época
es el chófer; es decir, el hombre al acecho del mundo
exterior. Véase la paradoja; porque el gran peligro pa­
ra el chófer—-las estadísticas lo demuestran—no está
en su mundo circundante, sino en su propia entraña;
en su sueño, en su ignorancia o en su temeridad.
Vida interior, ahora lo vemos claro, si queremos ori­
llar el fracaso y el resentimiento. Quisiera, como de pa­
so, hacer notar el valor que incluso en este rincón del
orden natural tienen los ejercicios espirituales Ignacia-
nos. Porque de ellos sale la ponderación serena de
nuestros propios objetivos, el brío para conseguirlos y
la mansa conformidad con lo alcanzado. Entonces se
aprende lo que decía Teresa de Cepeda y debería ser
aprendido por todos los ciudadanos de la república de
las ciencias y las letras: que también anda Dios entre
los pucheros de la cocina.
Fe en el propio trabajo

También aquí, como virtud del más subido linaje,


la fe. Decía Pemán hace poco, repitiendo un aserto de
ia filosofía tradicional, que sólo pueden obtenerse afir­
maciones cuando se ha partido de otra afirmación ini­
cial. La duda pura como principio, es estéril. Pues bien:
esta creencia en una verdad primaria no es otra cosa
que un acto de fe; y esa verdad preliminar, quiérase o
no, es un dogma. Así como el caminante no movería
sus píes si no creyera que existe la ciudad a que se di­
rige, así también ni el físico, ni el jurista, ni el biólogo
darían un paso sin una fe viva en verdades que ellos
no pueden demostrar. ¿Habría creado Vitoria el de­
recho de gentes sin una creencia firme en las normas
de una justicia inmutable? ¿Hubiese ideado Niels Bohr

43 —
Principios nuevos y antiguos en orden a ia formación intelectual

su modelo atómico dudando de la existencia real de


átomos y electrones? He aquí, pues, que estas verdades
Indemostradas, que estos dogmas, para emplear la pa­
labra precisa, son como el pábulo primario que exige
el trabajo de la inteligencia. Podría decirse que así co­
mo el niño, sér imperfecto en lo vital, necesita antes
de nacer del jugo nutricio materno, asi el hombre, ser
imperfecto en lo espiritual, necesita antes de producir,
de crear, el sustento de unas verdades elementales,
Fe en unas verdades previas ; fe en la realidad a que
conduce la acción ; tales son las condiciones ineludibles
del acto creador. Por eso ei escepticismo puro es radi­
calmente infecundo; y el escéptico un eunuco intelec­
tual al que no caben más que dos salidas: la angustia,
si se mantiene ceñido a los términos de su problema,
o la huida claudicante a la ironía o a la paradoja. Una­
muno, que siente trágicamente su problema, se angus­
tia porque quiere creer; Voltaire hurta cobardemente
su cuerpo feble e ironiza. Este es el sentido trascenden­
te de la ironía, tomada como estilo vital, y este es el
término de toda inteligencia que quiera trabajar ais­
lada. Porque incluso la fe, la creencia, no debe ser sim­
plemente intelectual. En el Evangelio se pide fe viva;
una fe que, llegando desde arriba a nuestros miembros,
temerosos de su pesantez, les haga caminar, ingrávi­
dos a fuerza de creer, sobre las aguas del Tiberíades.
Si en lo intelectual tenemos una fe análoga, entonces
la creación y ei progreso son frutos seguros.
Esta fe, sin embargo, en el trabajo de cada día, ha
de manar, como el chorrillo lo hace del hontanar, de
la fe en una verdad suprema. De otro modo el trabajo,
tomado como creación de la comunidad humana, no
es auténticamente fructífero; su producto se quiebra
en mil formaciones descoyuntadas que acaban por has­
tiar al que las concibió, esto es, al mismo hombre. Co­
mo crear exige, ya lo hemos visto, tener fe, incluso en
el orden intelectual, cuando falta la fe en un Creador
hay que ponerla integra en las criaturas. La ciencia,
el saber de la razón, ha sido la criatura en la que las

44 —
LAIN ENTRALGO

mentes han puesto su fe durante dos centurias y, efec­


tivamente, la ciencia experimental ha progresado has­
ta parir el engendro monstruoso de la civilización ac­
tual. Cuando se ve al hombre moderno empavorecido
ante los augurios de una guerra en la que son precisa­
mente las armas de la civilización las que amenazan la
existencia de la civilización misma y acaso la de la hu­
manidad, se siente de un modo dramático la verdad
de lo que acaba de decirse. Ante tal coyuntura, bioló­
gicamente, se impone una exigencia: desvalorizar a la
ciencia. Esto lo estamos viviendo ahora; y si no hubie­
se signos de más hondura, el simple hecho de que los
disturbios estudiantiles no se deban—como sucedió—
a cuestiones científicas, sino a la existencia de tal o
cual ministerio, sería muestra suficiente. Tras la quie­
bra de los valores científicos, sólo tres soluciones ca­
ben: o la vuelta al buen sentido, o la propia entrega
al instinto o el abandono a la superstición, a la magia,
al mito, Nadie mejor que Goethe ha sabido expresar los
actos de este drama hondo. Quien quiera comprender lo
viviente, dice Mefistófeles al Estudiante en versos cé­
lebres, descompóngalo en sus partes y elimine el espí­
ritu, Las consecuencias de este camino las encuentra
rnás tarde Fausto, cuando se duele de no ver otra, cosa
que esqueletos de animales y osamentas de muertos.
Y corno no tenía una sana, filosofía en que refugiarse,
se entrega a la magia, Drum hab’ich midi der Magie
ergeben, por eso me he entregado a la magia, exclama,
señalando, por la virtud del genio de su creador, la
tragedia del siglo y medio que venía tras él,
Aún a trueque de extender la digresión, quiero ha­
cer ver el alcance histórico-cultural de estas reflexio­
nes, El interés es doble para nosotros, españoles, por­
que roza de cerca el tan cacareado problema del atraso
de España. La Reforma, que por designio inescrutable
surgió en aquel joyante y vivaz alborear del Renaci­
miento, supuso la subversión del orden psicológico na­
tural de los actos humanos en lo tocante al problema
religioso y, de rechazo—como siempre sucede—, en

— 45
Principios nuevos y antiguos en orden a la formación Intelectual

cuanto atañía al cultural. Conocer—amar u odiar—ac-


tuar, esta es la norma. Pues bien: en lugar de colocar
■como base a la fe, que ya hemos visto es principio de
conocimiento, situó a la duda, esto es, el apartamiento
voluntario de lo indemostrable, esto es, a la acción.
..Esta primacía de la acción, trasladada a lo cultural,
señala la primacía y el apogeo de la ciencia experimen­
tal, de la ingerencia voluntaria en la naturaleza. Así
se explica nítidamente que ciencia experimental y téc­
nica cuajen al máximojtílí donde los reformadores ex­
pandieron su influencia, Pero cuando se han suprimido
voluntariamente los dogmas iniciales, hay que crear
mitos que los sustituyan; cuando no se tiene corazón
—-es decir, componente extraintelectual de la persona­
lidad—hay que inventarlo, ha dicho con agudeza Be­
navente. Esos mitos los crean, ¿hijos sin saberlo de la
Reforma, los enciclopedistas del siglo XVIII; son el mi­
to del progreso indefinido y el de la libertad política;
el primero con la fe en la ciencia como secuela, el otro
con el estrambote de la fe en la democracia. Ambos lian
sido los puntos cardinales del siglo XIX, más ingenuo,
pese a Daudet, que estúpido, Antes de la trascendental
singladura que para el mundo supuso la guerra, ellos
eran la tierra de promisión que a los pueblos un poco
al margen del llamado «europeísmo» señalaban sus in­
telectuales. Yo me explico, porque la he sentido, esa ad­
miración por la llamada ciencia europea de nuestros
abuelos del 98. Pero los jóvenes de la trasguerra que
vivimos con los ojos abiertos, no podemos ya engañar­
nos. Hemos visto que la ciencia ha dejado de ser un
mito para las gentes, precisamente porque no resuelve
ningún problema específicamente humano. Otros mi­
tos, el del Estado y el de la Raza, son los que hacen
vibrar a las muchedumbres, y acaso una de las tareas
más urgentes de esa nueva Cristiandad que predica
Maritain sea la de salvar a esa ciencia, como producto
que es del espíritu—aunque ya desposeída de su carác­
ter mítico—del desvio de la masa, así como hay que
evitar que el niño rompa, en su hastio, el juguete va­
lioso que antes le distrajo,
... -
lain entralqo

En resumen: fe viva en el propio trabajo, pero en­


garzada jerárquicamente sobre la fe en la verdad
suma.
LOS UTILES DE TRABAJO

Llegamos ahora' al estudio de los medios propios


para la formación intelectual. La primera cuestión,
qué estudiar. Hay dos respuestas fáciles: la enciclope­
dista—-un poco de todo—y la especialística —mucho de
una cosa—. Ambas son insatisfactorias por razones de­
masiado obvias. Yo quisiera encontrar la respuesta
justa planteando el problema en sus términos elemen­
tales.
El que yo haya de formarme intelectualmente, pue­
de reducirse a la siguiente fórmula: que yo aprenda
algunas cosas. Por lo tanto, todo sistema de formación
que aspire a ser recio, debe comenzar, so pena de
asentar en el aire, resolviendo lo relativo a ese yo,
¿Qué es el hombre? ¿A dónde se dirige su vida, a dón­
de el esfuerzo y el dolor de cada hora? Estos proble­
mas, los más elementales, pero también los más hon­
dos de todos los humanos, ya hemos visto que no los
resuelve la ciencia : se contestan—sólo—con un dogma
o con un mito. Con una teología o con una anti-teo-
logia. No es esta hora de argüir formalmente en pro
de la primera; mas el que sepa leer verá que buena
parte de lo escrito conspira a ese fin. En término de
cuentas, quien la rechace, si procede de buena fe, se
encontrará en el recodo sin salida que antes se Indicó.
Primer plano de toda formación sólida: el teológlco-
exlstencial.
Hemos de estudiar cosas: fenómenos físicos, he­
chos jurídicos, enfermedades. Tomadas desde un pun­
to de vista general, también estas «cosas» suscitan pro­
blemas. ¿Existen? ¿.Podemos conocerlas? ¿Cómo las
conocemos? Tales preguntas suponen como respuesta
un sistema filosófico y una psicología trascendente.
Sólo el filósofo profesional—valga la palabra—ahon­
dará en este su problema; pero un conocimiento se-
- 47 „
Principio» nuevos y onHg-uoa en orden a la formación Intelectual

río de las cuestiones filosóficas fundamentales deberla


ser obligatorio a todo universitario, He aquí el segun­
do plano de la formación, el filosófico.
Por fin, dentro de esta visión general del objeto de
estudio, esas «cosas» pueden relacionarse entre sí, y
de hecho lo hacen de dos maneras : o en tanto unida­
des conceptuales, y el tratado de su relación constitu­
ye la Lógica; o como entidades en las que se ha abs­
traído sólo lo relativo a número y cantidad, materia
que concierne a la Matemática. Aparece, pues, un pel­
daño formativo tocante a las relaciones generales de
las cosas: el plano lógico-matemático.
Ahora vemos cuál debe ser la raíz de una segunda
enseñanza auténticamente formativa. El conjunto de
las disciplinas a que hacen relación los planos indi­
cados, con unas pocas más complementarias (Ciencia
natural, Lenguas, Historia), serian magnifica base pa­
ra toda labor universitaria posterior.
Luego de estudiada la materia en su aspecto ge­
neral, viene la cuestión de las ciencias especiales. En
mí concepto, lógrase una clasificación aceptable ad­
mitiendo tres familias de ellas: las Ciencias de la Na­
turaleza, las Ciencias del hombre y las Ciencias de
las relaciones humanas. Entre las primeras, la Cien­
cia natural propiamente dicha—-en el sentido newto-
niano—y, en serie ascendente, la Biología. Esta, que
debe constituir la subfamilia de las Ciencias de la Na­
turaleza organizada, puesto que en ella se introduce
la vida como elemento nuevo, forma el puente de paso
a las Ciencias del hombre. Son éstas, entre otras, la
Psicología positiva (porque la trascendente pertenece
a la Filosofía), la Antropología en sentido estricto y
la Medicina, Por fin, la Psicología marca la transición
a las Ciencias de las relaciones humanas: la Sociolo­
gía, el Derecho, la Economía, la Filología, la Etnogra­
fía, la Historia y tantas otras.
A la vista de este árbol de las ciencias, aparece
clara la necesidad de señalar cuáles deben estudiarse
para llegar bien pertrechado al cultivo de una espe-

— 48 --
LAiN ENTRALQO

cialidatí cualquiera. Precisamente esa disposición ar­


bórea facilita la respuesta. Debe recorrerse, en primer
lugar, ese tronco común a todo conocimiento que vi­
mos dividido en tres planos; y, en cuanto a las cien­
cias especíales, es preciso el estudio de todas las que,
supuesta la división en las tres ramas, se hallen en
mayor proximidad a aquel tallo común. Así, la Geo­
logía presupone la Física y la Química. Sólo de esta
manera se evita que el especialista quede encerrado en
su estricto círculo de actividad y con ello esa nueva
barbarie de la especiallzación cerrada. Sin embargo,
esta sencilla solución entraña una auténtica dificul­
tad, SI camino para llegar ai cultivo de una disciplina
especial es así largo y penoso: ¿habrá entonces mera
posibilidad de realizar aquél, máxime teniendo en
cuenta la creciente complicación de cada provincia
científica? Porque cada ciencia especial lleva el aña­
dido de la técnica a ella correspondiente, cuyo domi­
nio, de continuo más difícil, exige imperativamente
una verdadera labor de artesanía. Tal dificultad que­
da soslayada considerando dos etapas en el estudio:
la de formación y la de cultivo. El estudio de forma­
ción exige, y de modo perentorio, ese andar lento y pe­
noso a través de todas las disciplinas previas. Para el
cultivo, sin embargo, ya no es de precepto tener pre­
sentes todos los conocimientos liminares: basta en­
tonces con saber su existencia, no solo para poder
echar mano de ellos en el momento necesario, sino
para conservar también ese cordón umbilical con to­
do el resto de la cultura.
Quiero hacer aplicación de estos principios al do­
minio que más de cerca me toca, a la Medicina. Es
preciso, en primer término, deshacer el equívoco en
que respecto a la Medicina viven incluso muchos mé­
dicos. La Medicina no es una ciencia, sino dos. De
una parte, la que se refiere al conocimiento de las en­
fermedades del cuerpo y de sus remedios, integrante,
como una Biología patológica, del grupo de las cien­
cias de la Naturaleza. De otra, la que atañe a la cum-

— 49 —
Principios nuevos y arduos an orden a lo formación íníeSscfual

cîôn .de las enfermedades de la persona, perteneciente


a la familia de las Ciencias del hombre. Es así porque
la superposición del espíritu determina .exigencias nue­
vas en la práctica del tratamiento. Que estas dos cien­
cias no pueden ser independientes entre sí, es cuestión
ociosa; y el hecho, insospechado para los médicos del
ochocientos, de que también el espíritu es necesario
para conocer las enfermedades humanas, es un argu­
mento defintivo. La misión de la primera, auxiliada
por su correspondiente y multifronte técnica, es, a lo
sumo, conocer y tratar la enfermedad; el alto afán
de la segunda, conocer y curar—aliviar, en todo ca­
so—al enfermo. El vaivén de la cultura ha hecho que
a lo largo de los siglos haya dominado uno u otro
modo de ver las cosas en la mente de los médicos. En
el alborear de la Medicina occidental, ya las viejas
escuelas de Cos y de Cnido grabaron con su índice las
dos vías, cuyo curso fluctuante y entrelazado no he­
mos de seguir. El siglo XIX señala acaso el apogeo
de la concepción naturalista de la Medicina. La vieja
escuela vienesa, con Rokitansky y Skoda a la cabeza,
exploraba a sus enfermos con la atención y la minu­
ciosidad de un entomólogo y luego alzaba los hombros
con el gesto de su nihilismo terapéutico. Por el otro
lado, el curanderismo más o menos «científico» de un
Asuero o de Gallspach.
Es vivamente instructivo el cotejo de dos docu­
mentos notables acerca de la formación del médico:
la lección de Wilhelm His, cuando en 1909 tomó po­
sesión de su cátedra de Berlín, y la conferencia de
Fernand Sauerbruch, el gran cirujano, pronunciada
veinte años más tarde ante la Sociedad alemana de
Naturalistas y Médicos. En. la primera, procedente de
una época en que ya se había iniciado el crepúsculo
de la orientación naturalista de la Medicina, His ve
los nuevos horizontes; pero destaca la formación
«científica» del estudiante, Sauerbruch, en la segun­
da, pone el acento en la supresión de especialidades,
en un estudio entrañable de ia Historia de la Medí-

-.SO ...
LAIN ENTRALGO

ciña y en la inclusion de la Filosofia entre las disci­


plinas del médico. Expuesta queda una visión de la
Medicina actual como la cresta unitiva de las dos
laderas. En consecuencia, el estudio de formación en
Medicina debe abarcar, como tareas preparatorias,
desde la Fisicoquímica y la Biología hasta la Antro­
pología y la Psicología de la persona. Mas luego, para
instituir con acierto ei tratamiento de un tífico o para
aliviar mediante palabras adecuadas la angustia vi­
tal de un enfermo que ve amenazada su existencia o
su asiento sobre la tierra, no hace falta tener presente
la fisicoquímica de las proteínas ni ser capaz de ha­
cer una crítica certera del psico-análisis. Si ambas co­
sas se saben, eso sí, tanto mejor. Por fin, y con ello
acabo este paréntesis, es preciso no olvidar ese ma­
tiz de artista que hay en el verdadero médico, hacia
el cual ha llamado bellamente la atención López Ibor
en libro reciente. De artista, en cuanto remodela en lo
corporal y en lo anímico a un hombre. Tal vez sea
esta la razón íntima de que existan médicos natos,
como hay pintores o poetas de nacimiento; y sea anu­
dado este cabo con aquel de la aptitud que dejamos
suelto.
Uso ADECUADO DE LOS UTILES
Sabemos ya los útiles de que hemos de valernos.
Toca ahora aprender a manejarlos. En cuanto a la
formación intelectual, sólo hay dos modos de hacerlo,
complementarlos entre sí: el estudio y la meditación.
Parece ocioso insistir sobre ello; pero hay que hacer­
lo y es urgente, porque pertenecía a ese tipo de verda­
des perogrullescas que de puro sabidas están olvida­
das. A nosotros, los españoles, suele vérsenos estudiar
brutalmente «en plan de oposiciones», como se dice.
El estudio genuinamente formativo, el único de veras
fructuoso, ese apenas se da entre nosotros. A mi jui­
cio, tres son sus enemigos principales, cuyo predomi­
nio es diferente según el grupo a que pertenece el es­
tudioso—aparte, claro es, la natural inclinación al re­
poso placentero—,

si -
PHnçípíoí nu*"!vcr? y «n orden a lo formación îrt$e!ec$val

Uno de ellos, eso que llaman pedagogía nueva, que


yo apellidaría, por hacerlo de algún modo, la de los
trabajos manuales. Poco más o menos, se tiene este
pensamiento, de clarísimo abolengo rusoníano: el ni­
ño es naturalmente bueno; pues, como las verdades
científicas también lo son, no habrá más que ponér­
selas delante y él las tomará espontáneamente. Con
este criterio, el estudio duro y tenso es tenido poco
menos que como un trabajo forzado. Llevado el punto
de vista a etapas de formación ulteriores, todos he­
mos conocido a jóvenes de talento a los que falta, sa­
tisfechos con cuatro cosas «prácticas», esa visión en­
trañable que da de la propia especialidad el estudio
auténtico.
Otro obstáculo lo forman las conferencias. Se dan
demasiadas conferencias. Puede ser que de muchas
de ellas saque fruto verdadero el propio conferencian­
te que es, a la postre, ei más beneficiado en todas; en
la mayor parte, sin embargo, el oyente en período de
formación logra bien poco. Es decir, si; adquiere la
firme convicción de que ha cumplido un elevado de­
ber intelectual, el suficiente para no estudiar aquel
día. Conferencias, sólo las necesarias para quebrar la
.monotonía del estudio y para adquirir estímulos ; esto
es, pocas. Lecciones y no conferencias, tal debe ser
la norma durante la formación.
Constituyen el tercer enemigo los llamados círcu­
los de estudios. Nadie se rasgue las vestiduras. Des­
pués de la labor personal seria, los círculos de estu­
dios son, no diré convenientes, pero incluso—en una
u otra forma—necesarios, como el diálogo es necesa­
rio a la inteligencia. El peligro del diálogo está en
degenerar en charla. El peligro del círculo de estu­
dios, precisamente, está también en convertirse en
tertulia. Lo primero, la labor callada y sola. Interrum­
pirla durante la formación es alterar el orden na­
tural de las cosas.
Es preciso repetirlo: estudio duro y tenso, entre­
cortado por la meditación y el reposo. No hay otro

52 —
LAIN ÜNTKALGO

medio de formación. Ahora, cuando ei aprendizaje


técnico, imprescindible en cualquier disciplina, exige
largo tiempo de verter hacia afuera la propia activi­
dad, hay que subrayar más aquella verdad.
Pormenores en el método

Como el aroma al buen vino, así al recio estudio


de formación convienen algunos pormenores que le
den viveza. Entre los que podrían señalarse, quiero
apuntar los que me parecen de más sustancia.
Uno de ellos, el libro breve. Nada más adecuado a
la formación que esos epítomes breves y enjundiosos,
capaces de proporcionarnos una visión clara y pano­
rámica, pero suficientemente estructurada, de cada
disciplna. Tanto más necesaria es la parvedad del li­
bro de estudio, cuanto que la multiplicidad de mate­
rias necesarias para la formación haría ésta imposi­
ble de otro modo. En España somos excesivamente
aficionados al libro grande. El estudiante destacado
cree que no cumple bien si no estudia un gran tra­
tado, en el que aprende más cosas, ciertamente, pero
a cambio de fijar menos sólidamente los principios bá­
sicos. Nosotros, los estudiantes de Medicina de hace
todavía pocos años, recordamos con espanto las lar­
gas horas pasadas sobre el Testut, aprendiendo deta­
lles y detalles que se olvidaban a los pocos días de sa­
bidos. La Iglesia enseña su Catecismo, pero lo exige
con saber vivo; y, para aquel que se forme a su som­
bra, nada mejor que las líneas un poco secas del Ca­
tecismo en orden al primer plano que señalamos en
la formación. Busquemos, pues, el breve compendio
de nuestra disciplina que siempre habremos de tener
sobre la mesilla de noche.
Después del epitome, la monografía y la revista;
pero sin prisa y, desde luego, nunca antes de ios úl­
timos años de la carrera. Entonces, sin embargo, to­
davía son convenientes asiduos retornos a la inicia­
ción. Decía Lord Kelvin: «cuando una cosa se puede
dibujar, ia comprendo; cuando no se puede dibujar,

65
Principien nu&Y&s y antiguos an orden a ia formación intelectual

no la comprendo». Entendamos esto cum grano salis.


Las ideas, claro es, no pueden dibujarse; pero ad­
quieren cierta ordenación geométrica cuando son lle­
vadas una y otra vez a los esquemas elementales de
cada orden del saber. Y donde está la utilidad está
también el placer; porque, salvo la creación—-que es
accesible a muy pocos-—, nada hay en lo intelectual
tan placentero como lograr personalmente el engarce
de ideas nuevas con aquellos esquemas primarias.
Condición de primera ala es el trabajo reposado.
«Sé como la estrella—decía Goethe—; sin prisa y sin
pausa». Trabajo reposado, entrecortado sólo por la
meditación y el descanso—el cual, hoy lo sabemos ya,
también en un proceso activo, y más todavía en lo
psíquico—. En España parece que todo se concita con­
tra esta elemental norma; un absurdo sistema de exa­
men tras examen, coronado luego por la oposición
.—únicamente aceptable en tanto sea el único medio
para cohonestar la picaresca de nuestras costumbres
públicas—, nos obliga a «empollar», según la gráfica
expresión, más bien que a estudiar. Así se da ese tipo
de profesor universitario que llega en pocos años al
adocenamiento, como si el esf uerzo preoposicional hu­
biese agotado su capacidad de trabajo científico. Es
preciso, pues, volver a la dichosa calma con que se
hicieron las grandes catedrales y todas las grandes
obras; ahora que la técnica nos atosiga, urge volver,
en cuanto a la ordenación formal, a la sabia grada­
ción de la artesanía tradicional; es preciso, en fin, pa­
ra emplear la cabal frase de d’Ors, Instaurar la aris­
tocracia del trabajo bien hecho, y éste no se consi­
gue sin un lento recrearse en la propia obra.
Creo también de primer orden, si existe designio
de perfección, las salidas episódicas del campo propio.
La labor continua sobre el mismo surco produce a La
larga hastío y limitación de miras. Pues bien: nada
más adecuado para combatir uno y otra que esas bre­
ves incursiones por otros campos del saber y de ia
belleza. Este oreo por nuevas brisas hincha el pulmón

... 51
LAIN ENTHALQO

de la mente, nos trae el hálito de lo humano en toda


su extension y nos ata con nuevos vínculos al árbol
de la plena cultura. «Hombre soy, y natía humano
me es extraño», dijo el poeta pagano. Pero, cuidado,
yo no defiendo el. enciclopedismo, ni aquello de que
el saber no ocupa lugar. Labor ahincada en lo propio,
esto lo primero; y luego, así como Sócrates tañía la
flauta, breve y placentero contacto con la labor de los
otros. Multurn, sed non inulta, esto, sí, en todo su vi­
gor; pero, luego, el erugio gozoso en el cercado ajeno.
Quiero acabar estas páginas reafirmando la nota
fundamental de cuanto se refiere a la formación: la
servidumbre. El estudiante ha atendido, con quebran­
to de su propio sér, a las voces de sirena que le inci­
taban a la rebeldía y desertó de su deber para seguir
su placer, oculto a veces en los entresijos de un mal
entendido derecho. Si ha de volver a cumplir su mi­
sión, necesita ahormar su conducta a la férula de la
servidumbre. Servidumbre al maestro, aunque éste ha­
ya hecho de la cátedra, como tantas veces sucede, es­
cabel político o pingüe escarcela; porque, como ha re­
cordado Maritain, no han de coincidir subordinación
y mudo sometimiento. Servidumbre al propio callado
deber de formación. Esta es la única escuela de ver­
dadera sabiduría, el único medio de conseguir la ple­
nitud del propio vaso intelectual
P. Lain Entralgo.

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