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De la “revolución” a la “nano-
intervención”: tonos, inflexiones y
acentos en la escena teórica
contemporánea
ANALÍA GERBAUDO

Le travail que l’écrivain imprime au langage est


intrinsèquement engagé, même si l’auteur ne prône
pas directement des slogans syndicalistes ou
politiques.
Julia Kristeva, Au risque de la pensée

Empezamos, como se habrá advertido, con muchas comillas. Un modo más


o menos cómodo de explicitar que los términos que están en el corazón de este
artículo no son míos. Si los tomo es porque, junto a los textos en los que se
inscriben, dan cuenta, tal como promete el título, de tonos, inflexiones y acentos
de esa disciplina de límites borroneados que llamamos “teoría literaria” durante
el último medio siglo. Una forma de entrar a dicha “época” (Derrida, 1967) a
partir algunos hilos de su trama (cf. Derrida, 1972), tejida con diferentes motivos
según los enclaves geopolíticos. Una escena de la que escojo algunos actores.
Para empezar, Julia Kristeva cuyo devenir, visto superficialmente, parece
indicar un giro radical que, sin embargo, revela continuidades profundas atadas
tanto a las preguntas que marcan sus textos prácticamente desde sus comienzos
como a dos obsesiones temáticas: la atención a la “necesidad de creer” (2011a:
260) hilvanada a la religión y a las artes (canalizaciones potenciales de esa bús-
queda1) y la atención a la necesidad de transformación (expresada tanto en su

1
En la intersección de psicoanálisis y fe hay una ilusión que, no obstante, da lugar a derivas
diferentes: “On dit souvent que la psychanalyse remplace la religion, qu’elle serait une sorte de
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léxico –algunas de sus recurrencias se descubrirán a continuación– como en sus


decisiones –por ejemplo, la de introducir en Francia hacia los sesenta la entonces
desconocida obra de Mijail Bajtin (2001: 31), la de analizar las vanguardias y los
hitos que suponen cambios en diferentes campos–). En su recorrido se repiten
algunos conceptos unidos a un conjunto de hipótesis y de búsquedas: la relación
entre “sufrimiento”, psicoanálisis y su potencial para ayudar a hallar un sentido
a la vida a partir de la “interrogación” (1984) entendida también como reaseguro
frente a cualquier dogma (2001: 85) y como marca del trabajo intelectual por
oposición al mero esteticismo2 y a la experticia técnica; la emergencia misma del
psicoanálisis como una “revolución” dada su confrontación con la “racionali-
dad positivista” (1984: 13) y su empleo en la lectura de la producción no sólo
artística contemporánea (1983, 1999); su lucha contra los totalitarismos (1999,
2000); su defensa de los derechos de las mujeres (2007, 2011b). En esa continui-
dad es claro el pasaje de una semiótica tal vez delirante en su instrumentación
práctica fundada en una im-posible3 confluencia epistemológica y articulada en

confession et un sorte de espoir. C’est vrai et faux. Car à la fin de l’analyse, qui met fin au
contrat analytique, l’analysant expérimente la possibilité d’un lien qui n’est pas une adhérence.
Un croyant appartient: il appartient au Nom du père, à un communauté, à son église, à une
morale bien défini, aux dogmes de sa foi” (2001: 129).
2
“Quand San Augustin dit que l’essence de l’homme est de se poser des questions sur soi, que
le moment de vérité est celui où ‘je’ deviens ‘question pour moi même’ (quaestio mihi factus
sum), il préfigure le combat des intellectuels, leur capacité à contester. Cette possibilité de
contestation peut conduire à des impasses, mais elle est la vie même comme vie de la pensée.
Si les intellectuels l’abandonnent, ils renoncent à leur rôle, tout simplement pour devenir des
esthètes ou des spécialistes” (2001: 41).
3
Dos aclaraciones. La primera: uso el término “imposible” desde la apertura a la historia que
habilita la acepción derrideana (cf. Derrida, 1998a, 1998b). La segunda: en la semiótica de
Kristeva confluían la lingüística generativa en sus primeros esbozos (Chomsky, 1957), el psi-
coanálisis (en particular, la teoría de Sigmund Freud sobre la interpretación de los sueños
[1901]) y las tesis de Karl Marx (1873) que hacen foco sobre la producción en sus análisis de la
economía. Teorías asociadas por su carácter revolucionario (en el seno de cada disciplina y en
las ciencias sociales y humanas en general dada la transformación de los conceptos de sujeto,
lenguaje y trabajo) y por la postulación, en cada caso, de dos niveles (superficial o manifiesto
y latente o profundo). En su propuesta, escudriñables a partir de esa particular refundición
epistemológica que llama “semanálisis” (1969). Una ocurrencia estimulada por las vanguar-
dias literarias y también por el Saussure de los anagramas, Bajtin con sus tesis sobre el dialogismo
y la polifonía y Derrida con su “nueva ciencia” llamada “gramatología” (1967). El carácter en
ciernes de este trabajo se advierte en las primeras páginas de su monumental Semiótica: “La
ciencia del texto es una condensación, en el sentido analítico del término, de la práctica histórica
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un metalenguaje técnico duro (1969) a una escritura que se enreda con la del
objeto que analiza (1994, 1998a)4. Un pasaje de una insistencia en el “texto”
(1969) a una obsesión por la “experiencia” (1994, 1996) legible, de todos modos,
en las inscripciones significantes5.
Intento mostrar que no es posible hablar de un viraje que iría, digamos, de la
Semiótica (1969) y La Révolution du langage poétique. L’avant-garde à la fin du XIXe
siècle, Lautréamont et Mallarmé (1974) a Sens et non sens de la révolte. Pouvoirs et limi-
tes de la psychanalyse (1996), La revuelta íntima (1997) o El porvenir de la revuelta
(1998). Otros encuentran también en la base de los cambios sucintamente
descriptos una continuidad. En el prólogo a Sentido y sin sentido de la revuelta Fer-
nando Urribarri apunta: “La revolución del lenguaje poético (1974), título de uno de
sus primeros y principales libros, simboliza su época de adhesión simultánea al
maoísmo y a la idea de potencial socialmente revolucionario de la poesía. ¿Cómo
no ver en él cierto antecedente de interés por la revuelta?” (1996: 12).
Se podría afirmar que la constante en Kristeva se encuentra en sus preguntas
fundamentales con las variaciones en las respuestas tramadas en relación a una
escucha y a una mirada atentas a la modificación de los escenarios y a los nuevos
tonos e inflexiones de quienes los ocupan. Tal vez, podría sorprender a algún
desprevenido encontrar en su página web varias fotos ligadas a la elección del

–la ciencia de la figurabilidad de la historia: ‘reflexión del proceso histórico en una forma
abstracta y teórica consecuente, reflexión corregida, pero según las leyes que nos propone el
propio proceso histórico real, de suerte que cada momento puede ser considerado desde el
punto de vista de su producción, allí donde el proceso alcanza su plena madurez y su forma
clásica’ (Marx y Engels). Los estudios que vienen a continuación (…) son consecuencia de las
etapas sucesivas de una labor ni definitiva ni acabada, son testimonio de un primer intento de
elaboración teórica que sería contemporáneo de la práctica textual actual y de la ciencia de las
significaciones de nuestros días. Intentan aprehender a través de la lengua lo que es extraño a
sus costumbres y turba su conformismo: el texto y su ciencia, para integrarlos a la construc-
ción de una gnoseología materialista” (1969: 32).
4
“La littérature n’est pas un objet extérieur, sur lequel on va plaquer la psychanalyse –elle est
une expérience qui constitue la vie psychique–, psychanalyse et littérature se côtoient et se
croisent” (2001: 65-66).
5
Kristeva define la experiencia como “l’apparition dans la langue de quelque chose de nouveau
qui n’a pas été nommé jusque-là, qui s’enracine dans le senti, le passionnel et l’archaïque, ainsi
que la possibilité de donner un sens à cette déchirure. Comme un extase douloureuse ou
lumineuse, que je tends à cerner dans du nommable et du transmisible” (2001: 64).
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reciente Papa junto a entrevistas en las que subraya tanto sus orígenes (otra cons-
tante en los puntos de atención de Kristeva –cf. 1988, 2001–) como su nombre: la
novedad que supone la asunción de un Papa que “viene del fin del mundo” y que
elige el nombre de Francisco (2013), la interpelan. No sorprende esta reacción a
quienes venimos siguiendo (personalmente, con curiosidad) la importancia polí-
tica que la propia Kristeva dio a la invitación recibida por el Papa anterior,
Benedicto XVI, a intervenir en un encuentro interreligioso celebrado en Asís el
27 de octubre de 2011. Su conferencia “Diez principios para el humanismo del
Siglo XXI”6 (que trae el eco de los diez mandamientos, también por su tono
inusualmente normativo y categórico) está atravesada por las mismas preguntas
y preocupaciones que recorren su producción, aunque tocada por cierto tono
místico, tal vez más notorio por provenir de una declarada no creyente (cf.
Kristeva, 2012) y por la inscripción de un nuevo concepto: lo “multiverso”. Así,
junto al octavo principio, afirma: “No existe el Universo, la investigación cientí-
fica descubre y no deja de estudiar lo Multiverso. Multiplicidad de culturas, de
religiones, de gustos y de creaciones” (2011b). Kristeva evoca el Renacimiento,
el siglo de las Luces y trae los nombres de Erasmo, Diderot, Voltaire, Rousseau,
Sade y de “ese judío ateo que fue Sigmund Freud”. Un colectivo heterogéneo
que sitúa en la lucha por “la libertad de los hombres y de las mujeres a rebelarse
contra los dogmas y las opresiones, a emancipar sus espíritus y cuerpos, a poner
en cuestión toda certeza, mandato o valor” (2011b). Un llamado a la duda que
aparta de toda forma de “nihilismo apocalíptico” (2011b)7.
El intento de reformulación categorial es otra constante en sus trabajos. La
reposición de Freud en la escena teórica se hilvana a otras: la de Jean-Paul Sartre8,

6
Salvo que indique lo contrario, cuando aparecen en español citas de textos cuyo título origi-
nal se consigna en francés en la bibliografía, utilizo mi versión.
7
Aclaro que estoy trabajando con la versión larga de la misma conferencia, pronunciada com-
pleta en la Universidad de Roma el 26 de octubre de 2011 junto a la delegación de humanistas
convocados y con la participación del cardinal Ravasi. Como se puede ver en su sitio Web
(Kristeva, 2011b), la versión leída en Asís al día siguiente es más acotada y evita los pasajes
más ríspidos: justamente, varios de los que retomo y cito en esta presentación.
8
“Cuando nos interrogamos sobre la revuelta en el mundo contemporáneo, en la literatura
contemporánea, la experiencia de Sartre es insoslayable (…). Desde hace algún tiempo reina
una especie de consenso blando en todos los campos, y Sartre se ve a menudo despreciado,
muy injustamente, en mi opinión” (1996: 251).
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Roland Barthes9 y Louis Aragon10 (1996) unidas luego a las de Hannah Arendt
(1999), Melanie Klein (2000) y Colette (2003)11. Es la Kristeva desencantada por
la burocracia estalinista (1996: 23), por “los negocios y escándalos” de las “de-
mocracias postindustriales y poscomunistas” (19), por “los retornos represivos a
las necesidades identitarias” que “salen de nuevo a la superficie: nacionalismo,
tradicionalismo, conservadurismo, fundamentalismo, etc.” (43) la que atiende
tanto a la “necesidad de creer” (41) como a la “necesidad de revuelta” (2001: 39-
43)12, la que escucha “la creencia del ateo Sartre” (1996: 41), la que trata de

9
“Aunque el odio … persista como una especialidad bien francesa –¿serán las agrias recaídas
de la duda cartesiana?– y continúe desvalorizando las obras insumisas; aunque los escritos de
Barthes, en este clima, sufran ataques o denigraciones, trataré de demostrarles que no hay en
Barthes nada de un nihilista que hubiese contribuido, junto con los demás ‘estructuralistas’ o
‘teoricistas’, a matar la novela francesa (¡nada menos, y entre otras cosas!). No hay un ‘nihilis-
ta’, pues, sino un trágico sobrio, y esto porque desde comienzos de la década de 1950 consagró
su reflexión a las desventuras del sentido. (…) Existe sentido, y es analizable: tal fue, sino la
‘posición’, pues él era demasiado sutil para ‘posicionarse’, sino la intuición de Barthes, que él
transformó en sabor, en música, en sentido de la moda … y en placer del texto, deslizándose
por entre la rigidez de los conceptos y fascinándolos en una escritura sensible a la enfermedad,
a la ausencia y a la ironía” (1996: 245).
10
“El nombre de Aragon está asociado a dos movimientos que conmovieron este siglo: el
surrealismo y el estalinismo” (1996: 183).
11
En su “introducción general” a los tres tomos de El genio femenino Kristeva afirma: “Hannah
Arendt, una de las protagonistas de esta obra en tres tomos, se burla alegremente del ‘genio’,
inventado, según ella, por los hombres del Renacimiento: frustrados al verse asimilados a los
frutos de sus actividades, aunque fueran cada vez más excelsas, y mientras estaban perdiendo
a Dios, habrían desplazado su trascendencia hacia los mejores individuos de su tiempo. (…)
Me parece que el término ‘genio’ designa hoy en día aventuras paradójicas, experiencias sin-
gulares, excesos sorprendentes, que surgen a pesar de todo en nuestro universo cada vez más
estandarizado. Su aparición conmocionante, tan difícil, incluso imposible, abre el sentido de
la existencia humana. ¿Justificaría el genio el sentido de la vida? No, responden las protagonis-
tas de este libro, pues la vida se justifica de manera más humilde. (…) Como los héroes griegos
de la Antigüedad, mis genios tienen cualidades por cierto excepcionales, pero de las que tam-
bién estamos dotados la mayor parte de nosotros. Por añadidura, “ellos”, los genios (en este
caso “ellas”, tres mujeres), no cesan de cometer errores y mostrar sus límites. Lo que los
distingue no es más que haberle dejado a la opinión … una obra arraigada en la biografía de su
experiencia. (…) Llamamos ‘genios’ a quienes nos obligan a narrarnos su historia porque ella
es indisociable de sus invenciones, de las innovaciones volcadas al desarrollo de su pensamien-
to y de los seres, de la floración de los interrogantes, de los descubrimientos y placeres que esas
invenciones han generado. Sus aportes nos conciernen tan íntimamente que no podemos per-
cibirlos sin arraigarlos en la vida de sus autores” (1999: 9-10). Vida que, unas páginas más
adelante, define como “relato” (21).
12
“La révolte constitue notre intimité psychique, le psychisme comme vie. Si l’enfant ne se
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explicar por qué “el arte y la literatura son la continuación de lo sagrado por
otros medios” (33). “Nuestros pueblos son pueblos de cultura en el sentido de
que la cultura es su conciencia crítica; baste pensar en la duda cartesiana, en el
libre pensamiento de la Ilustración, en la negatividad hegeliana, en el pensa-
miento de Marx, en el inconsciente de Freud” (23). Como se advertirá, el ensam-
ble ideológico es notable (no más que en sus tiempos “semióticos”). Y la lista
sigue para incluir el Yo acuso de Émile Zola junto a las obras de Antonin Artaud,
Pablo Picasso, Jackson Pollock, Francis Bacon: “Los grandes momentos del arte
y la cultura en el siglo XX son momentos de revuelta formal y metafísica” (23),
apunta. Nuevamente, la atención al lenguaje y a las necesidades subjetivas: “Ya
no se trata de ponerse en conformidad con lo ‘universal’” (43). Y agrega: “Se
trata de forzar a fondo la exigencia de lo universal y la exigencia de singularidad
en cada individuo, haciendo de este movimiento simultáneo el resorte del pensa-
miento a la vez que del lenguaje” (43). En esa búsqueda Kristeva sitúa la revuel-
ta: “una revuelta infinitesimal” (1998: 16) atada a la necesidad de “interrogar”, a
la “duda” y también al “entusiasmo” (1996: 44).
El pasaje del “cientificismo” (o tal vez del “tecnicismo”) al “humanismo” se
descubre, por otros avatares y con otros matices, en Tzvetan Todorov.
Comencemos prácticamente por el final: en 2007 Todorov publica La littérature
en péril. Un ensayo que imbrica su historia de formación con su lectura del estado
de la enseñanza de la literatura en Francia. El relato autobiográfico resulta escla-
recedor ya que despeja las razones personales que llevaron a que, en su recorrido
intelectual, algunas preguntas con sus correlativas respuestas teóricas se impu-
sieran con fervor para luego reemplazarse por otras: de origen búlgaro (como
Kristeva), Todorov asocia su fascinación juvenil por el formalismo ruso con el
rechazo que le provocaban las lecturas dominantes en su país mientras rememora
una educación literaria repartida entre la erudición familiar y la propaganda ofi-
cial estalinista (Todorov, 2007: 9; 2011a: 309). Los formalistas, símbolo de la
resistencia a las lecturas totalitarias, no eran conocidos por los sesenta en Fran-
cia. Después de una estadía inicial por un año en París y antes de terminar su

révolte pas contre le père ou la mère, si l’adolescent ne crée pas une réalité rebelle contre ses
parents, contre l’école ou contre l’État, il est tout simplement mort. Il se prive de la possibilité
d’innovation et de création, il devient un robot” (2001: 40)
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doctorado y de ingresar al CNRS (Centre National de la Recherche Scientifique),


en 1965 publica Théorie de la Literature: una antología traducida de sus textos que
tendrá su versión al español y será muy leída y utilizada en la formación de
docentes en Argentina.
Todorov liga el cambio de su enfoque teórico al cambio de sus condiciones
de vida: su interés casi exclusivo por la materia verbal de los textos era, en buena
medida, una actitud defensiva ante el énfasis puesto sobre ciertos aspectos ideo-
lógicos en la Bulgaria de su juventud. A mitad de los años setenta, establecido en
Francia, desaparecen las “causas” (2007: 14) que motivaban su reacción. Retros-
pectivamente también enlaza sus lecturas de psicología, filosofía, antropología e
historia de aquel tiempo con el progresivo replanteo de sus interrogantes sobre la
literatura (2002, 2007, 2011a). No es casual que por esos años empiece a publicar
trabajos como Mikhaïl Bakhtine. Le principe dialogique suivi de Écrits du Cercle de
Bakhtine (1981), La conquête de l’Ámerique. La question de l’autre (1982), La vie
commune. Essai d’anthropologie générale (1995a), Les abus de la mémoire (1995b), y
más recientemente L’expérience totalitaire (2011b), entre otros títulos que confir-
man su deslizamiento hacia otra esfera de planteos.
Las preguntas de Todorov a la literatura se modifican. Si la literatura es esa
forma de discurso que lo “ayuda a vivir” (2007: 15), eso es básicamente porque
su lectura le permite “descubrir otros mundos” y “comprenderlos mejor” (15): la
literatura “amplía nuestro universo, incitándonos a imaginar otras formas de
concebirlo y de organizarlo, (...) abre al infinito esta posibilidad de interacción
con los otros y, por lo tanto, nos enriquece” (16). Esta perspectiva de sesgo hu-
manista supone, invariablemente, el abandono de la pregunta por la literariedad.
Una pregunta que, no obstante, aún hoy atraviesa la enseñanza superior fran-
cesa, dividida entre la predominancia de la crítica genética, los estudios compa-
rados, la moda de la ecocrítica (reciente juguete importado en el interjuego del
turismo académico y de los intercambios con otros países “centrales” ante cuyos
representantes intelectuales los investigadores franceses no titubean a la hora de
optar por la enunciación en inglés –cf. Glotfelty y Fromm, 1996; Coupe, 2000;
Garrard, 2004–) y una actualización de la vieja narratología que lo cuenta al
propio Todorov entre sus fundadores junto a Roland Barthes, Gérard Genette
(que sigue enarbolando su Palimpsestos [cf. 2013]) y Algirdas Julien Greimas,
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entre otros.
Con cierta rispidez respecto de la producción de Todorov, evidente en su
comentario despectivo respecto de su traducción de los formalistas rusos, en Le
démon de la théorie. Littérature et sens commun, un texto desparejo pero que no obs-
tante no ha sido desestimado por la crítica, Antoine Compagnon localiza en los
años sesenta y setenta el período de apogeo de la teoría literaria en Francia,
reducida luego a método aplicable, a una “pequeña técnica pedagógica” (1998:
11). Su libro, una versión de un Seminario dictado en la Universidad de Colum-
bia en Nueva York y de un curso sobre teoría literaria en la Sorbona, enhebra
diagnósticos en parte certeros con generalizaciones y equívocos: Compagnon se
enreda con el mismo sentido común contra el que batalla. Por ejemplo, en un
pasaje señala que “los teóricos de los años sesenta y setenta no encontraron suce-
sores” (12), y a continuación agrega: “Barthes mismo ha sido canonizado, lo que
no es el mejor modo de guardar una obra viva y activa” (12). Despejemos al
menos dos cuestiones.
Por un lado, observemos que los maestros de los sesenta y setenta sí encon-
traron sucesores: que Compagnon los considere seguidores epigonales que no
produjeron ninguna renovación conceptual importante en esa misma línea es
dar otro matiz al tema. Retomemos el caso de Todorov dado que es uno de los
autores que venimos trabajando. Es interesante reponer dos cuestiones ya que
enriquecen la lectura de este punto. La primera: Todorov decide no participar de
una nueva versión de su muy difundido Dictionnaire encyclopédique des sciences du
langage escrito junto a Oswald Ducrot (1972 [1979]). Es imposible no leer esta
decisión en el marco de su cambio de postura respecto de los modos de interro-
gar la literatura. La actualización que da lugar al Nouveau Dictionnaire
Encyclopédique des Sciences du langage (1995) está a cargo de Oswald Ducrot y de
Jean-Marie Schaeffer con la colaboración de Marielle Abrioux, Dominique
Bassano, George Boulakia, Michel de Fornel y Philippe Roussin13. Y aquí hilva-
namos la segunda cuestión: Philippe Roussin puede considerarse, sin lugar a
dudas, uno de sus discípulos más fieles. Sus trabajos (2010, 2011a, 2011b) como

13
En la “Introducción” se incluye un agradecimiento especial a Todorov por permitir utilizar
ciertos pasajes de la versión de 1972: es por ello que su nombre se agrega al de los colaborado-
res (1995: 12).
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sus Seminarios14 revelan una continuidad con el tipo de búsqueda narratológica


que Torodov desarrolló hasta la década del setenta.
Por otro lado, y aquí vuelvo sobre la segunda afirmación de Compagnon,
canonizar no necesariamente supone ahogar la potencia de una obra. Hay en
torno de este tema una pose romántica que liga, extemporánea y determinista, la
enseñanza institucional a la asfixia y la burocratización.
Finalmente, y para cerrar este punto: con cierto dejo de melancolía pero
también con algo de malicia, Compagnon observa que “la teoría literaria ya no
es lo que era” (12): “inofensiva, espera a los estudiantes a la hora señalada, sin
intercambio con otras especialidades ni con el mundo” (12). El concepto de teo-
ría literaria que suscribe es restringido: como en la mayor parte de la enseñanza
francesa, no incluye los elocuentes desarrollos de Pierre Bourdieu, Michel
Foucault o Jacques Derrida, por citar a tres que pregnaron las clases argentinas
(Jorge Panesi, Josefina Ludmer y Miguel Dalmaroni son sólo algunos de los
nombres de una larga serie de docentes que los han enseñado en sus cátedras o
seminarios del área). En Francia, la división y la jerarquización disciplinares son
tajantes: sorprenderá encontrar, por ejemplo, un proyecto de investigación en
literatura centrado en la cuestión animal15 que realiza sólo una rápida mención a
Derrida. Si bien remite a su ocurrente concepto “animot” (2006) (es decir,
“animote”, como bien nos ha enseñado a pensar Cristina De Peretti a partir de
su inteligente traducción; ani-mote, animal-palabra [pocas veces una traducción
ha podido lograr poner de relieve, como en la lengua de partida, el carácter ideo-
lógico de la nominación]), pasa por alto la operación de desmontaje que ensaya
(supuestos de larga data respecto de lo que nos constituye como “humanos” por
oposición a las “bestias” son corroídos desde una sutil filigrana que pone al des-
nudo intereses políticos y responsabilidades filosóficas).
Este carácter acotado de la teoría se refuerza con una delimitación entre

14
Sólo el título del seminario dictado en el Centre de Recherches pour les Arts et le langage
(École des Hautes Études en Sciences Sociales, París) entre noviembre de 2011 y junio de 2012
desnuda esta filiación: “Narratologies contemporaines”.
15
Me refiero al proyecto Animaux et animalité dans la littérature de langue française (XX-XXI siècles)
dirigido por Anne Simon. Agence National de la Recherche, 2010. Ver http://
animots.hypotheses.org/
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Teoría literaria y Teoría de la literatura, por un lado, y entre teoría de la literatura


y filosofía de la literatura, por el otro, que es importante discutir dados los crite-
rios enclenques que sostienen tal taxonomía.
Por un lado, Compagnon pretende definir, no sin enredos, a la teoría de la
literatura como “una rama de la literatura general y comparada” de la que el
manual Theory of literature de René Wellek y Austin Warren sería un ejemplo.
Opone la teoría de la literatura (“una reflexión sobre las condiciones de la litera-
tura, de la crítica literaria y de la historia literaria; una crítica de la crítica o
metacrítica” [22]) a la teoría literaria, de carácter “más oposicional” o, más bien,
una “crítica de la ideología que comprende la de la teoría de la literatura” (22).
El ejemplo destacado: el formalismo ruso que, si seguimos a Compagnon, ha
sido erróneamente caratulado, en la selección traducida por Todorov, como Théorie
de la littérature.
Por otro lado, Compagnon afirma que la teoría de la literatura no se confun-
de con la filosofía de la literatura ya que no es “especulativa ni abstracta sino
analítica o tópica” (19). Teniendo en cuenta esta definición, la pragramatología
(cf. Derrida, 1990), siempre pegada a un texto puntual que Derrida lee con aten-
ción evitando cualquier tipo de generalización presta a derivar en cauciones
metodológicas, sería pese a Compagnon, uno de los ejemplos más ostensibles de
“teoría de la literatura”.
Algo de esta escritura de la “teoría” con minúsculas o de la resistencia mis-
ma al uso de la palabra (cf. Gerbaudo, 2007) se lee en los trabajos de Avital
Ronell (2008, 2011): el empleo escandaloso del término “nano-intervención” en
el marco del Coloquio Derrida Politique celebrado en París en la École Normale
Supérieure en diciembre de 2008 fue seguido por explicaciones que ligan esa
operación discursiva al modo en que piensa la posibilidad de acción desde las
ciencias humanas. “Soy una universitaria… que continúa firmemente creyendo
en la capacidad de escándalo que sólo la literatura y la poesía detentan” (2011:
289). Un potencial que traslada a la teoría (2011: 286): siguiendo las lecciones
derrideanas que a su vez reinventa, Ronell produce operaciones acotadas. Exa-
mina aspectos minúsculos que le permiten esbozar conjeturas sobre grandes tó-
picos y problemas de la cultura, pero siempre a partir de temas puntuales recor-
tados sobre corpus que suponen un trabajo en pequeña escala (cf. 2002). Con
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esto se liga lo que llama “nano-intervención” (2008, 2011): una operación ceñi-
da a la “pequeña tarea” que opone a “lo espectacular” (2011: 289). Acciones en
las que las figuras de Derrida y Franz Kafka se unen por sus búsquedas de “inte-
rrupción” a través de “cuestionamientos cruciales” (2011: 287; 2004) de los flu-
jos naturalizados en la lectura literaria de la cultura. A través de un bucle extra-
ño, mientras habla de los otros, habla de su propio trabajo: Ronell lee la
descontrucción con la exigencia de una performatividad delimitada (cf.
Dufourmantelle, 2006) y encuadra su activismo dentro de la “nano-política”
(2008) que, lejos de su reducción, revela el sentido de responsabilidad de la tarea:
si el efecto logrado es una suspensión del tipo de las que ensaya, los objetivos
estarían cumplidos.
Como traté de mostrar a través de este rápido recorrido, buena parte de las
búsquedas actuales del “campo” (ese mapa de contornos poco definidos) aban-
donan los tonos grandilocuentes. Desplazamiento a partir del cual me permito
arriesgar una conjetura que hilvana aspectos políticos (Rinesi, 2003; Nancy, 2004)
y éticos (Deleuze, 1981) a los epistemológicos ya que encuentro en las resisten-
cias a la teoría en su acepción ortodoxa, en el acento puesto sobre la creencia
como parte del conocimiento, en la acotación de las rúbricas puestas sobre el
propio trabajo (“nano-intervención”, “pragramatología”, “revuelta infinitesimal”)
una inflexión comparable a la que practicamos cada vez que, tal vez
equívocamente convencidos pero sin falsa modestia, desde los confines de Amé-
rica Latina, llamamos “crítica” a desarrollos que, dado el re-uso, terminan for-
mando parte del difuso campo de la teoría contemporánea. Habilitan esta hipó-
tesis, entre otros, los conceptos de “regionalismo no regionalista” (Sarlo, 1996),
“nacionalismo no nacionalista” (Gramuglio), “cuento” (Ludmer; Nofal, 2010),
“populismo” (Laclau), “acefalía” (Antelo), “ciudad letrada” (Rama), “transcul-
turación” (Ortiz, Rama), “modernidad periférica” (Sarlo, 1988), “operaciones”
(Panesi), “política” (Rinesi). Hay allí ademanes “herejes” (como bien los ha ca-
lificado Rossana Nofal –2009–) en los que se descubre, junto a la apropiación de
la “herencia” (cf. Derrida, 2001a, 2001b), la introducción del aporte conceptual
en el plexo de una producción “disciplinar” (Spivak, 2003) que evita el rótulo un
tanto pretencioso de “Teoría” para escribirse, más bien, en plural y sin mayúscu-
las.
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