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Pedro ha confesado muy bien que Jesús es el enviado del Padre (domingo
anterior), es el que tenía que venir anunciado por el Bautista, es el Hijo que
viene de las entrañas compasivas del Dios de la Vida, es el Ungido, el
Cristo… pero Pedro no entiende, o no quiere entender, que el tema no es
confesar correctamente quién es Jesús, hasta los demonios confiesan
que Jesús es el Hijo de Dios, sino seguirle tal como él se sitúa en la vida,
en dejarse conmover al percibir cómo se vive como Hijo, sorprenderse
en qué entiende Jesús por ser el Mesías de Dios. Nos podemos saber toda
la “ortodoxia” de memoria y estar espantosamente mal ubicados en la vida.
Cuando Pedro oye que Jesús les anuncia lo que puede venir encima en
Jerusalén, “padecer mucho por parte de los ancianos, sumo sacerdotes y
escribas”, se enfrenta a Jesús y lo reprende. Pedro no quiere oír hablar de un
Jesús entregado, quiere un Mesías triunfador, acreditado por el éxito y el
reconocimiento. Jesús es contundente: “apártate de mi Satanás que me
estás tendiendo una trampa, me escandalizas”. Lo mismo que dijo en las
tentaciones ahora se lo dice a Pedro. No es que Pedro le quiera evitar la
adversidad a Jesús por amistad y cariño, de ser así la respuesta de Jesús no
hubiese sido tan radical, tenemos que evitar lecturas “edulcoradas” del
evangelio.
Aquí otra vez nos encontramos en las entrañas del evangelio: Jesús es fiel
hasta el final, es el que no huye cuando ve venir el lobo, el que no huye
cuando se entera que Herodes lo quiere matar… “hasta el final, tercer día,
estaré curando enfermos y expulsando demonios”.
Toni Catalá, SJ