Se me ha escuchado hablar en varias ocasiones, en sentido un tanto despectivo, un
tanto irónico, un tanto desconfiado, sobre aquel modo ingenuo de concebir a la
filosofía como elemento indispensable en la educación; aquella tendencia sumamente positiva por parte de los hombres de concebir a la filosofía como aquel motor de cambio de la realidad; sobre todo, aquella corriente de fuerte convicción general que confía en la filosofía como aquella redentora de los males de toda una sociedad. Ese anhelo por ver solamente un aspecto de la vida, el lado agradable, idílico, el horizonte paradisíaco anhelado por todos los hombres, es propio de aquellos que han hecho de la filosofía tan solo una herramienta para llevar a termino sus principios, su moral, sus creencias, su voluntad. Pero la filosofía dista mucho de ser solamente esto. La filosofía, siguiendo la tonalidad heraclítea, enseña el interés por ver en la realidad su sentido ambiguo, oscuro, ambivalente, contradictorio. La filosofía enseña lo que Nietzsche llama el sentido trágico de la existencia; es decir, nos persuade a aceptar los encantos, pero también los horrores de la existencia. Siendo así las cosas, la concepción positiva de la filosofía como redentora y corregidora del mundo queda entre paréntesis, en cuestión problemática, frente a esta otra concepción, menos positiva, menos cálida, y sin embargo más real, de mayor carácter, más digna de ser enseñada y transmitida, de la filosofía. No obstante, ¿Qué grado de probabilidad hay el que esta otra concepción pueda ser enseñada en las escuelas secundarias? Es claro que dista mucho de ser posible su enseñanza dado que lo que se espera de la educación son individuos formados a partir de los valores supremos del humanismo: el respeto, la tolerancia, la responsabilidad, la horizontalidad -en resumidas cuentas: solo se quieren individuos formados en la doctrina del hombre por sobre todas las cosas. ¿Que la filosofía solo enseñe a ver todas las variantes por las cuales el individuo pueda abarcar, aprehender y criticar el conocimiento? ¿Que la mayoría de edad del individuo, mediante la enseñanza, se adquiere solamente en la redefinición de conceptos meramente académicos? Nos posicionamos una vez más en nuestra postura y decimos que la mayoría de edad se alcanza no en el conocimiento, sino en aquel valor que el hombre adquiere a lo largo de su vida para afirmar el carácter contradictorio de la existencia. El lugar que la filosofía tiene en el curriculum de las escuelas, creemos, no lo debe malgastar en solo integrar, criticar y amalgamar los conocimientos adquiridos a partir de la formacion escolar, sino que debe aprovechar el tiempo para un fin más alto: ese que enseña a los individuos a querer, reconocer, aceptar, afirmar y afrontar la batalla que la vida les prepara una vez abandonado el colegio. Las herramientas conceptuales que adquirimos en la formación escolar no nos redimen de los males que la sociedad nos prepara, no nos permiten hacer frente a las burlas, los menosprecios, las traiciones -toda la hez de la humanidad- que el mundo aguarda a echarnos en cara una vez salido del cautiverio paradisíaco de los escuela. Ser mayor de edad, insistimos, no significa problematizar conceptos, no significa “pensar por si mismo”. ¡No! Ser mayor de edad, simple y llanamente, significa saber que se camina entre hombres y que, andando entre ellos, se consiguen más males que estando rodeado por animales, por bestias.