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GLOBALIZACION ETICAS Y MORALES

RESUMEN

En un mundo irreversiblemente globalizado, la ética del desarrollo señala los principales


argumentos, conceptos y principios que pueden orientar las políticas de desarrollo en el interior
de los países y también en las relaciones internacionales. Desde que nació en los años 60, la
ética del desarrollo ha impulsado en gran medida el tránsito desde un concepto de desarrollo
inicialmente muy pobre hasta el actual concepto complejo de desarrollo humano sostenible.

1. ¿En qué consiste la ética del desarrollo? 1

Entendemos aquí la Ética como una rama de la Filosofía que reflexiona sobre la moralidad, es
decir, como “Filosofía moral”. Ahora bien, la moralidad es un fenómeno muy complejo, y por ello
la propia definición de la misma es objeto de controversia filosófica. Por ejemplo: para los filósofos
utilitaristas la moralidad es cuestión de cálculo acerca de las posibles consecuencias de los
comportamientos disponibles en un momento dado, bajo el imperativo de elegir entre ellos aquel
comportamiento que sea más favorable para el mayor número de seres dotados de la capacidad
de gozar y de sufrir. En cambio, para los filósofos de inspiración deontologista la moralidad no es
sólo una cuestión de cálculo, aunque siempre hay que prever las consecuencias de los posibles
cursos de acción, sino que hay límites a dicho cálculo en no dañar inmerecidamente a las
personas, que son los únicos seres dotados de dignidad (no precio), ni siquiera en el caso
hipotético de que el daño inmerecido infligido a una sola persona pudiera redundar en beneficio
de la mayoría de seres capaces de sufrir.

Así pues, la Ética es una disciplina normativa, puesto que no describe lo que ocurre de hecho en
el mundo, sino que trata de orientar indirectamente la acción humana argumentando sobre la
mejor manera de entender la moralidad ( Cortina & Martínez, 1996). De modo que, según se entienda la
moralidad de una manera o de otra, los principios y las normas que han de orientar el
comportamiento pueden ser diferentes en algunos casos, aunque en la mayor parte de ellos es
muy probable que dos éticas diferentes recomienden el mismo comportamiento.

Desde mediados del siglo XX ha aparecido un tercer tipo de saber ético, el de las llamadas “éticas
aplicadas”, que básicamente consiste en orientar el comportamiento humano en un ámbito
concreto de las actividades sociales, como pueden ser las actividades económicas (Ética de la
Economía y de la Empresa), las sanitarias (Bioética), las del ámbito político (Ética de la Política y
la Administración Pública), las de las profesiones (Ética profesional de cada profesión), etc.
Cada ética aplicada se construye de un modo interdisciplinar, con participación de filósofos, de
científicos y de simples ciudadanos afectados por la actividad de que se trate (por ejemplo, los
pacientes en la medicina, o los consumidores en la economía). La Ética del Desarrollo es una de
estas éticas aplicadas, y como su nombre indica, pretende orientar los comportamientos de las
personas involucradas en los asuntos del desarrollo de los países que conforman nuestro mundo

El término “desarrollo”, empezó a ser aplicado a países y regiones del mundo a partir de finales
de la Segunda Guerra Mundial, momento en el que algunos dirigentes políticos comenzaron a
distinguir entre países “desarrollados” y “subdesarrollados”, y momento también en el que los
documentos fundacionales de las Naciones Unidas y de las instituciones financieras de Bretton
Woods (es decir, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial), introdujeron el término
“desarrollo” para referirse a la situación óptima deseable para cualquier país. Así, por ejemplo, el
nombre original del Banco Mundial, fundado en 1944, fue el de International Bank for
Reconstruction and Development; este nombre sugiere que, tras la tremenda destrucción llevada
a cabo por la guerra, el objetivo del banco no podía ser otro que “la reconstrucción y el desarrollo”
de los países afectados por el conflicto bélico que estaba a punto de finalizar. Ahora bien, una vez
logrados, en términos generales, los objetivos de reconstrucción, el Banco asumió como misión
principal la de reducir la pobreza, de manera que, en el lenguaje de la segunda mitad del siglo
XX, las expresiones “ayuda para la reducción o superación de la pobreza” y “ayuda para el
desarrollo” llegaron a ser sinónimas. En términos generales, por tanto, podemos afirmar que, en
su origen histórico, el término “desarrollo” se refería a la situación que logra un país cuando
consigue salir de la pobreza. Probablemente, quienes difundieron el término operaban con la idea
de que, si los pueblos del mundo alcanzan de veras el desarrollo, entonces las guerras tenderán
a desaparecer

Sin embargo, estos buenos deseos se vieron enfrentados desde muy pronto con los problemas
de la guerra fría, y en ese nuevo contexto se utilizó la idea del desarrollo como un elemento más
de la rivalidad entre los dos grandes bloques políticos de la época. De este modo quedó
pervertida y manipulada la propia noción de desarrollo, porque la finalidad ética primordial de los
procesos de desarrollo ―la superación de la po-breza―, quedó inmediatamente postergada en
relación con una meta propagandística propuesta por cada una de las dos superpotencias en sus
respectivas áreas de influencia: la meta de “salir del subdesarrollo” alineándose con el bando
correcto. En aquel contexto es el que nace la Ética del Desarrollo: esta disciplina nace en los
años sesenta del siglo XX como un conjunto de reflexiones críticas y de propuestas de cambio de
rumbo en torno a los modelos de “desarrollo” que comenzaron a aplicarse tras la Segunda Guerra
Mundial. Los primeros autores que publicaron trabajos de Ética del Desarrollo fueron el francés
Louis Joseph Lebret (1961) y el estadounidense Denis. La principal denuncia que hicieron estos
pioneros de la Ética del Desarrollo se podría resumir en los siguientes puntos:

• Se tiende a identificar el desarrollo de un país como un asunto exclusivamente económico,


medible en términos del incremento del PIB o de la renta por habitante, sin atender a otros
aspectos que deberían ser tenidos en cuenta, como la equidad en la distribución de la riqueza y la
satisfacción de las necesidades básicas de la población.

• Se utiliza un concepto de desarrollo como equivalente a industrialización, modernización


(entendida como abandono de formas de vida tradicionales) y, en general, adopción de modos de
producción, de propiedad y de consumo que son típicos de Occidente, ignorando las posibilidades
de otros posibles modelos de desarrollo que podrían ser diseñados e implementados a partir de
las propias tradiciones de cada país.

El Centro Economie et Humanisme fue fundado en Francia en 1941 por Louis Joseph Lebret y


desde el inicio de sus múltiples actividades académicas y culturales se afianzó como una
referencia internacional en iniciativas destinadas a recomponer una adecuada relación entre ética
y economía, incluyendo las cuestiones de ética del desarrollo. Muchos de los trabajos llevados a
cabo por este grupo de intelectuales católicos influyeron decisivamente en los contenidos de la
encíclica de  conocida como Populorum progressio, cuyo título completo es Sobre la necesidad
de promover el desarrollo de los pueblos. Este documento ya apuntaba en gran medida lo que
posteriormente se ha llamado desarrollo humano. Los ejes fundamentales del mismo se expresan
allí del siguiente modo:

Verse libres de la miseria, hallar con más seguridad la propia subsistencia, la salud, una
ocupación estable; participar todavía más en las responsabilidades, fuera de toda opresión y al
abrigo de situaciones que ofenden su dignidad de hombres; ser más instruidos; en una palabra,
hacer, conocer y tener más para ser más; tal es la aspiración de los hombres de hoy. Y, sin
embargo, gran número de ellos se ve condenado a vivir en condiciones que hacen ilusorio este
legítimo deseo. Por otra parte, los pueblos llegados recientemente a la independencia nacional
sienten la necesidad de añadir a esta libertad política un crecimiento autónomo y digno, social no
menos que económico, a fin de asegurar a sus ciudadanos su pleno desarrollo humano y ocupar
el puesto que les corresponde en el concierto de las naciones 

A partir de ese impulso inicial, y a lo largo de las últimas décadas, una gran cantidad de
académicos de diversas especialidades y desde diversos continentes, a menudo en colaboración
con activistas del desarrollo y con líderes de comunidades en desarrollo, han dado lugar a una
amplia reflexión sobre esta disciplina. Se ha creado una asociación específica para la promoción
de la Ética del Desarrollo (International Development Ethics Asociation, IDEA 2) y se organizan
regularmente congresos, talleres de trabajo y seminarios.

2. ¿En qué consiste un desarrollo ético?

El desarrollo de un país puede ser una meta éticamente deseable, pero es preciso no caer en la
trampa de entenderlo como mero crecimiento económico o incremento del Producto Interno Bruto
(PIB). Por ejemplo, un país podría incrementar durante unos años su PIB a costa de talar sus
bosques y vender la madera en el mercado internacional, pero nadie podría aceptar
sensatamente que semejante proceso de destrucción de sus recursos forestales se pueda
considerar como verdadero desarrollo. Hay una “racionalidad ética” que va más allá de otros tipos
de racionalidad económica, y en especial más allá de la racionalidad economicista y cortoplacista
del supuesto homo economicus. Sobre este punto la aportación de Goulet (1995) es relevante: La
racionalidad ética puede ser distinguida de la racionalidad técnica y de la racionalidad política. La
racionalidad ética tiene como meta la promoción de ciertos valores por sí mismos, mientras que la
técnica tiene como objetivo aplicar el conocimiento científico a la resolución eficiente de
problemas concretos, y la racionalidad política se centra en asegurar la supervivencia de ciertas
instituciones y el mantenimiento de ciertas posiciones de poder. La racionalidad ética se
caracteriza por su pretensión de establecer prioridades en función de ciertos valores; este
enfoque ético es el único que puede realizar juicios acerca de lo bueno y lo malo, de lo correcto y
de lo incorrecto, de lo justo y lo injusto. Sin embargo, según Goulet no sería acertado que la
racionalidad ética sea erigida como dominante frente a las otras dos:

[…] los problemas surgen porque cada racionalidad tiende a tratar a las demás de modo
reduccionista, intentando imponer su punto de vista particular sobre los fines y procedimientos,
durante todo el proceso de toma de decisiones. Las decisiones resultantes pueden ser
técnicamente correctas pero disparatadas políticamente, o repulsivas éticamente; en otros casos
pueden ser éticamente válidas pero técnicamente ineficientes o políticamente imposibles. Las
tres racionalidades deben operar mejor según un modelo de interacción circular que vertical. Ésta
es la única vía para evitar el reduccionismo y la adopción de malas decisiones garantizadas (Gou-
let, 1995b: 13s).

El modelo circular al que se refiere Goulet en esta cita es el de tener en cuenta, al mismo tiempo,
las exigencias de las tres racionalidades, evitando en lo posible los intentos de que una de las
tres se convierta en la única relevante para tomar las decisiones. Desde este punto de vista, las
tareas y proyectos de desarrollo deberían ser, al mismo tiempo, técnicamente realizables,
políticamente viables y éticamente deseables.

En este sentido, David Crocker, ha señalado que entre las fuentes de la Ética del Desarrollo hay
que contar con las reflexiones de “Gandhi en India, Raúl Prébish en América Latina y Franz
Fanon en África, que criticaron el desarrollo económico colonial y/o ortodoxo” (Crocker, 2003: 76).
Las aportaciones de economistas como Gunnar Myrdal y Benjamin Higgins también contribuyeron
a poner de manifiesto que el concepto de desarrollo que se ha venido manejando durante
décadas es manifiestamente unilateral, insuficiente y erróneo, al confundirse con la obsesión por
un crecimiento económico rápido, desequitativo y a cualquier coste humano y cultural. Frente a
ese concepto de supuesto desarrollo, la Ética del Desarrollo de Goulet mantuvo que “el desarrollo
es un concepto total que apunta al progreso hacia una economía humana caracterizada por la
progresión de todos los hombres en todas sus dimensiones”

3. ¿Qué nos aporta la Ética del Desarrollo?

Para finalizar, podemos resumir la aportación de la Ética del Desarrollo en la idea principal que a
mi juicio constituye el impulso y el sentido de la misma: es preciso superar un concepto unilateral
e injusto de desarrollo, que nos ha llevado al escándalo de que sigan muriendo todos los días
miles de personas víctimas de la desnutrición y de enfermedades curables; el escándalo de unas
desigualdades socioeconómicas abismales y de un planeta al borde del colapso ecológico. Como
saber ético, esta rama de la Ética ofrece un marco de referencia para revisar las teorías y las
prácticas de quienes están involucrados en las tareas de cooperación al desarrollo 2005;   y al
mismo tiempo constituye una denuncia académicamente rigurosa contra las injusticias que
provoca la economía política vigente; Martínez Navarro, 2007). La denuncia bien fundamentada y
la cooperación ajustada a valores éticos han de ir a la par, porque de lo contrario no será posible
avanzar hacia un mundo más justo con un medio ambiente sano.

La Ética del Desarrollo pretende orientar razonablemente el comportamiento de todas las


personas, porque todos tenemos cierto grado de responsabilidad en que nuestro mundo adopte
un patrón de desarrollo que no se convierta en maldesarrollo Para ello cuenta con los
instrumentos habituales de la Filosofía Moral y de las Éticas Aplicadas: argumentos, distinciones
conceptuales y apelación a principios éticos previamente fundamentados en la racionalidad
humana

Por otro lado, es preciso subrayar que muchos de los objetivos que desde sus inicios han sido
señalados por la Ética del Desarrollo como objetivos éticos, vienen siendo asumidos por las
Naciones Unidas en los últimos veinte años: tanto los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ONU,
2000) como los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ONU, 2015) han recogido en gran medida las
exigencias de una ética universalista del desarrollo, teniendo en cuenta el escenario global y
también los escenarios locales, especialmente en lo que se refiere a los países identificados
como “menos adelantados” (Países Menos Adelantados: PMA), es decir, los más empobrecidos y
atrasados , 2015). En efecto, los Objetivos de Desarrollo Sostenible propuestos por la ONU en
2015 con un horizonte de cumplimiento establecido en 2030 ―17 objetivos y 169 metas, la
mayoría de ellos ligados a indicadores y plazos concretos― son congruentes con las
orientaciones éticas que se han ido formulando como básicas y prioritarias en la ética del
desarrollo. Es evidente que las exigencias que se derivan de la necesidad de detener el cambio
climático constituyen un incentivo de gran urgencia, que obliga a la comunidad internacional a
tomar en serio los imperativos de sostenibi-lidad medioambiental, y que tales imperativos están
conectados, en la práctica, con ciertos imperativos de desarrollo humano (por ejemplo, no es
posible detener el deterioro de las zonas boscosas sin atender simultáneamente las necesidades
de desarrollo humano de las comunidades pobres que malviven en los territorios que habitan en
tales zonas).

La ética del desarrollo como ética aplicada tiene todavía un amplio horizonte de actividad en
cuestiones como el debate en torno a la desigualdad entre países y en el interior de cada país, la
utilización de las tecnologías que resultan dañinas para las personas y/o para el medio ambiente,
la preservación de los rasgos culturales que merezcan ser preservados (y la consecuente
eliminación de otros rasgos culturales que pueden ser considerados como contrarios a la ética),
etc. Por todo ello, considero que es preciso mantener y estimular la formación ética en este
ámbito, con el compromiso de hacer llegar los argumentos y los principios éticos a todos los
actores del desarrollo: gobiernos, organismos internacionales, empresas, organizaciones
solidarias (ONG) y sobre todo a la juventud y a la ciudadanía en general, tanto en los países
“desarrollados” (en los que sigue habiendo sectores marginados y maldesarrollo) como también
en los países que ahora son llamados “en desarrollo”. Mientras exista una sola comunidad en el
mundo que no disfruta de todos los derechos humanos, la ética del desarrollo tendrá algo que
decir al respecto, tanto para denunciar las injusticias como para “ayudar” solidariamente a las
personas que están sufriendo tales injusticias.

ÉTICA Y MORAL DE LA GLOBALIZACIÓN

Suelen confundirse indistintamente los conceptos de ética y moral. Para muchas personas,
estos términos son una misma cosa. La confusión radica en lo siguiente: la palabra moral
viene del latín mos-moris (que significa costumbre), la palabra ética, proviene del griego ethos
(significa costumbre). En este caso, el significado de las palabras depende del tiempo y del
espacio, en una palabra de los contextos. No significa lo mismo costumbres en Roma que en
Grecia. Costumbre en Grecia significa todo aquello que viene de dentro, de la armonía entre
el hombre y la naturaleza. Por el contrario costumbre en Roma, significa todo aquello que
viene de fuera, lo que está impuesto por las normas, las leyes, los códigos 1.

En este orden de ideas ¿qué significa costumbre en un mundo globalizado? ¿Cuál es el


“ethos” de la globalización? En un mundo globalizado costumbre significa generar leyes,
códigos, normas, actuaciones de los individuos por miedo a las sanciones. Es una negación a
la búsqueda del bien común, una racionalidad orientada al lucro.
De ahí, que la globalización se mueva en un “ethos” en donde la desigualdad social es la
prioridad. Según Canclini: “El modo neoliberal de hacer la globalización consiste en reducir
empleos para reducir los costos, compitiendo entre empresas trasnacionales que no sabe
desde dónde se dirigen, de manera que los intereses sindicales y nacionales casi no pueden
ejercerse. Todo ello lleva a que más del 40 por ciento de la población Latinoamericana que
está privada de trabajos estables y seguridades mínimas, sobreviva en las aventuras también
del comercio informal, de la electrónica japonesa junto a la ropa del sudeste asiático,
“suburbios” que son los centros históricos de las grandes ciudades.

Así también, frente a este tema Ernesto Sábato, señala lo siguiente: “La capacidad de
convicción de nuestra civilización es casi inexistente y se concentra en convencer a la gente
de las bondades de sus cachivaches, que por cientos de millones se ofrecen en el mercado,
sin tener en cuenta la basura que se acumula hora a hora. La globalización que tanta
amargura me ha traído, tiene su contrapartida: ya no hay posibilidades para los pueblos ni
para las personas de jugarse por sí mismos. Esta es una hora decisiva no para éste o aquel
país, sino para la tierra toda”2.

Dados los planteamientos anteriores, podemos colegir que el “ethos” de la globalización está
orientado a generar una cultura el consumo y el sub consumo; en donde grandes masas de
desposeídos presionan los mercados para ganarse un pedazo de pan. Cuando esto no se
soluciona, ocasiona conflictos bélicos que se perpetúan en el tiempo y el espacio.
En un “ethos” donde la concentración del capital aumenta, y la desigualdad social genera
violencia en distintas modalidades: violencia intrafamiliar, callejera, tráfico de drogas ilícitas,
prostitución infantil, pornografía, guerrillas y paramilitarismo.
Debe corregirse este tipo de “ethos” que subyace al interior de la globalización, porque lo único
que puede producir es más violencia y guerras intestinas en los países del planeta.
Si el “ethos” de la globalización, no tiende a mejorar, buscando una ética que se preocupe por un
arte de vivir y saber vivir (en la visión de Savater), por una cultura del bien común con
posibilidades para todos, prontamente el mundo empezará a derrumbarse estrepitosamente

MORAL Y GLOBALIZACIÓN

Es cierto que hablar de moral es muy complicado puesto que hay muchas instituciones,
perspectivas y "nichos" que intentan apropiarse de dicho concepto. ¿Qué moral? ¿La moral
depende de la religión? ¿De qué religión? ¿De ideología política? ¿Es menos moralista alguien
que carece de la perspectiva a través de una religión o a través de una visión política? ¿Tiene la
moral quien no tiene una visión religiosa sobre la castidad, por dar un ejemplo? ¿O sobre el
aborto? Creo que muchas veces mezclamos moral ideológica con la de sentido común y eso nos
lleva a equivocarnos a muchos niveles. ¿Y que podría definir como moral de sentido común? Me
refiero al ombligo, a las tripas… a lo que va en contra de un progreso humano, en sociedad y en
comunión con paz social, integración e igualdad de oportunidades para todos los seres de esta
1
2
tierra. Creo que esa es la verdadera regla moral que debe definir cualquier tipo de opinión sobre
ella.
Una vez dicho esto volvamos al primer tema. Volvamos a la conversación de periodistas sobre la
utilización de un lenguaje adecuado a la hora de referirse a la inmigración. Cómo comentaba,
creo que hay un error de fondo gravísimo al no incluir la moral en esta conversación como base
de la conversación. Los periodistas se lían a hablar del lenguaje para no abordar de manera
directa el tema de fondo en cuestión, que no es otro que la insensibilidad de la sociedad española
a la situación que sufren los inmigrantes ilegales en nuestro país y el papel que juegan los medios
de comunicación en esta situación. ¿Porque los periodistas se preguntan más sobre cómo dicen
las cosas, que a que se están refiriendo al decirlas? ¿Porque hay tan poco ojo crítico que
escudriñe las razones reales y objetivas de este fenómeno MUNDIAL? ¿Es tan complicado
observar nuestro entorno para después exportar su significado al lenguaje, y no al revés? ¿Por
qué en vez de plantearse si sus palabras son correctas o no a la hora de construir conceptos
útiles para la sociedad, no intentan ofrecer una visión REAL y MORAL sobre la situación de los
inmigrantes? ¿Porque no los llamamos seres humanos desde el principio? ¿Porque no los
llamamos ciudadanos del mundo y partimos de ahí?

Y esta no pretende ser una visión del país de la piruleta, completamente utópica y alejada de la
realidad que vive el mundo, no pretendo caer en tópicos soñadores irrealizables. Que yo sepa la
globalización del mundo está muy bien cuando recibimos móviles, leche, arroz, pollo, ropa, etc. de
todas las partes del mundo. Pero ya cambia la cosa cuando hablamos de las personas
NECESARIAS para que ese concepto globalizador exista y las circunstancias que sufren para
que nosotros disfrutemos de dichos recursos, ¿no? Son estas PERSONAS las personas
maltratadas por un sistema (en el que nosotros vivimos y participamos) que se olvida de la moral
cuando se dirige a ellos distinguiéndolos de inmigrantes ilegales.

Son inmigrantes ilegales ellos, pero no los móviles, o pescados, o miles de otras cosas que llegan
a nuestra tierra y que empujaron a esas mismas PERSONAS a emigrar por la injusticia que su
exportación provoca en esos mismos países. ¿Si los conceptualizamos a ellos cómo Inmigrantes
ilegales, porque no hacemos lo mismo con los móviles ilegales, o pescados ilegales?

Muchas veces la palabra "legal" o "ilegal" se supone otorga un valor moral a una cosa u otra.
Desgraciadamente muchas veces no es así, todo lo contrario, muchas veces esas leyes se hacen
para proteger intereses que en nada tienen que ver con los intereses de la humanidad.

Nos hace falta moral y ética. Porque no tenemos en cuenta nunca la moral al criticar, al opinar, al
trabajar o al observar.

No nos olvidemos nunca que el mundo va a ser cada día más globalizado y globalizador.
¿Queremos, y más ahora cuando cientos de miles de españoles estamos en el extranjero
buscándonos “la vida”, que el mundo globalizado al que nos dirigimos sea inclusivo de todos los
seres humanos que lo habitamos con los mismos derechos y oportunidades? O
De acuerdo con su sentido etimológico, moral es todo el conjunto de actos que son costumbre en
una determinada sociedad. En tiempos como los actuales, -en los que tanta gente carece de
auténtica conciencia y se menosprecia la cultura que hace al hombre más humano-, progresa la
moral de que el derecho radica en la fuerza; es ésta una reserva mental de cantidad de individuos
que, naturalmente, no lo van a proclamar.

Por contra, en sociedades en las que la gran mayoría de las personas son honestas, reflexivas y
se rigen por un espíritu inteligente, el DERECHO radica en la VERDAD y la JUSTICIA. Podremos
entonces hablar de una moralidad que es, al mismo tiempo, ética. Por eso, yo prefiero hablar de
Ética o de MORALIDAD ÉTICA para no confundir.
Esto hay que llevarlo a cualquier intento de globalización desde abajo (no desde arriba, mediante
engaño). En ese camino, se trata de hacer la Europa de las personas; no la Europa de los
mercadores más poderosos.

EL DESAFÍO ÉTICO DE LA GLOBALIZACIÓN

'Globalización' significa que todos dependemos unos de otros. Las distancias importan poco
ahora. Lo que suceda en un lugar puede tener consecuencias mundiales. Gracias a los recursos,
instrumentos técnicos y conocimientos que hemos adquirido, nuestras acciones abarcan enormes
distancias en el espacio y en el tiempo. Por muy limitadas localmente que sean nuestras
intenciones, erraríamos si no tuviéramos en cuenta los factores globales, pues pueden decidir el
éxito o el fracaso de nuestras acciones. Lo que hacemos (o nos abstenemos de hacer) puede
influir en las condiciones de vida (o de muerte) de gente que vive en lugares que nunca
visitaremos y de generaciones que no conoceremos jamás.

Seamos conscientes o no, éstas son las condiciones bajo las que hacemos hoy nuestra historia
común. Aunque buena parte (y muy posiblemente toda o casi toda) la historia que se va tejiendo
dependa de decisiones humanas, las condiciones bajo las que se toman estas decisiones
escapan a nuestro control.

Una vez derribados la mayoría de los límites que antes confinaban nuestra potencial acción a un
territorio que podíamos inspeccionar, supervisar y controlar, hemos dejado de poder protegernos,
tanto a nosotros como a los que sufren las consecuencias de nuestras acciones, de esta red
mundial de interdependencias.

No se puede hacer nada para dar marcha atrás a la globalización. Uno puede estar 'a favor' o 'en
contra' de esta nueva interdependencia mundial. Pero sí hay muchas cosas que dependen de
nuestro consentimiento o resistencia a la equívoca forma que hasta la fecha ha adoptado la
globalización.

Hace sólo medio siglo, Karl Jaspers podía aún separar limpiamente la 'culpa moral' (el
remordimiento que sentimos cuando hacemos daño a otros seres humanos, bien por lo que
hemos hecho o por lo que hemos dejado de hacer) de la 'culpa metafísica' (la culpa que sentimos
cuando se hace daño a un ser humano, aunque dicho daño no esté en absoluto relacionado con
nuestra acción). Esta distinción ha perdido su sentido con la globalización. La frase de John
Donne 'no preguntes nunca por quién doblan las campanas; están doblando por ti' representa
como nunca la solidaridad de nuestro destino, aunque todavía esté lejos de ser equilibrada por la
solidaridad de nuestros sentimientos y acciones.

Cuando un ser humano sufre indignidad, pobreza o dolor, no podemos tener certeza de nuestra
inocencia moral. No podemos declarar que no lo sabíamos, ni estar seguros de que no hay nada
que cambiar en nuestra conducta para impedir o por lo menos aliviar la suerte del que sufre.
Puede que individualmente seamos impotentes, pero podríamos hacer algo unidos. Y esta unión
está hecha de individuos y por los individuos.

El problema es, como alegaba Hans Jonas, otro gran filósofo del siglo XX, que, aunque el espacio
y el tiempo ya no establezcan límites a las consecuencias de nuestras acciones, nuestra
imaginación moral no ha ido mucho más allá del ámbito que tenía en los tiempos de Adán y Eva.
Las responsabilidades que estamos dispuestos a asumir no se han aventurado tan lejos como la
influencia que nuestra conducta diaria ejerce sobre las vidas de personas cada vez más lejanas.

El 'proceso de globalización' significa que esa red de dependencias llega a los más remotos
recovecos del planeta, pero poco más (por lo menos hasta ahora). Sería muy prematuro hablar de
una sociedad global o de una cultura global, y más aún de una política o un derecho globales.
¿Está surgiendo un sistema social global en ese extremo último del proceso de globalización? Si
tal sistema existe, no se parece a los sistemas sociales que solemos considerar normativos.
Solíamos pensar en los sistemas sociales como una totalidad que coordinaba y adaptaba todos
los aspectos de la existencia humana a través de mecanismos económicos, poder político y
patrones culturales. Hoy día, sin embargo, aquello que se solía coordinar al mismo nivel y dentro
de una misma totalidad ha sido separado y situado en niveles radicalmente diferentes.

La globalidad del capital, las finanzas y el comercio -esas fuerzas decisivas para la libertad de
elección y la eficacia de las acciones humanas- no se ha emparejado a una escala semejante con
los recursos que la humanidad ha desarrollado para controlar las fuerzas que rigen las vidas
humanas. Y lo que es más importante, la globalidad no se ha igualado con una escala global
semejante de control democrático.

De hecho podemos decir que el poder ha 'volado' de las instituciones desarrolladas a lo largo de
la historia que, en los Estados nacionales modernos, solían ejercer un control democrático sobre
los usos y abusos del poder. La globalización en su forma actual significa pérdida de poder de los
Estados nacionales y (por el momento) ausencia de cualquier sustituto eficaz.

Ya en otra ocasión, los actores económicos efectuaron una desaparición a lo Houdini semejante a
ésta, aunque, evidentemente, a una escala mucho más modesta que la que se ha efectuado en
nuestra era de la globalización. Max Weber, uno de los analistas más agudos de la lógica de la
historia moderna (o de la falta de ella), observó que lo que marcaba el nacimiento del nuevo
capitalismo era la separación de la actividad económica de lo doméstico -donde lo 'doméstico'
significaba la densa red de derechos y obligaciones mutuas mantenidos por las comunidades
rurales y urbanas, por las parroquias o los gremios de artesanos, en las que familias y vecinos
habían estado estrechamente envueltos-. Con esta separación (mejor llamarla 'secesión' en honor
de la antigua alegoría de Menenio Agripa), el mundo de los negocios se aventuró por una
auténtica tierra fronteriza, una tierra de nadie libre de problemas morales y restricciones legales y
pronta a ser subordinada al código de conducta propio de la empresa.

Como ya sabemos, esta extraterritorialidad sin precedentes de la actividad económica condujo en


su momento a un espectacular avance de la capacidad industrial y al acrecimiento de la riqueza.
También sabemos que, durante casi la totalidad del siglo XIX, esa misma extraterritorialidad
redundó en mucha miseria humana, en pobreza y en una casi inconcebible polarización de las
oportunidades y niveles de vida de la humanidad.

Por último, también sabemos que los Estados modernos entonces emergentes reclamaron esa
tierra de nadie que el mundo de los negocios consideraba de su exclusiva propiedad. Los
organismos que establecen las normas del comportamiento de los Estados invadieron aquel
espacio hasta que, no sin vencer una resistencia feroz, se lo anexionaron y colonizaron, llenando
así el vacío ético y mitigando sus consecuencias más desagradables para la vida de sus súbditos
o ciudadanos.

La globalización se puede considerar como la 'segunda secesión'. Una vez más, el mundo
económico se ha escapado del confinamiento doméstico, aunque esta vez el hogar que se ha
abandonado es el moderno 'hogar imaginario', circunscrito y protegido por los poderes
económicos, militares y culturales del Estado nacional, a los que se suma la soberanía política.
De nuevo, el ámbito económico ha conseguido un 'territorio extraterritorial', un espacio propio por
el que pueden andar, tumbando con toda libertad los pequeños obstáculos levantados por las
débiles potencias de lo local y tratando de sortear los obstáculos construidos por los fuertes, y
donde pueden perseguir sus fines pasando por alto o dando de lado el resto de los fines, a los
que consideran irrelevantes económicamente y por tanto ilegítimos. Y una vez más observamos
unos efectos sociales semejantes a aquellos que, en tiempos de la primera secesión, tropezaron
con la repulsa social, sólo que esta vez a una escala inmensamente mayor, global (como la
segunda secesión en sí).
Hace casi dos siglos, en plena primera secesión, Karl Marx acusó de 'utópicos' a aquellos que
abogaban por una sociedad mejor, más equitativa y justa y que tenían la esperanza de lograrlo
deteniendo en seco el avance del capitalismo y volviendo al punto de partida, al mundo pre-
moderno del ámbito doméstico y los talleres familiares.

No había vuelta atrás, insistía Marx; y, al menos en ese punto, la historia le dio la razón. Cualquier
tipo de justicia y de equidad susceptible de arraigar hoy día tiene que partir del punto en que unas
transformaciones irreversibles han llevado ya a la condición humana.

Una vuelta atrás de la globalización de la dependencia humana, del alcance global de la


tecnología y de las actividades económicas es imprevisible con toda seguridad. Respuestas como
'pongamos las carretas en círculo' o 'volvamos a las tiendas de campaña tribales' (nacionales,
comunitarias) no servirán. No se trata de cómo remontar el río de la historia, sino de cómo luchar
contra su contaminación y canalizar sus aguas para lograr una distribución más equitativa de los
beneficios que comporta.

Y otro punto que es necesario recordar: sea cual fuere la forma que adopte el control global sobre
las fuerzas globales, no puede ser una copia ampliada de las instituciones democráticas
desarrolladas en los dos primeros siglos de la historia contemporánea. Dichas instituciones se
hicieron a la medida del Estado nacional, que entonces era la 'totalidad social', de mayor tamaño
y que más abarcaba y son particularmente poco aptas para ser ampliadas hasta una escala
global.

Toda respuesta eficaz a la globalización no puede más que ser global. Y el destino de semejante
respuesta global depende de que surja y arraigue un ámbito político global (entendido como algo
distinto de 'internacional' o, para ser más precisos, interestatal). Es este ámbito político el que hoy
brilla por su ausencia.

Ésta parece ser la única certeza. El resto depende de nuestra inventiva compartida y de la
práctica política del tanteo. Al fin y al cabo, muy pocos pensadores, si es que hubo alguno, fueron
capaces de prever en plena primera secesión la forma que adoptaría finalmente la operación
encaminada a reparar los daños. De lo que sí estaban seguros era de que una operación de esa
clase era la necesidad más imperiosa de su tiempo. Todos estamos en deuda con ellos por esa
clarividencia.

EL DESAFÍO MORAL DE LA GLOBALIZACIÓN


¿Cuál es el mayor desafío moral del mundo, de acuerdo a su capacidad de producir tragedias
humanas? No es, creo yo, el calentamiento global, cuyos efectos —si resultan ser tan nocivos
como se predice— ocurrirán dentro de muchos años y darán tiempo a que las sociedades se
adapten. Se puede argumentar, en forma plausible, a favor de la necesidad de impedir la
proliferación nuclear, que amenaza con incalculables muertes y el colapso de la economía
mundial. Pero el desafío moral más urgente en la actualidad, creo yo, es el más obvio: la pobreza
en el mundo.
Hay aproximadamente 7 mil millones de personas, ahora, vivas; en 2019, quizás 2,500 millones
de ellas sobrevivían con $2 diarios o menos, según el Banco Mundial. Para 2050, el mundo
podría aumentar en otros 5 mil millones; mucha gente seguirá igualmente pobre. Lo que es
desconcertante y frustrante sobre la pobreza extrema es que gran parte del mundo la ha
eliminado. En 1800, casi todo el planeta era desesperadamente pobre. Pero el mundo
desarrollado ha erradicado las hambrunas, la falta de vivienda y las privaciones materiales.
La solución para la pobreza es enriquecerse. Es lograr el crecimiento económico. El misterio
radica en por qué todas las sociedades no han adoptado los remedios obvios. Recientemente, la
Comisión de Crecimiento y Desarrollo compuesta por 21 miembros —entre ellos dos economistas
galardonados con el Premio Nobel, un ex primer ministro de Corea del Sur y uno de Perú, y un ex
presidente de México— examinó el problema.

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