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La exigencia es uno de los pilares sobre los que se asienta toda práctica educativa.
Esta condición, sin duda animada por pasajes de horizontalidad y entrega recíproca, no
disimula la necesaria concentración de un plus de poder en la figura del docente. Dicho
"privilegio" se legitima en el resguardo del sentido mismo del acto de educar. Se advierte
que su aplanamiento derivaría en una paridad, más propia de la amistad que de la
educación. De este modo, la exigencia educativa se expresa fundamentalmente en una
dirección que va del educador al educando, bajo la forma de la exhortación al cumplimiento
del deber o el simple llamado de atención.
1"sistémico" refiere a "sistema" en sentido amplio: totalidad organizada, sea como comunidad empíricamente
dada, o bien, de acuerdo a Kant, como "la unión sistemática de varios seres racionales bajo leyes comunes",
en su idea de "reino de los fines". Ver Kant, Fundamentación de la metafísica de las costumbres, Madrid,
Austral, 1990.
3 Ibíd.
4 Op.cit., pág. 98
5 Ibíd.
6 En Difícil libertad, Levinas dedica un párrafo a la distinción entre el rostro y la cosa: "El rostro no es el
conjunto de una nariz, una frente, unos ojos, etc., es por cierto todo eso, pero toma la significación de un
rostro por la dimensión nueva que abre en la percepción de un ser. El rostro determina que el ser esté no sólo
encerrado en la forma y ofrecido al alcance de la mano, sino abierto, instalado en profundidad y, en esta
apertura, se presenta en cierto modo personalmente. El rostro es un modo irreductible según el cual el ser
puede presentarse en su identidad. Las cosas no se presentan nunca personalmente y, al fin de cuentas, no
tienen identidad. A la cosa se le aplica la violencia. Ella la utiliza, la captura. Las cosas dan cabida, no ofrecen
un rostro. Son seres sin rostro. Quizá el arte busca dar un rostro a las cosas y es allí donde reside a la vez su
grandeza y su engaño". Ver Difícil libertad, Buenos Aires, Ediciones Lilmod, 2005. Pág. 94.
como objeto, sino para traslucir en sí la trascendencia de lo infinito bajo la condición de
"extranjero, de despojado o de proletario"7. Rostro que "es por sí mismo y no con referencia
al sistema"8. La apelación a "la mirada" da cuenta, una vez más, del movimiento radical con
que Levinas invierte la dirección egocéntrica de la exigencia sistémica: "Esta mirada que
suplica y exige -que sólo puede suplicar porque exige- privada de todo porque tiene
derecho a todo y que se reconoce al dar (...), esa mirada es precisamente la epifanía del
rostro como rostro. La desnudez del rostro es indigencia. Reconocer a otro es reconocer un
hambre. Reconocer a Otro es dar. Pero es dar al maestro, al señor, al que se aborda como
´Usted´ en una dimensión de grandeza"9. De ahí que podamos diferenciar un "Maestro",
con mayúscula, que remite a esa dimensión absoluta de la conminación moral, de aquel
cuya maestría vulgar, con clara reminiscencia sofística, busca ganar al hombre para un
determinado lugar en el sistema o la totalidad cultural.
8 Ibíd.
10 Dewey, J.: Experiencia y educación, Buenos Aires, Losada. Pág. 130 y ss.
inmanencia que aún no ha experimentado la herida11 abierta por el rostro del prójimo: "El
objeto iluminado es, a la vez, algo que nos encontramos, pero, por el hecho de que es
iluminado, lo encontramos como si saliera de nosotros. No posee extrañeza profunda. Su
trascendencia es envuelta en la inmanencia. Conmigo mismo es con quien me encuentro en
el conocimiento y en el gozo. La exterioridad de la luz no basta para la liberación del yo
cautivo de sí"12.
El encandilamiento, propio de una ilustración que se sustrae al llamado de dicha
"extrañeza profunda", es lo que preocupa seriamente a Levinas. Dado que el conocimiento
es siempre, de algún modo, "violencia", absorción, englobamiento. La exigencia ético-
educativa, en cambio, describe una lógica análoga a la paternidad13 que, aún yendo de "mí a
otro", contrasta con esas formas en las que lo Mismo domina a lo Otro: "cuyo modelo es el
saber"14. De este modo, la educación despliega una fecunda práctica contra la soledad
profunda de esa "horrible neutralidad" del existir. Aunque las formas instrumentales que
adopta la escuela representan un riesgo, al que bien se podría aludir con la magnífica figura
de "engañar la soledad"15. Se trata del monopolio de planteos cognitivistas o de prácticas
grupales, que promueven una "socialidad" muchas veces ilusoria y aparente. Pues, citando
a Levinas: "por lo que concierne al conocimiento: éste es por esencia una relación con la
que igualamos y englobamos, con aquello cuya alteridad suspendemos, con aquello que
pasa a ser inmanente por que es a mi medida y a mi escala".16
Conocer es siempre emplazar un contenido determinado en la dimensión de la
conciencia. Pero lo que escandaliza al ojo espiritual es la pretensión de emplazamiento de
11Podemos también llamar "vulnerabilidad" a esta sensibilidad abierta a la interpelación del otro. La palabra
"herida" fue elegida para aprovechar la resonancia que la asocia a lo que desde el psicoanálisis se denomina
"herida narcisista".
12 Ver "La soledad del ser", entrevista de Philippe Nemo a Levinas en Levinas, E.: Etica e infinito, Madrid,
Visor, 1991. Pag. 58 (fragmento tomado de Le temps et l´autre, PUF., 1985, p. 47)
15 Op.cit., pág. 56
16 Op.cit., pág.57
aquello que es en sí mismo trascendente; la empecinada naturalización de lo
irremediablemente "extranjero". Levinas evoca a Descartes: "el cogito puede darse el sol y
el cielo; lo único que no puede darse es la idea de lo infinito"17. Lo infinito es un pensar que
desborda todo pensar y sólo se percibe a la luz de la socialidad instaurada por el rostro del
otro. El conocimiento, en cambio, describe una estructura opuesta a la de dicha socialidad:
"una imposibilidad de salir de sí"18. Por lo tanto, los impulsos reductivos de la educación al
plano de lo meramente cognitivo-curricular sólo pueden conjurarse en base a una
ampliación de su sentido, que articule sus exigencias al primado de justicia que viene de la
alteridad.
17 Ibíd.
18 Ibíd.
20 Ibíd.
21 "...la atención inminentemente soberana en mí, es lo que esencialmente responde a una llamada. La
atención es atención a algo porque es atención a alguien" Totalidad e infinito, pág. 122
22 No se debe confundir esta ética de la alteridad, con aquellas éticas del "cuidado de sí", como la propuesta
por Foucault. El modelo foucaultiano estimula el "franqueamiento posible" de los límites que nos impone una
determinada formación discursiva. En Levinás toda "salida" de sí, hacia los márgenes de un orden simbólico,
se encamina hacia la demandante indigencia del otro y es, en primer lugar, cuidado del otro, mucho más que
autodeterminación.
25 Ibíd.
26Op.cit., pág. 107 (Tal vez, en el marco de la teología católica esto pueda ser asimilable al origen del
pecado, pecado de origen o pecado original)
27 Ibíd.
ya concibe a Dios en la presencia del prójimo mismo: "La relación moral reúne a la vez la
conciencia de sí y la conciencia de Dios"28. La expresión de Levinas: "la ética es una
óptica"29, no debe entenderse como que Dios nos señala el lugar de la moral, para que nos
entreguemos a la visión de sus principios. Si esto fuera así estaríamos ante entidades
separadas: el camino, por un lado, y el guía, por el otro. Lo que afirma Levinas, en cambio,
es que la percepción de Dios es la ética misma. Su revelación -siempre a través del "cara a
cara"- es en sí misma obediencia, o mejor dicho: obediencia a la voluntad de un Otro (con
mayúsculas); lo cual constituye la "instrucción suprema", la más preciada educación.
28 Ibíd.
29 Ibíd.
31 Debe entenderse como el corpus onto-teológico, cuyo sentido equivale a la captación de la esencia, el
desarrollo de la autoconciencia, o bien, al des-ocultamiento del ente y su tematización siempre en el marco de
la inmanencia al ser.
32 Levinas distingue entre "autre" y "Autrui". De acuerdo a la explicación de Simon Critchley: "Autre alude a
todo lo que es otro: la computadora en la que escribo, las ventanas y los edificios que veo cruzando la calle.
Autrui está reservado para el otro ser humano, con el que tengo una relación ética..." Op.cit. pág.25
33 Levinas escribe: "La proximidad del prójimo sigue siendo ruptura dia-crónica, resistencia del tiempo a la
síntesis de la simultaneidad". Ver "Diós y la filosofía" en Revista Nombre, Universidad Nacional de Códoba,
2000. Pág. 239 y Ss.
vínculo específicamente humano que la ética supone. Pero el primado de la ontología va
mucho más allá de las posiciones estrictamente filosóficas. Abraza también a la teología
racional y a todo aquel pensamiento religioso que apela principalmente a la fe. El problema
es que Dios sea entendido como "manifestación de presencia", es decir, abordable como
"tema", fenómeno o ser del ente, sujeto a proposiciones que develan su sentido. De ahí que
la trillada antinomia entre el Dios filosófico y el Dios de la fe revele la coincidencia de
ambas posiciones en la representación de una entidad inmanente al ser y, por tanto,
sustraída de la "desmesura" que señala Levinas. Según Levinas, la "presencia" de Dios
"hace estallar al pensamiento", lo sobrepasa, lo excede. El psiquismo se ve desbordado por
lo infinito "puesto en mí" -como afirmó Descartes- bajo la modalidad de "lo no-contenido",
de lo que "quiebra el continente o las formas de la conciencia", de lo que "trasciende así la
esencia". Por eso, Levinas destaca en la partícula negativa "in" de "in-finito" tanto la
negación del psiquismo de la subjetividad, como el indicador de espacialidad "in" que
alude al "infinito en mí"34.
36 Ibíd.
38 Ibíd.
otredad. Así, en occidente no hay quien no venere el respeto por el "otro", o bien, el amor al
"prójimo". Pero cuando se habla del "otro" en general se hace referencia al "otro como yo",
al otro individuo de la misma especie que yo mismo. Esta comprensión fomenta un
pluralismo constituido por una diversidad de yoes, verdaderos átomos de colectivos
amplios, como la "ciudadanía" o la "gente".
La asociación de estas vidas moldeadas por la individuación describe una multiplicidad
simplemente aditiva. Revolucionar el modo de vincularse al otro afecta tanto al separatismo
de la ortodoxia religiosa, como a la liviandad del contacto liberal, e incita a una seria
revisión del concepto de "pluralismo" y, tal vez, a una aproximación crítica al concepto de
lo "liberal". A propósito, escribe Levinas en Totalidad e infinito: "Lo patético del
liberalismo, al que en cierto modo nos aproximamos, consiste en promover una persona en
tanto que no representa otra cosa, es decir, en tanto que precisamente es un sí mismo.
En consecuencia, la multiplicidad sólo puede producirse si los individuos conservan su
secreto, si la relación que los reúne en multiplicidad no es visible desde afuera, sino que va
de uno a otro"39. ¿Qué quiere decir Levinas con eso de que la multiplicidad -en tanto
multiplicidad- no debe ser "visible desde afuera"? El "afuera" refiere a la observación de un
tercero objetivo, capaz de focalizar el contorno de esa totalidad de la cual los individuos
forman parte. Tanto "la gente", como "la ciudadanía", como las distintas colectividades son
visualizables desde un punto de vista exterior. Estas verdaderas redes de relaciones visibles,
de sujetos unidos bajo la forma general de la conjunción, no representa la auténtica
multiplicidad; pues lo que se deja abarcar por la mirada circundante y "aprehender
enteramente desde afuera" adquiere el vínculo de la totalidad. Allí los individuos se reducen
a simples ejemplares de yo "englobados por el mismo concepto"40.
La no reducción del hombre al yo supone la no reducción de Dios y el mundo al sujeto. La
realidad del otro, a partir de mí (sólo visible a partir de mí) y no de una instancia
impersonal que nos englobe a ambos, es religión con -y no reducción de- el otro. De este
modo, Levinas nos conduce a una provocativa conclusión, que arrasa con los prejuicios
Sugerimos luego que esta demarcación ética de la docencia marchaba a contrapelo de las
principales tendencias de la modernidad y del consenso vigente en materia educativa, que
privilegia la exigencia para la inserción sistémica y la competitividad. A continuación
profundizamos el hallazgo en el contexto levinasiano de una concepción ético-educativa
capaz de representar un encausamiento o, si se quiere, una disciplina, más allá de la
"violencia" del cognitivismo o los encuadres normativo-represivos. Basamos este mandato
en la consideración de un cuidado de sí no disociable del cuidado del otro, que es también
el otro de mi prójimo. Luego, reproducimos la relación unívoca que Levinas establece entre
revelación y socialidad, o bien, "justicia social", concluyendo que la dimensión ético-
educativa exhibía como lugar de privilegio el ámbito de la educación religiosa. Sin
embargo, una breve reflexión sobre el concepto de "lo religioso" en Levinas nos llevó a
ponderar su fuerza desestabilizadora, tanto de las estructuras más cristalizadas de la
religiosidad tradicional, como de las variables más influyentes del pensamiento laico.
Abogar, junto a Rosensweig, por una idea de la religión: "por completo diferente de aquella
que el laicismo combate" equivale, a nuestro entender, a la feliz promesa de un laicismo
distinto a aquel que se enreda en permanentes antagonismos con la religión. Podría
afirmarse que en toda motivación moral, por atea que se reconozca su fuente, habita una
religiosidad inconsciente o encubierta. Tal puede ser el secreto de lo que Putnam denomina
"la universalidad del judaísmo"43. No obstante, creemos que, aún atravesando el filtro de la
crítica proveniente de un pensamiento de la alteridad, tanto la enseñanza religiosa como
aquella de carácter laico encarnan, cada una a su manera, ciertos riesgos que comprometen
la clara dirección hacia un "humanismo del otro hombre". En el plano religioso, el tema del
predominio de una lengua fuertemente ligada a un orden ritual no es menor. Si bien apenas
rozamos la demarcación que en Levinas distingue un discurso dirigido a los gentiles y uno
a los pares de la comunidad religiosa, estas dicotomías ligadas a la identidad o la
pertenencia pueden siempre revivir ciertas prácticas que influyan sobre la admisión y la
interlinguisticidad. Consideramos que el predominio de lo ritual sobre la proximidad -que
tanto combatió Levinas- puede alimentar la peligrosa tendencia religiosa al elitismo y la
excomunión. Por otra parte, la arbitrariedad del signo y la ausencia de sacralidad que parece
desde Comenio "dar cabidad a todos", no oculta el desenlace tan actual de una cultura
educativa relativista donde la alteridad es más cultivada por vía declamatoria, que
estimulada en la vida práctica de sus actores.
Para terminar, basta una advertencia. El hecho de que hayamos insistido tanto en
diferenciar una exigencia sistémica, en sentido amplio, de otra de carácter ético-educativo,
no significa alentar un maniqueísmo que, demonizando toda acción material, renueve
fórmulas típicamente ascéticas de espiritualidad. Lo que se objeta de la relación con el
sistema apunta a la dirección ontológica que lo convierte en totalidad cerrada, que encierra
en sí las notas distintivas del desarrollo y la excelencia, desligado de la ética y la justicia.
No está demás aclarar que en una sociedad tan competitiva en lo cognitivo y lo
instrumental como la nuestra, no descuidar la formación técnico-profesional del alumno
equivale, también, a no abandonarlo.