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Las revoluciones liberales


Extraído de
LETTIERI, Alberto (2005) La civilización en debate. Buenos Aires: Prometeo Libros. Capítulo
8 Las revoluciones liberales.

En este capítulo se estudian tres procesos revolucionarios que tuvieron un impacto


fundamental en el proceso de transición del mundo medieval y renacentista al mundo
moderno. En efecto, las revoluciones inglesa, norteamericana y francesa ejercieron (y todavía
ejercen) una influencia muy significativa en las sociedades occidentales, y en gran medida
han dejado su sino en nuestra propia concepción de la política y del régimen político
republicano y democrático..
Ya se ha consignado en el capítulo anterior que la categoría "revolución" ha merecido
muchos análisis por parte de distintos autores, teóricos, historiadores y cientistas políticos.
Es una categoría cuya definición se ha discutido reiteradamente, y que está teñida por una
matriz profundamente ideológica. Por esa razón, resulta pertinente preguntarse qué es lo que
se entiende por "revolución". ¿Una revolución es simplemente un cambio de gobierno, o
implica mucho más que eso como, por ejemplo, una transformación de la estructura social y
económica de una sociedad? ¿Una revolución es el resultado de una transformación
económica y social previa que experimenta una sociedad, o el punto de partida para un
conjunto de cambios significativos? Los interrogantes y las explicaciones son diferentes. De
acuerdo al tipo de asociación ideológica y de la posición teórica que adopten, los autores van
a definir el concepto de revolución, en líneas generales, dentro de alguna de estas opciones.
Sin embargo, desde una perspectiva histórica no parece resultar conveniente inclinarse por
ninguna de estas definiciones en sentido estricto, sino prestar atención a las características
que adopta cada proceso concreto. En efecto, a la luz de las experiencias históricas
disponibles es posible afirmar que algunas revoluciones se han limitado a producir simples
cambios de gobierno, otras fueron el resultado de procesos de transformación económica,
social y política y un tercer grupo, finalmente, constituyó el punto de partida que permitió
impulsar tales procesos.
A continuación se estudiarán los procesos revolucionarios inglés, norteamericano y
francés, para finalmente examinar sus consecuencias a nivel universal.

I. La Revolución Inglesa
La revolución inglesa, se desarrolló durante un período bastante extenso, de casi cien
años. Esta revolución no fue resultado de una batalla ni tampoco se trató de un acontecimiento
puntual, sino que fue un proceso de transformaciones que concluyó con la consolidación de
un modelo político característico: la monarquía parlamentaria.
En principio, resulta indispensable contextualizar este proceso. La revolución inglesa
se produjo en el marco del siglo XVII, momento en el cual el modelo político exitoso -tal
como se lo veía en Europa- no era la república, ni la democracia, sino el implementado en

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Francia por Luis XIV: la monarquía absolutista. Se trataba de un régimen político que
concentraba el poder en la persona del rey. Luis XIV, a quien se denominó "rey sol", llegó a
afirmar "el Estado soy yo". Esto quería decir, fundamentalmente, que él era quien aglutinaba
bajo su autoridad todas las funciones del Estado. La justificación de este poder absoluto
afirmaba que al monarca le correspondía ejercer esa autoridad por derecho, por herencia, ya
que su estirpe había sido designada directamente por Dios, de quien recibía su poder. Por lo
tanto, no había posibilidad de discutir su autoridad. La mayor parte de los monarcas europeos
de la época intentaron imitar este modelo político que había encontrado su máxima expresión
en Luis XIV. La revolución inglesa, que fue contemporánea a su reinado, significó una
negación del absolutismo, ya que marcó al mismo tiempo el fracaso del proyecto político de
la casa Estuardo de imposición de un gobierno absoluto, y la victoria de quienes exigían la
existencia de instituciones y mecanismos de control para el ejercicio del poder público.
Tales exigencias traducían la consolidación de nuevos grupos en la sociedad inglesa,
que no estaban dispuestos a soportar la acción de un soberano todopoderoso. En tal sentido,
debe consignarse que, durante los siglos XIV y XV, Inglaterra asistió a una serie de
transformaciones económicas, que implicaron un crecimiento notable de la producción y de
las exportaciones, modificando significativamente la estructura social tradicional. Un grupo
social que adquirió gran importancia en este proceso fue la "gentry"; es decir, la burguesía
rural, integrado por pequeños empresarios burgueses exportadores de granos al continente
europeo, que consiguieron enriquecerse rápidamente. Para el siglo XVI, la gentry había
adquirido atribuciones políticas, en el marco de un sistema político compuesto por dos
cámaras legislativas -los Lores y los Comunes- que acompañaban al monarca en su gestión
ejecutiva. La Cámara de los Lores estaba compuesta exclusivamente por miembros de la
aristocracia inglesa, y sus funciones principales consistían en asesorar al rey en su política
interna y externa, y actuar como máximo tribunal de justicia. Por su parte, la Cámara de los
Comunes -compuesta tanto por nobles como por plebeyos- contaba con las facultades de
aprobar o denegar la sanción de nuevos impuestos y de proponer la sanción de nuevas leyes.
A la Cámara de los Comunes se accedía por elección, mediante un sistema de voto censitario,
es decir, sólo votaban quienes pagaban por encima de un determinado nivel de impuestos.
De este modo, la enorme mayoría de la población estaba privada de la capacidad de sufragar,
a la que sólo accedían la nobleza y la burguesía más adinerada y exitosa.
Las Cámaras inglesas no estaban reunidas en forma permanente, sino únicamente a
convocatoria del rey, para tratar cuestiones puntuales, como por ejemplo la aprobación de
algún impuesto nuevo. Los principales argumentos que sostenían este funcionamiento
intermitente eran dos: por un lado, se aseguraba que era peligroso que el Poder Legislativo
estuviera reunido todo el tiempo, ya que cuando los comunes no tuviesen materia concreta
sobre la cual legislar, seguramente se abocarían a sancionar leyes en forma mecánica, que
complicarían el funcionamiento de la economía o de la sociedad. También se aseveraba que,
en caso de estar sesionando permanentemente (y ya que no recibían salario o viático alguno),
los parlamentarios podían llegar a pensar en gobernar exclusivamente en beneficio propio,
en lugar de orientarse hacia la satisfacción del interés común.
Desde principios del siglo XVII, la monarquía inglesa intentó seguir el ejemplo del
absolutismo monárquico que se estaba extendiendo en el continente. Los reyes Jacobo I y
Carlos I de la dinastía escocesa católica Estuardo, que por entonces ocupaba el trono inglés,
intentaron aumentar sus atribuciones mediante la creación de un ejército permanente,

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facultad que había sido denegada en el pasado por la Cámara de los Comunes por considerar
que la iniciativa resultaría muy costosa para las arcas del Estado, y porque, además, podía
allanar las pretensiones absolutistas de los monarcas. Sin embargo, las negativas de los
Comunes no consiguieron liquidar las aspiraciones reales, y, en las década de 1630, el
monarca intentó aumentar sus atribuciones. Finalmente -y pasando sobre el Parlamento-
pretendió imponer nuevos impuestos sin considerar la opinión de los legisladores. Estas
iniciativas fueron respondidas con la gestación de un movimiento revolucionario por parte
de la burguesía -que representaba a la mayor parte de los integrantes de los Comunes- y
algunos nobles que habían desarrollado actividades comerciales y económicas de
importancia, que trató de derrocar a Carlos I, quien obtuvo, por su parte, el apoyo de de la
mayor parte de la aristocracia. Sin embargo, este respaldo no le bastó, ya que fue derrotado
y ejecutado en 1640.
Por un período de veinte años, la monarquía inglesa se disolvió, y los destinos de la
nación fueron conducidos por un primer ministro proveniente de la burguesía: Oliverio
Cromwell. Si bien Cromwell llevó adelante un proceso de reformas que beneficiaban a los
burgueses -ya se verificó una significativa expansión económica y se consolidó el régimen
de la propiedad privada-, las objeciones que le planteó el Parlamento que lo había designado
en tales funciones motivaron su enérjica respuesta: durante la mayor parte del período
Cromwell prescindió de la labor parlamentaria, acusándola de dilatoria y corrupta.
A la muerte de Cromwell, el dilema de cómo gobernar Inglaterra era de difícil
solución. Por un lado, el último monarca Estuardo había querido tener un poder absoluto, y
su fracaso le costó la vida. Sin embargo, el burgués Cromwell también había querido
acumular el poder, prescindiendo del Parlamento. Ante la falta de alternativas, los
representantes de la aristocracia y la burguesía acordaron reinstalar en el trono a un sucesor
del monarca ejecutado, Carlos II, exigiéndole juramentar su respeto de los derechos y las
atribuciones legislativas. El nuevo rey accedió, pero inmediatamente tanto él como su
heredero, Jacobo II, nuevamente insistieron con el proyecto absolutista. La revolución de
1688, producto de una alianza entre la aristocracia y la burguesía inglesas, acabó
definitivamente con las prestensiones de los Estuardo. Este movimiento ha sido denominado
"Revolución Gloriosa", porque consiguió implementarse sin derramamiento de sangre. Una
vez derribado el monarca resultaba indispensable resolver la cuestión política. Luego de
descartar otras opciones, los conjurados decidieron instalar en el trono inglés a Guillermo de
Orange, un príncipe holandés que además estaba casado con la hija de Jacobo II. La razón
era sencilla: en tanto un árbol genealógico prestigioso ameritaba la designación del nuevo
monarca, su condición de extranjero le privaba de apoyos significativos dentro del territorio
inglés. Para poder gobernar, Guillermo III iba a tener que apoyarse en el Parlamento.
Con la Revolución Gloriosa de 1688 nació un nuevo tipo de modelo político: la
monarquía parlamentaria, donde el punto neurálgico del proceso de toma de decisiones
políticas e institucionales se desplazaba de la monarquía al Parlamento. Los aristócratas y
burgueses revolucionarios obtenían su tajada, ya que en tanto los primeros retenían en la
Cámara de los Lores su facultad de consejo del monarca y sus atribuciones judiciales, la
burguesía conseguía consagrar definitivamente su participación en la sanción de nuevas
leyes, capacidad cuestionada en el pasado por las pretensiones absolutistas de los Estuardo.
Finalmente, la capacidad ejecutiva del nuevo monarca se veía recortada con respecto a sus
antecesores, ya que en adelante debería limitarse a ejecutar las decisiones parlamentarias.

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En líneas generales, lo que la burguesía había estado buscando en toda Europa era
acabar con la monarquía y, sobre todo, con los privilegios que la sociedad nobiliaria asignaba
a los aristócratas. Su argumento principal era que existía un estamento productivo, compuesta
por la burguesía, el artesanado y los productores campesinos, y otros dos que vivían a
expensas de ella, la aristocracia -allí, obviamente, se incluía al monarca- y el clero. Pero
cuando la burguesía pudo llegar a un acuerdo con la aristocracia –la riqueza del clero era
relativamente residual en Inglaterra, y sus mayores atribuciones residían en el consejo que
brindaba a las autoridades-, como en este caso, la burguesía lo aceptaba gustosa, ya que
adquiría la facultad de participar en la aprobación de las leyes y la votación de los impuestos.
Los modelos de la monarquía absoluta y la monarquía parlamentaria tuvieron como
principales publicistas en Inglaterra a dos filósofos políticos: Thomas Hobbes y John Locke.
Hobbes, quien vivió en la primera mitad del siglo XVII, fundamentó la razón y la
conveniencia de contar con un monarca absoluto, afirmando que los hombres necesitaban
vivir en el marco de un Estado, y que ese Estado sólo era posible en la medida en que
estuviese revestido de una autoridad fuerte. Para Hobbes la autoridad era producto de un
proceso en el que uno solo -el monarca- había conseguido someter a todos los demás,
respetándoles su vida a condición de que su reconocimiento como rey, sin ninguna clase de
condicionamientos. A partir de ahí, el monarca estaba en condiciones de garantizar la
creación y la vigencia de una institución fundamental, caracterísitica de la vida en sociedad:
la propiedad privada. Para obtener fondos con los cuales manejar el Estado, el monarca estaba
autorizado a recaudar impuestos, pero esta facultad exigía, como contrapartida, la garantía
de la protección de la vida y de la propiedad de los miembros de la sociedad. Hobbes no
profesaba una alta valoración por las libertades políticas, sino que planteaba que lo
fundamental era garantizar la libertad del hombre como propietario. Evidentemente estaba
pensando en el hombre en sentido burgués, en el hombre como propietario. Y pensaba que
el origen de la propiedad se basaba en la existencia de un gobierno fuerte, capaz de evitar su
arrebato. Además, Hobbes planteaba otro concepto clave: el de guerra civil. El concepto de
guerra civil que instaura no plantea la necesidad de la existencia de dos bandos, sino que la
define como una situación de anarquía que se da en una sociedad y que implica la disolución
de un orden previo. Es decir, una sociedad que ha salido del caos inicial, se ha organizado y
ha tenido un Estado, pero que luego el Estado ha ido abandonando las funciones que tenía
que cumplir. En ese sentido, considera que es peor la existencia de un Estado conformado de
esa manera que su inexistencia, ya que se trata de un Estado que no cumple y no garantiza
los derechos que tiene que garantizar y, al mismo tiempo, representa un estorbo porque toma
decisiones que benefician a los amigos del poder, perjudicando al resto de la sociedad.
El otro autor que alcanzó un gran protagonismo durante la “Revolución Gloriosa” fue
John Locke, a quien tradicionalmente se ha considerado como padre del liberalismo político.
Locke intentó fundamentar un modelo político sobre la base de la solución resultante del
proceso revolucionario en Inglaterra. Locke planteó algunas ideas fuenamentales, como por
ejemplo la separación de poderes. Para él resultaba imprescindible que en una sociedad
estuvieran separados el Poder Legislativo y el Ejecutivo. Al respecto, sostenía que si se le
diera a la misma persona o al mismo grupo de personas la atribución de crear las leyes y de
aplicarlas, no se estaría frente a un Estado sino frente a una tiranía. Es decir, que se crearía
una situación en la cual una pequeña casta dispondría y sometería en su propio beneficio al
resto de la sociedad. Además, Locke planteaba que la soberanía política no residía en el

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monarca, sino en la sociedad, es decir, que el poder del monarca no era otorgado por Dios
sino por delegación del pueblo, fuente primigenia de la legitimidad política. Como en el caso
de Hobbes, Locke consideraba que la sociedad había surgido de una suerte de caos general,
al que también definía con el nombre de “Estado de Naturaleza”, pero, a diferencia de
Hobbes, Locke sostenía que dentro de ese caos general los individuos se fueron organizando
hasta firmar entre sí un primer contrato que dio origen a la sociedad. A éste acuerdo lo
denomina “pacto originario”, en el que los individuos habrían sentado las bases de la
organización social, creado sus reglas de juego y consolidado la propiedad privada. Ya en
un segundo momento, continúa Locke, la sociedad en su conjunto firmaría un segundo
contrato con un individuo -el monarca-, encargándole el ejercicio de las funciones de
gobierno, subordinado al interés común. A este acuerdo de gobernabilidad lo denomina
“parcto de sujeción”. De este modo, el monarca podía ejercer el gobierno en la medida en
que cumpliera con el mandato para el cual había sido designado; pero, en la medida en que
no propiciara la felicidad general y no gobernara en beneficio de la sociedad, ésta podía
rebelarse; es decir, retenía un derecho de rebelión.
Según se ha indicado, la fundamentación de Locke planteaba la división de poderes,
y legitimaba la Revolución Gloriosa al sostener que el pueblo se había levantado porque el
monarca Estuardo quería imponer el absolutismo y la tiranía. Finalmente, sostuvo la primacía
del Poder Legislativo sobre el Poder Ejecutivo, ya que se ejercía la facultad de creación las
leyes, fijando así la dirección general del gobierno y de la sociedad. En tanto, la función
primordial del monarca consistía en la ejecución de las leyes que había sancionado el
Legislativo. Por esta razón, postulaba una monarquía subordinada a la Cámara de los
Comunes, que era la que oficiaba en la práctica como Poder Legislativo. Locke no concibió
una separación en tres poderes (Legislativo, Ejecutivo y Judicial) -como lo harían
posteriormente otros autores, como por ejemplo el francés Montesquieu- porque, a diferencia
de lo que sucedía en otros lugares, en Inglaterra la incidencia del monarca sobre los tribunales
comuner era muy relativa. De este modo, entre los escritos de Hobbes a Locke se pasó de
una defensa de la monarquía absoluta a una fundamentación de la primacía del Poder
Legislativo, subordinando la acción del monarca a la implementación de las directivas
parlamentarias.

II. La independencia de los Estados Unidos

La segunda revolución que posibilitó el avance de las ideas políticas del liberalismo
se desarrolló en los Estados Unidos, garantizando su independencia de la metrópoli inglesa.
En el momento en que empezó la lucha, en 1766, no existían los Estados Unidos, sinoi
únicamente trece colonias que habían pertenecido a distintas naciones europeas, ubicadas
sobre el océano Atlántico. Algunas tenían su origen en la colonización holandesa, otras en la
alemana, otras en la francesa y otras en la inglesa. Las colonias norteamericanas tenían una
particularidad que permitía distinguirlas claramente, por ejemplo, de las colonizaciones
española y portuguesa en América Latina, ya que ninguna de estas naciones -sobre todo,

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Inglaterra- había considerado a América del Norte como un lugar que presentara un gran
interés a nivel económico. Para la Corona de Castilla, en cambio, América Latina era un
enorme filón de riquezas que permitía sostener a una economía española que siempre había
tenido enormes problemas de funcionamiento. La colonización española había sido una
colonización de arrebato, que apuntaba básicamente a saquear las riquezas naturales
americanas para transferirlas a la metrópoli, y lo mismo había sucedido inicialmente en el
caso portugués. Además, la forma de organización de las colonias -tanto en Brasil como en
el resto de América Latina- consistía en una clásica administración de tipo colonial: las
autoridades no eran elegidas por quienes vivían en América, sino que eran designadas desde
la metrópoli, dando vida así a un poder subsidiario de la metrópoli. Se trataba de un poder
metropolitano establecido en América, un poder de ocupación. En el caso de las colonias
norteamericanas esto era muy diferente. No era que los ingleses, los franceses o los
holandeses no tuvieran intereses similares en torno al saqueo de riquezas coloniales para
beneficiar a las metrópolis respectivas, sino que en el territorio de América del Norte no
parecía haber nada interesante para saquear. En la costa atlántica no había minerales y los
recursos naturales eran escasos. Por ese motivo, la política de saqueo fue llevada a cabo
básicamente en otros lugares, como la China o la India, civilizaciones milenarias y muy ricas
que atrajeron desde un primer momento la ambición europea. Frente a semejante botín, el
interés que presentaba América del Norte -con lo poco que se conocía de este subcontinente-
era muy relativo.
Los colonos ingleses que se establecieron en América del Norte pertenecían a dos
grupos sociales claramente diferenciados. En la zona sur, se trataba de aristócratas
segundones que no tenían mayores perspectivas de éxito en las propias islas británicas, ya
que sólo recibían una porción marginal de la herencia familiar. Ésta situación podía revertirse
por intervención de la corona inglesa, que les reconocía grandes extensiones de tierra en sus
colonias. Estos aristócratas se dedicaron, básicamente, al cultivo de tabaco y, más adelante,
del algodón, bajo el sistema de plantación esclavista. Ambos cultivos eran comercializados
internacionalmente por la flota inglesa. Mientras tanto, las colonias ubicadas en el Norte del
territorio, tampoco eran resultado de una expansión económica de saqueo. Quienes habitaban
esas colonias eran, generalmente, comunidades protestantes perseguidas en Europa por
cuestiones religiosas o políticas. Con su traslado, sus miembros accedían a la posibilidad de
ser libres, y profesar en libertad sus ideas y creencias, con el requisito de reconocer la
autoridad del monarca inglés y de pagar en tiempo y forma sus impuestos. De este modo,
estas colonias tenían una composición muy particular. En primer lugar, sus habitantes tenían
un nivel intelectual y religioso muy elevado. Además, tenían una sólida formación y
participación política previa. La figura emblemática de tales colonos es la del cuáquero. Pero
otras sectas y grupos religiosos también se establecieron en el Norte de Estados Unidos,
conformando una situación colonial atípica en relación con la natriz ibérica.
A mediados del siglo XVIII (1756-1763), Inglaterra y Francia se enfrentaron en la
denominada Guerra de los Siete Años. Francia debío pedir la paz ya que se encontraba en
una situación económica débil. Los ingleses le impusieron, como condición para la firma de
la paz, la entrega de todos los territorios que tenían en América del Norte. Francia accedió.
Pero tanto para los norteamericanos como para el monarca inglés, quedó claro que Francia
había tenido que ceder estos territorios de manera ocasional. Sabían que, más que por una
cuestión económica, por una cuestión de orgullo imperial, en algún momento iba a intentar a

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retomar la ofensiva y reiniciar la guerra para recuperar esos territorios. Por este motivo, el
gobierno inglés decidió colocar un ejército en América del Norte para defenderlos. El
problema era quién se iba a hacer cargo de pagar los gastos de ese ejército. Y el monarca
decidió que tenían que pagarlo quienes vivían en Estados Unidos, porque era un ejército que
se iba a ocupar de garantizar su seguridad. Por el contrario, los habitantes ingleses
establecidos en Norteamérica tenían una posición muy diferente. Sostenían que estaban
frente al resultado de una guerra contra Francia que no habían llevado adelante ellos, sino
Inglaterra. Ellos no habían sido consultados en torno a si querían participar de la guerra. Por
eso, consideraban que quien se tenía que hacer cargo de costear esos ejércitos era la Corona
inglesa. En un primer momento, el Parlamento inglés no supo cómo reaccionar sobre a este
tema. Luego decidió que el ejército debía ser pagado por los norteamericanos, y estipuló una
serie de impuestos a partir de cuya recaudación se iba a sostener el ejército de ocupación en
América del Norte. Cuando los norteamericanos recibieron la noticia de que se les habían
agregando nuevos impuestos, se negaron a pagarlos bajo el argumento de que aceptar esos
impuestos del modo en que se habían aplicado, implicaba acabar con la autoridad del propio
Parlamento inglés.
¿Cuáles eran los argumentos que sostenían esta afirmación? Cuando se dio la puja
entre el monarca inglés y el Parlamento debido a que el monarca no quería consultarlos en
referencia a la aprobación los impuestos, los parlamentarios sostuvieron el principio de que
no podía haber imposición de nuevos impuestos sin deliberación. Es decir, sin que aquéllos
que iban a tener que pagar sus impuestos o sus representantes hubieran participado de la
discusión para la implementación de esos nuevos impuestos. De manera que sólo podían
aplicarse nuevos impuestos sobre sectores cuyos representantes hubieran participado del
debate parlamentario en el cual se fijaran los impuestos. Los norteamericanos sostenían que
si ellos no habían estado presentes en ningún debate parlamentario en el que se discutiera la
aprobación de nuevos impuestos con que serían gravados, no podían aceptar pagarlos. De
modo contrario, el Parlamento habría rebatido sus propios argumentos. En realidad, lo que
ellos querían, básicamente, era tener representantes en el Parlamento inglés. Los
fundamentos elegidos para objetar la decisión de las autoridades metropolitana no conducían
en modo alguno a la independencia de Estados Unidos ni de las colonias del norte, sino que
pretendían que Estados Unidos dejara de ser colonia y sus habitantes fueran considerados en
situación de igualdad con la población británica. Buscaban que la burguesía norteamericana
tuviera miembros en el Parlamento del mismo modo que los tenía la burguesía inglesa.
Esta disputa política tan elevada se produjo, en primer lugar, porque los miembros de
esas colonias eran personas que tenían una experiencia intelectual, política y religiosa muy
particular, y advertían que se les estaba dando la oportunidad de abandonar su situación
colonial para encontrarse en una situación mejor. De algún modo, este pedido de inclusión
del Parlamento les permitiría participar de la toma de decisiones en toda la política británica,
incluyendo sus territorios coloniales; y, en ese momento, Inglaterra era una de las dos
principales potencias del mundo. Por esa razón, la revolución norteamericana no fue
revolucionaria en sus orígenes, sino que los norteamericanos llegaron a la revolución por la
puerta de los hechos. En realidad, no buscaban en modo alguno una revolución. Los
norteamericanos tenían una perspectiva conservadora: querían conservar los derechos que ya
tenían y, además, ganar otros. Pero no querían separarse de Inglaterra porque no querían dejar
de formar parte del más importante imperio que existía en ese momento en el mundo. Y,

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además, por una razón práctica: ellos sabían que no tenían forma de hacer frente a la flota
inglesa, ni a sus ejércitos. Por esa razón, simplemente pidieron que sus representantes fueran
admitidos en el Parlamento. Hay una cuestión importante: ellos podían hacer estos pedidos -
e incluso pudieron organizar dos reuniones continentales en la que participaron los
representantes de casi todas las colonias- para fijar una política conjunta porque, en realidad,
Estados Unidos estaba gobernado de un modo muy similar a Inglaterra. A diferencia de lo
que sucedía en el resto de América, que era gobernada por virreyes, consejos, audiencias o
asambleas que eran designados en Europa, Norteamérica tenía autogobierno. Es decir que
cada comunidad elegía sus propias autoridades. Esto era lo mismo que hacían las
comunidades en Inglaterra. Cuando las colonos ingleses llegaron a América continuaron
manteniendo las mismas formas de organización que tenían en su territorio de origen. Lo
único a lo que estaban obligados era a aceptar la autoridad del rey y del Parlamento, y a pagar
impuestos. Pero una cosa era pagar los impuestos que estaban instaurados desde el principio,
y otra era que se agregaran nuevos impuestos. Y, justamente,.para oponerse a estos nuevos
impuestos, utilizaron argumentos basados en la teoría política contractualista de John Locke,
que era quien había fundamentado la Revolución Gloriosa de 1688. Es decir, afirmaban que
quienes habían ido a Estados Unidos, habían dado comienzo a una nueva sociedad, habían
firmado un contrato y luego habían reconocido como rey al monarca inglés. En ese sentido
se había fijado una serie de condiciones. Por ejemplo, el pago de una serie de impuestos y un
juramento de fidelidad al monarca. Pero en la medida en que el monarca inglés o el
Parlamento quisieran imponerles nuevos impuestos, estaban violentando este contrato
original que habían firmado en su momento. De manera que la argumentación teórica que
utilizaban quienes se estaban enfrentando a Inglaterra les fue provista por las propias
autoridades inglesas y por los ideólogos del gobierno y de la burguesía inglesa.
El Parlamento, en un primer momento, debatió qué debía hacer y dio un paso atrás:
reconoció que la argumentación era justa y decidió anular los nuevos impuestos. Pero poco
después -y también el monarca era partidario de esto- entendieron que si daban un paso atrás,
de hecho, no se iban a comportar como lo hacía una metrópoli respecto de una colonia.
Porque lo que hacían con esto era reconocer que Norteameríca era un miembro de derecho
completo dentro del reino de Inglaterra. Por esta razón, volvieron a colocar impuestos, de
mayor cuantía aún que los anteriores. Esos impuestos fueron los que llevaron a que los
colonos norteamericanos tomaran una serie de decisiones. Por ejemplo, decidieron tirar el té
al mar para no pagarle impuestos a la Corona. Y también decidieron armar, con lo que tenían,
un ejército. En ese momento se dio una situación muy paradójica: los norteamericanos, una
sociedad pequeña y marginal, declararon su Independencia en 1766, desafiando a la principal
potencia marítima y militar del mundo en ese momento. Para poder sobrellevar esta situación,
en auxilio de ellos vino un conjunto de naciones que habían sido derrotadas en el pasado
cercano por Inglaterra. Entre ellas se contaban Francia, España y Holanda. Estos países no
se mantuvieron neutrales sino que fueron a auxiliar con hombres y armas a los
revolucionarios norteamericanos. De este modo, se desarrolló una guerra que se prolongó por
cinco años. Finalmente, Inglaterra decidió dar un paso al costado y retirarse. Esta decisión
revela en toda su medida el pragmatismo inglés, ya que primó la idea de que el pueblo
norteamericano, que había podido hacer la fundamentación teórica que había realizado en su
momento, que posteriormente se había animado a levantarse contra la Corona británica y que
luego había sellado importantes alianzas internacionales, si no pasaba a ser un pueblo

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independiente en ese momento lo iba a lograr muy pronto. Inglaterra no tenía forma de
mantener su dominio colonial sobre Estados Unidos durante mucho tiempo, a menos que
recurriera a un gasto que resultaba inconcebible. Por esta razón, los ingleses se retiraron y le
dejaron el terreno libre a los norteamericanos.
A partir de ese momento, los norteamericanos organizaron su propio régimen político.
Este régimen político tenía una particularidad respecto de lo que sucedía en Europa. En
Estados Unidos nunca había habido un rey, y sí las colonias habían ejercido el autogobierno.
De este modo, el nuevo régimen político independiente se organizó con una estructura similar
a la que conocemos en la actualidad: un presidente y dos Cámaras, una de Senadores y otra
de representantes o de Diputados. En la Cámara de Senadores tenían una representación
igualitaria todas las colonias que habían pasado a convertirse en Estados. Y en la Cámara de
Representantes los miembros eran elegidos en forma proporcional a la cantidad de habitantes
de la República. En este sentido, se pueden señalar varios aspectos novedosos. En primer
lugar, se trató de una revolución que triunfó a costa, incluso, de lo que había sido su objetivo
inicial. Luego, un pequeño grupo de colonias que consiguió imponerse a la principal potencia
mundial de su época. Y, fundamentalmente, la creación de un nuevo régimen político
representativo que iba a servir de modelo a buena parte de las futuras democracias
occidentales. Esto se iba a complementar en 1826 con la sanción del sufragio universal. En
síntesis, el resultado de este proceso expresa la consolidación de una sociedad
extremadamente moderna que se había desarrollado en el marco de una situación colonial, y
que, en condiciones históricas adecuadas, consiguió traducir en acto todas sus
potencialidades.

El último proceso histórico que vamos a estudiar es la Revolución Francesa. Para ello,
se privilegiarán en algunos aspectos centrales. Esta revolución fue importante, por ejemplo,
por el conjunto de valores que triunfaron con ella: los valores paradigmáticos de libertad,
igualdad y fraternidad. Es de destacar que los valores de igualdad y de libertad ya habían sido
levantados por los norteamericanos durante el proceso de independencia. Sin embargo, a la
Revolución Francesa se le adjudica tanta importancia porque una cosa es una revolución en
una región secundaria y marginal del planeta, y otra muy distinta es una revolución en el
centro político mundial, que estaba ocupado por Francia. La importancia de esta revolución
fue su capacidad de generar un eco notable en todo el mundo, y difundir sus nuevas ideas y
valores a lo largo de Occidente.
La Revolución Francesa también fue muy significativa por otras razones. La
Revolución Francesa se produjo en una sociedad que había sido emblema del absolutismo
monárquico hasta poco tiempo atrás. Esa sociedad era administrada por un monarca absoluto
que, de todas formas, para tomar ciertas decisiones, en forma muy espaciada, convocaba a
los llamados "Estados Generales". Los Estados Generales eran una suerte de Parlamento que
al momento de la revolución hacía un siglo que no se reunían. La función básica de este
Parlamento era la de votar nuevos impuestos, para lo que era convocado especialmente.
Los Estados Generales eran un Parlamento de tipo antiguo. En sus orígenes, la palabra
Parlamento no hace referencia a un lugar físico concreto. Parlamento deriva de
"parlamentar"; Parlamentar era lo que hacían los jefes militares cuando le daban a algunos
pueblos alternativas de someterse voluntariamente antes de ser destruidos. En ese
parlamentar se fijaban las condiciones de subordinación que iban a tener esos pueblos

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respecto de un Estado o de un jefe militar. En la medida en que alguna de las partes quisiera
cambiar el contrato inicial, era necesario parlamentar de nuevo. Con el paso del tiempo, esta
función de parlamentar fue estableciéndose en un lugar determinado. Pero era una práctica
extendida, al menos, desde la época de los francos, antes del siglo VIII.
Los Estados Generales constituían un ámbito que convocaba el monarca cuando
quería modificar, por ejemplo, las políticas impositivas. Pero no era un Parlamento moderno.
La sociedad francesa era una sociedad estamental, dividida en tres estamentos u órdenes. El
primer estamento era el clero, el segundo estamento era la nobleza y el tercer estamento era
el denominado “Tercer Estado”, integrado por todos aquéllos que no eran nobles ni
religiosos. En el tercer estado se incluían campesinos libres, burgueses y artesanos. Debe
destacarse, entonces, que el tercer estamento no se restringía exclusivamente a la burguesía.
El monarca francés convocó a los Estados Generales en 1788 porque Francia se
encontraba en una situación económica caótica. Un siglo atrás Luis XIV había llevado
adelante un proyecto absolutista que incluía la realización de enormes obras como la
construcción del palacio de Versailles. Esta obra ciclópea significó un enorme costo para las
finanzas del Estado francés. Pero Versailles no fue sólo una obra arquitectónica de enorme
magnitud. Este proyecto, además, incluía que toda la nobleza francesa fuera a vivir a este
palacio a costa del Estado. En ese momento, Luis XIV pretendía que los nobles dejaran de
conspirar cada uno en su tierra y -a cambio de darles riquezas, placeres, satisfacciones, bailes,
diversiones y hacerlos vivir a costa del Estado- convertirlos en seres marginales que
dependieran del favor real para su supervivencia. Este proyecto permitió consolidar el
absolutismo en Francia, pero era muy difícil financiar un modelo como éste en el tiempo. En
el siglo siguiente, los que básicamente financiaron este proyecto fueron los miembros de la
burguesía y los campesinos que pagaban impuestos. Además, el rey se endeudaba con
prestamistas europeos para poder solventar esa política. Pero más allá de que en el siglo
XVIII era imposible sostener esta política, Francia había jugado un papel muy importante en
el proceso de revolución norteamericano, que resultó extremadamente gravoso para la
tesorería del Estado. En efecto, Francia debió financiar la guerra contra Inglaterra, para lo
cual invirtío enormes sumas en armas y ejércitos que iban a ayudar a los revolucionarios
norteamericanos. Cuando Francia terminó de auxiliarlos, recibió la gloria militar y lavó su
honor manchado, pero quedó en bancarrota. Por este motivo, el rey Luis XVI debió convocar
a los Estados Generales para que votaran nuevos impuestos con los cuales restablecer las
yermas finanzas del Estado.
Los Estados Generales tenían una particularidad: cada Estado estaba representado de
acuerdo a una idea de representación antigua. Quienes representaban a cada uno de los
estados eran las personas más características, más prestigiosas dentro de ese Estado. Se
llegaba a ser representante cuando se era reconocido como alguien prestigios y representativo
de un Estado determinado. Al ponerse en funcionamiento la reunión de los Estados
Generales, cada Estado debía reunirse de manera independiente, y considerar una propuesta
que les presentaba el monarca. Cada Estado en conjunto emitía un voto, sin importar el
número de representantes que lo integraban, y luego, por simple mayoría de votos se tomaba
una decisión. El Tercer Estado aceptó en principio participar de la convocatoria a los Estados
Generales, pero ni bien llegaron sus representantes a París anunciaron que no querían reunirse
como Estados Generales, ya que allí se iban a fijar impuestos que iban a tener que ser pagados
exclusivamente por artesanos, campesinos y burgueses. Si el rey ponía a consideración de

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los tres estamentos su propuesta de aumento impositivo, el clero y la nobleza que no iban a
tener que pagar –ya que, de acuerdo con los privilegios de los que gozaban, estaban exentos-
por lo que obviamente iban a dar su aprobación al nuevo impuesto. De este modo, por más
que el Tercer Estado (burguesía, artesanos y campesinos libres) emitieran un voto negativo
al impuesto, lo iban a tener que pagar igual y en un marco de estricta legalidad. Por esa razón,
anunciaron que sólo sesionarían bajo la forma de Asamblea Nacional.
La Asamblea Nacional era otra figura jurídica. En caso de extrema gravedad, los
representantes de los tres Estamentos podían sesionar en conjunto para resolver cuestiones
apremiantes.. En ese caso, el voto de cada persona (y no ya de cada Estamento) valía igual.
Es decir: un hombre, un voto. Como el Tercer Estado tenía muchos más representantes que
los otros dos, sus miembros estaban seguros de que, en una Asamblea Nacional, iban a poder
imponer su posición. En un primer momento, cuando el Tercer Estado planteó esto, el
monarca expresó sus dudas y se opuso, pero más adelante se dio cuenta de que iba a tener
que ceder. Debía ceder porque en ese momento el rey francés estaba siendo objeto de un gran
cuestionamiento por parte de la nobleza y el clero, que le acusaban de gobernar en beneficio
de la burguesía (quien, por otra parte, cargaba con la mayor parte del pago de impuestos, y
le proveía de su funcionarios más eficaces). Por este motivo, terminó accediendo y permitió
la reunión en forma de Asamblea Nacional. Esta Asamblea Nacional implementó una
Constitución, del mismo modo que, en su momento, lo habían hecho los norteamericanos.
En el casos inglés, la Constitución era mucho más confusa, ya que incluía leyes
independientes, algunas normas agrupadas y derechos consuetudinarios (tradicionales) no
escritos. Es decir, también en el caso francés que se estableció un contrato que fijaba las
nuevas reglas de juego de la sociedad.
También existía una segunda, y fundamental diferencia, entre la reunión de los
Estados Generales y la reunión de una Asamblea Nacional. Quienes participaban de la
reunión de los Estados Generales sólo podían votar por sí o por no -por la afirmativa o por la
negativa- la moción que presentaba el rey. En cambio, en la Asamblea Nacional se podía
tratar cualquier tema. Por ese motivo, en lugar de tratar la propuesta del monarca, lo que
planteó y logró imponer el Tercer Estado fue el tratamiento de un nuevo contrato social, de
una Constitución. Esta Constitución sancionó la instauración de una monarquía
parlamentaria similar a la inglesa, pero mucho más audaz, ya que muchos miembros del
Tercer Estado impulsaron el sufragio universal, inspirados en los lineamientos principales de
la Constitución norteamericana. El Tercer Estado sostenía que no tenía sentido quedarse sólo
con lo que habían conseguido los ingleses cuando ellos podían ir más allá y conseguir
derechos y atribuciones mucho más amplios.
La Asamblea Nacional se sancionó, pues, una Constitución. Además, se debatió la
sanción del sufragio universal, y se aprobó la Declaración de los Derechos del Hombre y el
Ciudadano. Esto fue algo esencial por distintas razones. Desde la perspectiva de los derechos
humanos, planteaba el respeto de la persona por el simple hecho de su nacimiento. Además,
la Declaración de Derechos consignó en la letra todos los derechos y reclamos que venía
planteando el liberalismo burgués desde un siglo atrás. Garantizó los derechos de tránsito, de
propiedad, de libre comercio, de libertad de pensamiento y expresión, etc.. Luego, en
sucesivas decisiones, la Asamblea dispuso impuestos a los nobles, que hasta ese momento
no los pagaban. Además, se abolieron las obligaciones personales que debían prestarle a los
nobles quienes no lo eran . En el pasado, los nobles tenían prerrogativas que provenían de su

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status especial. Si el noble le exigía a quien no lo era que hiciera algo, éste lo tenía que hacer.
La Asamblea decidió abolir este privilegio. Además, se expropiaron las tierras de la Iglesia,
la principal propietaria terrateniente de Francia.
La gestión de la Asamblea Nacional fue realmente revolucionaria. Más aún. Esta
gestión puso en cuestión el porvenir del resto de las monarquías europeas, porque planteaba,
además de la idea de libertad y de igualdad, la idea de fraternidad. Este elemento fundamental
no estaba incluido dentro de la Constitución norteamericana. La fraternidad implicaba que el
primer deber del hombre no era con su rey sino con la especie humana. Aquí se afirmaba, en
cambio, que por encima de las divisiones nacionales estaba la naturaleza común del hombre.
Lo que intentaba hacer el tercer estado -puntualmente, la burguesía- era derribar todas
las trabas feudales que existían en la administración francesa que impedían el desarrollo de
las fuerzas del capitalismo, y quería tener un papel esencial en la redacción de las nuevas
leyes. A medida que se fueron produciendo las sanciones de la Asamblea Nacional, la
nobleza y el clero se retiraron de la Asamblea y, más adelante, también se retiró el monarca.
El monarca no estaba en absoluto de acuerdo con la posibilidad de ejercer una monarquía
constitucional en la que tuviera que subordinarse al poder parlamentario de la Asamblea.
Estos grupos se retiraron a la ciudad de Varennes, donde el monarca iba a intentar crear un
gobierno alternativo y pedir apoyo a otros reyes europeos para recuperar el poder en Francia.
La aristocracia francesa argumentaba que, a diferencia de la revolución norteamericana (que
no había tenido una gran repercusión porque se había producido en un lugar lejano), la
revolución francesa iba a ser el punto de partida de una revolución europea general que iba a
terminar con la aristocracia y con los reyes en todo el continenete. Estos grupos planteaban
que la principal solidaridad que debía tener la nobleza y los reyes europeso no era con su
propio pueblo sino con las otras noblezas y reyes con la que compartían su destino.
La aristocracia y el clero fueron los primeros en retirarse a Varennes, donde se
estableción, en disidencia, la corte. Luego partió el rey. Existe un relato, una leyenda popular
que, ciertamente, es una invención folkórica, que dice que, agobiado por los avances de la
Asamblea Nacional, el monarca decidió partir hacia Varennes. Una noche, sigue el relato, un
cochero fue llamado una noche al Palacio para encargarle un viaje que debía hacer un
miembro destacado del Palacio, acompañado de su familia. El cochero trasladó al grupo a
Varennes y, como pago del viaje, el pasajero ilustre le dio una moneda. Cuando el cochero
miró la moneda se dió cuenta que ésta tenía impresa la misma cara que la de la persona que
le acaba de pagar. Entonces se dió cuenta que estaba ante el rey y comprendió que éste había
intentado escapar, por lo que no dudó en denunciarlo. Una vez delatado, no pasó mucho
tiempo hasta que el rey fue tomado prisionero y ejecutado junto a su esposa, María Antonieta.
La forma en que huyó y fue descubierto el rey refleja a una monarquía en una
situación de retirada, y la existencia de un fuerte respaldo popular a de la revolución. Sin
embargo, la revolución tuvo un respaldo contradictorio dentro de la sociedad. En los primeros
momentos de la Asamblea Nacional aparecieron distintas posturas. Por lo general, los
sectores populares urbanos, los pobres, artesanos, burguesía y algunos campesinos
enriquecidos, respaldaron el proceso de reforma llevado adelante por la Asamblea Nacional.
Las poblaciones campesinas, más tradicionales y siempre más lentas en asimilar los cambios,
mayoritariamente se enfrentaron a la revolución y refrendaron su solidaridad con los
aristócratas de cada lugar.

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La revolución contó con varios eventos importantes. Uno de ellos fue la toma de la
Bastilla. En este acontecimiento, el pueblo de París tomó la prisión estatal en la que estaban
alojados los opositores políticos y los puso en libertad. Otro hecho clave -que tuvo lugar en
la primera etapa de la revolución- fue el "Gran Miedo". En general, los propietarios
campesinos y muchos pobres comenzaron a atacar los castillos de la nobleza y a los
recaudadores de impuestos, a quienes ejecutaban si los encontraban en persona porque los
acusaban de ser los causantes de su miseria. En este sentido, se produjo lo que en la
antigüedad era conocido con el nombre de "jacquerie". La jacquerie no era una revolución
sino un mero ejercicio de violencia primitiva, producto de una situación de extrema miseria.
Quienes no tenían de comer y se sentían en una situación humillante, reaccionaron de manera
primitiva recurriendo al expediente arrebatar y liquidar todo aquello que consideraba como
un símbolo de poder. La jacquerie implicaba la destrucción de edificios públicos, el asesinato
o linchamientos de miembros de familias aristocrática y de recaudadores de impuestos, el
incendio de campos y propiedades, etc.. Sin embargo, no traducía proyecto político alguno.
Simplemente eran actos de violencia producto de la miseria y la impotencia.
Finalmente, el rey fue ejecutado. Sin embargo, la aristocracia francesa consiguió el
respaldo de otras noblezas y monarcas europeos, e intentó acabar con la revolución. En el
resto de Europa se produjo una gran alianza monárquica para acabar con la revolución
francesa. En Francia, dentro de la Asamblea Nacional se habían constituido tres grupos: los
feuillants, los girondinos y los jacobinos1. Los girondinos y los feuillants estaban constituidos
por sectores burgueses muy moderados. Estos grupos se conformaban con tener una
monarquía parlamentaria y conseguir algunos avances en las atribuciones de la burguesía en
Francia. Los jacobinos, en cambio, proponían posiciones más extremas. Ellos proponían, por
ejemplo, procesos de expropiación más amplios, mejorar la condición de los sectores más
pobres, e imponer sanciones más drásticas e inmediatas a los traidores. Con esto buscaban
obtener un respaldo popular más importante. Aproximadamente hasta 1792, los sectores
moderados -básicamente, los girondinos- encabezaron la revolución. Pero una vez que los
ejércitos monárquicos entraron al territorio francés, el equilibrio político se modificó. En ese
mismo año, la Asamblea Nacional fue reemplazada por la Convención Nacional, elegida por
sufragio universal, que ejerció simultáneamente funciones ejecutivas y legislativas. La
profundización de la guerra externa y el creciente clima de inestabilidad interno favoreció la
llegada de los jacobinos al gobierno. Los jacobinos estaban respaldados por sans-culottes,
sectores populares, que vivían en las ciudades francesas. Sobre todo, en París. Los jacobinos
organizaron ejércitos de voluntarios para evitar la invasión de Francia: tras enormes pérdidas
iniciales, los ciudadanos armados voluntariamente comenzaron a obtener importantes éxitos
en el terreno de las armas frente a las tropas profesionales que invadían el territorio francés.
De esta manera, una sociedad que hasta tres años antes había sido monárquica,
estamental y caracterizada por los privilegios de la nobleza y el clero, fue reemplazada por
otra, crecientemente igualitaria, donde se implementó el sufragio universal mucho antes que
en el resto del mundo, incluidos los Estados Unidos. Los jacobinos consultaron –e intentaron
manipular permanentemente- a los clubes populares que prolifereron durante la revolución,

1
Los nombres de estos grupos provenían de los conventos en los que se reunían. Junto con las propiedades de
la Iglesia se expropiaron los conventos. Estos conventos pasaron a ser utilizados como centro de reunión de
las facciones políticas que participaban de la Asamblea Nacional.

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presentándose como sus representantes en el marco de la Convención. También crearon los


tribunales populares: si alguien denunciado como miembro de la reacción o como enemigo
de Francia era encontrado en la calle, era juzgado allí mismo y ejecutado. Por entonces,
asimismo, se creó un conjunto de nuevas instituciones, tendientes a gobernar una sociedad
que estaba en un proceso de revolución interno y amenazada por una invasión externa, como
el Comité de Salvación Nacional. Este tipo de gobierno, basado en la toma de decisiones
rápidas y el ejercicio de la violencia no podía durar mucho tiempo, pero contó con un gran
respaldo de los sectores populares. El problema fue que, en la medida en que la situación de
guerra se prolongaba, en Francia no se producía prácticamente casi nada y el hambre se
expandía. Los jacobinos intentaron repartir los alimentos que había y fijar precios máximos
para los productos ya que habían aumentado debido a la inflación. Sin embargo, este
problema provocó un quiebre entre los jacobinos y quienes los apoyaban entre los sectores
populares. Para retener el poder, los jacobinos suspendieron la aplicación del sufragio
popular, y extremaron la violencia en su gestión. Sin embargo, no consiguieron evitar ser
derrocados. Sus principales líderes, entre ellos, Maximiliano Robespierre, apodado “El
Incorruptible”, fueron guillotinados, recibiendo la misma medicina apliacada en el pasado a
sus adversarios políticos. A partir de ese momento comenzó una nueva etapa de la revolución,
en la que el gobierno tenderá a estabilizarse y los ejércitos revolucionarios conseguirán
expandirse por toda Europa, bajo el mando del general Napoleón Bonarparte. Este proceso
será analizado en las clases próximas.
La Revolución Francesa tuvo muchas consecuencias. En primer lugar, expresó el
rechazo del Tercer Estado y los sectores populares contra todo aquello que tuviera que ver
con el poder monárquico y nobiliario. En Francia era mucho más difícil que en Inglaterra que
el capitalismo pudiera prosperar en la medida en que las trabas, las legislaciones, los derechos
y las prerrogativas que tenían el rey, la nobleza y el clero, eran enormemente mayores a las
que había en Inglaterra.
Así como la revolución inglesa tuvo dos filósofos claves para dos momentos distintos
-Hobbes primero y luego Locke-, la Revolución Francesa experimentó las influencias de la
revolución inglesa, luego de la revolución norteamericana y, finalmente, influencias nativas
de gran importancia en el plano del pensamiento político. Por un lado, es significativa la
incidencia de los autores de la Enciclopedia sobre los revolucionarios de 1789. En segundo
lugar, se destacó la influencia especívica de algunos pensadores. Por ejemplo, Montesquieu,
en lo que tiene que ver con la separación de los poderes. Montesquieu analizó en clave
francesa el sistema político inglés, y postuló, por primera vez, la división formal entre los
tres poderes (ejecutivo, legislativo y judicial), que nos resulta tan familiar en la letra, aunque
no necesariamente en la práctica. También tuvo gran incidencia la obra de Jean-Jacques
Rousseau, autor de "El contrato social", quien fue tomado por los revolucionarios -sobre
todo, por los jacobinos- como una suerte de creador o publicista de la democracia directa.
Justamente, el tema de la democracia directa o de la democracia representativa, es de
importancia capital dentro del proceso que estamos analizando. En Inglaterra había una
Cámara a la cual se accedía por origen social, la Cámara de los Lores, y otra Cámara, la de
los comunes, a la que se accedía a través del sufragio de sectores muy acotados de la sociedad:
aquéllos que pagaban por encima de un cierto nivel de impuestos. En Inglaterra sólo era
ciudadano quien era propietario, y pagaba un nivel de impuestos muy elevado. Cuando se
produjo la revolución norteamericana, Benjamin Franklin escribió una serie de trabajos

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dentro de los cuales planteó una anécdota para criticar la idea del sufragio censitario que, en
un primer momento, se aplicó en Estados Unidos. Franklin hacía referencia a un conocido
suyo que tenía un burro. En función de la tenencia de ese burro, pagaba impuestos. Pero
cuando el burro murió, él dejó de pagar impuestos. Y al dejar de pagar impuestos también
dejó de votar. Y por lo tanto, Franklin comentaba que su amigo terminó por preguntarse quién
era el que efectivamente votaba, si él o el burro. En realidad, el planteo que se hacía era en
qué medida resultaba lógico que fueran los bienes materiales y no la calidad de las personas,
la simple condición humana, la que habilitara a las personas a tener derechos políticos.
Durante la Revolución Francesa esta problemática atravesó por distintas etapas. Los sectores
girondinos planteaban un sufragio acotado, censitario. Por el contrario, los grupos jacobinos,
encabezados por Robespierre, plantearon la idea del sufragio universal. Ellos buscaban crear
una base política popular que los respaldara. Los sans-culottes, los sectores populares de
París, no los iban a poder votar si para emitir su voto debían pagar impuestos. Además,
apelaban a una justificación común a lo largo de toda la historia de la humanidad: cómo era
posible que se le exigiera a una persona el pago de un derecho de sangre -es decir, que se
incorporara a los ejércitos- y que luego esa misma persona no estuviera en condiciones de
votar por no pagar impuestos. Este el planteo que hacían los jacobinos. Como hemos visto,
la ley de sufragio universal finalmente se impuso, y se aplicó a la elección de la Convención
Nacional, en 1792, pero luego, a medida en que la situación interna -producto del hambre- y
externa -como consecuencia de la guerra contra los ejércitos invasores-, los jacobinos
terminaron por denunciarla, inclinándose por un acotamiento del sufragio. Porque, en
realidad, lo que querían hacer los jacobinos era concentrar la mayor suma de poder posible.
Sin embargo, con esta decisión, en lugar de concentrar más poder, lo que hicieron fue ponerse
en contra a los sectores populares, motivo por el cual pudieron ser derribados con facilidad.
La idea que se terminó imponiendo en la Revolución Francesa fue la de
representación. Esto es, una idea de representación “en sentido moderno”. Quienes
participaban de los estamentos, y de las reuniones de Estados Generales, eran representantes
“en sentido antiguo”: eran los más representativos dentro de un grupo social. Eran aquéllos
en los cuales el resto de los integrantes de ese grupo social se podían mirar y verse reflejado.
Por el contrario, la idea que se va a imponer a partir de la Revolución Francesa es la idea
actual de representación. Esto es, la idea de la elección a través del sufragio; es decir, la
eleccion de alguien a quien las personas le atribuyen el derecho de representarlas durante un
período determinado, sin ninún tipo de condicionamientos sobre su gestión –siempre y
cuando no incurra en el delito-. Los representantes de los estamentos sólo podían votar lo
que el resto del estamento les encargaba votar. Cuando se convocaba a los Estados Generales,
quienes eran enviados a participar recibían instrucciones que les señalaban qué votar y cómo
hacerlo. Luego, lo que ellos votaban era respetado por los demás en la medida en que
tradujese las órdenes que se le habían dado. La idea de representación que se impuso con la
Revolución Francesa es una idea moderna. De acuerdo a ella, una vez que la sociedad elige
a alguien para que la represente, no le puede cuestionar lo que esa persona decide. El único
límite que tiene el representante elegido es el período que dura su mandato y la única forma
de sancionarlo consiste en no volver a votarlo. De este modo, el representante se “despega”
de los que lo votaron. Más aún, la teoría moderna de la representación, sostenida por el abate
Sieyès durante la Revolución Francesa, sostiene que si bien una persona es designada como
representante por el voto de un grupo acotado de personas, al momento de ser electa no debe

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representar ya únicamente a los que lo votaron sino que pasa a ser representante de la Nación.
Es decir, que debe legislar para el bien común, y no de los intereses particulares de quienes
lo escogieron. De más está decir, hablando con estricto pragmatismo, que a menudo la idea
de la representación ha servido a partir de entonces para que los representantes llegaran al
gobierno con el voto de unos sectores sociales, y legislaran o gobernaran en beneficio de
otros. En realidad, la burguesía decimonónica no tuvo empacho alguno en identificar sus
propios intereses con los de la nación, razón por la cual la noción de representación adquirió
a menudo el status de una ficción representativa.
De todos modos, esta noción se fue consolidando durante el siglo XIX, y con algunos
altibajos continúa en nuestros días. De todos modos, esto no debe impedirnos ver que, durante
la Revolución Francesa, algunos grupos plantearon cosas distintas. Por ejemplo, los
jacobinos intentaron gobernar la sociedad a través de asambleas o clubes. De hecho,
defendían la idea de democracia directa, que creyeron ver postulada en los escritos de
Rousseau.
En este capitulo desarrollamos tres modelos y soluciones para procesos
revolucionarios que fueron producto de cambios sociales y económicos, y que tendieron en
todos los casos a crear las bases del orden político moderno y que posibilitaron la expansión
del sistema capitalista. Asimismo, generaron tres ejemplos básicos que luego fueron imitados
y reproducidos de algún modo en el resto del mundo occidental.

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