Está en la página 1de 196

cuentos

a
manos
Proyecto Editorial Abra La Palabra 3
CORPORACIÓN FESTIVAL DE CUENTEROS

cuentos
a
manos

Proyecto Cultural de
Sistemas y Computadores S.A.

Bucaramanga - Colombia
2004
Primera edición:
Diciembre de 2004

100 ejemplares

© Corporación Festival de Cuenteros


corfescu@hotmail.com
www.abrapalabra.com.co

Editor: Francisco Centeno Osma


Diseño de portada: Oscar Leonardo Muñoz Tapias

Diagramación, impresión y encuadernación:


(Sic) Editorial - Proyecto Cultural de Sistemas y Computadores S.A.

Centro Empresarial Chicamocha Of. 303 Sur


Telef: (97) 6343558 - Fax (97) 6455869
siceditorial@syc.com.co
www.siceditorial.com
Bucaramanga - Colombia

ISBN: 958-708-087-4

Prohibida la reproducción parcial o total de esta obra, por cualquier medio, sin
autorización escrita del editor y los autores.

Impreso en Colombia
ÍNDICE GENERAL

Prólogo
Todos los cuentos del mundo / 11

Los tres deseos / 15


Un hombre malo / 18
La parábola / 18
La prueba de hielo / 19
El corresponsal / 21
Las torres de las lenguas / 23
El juego intelectual / 24
El rey desnudo / 24
Me pagarás con sangre / 25
O mejor / 27
El hombre sin nombre / 28
Martina / 29
Ocurrió en la arena / 31
Frente a frente / 34
Una cita a ciegas / 35
Colomba y el profesor / 37
Hache, tres destinos para un traspié / 41
Suaves sirenas / 44
Fábula numérica de Sir Tomate F / 45
Cyber romance / 46
Piedrita bajo mi almohada / 47
Una cuenta para saldar / 49
El cartero / 52

7
El mago / 53
Libro de aventuras / 53
Libro de cocina / 54
La Cenicienta, el profesor chiflado de su época / 55
Violación + I.V.A. / 57
Desencuentros / 60
Tiempos de la UP / 61
El muerto / 63
¡Emborrachaos! / 64
Colección de desencuentros / 65
La niña y el poeta / 69
El vino / 71
Manos confusas / 75
Para dox / 77
El norte / 78
Árbol del tiempo / 79
Kokoro y el cuadernillo mágico / 81
Los tres hombres / 85
Cuaderno Rivadavia / 86
La leyenda de los temblores / 87
Incendiarios / 88
Noche de rumba / 89
Dos gardenias / 91
De oscuro a amarillo / 92
Deseos / 93
Paleta de colores / 95
La venganza I / 96
La venganza II / 96
La colonia / 97

8
Fobia / 98
Lección / 99
Sin título / 99
Trabajar, trabajar y trabajar / 100
Cuando me ames / 101
Premonición / 101
El jardinero real / 102
Yeya la yegua / 103
Seis cuentos de terror / 104
Sir Galván y la espantosa dama / 105
La flor de lililá / 109
El samán y los pájaros / 116
El viejo de la verruga / 117
Juan diablo / 121
Uno de Cosiaca / 126
El baile sin cabeza / 127
El espíritu de las aguas / 131
El campesino y su caballo / 133
Anansi y los plátanos / 135
El tesoro / 138
La boda de Tío Conejo / 139
La naturaleza / 141
Nada es superior a Dios / 142
El nacimiento de la Isla Borikén / 143
Las aguas cambiadas / 148
El campesino y el matemático / 149
Atención / 153
De sastre a doctor / 154
Por qué los perros se huelen la cola / 157

9
La idea que me da vueltas / 160
Cuentos de Nasrudín / 163
Los dos reyes / 166
El camello y el león / 171
Nacimiento del pájaro palabra / 174
Tezcatlipoca, la música, el canto y el baile / 176
El amor / 179
El sol de las venadas pariendo / 180
El príncipe cangrejo / 183
El picapedrero / 186
Las aventuras de Pollo Tico / 189
Tres chicos / 192
Romance de la infanticida / 195

10
PRÓLOGO
TODOS LOS CUENTOS DEL MUNDO

Este año (2004) Bucaramanga estuvo de fiesta porque su


Festival Iberoamericano de Cuenteros Abrapalabra cumplió sus
primeros diez años de realización. Ya sé que no son muchos,
que aún es un niño al que se le deben prodigar los mayores
cuidados para que continúe creciendo; que de ahora en
adelante le esperan sus mayores experiencias y el reto de la
maduración y permanencia. Pero diez años en Colombia son
bastantes, si se tiene en cuenta que aquí mueren proyectos
culturales todos los días. También todos los días mueren
colombianos. Es la guerra que roba la vida.
Festival es sinónimo de fiesta y para que haya fiesta debe
haber un motivo y muchos invitados. Este año hubo un gran
motivo: llegamos a la décima versión; y también muchos
invitados: 100 cuenteros de 14 países que quisieron celebrar
con Bucaramanga su festival. No todos los que habían estado
pudieron estar, sin embargo, vinieron los que no habían estado
y siempre quisieron estar, y que ahora, después de diez años,
ya están.
Un homenaje a los que nunca volverán, pero que siempre
estarán presentes: Jorge Navarro, José Higinio Galván y Jairo
Botero. Ahora son cuenteros en el cielo de los cuenteros. Seguro
que existe un cielo así, o debería.
Dedicar la vida a contar cuentos es asunto de cuenteros.
Yo no sé si se nace con esa vocación. Nicolás Buenaventura
dice que si un cuentero no nace no se hace. Mi padre me
contaba cuentos, así que yo le echo la culpa a mi padre de
haber enderezado mi camino. Creo que hubiera sido infeliz
haciendo otra cosa distinta a contar cuentos. También sé que
todos los cuenteros comparten esa felicidad.
Bucaramanga tiene nombre de cuento, por eso cuando
los niños de otros países escuchan esta palabra les brota una
gran sonrisa. Un lugar que tiene nombre de cuento tiene que

11
ser un buen lugar para los cuentos y los cuenteros. Un buen
lugar, definitivamente. Por eso Abrapalabra abrió palabras en
Bucaramanga y los corazones de sus habitantes se abrieron a
la palabra y a los cuentos. Abrirse a los cuentos es una buena
cosa, sobre todo cuando son todos los cuentos del mundo
contados por 100 cuenteros del mundo. El mundo es un cuento,
definitivamente. También la vida. La guerra, en cambio, es el
peor cuento.
Un homenaje a TODOS los que hicieron posible estos
diez años de cuentos en Bucaramanga, que son muchos y no
cabrían todos en este prólogo. Desde el espectador hasta el
empresario, el ministro, el gobernador, el alcalde, el técnico,
el logístico, el diseñador, el mensajero, la secretaria, el botones,
el cocinero, el taxista, los que firmaron el acta de fundación,
los amigos cuenteros, los otros amigos y los demás que
estuvieron prestos a responder la llamada.
Dicen por ahí que las palabras se las lleva el viento, lo
cual no es cierto. Los que dicen esto es porque no le han
hallado valor a la palabra o porque no han escuchado un
buen cuento. Un buen cuento bien contado siempre quedará
en la memoria de quien lo haya escuchado, siempre que su
corazón haya estado abierto y dispuesto. Los buenos cuentos
nunca se olvidan, como los buenos cuenteros.
Pero por si acaso —sólo por si acaso— hemos querido
editar esta memoria escrita de los cuentos contados oralmente
por muchos de los cuenteros del mundo. La llamamos Cuentos
a 100 manos, aunque son más de cien manos las manos que
metieron la mano para hacerla, y sabemos que serán muchas
más las que pasarán hoja tras hoja para repasarla.
Hemos incluido los ejercicios literarios de los cuenteros,
cosa difícil para seres acostumbrados a contar los cuentos de
manera oral. También versiones de cuentos populares,
provenientes de antiguas tradiciones orales, mitos y leyendas,
que mantienen su vigencia porque alguien en algún lugar las
cuenta y las recupera para nuestro conocimiento y regocijo. Y
algunas historias provenientes de la literatura, pero que a fuerza

12
de ser contadas por tantos cuenteros en el mundo se han vuelto
patrimonio oral de los pueblos; como la magnífica fábula del
cangrejo y la botella de Celso Román o la versión de Eduardo
Galeano del mito Cachinagua del amor o el maravilloso cuento
de Kalman Barsy "El nacimiento de la isla de Borikén" o alguna
fábula del Panchatantra o la historia marco de "Las Mil y Una
Noches" o la idea de Gabriel García Márquez en la que se
basó el guión argumental de la película "Presagio".
No son pocas las veces en que alguna persona del público
me pregunta en dónde puede hallar los cuentos que contamos
los cuenteros. Hasta ahora, casi siempre mi respuesta había
sido "en los libros de cuentos" y casi siempre recibía una mirada
de poca gratitud por ella. Este libro está hecho con la esperanza
de cambiar esa mirada por otra más amable, y, aunque la
respuesta inicial persista, agregaré: "por ejemplo, en Cuentos
a 100 manos". Que lo disfruten.

Pacho Centeno

13
LOS TRES DESEOS
Por Pacho Centeno 1
(Colombia)

Ellos son una pareja infeliz. Ha pasado mucho tiempo


desde que se casaron y casi ni se hablan —como si se lo
hubieran dicho todo—. Es evidente que ya no existe el amor
en esta relación. Todo el amor que tenían se lo legaron a sus
hijos, quienes se marcharon de casa hace algunos años,
quedando solos y en hastío.
El es un coleccionista de cosas viejas. Una noche regresa
a su casa con una lámpara que compró en una tienda de
antigüedades; la coloca sobre la mesa de comedor, enciende
el televisor para ver el noticiero al mismo tiempo que le exige a
su mujer:
—Ya puedes servirme la cena; tengo mucha hambre.
Ella simula no escucharlo, como siempre. Esta sentada en
la sala, leyendo una novela de amor; es una buena lectora y
aquella novela le trae recuerdos de años pasados y lejanos.
De pronto, repara en la lámpara que su marido ha traído a
casa, piensa que se parece a la que siempre dibujan en el
cuento de Aladino; entonces cierra el libro, se levanta del sillón,
toma la lámpara y —en broma— la frota tres veces. Como en
el cuento, de la lámpara brota una luz brillante y también un
genio con turbante y zapatillas de satín.
Ante el estruendo que se produce, el marido retira su
atención del televisor y se dirige al comedor. Los dos están
sorprendidos; él más que ella, puesto que ella ya conocía la
historia.
El genio liberado les dice que les va a cumplir tres deseos,
pero de la siguiente manera: un deseo para ella, otro para él
y uno más que deberán pedir de común acuerdo entre los dos.

1 Versión original inspirada en un cuento popular.

15
—Tienen hasta una hora para decidirlos —dice el genio
satinado mientras se esfuma ante la atónita pareja.
—¿Y ahora qué? —dice el marido.
—No sé —contesta la esposa—, piensa en tu deseo que
yo pensaré en el mío.
—Está bien —dice el marido— pero mientras tanto quiero
mi comida: un par de huevos fritos y un chorizo.
No ha terminado de decir chorizo, cuando dos huevos y
un chorizo aparecen sobre la mesa.
—¡Pero qué es esto! —exclama horrorizado el sorprendido
marido, alegando hacia el lugar por donde se esfumara el
genio—, este no fue mi deseo… no fue esto lo que quise pedir…
me estaba refiriendo a la comida que debía servirme mi mujer,
no a mi deseo… no es justo.
—¡Qué tonto eres! —dice la mujer con una pequeña y
sarcástica sonrisa dibujada en sus labios—. Has desperdiciado
tu deseo, pero me has ahorrado el tener que prepararte tu
comida, lo cual te agradezco inmensamente. Al menos cómete
los huevos y… buen provecho.
El marido se los come, y tal y como lo desea su mujer le
caen muy bien, le aprovechan.
—¡Nooooo! —dice la mujer—, no fue eso lo que
verdaderamente deseé… buen provecho es tan solo un decir,
algo que se le desea a alguien que está a punto de comer…
es injusto.
En ese momento el genio aparece y les recuerda que les
queda un solo deseo, pero que deben pedirlo de común
acuerdo. Acto seguido se desaparece.
—¿Y ahora qué? —vuelve a decir el marido.
—No sé —contesta la mujer—, creo que los dos hemos
hecho el tonto con nuestros deseos. Nos portamos como dos
egoístas.
—Mejor pensemos bien lo que queremos pedir para los
dos.

16
—No se me ocurre nada —dice ella—. Estoy leyendo una
novela de amor sobre una pareja que ha dejado de amarse
por culpa del tiempo.
—Como nosotros —compara él.
—Sí, como nosotros —confirma ella.
—Y ¿qué les sucede? —se interesa él.
—Al final se vuelven a enamorar como cuando se
conocieron la primera vez —cuenta ella.
—¿Te gustaría que me volviera a enamorar de ti?
—pregunta él.
—Me gustaría; odio tu ausencia y ese silencio tuyo que
solo sabes romper cuando exiges tu comida, —se queja ella.
—Bien, ¿por qué no lo intentamos? —sugiere él.
—Sólo si tú también lo deseas —condiciona ella.
—Lo deseo más que a nada en el mundo, —confiesa él.
Mientras hablan, él y ella, se toman de la mano por primera
vez en muchos años y se miran a los ojos. Es evidente que el
tiempo ha transcurrido sin piedad, son notorias las huellas de
sus historias en la piel, sin embargo, en aquel instante, sienten
latir sus corazones al ritmo de los corazones de un par de
adolescentes que se acaban de encontrar en la vereda tropical
de antaño. Entonces, se regalan una sonrisa y luego un beso
que apenas sí roza sus labios, pero que va impregnado de
pequeñas promesas y esperanzas.
Allí, sentados en el sofá de la sala, confundidos en el mejor
de los abrazos, esperan ansiosos la aparición del genio de la
lámpara a quien le pedirán como tercer deseo que les conceda
la oportunidad de volverse a enamorar. Pero pasan las horas y
el genio de la lámpara no aparece. Tampoco hace falta que lo
haga, su tercer deseo ya se está cumpliendo.

17
UN HOMBRE MALO
Por Jorge Navarro 2
(Colombia)

Había un hombre tan malo, pero tan malo, que le cortaron


la cabeza y se la tiraron a la cara para que cogiera vergüenza.

LA PARÁBOLA
Por Jorge Navarro
(Colombia)

Jesús le dijo a sus apóstoles: Y igual a X al cuadrado.


Jesús hablaba en parábolas.

2 Jorge Navarro (q.e.p.d.) contaba este par de divertidas viñetas.

18
LA PRUEBA DE HIELO
Por Gonzalo Valderrama
(Colombia)

Luego de todo el tiempo, las circunstancias, los instintos y


el viento los habían llevado demasiado lejos. Ahora que todo
lo vivible estaba atrás, tenían en sus pieles la necesidad de
pasar por una prueba definitiva.
Ella reposaba en su espalda, casiflotando en el sudor que
se cristalizaba a medida que ascendían a lo más alto de la
más alta montaña, desde donde el horizonte lucía como un
inmenso aro de humo.
Él, con la delicadeza de un restaurador de telarañas, la
depositó, semidormida, junto a una roca de nieve; la despertó
con un beso de dedos, y se desnudó de frente, como tantas
veces; pero ahora lo hacía ahogado en el invierno de la cúspide
que habitaban…
—Si tuviera tan sólo un ojo, ¿me amarías?
—Aunque ambos te faltaran, lo mismo sentiría por ti. Has
hecho demasiado…
Lentamente y sin dolor, extirpó ambos globos envueltos en
sangre ardiente y venas como hilos. Los depositó en sus manos
heladas…
—Y si mi cabello desapareciera, ¿seguirías amándome?
—No importa que no lleves uno solo. Aún así, seguirás en
mi corazón…
Sacudió su cabeza con violencia, estrellando la fragante
melena contra su propia cara lacrimosa y, al igual que las
esquirlas de la explosión de un diente de león, todas sus hebras
doradas se esparcieron por las arrugas de la montaña, dejando
a la intemperie un cráneo lívido, malherido…
—Ahora... ¿Qué tal si también los brazos se fueran?…
¿Te mantendrías firme en tu sentimiento?
—Pase lo que pase, nadie cambiará lo que llevo por dentro,
lo que tú también llevas…

19
Permaneció erguido ante ella, en éxtasis vespertino. Sus
brazos, siempre firmes, se estiraron hasta el suelo, desprendidos
de raíz. Ambos miembros cayeron junto a la roca, como dos
velas extintas…
—Pase lo que pase… ¿seguiremos unidos, como
siempre?...
Ella, cubierta con algunos de sus cabellos, sintió el frío
que a él lo mantenía vivo. Temblaba por temor a lo que podría
venir...
Prefirió guardar la respuesta hasta el ocaso…
—No lo sé. Nunca creí que llegarías tan lejos.
—Ya casi no te percibo, y mis huesos están a punto de
quebrarse. No creo que algún cambio en mí te haga desistir…
—¡Ahora te falta tanto!... Yo no podría compartir mi vida
con medio ser. Lo siento... ¡Eres muy poco para mí!
—¡Y yo siento haberte decepcionado!...
Enceguecido, pero sonriente, bajó la cabeza; y el golpe
en el tórax sonó a redoblante lejano.
Desde luego, hubo llanto en sus ojos… y en sus cuencas.
En el otoño corporal se desprendió una de sus orejas. Ella la
recogió para colocarla de nuevo en su sitio. Él se lo impidió…
—Puedes quedarte con ella. Es un recuerdo para que me
cuentes de tus sueños inconclusos y de tus fantasmas
nocturnos…
Durante la despedida, el espacio entre ellos fue llenado
con niebla, y al último beso lo interrumpió la escarcha.
Ella cayó de rodillas, entre los escombros de su hombre
desarmable; calló por unas horas. A su alrededor, viento
tangible y las pocas huellas en la nieve que dejó el amante
antes de saltar hacia el abismo.
Se acercó, zigzagueante, hasta el borde... y recibió la estela
de perfume. Cuando se disipó la niebla, pudo divisar un cuerpo
ágil en ascenso acrobático al ritmo de sus alas recientes.

20
EL CORRESPONSAL
Por Leo Masliah
(Uruguay)

Mientras el pelícano pescaba,


mientras la abeja hacía miel,
mientras la hormiga acarreaba materiales de
construcción...
¿qué pasaba?

El ruiseñor cantaba.

Mientras el castor hacía diques,


mientras el buey araba,
mientras el hornero anidaba...
¿qué pasaba?

El ruiseñor cantaba.

Mientras el perro vigilaba,


mientras la cobra bailaba,
mientras el bacilo sintetizaba toxinas...
¿qué pasaba? ¿el ruiseñor cantaba?

No.
El pelícano pescaba.

Pero mientras la marmota dormía,


mientras la hierba crecía,
mientras la araña tejía...
¿qué acontecía? ¿el ruiseñor cantaba? ¿el pelícano
pescaba?

No.
La hormiga cantaba
y el mosquito araba.
21
Y mientras la gallina empollaba,
mientras la cobra cobraba,
mientras el bacilo vacilaba...
¿qué pasaba? ¿se daba diques el castor?

No señor.

¿El hornero anidaba?

No. No daba.

¿Entonces...de qué se trataba?

Se trataba de que mientras el perro se rascaba,


mientras la pava hipaba,
mientras el gato gateaba,
mientras el chimpancé chateaba,
un corresponsal de CNN (que hasta ahora había sido muy
serio y eficiente) tomaba nota de todo y se preparaba para
decírselo a Patricia Janiot, que en cualquier momento lo
iba a llamar para que él pasara su informe ante doscientos
millones de telespectadores.

22
LAS TORRES DE LAS LENGUAS
Por Nicolás Buenaventura Vidal
(Colombia)

Una tierra que se denominaba a sí misma La Tierra tenía


un lenguaje único, mujeres y hombres se confundían en la
misma lengua, sin entenderse ni no entenderse, sin discutir, ni
debatir, ni disentir… No había desacuerdos ni divergencias.
No había herejías ni malentendidos, no había "dramas",
"tragedias" ni "historias". Hablaban todos con las mismas
palabras, con las mismas ideas… Así, caminando juntos, como
borregos, llegaron a un llano y dijeron de común acuerdo, a
una sola voz: Construyamos una ciudad y una torre que se
eleve hasta los cielos.
Aquella frase perfecta, al unísono, todavía resuena como
un eco. Sin dudarlo se dieron a la tarea de cocer ladrillos y de
superponerlos.
Estaban de acuerdo, pensaban lo mismo y, como veían la
torre desde la misma perspectiva y proyección, se levantaba
esta, sin base, sin estructura, sin volúmenes diferentes.
Constantemente, con el mínimo viento, se desplomaba.
Seguían, mujeres y hombres, sin embargo, bregando
tercamente positivos, superponiendo de común acuerdo
ladrillos, unos sobre otros y las sucesivas torres seguían
cayéndose indefectiblemente.
Un dios vio el triste espectáculo de las repetidas, idénticas
y gemelas torres. Vio el trabajo inútil, el acuerdo estúpido y
decidió confundir las lenguas creando tantos lenguajes como
mujeres y hombres había sobre la faz de la tierra. Las mujeres
y los hombres comenzaron a hablar y a pensar por sí y para
los otros. Aparecieron los problemas, los dramas y las historias,
las tragedias y las comedias, los pensamientos y las perspectivas,
y comenzaron a dudar, algunas mujeres y algunos hombres,
de la voluntad milenaria de levantar torres.

23
EL JUEGO INTELECTUAL
Por Rafael Díaz
(Perú)

En el tablero de juego, los peones enojados decidieron


hacer huelga. Se armaron con palos y resplandeciendo sus
ojos montaron en los caballos que iracundos, también
decidieron tomar parte en el reclamo y todos juntos fueron en
busca de los reyes. Los alfiles alborotados corrieron para
apoderarse de las torres. Mientras tanto, sobre una de las
blancas casillas, los reyes y las reinas hacían el amor en una
orgía soberana. Fueron así; sorprendidos por los sindicalistas,
quienes indignados mataron a los reyes y luego regocijados
disfrutaron con las reinas.

EL REY DESNUDO
Por Cristina Villanueva
(Argentina)

¡El rey está desnudo!, grité. Es inevitable, el amor por la


verdad se paga caro, pensé cuando vi que los guardias se
acercaban. Me dejaron a solas con él. Me preguntó si me
animaba a refrendar lo dicho. Temblando por lo que podía
pasarme, repetí: ¡Está desnudo! ¿Qué podía decir si lo único
que lo vestía era su corona? ¡Y le quedaba tan bien! Por una
vez me equivoqué, mi denuncia no me causó problemas. Por
el contrario, me trató como a una reina.

24
ME PAGARÁS CON SANGRE
Por Marcela Ganapol
(Argentina)

Acaban de matar a mi mujer. Estoy aquí, escondido en el


baño, ávido de sangre. Sólo espero que el asesino salga de la
ducha: no voy a permitir ni siquiera que se seque. Antes de
que agarre la toalla, —sobre todo, antes de que me vea— me
iré sobre él con toda la fuerza de mi cuerpo.
Los minutos son eternos y el lugar se está poniendo caliente.
Mientras tanto trato de acostumbrarme a la idea de la soledad.
¿Por qué tenía que matarla? ¿Podré seguir adelante sin ella?
Lo peor de todo, lo más terrible, es que no hay justicia para
nosotros: nos matan y nos tiran, como a las cucarachas.
Este hombre que ahora se está bañando, despreocupado,
no irá a la cárcel por haber matado. No vendrá la policía, no
será juzgado ni tendrá que dar explicaciones. Por eso estoy
aquí esperándolo: lo único que me queda es la venganza.
Ojo por ojo y diente por diente. Es lo que me enseñaron
mis padres y lo que nosotros le transmitimos a nuestros hijos.
Digo nosotros y pienso en ella. No lloro, es el vapor que me
nubla los ojos. Pero recuerdo: pasamos toda la vida juntos.
Criamos muchos hijos y ahora que los más chicos nos estaban
dejando, que ya se iban a formar su propia familia, andábamos
más unidos que nunca. Yo no salía a ninguna parte sin ella,
ella ni se movía sin mí. ¡Maldita la hora en que se nos ocurrió
entrar a esta casa!
Habíamos aprendido a cuidarnos, a estar atentos ante
cualquier peligro, pero también sabíamos que la muerte nos
acechaba a cada paso.
Es cierto que todos vamos a morir algún día, pero a
nosotros nos matan como a hormigas, como si fuéramos nada.
Nos matan y después se van a bañar.
Hace cada vez más calor en este baño y no hay ventana.
El vapor empañó el espejo. No importa, me conviene: podré

25
disimularme entre la nube de humo. Y para escapar no me
hace falta una ventana. Me iré por la puerta, como entré. O
mejor dicho, como entramos. Porque vinimos a esta casa juntos,
y ahora tendré que irme solo, con la venganza consumada,
pero solo.
Quizás sería preferible que él también me mate a mí en la
pelea. Porque estoy seguro de que habrá lucha entre nosotros:
yo no pararé hasta tener su sangre, él querrá destruirme como
lo hizo con ella.
¿Habrá un Cielo para nosotros? ¿Podremos ir también al
Paraíso? Nunca estuve seguro de que el Dios del que todos
hablan sea también un Padre Nuestro. Y ahora menos que
nunca. ¿Cómo permitió que mataran a mi mujer de esa
manera?
Definitivamente estoy solo. No me queda nada más que
la venganza. Aunque, cuando el hombre cierre las canillas y
corra las cortinas de la bañadera, vuelva a sentir que soy apenas
un microbio y él un gigante. Aunque vuelva a preguntarme
porqué nos tocó esta vida. Porqué la naturaleza nos dotó con
este impulso suicida que nos obliga a abalanzarnos sobre los
hombres y a exponernos a sus embestidas asesinas.
Jamás hicimos nada para llegar a un acuerdo con ellos y,
para mí, ahora ya es tarde, porque mataron a mi mujer. Por
eso esperaré hasta verlo salir desnudo de la bañadera.
Esperaré a que se pare sobre la alfombrita de toalla y a
que limpie con el dorso de la mano el espejo. Entonces, cuando
se esté mirando la cara, me abriré paso por entre la nube de
vapor, lo más rápido que pueda, y lo picaré en medio de los
ojos.
Él me recordará durante varios días y yo, si logro escapar,
me iré volando bajito, pensando en mi pobre mujer que quedó
aplastada contra los azulejos del baño. Los mosquitos también
tenemos sentimientos.

26
O MEJOR
Por Amalia Lú Posso Figueroa
(Colombia)

Es el calor, calor sofocante y pegajoso del Chocó, de


Saigón, de Cholén.
Es el calor.
El calor donde el viento se detiene ante la densidad y se
quiebra en mil pedazos, minúsculos pedazos que se convierten
en lágrimas de aguacero; golpea los techos de paja; o mejor,
se desliza por ellos, aguijonea como alfileres, los cuerpos
exultantes de sudor, de cadencia, de hambre al roce; rueda
electrizante sobre la piel que expele olor a flor de Pacó.
La humedad se expande y sube; o mejor, baja y penetra; o
mejor, sale a flote, rueda en zigzag; o mejor, en línea recta,
produciendo la necesidad de ser restregada con ternura; o
mejor, con violencia para apaciguar; o mejor, precipitar
prolongando el estertor tan parecido a la muerte; o mejor, a la
vida que brota envolviendo; o mejor, liberando el deseo de
salir; o mejor, de entrar con amor o sin él, desbaratando la
sensación de aguacero, de calor, de sal, de vendaval reprimido,
de girar alrededor de sí mismo; o mejor, alrededor del otro,
que libera la desazón y se reduce; o mejor, se amplía a un solo
significado: el de amante.
A los trece años, cuando los adultos piensan que todavía
jugamos a las muñecas, conocí; o mejor, empecé a conocer a
través del calor del clima, todo el calor del cuerpo, con un
hombre mayor que guió sus manos certeramente,
posesivamente; o mejor, pausadamente, como corresponde a
quién sabe culminar bien una faena.
Comparto con Marguerite Duras el amor por la vida y la
vehemente necesidad de contar historias, pero lo que
Marguerite Duras nunca supo, fue como compartimos el mismo
amante.

27
EL HOMBRE SIN NOMBRE
Por Sady Loaiza
(Venezuela)

Esta es la historia del hombre que no tenía nombre. El día


que este hombre nació olvidaron ponerle un nombre, lo cual
lo hacía un hombre especial, distinto a los demás hombres.
Pero un día quiso tener un nombre y salió en busca de uno,
pero no cualquier nombre, el hombre sin nombre quería un
nombre especial, uno que no lo tuviera cualquier otro hombre
—recuerden que éste era un hombre especial, famoso entre
todos los hombres—. Buscó en la oscuridad de la noche, en
los grises del día, en las calles atestadas de gente, en los
callejones solitarios. Buscó y rebuscó hasta que por fin lo
encontró. Pero una vez se puso aquel nombre, se sintió como
todos los demás hombres: vacío, sin gracia y seguro de que
pronto su especial nombre le sería puesto a otro hombre recién
nacido. Entonces fue al registro y se lo quitó. Prefirió seguir
siendo Anónimo.

28
MARTINA
Por Patricia Mix
(Chile)

Martina nunca supo si aquello que le sucedía era producto


de un hechizo que alguien, casual o intencionalmente, había
arrojado sobre ella o si se trataba de algún maleficio ancestral
que había heredado de nacimiento. El asunto es que en Martina
habitaba un pájaro azul. No es que se hubiera quedado a vivir
en su casa o se instalara en su cama. La situación era más
grave, porque aquel pájaro tenía su hogar justo en medio de
su pecho.
Ella desde muy pequeña lo notó. Sentía como aleteaba,
como se encaramaba por su cuello, hasta casi ahogarla; lo
sentía subir por sus mejillas y podía adivinarlo detrás de sus
pupilas, observando el paisaje que ella miraba. Lo peor es
que cuando algo de lo que veía le gustaba, aleteaba
provocándole la aceleración del ritmo cardiaco y un cosquilleo
que muchas veces la hacía reír.
Cuando recién lo descubrió pidió ayuda, pero nadie le
creyó. Decían que estaba enferma, que tal vez tenía fiebre...
hasta loca, le escuchó a algunos decir. Por eso, después de
intentar inútilmente deshacerse de él, (desde provocarse arcadas
para vomitarlo, hasta dejar de comer por largos periodos para
matarlo de hambre), prefirió ocultarlo con resignación y
vergüenza.
A ella lo que más le molestaba de él, era el color. Había
leído que precisamente el azul se asociaba con la capacidad
de imaginar, con las ensoñaciones. Entonces, era por culpa de
ese pájaro que ella estaba siempre viendo cosas que los otros
no, imaginando cosas que nunca serían.
Por largos años Martina vivió prisionera de su huésped,
hasta que una noche se tendió en la hierba a mirar una luna
redonda y cercana, (tanto que seguro si estiraba los brazos
podría abrazarla), cuando sintió que el pájaro azul se instalaba

29
tras de sus pupilas. Emocionado por el espectáculo que la
niña observaba, el pájaro movió las alas con tal fuerza, que
no sólo le provocó cosquilleos y taquicardia, sino que
sorpresivamente salió volando desde sus ojos y emprendió el
vuelo sobre su cabeza, perdiéndose en la oscuridad.
Martina primero sintió un gran alivio por lograr lo que
siempre había querido. Pero después una nostalgia, como un
enorme manto, la cubrió por completo; se sentía vacía y sola,
deseando que el pájaro azul volviera.
Ahí la encontró la mañana, tendida en la misma posición.
Ahí también la encontró el pájaro azul a su regreso y tal como
había salido, volvió a entrar. Pero esta vez se acercó hasta su
oído para contarle las historias que había escuchado y hablarle
de lugares lejanos que había visto. A ella le gustó tanto, que
desde entonces cada vez que hay luna llena, libera su pájaro
azul y espera su regreso para escuchar nuevas historias. Y
también desde entonces, Martina cuenta cuentos a la gente,
sin que nadie siquiera sospeche de dónde le vienen.

30
OCURRIÓ EN LA ARENA
Por Celso Román 3
(Colombia)

Esta es solamente la historia de una botella que un día


llegó a una playa.
Pero no era cualquier botella, como tantas que hoy flotan
como basura por los anchos mares del planeta. Esta había
salido hacía muchísimo tiempo de una isla desde donde un
náufrago enviara un mensaje de amor.
Flotando por los océanos se llenó de pólipos y caracolejos,
de algas diminutas y glaciales flores marinas. El papel escrito
que llevara por dentro se deshizo, y el mensaje de amor pasó
a ser parte de ella, quedó impregnado en el cristal como una
tierna piel que respiraba.
Las olas la dejaron en la playa en una noche de luna
llena, cuando los cangrejos estaban de fiesta, bailando
agarrados de las pinzas, acompañados por la música de una
orquesta de grillos y chicharras. Uno que no fue al baile se la
encontró embancada en la arena, atollada y fosforescente como
el rezago de un naufragio de fantasía.
Con gran esfuerzo, usando sus propias pinzas rosadas,
brillando su concha de colores a la luz de la luna, la fue
empujando cuidadosamente hasta un lugar más seguro, lejos
del alcance de la pleamar.
Allí empezaron a conversar con más calma.
En la claridad tenue de la noche, recibiendo de frente la
brisa con el murmullo de las olas, el susurro de las palmeras y
la sal de la espuma, la botella le contó su historia.
Le narró su salida hacía tanto tiempo, desde las manos de
un hombre enamorado que se había perdido después de una

3 Escritor colombiano cuyos cuentos son contados por muchos cuenteros del mundo.
Este maravilloso relato aparece en su libro Fu, el protector de los artistas y otros
relatos. Ed. Panamericana.

31
tormenta, pero que mantenía viva su esperanza; le dijo del
largo viaje por mares remotos, llevada por las corrientes y
acompañada por los peces, hasta su llegada esta noche con
la marea del atardecer.
El cangrejo la escuchó atentamente y a su turno también
le habló de su casita de arena, profunda y sin ventanas bajo la
tierra; le contó del paisaje debajo del agua, de su vida
trabajando de sol a sol y de luna a luna; le habló de sus sueños,
que se le perdían con las olas de la bajamar y los volvía a
encontrar al día siguiente cuando subía la marea y los hallaba
ligeramente roídos por los peces.
Se contaron sus pequeñas vidas y a cada uno le pareció
que la del otro era hermosa y variada.
—Qué bello es saber que uno va por el mundo llevando
un mensaje de amor —decía el cangrejo abriendo sus tenazas
de par en par, como mostrando sus herramientas de ganarse
la vida.
—Sí —respondía la botella cubierta por su manto de
mejillones diminutos y mínimos corales—, pero un mensaje de
amor sólo es útil cuando llega a su destino. Tú, en cambio,
estás siempre rodeado de muchos seres; yo he vivido sola tanto
tiempo.
El cangrejo desvió la mirada hacia otra parte y bajó las
pinzas con desconsuelo; suspirando y haciendo rayitas en la
arena, le dijo a la botella que a pesar de la multitud de seres
en la playa y en el agua debajo del mar, él vivía muy solo.
Toda la vida había madrugado hacia los arrecifes a trabajar
buscando su comida, pero no tenía con quien compartir su
alegría cuando los días eran buenos, ni su tristeza cuando
apenas se conseguía lo suficiente para no morirse de hambre.
Tampoco él iba a los bailes con música de grillos y orquesta de
chicharras en las noches de luna llena.
—A mí nadie me quiere —comentó apesadumbrado.
La botella le propuso que podrían ser amigos y así el
mensaje de amor que ella traía estaría llegando a un destino
haciendo feliz a alguien, y en la casita sin ventanas debajo de

32
la arena compartirían alegrías y tristezas cuando él llegara por
las noches, cansado de trabajar tan duro.
Así lo hicieron.
Se casaron en una alegre y colorida ceremonia que culminó
con un baile en el arenal una noche de luna llena. Fue una
descomplicada rumba de pobres, alegre y bulliciosa, amenizada
por la famosa orquesta de grillos y chicharras, que se prolongó
hasta el amanecer en el bailadero alumbrado por las
luciérnagas y los cocuyos.
Poco tiempo después, como le pasa a los que se quieren
tanto, empezaron a tener hijos. Eran bastante extraños; no
eran feos, porque a todos los padres sus hijos siempre les
parecen bellos, pero a los vecinos sí les parecieron como raros
porque eran así: no tenían tantas patas como el papá cangrejo,
ni eran todos de vidrio como la mamá botella.
—¿Qué va a ser de nuestros hijos en la vida? —se
preguntaban ellos por la noche, mirándolos a todos acostaditos,
dormidos en sus mullidas camas de algas.
—Yo no sé —decía el cangrejo—, pero ellos son hijos de
tanto amor, que no les puede ir mal en la vida, para algo
tienen que ser buenos.
Entonces, sucedió que a aquella lejana playa llegó
tropezando alguien que no podía ver bien las flores, ni los
atardeceres en el mar, ni las formaciones de aves marinas en
el cielo del atardecer, camino de sus nidos.
Encontró por casualidad a uno de los hijos del cangrejo y
la botella y, como debía hacer siempre por lo corto de su visión,
lo acercó a sus ojos y miró a través de las transparentes conchas
de cristal del animalito y fue como un milagro:
Pudo ver perfecto el rojo de las rosas y el pálido violeta de
las delicadas orquídeas; el amarillo de fuego en las verdes
alas de los loros del monte y el azul definitivo del cielo navegado
por los pelícanos camino de su casa en la escollera.
Los animalitos de la playa, descubrió esa persona
maravillada, servían para mirar clarito la belleza de este mundo.

33
Las personas con visión defectuosa los llamaron "ante-ojos"
y los juzgaron hermosos, y los llevaron gustosos en el rostro, a
pesar de ese aspecto de cangrejo de dos patas, agarrándose
de las orejas, abrazando la cabeza de los agradecidos hombres
de corta vista.

FRENTE A FRENTE
Por Carolina Rueda
(Colombia)

En alguna ocasión aquel hombre la había mirado de la


misma manera; era una sensación a cuadritos, porosa. Ahora
entendía que siempre la había mirado y la miraría así. Al fin y
al cabo la pintura estaba seca y los dos colgaban frente a
frente en una galería.

34
UNA CITA A CIEGAS
Por José Campanari
(Argentina)

Ella estaba esperándolo sentada en la mesa de un bar,


aunque estaba casi segura de que él no se presentaría a la
cita.
Eligió una mesa ubicada justo frente a la puerta, esto le
facilitaría ver a quienes entrasen sin que nadie se diera cuenta
de ello.
Había dispuesto cuidadosamente las cosas sobre la mesa.
La taza de café frente a ella.
El cenicero a la derecha de la taza, a la distancia adecuada
como para no tener que estirar demasiado el brazo.
El plato con la magdalena (gentileza de la casa) a la
izquierda de la taza, a la distancia suficiente como para no
llegar fácilmente a ella, hacía tres días que estaba a dieta y no
era cuestión de comenzar la mañana trasgrediéndola.
El servilletero justo frente a ella, ni lejos ni cerca, ocupando
la otra mitad de la mesa dando clara señal de que estaba sola
y no esperaba a nadie.
La rosa roja estaba estratégicamente acomodada sobre
la falda, con un pequeño movimiento podría ponerla
rápidamente sobre la mesa y darse a conocer como la mujer
que espera al hombre del bigote. No estaba tan segura de
que no viniera la persona con la que había quedado, tampoco
estaba segura de querer que la reconociera.
Los minutos pasaban y se acercaba la hora de la cita.
Entró un muchacho, bueno un hombre relativamente joven,
y se sentó en la mesa de al lado. Ella lo observó, dándose
cuenta que él utilizaba la misma estrategia.
La mesa frente a la puerta, la taza de café frente a él, el
cenicero, el servilletero. Todo igual a no ser por la magdalena
que devoró vorazmente dando clara señal del estado de
ansiedad que le provocaba lo desconocido.

35
El también simulaba no esperar a nadie, sacó un libro y
comenzó a leer, bueno a hacer que leía (pensó ella). La
estrategia del libro le pareció correcta, nadie que entrara se
daría cuenta de su bigote y si él decidiera mostrarlo bastaría
con cerrar el libro dejando la señal a la vista.
Ella había elegido una rosa porque no tenía bigote. Pensó
en dejarse bigote o bien barba para su próxima cita a ciegas.
Luego desestimó la idea porque salvo que fuera una cita con
el dueño de una feria de monstruos, el bigote y la barba no
serían adecuados.
Ella lo miró sonriente y estaba por colocar la rosa sobre la
mesa cuando el se levantó sonriendo y se acercó.
Ella le invitó a sentarse y él acepto la invitación.
Ya instalado en la silla frente a ella movió el servilletero y
el camarero le acercó el café que había abandonado en la
otra mesa.
Se miraban y sonreían casi sin hablar, no había duda de
que estaban hechos el uno para el otro.
Se enamoraron, yo no creo en el amor a primera vista
pero ellos se enamoraron así.
Mientras ellos hablaban de sus vidas entró otro hombre
con bigote, se acomodó en la mesa que el hombre del libro
había abandonado. Pidió un café, se pasó la mano sobre el
bigote y como era optimista acomodó la mesa como dando
señal que esperaba a alguien. Estaba seguro que ella vendría.
Él hombre y la mujer abandonaron el bar y caminaron
abrazados bajo la suave lluvia.
Mientras esto sucedía el otro hombre vio la rosa en el
suelo y se dio cuenta que algo fallaba. Se quitó el bigote postizo
y lo arrojó al suelo.
El camarero se acercó con una escoba y un recogedor, y
recogió la rosa y el bigote que se fundieron en un profundo
abrazo. Un abrazo que sus dueños no disfrutarían, por lo menos
en esta ocasión.

36
COLOMBA Y EL PROFESOR
Por Soledad Alzate
(Colombia)

Colomba era una joven rubicunda de abundantes carnes


rosadas y pecosas, y una larga cabellera rojiza. Sus delicados
pies de ninfa apenas sostenían las gruesas columnas de sus
piernas, sus nalgas tumultuosas, los perfectos melones de su
pecho, su cuello con esa sensual e insipiente papada, y sus
redondos brazos de valquiria. Era vegetariana, pero consumía
abundantes carbohidratos.
Colomba tenía un profesor en la universidad que no le
quitaba los ojos de encima. Estaba locamente enamorado de
su piel de leche, su cabello veneciano, los hoyuelos de su rostro
y los otros, que él imaginaba en el tormento de sus noches de
insomnio, allí en el lecho matrimonial junto a una esposa flaca
y distinguida a la que la ropa siempre le quedaba bien.
El profesor puso sus conocimientos al servicio de su
obsesión, así que le habló a Colomba de El rapto de las sabinas
de Rubens, de El beso de Rodin y de Los amantes de Picasso.
También le leyó varios capítulos de El amante de Lady Chatterley,
en voz alta y mientras le daba de comer deliciosos chocolates.
Así que ella, al fin, decidió aceptarle la invitación a un almuerzo
campestre. Una invitación absolutamente inocente.
¿Inocente? ¡Ah, no! El profesor no iba a dejar escapar
esta oportunidad. Así que trazó sus planes como lo hubiera
hecho el mismísimo Maquiavelo. Atacó las defensas más débiles
de su alumna: la glotonería. Averiguó con astucia sus platos
favoritos y llenó un canasto con golosinas afrodisíacas, dos
botellas de vino rosado muy frío, huevos de codorniz cocinados,
pan, maíz tierno, una variedad de verduras y frutas frescas, y
toda clase de dulces. El picnic le ofrecía una solución romántica
y práctica a la vez, pues él sabía que Colomba jamás le
aceptaría una invitación a un hotel, y en su carro habría sido
imposible procurar la seducción. El profesor poseía un Topolino,

37
que es un cruce entre caja de galletas y silla de ruedas, donde
ni el mejor contorsionista podría hacer el amor, y menos con
una mujer del tamaño de Colomba. Como refuerzo llevó una
lata de caviar que le costó el sueldo de una quincena, un
frasco de almendras cubiertas de chocolate y dos piticos de
marihuana, por si acaso. Como hombre meticuloso llevó
también un almohadón, una manta y un repelente para insectos.
Colomba lo esperaba en una esquina del parque, vestida
de muselina blanca y con un sombrerito de paja italiana
rematado con un gran moño blanco. De lejos parecía un velero
y de cerca, también. El profesor al verla sintió desaparecer el
paso de los años, el recuerdo de su esposa y el temor a las
consecuencias. Nada existía en este mundo sino ese montón
de carne deliciosa envuelta en muselina que temblaba a cada
paso, y que le provocaba esa lujuria salvaje cuya existencia él
mismo desconocía.
Colomba trepó difícilmente al Topolino que corcoveaba
mientras se dirigía lentamente hacia las afueras de la ciudad.
Por el camino hablaron de arte y de comida, sus temas favoritos,
hasta que llegaron al lugar que el profesor había escogido
previamente: un hermoso potrero de pasto verde junto a un
riachuelo bordeado de sauces. Era un lugar solitario, sin más
testigos que los pájaros y una vaca distraída que masticaba
flores a cierta distancia. El profesor saltó de su Topolino y ayudó
a Colomba a salir de este con cierta dificultad. Tendió la manta
a la sombra de un árbol, colocó el almohadón, y desplegó los
tesoros del canasto, mientras ella se quitaba los zapatos y daba
saltitos alegres a la orilla del arroyo. Era una visión encantadora.
El profesor se apresuró a instalar a Colomba sobre la
manta, le ofreció vino para refrescar y le dio a morder las
deliciosas viandas, al tiempo que jugaba con los regordetes
dedos de su pié, y le recitaba: "Este niñito compro un huevito,
éste lo cocinó, éste le echó la sal, éste lo revolvió y este pícaro
gordo… ¡se lo comió!"
Colomba se retorcía de la risa con las ocurrencias del
profesor, quien, emocionado, le hacía cosquillas, le prodigaba

38
caricias, uno que otro toquecito por aquí y por allá, mientras,
sudando copiosamente, le recitaba los más sentidos versos de
Neruda.
A ella la cabeza le daba vueltas entre el vino, el sol, los
versos y el pito de marihuana que el profesor le encendió tan
pronto terminaron los últimos granos de caviar, ante la mirada
impávida de la vaca que se había acercado a la escena. En
esas estaban, cuando aparecieron las primeras hormigas que
el profesor estaba esperando con ansiedad, pues eran el
pretexto que necesitaba. Le aseguró a Colomba que detrás de
las hormigas vendrían los mosquitos, las abejas y demás bichos
de campo, pero que no debía temer pues para eso había
llevado el repelente. Pero como no quería manchar su precioso
vestido, le sugirió quitárselo mientras le describía la famosa
pintura impresionista Desayuno sobre la hierba, ese famoso
picnic donde las mujeres aparecen desnudas y los hombres
vestidos. Colomba no sabía de qué le hablaba el profesor,
pero éste se lo describía en detalle al tiempo que le abría
delicadamente, uno a uno, los botones de su vestido.
Resumiendo, Colomba estaba ya despojada de sus velos
y el profesor miraba con ojos desorbitados ese cuerpo
voluptuoso, suficientemente acariciado por el sol. Hasta que
ya no pudo resistirlo más y se lanzó sobre esa montaña de
carne luminosa y palpitante. Se arrancó la ropa a tirones, como
poseído, hasta quedar también en cueros. Colomba se retorcía
de la risa, mirando a ese hombrecillo tan delgado y peludo y
con una especie de pepino debajo del ombligo. Pero por mas
cosquillas que él le hacia y por más risa que le provocaba, ella
no despegaba sus rodillas y se defendía con unos empujones
coquetos y juguetones, que viniendo de ella parecían trompadas
de elefante. Hasta que logró zafarse del torpe abrazo del
profesor y echó a correr sin parar de reírse, como esas
mitológicas criaturas de los bosques que siempre aparecen
perseguidas por los faunos. Y un fauno parecía el profesor
tratando de alcanzarla.

39
Mientras tanto la vaca, que no era vaca sino toro, decidió
que ya era suficiente chacota en su potrero y echó a trotar
detrás de los enamorados, quienes al verse embestidos por
ese enorme animal corrieron a esconderse en el río.
Pasaron varias horas antes de que el toro se alejara lo
suficiente para que ellos pudieran salir de su escondite,
desnudos y temblorosos. Ya había pasado el efecto del vino, la
marihuana y las cosquillas, y Colomba gritaba y lloraba
histérica, mientras el profesor, asustado y tapándose con las
dos manos el mustio pepinito, procuraba calmarla
declamándole versos de Rubén Darío. Pero al llegar al lugar
donde habían dejado el picnic, vieron con horror que les habían
robado todo, las ropas, la canasta y hasta el Topolino. Solo les
dejaron el coqueto sombrerito de paja italiana rematado con
aquel moño blanco.

40
HACHE, Tres destinos para un traspié
Por Alfredo Becker
(Chile)

Héctor Humberto Hernández Holtz le entregó el vuelto al


sujeto del departamento "J" y se retiró soltando un suspiro. Esta
era la última pizza que repartía en el día, la vigésimo tercera.
Bajó los peldaños de la escalera de dos en dos. Apretó el
botón que abría la cerradura eléctrica de la puerta del edificio
y salió a la calle. Aliviado sintió el aire fresco, el sol en su
rostro. Caminó unos cinco metros y se detuvo. Giró para darse
cuenta que había olvidado cerrar la puerta.
¿Debía devolverse? ¡Si total, no pasa nada!… ¡Tanta
paranoia! ¿Cómo iba a tener tan mala suerte que justo cuando
el deja la puerta por accidente abierta… pasa algo?
Héctor Humberto Hernández Holtz siguió su camino.

DESTINO PRIMERO
Tampoco era una cosa que se notara mucho… ya que
con el mismo impulso, la puerta se había juntado lentamente,
hasta parecer cerrada.
A los pocos segundos un tambaleante caballero, excedido
en copas, al perder el equilibrio, se apoyó en la puerta.
El resultado fue… por supuesto, aquel borracho rodando
por el suelo… en el interior del edificio.
A duras penas y completamente iracundo, se levantó
maldiciendo al imbécil que no había cerrado la puerta. Justo
en el momento en que Hortensia Higuerillas, la inquilina del
departamento "H", bajaba las escaleras.
El ebrio absolutamente descontrolado se lanzó sobre ella,
sacó de su bolsillo la diminuta lima de su diminuto cortaúñas…
y la degolló.

41
DESTINO SEGUNDO
La puerta quedó abierta de par en par.
A los pocos segundos un tambaleante caballero, excedido
en copas, al perder el equilibrio, se apoyó en el marco de la
puerta.
Tomó un poco de aire y continuó con su difícil y
zigzagueante camino. Justo en el momento en que Hortensia
Higuerillas, la inquilina del departamento "H", bajaba las
escaleras.
Hortensia al ver aquel hombre alejándose, se lanzó sobre
él reclamándole por haber dejado la puerta de par en par
abierta. "Con lo peligroso que se ha puesto todo últimamente".
Y aprovechando que justo en ese instante pasaba por allí
un niño montado en su triciclo, empujó al frágil ebrio hacia el
vehículo que pasaba, quien lo atropelló lanzándolo por los
aires y partiéndole la crisma.

DESTINO TERCERO
Sin embargo, bastó el impulso de la misma puerta para
que se deslizara lentamente hasta cerrarse por completo, con
un suave chasquido, como si fuera un punto final.
…a los pocos segundos un tambaleante caballero,
excedido en copas, al perder el equilibrio, se apoyó en la puerta
cerrada, justo en el momento en que Hortensia Higuerillas, la
inquilina del departamento "H", bajaba las escaleras,
El borracho iba a continuar con su difícil y zigzagueante
camino, cuando, proveniente de la cerradura surgió un
tremendo y espantoso ruido que casi le paraliza el corazón.
Era el escandaloso chasquido eléctrico que abría la puerta y
que se había producido cuando Hortensia apretó el botón para
salir.
Hortensia al ver la palidez del rostro del espantado hombre,
al borde de un síncope, producido por ella sin querer, se
compadeció. Lo hizo pasar a su departamento… el
departamento "H".

42
Hortensia y aquel hombre se enamoraron y se casaron…
comieron perdices y fueron muy… pero muy infelices.
Ella, toda una vida, soportándolo… soportando su
alcoholismo y sus absurdas amenazas de que algún día la iba
a degollar con la diminuta lima de su diminuto cortaúñas.
Y él, toda una vida, aguantando a aquella histérica y sus
entupidas amenazas de lanzarlo, algún día, al paso de un
triciclo u otro vehículo mortal.

43
SUAVES SIRENAS
Por Yamid Leiva
(Colombia)

Saltando Sobre Sendas Siderales,


Supe Sentir Sensuales Siluetas.
Suaves Sirenas Susurraban Sonidos Sorprendentes
Surcando Súbitamente Supremo Silencio.
Sintiéndose Sorprendidas Sonrieron.
Sumamente Sagaz, Sorteé Situación.
Salto Sobre Sitios Sin Sombras,
Surcando Súbitamente Singulares Sucesos.
Suelo Sentir Sensatos Sentimientos:
Su Sensual Silueta, Su Sutil Sabor Salvaje,
Su Sublime Soñar.
Suave Sirena: Ser Sensible, Sonriente, Sencillo,
Simpático, Soñador, Sumamente Sexy.
Siguen Siendo Solo Siluetas Sinceras,
Sonrisas Silenciosas, Suspiros Salvajes,
Sentimientos Suspicaces, Sórdidos Sueños,
Seducciones...
¿Seducciones?... ¿Seducciones?...
Saltaré Sobre Soles, Sobre Sendas,
Sobre Sitios Sin Sombras;
Sin Segundos, Sin Semanas,
Sin Saber Si Sórdida Sirena Sigue Segando Sentimientos,
Sin Saber Si Seres Sutiles, Sublimes, Sencillos,
Sufren Salvajemente,
Sintiendo Sus Suspiros, Sus Sollozos.
Seguiré Sentado Sobre Sueños,
Siluetas, Sonrisas, Sentimientos,
Sobre Soledades,
Solo Soledad,
Simplemente Soledad.

44
FÁBULA NUMÉRICA DE SIR TOMATE F
Por Pascuales
(Colombia)

(366 llaves; completas tu colección de llaves huérfanas,


sonríes, pero no tanto como tu vecino en su coche Mun T de
placas CMO-366, sicodélico auto (envidia X, tú). Bebes una
cerveza holandesa, elixir de contrabando que ahora dará algo
de sabor al tratado de estadística que lees hace poco menos
de seis meses; te diste un año de plazo para leerlo y apenas
has leído 366 páginas, un tercio del libro; pero no importa,
este año es bisiesto (fortuna X, tú), 366 días que se extienden
en el tiempo sólo para que tú conquistes tus metas, no todas,
pero sí las más necesarias, por ejemplo: embarazar a tu mujer
y tener un bello nene que alegre a la abuela, así sea
sietemesino.
Por lo pronto, tu cónyuge atavía su cuerpo con un vestido
de lentejuelas, porque sin duda asistirá, muy a tu pesar, a la
fiesta que organizó el vecino, quien bautizó a sus hijas con
insólitos nombres: trEscientos, sEsenta, sEis. Esto ya limita con
lo absurdo, parece un desenfrenado afán de mantener en vilo
el hilo guía de esta fábula, sin embargo es sincero y no termina,
porque tu mujer, embelesada en su ridículo vestido, cuenta las
lentejuelas, se alegra: 366 lentejuelas verdes y 366 lentejuelas
rojas; rebosante susurra maliciosa que el 366 es número
bendito, que el vecino ganó la lotería con el tiquete 366 (harto
X, tú). No te provoca echar un vistazo a esta fábula, menos
aún te interesa contar sus palabras exactas y comprobar que
en efecto la tejen 366, relato artesanal intraducible a idioma
anglo.
Entonces enciendes la televisión en un canal de cable donde
insinúan basura de consumo que te ofende, salvo el hipnótico
precio de la colección de punk: 366 casetes = 36 dolores con
6 centavos. No teniendo en que más abstraerte soportas la
misa que recitan las monjas de una congregación ortodoxa en

45
homenaje a la tijera de una novicia fallecida hace 366 años.
Es mejor que leas la prensa, hallar la estremecedora noticia:
365 estadistas asesinados por el Ejército Del Odio (atónito X,
tú), ¿365? Leíste bien, 365 estadistas asesinados. No
desfallezcas, no cortes el ritmo numérico, la cifra es perfecta,
ya vamos por ti.)

CYBER ROMANCE
Por Carlos Genovese
(Chile)

Se conocieron chateando por Internet. Después de


intercambiar las primeras señas y las primeras fotos, falsas,
por supuesto; decidieron conversar en serio y se dieron cuenta
que tenían muchas cosas en común. Pasó el tiempo, sintieron
que sus almas parecían gemelas y fijaron una cita para
conocerse personalmente.
Aún cuando el lugar elegido, el Parque Forestal de Santiago
a orillas del río Mapocho, en otoño, reunía todas las
condiciones de romanticismo ambiental y aún cuando, a lo
mejor, estaban hechos el uno para el otro, la relación no
prosperó, más bien sucumbió definitivamente en ese primer
encuentro.
La culpa fue de él: para impresionarla acudió a la cita
vestido completamente de negro y ella, aunque moderna era
romántica a morir, y lo único que esperaba era un príncipe
azul.

46
PIEDRITA BAJO MI ALMOHADA
Por Giselle Rataus
(Argentina)

Una de las primeras cosas que recuerdo es cuando mi


papá, sentado en mi cama mientras me arropaba, me decía:
"Había una vez..." Sobre todo me gustaba cuando me contaba
La Bella Durmiente. En el momento exacto en que la princesa
Aurora se pinchaba el dedo con un huso, yo cerraba los ojos y
me hacía la dormida, entonces sentía a mi papá diciéndome:
"Buenas noches, bella princesa". A la mañana siguiente él
llegaba y con un dulce beso me despertaba; hablándome al
oído, como en un susurro, me decía: "Despierte mi Bella
Durmiente, que ha llegado su príncipe". Así mientras me
desperezaba, papá terminaba el cuento: "...y vivieron felices
para siempre".
Cuando cumplí cuatro años estaban de moda los
montgómeri, que eran unos sacones de paño con capucha.
Papá me regaló uno rojo, mi abuela al verlo le dijo: "Ajá,
¿desde tan chiquita metiéndole ideas políticas en la cabeza?"
Bueno yo no les conté que mi papá era periodista y socialista,
para mi abuela, comunista. "No querida suegrita, es por el
cuento de Caperucita", y mientras me abotonaba el saco
empezaba: "En un país lejano había una niña a la que llamaban
Caperucita..."
Papá nos llenaba de historias, relatos, cuentos de hadas,
dragones, duendes, y la abuela mientras tejía decía: "Estos
chicos siempre van a vivir en una nube", a lo que papá le
contestaba con una sonrisa: "Tal vez sea mejor así, suegrita".
Llegaron los tiempos que tuvimos que pasar de casa en
casa, de un departamento a una casa, de la ciudad al campo
y del campo a otra ciudad, y cuando le preguntábamos porque
hacíamos eso, él nos decía: "¿Se acuerdan de Los Tres
Chanchitos que iban de casa en casa para que el Lobo no los
atrape?".

47
Pero a mi casa entró el Lobo una tarde de septiembre,
derribó la puerta y se llevó a mi papá. Entre nuestros lloros y
los gritos de mamá, él decía: "Acuérdense del final... vivieron
felices para siempre".
Y ahí estábamos con mi hermano Sergio, tomados de la
mano, como Hansel y Gretel en el bosque, tirando miguitas
de galletitas para saber el camino de regreso, recorriendo el
largo pasillo de la cárcel, hasta que divisábamos la figura de
él, grandote y con los brazos extendidos para darnos un gran
abrazo, nos sentaba a uno en cada rodilla, mientras nosotros
mirábamos alrededor pensando que en cualquier momento
salía la bruja para meternos en el horno. Después papá
empezaba a contarnos historias y alejaba el miedo que nos
producía aquel lugar.
Una tarde nos esperaba más ansioso que nunca, y casi
sin preámbulos se puso a contarnos la historia de Pulgarcito;
cuando llegó a la parte donde los pajaritos se comen las
miguitas que había colocado Pulgarcito para encontrar el
camino de regreso, a mí se me llenaron los ojos de lágrimas;
papá me abrazó y me dijo: "Pero no llore, Pulgarcito era muy
inteligente y la siguiente vez que fue al bosque, se comió el
pan y tiró piedritas". En ese momento por los parlantes se
escuchó la orden: Se termina la visita, y mi papá, bajando la
voz como diciendo un secreto, nos dijo: "De aquellas piedritas
sólo se conservan tres, dos están en el Museo de Perrault, en
París, bajo una campana de cristal". Y yo presurosa le pregunté:
¿Y la otra? Entonces él, con una sonrisa enorme, nos contestó:
"La tercera, llegó a mis manos por misteriosas rutas. Aquí la
tienen, cuídenla".
Ese día, al llegar a casa, coloqué la piedrita debajo de mi
almohada, para que así mi papá también pudiera encontrar
el camino de regreso.

48
UNA CUENTA PARA SALDAR
Por Diego Camargo
(Colombia)

Aunque aún faltaba más de una hora para que cerraran


el mercado, la cantina de al lado de la carretera hervía ya con
las risas de los coteros, que se ahogaban sin rencores entre el
humo de sus puchos de a peso y el olor combinado de la
cerveza caliente, la orina generosa que se escapaba desde la
media tapia adaptada como baño al fondo del local y el sudor
vivo de su espalda.
Bebían para celebrar que se acababa la jornada, o para
olvidar que empezaba, o porque hacían falta fuerzas para
soportar que apenas iba a medio camino y aún quedaban
demasiados días de llevar bultos de un lado a otro a cambio
del par de pesos que iban sumando para gastar en alguna de
las putas desvencijadas que se insinuaban en la penumbra de
las bodegas del matadero.
La cantina era un punto obligado en la desdicha de todos,
y sus mesas habían sido utilizadas durante años para contar
billetes, cobrar deudas, anotar promesas y, ocasionalmente,
velar a alguno de los comerciantes que terminaban sus días
con las tripas acuchilladas en algún rincón de la plaza y sin el
dinero suficiente entre sus bolsillos como para pagar un lugar
en la funeraria de don Blas.
A eso de las once y media, Otilia dejaba su eterno lugar
tras el mostrador y arrastraba las sexagenarias piernas de mapa
hidrográfico hasta las sillas desocupadas para subirlas patas
arriba en su respectiva mesa. Una señal respetada por todos,
incluso los forasteros, quienes empezaban a abandonar el local
a medida que iban terminando sus manos de tute.
Esa noche, casi a las doce, solo quedó un anciano
desconocido y famélico que volteaba sus bolsillos frente a los
diez envases de cerveza vacíos de la mesa. De ellos salían
colillas aplastadas, papeles y otras sobras del día; todo menos

49
monedas. Otilia había visto el truco cientos de veces, se acercó
sin disimular y miró al viejo con la escoba en la mano.
—¿Me va a decir que le sacaron la plata?
—No señora —respondió el cliente mientras se rebuscaba
por tercera vez—, pero creo que me la gasté toda en la gallina.
La cantinera suspiró como una actriz de oficio, recogió las
botellas vacías de la mesa y regresó a paso lento hasta el
mostrador.
—No demora en llegar el dueño —dijo—, y él no tiene
paciencia con los ladrones.
—Pero es que yo no le voy a robar nada —se defendió el
cliente—, solo se me perdió la plata y, si es necesario, le pago
mañana los treinta pesos y le encimo diez.
La vieja rió como en cámara lenta y se burló.
—Sí, claro, si así fuera yo ya tendría una casa al lado de
la iglesia. Mejor pague rápido, que a mi marido le emberraca
fiar.
El forastero se mordió el labio y empezó a sudar, la
mandíbula le temblaba mientras se agarraba el sombrero y
blanqueaba los ojos como buscando una alternativa.
—Sumercé —dijo finalmente con una vergüenza tan
auténtica como su delgadez de pobre—, de verdad, ¿qué quiere
que haga para no irme debiéndole?
Otilia se le quedó mirando en silencio, se dejó conmover
por los gestos de garza del abuelo y el brillo lacrimal de sus
ojos, recorrió en un segundo su traje de paño gastado y se fijó
en las manos, callosas por el azadón y flacas por la inclemencia
de la miseria.
—¿Cuánto dice que le costó la gallina? —preguntó
finalmente.
—No, señora, —respondió apenado el viejo— la gallina
no la vendo; es un encargo.
—En ese caso —reclamó gritando Otilia—, arrégleselas
con mi marido.

50
—Pero sumercé —reclamó el cliente—, le juro que le pago
mañana. Además, la gallina costó doscientos pesos, mucho
más de lo que le debo.
—Me cobro la deuda y le encimo cincuenta pesos —
propuso la cantinera—, ¡lo toma o lo deja!
—Pero eso no es ni la mitad de lo que me costó —repuso
con la voz quebrada el anciano.
—Vea —puntualizó la vieja—, si de verdad pensaba
encimar diez pesos a lo que me debe, vuelva con los cuarenta
más los cincuenta que le ofrezco y le devuelvo la gallina
mañana.
El viejo agachó derrotado la cabeza.
—¿Dónde está la gallina? —preguntó la tendera.
—Amarrada en el corral, al lado de las suyas; la puse ahí
para que comiera maíz y tomara agua.
Otilia salió al patio y la vio en la oscuridad; era enorme y
altanera, tenía la cresta brillante y regordeta, miraba el corral
como si fuera la dueña y no retrocedió cuando se le acercó. La
vieja calculó su precio en mucho más de los doscientos pesos.
—Tiene pinta de que se va a tomar el gallinero a picotazos,
pero está buena —anotó.
El viejo no tuvo el valor de decir nada más, apenas atinó
a recibir el pago, despedirse hasta el otro día y caminar hasta
el bus que acababa de parar en la carretera. Echó un último
vistazo a la cantinera y se subió sin más.
Otilia sonrió orgullosa mientras miraba la gallina y le
acariciaba el buche. Antes de que el bus arrancara de nuevo,
reconoció la figura gigante y rechoncha de su marido que se
bajaba, y lo esperó parada junto al gallinero.
—Mira —dijo señalando al animal—, me costó diez
cervezas y cincuenta pesos.
—¿Quién se la vendió? —preguntó el esposo.
—Un cliente sin plata; va en el bus que te trajo.
El marido se metió en silencio a la cantina sin mirar a su
mujer, quien lo siguió hasta el mostrador.

51
—¿Qué pasa? ¿Está mala la gallina?
—Está muy buena —respondió él.
—¿Y entonces? —preguntó Otilia.
—Pues, que ha estado en el corral desde que nació. ¡Le
acaban de vender su propia gallina en ochenta pesos!
Otilia no pudo contener la sonrisa apretada que se le dibujó
en media boca, bajó la cabeza para ocultar el rubor causado
por su propia torpeza y se tapó la cara con una mano, como si
eso le sirviera para ocultar la vergüenza macerada por el viejo
que minutos antes se había puesto a jugar una partida de tute
con su astucia, y la había derrotado.

EL CARTERO
Por Leonardo Vargas
(Colombia)

Desde hace algunos años, escribo cartas. Cartas de amor,


cartas de desamor, cartas con canciones, cartas con ilusiones,
cartas con pasión, cartas alegres, tristes cartas, largas, cortas
cartas, cartas de cartas. Sé que nunca van a llegar, pero no
importa, las seguiré escribiendo, una a una, puesto que todas
esas cartas son para ti. El único problema es que de la tierra al
cielo no hay carteros.

52
EL MAGO
Por Rubén Martínez
(Venezuela)

El Mago, ante el asombro de todos, sí pudo tragarse la


enorme espada. Pero fue lo último que hizo.
El Mago, cansado de esperarla, se convirtió a sí mismo en
la mujer de sus sueños, aunque nada remedió con esto pues
nunca pudo casarse con ella. Entonces, desconsolado, comenzó
a esperar al hombre de sus sueños.
El Mago decidió retirarse definitivamente de la profesión
el día que sintió un terrible tirón de cabellos y, acto seguido,
comenzó a salir de un enorme sombrero de copa, frente a un
auditorio repleto de conejos blancos que aplaudían
entusiasmados.

LIBRO DE AVENTURAS
Por Rubén Martínez
(Venezuela)

El niño le pidió a su papá que le leyera un cuento.


—¡Uno de aventuras! de esos que hablan de personas
que viven en tierra firme. Que hable de sus casas muy altas y
que cuente cómo viajan sobre "carros". Ese cuento que habla
sobre un niño que va a "escuela" y come "meriendas" y enciende
"televisión". El papá engarzó la manta con su garfio y arropó al
niño. —Ya es muy tarde. Tienes que dormir. Mañana al
mediodía tenemos trabajo.
Papá se despidió con el beso de buenas noches. El niño
alzó los hombros con resignación y desde su cama escuchó
los pasos de papá, alejándose, hasta que el golpeteo de la
pata de palo se confundió con el rechinar de las maderas del
galeón, el rumor sereno del agua y el canto dulce de las
ballenas.
53
LIBRO DE COCINA
Por Rubén Martínez
(Venezuela)

Había logrado aterrizar, esa era la buena noticia. La mala


era que estaba en medio del desierto, sin radio, sin motor,
solo. Buscó el bolso donde se guarda el equipo de emergencia
para estos casos. Lo abrió. Dentro sólo había un libro de cocina
con las mejores recetas de la gastronomía internacional.
Al tercer día, vencido por la desesperación y el hambre,
decidió comerse una página en la que se explicaba, con
abundancia de detalles, cómo preparar y servir un arroz a la
marinera. Y con cada bocado pudo saborear aquel delicioso
plato. A partir de entonces, un festín siguió al otro. Cordero en
salsa tártara, ensalada italiana con nueces, crema de
champiñones, asado con puré de papas y repollitos de Bruselas.
El escuadrón de rescate lo encontró un mes después, justo
a tiempo para salvarle la vida. Tras un prologado forcejeo,
pudieron arrancarle de las manos a aquel gordo descomunal
las cien páginas del capítulo dedicado a los "Postres y Tortas
del Mundo".

54
LA CENICIENTA,
el profesor chiflado de su época
Por Juan Carlos Mazo 4
(Colombia)

La Cenicienta fácilmente pasó a la historia como una de


las mujeres con los pies más raros que hayan existido, pues el
hecho de que en todo un reino sólo le sirva un par de zapatos
a una persona es como para una crónica de Primer Imparto.
Donde ahora le dé a un príncipe por hacer esa misma gracia
de casarse con la primera que le sirva una zapatilla, seguro
que muere loco. Sobretodo, si es número 36-37. Más de la
mitad de las mujeres están en ese rango.
Continuando con la historia de la Cenicienta, la muchacha
se organizó con el príncipe en un palacio full equipo (por qué
será que siempre se quedan con un segundón y no con el rey).
Tenía fantasma, pozo de la dicha, pozo con cocodrilos, cocina
semintegral, baños cabinados, alcoba de servicio, molduras y
cortineros en yeso, mesones en mármol, citófono en la alcoba
principal y la cocina, iluminación ojo de buey, zona de ropas,
ascensor Acme con capacidad para ocho personas por torre,
shut de basuras, club house y juegos infantiles.
Los graves problemas de la mujer fueron las continuas
transformaciones con las que quedó luego de la noche de la
fiesta en la que llegó su hada. Parecía el Profesor Chiflado. A
eso de las 12:00 a.m., en las noches de luna llena y de cuarto
menguante, comenzaba a alborotársele el pelo, le salían los
cayos del cepillo en las manos, emanaba un olorcito como a
detergente, la ropita le cambiaba de un momento a otro y la
mandíbula se le desencajaba.
Fue donde un bioenergético a ver si le encontraba el chiste
y nada. Después recurrió a una señora que lee el aura, y menos.

4 Periodista de El Colombiano de Medellín, amigo de los cuenteros.

55
También, asistió a centros de talasoterapia, masajes japoneses,
acupuntura, iridiología y de todo eso salió igual.
De tanto andar de aquí para allá, se inició el chisme de
que tenía pactos con el diablo y se comunicaba a través de las
brujas. De chepa, y por ser la esposa del príncipe, se salvó de
que la quemaran, pero los diarios de la época le dieron palo,
todo el que quisieron.
Incluso, publicaron los dibujos realizados por unos
pictopaparazzis, donde aparecía la Cenicienta en
comprometedoras escenas. De la suerte de las tres hermanas
malvadas se supo que una montó un alambique para hacer
whisky y al poquito tiempo la cogieron. La otra comenzó a
hacer unos cruces entre la corona y Robin Hood, a lo Mauss, y
la cogió el Das inglés. A la tercera le tocó pedirle cacao a
Cenicienta, se le acomodó en el castillo y al poco tiempo unos
criados, en vista de la falta de mujeres, también la cogieron.
La pareja tuvo cuatro hijos y tres sustos. Le salieron muy
aplicaditos hasta que llegaron a la pubertad y se empezaron a
descarriar. Uno mantenía pistiando a las doncellas durante su
baño en el río. Otro, organizaba carreras clandestinas de
caballos. El del medio embarazó a su nana y el chiquito como
que estaba inventando el avión mental, porque a toda hora
era volando con unas yerbas raras que fumaba.
Lo último que se supo de Cenicienta fue que terminó en
un hospital del Seguro Social de Gran Bretaña, odiando a su
hada madrina y a la espera de un milagro de la ciencia de la
época.

56
VIOLACIÓN + I.V.A
Por Luis Martín Trujillo
(Colombia)

En la noche, en la oscuridad, en el silencio mortal y


vagabundo, ella, la protagonista de esta historia, camina con
pasos preocupados infundidos por la soledad, un ruido acelera
pulsaciones. La ciudad nocturna es peligro, temor, inconciencia,
exceso. De la nada una sombra aparece y le sujeta por el
cuello, brutal la arroja contra el capó de un Mazda 323. Ella
queda en posición, siente su rostro contra el frío aluminio, su
vida cambia en un mísero instante, la huella del infortunio le
escribe que la confianza no es privilegio. La mano agarra el
cabello y golpea la cabeza, la otra mano se mezcla en la
falda. Desea gritar, no quiere ser una estadística más. Los dedos
del asaltante llegan hasta el hilo dental y una extraña sensación
le produce humedad, una humedad odiada e insensata. Siente
el ruido de la cremallera, el suceso no tiene marcha atrás, sólo
queda la resignación incluso el disfrute. El falo presiona y siente
cómo asciende, el sable atraviesa la carne. La agitación y la
respiración compungida del violador la asusta más que lo que
está entre sus piernas. De repente, oh gloria inmarcesible, oh
jubilo inmortal. La luz de una linterna la ilumina, según parece
Dios ha escuchado sus plegarias. El suplicio terminará y otro
héroe anónimo habrá hecho su buena labor del día. El violador
se detiene más asustado que la víctima, apenado prefiere
mantener su miembro en la escena del crimen. De repente se
escucha una voz:
—¡José Hilario!
El violador sólo contesta:
—Mamá…
—No me gusta que se serene, después anda tosiendo toda
la noche.
—Pero Mamá…
—¡Es que no me escuchó culicagado! ¡Nada de peros,
nos vamos para la casa ya!
57
—Mamá usted siempre metiéndose en todo.
—¡Me hace el favor y me respeta! ¡Qué son esos modales!
Además, ¿qué es ese olor? ¿No me diga qué se tiró un pedo?
¡Cochino!
El olor de gas metano toma la escena.
—Mamá yo no fui.
—No me mienta que usted sabe cómo me disgusta que
me mientan. Igualito a su papá.
—Perdón —exclama la violada sonrojada.
—Si ve que yo no fui —refuta José Hilario.
—Bueno jovencito no se hable más, vamos para la casa
que después se me agripa y me toca escucharlo toser toda la
noche.
La mujer continúa tirada sobre el capó, literalmente.
—Mamá ya iba acabar, déjeme terminar que ya la alcanzo.
—Jovencito, ¿no me entendió? Se me entra ya.
—Mamá ya estoy adentro.
— ¡No me abra esos ojos!
—Mamá no puedo evitarlo.
—¿Qué son esos modales? ¿Qué va a pensar la señorita?
—Ex señorita, Mamá.
—No me lleve la contraria, hágame el favor.
—No le estoy llevando la contraria.
—No se lo voy a repetir sotarugo, ¡para la casa!
—¿Qué es sotarugo?
—No, qué bonito, lo que me faltaba, ahora cuestionando
a su mamá, la hacedora de sus días, aquella que lo vio nacer
y se esforzó día a día por usted. ¡Dios porqué me castigas de
esta forma… tanto sacrificio, tantos desvelos, tantos cariños!
—Ya Mamá…
—¡Ahora quiere callarme! Lo que gana uno por mimarlos
y preocuparse día tras día por ellos.
La atacada, cansada de la discusión solo aduce:
—Déjelo terminar señora, mire que se me están durmiendo
las piernas.

58
—¡Vean a esta igualada! ¡Ni más faltaba! —contesta la
madre indignada.
—¡Señora me hace el favor y me respeta que yo no soy
ninguna aparecida, además él ya está grandecito para que
tome sus propias decisiones!
—¡Pues yo soy su mamá y hago lo que me da la gana!
—¡Silencio que así no me puedo concentrar! —grita José
Hilario.
Ella, la protagonista de la historia, inconforme por la
situación, reniega:
—¡Déjelo que termine, señora!
Y la madre, como toda madre, preocupada por precaución
y melodramática por convicción:
—Le dije que no se fijara en cualquiera, pero como
siempre, llevándome la contraria.
—Mamá usted no lo deja ser feliz a uno, voy a decirle al
psicólogo que usted me reprime.
—¡José Hilario Gutiérrez Martínez no le vuelvo a repetir,
camine para la casa o quiere que llame a su Papá!
José Hilario desilusionado mira a su víctima.
—Lo siento, tengo que entrarme ya porque el sereno me
hace daño.
Seguidamente saca su falo de la caverna. Ella no sabe
qué pensar, menos qué creer. Él sube la cremallera del pantalón
lentamente. La luz de la linterna se aleja, todo vuelve a la
tranquilidad. Ella, desconcertada, prosigue su camino a casa
en la lobreguez de la ciudad, descontenta porque nada en
este país se termina a cabalidad, y todo porque aun existen
madres abnegadas y preocupadas por el bienestar de sus hijos.

59
DESENCUENTROS
Por Fernando Rodríguez
(Colombia)

Estaban los dos en el agua, cerca a la playa,


presumiblemente desnudos. Digo presumiblemente porque el
agua les llegaba hasta la cintura, o sea que de ahí para abajo…
vaya uno a saber. Pero se percibían felices. El, embelesado
exploraba sus formas perfectas, embriagándose en sus aromas,
contemplaba el pelo castaño que caía como cascadas de miel
sobre sus hombros, naufragaba en su mirada transparente
como el agua en el que estaban, exploraba aquella boca en
forma de salmo con esos labios que parecían dos tajaditas de
manzana roja incrustadas en su cara, bajó entonces su mirada
y descubrió la redondez de sus hombros y la altanería de sus
senos que marcaban el inicio de su vientre perfecto.
Ella también estaba sonriente, porque él se semejaba al
macho de sus sueños, de ojos grandes color medianoche y
mirada profunda, los músculos del cuerpo como de una
escultura, como hechos con cincel y el cabello negro que caía
infinito por la espalda. Ella sintió tanta emoción que saltó,
saliendo del agua. El la vio completa, de la cintura hacia abajo,
llena de escamas y terminando en una agraciada aleta.
Entonces se entristeció y cabizbajo regresó galopante hacia la
playa.

60
TIEMPOS DE LA UP
Por Rodrigo Collao 5
(Chile)

Siempre entre los pescadores se cuentan mentiras y mitos,


pero ustedes por el contexto histórico se darán cuenta que esto
es verdad.
Corría el año 1973 en Chile, y en Coquimbo, en la caleta
de Guayacán, vivía El Jurelillo pescador muy conocido por la
comunidad por ser muy pobre y no tener un trabajo estable,
ya que no tenía bote, ni patrón.
Cuenta la historia que El Jurelillo al igual que mucha gente
de la época no tenia qué comer, ya que había en el país un
desabastecimiento de mercaderías provocado por motivos poco
nombrables, claro si eran tiempos malos, eran los tiempos de
la UP (Unidad Popular).
Un día El Jurelillo salió decidido a pescar, y como era tan
pobre salió solo con un nylon y un anzuelo a pescar a la mano
entre las rocas de Guayacán. El Jurelillo pensaba mientras
esperaba que picara algo que porqué tenían que ser tiempos
tan malos, porqué tenían que ser tiempos de la UP. En eso
sintió que algo picaba y recogió. Era una rubia preciosa (rubia
se le dice entre los pescadores a la corvina, un pescado de
escamas amarillas y de sabor delicioso). Al sacarla, la miró y
la puso sobre sus hombros. Esta atravesaba de uno a otro.
Salió de las rocas, pasó por la plaza y luego por la iglesia,
convirtiéndose en la admiración de la gente del pueblo que
veían como El Jurelillo se paseaba en los tiempos más malos,
en los tiempos de la UP, con una tremenda rubia.
Al llegar a su casa, le dijo a su mujer:
—Negra, mira lo que pesqué.
—¡Viejo, tremenda corvina!

5 Versión original basada en un cuento recopilado por el autor en las caletas de


pescadores de Coquimbo, Chile.

61
—Prende la cocina porque tengo mucha hambre.
—Ya... pero viejo, no tenemos gas, (claro, qué iban a
tener, si eran tiempos malos, eran tiempos de la UP).
—Entonces pásame el sartén que la vamos a freír a la
leña.
—Si... pero no tenemos aceite, (claro, que iban a tener, si
eran tiempos malos, eran tiempos de la UP).
—Chuuuuuu… entonces vamos a prender fuego y la
tiramos a las brazas.
—Ya… —dijo la mujer— pero, viejo no tenemos fósforos,
(claro que iban a tener, si eran tiempos malos, eran tiempos
de la UP).
El Jurelillo miró a su mujer con pena y rabia también,
pensando que porqué tenían que ser tiempos tan malos, porqué
tenían que ser tiempos de la UP. La mujer lo miró con compasión
y le dijo:
—Viejo, anda y devuelve mejor ese animalito al mar.
El Jurelillo, con el dolor de su alma y sobre todo de su
estómago, tomó la corvina y la puso nuevamente sobre sus
hombros. Esta atravesaba de uno a otro. Y comenzó a caminar.
Pasó por la iglesia, pasó por la plaza, llegó hasta las rocas, al
mismo lugar donde la había pescado. Allí miró a la corvina y
pensó con rabia porqué tenían que ser tiempos tan malos,
porqué tenían que ser tiempos de la UP. Entonces la lanzó con
fuerza, hasta con rabia. El Jurelillo se quedó mirando con tristeza
cómo la corvina se hundía en las aguas profundas.
En ese momento vio con asombro cómo la corvina saltó y
se elevó por los aires, quedando frente a él, mirándole y
gritándole:
—¡Viva la UP de mierda! —mientras retornaba al mar.

62
EL MUERTO
Por Maria Teresa Agudelo
(Colombia)

Estaba muerto y a nadie le importaba. Nicolás lo supo


cuando vio la patrulla de la policía y unas cintas fluorescentes
rodeando el suceso. Yo insistí en buscar cámaras porque "como
en esta ciudad se ha vuelto tan común grabar películas",
además no vi charco de sangre, ni caras de asombro, ni escuché
el más mínimo comentario, excepto el de Nicolás "cual película,
parce, ese man está muerto, y tan rara la gente como si nada".
Y como no encontré cámaras me puse a buscar actores; me
pareció que los punketos que se estaban drogando en la
esquina, el combo de hippies que tocaba guitarra al pie de la
estatua de Simón Bolívar, o la parejita que leía Rayuela en el
barcito sin nombre que tanto les gusta porque ponen la música
pasito y uno puede leer, eran extras actuando indiferencia.
Nosotros también seguimos derecho sin preguntar nada,
caminando hacia el teatro mientras lanzábamos algunas
hipótesis de las cuales la que mayor acogida tuvo fue la de
una sobredosis, "tan rara esa gente ¿cierto?, como si nada".
Pero es que en ese parque cada uno estaba ocupado en fabricar
su propia muerte. La parejita no se había percatado de que
Rayuela es una soledad que mata, que cada palabra, cada
saltito hacia el cielo es un salto hacia el vacío que cada uno
lleva dentro, además el muchacho, que soñaba con ser escritor
y músico, cada que leía a Cortázar se deprimía tanto como
cuando asistía a un buen concierto de Jazz, y llegaba a su
casa a quemar toda la basura que había escrito. A los punketos
se les pasaba la vida drogándose, echándose jabón rey en el
pelo, pidiendo cien pesos e insultando gomelos. Los hippies
con su "peace and love", buscando a quien amar y guerras
para repudiar, se habían perdido en la bohemia y ahora eran
un montón de peludos y putas, fracasados, solos y sucios,
rasgando una guitarra quebrada, cantando con unas voces
tan roncas y mirando con unos ojos tan tristes que daban ganas
63
de darles una moneda y unas palmaditas en la espalda. Y
también había por ahí uno que otro universitario con futuro,
bajando el stress con cerveza y soñando con un buen empleo
(mucho dinero), una gran casa, una finca con vacas, gallinas
y caballos, y un carro último modelo, pero hay que llegar
temprano a la casa porque mañana hay parcial.
Estaban muertos y a nadie le importaba, ni siquiera a ellos,
porque estaban convencidos de que eso era la vida. Y tenían
razón.

¡EMBORRACHAOS!
Por Charles Baudelaire 6
(Francia)

Hay que estar siempre ebrio.


Esa es la única cuestión.
Para no sentir el horrible fardo del tiempo, que rompe vuestras
espaldas y os inclina hacia el suelo, hay que emborracharse
sin tregua.
Pero ¿de qué? De vino, de poesía o de virtud, a vuestro aire.
Pero, emborrachaos.
Y si alguna vez, en las escalinatas de un palacio, sobre la
hierba de una zanja, en la soledad triste de vuestra alcoba, os
despertáis con la borrachera disminuida o desaparecida,
preguntad al viento, a la ola, a la estrella, al pájaro, al reloj; a
todo lo que huye, a todo lo que gime, a todo lo que rueda, a
todo lo que canta, a todo lo que habla; preguntadle qué hora
es.
El viento, la ola, la estrella, el pájaro, el reloj os responderán:
¡Es la hora de emborracharse!
Para no ser esclavos martirizados por el tiempo, embriagaos.
¡Emborrachaos sin tregua!
De vino, de poesía o de virtud.
A vuestro aire.
6 Traducido y contado por el cuentero español Antonio González

64
COLECCIÓN DE DESENCUENTROS
Por Alexander Díaz Gómez
(Colombia)

Marcos abrió los ojos con la certeza de haberse acostado


hacía solo treinta segundos. Lo primero que escuchó fue la voz
chillona de su esposa que le recordó lo tarde que era. Siempre
es demasiado temprano para llegar tarde, pensó mientras
preparaba con gran voluntad su desayuno. La crema dental le
sabe a frustración cuando su esposa le pide una toalla y le
machaca lo inútil y desmemoriado que es. Antes del portazo
cotidiano de ella, escucha su último chillido: "No olvides que
hay que hacer mercado… tal vez tendré que hacerlo yo porque
como siempre..."
El sonido de la cafetera le sonó a buenos días. Era la hora
nona en que Marcos no se hallaba a sí mismo. Su casa es una
colección de desencuentros: sala ajena, cama ajena, edredones
ajenos escogidos por ella, sala de vidrio como a ella le gusta.
Sonrió con sarcasmo al darse cuenta que él mismo lo cambió
todo para complacer el gusto de su esposa. Aprovechó el
silencio reinante y sacó de la nevera tres cubos de hielo para
mordisquear. El dolor era soportable como si fuera un juego
personal para sus encías. Rumiando el frío y el silencio recuerda
que la costumbre de comer hielo no es suya, sino de Ángela
Tamayo, su antiguo amor. Mientras mastica los hielos con mayor
lentitud, Marcos se plantea: No somos nada originales, solo
somos un grupo de costumbres ajenas.
Ángela Tamayo y Marcos se conocieron en un Centro de
Medicina prepagada. El discutía con la encargada sobre la
pésima atención, y a ella le pareció gracioso su pavoneo de
macho copulador, palmoteando como en una discusión de
sordomudos. El estruendo de unas hojas que cayeron cerca
del histérico cliente, hizo que la risa de ella retumbara en la
sala de espera. Se conocieron en las carcajadas y dos semanas
después ya planificaban un futuro compartido. Todo era

65
ensueño en ese entonces; ahora, en la cocina, Marcos dejaba
que el hielo destemplara su frustración.
Cuando menos lo pensó, ya se encontraba frente a la
cajera del supermercado, pagando las legumbres y los objetos
para la cena. Al salir, creyó ver a Ángela Tamayo doblar la
esquina y la conflagración de su ser fue inmediata. Apresuró el
paso y supo que desde hacía mucho la buscaba en los rostros
ajenos y equivocados de un ruido aduanero. Angela se había
marchado de su vida, como un aguacero rápido, intenso y
breve.
Mientras caminaba hacia su casa, después de la decepción
de saber que la ajena mujer que persiguió por dos cuadras no
era su pasado, atravesó la esquina. Lo último que recuerda
fue el vuelo de una de las naranjas que traía en la bolsa, su
cabeza revolcada y los trozos de un parabrisas mojado. Abrió
los ojos por segunda vez en el día, pero con la certeza de
haberse acostado el año anterior. En frente suyo había un
desorden de colores: rojo sangre, gris asfalto, verde lechuga,
y escuchó un sonido lejano que le recordó la voz de Ángela:
"Dios mío, lo conozco, no lo muevan hasta que lleguen los
paramédicos... ¿Cómo está doctor?... ¡Qué bueno!...
¿Entonces le puedo hablar?... ¿Me escuchas?..."
Después de algunas horas de mediciones clínicas para
comprobar si estaba perfectamente tanto de ancho como de
largo, Marcos se despertó con la seguridad de haber escuchado
la voz de Ángela Tamayo. Pensó en llamar a su esposa para
avisarle del accidente, pero se arrepintió, solo pensaba en la
voz dulce de Ángela y en sus palabras que lo doblaban como
una hoja de papiroflexia.
De pronto, a la sala de observación, llegó Ángela, iba
vestida como siempre la recordó, con su pelo recogido y esa
despreocupada forma de bajar la blusa para que su hombro
fuera una promesa silenciosa. Marcos fue dado de alta y
conducido en un taxi de la mano prestada de ella que no
paraba de hablarle: "Dónde demonios te ocultaste, te busque
hasta detrás de mi espalda… No hables mucho… vaya que

66
fue una suerte que pasara cerca… y pensar que paso casi a
diario... en fin, el destino es una colección de desencuentros".
Llegaron al apartamento de ella y Marcos se mordió los
labios al ver aquel lugar. Todas las cosas que ellos habían
querido en el pasado estaban allí: la radiola de comienzos de
siglo, los cuadros sin sentido de Miró, las revistas de ocultismo
barato en el centro de la sala y una colección extensa de libros
sobre El Cairo. Todas las esquinas le hablaron de sus gustos,
que ella había heredado, y le hicieron olvidar su dolor y
reemplazarlo por uno más profundo.
—Tienes todo lo que nos gustaba en ese entonces.
—Algunas cosas.
—Debo irme, mi esposa debe estar preocupada.
—¡Que espere! Si después de seis horas no se ha percatado
de tu ausencia, es que no vale la pena avisarle. Pero si quieres
dame su número telefónico y le aviso.
—No, mejor no, aquí me siento a gusto, mi apartamento
es una celda incomoda, en cambio éste es bonito.
Marcos se recostó en la cama que siempre había soñado.
¡Dios, su pasado volvía a chocarse en su esquina! Ella le contó
lo que había hecho en esos años de ausencia; que se había
casado y separado; que había viajado, caminado, nadado,
buceado; que había observado el cielo, los anocheceres en
lugares lejanos, en el Mediterráneo; le contó que estaba en la
ciudad desde hacía un año, que le gustaba olfatear ofertas de
libros viejos, y que había escuchado un ruido, un frenazo,
encontrándolo tirado en la calle.
—Pero aquí estamos, ¿aún te gusta cocinar?
—No sé si pueda mantenerme en pie después del golpazo.
—El médico dijo que podías estar un par de días aturdido.
Si quieres te quedas el tiempo que desees.
—No sé, creo que no, debo volver con ella.
—Vuelve a mí, el destino te trajo.
—Sí, y un parabrisas...
Los dos rieron de buena gana. Ella bajó la cabeza
invitándole a un beso, un beso como los de antes. Los dos

67
lloraron en silencio. Ella deslizó su dolor en sus mejillas, y él
trató de pensar en ese nuevo desencuentro. Después de mirarse
por mucho tiempo, en silencio, Marcos le pidió que le llamara
un taxi, y ella le pidió que la buscara cuando quisiera.
Marcos llegó a su apartamento, deslizó la llave en la
cerradura, pero antes de abrir la puerta cerró los ojos y los
abrió lentamente. Allí estaba nuevamente, en aquel
apartamento lleno de cosas ajenas que tanto odiaba, y con
esa mujer esperándolo.
—¿Dónde demonios estabas?, tuve que comprar las cosas
del mercado, te lo dije, eres un inútil. ¿Dónde estabas?
¡Contesta!.
—Estaba perdido, pero ya me encontré.
Marcos la miró mientras ella curaba sus heridas. Luego se
preguntó, para sí mismo, por cuánto tiempo tendría que
soportar la doble personalidad de su esposa.

68
LA NIÑA Y EL POETA
Por Armando Quintero
(Uruguay)

Yo conocí una niña que tenía los ojos color del tiempo.
Vivía en una ciudad donde todas sus casas y edificios eran
iguales. Todas las casas tenían los techos rojos, las puertas y
las ventanas pintadas de verde, las paredes blancas. Los
edificios tenían sus muros grises, con sus ventanas y puertas
grises y siempre cerradas, casi como para que nadie pueda
saludar ni hablar a nadie. Como para que nadie supiera del
otro. Las mesas, las sillas, los platos, los diversos objetos, eran
muy parecidos unos a otros. Los animales tan similares que, a
la hora de querer saludar, acariciar o sólo jugar con el gato o
el perro que era mi mascota, me pasaba mucho tiempo para
diferenciarlo de los otros perros o de los otros gatos. Las
personas se parecían como en las monedas se parecen las
cabezas de los héroes, o esos números rodeados de laureles
que también encontramos allí. Era una ciudad donde no pasaba
nada. Todo se repetía, se repetía, se repetía. Se le conocía por
ello y así se le llamaba: La Ciudad Donde No Pasaba Nada.
Cierta vez, la niña quiso asomarse al mundo. Quiso ver si
fuera de su ciudad podía encontrar —aunque más no fuera—
una flor que tuviera pétalos con formas, colores, y aromas
diferentes. Y se fue de allí. Caminó. Caminó mucho tiempo,
hasta que llegó a la casa de un señor que, casualmente, era
un poeta. El poeta estaba durmiendo pero, como buen poeta
y distraído que era, ni siquiera le había puesto trancas a la
puerta. La niña empujó la puerta y entró a la casa del poeta.
Observó que la sala, como casa de poeta, estaba desordenada.
Sobre la mesa de trabajo descubrió unos cuantos libros. Otros
en las sillas, en el suelo, entre los más diversos objetos. Algunos
pocos, dispersos en los estantes de la biblioteca. Descubrió,
además, que cada libro era diferente. Cada uno tenía portadas,
ilustraciones, papeles con texturas distintas. Las letras, incluso,

69
tenían tamaños, formas, colores diversos. Los fue tomando
amorosamente entre sus manos, uno a uno. Y los fue mirando,
hojeando, leyendo... hasta que se quedó dormida.
A la mañana siguiente, cuando el poeta se despertó,
encontró a la niña durmiendo en su escritorio, arropada en
libros. Le dio tanta vergüenza el desorden de aquella habitación
que quiso arreglarla, sin hacer ruido, para que la niña no se
despertara. Y comenzó a colocar cada libro en las estanterías.
Uno, dos, tres... En el mayor silencio. Cuidando hasta el sonido
de su propia respiración. Pero, de pronto, vio que la niña lo
miraba con sus ojos color del tiempo. No le hablaba. Se estaba
poniendo débil, suave, delgada, blanca, como una hoja de
papel. La niña era, ahora, una hoja de papel. El poeta quiso
escribir otro de sus cuentos sobre ella. Escribió, escribió,
escribió, hasta que sintió que la niña se iba convirtiendo otra
vez en una niña.
Con una sonrisa bien abierta en su rostro y una alegría
muy grande en su corazón, la niña se despidió del poeta. Lo
hizo con un beso y un abrazo que sonaba como el suave susurro
de un roce de papeles. Con la sonoridad de un libro cuando
se le hojea. Y se regresó a La Ciudad Donde No Pasaba Nada
para contarles a todos lo que le había sucedido en la casa del
poeta.
A llegar, justo a la entrada de la ciudad, notó que en su
brazo se comenzaba a leer, con la misma letra del poeta "Yo
conocí una niña que tenía los ojos color del tiempo..." Ella
quiso leer todo lo que el poeta había escrito sobre ella. Y leyó,
leyó, leyó hasta convertirse en este cuento que acabo de
narrarles ahora.

70
EL VINO
Por Ana Ximena Hidalgo
(Venezuela)

Yo tengo una amiga de infancia que se llama María Teresa


del Rossi, que he estado recordando mucho a propósito de los
aromas, a ella y a su abuela que era una mujer encantadora.
María Teresa le decía La Nona. Yo la nombro y ya me empieza
a oler a albahaca. La Nona era una italiana grandota, blanca,
alta, bastante corpulenta, que se pasaba el día entero metida
en la cocina con un pañuelo amarrado en la cabeza cocinando
cualquier cantidad de delicias. Aquella casa era siempre una
fiesta de aromas. La Nona además de buena cocinera, fue
siempre muy buena consejera. El único problema es que a
veces no era fácil entender sus consejos, pues todo lo
relacionaba con la cocina, pero para María Teresa esto era de
lo más natural.
Cuando niña, si María Teresa iba a decirle que estaba
aburrida, La Nona le decía algo como esto: "Cuando una
ensalada está muy desabrida, lo único que hace falta es ponerle
un poquito de sal y, a veces, para darle más gusto, le queda
bien un poquito de pimienta". Y ella inmediatamente entendía
lo que aquello significaba y al ratito estaba entretenida haciendo
coreografías al lado del tocadiscos.
Una vez La Nona llamó a María Teresa para que se sentara
a almorzar. Había preparado lasaña, olía delicioso, pero María
Teresa no probó bocado. La Nona le preguntó que qué era lo
que le pasaba y ella le contó que se había sacado una muy
mala nota en matemáticas. La Nona le preguntó que porqué y
ella le dijo que no sabía, que le dedicaba tanto tiempo a las
matemáticas como a las demás materias, pero mientras en las
otras iba siempre con notas sobresalientes, en matemáticas
no. Entonces La Nona le contó que la primera vez que preparó
porotos negros, empezó tempranito, a la hora que siempre
comenzaba a hacer el almuerzo, pero cuando ya era hora de

71
sentarse a la mesa descubrió que los porotos todavía estaban
duros como piedras. Así que aprendió que había que
prepararlos mucho más temprano que el pollo, o que la carne,
o que la cazuela. Desde entonces, María Teresa le dedicó
mucho más tiempo a las matemáticas que al resto, y empezó a
sacar las mejores notas.
Un domingo llegó María Teresa a la casa de La Nona
llorando desconsolada. La Nona la llevó a la cocina, la sentó
en un banquito y le sirvió un jugo de naranja que había hecho
para que se calmara. Luego, le pidió que le contara que era lo
que le había pasado, entonces María le contó que no había
podido salir a patinar porque justo esa noche había llovido;
que sus amigas estaban todas en la playa, todas menos ella,
que fue la única a la que no le dieron permiso, que tenía que
estudiar, pero no podía porque se le había olvidado el cuaderno
en el auto del papá y él estaba de viaje y no volvía hasta la
noche y que de paso, ese jugo que le había dado estaba muy
ácido. La Nona le dijo que los jugos son tan dulces como
azúcar se les ponga. María Teresa tomó la azúcar, endulzó el
jugo, cambió de actitud y se endulzó a si misma. Entendió que
ninguno de sus problemas era tan grave, así que decidió ella
misma no ser grave y disfrutar de todas las cosas que sí podía
hacer.
Pasado el tiempo, María Teresa empezó la universidad y
por esa época visitó muy poco a La Nona, dejó de verla por
largo tiempo, a veces, sólo la veía en los cumpleaños de la
familia. Pero siempre siguió aconsejándola y resolviendo todos
sus males a través de la cocina. Poco tiempo después de salir
de la universidad se casó y al principio todo fue muy bien,
pero, como diría el poeta Aquiles Nazoa "después que la luna
pasa y la miel se torna escasa…", aquella casa empezó a
convertirse en una especie de campo de guerra. Peleaba por
todo con su esposo. María Teresa sentía que iba a explotar de
pena y de rabia en cualquier momento. Y un día que salió
temprano del trabajo fue a hablar con La Nona y le contó su
drama. Le dijo que tenía mucha rabia porque su marido no la

72
ayudaba en nada, no lavaba nunca los platos, no cocinaba,
no era capaz ni siquiera de recoger los pelos del desagüe de
la regadera, el baño se inundaba, y él, impávido, no estaba
ahí. En cambio, le armaba lío por todo, se ponía histérico si se
tardaba en el baño, le criticaba su manera de vestir, su forma
de hablar, su modo de relacionarse con la gente, todo. "Es
como si nada le gustase de mi", le dijo María Teresa a La
Nona.
Estaba muy desesperada y muy triste. Pero para colmo de
males, La Nona, por primera vez, no dijo absolutamente nada,
lo único que hizo fue entregarle una botella de vino. María
Teresa interpretó lo que quiso interpretar: "Esta cuestión no
tiene solución y lo único que me queda es ahogar las penas en
alcohol". Agarró la botella y se fue para la casa. Apenas terminó
de sacar el corcho llegó su esposo: "¿Y esa botella?". Ella no
quería discutir, así que no le respondió, llenó una copa y se la
bebió. Luego le sirvió una copa a su esposo y se sirvió otra
para ella y juntos se sentaron en el mueble de la sala. El lugar
y ellos mismos se fue impregnando con un olor a madera y a
frutas. Las primeras dos copas las tomaron en silencio, pero
en la tercera ella le preguntó cómo le había ido ese día. El le
dijo que bien, que la había extrañado mucho y que se veía
muy linda con esa ropa que tenía puesta. Ella le dijo que era el
mismo pantalón que le había criticado una semana atrás y él
le explicó que el problema no era el pantalón, sino que se lo
había puesto con una camisa muy clara ese día y que como el
pantalón también era claro se veía muy pálida, que ahora que
se lo había puesto con una blusita oscura se veía muy bonita.
—Yo pensaba que ya no te gustaba.
—¿Cómo se te ocurre?
—¿Por qué me reclamas cuando me tardo en el baño?
—Lo que en verdad quiero no es que te apures, sino
poderte mirar mientras te vistes, porque me encanta verte
desnuda, sólo que no me atrevía a decírtelo.
Y fue así, que entre copa y copa, él le explicó que no
lavaba los platos porque es muy alto y el lavaplatos muy bajo,

73
de manera que siempre que lo hace, no se aguanta el dolor
de espalda; que no cocinaba porque le daba vergüenza ya
que ella cocinaba mucho mejor; que no sacaba los pelos del
desagüe porque no los veía, porque a la ducha entraba sin
lentes y sin ellos es tan ciego como una pared; que cuando la
criticaba no lo hacía para ofenderla sino porque la amaba y
deseaba que fuera cada día mejor; que si se molestaba cuando
ella llegaba tarde, sin avisar, era sólo porque pensaba que le
había pasado algo malo; que se moriría si algo le pasaba.
Al día siguiente, María Teresa oyó sonar el teléfono a las
siete de la mañana. Cuando fue a atender descubrió que tenía
el peor dolor de cabeza de su vida. Pero cuando al otro lado
escuchó a La Nona preguntando cómo le había ido con el
"aflojalenguas", se le despejó por completo la mente y entendió
dos cosas: primero, que la sabiduría de La Nona era infinita; y
segundo, que su matrimonio no iba a funcionar jamás si ellos
no eran capaces de hablar y hablar y hablar... hablar siempre,
hablarlo todo, hablar para no olvidar, hablar para recordar,
hablar para planificar, hablar... que es también una manera
de amar.

74
MANOS CONFUSAS
Por Alexis Díaz Pimienta
(Cuba)

Venía yo en una ruta 23 repleta hasta los bordes. Cinco


de la tarde, o cinco y media. Venía soñoliento y cansado,
cimbrándome aún en el oído la voz del Director, pesándome
una nube de humo no sé si en la nuca o en las fosas nasales.
Me molestó al principio que me estrujaran la guayabera
blanca, que me pisaran los mocasines rojos, acabados de
estrenar, pero qué remedio. Me dejaba sostener entre un
matrimonio de viejos rollizos e inquietos, una muchacha negra
y pelirroja, y un tipo alto, de espejuelos, que a ratos me
incrustaba el codo en la frente haciéndome mirar hacia otra
parte, o bajar la cabeza. Baches, frenazos, empujones,
permisos, levanta un pie, entra una cadera, baja el brazo, no
le mires la teta a la que está delante, la que está inclinada con
el pezón oscuro y arrugado. Hay un sopor indescriptible.
De pronto estoy pensando el proyecto de la... un baño
tibio ahora qué... no empujen, coño... el Director no sabe si...
qué buena teta... estos dos viejos gordos... ese proyecto es
una... uff... uff... Parece que nunca llegará mi parada. Sudo.
La viejita se ve que está incómoda, pero dónde carajo
meto la rodilla. Cierro los ojos para no oír, para escaparme,
oiga, oiga, contrólese la mano, mire a ver dónde mete la mano.
Es la voz del viejo. Sólo le veo el perfil, sudado y agrio, pero lo
sorprendo mirándome de reojo, ladeando la boca para
hablarme, sí, tú mismo, tú mismo, deja tranquilas las manos
esas, ¿decía usted? dije yo, como si la voz fuera de otro,
sorprendido.
La viejita lo tomó del brazo indagando qué fue, qué fue y
dale el viejito con que yo le había metido la mano en el bolsillo
perdóneme, mi padre, pero usted se equivoca... la guagua,
imagínese... sí, sí, yo seré viejo pero no comemierda... eche
pa'llá, pa'llá, y como única opción de movimiento me lanzó
tres culazos. Traté de explicarle mayor, cómo usted cree que
75
yo... discúlpeme, discúlpeme, pero si lo rocé fue sin querer...
qué va, qué va... y sonreí nervioso, mirando a todas partes.
Los demás, no sé hacia dónde y cómo, se habían
replegado, se habían encogido para rozarme lo menos posible
y me miraban haciendo cálculos para dar su voto a favor o en
contra. Antes de que yo pudiera imaginarlo, ya el viejo había
hecho un escándalo de aquello, con improperios de la vieja y
miradas de odio. Y la gente comenzaba a hablar de
«especialistas», de hombres con los dedos de seda hay que
tener cuidado, y yo sonreía como mejor podía, como si la
sonrisa incrédula fuera una buena excusa, sin saber dónde
meter la cara en aquel lío tremendo.
El tipo grande de los espejuelos se hizo a un lado, el mismo
tipo que después haría el cuento en su casa y diría pero ese
muchacho no tenía cara de eso, na', na', ese viejo está chocho,
se apartó levantando las cejas en un gesto de resignación
cómplice y logré alejarme de la espalda rolliza del viejo que
seguía contando cómo están los ladrones, los delincuentes en
la calle. Una señora que después le diría a su esposo,
refiriéndose al caso, que al ladrón se conoce en la cara, que
fue un abuso de los viejos con aquel muchacho, me preguntó
si me quedaba en aquella parada. Mecánicamente le respondí
que sí, sin ser mi parada ni un carajo, le dije que sí y ella se
apartó mirándome con lástima o recelo.
El viejo seguía rumiando su acusación, y yo ardía de fiebre,
creo, sudaba frío, sentía un leve temblor en la rodilla.
Desde la puerta gagueé pero se me hacía un nudo en la
garganta, me dolían los ojos. Sólo me ayudaban algunas
miradas de comprensión, de apoyo, alguna voz que oía
explicándole al viejo que la guagua estaba llena, llenísima,
que el compañero... cuando a mí comenzaba a no importarme
aquello, a darme más bien risa, no sé si de histeria, o de pena,
o del tremendo absurdo que era llegar después, como siempre,
y entregarle a mi esposa los ochenta y siete pesos que llevaba
el viejo en el bolsillo, y un collar, un reloj y diez pesos que tenía
la vieja, pobrecita, en la cartera.

76
PARA DOX
Por Cristian Atanasiu
(Alemania)

Sonó el teléfono. Lo descolgó. Una voz muy dulce le


susurró:
—¿Eres tú?
—Sí —contestó él.
—Qué ilusión me hace poder hablarte —susurró la voz.
—Sí —contestó él.
—Es tan bonito escuchar tu voz —siguió la voz de almíbar.
—Sí —contestó él.
—Te quiero tanto —sonó dulcemente la voz desde el
auricular.
—Sí —contestó él.
—Me sienta tan bien poder conversar contigo —exhaló la
voz.
—Sí —contestó él.
—Cuánto me gustaría poder estar contigo —fueron las
siguientes palabras de la voz.
—Sí —contestó él.
—Hoy es luna llena, y desde mi ventana la veo brillar
sobre dos árboles. Eso significa algo, ¿verdad? —instó la voz
dulcemente.
—Sí —contestó él.
—Oye, ¿no sabes decir otra cosa que sí? —se indignó la
voz, que ya no sonó tan dulce.
—No —contestó él.

77
EL NORTE
Por Joel Sánchez
(Cuba)

En el grado de Mary, Memo Angel hablaba del norte: "En


medio de la tormenta el capitán del barco, brújula en mano,
se aferra al norte y el norte no es la solución es solo un norte.
Ahora comienza un camino y lo importante es que sepamos
donde está el norte del camino".
De niño la maestra de tercer grado nos leyó un cuento en
que unos niños se habían perdido en el bosque, hasta que
Pedrito se ubicó de frente al sol, vio qué hora era, localizó el
norte y se fueron hacia el pueblo que les quedaba al este.
En la clase de forestal, en la universidad, supe que la
corteza de los árboles en zonas tropicales tiene una rugosidad
especial hacia el norte.
En la vida debemos saber, cual brújula, dónde está nuestro
norte, definir nuestro camino a partir del norte, lo cual no quiere
decir que el norte es el camino.
Porque lo que me revienta es que sea al norte que la aguja
de la brújula marque el norte.
¿Quién sabe? Tal vez indica que para allá no. Tal vez
indican los árboles tropicales, con su rugosidad, que debemos
protegernos del norte. Como Pedrito, que supo claramente
que su pueblo no estaba al norte.
Y me pregunto: ¿Cuál será entonces el punto de ubicación
de los que están en el norte?
Creo que, definitivamente, los del norte perdieron hace
mucho tiempo todo sentido de ubicación.
—Por eso estamos como estamos —decía en la Habana
el viejito del parque.

78
ÁRBOL DEL TIEMPO
Por Alekos
(Colombia)

El árbol del tiempo es severo de porte. Encumbra sus raíces


como brazos de mono arriba de las aguas y se refleja enorme
doblando su estatura. Tiene un follaje débil que apenas sí lo
cubre, con hojas desiguales de tonos ocres, pardos y sienas,
de apariencia arrugada y tupido ramaje como miles de ríos en
vasta hidrografía.
No hay huellas de corteza en su tronco, solo una piel
desnuda como de niño negro, que se abre en mil matices, si el
sol toca su tronco en cada amanecer.
Los árboles del tiempo se alimentan de agua. La que le
entrega el río cubriendo sus raíces como una inquieta sombra
y la que le ofrece el cielo en gotas solidarias. Pero su voz
profunda deviene del murmullo que producen las hojas cuando
las pulsa el viento y se escucha aquel canto como de corocoras
en sonoro aleteo.
El árbol del tiempo es longevo como el olivo, mira pasar
los hombres como efímeras flores de su propio ramaje, ve
cambiar las montañas y el curso de los ríos. Los años son
segundos, los meses son instantes y los eclipses apenas,
inocentes parpadeos.
El nombre lo trajo la leyenda. Cada nueve mil años cuando
los dioses del fuego, sufren la metamorfosis que les cambia su
aspecto y su influencia sobre los hombres, bajan lentamente
por el árbol del tiempo y asumen cuerpo y apariencia terrena.
Estallan entonces todos los volcanes y la tierra dibuja nervaduras
infinitas. Perecen los hombres, las plantas y los animales en
fugaz ofrenda que entrega al planeta la sangre de sus hijos.
Por eso cada año en tiempo de lluvia, cuando los ríos
crecen y los esteros se bifurcan, cuando los dioses anuncian
su descenso de muerte y de renovación, los hombres y las
mujeres Murujúi del río Putumayo ofrendan sus cantos y sus

79
danzas, que mantiene en los dioses su cualidad divina y a los
hombres les brinda en perecedera entrega, la condición de
dioses que no conocieron. El canto dice así:

Fuego somos los hijos del pájaro sombrilla


bálsamo y piedra que brilla como el sol.
Hijos del maíz y de la luna
de la música del aire y el susurro del agua.
de la sangre del jaguar y de la cal
que quema las plantas de mis pies
recoge mi llanto y anuncia mi agonía.
Brindamos nuestro corazón
sobre los pies del tiempo.

80
KOKORO Y EL CUADERNILLO MÁGICO
Por José Cabana Kojachi
(Perú)

Hace mucho tiempo, en algún lugar de oriente, vivía


Mushinkai, un escritor muy famoso e inteligente, pero también
presumido y arrogante. Sus historias eran tan maravillosas que
llegaban a lo más profundo de los corazones de las personas
que las leían. Tenía tanto éxito que ganaba mucho dinero con
la venta de sus libros, gracias a ello vivía en una mansión muy
lujosa que contrastaba con las casas humildes a su alrededor.
Cerca de allí vivía una mujer con su hijo llamado Kokoro.
Eran muy trabajadores, pero la paga que obtenían por sus
servicios era muy poca y a las justas les alcanzaba para
sobrevivir. Esto no fue impedimento para que Kokoro tuviera
una excelente formación ya que, en los lugares donde trabajaba
como sirviente, conversaba con sus patrones quienes le
contaban sobre la cultura de otros lugares del mundo, que
ellos visitaban en sus viajes. Parte de la paga que Kokoro pedía
por sus servicios era que le permitieran leer los extraordinarios
libros que los patrones tenían.
Un día, Mushinkai contrató a Kokoro para que le hiciera
la limpieza de su cocina. El primer día de trabajo, cuando
Kokoro se dirigía caminando a la mansión de Mushinkai, se
preguntó cómo una persona de tan mal carácter podía escribir
historias tan maravillosas y llenas de sentimiento. Al llegar a la
mansión, Mushinkai le indicó dónde estaba la cocina y le dijo:
—Ponte a trabajar de inmediato, voy a mi estudio a escribir
y no quiero ser molestado. ¡Ah!, regreso en un rato para ver
como va tu labor.
Sin perder tiempo, Kokoro empezó su trabajo. Pero luego
de unos minutos, mientras limpiaba el horno, que por cierto
estaba muy sucio, escuchó unos lamentos y quejidos que le
llamaron la atención. Definitivamente aquella no era la voz de
Mushinkai, quien además vivía sólo en aquella mansión.

81
—¿Quién podrá ser? —se preguntó Kokoro.
Tanta fue su curiosidad que decidió investigar. Descubrió
que los lamentos provenían del segundo piso, pero para llegar
allí tenía que subir una escalera larga en forma de caracol. Su
corazón latía con más fuerza cada vez que subía un escalón.
Venciendo el miedo, coronó la escalera y se encontró frente a
una habitación cerrada. No había forma de ver lo que sucedía
en su interior, excepto por el ojo de la cerradura. Se acercó y
conteniendo la respiración observó. Ahí, estaba Mushinkai, muy
enojado, clavando su pluma en un cuadernillo que estaba sobre
su escritorio, y vociferando:
—¡Habla, cuéntame una nueva historia!
Grande fue la sorpresa del muchacho al descubrir que la
voz del lamento provenía del cuadernillo, que le respondía al
escritor:
—Por favor, no me hagas daño, ya te he contado muchas
historias y has obtenido mucho dinero por ellas, no entiendo
para qué deseas más. Déjame descansar en paz.
Mushinkai, enfurecido sacudía el cuadernillo mágico de
un lado a otro con el fin de que éste le contara una historia,
pero, ante su negativa, perdió la paciencia y lo arrojó por la
ventana.
—En fin —dijo Mushinkai—, definitivamente no habrá
historia hoy, me voy a ver a ese muchacho, espero que haya
terminado su oficio.
Kokoro bajó corriendo, temeroso de ser descubierto, y
perplejo por lo que acababa de ver y escuchar. Llegó a la
cocina y prosiguió con la limpieza. Cuando Mushinkai entró,
observó que poco era lo que el muchacho había avanzado en
su tarea.
—Veo que aún te falta por terminar, así que retírate, tengo
que salir; ya veo que no eras tan eficiente como decían. ¡Fuera
de mi presencia!

82
El muchacho asustado se retiró pidiendo disculpas por no
haber terminado su labor. Pero en lugar de irse se escondió,
pues tenía gran curiosidad en saber qué había pasado con el
cuadernillo. Esperó a que Mushinkai se fuera y, cuando lo vio
alejarse, ingresó nuevamente a la casa y buscó el cuadernillo
por todo el jardín, hasta que lo encontró.
—Ayúdame —dijo el cuadernillo.
Kokoro no sabía qué decir, se sentía raro hablando con
un cuadernillo.
—Por favor, necesito que me ayudes. En realidad soy un
escritor sometido al hechizo de Mushinkai quien me convirtió
en un cuadernillo. Sólo alguien de buen corazón puede acabar
con la maldición. Lo único que tienes que hacer es comerme,
así encontraré la paz que perdí y me alejó de mi razón de ser
y existir.
—¿Comerte? —dijo Kokoro—, aunque tengo mucha
hambre, pues desde esta mañana no he probado bocado
alguno, no estoy acostumbrado a comer papel.
—No te preocupes —dijo el cuadernillo—, mis hojas están
hechas de papel de arroz.
El muchacho se quedó en silencio, no entendía muy bien
la situación. Sin embargo, se comió el cuadernillo hoja por
hoja. El cuadernillo se lo agradeció y le dijo:
—Cuando termines, regresa a tu casa, toma lo necesario
y vete con tu madre de este pueblo, no te preocupes que pronto
hallarás un nuevo destino, confía en mí.
Cuando Kokoro terminó, sintió un gran alivio en su interior.
Estaba seguro que también el cuadernillo había descansado
de su suplicio y maldición.
Sin perder tiempo se dirigió a su casa y le pidió a su madre
que empacara las pocas cosas que tenían y se marcharan de
allí. La mamá de Kokoro lo vio tan decidido que decidió seguirlo
sin preguntarle nada.
Cuando se alejaban del pueblo, el muchacho escuchó
una voz interior que le decía:

83
—Kokoro has hecho bien. Tienes mucha fuerza y un gran
corazón para lograr lo que te propongas en la vida. Descubre
tu razón de ser y de existir y no permitas que nadie te la quite.
El muchacho quedó muy conmovido por estas palabras.
Al llegar al nuevo pueblo decidió convertirse en escritor. Poco
a poco, comenzó a ganar fama y fortuna por las bellas obras
que escribía. Con el dinero que ganó construyó una enorme
biblioteca para que pudieran vivir allí los libros que escribía y
los otros que otros escritores escribían. Pero a diferencia de los
libros de sus antiguos patrones, a este lugar podían acudir
todos los habitantes del pueblo.
De Mushinkai no se supo nada más, pero algunos dicen
haberlo visto preguntando, como un loco, por un cuadernillo
mágico que tenía.

84
LOS TRES HOMBRES
Por Jorge Olaya
(Colombia)

Hace mucho tiempo, cuando los pollos tenían dientes, tres


hombres —un blanco, un indio y un negro— empezaron a
discutir airadamente sobre cuál de las razas era la mejor. Los
días, los meses y los años pasaron, y cuando se volvieron a
encontrar, sobre lo mismo volvieron a chocar.
En aquella ocasión, los tres hombres se hallaron en la
plaza de mercado, así que, cuando se formó la algarabía, la
piña, el tomate, el borojó, el chontaduro y hasta el banano,
por los aires volaron y la gente corrió a buscar escondedero
de a peso.
Entonces llegó el inspector a imponer el orden:
—¿Qué es lo que esta pasando aquí?
Un niño se levantó y le respondió:
—Tres hombres que se pelean porque quieren saber cuál
es el mejor color y cuál raza es superior.
El inspector enfurecido preguntó:
—¿Quiénes son?
Y la gente contestó:
—El negro, el indio y el blanco.
Pero éstos ya no estaban ahí para responder por el
alboroto. Pasó el tiempo y los tres hombres se volvieron a
encontrar, y como ya eran enemigos y como de tragos ya
estaban pasados, cuentan que estos tres prepotentes se tiraron
el ambiente. Volvieron los gritos, el tumulto y la pelea. Las
mesas parecían bolas de billar, las botellas semejaban platillos
voladores, y la pobre gente, otra vez, a buscar escondedero
de a peso. Pero esta vez, la pelea si terminó en serio, y los tres
al cementerio fueron a dar, y como escarmiento, la gente del
pueblo, a una misma tumba los llevó a enterrar.
Contando, contando este cuento se fue acabando. Sea
mentirá o sea verdad, el que mejor lo cuente que lo vuelva a
contar, pero la enseñanza no se le vaya a olvidar.
85
CUADERNO RIVADAVIA
Por Roberto Nield
(Argentina)

Una vez a mi pueblo de Chivilcoy, a la librería de los


hermanos Barca, llegó el afamado escritor porteño Jorge Asís.
Venía en una gira promocional de su nuevo libro titulado Flores
robadas en los jardines de Quilmes. Como tantos otros, esa
tarde compré un ejemplar de los promocionados y me coloqué
en la larga fila esperando a que el literato del momento
estampara su rubrica en mi libro. Cuando logré mi objetivo no
pude dejar pasar la oportunidad de satisfacer mi curiosidad
provinciana preguntándole algo:
—Maestro Asís, ¿qué hay que hacer para convertirse en
un escritor famoso?
Jorge Asís, con un faso en la mano me miró y con voz
lenta me respondió:
—Lo primero que tenés que hacer es comprarte un
cuaderno escolar marca Rivadavia, después te vas hasta el
café de la esquina, te sentás en una mesa junto a la ventana,
te pedís un café, abrís el cuaderno y comenzás a escribir sobre
todo lo que suceda a tu alrededor, así se empieza. Lo otro, lo
de ser un escritor famoso se lo dejás al tiempo.
Yo tenía 17 años en aquel entonces. Hoy a mis 48, luego
de haber llenado cientos de cuadernos Rivadavia, sigo el
consejo del turco Asís: voy al café de la esquina, me pido un
café, me siento en una mesa junto a la ventana de la vida y
escribo. Lo otro, lo de ser famoso, ya no me interesa.

86
LA LEYENDA DE LOS TEMBLORES
Por Moisés Mendelewicz 7
(Costa Rica)

Cuentan los abuelos que hace muchísimo tiempo en estas


tierras había una serpiente larga y brillante, de muchos colores:
verde rojo amarillo.
Esta serpiente de colores verde rojo amarillo era una de
esas serpientes de cascabel. Solo que la serpiente de mi cuento,
en lugar de sonaja tenía en la cola un manantial de agua
transparente.
La serpiente de colores se arrastraba y se arrastraba por
toda la selva, por todos los llanos, por toda la vida. Era tan,
pero tan linda que parecía un arco iris juguetón cuando sonaba
su cola de maraca.
Dicen que dondequiera que pasaba la serpiente dejaba
bendiciones y alegrías sobre la tierra porque con su cola de
manantial iba por montes y llanos dando de beber a la tierra,
a las plantas y a las flores silvestres.
Pero hubo un día en que los hombres pelearon por primera
vez. Los hombres y las mujeres supieron lo que era la guerra y
los niños y los ancianos sufrieron mucho y la serpiente, muy
asustada, se metió abajo de la tierra y entonces hubo sequía.
Pero hubo otro día en que los hombres dejaron de pelear
y la serpiente volvió a aparecer y del corazón de la tierra
brotaron frutos y del corazón de los hombres brotaron cantos.
Pero nuevamente los hombres nos pusimos a pelear y no
hemos parado las guerras y por eso la serpiente desapareció
para siempre y como todavía no nos ponemos de acuerdo,
ella sigue arrastrándose adentro de la tierra y a veces se asoma
y se vuelve a meter y se mueve y por eso la tierra no ha
parado de temblar.

7 Basado en un cuento original de Antonio Granados.

87
INCENDIARIOS
Por Rafael López
(Colombia)

Para los expertos fue un verdadero misterio determinar la


causa del incendio, ya que no encontraron rastros de
combustible artificial. Tampoco pudieron explicarlo por causas
naturales y, desafortunadamente, los únicos que podían
responder a las expertas preguntas habían muerto calcinados.
El incendio se inició de modo tan imprevisto y sus llamas
tenían un apetito tan devastador, que cuando los bomberos y
voluntarios llegaron ya había consumido más de la mitad del
bosque. Ni los más veteranos bomberos se habían enfrentado
a un incendio que ardiera con esa violencia tan horrorosa.
Fueron vanos todos los intentos de aplacar el fuego, de nada
valieron la espuma, los químicos ni las diestras hachas ante el
paso devorador de las llamas.
Finalmente los hombres se dieron por vencidos y se
resignaron a ver el espectáculo aterrador de aquel incendio
consumiendo el bosque. Las autoridades ofrecieron una
recompensa para capturar al responsable. Pero, lo que no
sabían era que los causantes del incendio fueron las propias
víctimas, quienes murieron sin darse cuenta.
El fuego empezó en el instante mismo, en que los amantes,
en el centro del bosque, hicieron el amor con ardiente pasión.

88
NOCHE DE RUMBA
Por Walner Jaramillo
(Colombia)

Para Juan los fines de semana no eran tal si no había


rumba. Empezaba a mover la cadera el jueves y terminaba
con guayabo y sin plata el domingo. Vivía en Santa Helena,
por los lados de Caravana, y su madre le daba cantaleta todo
el tiempo porque el dinero no le alcanzaba y se mantenía
prestándole a medio el mundo.
Un viernes tomó rumbo a la discoteca, era una noche
lluviosa, de poca agitación, pero a Juan ni las noches con
lluvia lo detenían en su empeño por rumbear. Cuando llegó,
ésta estaba vacía. "Debe ser por la lluvia", pensó Juan. Pidió
una botella de aguardiente, y una mujer alta, vestida de negro,
se le acercó y le pidió fuego para su cigarrillo. Aquella mujer
olía a lirio y cuando Juan encendió el fósforo la tenue luz le
dejó ver a una hermosa mujer de ojos negros y grandes, labios
carnosos y un cabello largo, tan negro como sus ojos.
Bailaron toda la noche y, entre el calor de los tragos y la
excitación del baile, terminaron en un arrebato de besos y
caricias. Juan le pidió que fueran a otro sitio —quería coronar
la noche—, pero la mujer le dijo que debía regresar temprano
a su casa. Así que salieron y tomaron un taxi. Juan la dejó en
su casa y se fue a la suya con la promesa de volverla a ver esa
misma noche. "Me llamo Bibiana", le dijo antes de bajarse.
Durante todo el día Juan no hizo otra cosa que pensar en
Bibiana. Consiguió dinero prestado y empeñó la cámara
fotográfica. Debía estar listo. Era sábado y los sábados casi
siempre coronaba.
Poco antes de las nueve, Juan pasó a recogerla. Tocó a la
puerta de la casa donde aquella madrugada la había dejado.
Una anciana le abrió.
—Buenas noches, señora —saludó Juan—. ¿Está Bibiana?
La anciana lo miró con desaliento.

89
—¿Usted también, señor?
—Cómo así señora, no entiendo.
—Sí señor, cada año por esta fecha vienen hombres jóvenes
como usted a preguntar por Bibiana.
—No me interesa señora, ¿podría llamarla?
—No puedo. Mi hija hace tres años que murió.
—Dígame que es una broma, esta madrugada la dejé
frente a esta misma casa.
—Créame joven, no tengo porqué mentirle.
—No puede ser señora, anoche bailé con ella y quedamos
de volver a vernos esta noche.
Juan le describió a la anciana los rasgos de Bibiana, pues
pensó que se había equivocado de casa.
—Sí, es la misma, pero le repito que ella murió hace tres
años en un accidente de tránsito cuando iba con su novio
Juan a la discoteca, a la maldita bailadera del fin de semana.
Su novio se salvó, pero no pudo resistir sus apariciones y terminó
internado en el manicomio de San Isidro.
Juan estuvo caminando toda la noche sin rumbo, como
enloquecido. En las semanas siguientes sus amigos lo vieron
con la mirada perdida, delirante, y pronunciando sin cesar el
nombre de Bibiana.
Pobre Juan, terminó también en San Isidro, al lado del
otro Juan, el novio de la difunta.

90
DOS GARDENIAS
Por Carlos Vega
(Colombia)

Después de diez años de casado comencé a realizar con


alguna frecuencia actos de infidelidad. Uno de ellos fue con
una negra llamada María Jesús; un amigo se le contó a mi
esposa quien inmediatamente reaccionó y nunca más quiso
saber de mí. Me pidió la separación. Ello facilitó que yo
continuara buscando chicas aquí y allá. En razón de mi trabajo
en la radio, conocí a una actriz de apellido Grunberg, ya de
edad, pero muy bien conservada y con una gran experiencia
sexual. Lo confieso, con ella aprendí cosas que no sabía. Le
gustaba que me recostara en la cama y que lentamente me
desvistiera, mientras ella, vestida con velos, danzaba para mí
música árabe delante de una única lámpara encendida en
toda la habitación. Lo demás se lo imaginará el lector.
Por ese mismo tiempo, una jovencita atraída por mi voz
de locutor, llamó a la estación donde trabajaba y pidió escuchar
el bolero Dos Gardenias. Allí también surgió una nueva
relación. Como decía un amigo italiano "tutto animale qui vola
va a la cacerola".
El día que nos conocimos nos presentamos, pero a la media
hora se me había olvidado su nombre, así que la seguí tratando
de mamita, negrita o mi amor. Era casada y me contó que su
esposo era muy descuidado, tanto que ella había olvidado lo
que era un orgasmo. Gracias a lo aprendido con la actriz le
ayudé a recordar. Pero ella se hacía la olvidadiza y cada vez
que nos veíamos tenía que volver a recordarle. Se le abrió el
apetito. Como a los seis meses de estarle recordando, le pedí
que me recordara su nombre. Me dijo que se llamaba Beatriz
Grunberg. ¡Qué casualidad pensé, como la actriz! Le pregunté
si conocía a una actriz del mismo apellido y me respondió que
era su madre. ¡Mi madre en qué lío me metí!

91
A los pocos días se la llevaron a otra ciudad y luego de un
año fui a buscarla. Quería reconquistarla. Le llevaba el disco
que le gustaba y dos gardenias de verdad. Durante el viaje
sólo pensaba en lo maravilloso que sería nuestro nuevo
encuentro. Pero la encontré casada con un negro grande, muy
grande, y me dio miedo enfrentármele al averiguar que su
nombre era José María.
Qué cosas tiene la vida, pensé. Con la negra María José
perdí a mi esposa y con el negro José María perdí a mi amante.
Definitivamente el que a hierro mata a hierro muere.

DE OSCURO A AMARILLO
Por Juan Cuentacuentos
(Costa Rica)

Este es un cuento muy pequeñito, tan, pero tan pequeño,


que el había una vez está muy cerca del colorín colorado.
Pues entonces a poner mucha atención que cuando el cuento
inicia, pronto, muy pronto termina.
Había una vez, un pueblo, con muchas casitas, todas con
sus techos de colores y en cada techo una antena de televisión.
Dentro de cada una de las casas, niños y niñas disfrutaban de
sus programas favoritos. De pronto, la sorpresa o el milagro,
un corto circuito, no se sabe dónde, hizo que la energía eléctrica
desapareciera y que las pantallas se quedaran de color triste
oscuro.
Fue así como los pequeños no tuvieron más remedio que
salir a la calle. En ese momento, en ese momento se miraron a
los ojos y compartieron los más hermosos juegos de color
amarillo alegría, y entonces fueron muy felices.

92
DESEOS
Por Fredy Beltrán
(Colombia)

En un país cercano vivían un rey y una reina que tenían un


hijo llamado el príncipe chepito. El príncipe vivía muy aburrido,
aburridín, aburridote, porque no tenia amiguitos, ni nadita con
que jugar, solo un armo todo, una bicicleta, una play station,
un balón de fútbol, uno de baloncesto, otro de voleibol, una
pelota de béisbol y otra de ping pong. Al verlo tan aburrido,
sus padres decidieron mandarlo al colegio del reino; pero para
su desgracia la educación en ese colegio era en cubículos
separados, cada uno con su computador, las clases interactivas
y las tareas las mandaban por Internet. Es decir que ni modos
de hacer amigos en ese colegio. Volvía a su casa y se daba
cuenta de que estaba rodeado de muchos juguetes que no le
hablaban y que, a lo mejor, tampoco querían jugar con él. Así
que su soledad le aconsejó que no se afligiera, que insistiera,
y pensó que el derecho de todo niño era poder jugar con su
mamá, y a la habitación la fue a buscar, pero en ese preciso
momento empezaba la telenovela. El príncipe trató de llamar
su atención pero la reina estaba concentrada en la telenovela.
—¿Cómo así papito que a jugar? ¿No ve que Jesús Alberto
el de la novela va a traicionar a María Paula? Más tarde papito,
vaya juegue con sus juguetes.
Así que el príncipe volvió a pensar que el derecho de todo
niño era poder jugar con su papá, y a la sala lo fue a buscar,
pero el rey no había llegado, y en el sofá se sentó a esperarlo,
pero el rey no llegó pues en el reino las ferias y fiestas
comenzaban, y claro, como él era el rey tenia que estar presente
en la celebración. Y otra vez el príncipe muy aburrido, aburridín,
aburridote quedó. Así que su soledad le aconsejó que no se
afligiera, que insistiera, que pensara, y pensó. Terminó de
pensar, salió de su habitación, bajó la escalera, atravesó la

93
sala, el antejardín, el jardín, el post jardín, subió la montaña,
llegó a la cima, miró hacia el cielo y gritó:
—¡Deseo que mi papá y mi mamá jueguen conmigo!
Y regresó porque esa misma noche se cumpliría su deseo.
El rey volvía de las ferias y fiestas, un poco prendido, iba en su
auto y no se dio cuenta que se metió en contra vía, y un carro
lo chocó, y una pierna se quebró, y al hospital lo mandaron. Y
claro la incapacidad tenia que pasarla en el castillo, y ésta era
una oportunidad que el príncipe no dejaría pasar. Así que
jugaba con él todo el tiempo, y con la reina que tenía que
cuidar al rey, jugaban los tres y la pasaban muy bien.
Pero el tiempo pasó, y como el rey estaba incapacitado la
que tenía que mandar era la reina, y empezó a ausentarse
cada vez más, y esto como que ya no le gustaba al rey, y ya no
jugaba con el príncipe sino que se la pasaba esperando a la
reina. Y empezaron a discutir a pelear a discutir, a pelear, y la
confrontación era tan fuerte que se empezaron a lanzar cosas,
la loza real, los zapatos, los floreros, y todo objeto corto
punzante que encontraban en el castillo se tiraban.
Y el príncipe otra vez muy aburrido, aburridin, aburridote
quedó. Así que su soledad le volvió aconsejar que no se
afligiera, que insistiera, y pensó. Terminó de pensar y salió de
su habitación, bajó las escaleras, atravesó la sala, —ahí estaba
el rey y la reina peleando y ni siquiera se dieron cuenta de que
el príncipe pasó—, llegó al antejardín, el jardín, el post jardín,
subió a la montaña llegó a la cima, miró al cielo y gritó:
—¡Deseo que mis padres no peleen más!
Y regresó porque esa misma noche se cumpliría su deseo.
El rey, cansado de tanto pelear con la reina, se acostó y empezó
a sentir un dolor en el pecho, y el dolor era tan fuerte que le
provocaba abrirse un hueco y sacarse el dolor. La reina
preocupada llamó a los médicos reales. El príncipe chepito,
que no sabía lo que pasaba, se dirigió a la habitación del rey,
y por el camino empezó a escuchar murmullos, después sollozos
y después llanto, mucho llanto. Al fin, cuando pudo llegar a la

94
habitación del rey, la reina lo recibió con un abrazo intenso, y
al llegar al borde de la cama real se dio cuenta que su padre,
el rey, había muerto. Por eso que en ese país cercano los niños
ya no miran al cielo y tampoco piden deseos.

PALETA DE COLORES
Por Carlos Castañeda
(Colombia)

El y ella, estaban como cualquier pareja tercer mundista,


tendidos bajo la sombra de un majestuoso árbol que con gran
ímpetu detenía el abrasador fuego que irradiaba el sol, en
aquella tarde veraniega, en aquel parque de los enamorados.
El se levantó y se dirigió al heladero:
—Déme siete paletas de diferentes colores.
Ella lo vio acercarse con aquel ramillete de paletas en la
mano y pensó, mientras se le hacía agua la boca:
—¡Qué original!
Cuando estuvo frente a ella, él empezó a lamer una a una
las siete coloridas paletas sin ofrecerle siquiera una y sin
detenerse hasta terminar con los palitos completamente
desnudos. Ella no podía creerlo: ¡El infeliz se había engullido
siete paletas, él solo! Estaba a punto de reclamarle su
descortesía y tosquedad, cuando él, con la cara totalmente
chorreada de refresco, se le abalanzó y le dio un apasionado
beso en los labios, un beso húmedo de alma y corazón, tras el
cual le declaró:
—Eso es para que sepas a que sabe el arco iris.

95
LA VENGANZA I
Por Diego Mateus
(Colombia)

El ingenioso hidalgo levantó su lanza y mirando a su


oponente le gritó:
"¡Sois un grandísimo bellaco, habéis ultrajado a mi moza
Dulcinea!
¡Oh, sois igualmente un harto de ajos, habéis ultrajado a
mi queridísimo y noble caballo Rocinante!
¡Truhán y mil veces truhán, habéis dado de putarrales a mi
querido escudero Sancho y a su inocente asno!
¡Pues la venganza ha llegado, así que alistaos y
respondedme!
¡Respondedme!"
Pero el molino nunca le respondió.

LA VENGANZA II
Por Diego Mateus
(Colombia)

Lo encontraron en su cama boca arriba. El charco de


sangre hacía un juego perfecto de colores con los incalculables
litros de jugo de manzana que se encontraban navegando por
toda la habitación. En la autopsia se pudo concluir que el
occiso había muerto a causa de los innumerables corazones
de manzana que se encontraban apretujados en su aparato
digestivo. Automáticamente en la comarca empezaron a buscar
al causante de tan ruin acto delictivo. Desde ese mismo día,
errante y prófugo, huye el hijo de Guillermo Tell.

96
LA COLONIA
Por Pablo Torres
(Colombia)

Mi madre es profesora, y ella siempre ha tenido una manera


muy particular de enseñar las cosas. Precisamente este es uno
de los tantos motivos por los cuales narro cuentos. En cierta
ocasión que estábamos en clase nos dijo:
—"Las colonias de hormigas están organizadas de una
manera estratificada. Abajo, en la base de esta sociedad, se
encuentran las obreras, que son la mano de obra barata,
bueno… en realidad es mano de obra gratis… por no decir
esclava. Estas son las encargadas de producir y producir, sin
quejarse. Pero cuando les da por volverse zánganas... aunque
no es que se vuelvan zánganas, porque las zánganas son otras...
cuando a las obreras les da por hacerse las perezosas, es allí
donde aparecen las del siguiente nivel, las hormigas soldado.
Las soldado son igualitas a las obreras pero más grandes,
como dos o tres veces su tamaño; poseen unas mandíbulas
gigantes con las cuales, si a las obreras les da por quejarse y
formar grupos de resistencia —o algo por el estilo— la reina,
cual reina de corazones, ordena a las soldado que les corten
la cabeza… y… juácate… las decapitan…
La reina es la hormiga de mayor estatus en la colonia, es
la encargada de procrear, procrear y procrear… ¿será que es
a eso a lo único que se dedica la realeza?... Bueno, también
se dedica a mandar, ordenar y dominar. Y junto a ella, siempre
a su lado, se encuentran los zánganos, quienes, obviamente,
deambulan entre los altos círculos del poder y del gobierno.
Cuando nace una nueva reina, luchan entre ellas para
definir cuál debe quedar al mando de la colonia. Aquí no
existe la elección popular ni la segunda vuelta; la ganadora se
establece a las manos, o mejor a las patas… Así funciona la
política en el hormiguero; prevalece la de mayor habilidad en
la defensa y el ataque, en el uso de las armas.

97
La perdedora sale con el rabo entre las piernas a formar
su propia colonia. Las reinas llevan en sus entrañas la
información genética necesaria para continuar con el mismo
tipo de sociedad estratificada en el que siempre han vivido, en
el mismo sistema de control de trabajo, esclavitud, conveniencia
y explotación. Al hallar un espacio, un hábitat propicio, se
establecen allí y comienzan a comer, absorber, devastar y
destruir, y cuando han utilizado todos los recursos disponibles,
cuando ya los han agotado y la colonia no tiene cómo
expandirse más, en ese momento la naturaleza misma advierte
que la colonia se ha convertido en una verdadera plaga".
—Profesora —interrumpió un alumno—, que pena con
usted, pero sucede que no estamos en clase de Ciencias
Naturales sino en clase de Historia de América.
—Por eso mijo —dijo nuestra querida maestra—, ¿acaso
tú mismo no me pediste que te explicara de una manera más
clara el proceso de colonización?

FOBIA
Por Leonardo Reales
(Colombia)

Sólo cuando mi mejor amigo Boris me contó que la mejor


terapia para una fobia era el masoquismo, entendí porqué
seguía buscando a esa mujer o diosa.

98
LECCIÓN
Por Leonardo Reales
(Colombia)

En un utópico país llamado Repinca, la República de la


Costa Caribe, en el que el escudo no tenía un cóndor sino una
burra y la moneda no era el peso sino la barra, vivían dos
personajes bien peculiares, Leo el ateo y Héctor el sabéctor.
Un día cualquiera, Leo no resistió más su triste situación de
vivir sin creer en Dios, y le preguntó a Héctor, el hombre más
sabio de Repinca:
—Héctor, si Dios siempre ha existido ¿qué hacía entonces
antes de crear a Adán y a Eva?
Y Héctor le respondió, como lo hubiese hecho el mismísimo
San Agustín:
—Mira Leo, Dios siempre ha existido y espero que esto te
quede como lección. Dios, antes de crear a Adán y a Eva,
comía manzanas con su más amado ángel Lucifer, mientras
pensaba en la manera de crear una especie de infierno para
todos los idiotas que se plantearan esa pregunta.

SIN TÍTULO
Por Fabián Garzón
(Colombia)

...Me preguntas si te extraño... Ayer, por ejemplo, alguien


me preguntó por ti y no sé porqué razón una lágrima alcanzó
a formarse en mi ojo y a deslizarse luego por mi mejilla. No es
que yo sea un tonto sentimental y cada vez que alguien me
pregunte por ti rompa en llanto como un idiota… como un
estúpido… no. ¡Lo que ocurre es que hasta tu recuerdo irrita
tanto como una cebolla recién picada!

99
TRABAJAR, TRABAJAR Y TRABAJAR
Por Carlos Pachón
(Colombia)

Después de apagar la pequeña radio a pilas para


disponerse a dormir, el agotado anciano no pudo evitar
preguntarle a su nieto con quien acababa de escuchar la
alocución del primer mandatario:
—¿Mijo, sumercé entendió bien como es que quiere el
señor presidente que todos ayudemos para sacar a este país
de la ignorancia y la pobreza?
—¡Pues claro, abuelo! —contestó el muchacho resuelto,
mientras acomodaba las herramientas en uno de los rincones
del cuarto que compartía desde hacia años con el
anciano—, como él mismo directamente lo acaba de decir,
tenemos que… ¡trabajar, trabajar y trabajar!
El viejo lo miro por unos segundos algo desconcertado y
seguidamente expresó:
—¿De veras mijo? ¿Y que será lo que cree el doctor que
hemos estado haciendo desde que tenemos uso de razón?

100
CUANDO ME AMES
Por Carlos Sierra
(Colombia)

Si me has de decir que me amas, no lo hagas en la calle,


no me lo cuentes en el cine, no seas así conmigo.
Si me vas a decir que me amas hazlo en casa, cuando
estemos solos en la habitación… sentados en la cama (para
no perder la oportunidad, digo yo); solo entonces dímelo.
Si algún día me sientes como yo te siento y me lo vas a
decir, deja que yo cierre los ojos y escuche cómo salen las
palabras de tu boca mientras meto la mano bajo el colchón.
Entonces sacaré el revolver y me volaré los sesos feliz, sabiendo
que tú me has amado hasta la muerte.

PREMONICIÓN
Por Carlos Sierra
(Colombia)

Una mañana despertó con la certeza de que durante el


sueño había adquirido la habilidad de sentir la cercanía de la
muerte en los otros, y salió por el pueblo a buscar moribundos
ignorantes de su próximo deceso. Al acercarse al centro de
salud municipal sintió un cosquilleo en la garganta y el vientre;
entró, pero ya era tarde: una anciana acababa de morir. Sabía
cómo se sentía la premonición, pero pensó que debía
entrenarse para sentirla con más anticipación y así, de algún
modo, poder evitarla. Pero no hubo tiempo, al pasar por un
paraje solitario sintió el cosquilleo de nuevo, ahora más claro
que nunca. Miró a su alrededor, pero no había nadie. Gritó,
pero no obtuvo respuesta distinta a su propio eco.

101
EL JARDINERO REAL
Por Franco Bonilla
(Colombia)

Sin proponérselo, el jardinero real escucho que sus


orquídeas discutían sobre cuál de ellas era la más hermosa
del reino. En medio de la discusión, una de ellas sugirió que le
preguntaran al propio jardinero. Quién mejor que él para
resolver el dilema.
Y así lo hicieron, las orquídeas le preguntaron a cuál de
ellas prefería por su belleza. El jardinero les respondió:
—Amigas orquídeas, cualquiera pensaría que por su
condición de flores reales son ustedes las flores mas bellas del
reino, las que yo mas quiero, pero en verdad la flor más bella
del reino, y la que más quiero, es una margarita que tengo en
mi casa. Ustedes no han aprendido a vivir sin mí, y estoy seguro
de que si un día dejara de regarlas morirían de sed. En cambio,
la margarita que tengo ha aprendido a alimentarse en mi
ausencia, tomando su alimento de una pequeña cañada que
pasa cerca. A esa margarita es a la que mas quiero en este
reino, pues aprendan amigas orquídeas que el verdadero amor
es aquel que no causa dependencia, el verdadero amor es el
que brinda libertad.

102
YEYA LA YEGUA
Por Fabricio Vélez
(Colombia)

Esta es la triste historia de amor de Yeya la yegua. Un día


el dueño de la finca abrió la puerta del establo y Yeya la yegua,
junto con otras yeguas, se fue a la orilla del mar a tomar agüita.
Bajó su cuello, tomó un poquito de agüita y cuando levantó su
cuello lo vio allá, en el fondo, fondo, fondo... Era un caballo
hermoso, tenía el cuello café lánguido y unos ojos azules que
Yeya la yegua nunca había visto. Yeya la Yegua se había
enamorado, pero no sabía como decirle a ese caballo que lo
amaba. Se fue para el establo y le preguntó a otra yegua
amiga, cómo hacia para decirle a ese caballo que lo amaba.
La amiga le dijo que cuando uno está enamorado y siente ese
cosquilleo en el estomago debe derribar todas las barreras y
obstáculos, y armarse de valor para decir las cosas que siente.
Yeya la yegua, entonces se armó de valor. A la media noche
abrió la puerta del establo y se fue dispuesta a decirle a ese
caballo que lo amaba. Llegó a la orilla del mar, bajó su cuello,
tomó agüita, pero cuando levantó su cuello, y lo vio, se puso a
llorar. Desde entonces, todavía, y quien sabe hasta cuándo,
Yeya la yegua estará echada llorando en la orilla del mar,
porque tiene un amor imposible, porque lastimosamente Yeya
la yegua se enamoró de un caballito de mar.

103
SEIS CUENTOS DE TERROR
Por Germán Cardozo
(Colombia)

PRIMERO
Ayer iba caminando por la calle y me encontré a mi novia.

SEGUNDO
Ayer iba caminando por la calle, tomado de la mano de
mi novia, y me encontré a mi ex novia.

TERCERO
Ayer iba caminando por la calle de la mano de mi ex
novia, y me encontré a mi novia.

CUARTO
Ayer iba caminando por la calle de la mano de mi ex
novia, y me encontré a su novio.

QUINTO
Ayer iba caminando por la calle con mi novia y me encontré
a mi suegra.

SEXTO
Ayer iba caminando por la calle y me encontré solo.

104
SIR GALVÁN Y LA ESPANTOSA DAMA
Por Tim y Casilda 8
(Inglaterra y España)

Era una mañana fresca y seca a principios del invierno y el


rey Arturo y sus caballeros habían salido de caza. Durante la
cacería Arturo se vio separado de sus compañeros y mientras
estaba buscándoles se encontró con un ciervo blanco, que le
miró directamente a los ojos durante un momento y después
huyó hacia el bosque.
Los ciervos blancos son extremadamente raros y Arturo
sabía que siempre representaron el misterio, un portal hacia
otros mundos, así que partió en pos de la misteriosa criatura,
decidido a seguirla a cualquier aventura a la que le condujera.
Penetraron cada vez más profundamente en el bosque, hasta
que al fin el ciervo se volvió para enfrentarse a Arturo y, al
volverse, se convirtió en un enorme caballero completamente
cubierto con su armadura. Con un golpe de su brazo vestido
de acero derribó a Arturo de su caballo y después puso el pie
sobre el pecho de Arturo, desenvainó la espada y dijo: "Arturo,
¡preparaos a morir!"
"No temo morir", dijo Arturo, "pero os deshonráis
atacándome de este modo, porque vos estáis completamente
revestido de armadura y yo sólo llevo mi ropa de caza. Lucharé
con vos si eso es lo que deseáis, pero dejadme regresar a mi
castillo y ponerme la armadura y entonces tendremos una lucha
justa".
"Os perdonaré la vida con una condición, Arturo, y es
ésta: Que me prometáis regresar aquí en el plazo de un año y
un día con la respuesta a la pregunta, '¿Qué es lo que las
mujeres desean más que nada?' Si no conseguís traerme la
respuesta correcta, os cortaré la cabeza. ¿De acuerdo?"
"De acuerdo".

8 Versión original de Tim y Casilda basada en un cuento popular inglés.

105
Sin decir una palabra más, el caballero gruñó y
desapareció en el bosque. Arturo cabalgó de regreso a su
castillo donde contó su aventura y su intención de pasar el
próximo año cabalgando por el reino, en busca de la respuesta
a la pregunta. Hubo un momento de silencio mientras la gente
asimilaba la noticia, pero entonces Sir Galván, uno de sus
caballeros, dio un paso al frente y dijo, "Mi señor, dejadme
cabalgar junto a vos".
Sin demora, Arturo y Galván partieron en su misión y
dondequiera que iban preguntaban a la gente qué es lo que
las mujeres desean más que nada. "¡Buen sexo!" decían algunos
con un guiño. "Dinero", decían los cínicos. "Ropas finas", decían
otros. "Y más ropas finas", gemían algunos de los maridos.
"Un marido nuevo" suspiraban algunas de las mujeres, con
sentimiento. Parecía que todos los preguntados tenían algo
diferente que decir y anotaron todas las respuestas que
recibieron en una larga lista, esperando que entre todas ellas
estuviese la correcta.
Cuando el año llegaba a su fin, cabalgaron para reunirse
con el caballero, pero tenían el corazón triste, porque en lo
más profundo de su ser sabían que aún no tenían la respuesta
correcta. Mientras cabalgaban por el bosque llegaron a un
pequeño cruce de caminos y junto a él estaba sentada la mujer
más espantosa que ha vivido jamás. Tenía el pelo enmarañado
en grandes greñas; su piel escamosa estaba cubierta de llagas
supurantes; sus ojos eran dos puntos rojos hundidos en el rostro;
su boca era como un corte profundo que le cruzaba la cara y
de ella salían unos colmillos amarillos; tenía las manos como
garras y olía tan mal que los caballos se espantaban de ella.
"¿A dónde os dirigís, mis hermosos muchachos?", dijo sin
aliento, con una voz como uñas en una pizarra. Arturo refrenó
a su caballo. "Bueno, er, señora, estamos en una misión".
"Oooo, una misión ¿eh?", rió con satisfacción la bruja.
"¡Por lo que he oído, no habéis tenido mucho éxito!"
"¿Qué queréis decir? Hemos recogido muchas, muchas
respuestas".

106
"No me importa cuántas respuestas tengáis", escupió la
bruja, "¡no os servirán de mucho si no tenéis la correcta!" El
corazón de Arturo latió más deprisa. "Señora, si sabéis eso,
¿sabéis también la respuesta a la pregunta?" "Oooo, sí, la sé".
"Entonces, por el amor de Dios, decídnosla y os
recompensaré con tanto oro como queráis". "No es oro lo que
deseo. Sólo os diré la respuesta si uno de vuestros caballeros...",
se detuvo burlona, con los ojos porcinos saltando de uno a
otro, "¡promete casarse conmigo!"
"Señora", dijo Arturo incómodo, "no quiero ser grosero,
pero no podría pedir en modo alguno a ninguno de mis
caballeros que se casara con vos". "¡Idos pues! ¡Perded la
cabeza! ¡Poco me importa!"
Arturo estaba a punto de continuar pero Galván dijo, "Mi
señor, esperad. Si esta dama nos da la respuesta a la pregunta,
entonces yo mismo me casaré con ella".
"¡Por todos los santos, Galván", dijo Arturo volviéndose
hacia él, "pensad en lo que decís!" "Si nos da la respuesta",
repitió Galván firmemente, "me casaré con ella".
"Oooooo, bien", gorgoteó la bruja, "¡me gustáis Galván,
sois un hermoso muchacho!" Y les dijo la respuesta a la
pregunta, pero no la escribieron en la lista, con la esperanza
de que el caballero quedara satisfecho con una de las
respuestas que ya tenían, y por tanto que Galván no tuviera
que casarse con la bruja.
Cuando llegaron al lugar de reunión hallaron al caballero
afilando una gran hacha mientras les esperaba. Arturo le
entregó la lista y él la leyó. Al llegar a la última respuesta
rugió, "Arturo, ¡preparaos para morir! ¡La respuesta no está
aquí!" Galván dio un paso al frente y dijo, "¡Esperad! Tenemos
una respuesta más y es ésta: Lo que las mujeres más desean es
tener el poder para dirigir sus propias vidas".
Una expresión de furia nubló la cara del caballero. "¡Ésa
es la respuesta correcta!" gruñó y se internó furioso en el bosque.
"Os lo dije", cacareó la arpía. "Vamos Galván, ¡vamos a
casarnos!" Arturo, Galván y la bruja regresaron a la corte.

107
Todo el mundo se llenó de alegría al ver a los dos caballeros
después de su larga ausencia, pero también les sorprendió un
poco la extraña criatura que traían consigo. Cuando la gente
se enteró de que Galván se iba a casar con la bruja, un frío
silencio se abatió sobre la corte y todos se pusieron de luto por
el fatal destino del pobre hombre. Pero una promesa es una
promesa, y Galván y la bruja se casaron.
Esa noche, tras un sombrío banquete de bodas, los recién
casados subieron a sus aposentos. Moqueando y gruñendo
como un jabalí asmático, la arpía se deslizó en la cama. Sin
valor suficiente para acercarse a ella, Galván caminaba de
aquí para allá al otro extremo del dormitorio. Al fin ella se
asomó entre las colchas, "Galvancito", resolló, con la saliva
goteando de su boca sin labios, "esto ha de ser un verdadero
matrimonio. ¡Venid aquí y besadme!"
Galván respiró hondo, se dirigió al lecho, cerró los ojos,
se inclinó y besó a la bruja.
"Bueno", dijo una dulce voz, "no estuvo tan mal ¿verdad?"
Galván abrió los ojos ¡y en la cama yacía la más hermosa
joven que había visto jamás! "Con ese beso habéis roto el
hechizo que pesaba sobre mí", dijo. "O al menos la mitad,
pues sólo puedo conservar mi hermosa forma durante la mitad
de cada día. Así que ahora debéis elegir. ¿Queréis que sea
bella durante el día y os honre en la corte ante vuestros amigos,
pero fea por la noche cuando estemos los dos solos? ¿O queréis
que sea fea durante el día, pero hermosa por la noche cuando
estemos juntos y solos?"
Galván pensó un momento y después dijo, "Señora, os
dejo la elección a vos".
Ante esto ella sonrió y dijo, "Ésa es la respuesta correcta.
Con ella habéis roto la segunda parte del hechizo, y ahora
seré tan bella como siempre, todo el tiempo".

108
LA FLOR DE LILILÁ
Por Matías Tárraga 9
(España)

Éste era un Rey que tenía tres hijos (uno mayor, uno
mediano y uno pequeño); y este Rey que, como buen Rey de
cuento, tres hijos tenía (uno pequeño, uno mediano y uno
mayor) amaneció un día y despertó ciego (ciego de no ver).
Ningún médico de aquel país, que, a la postre, en aquel país
había médicos para parar un tren de mercancías, le supo dar
solución a su problema.
—¿Por qué se ha quedado ciego el Rey? — preguntaban.
—¡Y a mí que me cuentas, si yo soy carpintero! —
contestaba el otro.
Hasta que un viejo (pero viejo, viejo, viejo), que siempre
vestía con una sábana y al que por eso llamaban el loco, le
dijo que la única solución para su problema era encontrar una
flor que nadie había visto nunca: la Flor de Lililá.
—¿La Flor de Lililá? —preguntó el Rey.
—La Flor de Lililá —respondió el viejo.
El Rey, ni corto ni perezoso (aunque, la verdad sea dicha,
era bastante perezoso), mandó llamar a sus tres hijos (a saber:
el mayor, el mediano y el pequeño) y los mandó a los cuatro
confines de la tierra (bueno, a los tres confines, porque eran
tres hijos) en busca de la Flor de Lililá. Los tres hermanos (el
mayor, el mediano y el pequeño) subieron a tres caballos (uno
grande, uno mediano y uno pequeño); partieron y cabalgaron
durante tres días y tres noches, porque en los cuentos todo
dura tres días con tres noches (es la medida estándar); y a la
tercera noche descabalgaron porque estaban cansados. En
ese preciso instante, en ese preciso momento, en esa precisa
precisión aparecieron tres lobos, pero tres lobos como osos,
pero tres lobos como osos que parecían elefantes (uno grande,

9 Versión original de Matías Tárraga basada en un cuento popular español.

109
uno mediano y uno pequeño). Los tres lobos como osos que
parecían elefantes comenzaron a perseguir a los tres hermanos;
no el lobo grande al hermano grande, el lobo mediano al
hermano mediano y el lobo pequeño al hermano pequeño,
sino un poco ya al libre albedrío; los persiguieron, eso sí, durante
tres días con tres noches. Y, a la tercera noche, el hermano
pequeño divisó en lontananza tres árboles que, como os podéis
imaginar, eran un roble, una encina y un quejigo. El hermano
mayor se subió al roble, el mediano se subió a la encina y el
pequeño se subió al que quedaba, se subió al quejigo.
A la mañana siguiente o, mejor dicho, a las tres mañanas
siguientes los tres lobos como osos que parecían elefantes
habían desaparecido, no habían dejado ni rastro. Los dos
hermanos (el mayor y el mediano) se desperezaron y bajaron
del árbol, pero el hermano pequeño, justo al desperezarse,
descubrió que en una de las ramitas del quejigo crecía una
flor blanca de tres pétalos que, ¡tate!, era la Flor de Lililá. Y
sabéis por qué supo que aquella y no otra, entre todas las
flores del universo, si nadie la había visto nunca, era la Flor de
Lililá. Porque cantaba.
—¡Lililá! —decía la flor.
Él la cogió delicadamente entre sus dedos (porque había
que hacer una infusión con la flor y no se podía estropear) y la
flor dijo:
—¡Lililá!
Bajó y se la enseño a sus dos hermanos.
—¡Eh, hermanos! Mirad lo que he encontrado.
—¡Lililá! —dijo la flor.
Los dos hermanos (mayor y mediano) se morían de envidia,
se comían las uñas de envidia, se comían los dedos de envidia,
se comían las manos, se comían los muñones, los brazos, se
comían enteros y se volvían a vomitar de envidia. ¡Cómo era
posible que aquel hermano, que total, era el pequeño, llevaba
cuatro días con ellos! Iba a ser el ojito derecho de su padre
(cuando recuperara la vista, antes no). Así que el hermano
mediano lo entretuvo hablando de filosofía cuántica (que estaba

110
muy de moda en aquella época) y el hermano mayor cogió
una piedra por detrás y, ¡zas!, lo mató.
Allí mismo lo enterraron, debajo del quejigo, y marcharon
a su casa muy contentos con la Flor de Lililá, que no paró de
dar la paliza durante todo el viaje.
—¡Lililá, lililá! —cantaba.
La amordazaron.
—¡Mmm, mmm! —seguía cantando.
Al llegar la metieron en la olla; la flor se quemaba y
cantaba:
—¡LILILÁ!
El padre la tragó y, aún desde el estómago del padre, la
flor cantaba:
—¡Lililá, sacadme de aquí!
Pero, tal y como había predicho el viejo, el padre recuperó
la vista y, aunque no sabía contar muy bien, sabía que le faltaba
un hijo (porque estas cosas se saben). Y dijo:
—¿Dónde está mi hijo… eh… pequeño?
—Se lo comieron tres lobos como osos que parecían
elefantes (uno grande, uno mediano y uno pequeño) —
respondieron los hermanos.
—Ah, siendo así está bien —porque estas cosas pasaban.
Y también pasaban los años, y pasaron (en concreto dos).
Recordáis dónde habían enterrado al hermano pequeño,
debajo del quejigo; de allí comenzaron a crecer unas cañas
blancas, blancas, blancas perfectas para hacerse una flauta.
Dicho y hecho, pasó por allí un pastor con sus setecientas
catorce coma cinco ovejas (coma cinco, sí, porque tenía un
corderillo) y cortó una de las cañas dispuesto a hacerse una
flauta. No tenía ni idea de música y, mucho menos, de hacerse
una flauta, pero era un hombre emprendedor. Dispuso a sus
setecientas catorce coma cinco ovejas en círculo y tocó para
ellas. De aquella flauta no salió el sonido habitual de una
flauta; aquella flauta (que, evidentemente, era mágica) dijo,
porque lo dijo:

111
Pastorcillo no me toques
ni me dejes de tocar,
mis hermanos me mataron
por la Flor de Lililá.

—¿Cómo, cómo? —dijeron las ovejas.


—… por la Flor de Lililá —dijo la flauta.
Al oír aquello el pastor exclamó:
—¡Anda la osa mayor! ¡Qué bien toco la flauta! Me voy a
hacer músico callejero.
Y, efectivamente, abandonó a sus setecientas catorce coma
cinco ovejas en un hogar para ovejas abandonadas que habían
puesto por allí y se marchó a la ciudad, a la plaza, justo delante
del castillo del Rey a tocar la única canción que aquélla flauta
tocaba, que no era otra que:

Pastorcillo no me toques
ni me dejes de tocar,
mis hermanos me mataron
por la Flor de Lililá.

Aquello llegó a oídos del Rey, que buena vista no tenía,


pero buen oído… tampoco, pero lo oyó; y quiso que aquel
pastor que tan bien tocaba la flauta tocara para él. El pastor
entró en el salón del trono y se arrodilló delante del Rey (porque,
yo no sé por qué, todos los pastores, cuando llegan al salón
del trono, se arrodillan delante del Rey), a lo que el Rey le dijo:
—¡No, hombre, no! Levántate y no andemos con cortesías.
Quiero que toques para mí.
—¡Yo tocar para usted! —dijo el pastor.
—Sí, tú tocar para mí.
—¡Yo tocar para usted! —volvió a decir el pastor.
—Sí, tú tocar para mí.
—¡Yo tocar para usted!
—¡Sí, hombre, pero toca ya!
Y el pastor tocó.

112
Pastorcillo no me toques
ni me dejes de tocar,
mis hermanos me mataron
por la Flor de Lililá.

Al oír aquello al Rey se le puso la mosca detrás de la


oreja, pero se la quitó y continuó la conversación.
—Pastorcillo, ¡qué bien tocas la flauta!
—Pues ya ve usted que no tengo ni idea. Es que esta flauta
es mágica, toca sola, siempre la misma canción. ¿Quiere
probarla usted?
—¡Hombre! Yo, un Rey, tocar la flauta de un pastor.
—Si no nos ve nadie.
El Rey miró a un lado y al otro del salón y, efectivamente,
agarró la flauta y tocó.

Padre mío no me toques


ni me dejes de tocar,
mis hermanos me mataron
por la Flor de Lililá.

El Rey llamó a su mujer, la Reina, que estaba por allí


reineando.
—Esposa mía. Quiero que toques esta flauta.
—¡Uy, yo! Tocar la flauta de un pastor llena de virus
pastoriles. No, no, no.
—No te preocupes mujer que yo te la limpio —dijo el Rey
frotando la flauta contra sus ropas.
Y así la Reina tocó.

Madre mía no me toques


ni me dejes de tocar,
mis hermanos me mataron
por la Flor de Lililá.

113
Os acordáis de los dos hermanos (el mayor y el mediano).
Se andaban dando cuenta de que la flauta iba a por ellos y
fueron retirándose discretamente hacia la puerta de incendios
del salón del trono; cuando el Rey los miró y, señalándoles con
el dedo, les dijo:
—¡Eh, vosotros!
Cuando un Rey en aquella época decía eso señalando
con el dedo… lo tenía que repetir dos veces más. Miro al
hermano mediano y le puso la flauta en las manos.
—Quiero que toques tú la flauta.
—Es que tengo una reunión.
—¡He dicho que toques tú la flauta!
Y el hermano mediano tocó.

Hermanito no me toques
o tendré que denunciar…

En ese momento el hermano mayor le interrumpió.


—¡Pero estamos locos o qué pasa aquí! Todos los
problemas del reino sin resolver y nosotros tocando la flauta
de un pastor llena de bacilococos, esceptococos y todococos.
El Rey lo miró de arriba abajo (no había mucho que mirar
pero así lo hizo), lo miró de un lado a otro, lo miró en redondo
y le dijo:
—¿Pues sabes lo que te digo? Que ahora vas a tocar tú la
flauta y no vas a parar hasta que suene la canción completa.
—¡Pero papi!
—¡Ni papi, ni papa ni pepe! Aquí yo soy el Rey y digo que
toques tú la flauta.
—Con la flauta temblándole entre los dedos, el hermano
mayor tocó la canción completa.

Hermanito no me toques
o tendré que denunciar
que tú mismo me mataste
por la Flor de Lililá.

114
Al oír aquello, al hermano mayor se le cayó la flauta al
suelo, se le cayó el sombrero al suelo, él mismo se cayó al
suelo (pero se levantó enseguida porque en los salones del
trono no se permite estar en el suelo), se puso blanco como la
leche. Y el Rey comprendió demasiado tarde lo que había
ocurrido aquel día en que había mandado a sus tres hijos (el
mayor, el mediano y el pequeño) en tres caballos (uno grande,
uno mediano y uno pequeño) a los tres confines de la tierra en
busca de la flor de tres pétalos de Lililá. No los podía matar
porque al fin y al cabo eran sus hijos (bueno, sí los podía
matar pero no quería). Los expulsó lo más lejos del reino que
pudo, sin comida, sin dinero, sin alcohol, sin papeles, sin nada.
Y desde entonces camina por los pasillos de palacio cantando
siempre la misma canción.

Padre mío no me toques


ni me dejes de tocar,
mis hermanos me mataron
por la Flor de Lililá.

115
EL SAMÁN Y LOS PÁJAROS
Cuento popular 10

Este era un hombre ambicioso al que solo le importaba el


dinero. Cierto día, antes del anochecer, el hombre vio que a
las ramas de un samán llegaba una gran cantidad de pájaros
y se posaban a cantar. Eran pájaros de hermosos colores y de
diferentes formas y tamaños. El hombre quedó asombrado con
la belleza de aquellos pájaros y pensó que si los capturaba y
los llevaba a la ciudad, seguramente le darían por ellos una
buena cantidad de dinero.
Al día siguiente, antes del anochecer, el hombre tenía
embadurnadas todas las ramas del samán con una pegatina
especial que había preparado. También había alistado, junto
al árbol, varias docenas de jaulas, para echarlos luego de
capturados. Los pájaros llegaron como siempre y se posaron
en el samán, quedando pegados a sus ramas por el efecto del
pegante. El hombre, sonriendo por su ingenio, comenzó a trepar
por el tronco del árbol. Los pájaros lo vieron y se asustaron
presintiendo la suerte que les esperaba. Entonces quisieron
volar para escapar, pero no podían alzar el vuelo, porque el
pegante salió muy bueno.
El temor se apoderó de los pájaros quienes aletearon con
tanta fuerza que finalmente pudieron volar. En su vuelo se
llevaron al hermoso samán y al hombre que, aferrado a una
raíz, iba pidiendo auxilio y que lo bajaran de allí.

10 Versión del Editor basada en un cuento del campesino Mañe Madrid compilada
por el colombiano Anselmo Rangel.

116
EL VIEJO DE LA VERRUGA
Cuento popular japonés 11

Hace muchos años, había un viejo que tenía una verruga


en la mejilla derecha. Todos los días, la verruga aumentaba
de tamaño y el viejo no podía hacer nada para quitársela. Fue
de médico en médico por todo el país, pero ninguno pudo
ayudarle.
—¡Pobre de mí! —decía el hombre.
—No te atormentes —decía su mujer—, seguramente
algún día alguien te ayudará.
Un día el viejo fue a las colinas a recoger un poco de leña
para el fuego. Cuando el sol comenzó a esconderse, cargo un
haz de leña sobre la espalda y se dispuso a regresar a su casa.
De pronto, el cielo se oscureció y comenzaron a caer
gruesas gotas de lluvia. El viejo se apresuró a buscar refugio,
pero lo único que halló fue un hueco en el tronco de un pino
nudoso, y ahí se metió. Lo hizo muy a tiempo porque de
inmediato empezó a llover torrencialmente como si alguien
hubiera volcado un enorme cubo de agua en el cielo. El viejo
se encogió mientras los truenos retumbaban sobre su cabeza y
los relámpagos formaban mágicos rayos de luz en el negro
bosque.
—¡Madre mía, qué tormenta! —se dijo, y cerró fuertemente
los ojos. Pero se trataba sólo de una nube de verano, que se
alejó tan pronto como había venido.
Estaba a punto de salir del hueco del árbol, cuando oyó
cierto ruido, como si mucha gente anduviera por el bosque.
—Deben ser otros a los que sorprendió la tormenta —
pensó el viejo, mientras se dispuso a ir a su encuentro para
regresar acompañado a casa.
Pero, de pronto, sus mejillas palidecieron al ver qué era lo
que producía el sonido. Dio un salto y se metió nuevamente en

11 Versión recopilada por Yoshiko Uchida.

117
el hueco del árbol. Porque no eran hombres quienes hacían
aquel ruido con los pies, sino muchos, muchos espíritus y
fantasmas que se encaminaban derechos al pino donde se
escondía el viejo.
—¡Pobre de mí! —se lamentaba el viejo, cuando le pareció
oír una música y unas voces que cantaban y reían. El viejo
levantó la vista y vio que algunos de los espíritus bailaban y
cantaban alrededor del pino, mientras otros bebían, comían y
reían.
—¡Una fiesta de espíritus! —dijo el viejo para sí. Pronto se
olvidó de su miedo y asomó la cabeza por el hueco del árbol.
Y sin darse cuenta, empezó a mover los pies al ritmo de la
música, y sus manos aplaudían junto con los espíritus.
Balanceaba la cabeza y sonreía feliz mirando la escena.
Después oyó al jefe de los espíritus que dijo:
—¡Qué baile más tonto! Quiero ver a alguien que baile
bien de verdad. ¿No hay quién sepa bailar?
Sin pensarlo, el viejo saltó fuera del árbol y se puso a
bailar en medio de los espíritus.
Los espíritus retrocedieron con sorpresa y el viejo siguió
danzando.
—¡Qué baile tan bonito! —dijo el jefe de los espíritus,
moviendo la cabeza al ritmo de la música.
—¡Sí, sí! —dijeron los demás espíritus—. Nunca habíamos
visto nada igual.
Cuando el viejo se detuvo, los espíritus se reunieron a su
alrededor y le ofrecieron comida y bebida de su fiesta.
—¡Gracias! —dijo el viejo, seguro de que los espíritus ya
no le harían daño.
El jefe de los espíritus dijo con voz grave y profunda:
—Nos gustaría ver más danzas como ésta. ¿Volverás aquí
mañana?
—¡Claro que volveré! —respondió el viejo. Pero los otros
espíritus movieron la cabeza como queriendo decir:
—Este no va a volver.

118
—Tomémosle algo en prenda. Algo que tenga para él
mucho valor, y así estaremos seguros que mañana volverá a
buscarlo.
—¡La verruga! —dijo el jefe de los espíritus—. Se ve que
la tiene bien cuidada, pues he oído decir que los humanos las
guardan como tesoros, pues les traen buena suerte. Ésta será
la prenda.
Y haciendo un chasquido de sus dedos mágicos, arrancó
la verruga de la mejilla del viejo.
En un abrir y cerrar de ojos, los espíritus habían
desaparecido en el bosque oscuro.
El viejo estaba tan sorprendido que apenas sabía qué hacer.
Se frotó la mejilla derecha donde antes estaba la fea y grande
verruga que lo atormentaba y la sintió lisa y suave. Luego, se
marchó a su casa y le contó a su mujer lo sucedido.
—Te lo dije, viejo. Te dije que algún día alguien te ayudaría
—dijo la mujer.
—Hay que celebrar —dijo el viejo sacando una botella de
tai.
Estaban tan contentos que armaron una pequeña algarabía
que atrajo a su vecino de al lado. El vecino era un hombre
gordo, glotón y perezoso, que se la pasaba pidiéndoles comida
a cada rato. Aquel hombre tenía también una verruga en la
mejilla, pero en el lado izquierdo de la cara. Cuando notó que
el viejo ya no tenía la verruga se sorprendió y dijo:
—¿Qué ha pasado? ¿Dónde está la verruga de tu cara?
Observó de cerca el rostro del viejo y continúo:
—¡Cómo me gustaría librarme de la mía! Quizá si hiciera
lo mismo que tú…
El viejo estaba tan contento que le contó con todo detalle
cómo se había escondido en el hueco del árbol hasta que los
espíritus acudieron a bailar en el crepúsculo. Habló después
de la danza que había ejecutado para ellos y cómo le habían
quitado la verruga en prenda.
—Muchas gracias —dijo el vecino—. Esta noche haré lo
mismo que tú. Y después de tomar prestado un saco de arroz,
corrió a su casa.
119
Aquella tarde, el vecino glotón fue al bosque y encontró el
mismo árbol. Se escondió dentro del tronco y esperó en silencio,
sacando la nariz a cada momento para ver si venían los
espíritus. Cuando el sol comenzó a oscurecer y el sol pintaba
de oro las nubes, los espíritus iniciaron su danza en el pequeño
claro del bosque delante del viejo árbol.
El jefe de los espíritus miró a su alrededor y dijo:
—¿A qué horas llegará el viejo que bailó ayer para
nosotros?
—¡Ya llegué! —dijo el vecino glotón, mientras salía del
hueco del árbol.
Abrió un abanico que había llevado y comenzó a bailar.
Pero aquel hombre ignoraba el arte de la danza. Levantaba un
pie y luego el otro, pero sin gracia, balanceaba la cabeza de
uno a otro lado, pero sin ritmo, y los espíritus no se reían como
lo habían hecho la noche anterior.
—¡Qué danza tan horrorosa! —dijo el jefe de los espíritus.
—Sí, sí —dijeron los demás espíritus—, parece que olvidó
bailar.
—¡Lárguese mejor! ¡Ah! ¡Tome, aquí está su preciosa
verruga!
Y con un suave chasquido, el jefe envió la verruga a la
mejilla derecha del glotón. Después, desaparecieron por el
bosque, tan de prisa como habían llegado.
—¡Oooohhh! ¡Ahora tengo una verruga a cada lado! —
se lamentaba el vecino mientras regresaba a su casa.

120
JUAN DIABLO
Cuento popular 12

Hace muchos años, en los tiempos cuando Jesús todavía


andaba por la tierra, vivía un herrero llamado Juan. Cierto día
llegaron a su taller dos humildes peregrinos que llevaban una
burra que rengueaba. Los peregrinos eran el mismísimo Jesús
acompañado de su fiel amigo Pedro.
—Buenas y santas las tenga, buen hombre —dijo
Jesús—. Necesitamos herraduras nuevas para nuestra pobre
burrita que ya no puede caminar, pero no tenemos dinero con
que pagarle, a cambio podemos concederle tres dones, tres
deseos.
—No hay problema señores, si puedo ayudar ayudo y en
este caso si que puedo.
Mientras Juan le colocaba las herraduras a la burra, Jesús
y Pedro conversaban:
—Mira Pedro que todavía queda gente buena en la tierra.
—No te confíes Señor, recuerda nada más lo que te hicieron
la otra vez.
En esas Juan terminó el trabajo y Jesús le dijo que pidiera
sus tres dones.
—¿Pero qué dones pueden dar ustedes si son más pobres
que yo? —dijo Juan.
Entonces Pedro se le acerca y le dice que él es el mismo
Jesús, el que murió en la cruz.
—Cómo dijera Santo Tomás, ver para creer —dijo el
incrédulo Juan.
Entonces Jesús le mostró sus manos y el costado que aún
conservaban rastros de la sangre derramada. De inmediato
Juan comprendió que no le estaban mintiendo.
—Y eso ¿qué andan haciendo por aquí? —preguntó Juan.

12 Versión del Editor.

121
—Dando una vuelta por la tierra para ver cómo siguen las
cosas, pero ya íbamos camino de regreso —dijo Jesús.
—Pues si es así, entonces vamos con los deseos que
prometieron —apuró el herrero.
—No dejes de pedir por la salvación de tu alma —sugirió
el buen Pedro.
—En primer lugar —dijo Juan—, quiero que todo el que
se siente en mi silla no se vuelva a levantar hasta que yo lo
ordene.
Jesús y Pedro se extrañaron por el deseo del herrero, pero
de inmediato se lo concedieron.
—En segundo lugar… —dijo Juan siendo interrumpido
por Pedro.
—No dejes de pedir por la salvación de tu alma.
—…quiero que todo el que se suba a mi higuera no se
vuelva a bajar hasta que yo lo ordene.
Los peregrinos se mostraron aún más confundidos con el
segundo deseo, pero también se lo concedieron.
—Y en tercer lugar… —dijo Juan siendo interrumpido
nuevamente por Pedro.
—¡Hombre! ¡Que no dejes de pedir por la salvación de tu
alma!
—…quiero que lo que se meta a mi bolsa no vuelva a
salir hasta que yo lo ordene.
Y ahí si que quedaron sorprendidos los peregrinos, pues a
este hombre, aunque bueno, no parecía importarle la salvación
de su alma. Pero aún así, le concedieron su tercer deseo y se
marcharon sin entender nada.
Apenas quedó solo, Juan empezó a llamar al Diablo. Y el
Diablo que no se hace esperar y que aparece.
—Aquí me tienes. ¿Para qué me has llamado? —preguntó
el Diablo.
—¿Pues para qué va ser? Quiero que me hagas rico —
dijo Juan.
—¿Y a cambio de qué? —preguntó el Diablo.

122
—Eh, pero este Diablo es como bobo, pues a cambio de
mi alma —contestó Juan.
—Jalándole al respetico, juanito —dijo el Diablo medio
enojado—. Además tu alma vale muy poco.
—¿Cuántos años de riqueza me das por ella? —preguntó
Juan.
—A lo sumo diez años.
—Acepto —dijo Juan sin regatear.
—Pues que te aprovechen y nos vemos dentro de diez
años —sentenció el Diablo.
El Diablo regresó al infierno brincando en una pata por el
negocio tan bueno que había hecho. Le informó al Jefe de los
Diablos que había comprado un alma por tan solo diez años
de riqueza cuando la tarifa mínima eran quince.
—Qué bien, lo felicito —dijo el Diablo Mayor.
Mientras tanto, Juan se la pasaba de fiesta en fiesta
derrochando a manos llenas las riquezas que le había dado el
Diablo, sin darse cuenta que el tiempo transcurría. Y como
dice el dicho, no hay deuda que no se pague ni plazo que no
se cumpla, pasaron los diez años y el Diablo se presentó en la
casa de Juan para recoger su almita. Juan acababa de
despertar y le pidió al Diablo un momentito para arreglarse y
lo invitó a sentarse en la única silla que tenía.
Y el Diablo que se sienta y Juan que se sale por la puerta
de atrás. El Diablo cansado de esperarlo intentó levantarse
pero no pudo.
—¡Condenado Juan, me ha engañado! —exclamó el
Diablo con impotencia.
Juan estuvo una semana sin volver a casa y cuando regresó
encontró al Diablo todavía sentado en su silla. El Diablo al
verlo le dijo suplicando:
—¡Suéltame Juan y te doy diez años más!
—Pues si es así, levántate no más mi Diablo y nos vemos
dentro de diez años.
El Diablo llegó al infierno triste y amargado, siendo la
burla de los demás diablos cuando se enteraron. Mientras tanto

123
Juan se divirtió de lo lindo por los siguientes diez años, que
pasaron volando. Y otra vez fue el Diablo a buscarlo a su taller
para que le entregara el alma, pero esta vez no fue tonto y
llevó a su mujer para que le ayudara y no lo volvieran a engañar.
—¿Y eso que te trae por aquí, amigo Diablo? —preguntó
Juan haciéndose el desentendido.
—No te hagas Juan, que vengo por tu alma.
—Pero los diez años se cumplen en febrero y apenas
estamos en enero —mintió Juan.
—No me vas a engañar nuevamente, Juan.
—Me acuerdo porque las brevas negreaban de lo maduras
que estaban —dijo Juan mirando la higuera.
Y la diabla al ver las brevas maduras se fue antojando.
—Qué ricas se ven las brevas —dijo la diabla.
—Sírvase no más, señora —invitó Juan.
Y la diabla que se sube y comienza a comer brevas y el
marido que se antoja y se sube también y Juan que se marcha
por la puerta de atrás.
A la semana Juan regresó y el Diablo y su mujer seguían
subidos en la higuera. No quedaba una sola breva.
—¿Qué tal las brevas mis diablos? —se burló Juan.
—¡Bájame ya Juan que te doy otros diez años!
—Bueno, pues si es así, váyanse no más.
Pasaron los diez años, pero esta vez no fue el Diablo a
buscarlo sino el mismísimo Jefe de los Diablos, el Diablo Mayor.
—¡A mí no me vas a engañar, Juan! —dijo el Diablo Mayor.
—¿Y usted quién es? —preguntó Juan.
—Yo soy el Jefe de los Diablos, el Diablo Mayor.
—Pues si quiere que me vaya con usted tendrá que
demostrarlo —condicionó Juan.
—Pide lo que quieras que yo te lo concederé. No hay
nada imposible para el Diablo Mayor.
—¿Puede convertirse en un león? —preguntó Juan.
—Eso es muy fácil —dijo el Diablo Mayor convirtiéndose
en un león.

124
—No sé, aún me queda una duda… ¿puede convertirse
en un ratón?
—Já —dijo el Diablo Mayor convirtiéndose en un pequeño
ratón.
De inmediato Juan lo agarró y lo metió en su bolsa y
comenzó a darle de palos con un martillo.
—¡Suéltame, Juan, suéltame! Te prometo que me voy sin
llevarme tu almita —suplicó el adolorido Diablo.
Y Juan lo dejó ir.
Pasaron diez años más y Juan se murió de viejo. Llegó a
las puertas del cielo, pero San Pedro le dijo que él no tenía
cabida en el cielo por la vida licenciosa que había llevado en
los últimos cuarenta años.
—Si hubieras pedido por la salvación de tu alma, aquella
vez que tanto te insistí, otro gallo cantaría —le recriminó San
Pedro.
Entonces Juan se fue para el infierno, golpeó a la puerta y
le abrió el Diablo Portero, quien al verlo pegó un alarido que
se escuchó hasta en el mismo cielo, al tiempo que cerraba con
doble seguro las puertas del infierno. El Diablo Portero era el
mismo Diablo Mayor que había sido degradado por el Concejo
de Diablos después de la paliza que le propinara el propio
Juan.
Pobre Juan, todavía anda deambulando de aquí para allá
sin poderse morir del todo.

125
UNO DE COSIACA
Cuento popular paisa 13

Cosiaca era muy avispado. Ese no se varaba nunca, y por


pobre que estuviera siempre andaba de buen humor. En una
ocasión llegó a Guaca en donde estaban de fiestas.
—¡Valientes fiestas tan buenas! —dijo Cosiaca—. Aquí sí
que saben celebrar y la voy a pasar bien sabroso. Pero, lo
importante ahora es ir a almorzar, que está haciendo mucha
hambre.
Se entró a una fonda, muy campante, aunque sabía que
no tenía dinero. Llegó al comedor, se acomodó y dijo:
—Bueno, mi señora, necesito que me sirvan un almuercito
bien bueno. Pero tal como me lo sirven en mi casa.
—Cómo no señor, aquí la comida es caserita. Ya mismo
se lo traigo.
Le trajeron el almuerzo, se lo comió, y fue a salir muy
orondo sin pagar cuando la mujer lo atajó:
—Oiga, señor, ¡usted no ha pagado!
—Y qué voy a pagar, mi señora, si yo clarito se lo dije:
que me sirviera un almuerzo como me lo sirven en mi casa, y
en mi casa no me cobran.

13 Cosiaca o José García, su verdadero nombre, es el protagonista de muchos cuentos


folclóricos de Antioquia, Colombia. Este personaje fue conocido por su sentido
del humor cargado de ironías.

126
EL BAILE SIN CABEZA
Cuento popular cubano 14

En los primeros tiempos del mundo había tres diablos. El


diablo viejo, la diabla vieja y el hijito diablito. Tenían al mundo
loco. En todo se metían y no dejaban vivir en paz a nadie. El
reino de los animales se reunió entonces a ver si acababan
con los diablos; se presentaron muchos planes y ninguno servía,
y entonces la agrupación de los guanajos abriendo las alas
dijo que ellos tenían un plan para acabar con los diablos, y en
secreto le dijeron al león jefe que éste era el plan de bailar sin
cabeza.
Los animales le dieron una confianza, y los guanajos
prepararon el baile en el monte.
Lo primero que hicieron fue contratar una buena música
de tambores, guayos, guitarras, bongoses, claves, botijas,
güiros, y todo lo que lleva una buena música de baile. Después
hicieron el salón. Los elefantes tumbaron los palos y apisonaron
bien con las patonas la tierra. Se hizo un salón espléndido. Los
pájaros avisaron a todas partes que había fiesta. Entonces el
jefe de los guanajos escogió cincuenta parejas de guanajos,
macho y hembra, y los enseñó a bailar con la cabeza metida
bajo el ala. Poco a poco les fue enseñando los pasos, y los
guanajos aprendieron a bailar sin que se les viera la cabeza.
A las orillitas del monte, una noche, empezaron el baile,
que estaba iluminado con carburo. La música sonaba fenómeno
y los bailarines bailaban con la cabeza metida bajo el ala y no
se veía la cabeza de nadie.
El diablo viejo, que había tenido una gran pelea con la
diabla vieja y estaba descansando, lo oyó a lo lejos, y vino a
ver que pasaba, y a ver cómo desbarataba la fiesta. Llegó allí
y vio el baile bien animado, alumbradito y con una música

14 Versión original del escritor cubano Samuel Feijóo a partir de un relato escuchado
al campesino Julio Macón. Este es uno de los cuentos más contados por los
cuenteros del mundo.

127
sabrosa. Preguntó a los que cuidaban la entrada, apoyando
sus brazos en la baranda de cañabrava que tenía el portal del
aposento del baile:
—Y eso… ¿Qué es?
—Nada, el baile sin cabeza… —le dijo el portero con
palabra muy alegre.
La música le gustaba tanto al diablo que lo tentó:
—¿Puedo bailar un poquito con esa música tan buena?
—dijo el diablo.
—Sí, pero tiene que bailar sin cabeza —dijo el portero.
—¿Cómo es eso? —dijo el diablo curioso y sin ser bobo.
—Eso es así. Todo el mundo baila sin cabeza. ¿No oye el
son de la música como obliga? —dijo el portero.
El diablo oyó entonces el son de la música que decía y
obligaba:

No baila,
No baila,
El que tiene cabeza,
No baila.

El diablo dudó; preguntó que cómo se le pegaba luego la


cabeza y le dijeron que con resina. El bongó estaba como
nunca; los güiros y tambores y las guitarras eran la gloria.
Entonces el diablo dijo que sí, porque no pudo resistir; pasó
adentro, a un picador de tronco de ceiba, puso la cabeza y de
un hachazo se la cortaron. Una cuadrilla de guanajos botó el
cuerpo por un barranco pabajo. Así mataron los guanajos al
diablo viejo.
La fiesta siguió, la guanajería bailaba y la música no
paraba y se metía por todos los palos del monte, y la diabla
vieja la oyó, y vino a averiguar qué pasaba y se encontró el
baile sin cabeza. Apoyó los brazos en la baranda de cañabravas
y se embelesó oyendo la música más linda del mundo.
—¿Y esto? ¿Qué es? —dijo la diabla.
—El baile sin cabeza —dijo el portero.

128
La diabla vieja miró un rato, y las piernas se le movían al
compás de música tan buena. La marímbula apretó, apretaron
el bongó y los treses, y la diabla vieja no podía resistir la música.
—¿Puedo echar un pie? —dijo la diabla.
—¡Cómo no! Pero primero tiene que quitarse la cabeza
—dijo el portero—, ¿no oye el son del baile?
La diabla vieja puso oído y oyó el son:

No baila,
No baila,
El que tiene cabeza,
No baila.

La diabla vieja dudó, averiguó que con resina le volverían


a pegar la cabeza, y como no podía resistir la música de los
timbales que era lo que más le gustaba, entró, puso la cabeza
en el picador, y se quedó sin ella. Y así los guanajos mataron
a la diabla vieja.
El diablito estaba jugando con caracoles en lo oscuro
del monte; oyó la música y llegó a la fiesta del baile. Miró un
rato a los guanajos bailando sin cabeza, y no entendió bien el
asunto y le dijo al portero:
—Y eso ¿qué es?
—El baile sin cabeza —dijo el portero.
—La música está buena. ¿No me dejan bailar un poco?
—dijo el diablito.
—Sí, cómo no. Pero tiene que bailar sin cabeza —dijo el
portero.
—¿Sin cabeza? —dijo el diablito.
—Sí, así es como es…
El diablito miró a todos lados, curioso, pero no podía
resistir la música que estaba en lo mejor y dijo:
—Yo nunca he visto un baile sin cabeza, pero quiero
entrar… pero zafarme esta cabecita…
—Pues oiga el son de la música —dijo el portero.
Y el son decía:

129
No baila,
No baila,
El que tiene cabeza,
No baila.

—¿Y eso es también para mí?


—Sí señor, el que tiene cabeza no baila —dijo el portero.
Entonces el diablito dijo:
—Pues a mí esta cabecita no me la quitan niá jodida.
Y por eso hay diablo todavía en el mundo, aunque menos
que antes, gracias a los guanajos.

130
EL ESPÍRITU DE LAS AGUAS
Cuento popular 15

Este era un viejo leñador que vivía en una pequeña cabaña,


en un pequeño pueblo, junto a un gran bosque por donde
corría un enorme río. Cada mañana el viejo leñador tomaba
su vieja y oxidada hacha, se despedía de su mujer con un beso
y se iba al bosque a cortar leña. Todos los días hacía lo mismo.
Era un buen leñador y un buen hombre.
Quiso el infortunio que cierto día que el leñador cortaba
leña a la orilla del río, diera un golpe falso y perdiera su hacha
en lo profundo del río. Era una gran tragedia, pues aquella
hacha era su única herramienta de trabajo. Además, el leñador
no sabía nadar así que no podía lanzarse al río para intentar
recuperarla.
Abatido por la situación, el leñador se sentó a la orilla del
río a llorar su mala suerte. En ese momento, surgió del río una
mujer clara, tan clara que se podía mirar a través de ella. Era
el espíritu de las aguas, quien le preguntó:
—¿Qué te pasa viejo leñador? ¿Por qué estás llorando?
—He perdido mi hacha, mi única herramienta de trabajo,
y no sé nadar.
—No te preocupes —dijo el espíritu—, yo te la traeré.
El espíritu de las aguas se sumergió en lo profundo del río
y en pocos segundos volvió a salir. Traía en sus manos una
hermosa hacha de plata reluciente y valiosa.
—¿Es esta tu hacha, leñador? —preguntó el espíritu de
las aguas.
El viejo leñador al ver aquella hacha reluciente y valiosa
contestó:
—No, señora, esa no es mi hacha.
El espíritu de las aguas se volvió a sumergir en lo profundo
del río y esta vez salió con un hacha de oro, brillante, de un
valor incalculable.
15 Versión del Editor.

131
—¿Es esta tu hacha, leñador?
El viejo leñador al ver aquella hacha dorada y de valor
incalculable contestó:
—No, señora, esa tampoco es mi hacha.
Nuevamente, el espíritu de las aguas se sumergió en el río
y en un abrir y cerrar de ojos regresó con una vieja y oxidada
hacha de mango de madera.
—¿Es esta tu hacha, leñador?
El viejo leñador reconoció su hacha y una enorme sonrisa
se dibujo en su rostro.
—¡Sí, señora, esa es mi hacha!
El espíritu de las aguas, maravillado con la honradez de
este viejo leñador, lo premió devolviéndole su hacha y
regalándole el hacha de plata y la de oro.
—Ve a tu casa, leñador, y sigue siendo un buen hombre.
El viejo leñador llegó a su casa y contó a su mujer lo que
le había pasado. Su mujer estaba feliz y orgullosa de su marido.
Del mismo modo contó la historia a su mejor amigo, que
también era leñador.
Este, a la mañana siguiente, tomó su hacha, besó a su
mujer, y se dirigió al bosque junto al río. Haciendo que trabajaba
dejó caer su hacha en las aguas profundas y se sentó a la
orilla a llorar su falsa desgracia. En ese momento, apareció el
espíritu de las aguas quien le preguntó:
—¿Qué te pasa, leñador? ¿Por qué lloras?
—He perdido mi hacha en lo profundo del río y no sé
nadar —mintió el truhán.
—No te preocupes, leñador, yo te la sacaré.
Tal y como sucedió con el viejo leñador, el espíritu de las
aguas salió del río trayendo consigo una reluciente, brillante y
valiosa hacha de plata.
—¿Es esta tu hacha, leñador? —preguntó el espíritu de
las aguas.
Y aquel leñador, alentado por su codicia, respondió:
—¡Si, señora, esa es mi hacha!

132
—Eres un mentiroso, leñador, ésta no es tu hacha, y en
castigo por tu codicia no te haré ningún regalo y tampoco te
devolveré tu hacha. ¡Ve a tu casa y corrige tu comportamiento!
Y diciendo esto el espíritu de las aguas se sumergió en el
río para no salir jamás.
Mi padre me lo contaba y yo se los cuento a ustedes.

133
EL CAMPESINO Y SU CABALLO
Por Elvia Pérez 16
(Cuba)

En una finca en lo más intrincado del campo vivía en


compañía de su esposa un campesino muy distraído de nombre
José. Hacía mucho tiempo que no sabía de su anciana madre
y decidió ir a verla. Como era en un poblado distante tenía
que hacer una parte del camino a caballo y otra en tren. Se
levantó muy temprano y emprendió el camino a caballo rumbo
al tren. Llegó con tiempo suficiente porque el tren no pasaba
hasta el mediodía. Fue hasta la taquilla de venta de los boletos
y pidió dos, uno para él y otro para su caballo. El dependiente
se asombró de escuchar semejante petición porque
evidentemente los caballos no viajan en tren, o al menos junto
a los pasajeros. Así se lo dijo a José al tiempo que le extendía
un solo billete para el tren. José se molestó mucho.
¿Cómo podía un hombre dejar su caballo solo e irse en el
tren hasta un lugar tan distante? La discusión fue subiendo de
tono hasta que tuvo que venir en ayuda del dependiente el jefe
de la estación. Por más que ambos trataron de explicar lo
imposible de la petición de José de viajar con su caballo no
consiguieron nada. El buen hombre estaba necio aunque
finalmente tomó su billete y se alejó rumbo al andén. Allí, sin
que lo vieran amarró su caballo al último vagón del tren y
luego dio la vuelta y subió al mismo.
Cuando el tren se puso en marcha José se sintió más
tranquilo. Ahora ya nadie podría negarle llevar su caballo.
Después de un rato fue hasta el último vagón para ver como
venía su adorada bestia. Allí se encontró a un hombre que
miraba con curiosidad al caballo que iba con la lengua afuera
y los ojos desorbitados. Al ver acercarse a José le comentó:

16 Versión original de un cuento popular cubano.

134
—Mire señor, ese caballo que va corriendo amarrado al
tren parece que se está ahogando porque lleva la lengua afuera
y la boca abierta.
José lleno de complacencia respondió:
—De ningún modo, ese es mi caballo y lo que pasa es
que se va riendo de la maldad que hicimos de viajar en el tren
sin pagar su billete.

135
ANANSI Y LOS PLÁTANOS
Cuento popular del Caribe 17

Era día de mercado, pero Anansi no tenía dinero. Estaba


sentado a la puerta de su casa y veía como Tigre, Perro y
Cabra se dirigían al mercado para comprar o vender. Él no
tenía nada que vender porque no había crecido nada en su
campo. Ni nada que comprar, porque Tortuga le había ganado
las pocas monedas que tenía ahorradas. Entonces, ¿cómo iba
hacer para encontrar comida para su mujer y para sus hijos?
—Anansi, no tenemos nada que comer y nada que cenar,
y mañana es domingo —dijo su mujer.
—No te preocupes, mujer, voy a salir a buscar trabajo
para comprar algo de comer. ¡Espera y verás! —dijo Anansi.
Anansi anduvo hasta casi mediodía, pero no encontró
nada, y se echó a dormir a la sombra de un gran mango. Allí
durmió hasta que el sol comenzó a ponerse. Después, con el
frescor de la tarde, se levantó para regresar a casa. Caminaba
despacio porque le daba vergüenza regresar a su casa con las
manos vacías. Se iba preguntando qué podía hacer, cuando
se encontró con su amigo Ratón que iba a su casa con un gran
racimo de plátanos. El racimo era tan grande que Ratón
caminaba inclinado, casi hasta tocar el suelo con la cabeza.
Los ojos de Anansi brillaron cuando vio los plátanos, y
comenzó a hablar a su amigo Ratón:
—¿Cómo estás, amigo Ratón? Hace muchos días que no
te veo.
—¡Oh, ahí vamos, Anansi! —repuso Ratón—. Y tú, ¿cómo
estás? ¿Y tu familia?
Anansi puso cara larga, lo más larga que pudo, hasta que
su barbilla casi tocó los pies. Movió la cabeza y se lamentó:

17 Versión recopilada por Philip M. Sherlock.

136
—¡Ay, hermano Ratón —dijo—, los tiempos son malos,
muy malos! Apenas puedo encontrar nada que comer de un
día para otro.
Al decir esto se le llenaron los ojos de lágrimas y continuó:
—Ayer estuve todo el día caminando. Hoy he andado sin
parar y no he encontrado ni una patata ni un plátano —y miró
un momento el gran racimo de plátanos—. ¡Ay, hermano Ratón,
los niños no tendrán más que agua para cenar esta noche!
—No sabes cuánto lo siento —le dijo Ratón—. Yo sé lo
que es llegar a casa sin llevar nada de comer para mi mujer y
mis hijos.
—Sin ni siquiera un plátano… —exclamó Anansi, mirando
de nuevo el racimo de plátanos.
Ratón puso el racimo en el suelo para descansar y Anansi
no podía quitarle los ojos de encima.
—Amigo mío, qué hermoso racimo de plátanos. ¿Dónde
lo conseguiste, con estos tiempos tan duros que corren?
—Es todo lo que queda en mis campos, Anansi. Este racimo
debe durar hasta que aparezcan los guisantes, y aún les falta.
—Pero pronto estarán listos, amigo Ratón —repuso
Anansi—. Regálame uno o dos plátanos que los niños no han
comido nada y no tienen más que agua para cenar.
—Espera un momento —dijo Ratón y empezó a contar
cuidadosamente los plátanos. Cuando terminó de contarlos,
los volvió a contar, y luego dijo:
—Está bien, Anansi —y cortó los cuatro plátanos más
pequeños del racimo y se los dio.
—¡Gracias! —exclamó Anansi—. ¡Gracias, amigo mío!
Pero, Ratón, no hay más que cuatro plátanos, y somos cinco
en la familia: mi mujer, los tres chicos y yo.
Ratón fingió no oírle. Sólo dijo:
—Ayúdame a poner el racimo en la cabeza, hermano
Anansi, y no trates de conmoverme más.
Ratón echó a andar, caminando despacio abrumado por
el peso de los plátanos. Anansí marchó a su casa. Podía ir de
prisa, porque los cuatro plátanos no eran un gran peso. Cuando

137
llegó, se los entregó a su mujer, y le dijo que los preparara
para la cena. Salió de nuevo y se sentó a la sombra del mango,
hasta que la mujer le dijo que los plátanos ya estaban listos.
Anansi y su familia se sentaron a la mesa. Allí estaban los
cuatro plátanos dispuestos. Cogió uno y se lo dio a la niña.
Dio otro a cada uno de los chicos. El último, el más grande, se
lo dio a su mujer y él se quedó con las manos vacías y la cara
triste. La mujer le dijo:
—¿No quieres un plátano?
—No —repuso Anansi—, dando un profundo
suspiro—. Sólo hay para cuatro. Yo también tengo hambre,
porque no he comido nada; pero sólo hay cuatro plátanos.
Los niños preguntaron:
—¿Tienes hambre, papá?
—Sí, hijos míos, tengo hambre, pero ustedes son muy
pequeños y necesitan alimentarse. Es mejor que yo me quede
con hambre y ustedes llenen sus estómagos.
—¡No, papá! —dijeron a coro los niños—. Tú debes comer
la mitad de nuestros plátanos.
Todos partieron los plátanos en dos trozos y cada uno dio
la mitad a Anansi. Cuando su mujer vio lo que pasaba, también
dio a Anansi la mitad de su plátano.
Y así, finalmente, Anansi comió más que nadie…, como
siempre.

138
EL TESORO
Cuento Sufi 18

Había una vez un viejo labrador que era generoso y


muy trabajador. Tenía varios hijos, que eran haraganes y
codiciosos. En su lecho de muerte les dijo que encontrarían su
tesoro si cavaban en los campos. Tan pronto murió el viejo los
hijos corrieron a los campos, que cavaron de una punta a la
otra, con desesperación. Pero no lo hallaron.
Suponiendo que a causa de su manera generosa de ser,
el padre había regalado su oro en la vida, abandonaron la
búsqueda. Finalmente se les ocurrió que, como la tierra había
sido preparada, podían aprovechar y sembrar algún cereal.
Sembraron trigo, que produjo una abundante cosecha la cual
vendieron a buen precio.
Una vez concluida la cosecha, los hijos cavaron
nuevamente en los campos pensando que quizá el oro
enterrado hubiese pasado inadvertido. Pero el resultado fue el
mismo. Así que volvieron a sembrar trigo.
Luego de varios años se acostumbraron al trabajo y al
ciclo de las estaciones, algo que no habían conocido
anteriormente. Fue entonces cuando comprendieron en qué
consistía el verdadero tesoro de su padre y se transformaron
en labradores honestos y satisfechos. Poseían suficientes riquezas
como para andar pensando en tesoros escondidos.

18 Versión del Sufi Hasan de Basra.

139
LA BODA DE TÍO CONEJO
Cuento popular 19

Una viejita tenía una huerta que era una maravilla: tenía
rabanitos, culantro, tomates, zapallitos y chayotitos tiernos,
lechugas. Pero la viejita comenzó a encontrar los quelites de
las matas de chayote y de zapallo comidos, y otros daños más
por toda la huerta. Entonces hizo un gran muñeco de cera y lo
plantó en medio de la huerta para espantar al ladrón.
El caso es que era Tío Conejo el responsable de aquel
desorden; se metía por las noches y se daba cuatro gustos
gurruguceando todo lo que tenía sembrado la viejita.
Cuando Tío Conejo llegó y se encontró con aquel
espantajo, al principio se asustó y corrió a esconderse detrás
de unas matas. Pero al darse cuenta de que no se movía y que
era de mentiras, la picó de valiente, se acercó y le metió severo
moquete; pero como el muñeco era de cera, Tío Conejo se
quedó pegado de una de sus manos. Entonces le dio mucha
cólera y le metió otro moquete y se quedó pegado de la otra
mano. Por despegarse, apoyó sus patas sobre el muñeco y se
quedó pegado de sus dos patas también. Le metió un cabezazo
tratando de librarse del monigote, pero se le pegaron hasta
las orejas.
En eso amaneció y llegó la viejita a su huerta y se encontró
a Tío Conejo pegado a su muñeco.
—¡Con que eras tú, pequeño rufián, el que estaba
acabando con mi huerta! Espera no más y verás. Ahora mismo
te voy a pelar, a ver si te quedan ganas.
Lo cogió y lo metió adentro de un saco; luego amarró la
boca del saco y lo dejó a un ladito de la cocina, mientras iba
a traer el agua para cocinarlo.

19 Versión basada en la original de la escritora costarricense Carmen Lyra. Los cuentos


de Tío Conejo están presentes en toda la oralidad Latinoamericana.

140
—Qué vaina la que me fue a pasar —se lamentaba Tío
Conejo adentro del saco, y empezó a dar grandes gritos.
—¡Auxilio! ¡Socorro! ¡Sáquenme de aquí!
En esas iba pasando por ahí Tío Coyote y oye los
espantosos gritos. Y que se va metiendo hasta la cocina a ver
qué era lo que pasaba y, cuando llegó junto al saco, preguntó:
—¿Quién está ahí?
—Soy yo Tío Conejo, que me tienen dentro de este saco
porque me quieren casar con la hija del Rey, y yo no quiero
casarme.
Tío Coyote le dijo:
—¡Pero eres tonto Tío Conejo! ¡Con la hija del Rey hasta
yo me casaría!
—Pues yo no quiero aunque me la dieran encasquillada
en oro. Yo quiero morir soltero.
Y Tío Coyote le dice:
—Yo de ti, Tío Conejo, estaría bailando de lo contento.
Definitivamente, Dios le da pan al que no tiene hambre.
Al escuchar esto, Tío Conejo le propone a Tío Coyote:
—Mira, Tío Coyote, porqué no me sueltas y te metes en
mi lugar, que en la ceremonia el novio va a estar metido dentro
del saco para que la princesa no se de cuenta, porque el Rey
es el de la gana de que yo me case con su hija; y una vez
pasada la ceremonia, el Rey tiene que convenir.
Y Tío Coyote no lo piensa dos veces; libera a Tío Conejo
y se mete él mismo dentro del saco. Tío Conejo, eso sí, lo
amarró bien amarrado y… ¡paticas pa´que las tengo! ¡Por
aquí como que es el camino!... Y se escondió entre unos
matorrales para ver en qué paraba aquello.
Volvió la viejita con su tinaja de agua y puso una olla al
fuego y se sentó a esperar. Tío Coyote, al oír gente y por quedar
bien comenzó a decir:
—¿A qué horas viene la princesa? ¡Ahora sí ya tengo ganas
de casarme!
—Ya te estoy calentando la princesa —contestó la vieja
sin entender.

141
Cuando el agua estuvo hirviendo, la vieja desamarró el
saco y se asomó.
—¡Ajá, con que de conejo te volviste coyote! No hay
problema.
Y Tío Coyote, vuelto una agua miel, respondió:
—Si, señora, pero yo si tengo mucho gusto en casarme.
La viejita cogió su olla de agua hirviendo y se la echó por
la trasera.
El pobre Tío Coyote salió dando un alarido, y en carrera
abierta por el campo. Cuando lo vio pasar Tío Conejo le gritó:
—¡Adiós, Tío Coyote, quemado de las ganas de estar
casado!

LA NATURALEZA
Cuento oriental 20

Un hombre ve a un alacrán que se está ahogando a la


orilla de un lago y decide salvarlo. Pero cuando lo hace, el
alacrán clava su aguijón en su mano.
Ante el dolor, el hombre suelta el alacrán y éste vuelve a
caer al lago. El hombre nuevamente intenta sacarlo del agua,
pero el alacrán vuelve a clavar su aguijón en su mano.
Alguien que ha observado la escena, se le acerca al hombre
y le dice:
—Perdone, pero es usted un necio. ¿No se da cuenta que
cada vez que intente sacarlo del agua le clavará su aguijón?
El hombre le responde:
—La naturaleza del alacrán es picar, pero eso no va a
cambiar la mía, que es ayudar.

20 Aunque la fábula existe en diferentes versiones, ésta fue tomada de Internet.

142
NADA ES SUPERIOR A DIOS
Cuento hindú

Un campesino pobremente vestido, al que todos tomaron


por pordiosero, llegó a las puertas del palacio del rey y exigió
verlo de inmediato. Ante el atrevimiento la guardia real se
dispuso a desalojarlo, pero en ese momento hacía su ingreso
el primer ministro quien se interesó por la situación.
—Exijo ver al rey de inmediato —exclamó el campesino.
—¿Acaso eres un visir?—ironizó el primer ministro.
—Mi rango es superior al de visir —repuso el campesino.
—¿Acaso eres un primer ministro? —se burló el primer
ministro.
—Mi rango es superior al de primer ministro —dijo el
campesino.
Enfurecido por el irrespeto, el primer ministro inquirió:
—¿Acaso eres el mismo rey?
—Mi rango es superior al del rey.
—¿Acaso eres Dios? —preguntó mordazmente el primer
ministro.
—Mi rango es superior al de Dios.
Fuera de si, el primer ministro vociferó:
—¡Pero qué dices! ¡Nada es superior a Dios!
Y el campesino dijo con mucha calma.
—Ahora sabes mi identidad. Yo soy esa Nada.

143
EL NACIMIENTO DE LA ISLA BORIKÉN
Por Kalman Barsy 21

Había una vez una punta de roca que vivía en el fondo del
Mar de las Antillas. Allí había estado siempre, desde el principio
del mundo, medio enterrada en la arena y apuntando hacia
arriba, en dirección a la superficie del mar. Pero esta punta de
roca no era como las otras del fondo del mar. A lo largo de su
milenaria existencia, un gran anhelo la había distinguido de
las otras: quería crecer hasta el cielo.
Todos los que por allí vivían sabían de la extraña esperanza
que albergaba aquella antigua punta de roca.
Pero todas las criaturas del fondo del mar opinaban que
el deseo de la roca era un sueño inalcanzable. Pasaba por allí
el pulpo, por ejemplo, y le decía: —Eso es imposible. Pasaba
por allí la fina barracuda y le decía: —Eso es imposible. Pasaban
las medusas como lánguidos pañuelos y le decían —Eso es
imposible.
La punta de roca no se resignaba. Con mineral
determinación, persistía en su esperanza de salir a esa otra
dimensión que nosotros llamamos aire.
Un día muy especial las cosas sucedieron de otro modo.
Se hallaba la punta de roca meditando como siempre, cuando
de pronto, un pequeñísimo cangrejo ermitaño se acomodó en
un resquicio de su regazo de piedra para cambiarse de casa.
El carapacho que hasta entonces le había servido de hogar
ambulante ya le quedaba muy chico y no lo dejaba crecer. Así
que, con una mezcla de alegría y de tristeza en el corazón,
abandonó su caparazón para buscarse uno mejor. En lo que
buscaba y encontraba, se quedó desnudo en medio del mar,
expuesto a todos los peligros.
Ese cangrejito no era como los otros cangrejos ermitaños.
Le gustaban las fiestas, el baile y el vacilón. Al verse desnudo,

21 Versión de Carmen Rivera Izcoa para la Coedición Latinoamericana. Uno de los


cuentos más contados por los cuenteros del mundo.

144
se sintió tan libre de cuerpo y liviano de corazón que en lugar
de seguir buscando un nuevo refugio se puso a bailar una
plenita.

menéalo, menéalo,
de aquí p' allá
de allá p' acá
menéalo, menéalo
que se te empelota

En eso estaba el cangrejito cuando apareció por allí un


mero cabritilla. Al verlo tan desnudito y apetitoso, en seguida
puso a funcionar su boca de aspiradora para tragárselo entero.
En ese momento, un incontenible torrente empezó a arrastrar
al cangrejito desnudo hacia la bocaza abierta del comelón.
—¡Socorro! ¡Auxilio, que me comen! —se puso a gritar el
cangrejito, mientras hacia inútiles esfuerzos por resistir la
correntada.
Al ver lo que sucedía, la punta de roca se apiadó del
pequeño cangrejo indefenso y le brindo una de sus salientes
rocosas para que se agarrara bien fuerte con sus palancas. Y
así se aguanto el chiquitín hasta que el mero glotón, cansado
de chupar agua inútilmente, fue a buscarse el almuerzo en
otro lado.
Pasado el susto, el cangrejito ermitaño buscó rápidamente
una morada de caracol y con su nueva casa a cuestas volvió
donde la punta de roca que lo había salvado de ser comido.
—¿Qué puedo hacer por tu felicidad, punta de roca? —
le preguntó agradecido.
Ella no le contestó, claro, porque las rocas no hablan.
Pero el cangrejito sabía cuál era el secreto anhelo de su roca
amiga y, emocionado, le dijo:
—Por salvarme del mero comelón, yo te voy a ayudar a
realizar tu deseo.
Luego, filosófico, el cangrejito agregó:
—Nada es imposible en esta vida.

145
Esta era la primera vez en los muchos siglos de su existencia
que alguien le decía a la punta de roca que su sueño era
posible.
De inmediato, fiel a su promesa, el cangrejito ermitaño
puso manos a la obra. Caminando de costalete, a la manera
de los cangrejos, se puso a bailar rascando con sus patitas el
fondo del mar, que es la barriga del mundo. Se imaginaba
que si conseguía provocarle cosquillas, a lo mejor se le zafaba
una risotada y las cosas podían cambiar. Y así se la pasó de
ahí en adelante el cangrejito, rasca que rasca y baila que baila
al ritmo aquel de:

menéalo, menéalo,
de aquí p' allá
de allá p' acá
menéalo, menéalo
que se te empelota

Con el correr de los años, el cangrejito se convirtió en


cangrejo y luego en cangrejote. En el transcurso de su vida
conoció a muchas hembras de su especie y tuvo con ellas
muchísimos hijos; y a todos les enseño a bailar para provocarle
cosquillas con sus patitas a la barriga del Mundo.
Cuando le llegó el fin de sus días y se retiró a descansar
para siempre en el caparazón de un gran carrucho rosado, ya
eran incontables los cangrejos de su sangre que rascaban y
bailaban en el fondo del arenoso mar.
Pasados varios siglos —que para la antiquísima punta de
roca eran como minutos para nosotros— los descendientes de
los hijos de los hijos de aquél que se salvó de ser comido por
un mero cabritilla, formaron una nueva raza de crustáceos: los
cangrejos cosquilleros. Estos, debido a su continuo movimiento,
habían desarrollado unas magnificas patas y palancas y
conocían exactamente cuánta urgencia, cuánta suavidad y
cuánto abandono había que poner en el baile para provocar
la risa del Mundo.

146
Pronto aquella región del Mar de las Antillas quedó
completamente transformada. Hasta donde alcanzaba la vista
y más allá, pululaban los cangrejos cosquilleros —rasca que
te rasca y baila que te baila—. Por allí pasaban navegando las
criaturas marinas y todas se asombraban.
Pero lo más curioso fue que todos se fueron contagiando
con la piquiña irresistible de aquel sabroso ritmo antillano de
los cangrejos cosquilleros. En corto tiempo todo el mundo
submarino estaba prendido en el baile. La morena ondulaba,
el mero se sofocaba, la mantarraya aplaudía, el balajú
brincoteaba. Rojos de placer, los camarones se frotaban las
antenas. Los ostiones roqueros tocaban los timbales y, con voz
de señora gorda, cantó la ballena azul. Con desenfado
meneaba su rabo la langosta y un carey centenario la ligaba
con disimulo. Los carruchos sonaban como maracas:
Trocotró, trocotóc, trocotóc
Y el pez espada raspaba el güiro en los corales:
Chííííííí —iquichíííí —iquichíííííí —iquichíííí
En fin, que allí se armó tremendo fiestón y al rato toda la
cuenca del Mar Caribe palpitaba y se sacudía con un ritmo
muy sabrosón:

menéalo, menéalo,
de aquí p'allá
de allá p'acá
menéalo, menéalo
que se te empelota

Y todas aquellas criaturas de mar, que por miles de años


habían repetido que era imposible que la punta de roca se
convirtiera en montaña, presintieron mientras bailaban que algo
extraordinario estaba por suceder en el Mundo.
Y por cierto, en un brevísimo instante sucedió lo que había
estado acumulándose por siglos. El Mundo ya no pudo resistir
la intolerable cosquilla de tantas y tantas patas, palancas, aletas
y tentáculos trabajándole la barriga. Y así fue como reventó en

147
un terremoto de carcajadas que cambiaron por completo la
faz de la tierra y del mar. La cara del Mundo se partió de risa y
de un lado quedó África y del otro lado América, separados
por una inmensa grieta sonriente que se fue llenando de agua
hasta formar el Atlántico Sur.
El Mundo se sintió feliz. Se le altero el curso de los ríos, se
le resquebrajaron los continentes, se inundaron los desiertos y
se le derritió el hielo de los polos. Pero nada le importaba.

menéalo, manéalo…

Y así fue que en un breve instante, todo quedó patas arriba.


Tanto se meneó y remeneó el mundo que de su barriga
encrespada de sabrosura brotaron como veintiocho chorros
de lava incandescente, que hicieron nacer otras tantas islas en
el Mar de las Antillas, para celebrar su alegría.
La punta de roca de nuestro cuento se sintió crecer y crecer,
empujada hacia arriba por una fuerza que venía desde el centro
de fuego de la tierra. Convertida en montaña, surgió de la
profundidad submarina, envuelta en una nube de vapor de
agua que oscureció la luz del sol en pleno día. El mar bramaba
como todos los truenos del cielo juntos.
Así nació la isla de Borikén, la menor de las Antillas Mayores
que hoy conocemos como Puerto Rico, con su cumbre de piedra
submarina. Desde aquella altura, la punta de roca vio el
horizonte sin fin, los continentes lejanos, la bola de fuego del
sol, los pájaros del cielo y las nubes que navegan en el aire.
¿Y los cangrejitos cosquilleros? ¿Qué fue de ellos en medio
de aquel cataclismo universal? Pues, para que todos lo sepan,
los cangrejitos subieron a la superficie, agarrados fuertemente
de la punta de roca. Con el tiempo, aprendieron a respirar en
el aire y a vivir en cuevas. Y hoy son los sabrosos jueyes de
tierra que todos los días le hacen cosquillas a las barrigas de
los puertorriqueños.

148
LAS AGUAS CAMBIADAS
Cuento Sufi 22

Una vez, hace tiempo, Dios dirigió al género humano una


advertencia. En cierta fecha, dijo, todas las aguas del mundo
que no hayan sido especialmente guardadas desaparecerán.
Ellas serán renovadas con diferente agua, la que enloquecerá
a los hombres. Solamente un hombre prestó oídos al significado
de esta advertencia. Juntó agua y fue a un lugar seguro donde
la almacenó, y esperó a que el agua cambiara sus
características.
En la fecha indicada los torrentes dejaron de correr, los
pozos se secaron, y el hombre que había escuchado, viendo
lo que estaba ocurriendo, fue a su refugio y bebió del agua
que había guardado.
Cuando vio, desde su seguro albergue, que las caídas de
agua nuevamente comenzaron a correr, descendió,
entremezclándose con los otros hombres. Comprobó que
pensaban y hablaban en forma completamente diferente de la
anterior; ni siquiera tenían memoria de lo que había sucedido,
tampoco recordaban haber sido prevenidos. Cuando trató de
hablarles, se dio cuenta de que ellos pensaban que él estaba
loco, mostrando hostilidad o compasión.
Al principio no bebió del agua renovada, sino que regresó
a su refugio para procurarse su provisión de todos los días.
Pero, finalmente, tomó la decisión de beber la nueva agua
porque no pudo soportar la tristeza de su aislamiento. Bebió la
nueva agua y se volvió como los demás. Entonces olvidó todo
lo referente al agua especial que tenía almacenada; y sus
semejantes comenzaron a mirarle como a un loco que había
sido milagrosamente restituido a la cordura.

22 Versión atribuida a Sayed Sahir Ali-Shab.

149
EL CAMPESINO Y EL MATEMÁTICO
Cuento popular 23

Había una vez un viejo campesino y un matemático


aburrido que se encontraron un buen día, a la misma hora, en
la misma estación, en el mismo tren y en el mismo asiento del
tren.
El viejo campesino era uno de esos hombres campesinos
que se levantan todos los días a descubrir el lugar en donde
nacen los arco iris. De esos hombres campesinos que se quedan
maravillados cuando ven el brillo de una gota de rocío. De
esos hombres campesinos que se saben todas las coplas y
todas las canciones de la tierra.
El matemático aburrido era un hombre completamente
aburrido. A él esas cosas no le gustaban. A él sólo le gustaban
las ecuaciones exponenciales y las logarítmicas, las derivadas
parciales y las integrales, los teoremas y las leyes por demostrar.
Así que viajaba completamente aburrido.
En cambio el campesino viajaba feliz viendo, a través de
las ventanillas del tren, las altas montañas que se elevaban al
cielo, el cielo azul y radiante, los verdes valles y los ríos
cristalinos. Mientras el matemático aburrido seguía aburrido.
Queriendo salir de su aburrimiento, el matemático aburrido
le propuso al viejo campesino que jugaran ese viejo juego de
hacerse preguntas y respuestas, pues, para mitigar el
aburrimiento de aquel tedioso viaje. "Es más, para hacerlo
más emocionante nos echamos una apuesta; qué tal que se
gane unos pesitos de más que nunca caen nada mal por estos
tiempos", le dijo el matemático aburrido tratando de interesar
al campesino en su propuesta.
El viejo campesino le dijo que no entendía, que le explicara
con palabras más sencillas. Y el matemático le explicó: "Mire

23 Este cuento es uno de los más contados en el mundo, la primera versión se la


escuché al cubano Francisco Garzón Céspedes.

150
viejo campesino, usted me hace una pregunta a mí, y si yo no
se la respondo, cosa que me parece imposible, yo le pagaré
mil pesos. Ahora bien, yo le hago una pregunta a usted, y si
usted no me la responde, usted también me pagará mil pesos,
y listo, jugamos hasta que lleguemos a nuestro destino, y colorín
colorico de esta manera la pasamos bien rico" —dijo el
matemático aburrido queriendo entusiasmar al campesino en
el jueguito.
El viejo campesino que no era tonto, ni estúpido, ni
pendejo, le dijo que no, que si jugaba ese jueguito se iba
quedar sin dinerito, pues a leguas se veía que aquel era un
hombre instruido y él tan sólo un pobre bruto que apenas si
sabía en donde ponen las garzas.
Así que el matemático se quedó aburrido, pero no vencido.
Entonces le propuso al campesino una formula que estaba
seguro le encantaría: "Está bien viejo campesino, he escuchado
sus razones que me parecen valederas, asi que le propongo lo
siguiente: por cada pregunta que usted no acierte a contestar,
usted me paga mil pesos, y por cada pregunta que yo no acierte
a contestar, cosa que me parece imposible, yo le pago diez mil
pesos, además porque estoy de acuerdo con usted en que
usted es un pobre bruto que apurado sabe en donde ponen
las garzas".
El viejo campesino, que como ya les dije no era tonto, no
era estúpido ni pendejo, aunque sí todo lo que dijo el
matemático, le dijo que bueno, que ahora si le gustaba el
jueguito y que quería jugarlo, que quién empezaba a preguntar
primero. El matemático le dijo que él, el matemático. Así que
el matemático le lanzó la primera pregunta. Y no tuvo que
rebuscarla mucho, pues ahí la tenía a la mano. El matemático
le preguntó: "Dígame viejo campesino ¿cuál es la mínima
partícula de la materia y cómo se descompone?".
El viejo campesino tampoco tuvo que rebuscar la respuesta,
pues ahí la tenía a la mano. Sacó un billete de mil pesos y se
lo entregó al matemático aburrido que ya no estaba tan
aburrido.

151
Pero ahora le tocaba preguntar al viejo campesino, y éste
tampoco tuvo que rebuscar la pregunta, pues ahí la tenía a la
mano. El campesino le preguntó: "Dígame usted matemático
aburrido ¿cuál es el animal que en la mañana sube la montaña
con dos patas, dos brazos, dos cachos y una cola, y por la
tarde la baja en cuatro patas, sin brazos, sin cachos y sin cola?".
Y se queda ese matemático aburrido más aburrido que
antes, pero no vencido. Como era un hombre de ciencia, echó
mano a todas las ciencias puras y a las impuras que el
manejaba: a la zoología, a la biología, a la antropología, a la
paleontología, a la arqueología, a la geografía, a la sociología,
a la psicología, y a todas las demás gías que él se sabía.
Buscó en los animales domésticos y no lo encontró, buscó en
los animales salvajes y tampoco lo encontró, buscó en los
animales prehistóricos y tampoco lo encontró, busco en los
animales mitológicos y tampoco lo encontró, buscó en los
animales imaginarios y no se lo imaginó. Así que cansado de
buscar y no encontrar, se rindió. Sacó un billete de diez mil
pesos y se lo entregó al viejo campesino que siguió feliz mirando
el paisaje por las ventanillas del tren.
El matemático aburrido había quedado más aburrido que
antes. Miraba al viejo campesino que miraba feliz el paisaje a
través de las ventanillas del tren y no lo podía creer. No podía
creer que ese bruto, que ese ignorante que apurado sabía en
donde ponen las garzas, hubiera podido ganarle, pero peor
aún, que supiera algo que él no sabía, porque los diez mil
pesos eran lo de menos, pero la respuesta era lo demás. Así
que no se aguantó la curiosidad y le preguntó: "Y se podrá
saber ¿cuál es el animalito ese?".
Por toda respuesta el viejo campesino sacó un billete de
mil pesos y se lo dio.

152
ATENCIÓN
Por Juan Moreno 24
(Argentina)

Un día un hombre se acercó a Ikkyu y le preguntó:


—Maestro, por favor, ¿serías tan amable de describir para
mí algunas máximas de la más alta sabiduría y profundidad?
Ikkyu tomó su pincel y escribió la palabra "Atención".
—¿Es eso todo lo que puedes decirme? —preguntó el
hombre.
Ikkyu escribió dos veces la misma palabra: "Atención",
"Atención".
—Bien… no veo demasiada profundidad en lo que has
escrito —dijo el hombre.
Ikkyu escribió la misma palabra tres veces: "Atención",
"Atención", "Atención".
—¡Qué es lo que significa esa palabra en definitiva!
—exigió el hombre completamente irritado.
Ikkyu, muy amablemente, le respondió:
— "Atención", quiere decir… "Atención".

24 Versión de un cuento budista.

153
DE SASTRE A DOCTOR
Por Marilú Carrasco 25
(México)

Resulta que Jacinto era un sastre requetepobre, por más


que trabajaba no le alcanzaba para darle de comer a su familia.
Jacinto tenía catorce hijos, catorce bocas que mantener.
Un día el sastre salió de su casa y se fue a andar por el
camino. Al rato se dio cuenta que alguien venía siguiendo sus
pasos, volteó para mirarlo y ¡ay santa cachuca! qué gran susto
se llevó, porque frente a él estaba ni más ni menos que la
pelona, la huesuda, la meritita muerte.
El pobre hombre se puso amarillo como la bilis y enmudeció
de espanto. La muerte le dijo:
—No te asustes, Jacinto, que no vengo por ti. Sólo quiero
que me hagas una capa nueva porque la que tengo está muy
rota y, ya ves, con estos cambios de clima tengo miedo de
pescarme una pulmonía.
Ni tardo ni perezoso Jacinto se puso a hacer la capa y
pronto la terminó.
—Ay mi amigo —dijo la huesuda—, qué bien me queda
esta capa, está preciosa, ahora sí que me digan la catrina.
¿Cuánto te debo?
El sastre dijo que él no le cobraba a las personas buenas.
Pero la muerte insistió:
—Ay no, no, de ninguna manera. Toma Jacinto esta bolsa
de monedas de oro.
El pobre sastre que nunca había visto el brillo del oro abrió
tamaños ojos y se pellizcó para ver si no estaba soñando.
Entonces la muerte le dijo:
—Jacinto, veo que eres un hombre trabajador y te voy a
recompensar, te voy a convertir en doctor en medicina. Cuando
vayas a curar a algún enfermo yo iré contigo. Y si me paro a

25 Versión de un cuento popular.

154
los pies de la cama, el enfermo sanará aunque su enfermedad
sea muy grave, pero si me pongo en la cabecera, el enfermo
morirá sin que nadie lo pueda impedir.
Viendo el sastre que la muerte tenía la mano tan larga
para dar, se animó a pedirle un favor. Es que su esposa estaba
embarazada del quinceavo hijo y le pidió a la muerte que
cuando naciera el chamaquito, lo llevara a bautizar. Y esta
muerte que era muy rumbosa, no como la de la calavera de
Apango que ni chupa ni va al fandango, dijo que sí, que con
mucho gusto y ahí se despidieron.
El sastre regresó veloz a su casa y le contó a su familia el
encuentro con la muerte. Al día siguiente se mudaron a la
ciudad. El nuevo doctor alquiló un carruaje con caballos y
compró una residencia.
El supuesto doctor comenzó a atender enfermos y en poco
tiempo su fama se extendió como reguero de pólvora. Como
la muerte siempre se ponía a los pies de la cama todos los
enfermos sanaban y nuestro médico ganaba dinero a manos
llenas.
Llegó el día en que su esposa parió. Se hizo un gran fiestón,
la madrina se la pasó bailando con el doctor y tomando tequila.
Y cuando estaba a medios chiles, le dijo a Jacinto:
—Compadrito, un día te va a tocar irte conmigo, hip,
pero yo te avisaré con tres días de anticipación, para que te
prepares, hip.
Y pasó el tiempo. El doctor se había convertido en el más
famoso y el más rico de todos los médicos, pero entonces que
va llegando la calaca.
—Compadre, te aviso que dentro de tres días vendré por
ti. Entonces el doctor ya no pudo comer ni dormir, ni quiso
atender más enfermos. Su esposa le aconsejó:
—Mira, Jacinto, si te disfrazas a lo mejor la muerte no te
reconoce.
Dicho y hecho, el doctor se puso calzones y camisa de
manta, huaraches y sombrero y quedó irreconocible.

155
Ajajajay, como no hay plazo que no se cumpla, al tercer
día la muerte se apareció. El doctor estaba disfrazado de
jardinero, regando las macetas. La muerte fue a saludar a la
esposa de Jacinto
—Santos y buenos días tenga usted comadre, ¿dónde anda
mi querido compadrito?
—Ay comadrita, fíjese que mi esposo se fue a Acapulco a
curar a un enfermo muy grave.
—¿A Acapulco? ¿Solo? Uy que raro —murmuró la muerte.
Entonces se paró junto al disfrazado y dijo:
—Me tengo que llevar a alguien, comadre. Dígale a mi
compadre que como no lo encontré me llevé a ese pelón —
refiriéndose a Jacinto disfrazado de jardinero.
Y que lo agarró del pescuezo y de un jalón se lo llevó
hasta el panteón. Y así se cumple el dicho: "de todos te burlarás,
pero de la muerte no escaparás".

156
POR QUÉ LOS PERROS SE HUELEN LA COLA
Por Juan Carlos Grisales 26
(Colombia)

Hace mucho tiempo —tanto que no había forma de


medirlo— todos los perros del mundo vivían en una misma
casa, teniendo como amo a un solo hombre.
Los perros trabajaban limpiando, lavando, cultivando,
pescando, cuidando y alimentando el ganado; también
cuidaban la mujer y los hijos del hombre. En fin, cumplían
todas las tareas domésticas. A cambio recibían un favor
invaluable, —pues en el principio de los tiempos, que es el
tiempo de este cuento, el frío de las madrugadas era
abrumador, tanto que el sol tomaba chocolate caliente para
poder dormir—, por eso el hombre permitía que los perros
durmieran bajo el fogón de leña para que calentaran sus
cuerpos con las pavesas, compensando así los favores recibidos
durante las largas y extenuantes jornadas laborales de la horda
canina.
Un día mientras caía el atardecer y el dueño de casa salió
a pasear por sus garceros —que eran unos abetos secos donde
se posaban las primeras garzas del mundo—, la primera
generación perruna asistió al discurso de Gozque un perro
enclenque, débil y cansado por la injusta situación.
—Guau guau guauuuuhhhh —que en nuestro idioma
significa "Ay juepucha vida tan pachuca".
En adelante querido lector cada vez que un perro hable
imagíneselo ladrando, así puedo evitar el engorroso ejercicio
de ir traduciendo las palabras que en su relato esta mañana
me contó Sultán, el perro árabe de mi tatarabuelo.
El asunto es que el cuadrúpedo continúo su disertación:

26 Versión basada en un cuento muy popular.

157
—Yo creo que esto de trabajar tanto es para los asnos,
con el perdón de los burros. Pero es que esta vida no la lleva ni
un perro… eh, perdón… bueno, ustedes me entienden.
Los demás perros contestaron en coro:
—¡Entendemos, pero qué podemos hacer!
—Pues hablar con el Gran Can —dijo Gozque—. Creo
que debemos escribirle una carta solicitando nuestra libertad y
designar a un mensajero para que se la lleve.
—¡Eso! —gritaron los perros.
Y así lo hicieron; escribieron entre todos una carta y con
ella hicieron un rollito, pues en aquel entonces no había sobres,
tampoco correos.
—¿Y ahora quién la lleva? —preguntó una tímida Pequinés.
—Pues que la lleve el propio Gozque —sugirió un Chau
Chau—, después de todo, de él fue la idea.
Y los demás perros gritaron:
—¡Eso! ¡Que la lleve Gozque! ¡Que la lleve Gozque! ¡Que
la lleve Gozque!
Gozque se sintió tan comprometido que ante la
imposibilidad de sacar el rabo dijo:
—Listo, ¿pero en dónde la llevo?
—Llévala en la boca —dijo un San Bernardo.
—No porque se me moja.
—Entonces en las orejas —sugirió un Cocker Spaniel.
—No porque se me vuela.
—Llévala en las patas —propuso un Galgo.
—No porque se me rasga.
—Pues llévala en la cola —opinó un Chihuahua.
—¡Ahí sí! —asintieron los demás perros antes de que
Gozque se inventara una disculpa.
Gozque levantó la cola y los otros perros aseguraron la
carta de solicitud.
Luego corrió tan rápido que había que esforzarse para
saber donde iba; corrió tanto y tan veloz, que hay versiones
que dicen que voló; y tan veloz corrió que después ya no se vio
más.

158
Los congéneres perrunos esperaron pacientemente el
regreso de Gozque; esperaron un día, un año, un siglo, y al
concluir que ya no volvería decidieron ir a buscarlo.
Desde entonces los perros andan dispersos por el mundo,
muy pendientes de hallar al Gozque mensajero que nunca
regresó. Por eso, cuando se encuentran dos perros huelen sus
colas a ver si ese otro es el que trae el mensaje de libertad
enviado por el Gran Can.

159
LA IDEA QUE ME DA VUELTAS
Contado por Gabriel García Márquez 27

Imagínese usted un pueblo muy pequeño donde hay una


señora vieja que tiene dos hijos, uno de 17 y una hija de 14.
Está sirviéndoles el desayuno y tiene una expresión de
preocupación. Los hijos le preguntan qué le pasa y ella les
responde:
—No sé, pero he amanecido con el presentimiento de
que algo muy grave va a sucederle a este pueblo.
Ellos se ríen de la madre. Dicen que esos son
presentimientos de vieja, cosas que pasan. El hijo se va a jugar
al billar, y en el momento en que va a tirar una carambola
sencillísima, el otro jugador le dice:
—Te apuesto un peso a que no la haces.
Todos se ríen. Él se ríe. Tira la carambola y no la hace.
Paga su peso y todos le preguntan qué pasó, si era una
carambola sencilla. Contesta:
—Es cierto, pero me ha quedado la preocupación de una
cosa que me dijo mi madre esta mañana sobre algo grave que
va a suceder a este pueblo.
Todos se ríen de él, y el que se ha ganado su peso regresa
a su casa, donde está con su mamá o una nieta o en fin,
cualquier pariente. Feliz con su peso, dice:
—Le gané este peso a Dámaso en la forma más sencilla
porque es un tonto.
—¿Y por qué es un tonto?
—Hombre, porque no pudo hacer una carambola
sencillísima estorbado con la idea de que su mamá amaneció
hoy con la idea de que algo muy grave va a suceder en este
pueblo.
Entonces le dice su madre:

27 En un congreso de escritores, al hablar sobre la diferencia entre contar un cuento


y escribirlo, García Márquez contó esta historia que luego (1974) se convertiría en
el guión argumental de la película Presagio dirigida por el español Luis Alcoriza.

160
—No te burles de los presentimientos de los viejos porque
a veces salen.
La pariente lo oye y va a comprar carne. Ella le dice al
carnicero:
—Véndame una libra de carne.
Y en el momento que se la están cortando, agrega:
—Mejor véndame dos, porque andan diciendo que algo
grave va a pasar y lo mejor es estar preparado.
El carnicero despacha su carne y cuando llega otra señora
a comprar una libra de carne, le dice:
—Lleve dos porque hasta aquí llega la gente diciendo que
algo muy grave va a pasar, y se están preparando y comprando
cosas.
Entonces la vieja responde:
—Tengo varios hijos, mire, mejor déme cuatro libras.
Se lleva las cuatro libras; y para no hacer largo el cuento,
diré que el carnicero en media hora agota la carne, mata otra
vaca, se vende toda y se va esparciendo el rumor. Llega el
momento en que todo el mundo, en el pueblo, está esperando
que pase algo. Se paralizan las actividades y de pronto, a las
dos de la tarde, hace calor como siempre. Alguien dice:
—¿Se ha dado cuenta del calor que está haciendo?
—¡Pero si en este pueblo siempre ha hecho calor!
(Tanto calor que es un pueblo donde los músicos tenían
instrumentos remendados con brea y tocaban siempre a la
sombra porque si tocaban al sol se les caían a pedazos.)
—Sin embargo —dice uno—, a esta hora nunca ha hecho
tanto calor.
—Pero a las dos de la tarde es cuando hay más calor.
—Sí, pero no tanto calor como ahora.
Al pueblo desierto, a la plaza desierta, baja de pronto un
pajarito y se corre la voz:
—Hay un pajarito en la plaza.
Y viene todo el mundo, espantado, a ver el pajarito.
—Pero señores, siempre ha habido pajaritos que bajan.
—Sí, pero nunca a esta hora.

161
Llega un momento de tal tensión para los habitantes del
pueblo, que todos están desesperados por irse y no tienen el
valor de hacerlo.
—Yo sí soy muy macho —grita uno—. Yo me voy.
Agarra sus muebles, sus hijos, sus animales, los mete en
una carreta y atraviesa la calle central donde está el pobre
pueblo viéndolo. Hasta el momento en que dicen:
—Si éste se atreve, pues nosotros también nos vamos.
Y empiezan a desmantelar literalmente el pueblo. Se llevan
las cosas, los animales, todo.
Y uno de los últimos que abandona el pueblo, dice:
—Que no venga la desgracia a caer sobre lo que queda
de nuestra casa —y entonces la incendia y otros incendian
también sus casas.
Huyen en un tremendo y verdadero pánico, como en un
éxodo de guerra, y en medio de ellos va la señora que tuvo el
presagio, clamando:
—Yo dije que algo muy grave iba a pasar, y me dijeron
que estaba loca.

162
CUENTOS DE NASRUDÍN
Cuentos populares 28

EL CONTRABANDISTA
Nasrudín solía cruzar la frontera todos los días, con las
cestas de su asno cargadas de paja. Como admitía ser un
contrabandista, cuando volvía a casa por las noches los guardas
de frontera lo registraban una y otra vez. Registraban su persona,
cernían la paja, la sumergían en agua, e incluso la quemaban
de vez en cuando sin encontrar la mercancía. Mientras tanto,
la prosperidad de Nasrudín aumentaba visiblemente.
Un día, Nasrudín se retiró y se fue a vivir a otro país,
donde, unos años más tarde, le encontró uno de los guardas
aduaneros.
—Ahora me lo puedes decir, Nasrudín, ¿qué pasabas de
contrabando, que nunca pudimos descubrirlo?
—Asnos —contestó Nasrudín.

LA MUJER PERFECTA
Nasrudín conversaba con un amigo.
—Entonces, ¿Nunca pensaste en casarte?
—Sí lo pensé —respondió Nasrudín—. En mi juventud,
resolví buscar a la mujer perfecta. Crucé el desierto, llegué a
Damasco, y conocí una mujer muy espiritual y hermosa; pero
ella no sabía nada de las cosas de este mundo. Continué
viajando, y fui a Ispahán; allí encontré una mujer que conocía
el reino de la materia y el del espíritu, pero no era bonita.
Entonces resolví ir hasta El Cairo, donde cené en la casa de
una moza bella, religiosa, y conocedora de la realidad material.
—¿Y por qué no te casaste con ella?
—¡Ay, amigo mío! Lamentablemente ella también quería
un hombre perfecto.
28 Mulá Nasrudín es un personaje mítico de la tradición sufí que a veces es un sabio
y otras veces un loco.

163
LA PROPINA
Cierto día el Mula Nasrudín asistió a una casa de baños
pobremente vestido, y lo trataron de mal manera. Al salir, sin
embargo, dejó una moneda de oro de propina.
A la semana siguiente fue ricamente vestido y se desvivieron
por atenderlo. Al salir dejó una moneda de cobre, diciendo:
—Esta es la propina por el trato de la semana pasada, y
la de la semana pasada, por el trato de hoy.

EL REMEDIO
El Califa nombró a Nasrudín Consejero Mayor de su corte.
Cierto día un cortesano quiso probar la sabiduría de Nasrudín,
así que le preguntó:
—Nasrudín, tú que eres un hombre de experiencia,
¿conoces algún remedio para el dolor de ojos? Te lo pregunto
porque me duelen tremendamente.
—Permíteme que comparta contigo mi experiencia —le
dijo Nasrudín—. En cierta ocasión tuve un dolor de muelas, y
no encontré alivio hasta que me las hice sacar.

LA LIMOSNA
Nasrudín pedía limosna en la feria de la ciudad. Las
personas que pasaban siempre le ofrecían una moneda grande
y una pequeña para que él escogiera, pero Nasrudín siempre
escogía la pequeña, la de menor valor, y la gente se reía de lo
tonto que era.
Cierto día un hombre se compadeció y le aconsejó:
—Siempre que te ofrezcan dos monedas, elige la mayor.
Así tendrás más dinero y no serás considerado un idiota por
los otros.
—Usted debe tener razón —respondió Nasrudín— pero si
escojo la moneda mayor, las personas dejarán de ofrecerme
dinero para probar que soy más idiota que ellas y así no podré
ganar mi sustento.

164
LA RESPONSABILIDAD
La comitiva pasó por la calle; soldados fuertemente
armados llevaban a un condenado a la horca.
—Este hombre no tenía arreglo —comentó un discípulo a
Nasrudín—. Una vez le di una moneda de plata para ayudarlo
a levantarse de nuevo en la vida y no hizo nada importante.
—Quizás él no sirva para nada, pero puede estar ahora
caminando hacia la horca por tu causa —respondió el
maestro—. Es posible que haya utilizado la limosna para
comprar un puñal, que terminó usando en el crimen cometido;
y entonces tus manos estarán también ensangrentadas, porque
en vez de ayudarlo con amor y cariño preferiste darle una
limosna y librarte de tu obligación.

165
LOS DOS REYES
De Las mil y una noches 29

Estos eran dos hermanos, ambos reyes y amados por sus


súbditos en sus propios reinos. El mayor se llamaba Schariar y
el menor Schahseman. La riqueza, prosperidad y alegría eran
el pan de cada día en sus vidas. Pero un día, el mayor sintió
nostalgia de su hermano menor y le pidió al visir, hombre de
su entera confianza, que fuera hasta el reino de su hermano y
lo trajera ante su presencia pues deseaba verlo y abrazarlo. El
visir emprendió el camino y días después se presentó ante el
rey Schahseman y le transmitió la paz y le hizo saber que su
hermano Schariar sentía su ausencia y le rogaba que lo fuese
a visitar.
—Los deseos de mi hermano mayor son ordenes para mí
—dijo el rey Schahseman, y mandó a preparar los camellos,
la tienda, los edecanes y los esclavos para el viaje, y partió esa
misma noche rumbo al país de su hermano.
Sucedió que el rey Schahseman se acordó de una valiosa
alhaja que había preparado a manera de presente para su
hermano, y que había dejado olvidada en su habitación. Y
pensando que no estaría bien llegar a donde su bien amado
hermano sin un presente de cortesía decidió regresar a buscarla.
Cuando llegó y entró en su habitación, encontró a su bella
esposa tumbada en el lecho real, abandonada en los brazos
de un corpulento esclavo negro. Al ver aquello el mundo pareció
ennegrecerse ante sus ojos.
—Si esto ocurrió apenas partía ¿qué no habría hecho esta
desvergonzada sí me hubiese quedado el tiempo que pensaba
pasar junto a mi hermano mayor?
Desenvainó la espada y les cegó la vida allí en el acto.
Seguidamente ordenó retomar el camino sin detenerse hasta
llegar a la ciudad de su hermano.

29 Versión del Editor basada en la traducción al español de Las Mil y Una Noches.

166
El rey Schariar recibió con gozo a su hermano Schahseman
y lo colmó de bendiciones y buenos deseos. Pero a Schahseman
lo embargaba el dolor de la traición y se mostraba retraído.
Su hermano mayor pensó que quizá aquella tristeza era
producto de haber abandonado su reino y lo invitó a ir de
cacería para que se repusiera. Pero Schahseman rehusó
acompañarlo aduciendo no sentirse bien y se encerró en su
habitación.
—Está bien —dijo Schariar, y se marchó a la cacería.
En la habitación de Schahseman había una ventana de
celosías que daba a un jardín. Miró Schahseman por ella y vio
que la puerta del alcázar se habría y por ella entraban veinte
esclavos y veinte esclavas, y entre ellas iba la esposa de su
hermano Schariar, la cual era por cierto de una belleza y un
encanto sin igual. Llegaron todos hasta el borde de una alberca
y de sus ropas se despojaron y en parejas se sentaron. La esposa
del rey con un esclavo negro y cada esclava con un esclavo
también. Todos se tumbaron en el suelo y se abrazaron y se
besaron y demás.
—¿Pero qué es esto? —exclamó Schahseman— ¡La esposa
de mi hermano también le es infiel!
Al día siguiente, cuando Schariar regresó de cacería, su
hermano se lo contó todo y también le contó lo que le había
ocurrido a él con su esposa antes de partir. Schariar no lo
podía creer y quiso verlo con sus propios ojos, así que hizo
correr la voz de que saldría nuevamente de cacería. Se fue con
sus esclavos y sus perros al campo, pero al momento regresó
disfrazado y con sigilo a la habitación de su hermano
Schahseman.
No había transcurrido una hora de esto, cuando la puerta
del alcázar se abrió y por ella entraron nuevamente los veinte
esclavos con las veinte esclavas, y entre ellas su bella esposa.
Y ocurrió exactamente lo que su hermano le había relatado.
El rey Schariar, sintiéndose traicionado, bajó al jardín y
con su propia espada degolló a los infieles.

167
Viudos y entristecidos, los dos hermanos decidieron irse a
recorrer los caminos con el fin de constatar si ellos eran los
únicos en el mundo que habían padecido tal percance a costa
de sus mujeres, porque de serlos preferirían morir antes que
seguir viviendo.
Caminaron día y noche sin parar, hasta que llegaron a un
lugar junto al mar donde había un árbol en medio de un prado
y a cuyo pie corría un manantial de aguas cristalinas y dulces.
Bebieron de aquella agua y luego se sentaron a descansar.
No había pasado una hora cuando advirtieron que el mar
se alborotaba en enormes olas y de ellas salía una especie de
tornado oscuro que se elevaba al cielo y se dirigía con tal
violencia justo hacia el árbol donde se encontraban
descansando. Asustados y sin pensarlo, treparon a lo más alto
del árbol y permanecieron allí quietos y en silencio.
Al llegar al árbol, aquel tornado se apaciguó y se convirtió
en un efrit, una especie de genio maligno de estatura gigantesca
que cargaba un gran arcón de madera cerrado por siete
enormes candados de acero. El efrit se sentó junto al árbol
donde los dos reyes estaban trepados, y abrió el arcón, y de
adentro del arcón salió una joven y hermosa mujer, una mujer
de una belleza excepcional y deslumbrante, una belleza nunca
antes vista. El efrit le dijo a la mujer:
—Oh señora de las sedas, mi más preciado tesoro, estira
tu cuerpo mientras duermo una siesta —y se quedó dormido.
Ella entonces alzó la frente hacia la cima del árbol y vio a
los dos hermanos que procuraban no ser descubiertos.
—¡Pero, qué hacen allí! —preguntó la muchacha— Bajen
y no teman del efrit que tiene un sueño pesado.
—No —exclamaron los reyes—, preferimos quedarnos
aquí hasta que se marchen y no arriesgar nuestras vidas.
—Pues les ordeno que bajen inmediatamente del árbol y
me hagan el amor o despierto al efrit.
—¡Pero, qué es esto que escuchamos! —exclamaron los
hermanos.
—O despierto al efrit —amenazó la muchacha.

168
Los dos hermanos bajaron del árbol, temblando de miedo,
e hicieron lo que la muchacha les había ordenado. La
muchacha era tan bonita que hasta lo hubieran disfrutado sino
fuera por la presencia cercana del temible efrit.
Una vez terminaron, la muchacha les exigió que le
entregasen uno de los anillos que cada uno llevaba puestos.
Sin entender el por qué de aquella extraña petición, pero
atemorizados por el monstruo aquel, los hermanos rápidamente
se despojaron cada uno de un anillo y se lo entregaron a la
muchacha. Seguidamente la muchacha sacó de una bolsa un
collar en el que habían ensartados otros quinientos setenta
anillos.
—¡Pero qué es esto! —volvieron a exclamar los reyes—
¡Qué significan todos esos anillos!
Y la bella muchacha les contó: que los dueños de esos
anillos, como ellos, la habían poseído a hurtadillas de los
cuernos de aquel maldito efrit, que el efrit la había raptado la
misma noche de su boda, que la había encerrado en aquel
arcón de siete candados y la había arrojado al fondo del mar
de donde sólo le permitía salir cada vez que dormía la siesta.
Al escuchar aquella historia, los dos hermanos se alegraron
pues pensaron que lo que les había ocurrido a ellos con sus
esposas no era nada comparado con lo que le estaba pasando
al cornudo del efrit. Y cada uno regresó a su propio reino.
Sucedió que desde entonces, cada vez que el rey Schariar
tomaba por esposa a una hermosa doncella, la misma noche
de bodas, una vez arrebatada su virginidad, la mandaba a
matar para que no le pudiera ser infiel. Y no dejó de hacerlo
así por tres largos años.
La gente del reino clamaba inútilmente piedad a su rey, y
quien podía huía con sus hijas a otros reinos. Hasta que ya no
quedó prácticamente doncella en aquel reino.
Un día, mandó el rey Schariar a su visir a buscarle una
nueva doncella para casarse con ella, y por más esfuerzo que
hizo fue imposible para el visir encontrarla. Sólo quedaban
dos doncellas en el reino y eran precisamente sus hijas:

169
Dunyasad, la menor, y Scherezada la mayor.
—¿Qué te pasa padre? —preguntó Scherezada al notar
una profunda congoja en el rostro de su progenitor.
Y el visir le contó la situación. Scherezada exclamó:
—¡Por Alá, padre! ¡Cásame pronto con ese rey!
Scherezada era una doncella ilustrada y apasionada por
la lectura. Se había leído mil libros de historias, de relatos de
pueblos antiguos, de reyes olvidados, de poetas afamados.
Mil historias capaces de contener todas las historias que hasta
ese momento se habían inventado y las que se inventarían
después.
Scherezada se casó con el rey Schariar y en la noche de
bodas, antes de que el rey la mandara a matar, le pidió que le
dejara contar una historia. El rey Schariar le concedió aquella
petición como su último deseo. Pero cual sería su sorpresa
cuando Scherezada cortó el relato justo antes del final, en la
parte más interesante, prometiéndole que al día siguiente lo
continuaría.
No hay nada que produzca peor sensación en el ser
humano que una historia inconclusa. Entonces el rey Schariar
no la mandó a matar esa noche, pues le interesaba conocer el
final de aquella maravillosa historia comenzada.
—Cuando termine de contar el final la mataré —pensó el
malvado rey.
Pero la astuta Scherezada solo terminaría de contar la
historia mil y una noches después, tiempo en el cual el rey
Schariar descubrió que se había enamorado perdidamente de
ella, y, lo mejor, que se había curado para siempre de su temor
con las mujeres. Se perdonó a sí mismo y vivieron felices por
muchos años.

170
EL CAMELLO Y EL LEÓN
Del Panchatantra 30

Cuentan que un león vivía con un lobo, un chacal y un


cuervo, en un bosque vecino a un camino. Cierto día pasaron
por ese camino unos mercaderes a quienes se les retrasó un
camello, que andando llegó hasta la guarida del león.
—¿De dónde vienes? —le preguntó el león.
Y el camello le contó su historia.
—¿Y qué quieres?
—Acompañar al rey y ser su amigo —contestó el camello.
—Si es mi amistad lo que deseas, entonces, cuenta con
ella —ofreció el león—. Aquí podrás vivir a tus anchas y disfrutar
la fertilidad de estas tierras.
Pasó que, una mañana, el león salió de cacería y se
encontró con un elefante con quien se trabó en una violenta
riña. El elefante le causó al león heridas graves con sus largos
colmillos, y así, malherido, regresó a su guarida y no volvió a
salir a sus acostumbradas cacerías. Por tal razón, el lobo, el
chacal y el cuervo, que se alimentaban de las sobras del león,
empezaron a sufrir de hambre y debilidad.
El león observó la situación en que se hallaban sus amigos
y les dijo:
—Veo que sufren y necesitan comer.
—Más que nuestra suerte, nos preocupa la suerte de
nuestro rey —dijeron en coro el lobo, el chacal y el cuervo.
—No dudo en vuestro afecto y amistad. Si lo consideran,
salgan, cacen algo y me lo traen, con lo cual habrá alivio para
todos —dijo el león.
Salieron el lobo, el chacal y el cuervo de la guarida del
león, pero en vez de ir de cacería se reunieron a confabular
contra el camello.

30 Versión del Editor basada en la versión en español de Calila y Dimna.

171
—¡Qué nos importa ese camello que no es como nosotros!
Pidámosle al león que se lo coma y comparta su carne con
nosotros —dijo el lobo.
—Eso no es posible, pues el león le ha ofrecido su
protección —dijo el chacal.
Un prolongado silencio precedió la intervención del cuervo:
—Debemos reunirnos con el león y el camello y hacer una
exposición sobre la situación en que se encuentra el soberano,
sobre el hambre y el sufrimiento que padece. Le hablaremos
de lo bueno y generoso que ha sido al prodigarnos el sustento
diario, le expresaremos nuestra preocupación por él y el interés
que nos asiste por su vida, y le reiteraremos nuestra gratitud y
lealtad. Luego, le manifestaremos estar dispuestos a entregarle
nuestra propia vida a fin de que satisfaga su hambre, diciéndole:
"Comedme, oh rey y no perezcáis".
—¡Te has vuelto loco, cuervo! —dijeron el lobo y el chacal.
—Confíen en mí —concluyó el cuervo.
Invitaron al camello al recinto del león, y una vez en su
presencia, el primero en hablar fue el cuervo, quien se extendió
en halagos y agradecimientos a su soberano, para terminar
diciendo:
—Nadie está más obligado que nosotros en rescatar tu
vida. Gracias a ti hemos vivido y de ti depende la supervivencia
de nuestra especie. Si pereces, nada bueno espero de la vida.
Nada me es más grato que darte mi propia y pequeña vida.
¡Comedme, oh señor!
Al escuchar estas palabras, dijo el camello:
—Ningún hambre podrá calmar el león comiéndote, tu
cuerpo solo será una breve entrada para el rey.
—Tienes razón —dijeron el lobo, el chacal y hasta el propio
cuervo.
A su turno dijo el chacal:
—Yo si puedo satisfacer el hambre del rey.
—Tu estómago es fétido y tu carne nociva, si el león te
come, el león morirá también —dijo el camello.

172
—Tienes razón —dijeron el lobo, el cuervo y hasta el propio
chacal.
—Yo, en cambio, no soy así —dijo el lobo—. ¡Que el rey
me coma!
—Los médicos han dicho que quien quiera matarse, que
coma carne de lobo con lo cual sufrirá de asfixia —dijo el
camello.
—Tienes razón —dijeron el cuervo, el chacal y hasta el
propio lobo.
Creyó el camello que diciendo lo mismo halagaría al
soberano; y confiando en que los demás le buscarían una
disculpa que lo salvara, tal y como él lo había hecho con ellos,
se adelantó y dijo:
—¡Oh mi rey! Mi carne, en cambio, es agradable,
digestible y suficiente para satisfacer tu hambre. ¡Comedme!
—¡Tienes razón, camello! Has dicho la verdad y mostrado
tu generosidad —dijeron en coro aquellos tres.
Se precipitaron sobre él y lo despedazaron.

173
NACIMIENTO DEL PÁJARO PALABRA
Por Misael Torres
(Colombia)

Esta es la historia del nacimiento del pájaro palabra o


pájaro candela o, como dicen, la memoria de los primeros
tiempos.
Eran los tiempos en que gobernaban en la tierra las fuerzas
naturales y los hombres vivían con el terror en el corazón de
encontrarse con ellas.
Un día, el trueno que habita en las profundidades de la
tierra emergió a la superficie en medio de un ruido ensordecedor
que anunciaba su presencia. Cuando el trueno respiró el viento
fresco de la tarde, vió a la princesa aire que iba con su vestido
de primavera y sus pies de viento jugueteando en las corrientes
de la brisa. El trueno vio a la princesa y se enamoró.
Al instante, brilló en el firmamento, su hermano, el
relámpago, que al ver a la princesa también se enamoró de
ella y, veloz, la agarró por el talle y se la llevó.
El trueno alcanzó a su hermano y se trenzaron en feroz
combate por la posesión de la princesa.
Dijo entonces el trueno:
—Ya está bien de tanta pelea, somos hermanos y no es
bueno disputarse. Llamemos a nuestro hermano mayor el rayo
para que sea él con su consejo quien nos diga que decisión
tomar.
Y descendiendo de su reino de nubes bajó el mortífero
rayo y preguntó cuál era el motivo de congoja que acontecía
el corazón de sus hermanos. Cuando éstos contaron el motivo
de su disputa, mandó el rayo a que la princesa aire se hiciera
presente. Y vino la princesa con su vestido de primavera y sus
pies de viento y cuando el rayo la vio… se enamoró de ella.
Entonces los tres hermanos disputaron en feroz combate
el amor de la princesa y la tierra se llenó de truenos, relámpagos

174
y rayos que hicieron estremecer los corazones más valientes de
los habitantes del planeta.
Dijo entonces la princesa que estaba cansada de tanta
lucha inútil:
—¿Qué pasa con ustedes que se comportan como tontos?
¿Alguno de ustedes me ha pedido mi opinión? ¿No tengo yo
el derecho a elegir?
Los tres hermanos sintieron vergüenza en el corazón y
pusieron fin al combate.
Dijo al fin la princesa:
—Como soy de la estirpe de los dioses puedo convertirme
en tres, una para cada hermano, una sola noche, una sola
vez, y luego me iré al amanecer.
Los tres hermanos estuvieron de acuerdo y la princesa aire
se convirtió en tres.
El trueno se fue a las profundidades de la tierra con su
hermosa acompañante, y tras la montaña brilló el relámpago
inundando de luz los ojos de la amada, mientras el rayo en sus
brazos llevaba a la tercera, ascendiendo a su lecho de nubes.
Al amanecer la princesa fue una y se marchó llevando en
su vientre el fruto de los tres.
De esta unión nació el pájaro palabra o pájaro candela
que incendia de esperanza los corazones de los hombres.

175
TEZCATLIPOCA, LA MÚSICA, EL CANTO Y EL BAILE
Por Giovanna Cavassola 31

Las leyendas nos cuentan cómo nuestros antepasados


creían que se había creado el mundo y las cosas que
conocemos. Tezcatlipoca era un dios muy especial, su madre
había parido el mismo día a cuatro hijos, él había nacido último
y tan a prisa que había perdido un pie al nacer y en su lugar le
habían puesto un espejo de obsidiana, el espejo humeante
donde se podían contemplar el pasado, el presente y el futuro,
donde quien se mirara podía ver su alma. Tenía el don de ser
invisible, de leer el pensamiento de los hombres, era el señor
de la noche y el creador de fantasmas.
En el principio de los tiempos los dioses crearon todo lo
que vemos: los árboles, las nubes, el maíz... Estaban sentados
en el gran juego de pelota y cada uno lanzaba su palabra:
"Que broten las flores, que crezca la milpa, que surjan las
montañas...", y en cuanto las nombraban aparecían... y cuando
terminaron miraron lo que habían hecho y consideraron que
estaba bien hecho. Pero no todos estaban conformes.
—Nononó —dijo el dios Tezcatlipoca—, falta algo.
Sorprendidos los dioses lo miraron
—Asómense, vean, —insistió Tezcatlipoca— los hombres
están trabajando la milpa, las mujeres muelen el nixtamal y
hacen las tortillas, los niños van a recoger la leña y traen el
agua del manantial, los ancianos atizan el fuego… pero les
falta algo importante, una razón para alegrarse, para juntarse,
para convivir, ¡les falta la música!
—Pepepepepero, Tezcatlipoca —dijeron los dioses
alborotados—, sabes bien que los músicos y los instrumentos
musicales están encerrados en la casa del sol y nadie puede
sacarlos de ahí.

31 Versión original de la autor basada en una Leyenda Azteca.

176
—Déjenmelo a mí —dijo el dios Tezcatlipoca—, y llamó a
un muchacho a quien le dijo lo que tenia que hacer. El
muchacho un poco asustado, porque no todos los días nos
habla un dios, escuchó con atención.
Al día siguiente, al amanecer, el muchacho emprendió el
camino como se lo había señalado el dios, rodeó la gran laguna
donde se reflejan los volcanes, pasó entre el Popocatepetl y el
Ixtacihuatl y llegó al altiplano. Caminó y caminó, empezó a
bajar entre árboles milenarios, helechos gigantescos y flores
de vainilla. Cruzó ríos enormes brincando de una piedra a un
tronco y por fin llegó a la orilla del mar. Era la primera vez que
veía el mar.
—¡Qué hermoso y qué susto! Pero, ¿cómo podré cruzarlo
para llegar a la casa del sol?
Sin embargo Tezcatlipoca invisible lo estaba acompañando
y le susurró al oído una canción:
—Allá voy, allá voy, a la casa del sol...
En cuanto el muchacho empezó a cantar aparecieron todos
los animales marinos que se puedan imaginar. Los animales
marinos entrelazaron sus cabezas, aletas, colas, caparazones,
y formaron un gran puente vivo para que el muchacho
caminara. De un lado veía un abismo y del otro también. Tenía
miedo, pero tenía una misión que cumplir, así que volvió a
cantar:
—Allá voy, allá voy, a la casa del sol...
Cuando el sol lo vio se le enmarañaron los rayos de furia:
—¡Qué haces aquí! ¡Aquí no pueden venir los mortales
como tú!
El muchacho le contó su misión, pero el sol se puso aún
más furioso.
—¡Que quéeeee!.. ¡Los músicos y los instrumentos son
míos y no saldrán de aquí nunca!
Entonces el muchacho se puso a cantar:
—Aquí estoy, aquí estoy, en la casa del sol...
Ese canto era tan armónico que el mismo sol estaba
conmovido, pero no quería darse por vencido. Y para que los

177
músicos no lo oyeran les puso tapones de cera en sus oídos.
Sin embargo, con el calor que hacia en la casa del sol los
tapones se derritieron en seguida y los músicos escucharon la
canción del muchacho y tomando cada uno su instrumento
empezaron a salir de la casa. Y por más que el sol trataba con
sus rayos de detenerlos, eran tantos que terminó hecho un
gran nudo. Los músicos fueron saliendo con los huesos de
fraile, el teponaztle, el huehuetl, los palos de lluvia, el caracol,
las flautas, las chirimías, las marimbas y todos los demás
instrumentos que hoy conocemos.
Los músicos caminaron sobre el puente de animales vivos
y tocaron felices, y era tan hermosa su música que ésta fue
llenando el aire hasta llegar a los oídos de los hombres, las
mujeres, los niños y los ancianos, quienes se juntaron en la
playa y sin saber por qué empezaron a mecerse y a mecerse y
a mecerse, y esa fue la primera vez que bailaron.
Desde entonces, para alegrarnos, para juntarnos, para
convivir tenemos la música y el baile, gracias al gran dios
Tezcatlipoca.

178
EL AMOR
Leyenda Cashinahua 32

En la selva amazónica, la primera mujer y el primer hombre


se miraron con curiosidad. Era raro lo que tenían entre sus
piernas.
—¿Te han cortado? —preguntó el hombre.
—No —dijo ella. Siempre he sido así.
El la examinó de cerca. Se rascó la cabeza. Allí había una
llaga abierta. Dijo:
—No comas yuca, ni guanábana, ni siquiera fruta que se
raje al madurar. Yo te curaré. Échate en la hamaca y descansa.
Ella obedeció. Con paciencia tragó los menjunjes de
hierbas y se dejó aplicar las pomadas y los ungüentos. Tenía
que apretar los dientes para no reírse, cuando él decía:
—No te preocupes.
El juego le gustaba, aunque ya empezaba a cansarse de
vivir en ayunas y tendida en una hamaca. La memoria de las
frutas le hacía agua la boca.
—Una tarde, el hombre llegó corriendo a través de la
floresta. Daba saltos de euforia y gritaba:
—¡Lo encontré! ¡Lo encontré!
Acababa de ver al mono curando a la mona en la copa
de un árbol.
—Es así —dijo el hombre, aproximándose a la mujer.
Cuando terminó el largo abrazo, un aroma espeso, de
flores y frutas, invadió el aire. De los cuerpos, que yacían juntos,
se desprendían vapores y fulgores jamás vistos, y era tanta su
hermosura que se morían de vergüenza los soles y los dioses.

32 Versión original de Eduardo Galeano publicada en Memorias del Fuego, Los


Nacimientos. Este es otro de los cuentos más contados por los cuenteros del mundo.

179
EL SOL DE LAS VENADAS PARIENDO
Por Guadalupe Urbina 33
(Costa Rica)

A mi madre, a mi abuela Adelina


y al poder del pueblo maya que
guarda la esencia de las cosas.

Hoy está cayendo una garúa finísima y la sabana despide


un olor a tierra mojada, a tierra caliente. La tierra seca muerta
de sed se deshace, está alegre, por eso suelta ese aroma a
tierra de tierra y a polvo del verano. Es el fin de abril y las
aguas están subiendo. Este es el tiempo de la subida de las
aguas. Los brotes de gramilla pintan bosques diminutos y frescos
que cualquier experto en bonsáis envidiaría. Mi tierra seca
celebra la primera garúa, el polvo llama las aguas que duermen
debajo de la tierra junto a su corazón de fuego y las aguas
comienzan a subir. Me asomo al pozo que hay en medio del
patio y dejo caer el balde. Ahora a la cuerda que sujeta el
balde le sobra más de medio metro entre mis manos. Es el
mes de los arco iris y de las garúas con sol. El agua sube
desde el fondo de la tierra a la superficie y los árboles se llenan
de brotes, es la primavera de la sabana. Un jícaro reverdece y
sus brotes de hojas tienen un verde fosforescente que contrasta
con el sepia corronchoso de la piel del árbol.
Llueve con sol y hay un arco iris. Mi abuela Lina dice que
cuando llueve con sol están pariendo las venadas y que el
agua de su panza riega la tierra para que sigan creciendo las
plantas y siga habiendo pastizales en donde los venados puedan
ocultarse. Por eso hay tanto venado en esta tierra seca y por
eso podemos comer de vez en cuando venado fresco.

33 Basado en el Pop Vuj, el Libro de la Sabiduría Antigua que el pueblo Maya Quiché
nos ha transmitido.

180
También dice la abuela Lina que un día como hoy la
Abuela-Abuelo Shmucané fue a buscar nuestra esencia con
sus ayudantes.
La Abuela Shmucané echó la suerte y el maíz habló, el
maíz quería ser la carne de nuestras madres y padres. La Abuela-
Abuelo tenía que buscar el lugar en donde el maíz crecía.
Cuatro animales que todo lo saben le ayudaron: Yac, el gato
montés que tiene la piel suave y del color de la piedra verde
oscura, el color del musgo. Yac tiene almohaditas en sus patas,
garras finas para subir a los árboles y puede ver muy bien por
las noches. Yac le ayudaba a caminar cuando el sol se ocultaba;
Utiú, el coyote, el más astuto de todos, el más fuerte, el que
parecía un perro con su lomo erizado y que tenía amigos por
todas partes en los caminos también le acompañaba. Utiú
aullaba en medio de la noche preguntando si había peligro
por la ruta. También estaba Quel, la cotorra chocoyita, Quel
es una lora pequeña de un color verde apagado y de plumas
finísimas que puede contarlo todo. Quel iba y venía trayendo
noticias sobre todo lo que ocurría alrededor, de esta manera
Shmucané ya estaba enterada de todo porque Quel, a cambio
de una anona madura regresaba siempre a su lado para
conversar y conversar. El otro ayudante era Hoh el zanate, un
pájaro negro como la piedra de obsidiana, ladrón y
sinvergüenza que aprovechaba el descuido de otros animales
para comerse su fruta y sus semillas. Pero Hoh era feliz viajando
al lado de Shmucané porque ella le daba semillas y lo tenía
comiendo de sus manos, a cambio, Hoh le decía el nombre
de cada una de las plantas que tenían granos y que se podían
comer.
Estos cuatro ayudantes le enseñaron a Shmucané el camino
para llegar a la tierra en donde crecía el maíz. Este lugar era
un pueblo llamado Paxil y Cayalá, el lugar en donde crecían
las mazorcas amarillas y las mazorcas blancas. Cuando llegaron
se llenaron de alegría, porque habían descubierto una hermosa
tierra, llena de mazorcas amarillas y mazorcas blancas,
aguacates y cacao, y de muchos zapotes, anonas, jocotes,

181
nances, matasanos y miel. Había muchos alimentos sabrosos
en aquel pueblo llamado Paxil y Cayalá. Había alimentos de
todas clases, alimentos pequeños y grandes, plantas pequeñas
y plantas grandes. Yac el gato montés, Utiú el coyote, Quel la
cotorra chocoyita y Hoh el zanate le enseñaron el camino un
día con sol mientras llovía.

182
EL PRÍNCIPE CANGREJO
Por Fabiana Costa 34
(Italia)

Había una vez un Rey que tenia una hija muy linda, pero
que no se quería casar. Era una preciosa joven de cabellos
color azabache, piel de terciopelo, y una manera de caminar
que cuando pasaba los pájaros paraban de cantar y las flores
dejaban de crecer. Todos se querían casar con ella, todos la
querían amar, pero ella los rechazaba.
Un día, llegó al castillo un pescador con una cesta, quien
le dijo al Rey:
—Mi señor, mire lo que encontré.
El Rey destapó la cesta y de ella salió un enorme cangrejo
de grandes ojos amarillos y unas increíbles y fuertes tenazas.
—¿Qué le parece el animal, mi señor? ¿Verdad que es
único?
En ese momento, la Princesa entró al recinto y se quedó
conmovida al ver los ojos amarillos de aquel cangrejo.
—Pobrecito —dijo la Princesa—, quiero este animal para
mí, yo lo cuidaré.
El Rey, quien tenía planes culinarios para el cangrejo, no
entendía el capricho de la Princesa, pero, ante su insistencia,
pagó unas cuantas monedas al pescador y ordenó meter al
enorme cangrejo en una bañera. La Princesa pasaba horas y
horas contemplando al animal y acariciándole su caparazón.
Pero un día, sucedió que el animal desapareció de repente
de la bañera y la Princesa se puso histérica: lloraba, gritaba y
rompía cosas. El Rey ordenó buscar inmediatamente al
cangrejo, pero nadie dio razón de éste. Ni siquiera el cocinero
real. Levantaron, movieron, abrieron, rompieron, tumbaron,
quebraron, alborotaron el castillo, pero el cangrejo no apareció.

34 Versión original de la autor basada en una leyenda de Venecia.

183
Ante la inexplicable pérdida, la Princesa se enfermó, dejó
de comer y no paraba de llorar frente a la bañera. El Rey,
preocupado, mandó a llamar a los mejores médicos del reino,
quienes luego de muchos intentos por curarla, dictaminaron:
''Se trata de un mal que no tiene cura''.
Así, pasaron los días y lo único que se escuchaba en el
castillo era el llanto inconsolable de la Princesa.
Pero una mañana, la Princesa vio que se formaba un
remolino adentro de la bañera —que estaba llena de sus
lágrimas—, y también vio que por el remolino se asomaba el
famoso cangrejo.
—¡Es él! —gritó la Princesa—, ha regresado.
La Princesa se metió en la bañera y el remolino la engulló,
conduciéndola a una galería de plantas de colores y luego al
frente de un inmenso palacio submarino rodeado de corales.
La Princesa miraba extasiada el paisaje y no lo podía creer.
De pronto, se abrieron las puertas de aquel palacio y apareció
una hermosa hada cabalgando un enorme cangrejo de ojos
amarillos. "Es él", pensó la Princesa. Tuvo el impulso de nadar
hacia el cangrejo, pero sus cabellos se le habían enredado
entre los corales.
El hada hizo un pase mágico y el caparazón del cangrejo
se abrió dejando salir a un hermoso joven de largos cabellos
negros y ojos color de miel.
—Ahora entiendo mi obsesión por aquel cangrejo —dijo
la Princesa—, es un Príncipe encantado.
El hada hizo otro pase mágico y apareció una mesa repleta
con los manjares más exquisitos jamás degustados. Mientras
aquellos dos comían, la Princesa logró liberarse con ayuda de
unos peces que se comieron los corales que la sujetaban.
Entonces nadó con sigilo y se escondió adentro del caparazón
del cangrejo.
Cuando terminaron de comer, el hada hizo otro pase
mágico y el Príncipe regresó al interior del caparazón,
encontrándose con la Princesa escondida.

184
—¡Estás loca! ¡Qué haces aquí! Si el hada nos ve, nos
mata a los dos.
—Quiero liberarte del encantamiento.
—No es posible —dijo el Príncipe—, para eso tendrías
que estar dispuesta a morir por mí.
—Pues moriré, si es preciso —dijo resuelta la Princesa.
—¿Tú?
—Si, dime lo que debo hacer y lo haré.
—Regresa a la superficie y busca un arrecife en forma de
ángel. Cuando lo encuentres te pones a cantar, que de
inmediato el hada aparecerá y te dirá: ''Sigue cantando joven
hermosa, sigue cantando''. Entonces tú le contestarás: "Seguiré
cantando si me regalas la flor que llevas en tu cabeza''. Esa es
la flor de mi vida y si la obtienes, entonces, seré libre.
Y así lo hizo la Princesa. Al día siguiente, la bella joven fue
hasta donde estaba el arrecife en forma de ángel y se puso a
cantar. El viento jugaba con sus cabellos y transportaba aquella
suave melodía al interior del mar. El hada apareció, y, tal y
como lo dijo el Príncipe, suplicó:
—Sigue cantando joven hermosa, sigue cantando.
Entonces, ella le pidió la flor que tenía en su cabeza y el
hada se la arrojó. Pero el mar estaba enloquecido por el mágico
canto de la Princesa y se llevó consigo la flor, que desapareció
entre las olas.
La Princesa, desesperada, se lanzó a las turbulentas aguas
tratando de alcanzarla, y en ese mismo instante el mar se
apaciguó y puso la flor en el regazo de la bella joven. En ese
momento, sobre una pequeña ola, apareció el Príncipe cangrejo
que ya no era cangrejo, pues se había liberado de aquel
caparazón y del encantamiento del hada. Ahora estaba
encantado de la Princesa que lo liberó, con quien vivió feliz
para siempre.

185
EL PICAPEDRERO
Cuento popular

Había una vez, hace muchos años, un reino muy bonito


donde la gente era muy feliz. Los Reyes vivían en un castillo de
piedra muy grande que estaba junto a un bosque y un lago de
tranquilas aguas azules donde se podía pescar y pasear en
barca. Cerca de allí había una gran montaña.
La hija de los Reyes que se llamaba Margarita y que es la
Princesa de este cuento, salía todos los días a dar un paseo
por los alrededores del castillo.
Un día conoció a un picapedrero llamado Pedro que
trabajaba en la cantera que estaba en la falda de la montaña.
Margarita y Pedro se enamoraron, se prometieron amor eterno
y decidieron casarse.
Cuando el Rey se enteró que su hija quería casarse con
Pedro se enfadó muchísimo y exclamó:
—¡Mi hija no puede casarse con un simple picapedrero!
¡La Princesa debe casarse con el ser más poderoso del Universo!
Entonces el Rey mandó llamar a todos los sabios de su
reino y les pidió que le dijeran quién era el ser más poderoso
del Universo. Los sabios se encerraron en una habitación del
castillo durante siete días y siete noches, y pensaron y pensaron,
hasta que concluyeron que el Sol era el ser más poderoso del
Universo, porque con sus rayos nos ilumina y nos da la energía
necesaria para la vida.
—Tienen razón, dijo el Rey, el Sol es el ser más poderoso
del Universo. ¡Que venga el Sol!
El Sol llegó y el Rey le dijo:
—Te he mandado llamar porque me han dicho que tú
eres el ser más poderoso del Universo, y quiero que te cases
con mi hija, la Princesa Margarita.
El Sol sonrió y le contestó al Rey:
—Majestad, muchas gracias por el ofrecimiento. Sería para
mí un honor casarme con su hija. Pero hay alguien que es más
poderoso que yo.
186
—¿Quién puede ser más poderoso que el Sol? —preguntó
el Rey.
—La Nube, contestó el Sol, porque cuando se me pone
delante no deja pasar mis rayos.
—Entonces, que venga la Nube —dijo el Rey.
La Nube llegó y el Rey le explicó:
—Nube, te he mandado llamar porque me han dicho que
tú eres el ser más poderoso del Universo, así que quiero que te
cases con mi hija, la Princesa Margarita.
La Nube le contestó:
—Por mí estaría encantado de casarme con la Princesa.
Pero hay alguien que es más poderoso que yo.
—¿Quién puede ser más poderoso que la Nube?
—preguntó el Rey.
—El Viento —contestó la Nube—, porque cuando sopla
me mueve con facilidad de un sitio para otro.
—Entonces que venga el Viento —dijo el Rey.
Cuando llegó el Viento, el Rey le contó:
—Viento, te he mandado llamar porque me han dicho
que tú eres el ser más poderoso del Universo, y quiero que te
cases con mi hija, la Princesa Margarita.
El Viento le contestó:
—Majestad, muchas gracias. Estaría complacido de
hacerlo, pero hay alguien que es más poderoso que yo.
—¿Y quién puede ser más poderoso que el Viento?
—preguntó el Rey.
—La Montaña —contestó el Viento—, porque aunque
sople con todas mis fuerzas no la puedo mover ni un centímetro.
—Entonces que venga la Montaña —solicitó el Rey:
Pero la Montaña no podía moverse, así que el Rey tuvo
que ir hasta la Montaña —como Mahoma— y esto le dijo:
—Montaña, he venido hasta aquí porque me han dicho
que tú eres el ser más poderoso, y quiero que te cases con mi
hija, la Princesa Margarita. La Montaña le contestó:
—Majestad, qué más quisiera que casarme con la Princesa
Margarita, pero hay alguien que es más poderoso que yo.

187
Y dijo el Rey muy enojado:
—¿Quién puede ser más poderoso que la Montaña?
—El picapedrero —contestó la Montaña—, porque todos
los días me arranca un trocito de mi cuerpo para hacer piedras.
Entonces el Rey comprendió que todos los seres, por
insignificantes que parezcan, son importantes, y permitió a su
hija que se casara con el picapedrero Pedro. Y fueron felices.

188
LAS AVENTURAS DE POLLO TICO
Cuento popular 35

Cierto día Pollo Tico salió de su casa para asistir a la boda


de su Tío Perico. Iba muy elegante y limpiecito, con sus plumas
amarillas y su reluciente pico. Caminando, caminando, el
hambre lo invadió y sin pensarlo dos veces del suelo una semilla
recogió.
¡Pero qué horror! ¡Su reluciente pico se ensució!
Entonces Pollo Tico le pidió a Hierba que le limpiara el
pico, pero Hierba le dijo: —No quiero Pollo Tico.
Pollo Tico se enfadó y fue hasta donde Oveja y esto le
pidió: —Oveja, cómase a Hierba que no quiere limpiarme el
pico para poder ir a la boda de Tío Perico.
—Lo siento Pollo Tico —dijo Oveja—, pero acabo de
comer.
Pollo Tico buscó a Lobo y esto le solicitó: —Lobo, cómase
a Oveja que no quiere comer a Hierba que no quiere limpiar
mi pico para poder ir a la boda de Tío Perico.
Lobo estaba durmiendo y de mala gana se negó.
Pollo Tico fue hasta donde Perro: —Perro, persiga a Lobo
que no quiere comer a Oveja que no quiere comer a Hierba
que no quiere limpiarme el pico para poder ir a la boda de Tío
Perico.
Perro estaba jugando y ni siquiera lo escuchó.
Pollo Tico buscó a Palo: —Palo, péguele a Perro que no
quiere perseguir a Lobo, que no quiere comer a Oveja que no
quiere comer a Hierba que no quiere limpiarme el pico para
poder ir a la boda de Tío Perico.
Pero Palo le dijo que hacía mucho tiempo que había hecho
las paces con Perro.
Pollo Tico fue hasta donde estaba Fuego: —Fuego queme
a Palo que no quiere pegar a Perro que no quiere perseguir a

35 Versión del Editor.

189
Lobo, que no quiere comer a Oveja que no quiere comer a
Hierba que no quiere limpiarme el pico para poder ir a la
boda de Tío Perico.
Fuego le dijo que estaba muy tranquilito y que no le haría
el favor.
Pollo Tico buscó a Río: —Río, apague a Fuego que no
quiere quemar a Palo que no quiere pegar a Perro que no
quiere perseguir a Lobo, que no quiere comer a Oveja que no
quiere comer a Hierba que no quiere limpiarme el pico para
poder ir a la boda de Tío Perico.
Río se rió, pues iba feliz de vacaciones hacia el mar.
Pollo Tico fue hasta donde estaba Vaca: —Vaca, bébase
a Río que no quiere apagar a Fuego que no quiere quemar a
Palo que no quiere pegar a Perro que no quiere perseguir a
Lobo, que no quiere comerse a Oveja que no quiere comer a
Hierba que no quiere limpiarme el pico para poder ir a la
boda de Tío Perico.
—Muuuuuuuy bonito —dijo Vaca—, ¿acaso tengo la panza
tan grande para beberme a Río?
Pollo Tico buscó a Cuchillo: —Cuchillo, mata a Vaca que
no quiere beber a Río que no quiere apagar a Fuego que no
quiere quemar a Palo que no quiere pegar a Perro que no
quiere perseguir a Lobo, que no quiere comer a Oveja que no
quiere comer a Hierba que no quiere limpiarme el pico para
poder ir a la boda de Tío Perico.
—Ahora no tengo filo —le dijo Cuchillo.
Pollo Tico fue hasta donde Hombre: —Hombre, rompe a
Cuchillo que no quiere matar a Vaca que no quiere beber a
Río que no quiere apagar a Fuego que no quiere quemar a
Palo que no quiere pegar a Perro que no quiere perseguir a
Lobo, que no quiere comer a Oveja que no quiere comer a
Hierba que no quiere limpiarme el pico para poder ir a la
boda de Tío Perico.
Hombre estaba acostado en una hamaca durmiendo la
siesta y ni siquiera se despertó.

190
Pollo Tico buscó a Muerte: —Muerte, lleva a Hombre que
no quiere romper a Cuchillo que no quiere matar a Vaca que
no quiere beber a Río que no quiere apagar a Fuego que no
quiere quemar a Palo que no quiere pegar a Perro que no
quiere perseguir a Lobo, que no quiere comer a Oveja que no
quiere comer a Hierba que no quiere limpiarme el pico para
poder ir a la boda de Tío Perico.
—Estoy cansada de tanta muerte y no quisiera ver un
muerto más —le contestó Muerte.
Por último, Pollo Tico desesperado fue a buscar a Dios,
como último recurso, y esto le pidió: —Dios, envía a Muerte a
buscar a Hombre que no quiere romper a Cuchillo que no
quiere matar a Vaca que no quiere beber a Río que no quiere
apagar a Fuego que no quiere quemar a Palo que no quiere
pegar a Perro que no quiere perseguir a Lobo, que no quiere
comer a Oveja que no quiere comer a Hierba que no quiere
limpiarme el pico para poder ir a la boda de Tío Perico.
Entonces Dios envió a Muerte a buscar a Hombre, pero,
esta vez, Hombre quiso romper a Cuchillo, y Cuchillo quiso
matar a Vaca, y Vaca quiso beber a Río, y Río quiso apagar a
Fuego, y Fuego quiso quemar a Palo, y Palo quiso pegar a
Perro, y Perro quiso perseguir a Lobo, y Lobo quiso comer a
Oveja, y Oveja quiso comer a Hierba, y Hierba le limpió el
pico al Pollo Tico, y éste pudo ir muy elegante y limpiecito a la
boda de su Tío Perico.
Cuentan que en la boda de Tío Perico, el Pollo Tico más
de cinco ponches bebió, y de camino de regresó por un
barranco de descalabró, y de su lustroso pico muy poco quedó,
y colorín colorado este cuento acabó.

191
TRES CHICOS
Por Vicente Cortés 36
(España)

Esto era una vez tres chicos digodicos, delasalacapoticos,


pimpoladicos que se fueron a cazar, y cazaron una liebre
digodiebre, delasalacapotiebre, pimpoladiebre. Con la liebre
digodiebre, delasalacapotiebre, pimpoladiebre volvieron al
pueblo digodueblo, delasalacapotueblo, pimpoladueblo
entraron a un restaurante digodante, delasalacapotante,
pimpoladante y le dijeron a la dueña, digodueña,
delasalacapotueña, pimpoladueña:
—Señora dueña (fórmula del trabalenguas) ¿nos puede
cocinar esta liebre (fórmula del trabalenguas) mientras nos
aseamos?
—Sí, sí chicos(..) ir y dentro de una hora(..) volvéis.
Los tres chicos(..) se fueron y a la hora(..) volvieron, se
sentaron a la mesa(..) y se comieron toda la liebre(..). Entonces
dijo la dueña(..)
—¿Estaba buena la liebre(..)?
—¡Claro que estaba buena(..), si casi nos comemos los
huesos(..)
—Ja, ja, ja —rió la dueña— os he engañado(..) os he
dado un gato(..) en lugar de la liebre(..)
De ahí el dicho: Darte gato por liebre.
—¿Qué nos ha dado un gato(..) en lugar de la liebre(..)?
¡¡Tome, tome y tome!!
Y los tres chicos(..) le dieron unos cuantos tortazos(..) y la
señora(..) cayó al suelo(..). Parecía que estaba muerta(..) pues
no se movía nada, nada, nada. Entonces los tres chicos(..)
intentaron despertarla echándole agua(..), tierra(..), le hicieron
cosquillas(..) y le pasaron una cerilla(...) por los ojos(..); pero

36 Cuento popular. Para que tenga sentido, siempre que aparezca (..) se debe hacer
la fórmula del trabalenguas enunciada al principio del cuento.

192
no despertó. Y se fueron a ver si encontraban a alguien que les
ayudara a despertar a la dueña(..). Encontraron a un fraile(..)
y le pidieron:
—Señor fraile(..) ¿nos puede ayudar a despertar a la
señora(..) que nos ha dado un gato(..) en lugar de la liebre(..)?
—No, no y no chicos(..) no os ayudaré a despertar a la
señora(..) que os ha dado un gato(..) en lugar de la liebre(..)
—¿Qué no? Ya verá usted.
Y le pegaron veinte tortazos(..) que le hicieron caer al
suelo(..) y quedando el fraile (..) como muerto(..)
—El señor fraile(..) está muerto(..)
Pero no estaba muerto, porque el corazón(..) le latía(..).
Para despertarlo hicieron lo mismo, lo mismo que con la señora
dueña(..) es decir: echarle agua(..), tierra(..), le hicieron
cosquillas(..) y le pasaron por los ojos(..) una cerilla(..). Pero
no despertó el fraile(..) y se fueron a buscar a alguien que les
ayudara a despertar a la dueña(..) y al fraile(..). Caminando(..)
pronto encontraron a un frailón(..) que venía rezando(..) y le
dijeron:
—Señor frailón(..) nos podría ayudar a despertar al fraile(..)
y a la dueña(..) que nos ha engañado y nos ha dado un gato(..)
en lugar de una liebre(..)
—No, no, no os ayudaré a despertar al fraile(..) ni a la
dueña(..) que os ha dado un gato(..) en lugar de la liebre(..)
—¿Qué no nos ayudará? Pues tenga unos cuantos
tortazos(..)
Ufff, no cae este frailón(..) alguien de los aquí presentes
¿me puede echar una mano?... (pregunta al público) Pues si
no, no puede continuar el cuento. Además tienen la oportunidad
de poder pegarle unos cuantos golpes a un miembro del clero
sin ninguna(..) consecuencia posterior.
Y después de los palos el frailón(..) cayó al suelo y parecía
muerto, pero no estaba muerto, pues el corazón(..) le latía(..);
así que le hicieron lo mismo lo mismo que anteriormente le
habían hecho a la dueña(..) y al fraile(..). Le echaron agua(..),
tierra(..), le hicieron cosquillas(..), le pasaron una cerilla por

193
los ojos(...) y que no despertaba. A ver querido publico, ¿alguna
propuesta para despertar a los apaleados(..)?
Como no despertaron se fueron en busca de ayuda, y en
la primera esquina(..) encontraron a un frailín(..) y le
preguntaron:
—Señor frailín(..) ¿nos podría ayudar a despertar al
frailón(..) y al fraile(..) y a la dueña(..) que nos ha dado un
gato(..) en lugar de una liebre(..)?
—No, no, y no. No os ayudaré a despertar al señor
frailón(..) ni al señor fraile(..) ni a la dueña(...) que os ha dado
un gato(..) en lugar de la liebre(..)
—¿Qué no? Pues ya verá.
Le pegaron uno, dos, tres, cuatro palos al señor frailín(..) y
éste cayó a tierra(..) como le había ocurrido anteriormente al
frailón(..) y al fraile(..) y a la dueña(..) que les había dado un
gato(...) en lugar de la liebre(..)… Por favor, queridos oyentes
¿cuántos frailes han pasado por el cuento(..)?
—Tres (responde alguien del público)
—¿Tres?...pues levanta el culo que lo tienes al revés.

194
ROMANCE DE LA INFANTICIDA
Romance español 37

Más arribita de Burgos


hay una pequeña aldea
donde vive un comerciante
que vende paños y sedas.

Tiene una mujer bonita,


valía más que fuera fea,
tiene un hijo de cinco años
la cosa más parlotera.

Todo lo que pasa en casa


a su padre se lo cuenta;
su padre, por mas quererle,
en las rodillas le sienta.

Ven aquí tú hijo querido,


ven aquí mi dulce prenda,
quiero que todo me digas,
en esta casa quién entra.

Padre de mi corazón,
el alférez de esta aldea,
que llega todos los días
y con mi madre conversa.

Con mi madre come y bebe,


con mi madre pone mesa,
con mi madre va a la cama
como si usted mismo fuera.

37 Versión de Matías Tárraga.

195
A mí me dan un ochavo
pá jugar a la rayuela
y yo como picarzuelo
me escondo tras de la puerta.

Mi madre estaba mirando


y me dijo que me fuera;
deja que venga tu padre
que te va a arrancar la lengua.

Mal le ha sentado al señor


el que aquello se supiera,
después ha salido a un viaje
de siete leguas y media.

Un día, estando jugando


con los niños de la escuela,
ha ido a buscarlo su madre,
a peinar su cabellera.

Ha cuarteado su cuerpo,
lo ha tirado en una artesa
y el peinado que le ha hecho
fue cortarle la cabeza.

La coloca entre dos platos


y al alférez se la entrega.
Señora se les castiga,
pero no de esa manera;
haberle dado cuatro azotes
y haberle echado a la escuela.

Tras de tiempos llegan tiempos


y el marido ya regresa;
ella ha salido a buscarlo
y lo ha encontrado en la puerta.

196
Entra maridito, entra,
que te tengo una gran cena:
los sesitos de un cabrito,
las agallas y la lengua.

Qué me importa a mí de eso,


qué me importa de la cena,
te pregunto por mi hijo
que no ha salido a la puerta.

Entra maridito, entra,


por tu hijo nada temas,
que le di pan esta tarde
y se fue pá casa de su abuela.

Como cosa de chiquillos


está jugando con ella.
Se pusieron a cenar
y oye una voz que le suena:

Padre de mi corazón
no coma usted de esa cena,
que salió de sus entrañas
y no es justo que a ellas vuelva.

Se ha levantado el señor,
la busca de su hijo empieza,
lo ha encontrado cuarteado,
metidito en una artesa.

La ha agarrado de los pelos,


barre la casa con ella
y después de golpearla
a la autoridad la entrega.

Unos dicen que matarla,


otros lo mismo con ella,
otros dicen que arrastrarla
de la cola de una yegua.

197

También podría gustarte