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Una Introducción a la Ciencia Divina – Por: W. John Murray Pág.

Una Introducción a
la Ciencia Divina
Por:

W. John Murray

Selección de textos:
Northwoods Spiritual Resource Center

Traducido del inglés por:


Wilfredo J. Césare

Todos los derechos reservados de esta edición en español


© Diciembre de 2007, por Wilfredo J. Césare

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traductor, ninguna flexibilidad de las leyes nacionales e internacionales sobre copyright. Este libro está destinado
exclusivamente al uso individual de los estudiantes y simpatizantes de la Ciencia Divina y del Movimiento del
Nuevo Pensamiento.
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Una Introducción a la Ciencia Divina – Por: W. John Murray Pág. 2

ÍNDICE

Presentación …...…………………….………………………. p. 3

Ciencia Divina ……………………….………………………. p. 4

Dios y la Salud ……………………..………………………… p. 7

La Conciencia de la Opulencia ……………………………… p. 9

Luz Eterna ……………………….………………………….. p. 12

La Oración ……………………..……………………………. p. 14

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Presentación

Nos es muy grato presentar, por primera vez, para el público de habla hispana, un
texto de la autoría del Reverendo W. John Murray (1865-1925), un destacado Ministro de
la Ciencia Divina en los inicios del siglo XX. Esta obra tiene el propósito de ofrecer un
primer acercamiento a las enseñanzas de la Ciencia Divina.

Esta pequeña obra fue originalmente editada en inglés por el Northwoods Spiritual
Resource Center, recogiendo algunos pasajes de distintos libros escritos por el Rev.
Murray, que fueron publicados entre 1917 y 1927.
El Northwoods Spiritual Resource Center es un reconocido y prestigioso Ministerio
independiente de Ciencia Divina y del Nuevo Pensamiento, con sede en Wisconsin
(Estados Unidos), con el cual nuestro Centro de Recursos de la Ciencia Divina de Lima-
Perú mantiene estrechos lazos de hermandad y cooperación.

John Murray fue ordenado Ministro de la Ciencia Divina por la co-fundadora de


nuestra iglesia, la Rev. Nona L. Brooks. El Rev. Murray fundó en 1906, en la ciudad de
Nueva York, la Iglesia del Cristo Sanador, la misma que en 1917 fue formalmente
incorporada a la Ciencia Divina, cambiando su nombre al de Primera Iglesia de la Ciencia
Divina de la ciudad de Nueva York.
El Rev. Murray convocaba a multitudes a sus conferencias y sermones. Durante sus
años de servicio ministerial, muchísimas vidas fueron sanadas e iluminadas por medio de
sus inspiradas palabras y oraciones. El Rev. Murray sirvió como Ministro de la Ciencia
Divina hasta 1925, año en el que realizó su transición. Posteriormente, el Rev. Emmet Fox
asumió el ministerio en la iglesia fundada por el Rev. Murray.
Esperamos que esta breve obra en español, pueda ahora inspirar las vidas de los
estudiantes y simpatizantes hispanohablantes de la Ciencia Divina y del Nuevo
Pensamiento.

Lima, Diciembre del 2007

Wilfredo J. Césare
Centro de Recursos de la Ciencia Divina de Lima-Perú

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Ciencia Divina

La Ciencia Divina enseña que la Vida es continuidad, que ella procede de la Vida
Divina, la cual es el Bien en todas sus manifestaciones; enseña que sólo existe un Poder, al
cual nosotros llamamos Dios; que el mal no existe, excepto aquél que es hecho por el
hombre, y que el propósito Divino es el de expresar el gozo de la vida.

La Ciencia Divina enseña la ciencia del desarrollo de la divinidad que existe en todo
ser humano.
Ella enseña que el estado normal del hombre es el de la salud en abundancia, con
todas las posibilidades de logro y de realización, asegurándose así una total y completa
expresión de todo el Bien que existe dentro de cada individuo y asegurando una cantidad
suficiente de Provisión1.
Ella enseña que esta condición de felicidad es posible para todos aquellos que
cambien sus hábitos de pensamiento, que cambien la actitud de su alma y que, así, entrando
en armonía con la Ley Divina, dirijan las fuerzas de la vida dentro de los canales correctos
y atraigan todo el bien de la central del Bien, que es Dios.

La Ciencia Divina enseña que por medio del estudio y de la reflexión sobre las
cosas que hizo Jesús y siguiendo las instrucciones que Jesús dio a sus seguidores, nosotros
podemos desarrollar la conciencia del Cristo y hacer las cosas que hizo Jesús.

Jesús enseñó la gran verdad de que Dios no es una deidad remota, sino que Él está
dentro de nosotros. Jesús proclamó: “Mi Padre y yo somos uno”, y su plegaria fue: “Que
todos ellos puedan ser uno; así como Tú, Padre en mí y yo en Ti, que ellos también sean
uno en nosotros”2. Y el prometió a cambio de amarlo a él que “el Padre te amará y nosotros
vendremos a ti y habitaremos en ti”3. La verdad del constante cumplimiento de esta
promesa está en el corazón mismo de la religión de Cristo. Pero el énfasis no ha sido puesto
en esta enseñanza.

Pese a que Jesús trajo este Nuevo Pensamiento para el mundo –el pensamiento de la
existencia interior del Espíritu Eterno dentro del alma humana– la raza humana regresó
hacia el Viejo Pensamiento de un dios lejano, remoto e inaccesible, cuyo interés en nuestros
asuntos cuestionamos y cuya presencia no pretendemos entender, salvo en un sentido
académico.

1
Nota del Traductor (N. T.): En el Nuevo Pensamiento, el concepto de “Provisión” puede ser entendido como
el abastecimiento de todos los bienes materiales y espirituales que sean necesarios para cubrir todas las
necesidades y deseos de una persona, quedando siempre un excedente.
2
N. T.: Cita bíblica del Evangelio de Juan, 17: 21.
3
N. T.: Cita bíblica del Evangelio de Juan, 14: 23.

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El dios en el que se nos han enseñado a creer es el antiguo dios tribal de los hebreos,
un dios enojado, irascible y vengativo; un descomunal y enorme Hombre-Dios patriarcal,
que vive en los cielos sentado en un trono y rodeado por ángeles tocando harpas y
ofreciendo incienso. El cielo en el que se nos han enseñado a creer es el concepto oriental
de un palacio supra-terrenal, con paredes de jaspe y ónice, en una magnificente ciudad con
calles de oro. Dios ha sido concebido como un Gran Rey que habita con poder y majestad,
muy lejos y por encima de nosotros, dispensando favores y castigos, tal como uno de los
grandes monarcas terrenales del pasado, que con una mano hacía concesiones
generosamente y que con la otra infligía castigos.

Jesús no describió así a Dios. Jesús declaró que Dios es Amor y que Él no deseaba
la muerte de un pecador, sino que este se convirtiera y viviera. ¿Convertido, cómo? ¿En
alguna forma de religión? Ciertamente, no nos dijeron eso. Pero nos dijeron que
“conversión” significa la conversión de la mente, de los falsos ideales hacia la Verdad. Dios
desea que el pecador se convierta o cambie o se transforme, en su mente; para que después
de dejar de seguir los placeres de los sentidos, empiece a ver el gozo del Espíritu, y para
que viva, más que para que muera. Y si vive, entonces que viva en salud, gozo, paz y amor.

Las iglesias nos dicen cómo debemos prepararnos para morir más que cómo
debemos prepararnos para vivir. Ellas han trabajado para que guardemos nuestros ojos para
la Nueva Jerusalén, en la cual podremos ser admitidos luego de morir, siempre que nuestras
vidas hayan sido vividas aceptablemente. Y han hecho que esto sea tan duro de vivir para
nosotros, que millones de personas han encontrado que les es imposible seguirlas en sus
prescripciones y restricciones. Ellas capturaron todo el gozo de la vida.

De esta manera, las iglesias nos han confundido tanto, con sus interminables
mezclas de convenciones morales y de reglas eclesiásticas, con sus dogmáticas insistencias
en creencias y prácticas especializadas, basadas en exagerados énfasis de los textos de las
enseñanzas de Jesús, con sus intolerancias religiosas y sus disputas sectarias, que nosotros
decimos con Mercucio: “Una frustración de argumentos”4. Y nosotros, en la Ciencia
Divina, seguimos nuestras propias interpretaciones de la verdad religiosa, a nuestro modo,
permitiendo que las iglesias nos cuestionen, pero quedando fuera de sus disputas.

Sentimos la fuerte necesidad de regresar a las enseñanzas de Jesús y de recoger el


pensamiento que él implantó en la mente de sus seguidores. Por sobre todas las cosas, Jesús
enseñó a considerar a Dios como un Padre amoroso, como un poder interno del alma de
cada ser humano; como alguien constante, compasivo e interesado en protegernos, que
siempre nos provee de todas las cosas y a quien siempre debemos mirar como si fuéramos
niños pequeños.

4 N. T.: En el texto original el autor cita una frase del personaje Mercucio (o Mercutio), del tercer acto de la
obra “Romeo y Julieta”, de William Shakespeare. Mercucio es el personaje que encarna al mejor amigo de
Romeo. Mercucio se caracteriza por sus intervenciones agudas; es el que critica constantemente a todos,
especialmente a Romeo, a quien aprecia e intenta aconsejar, contrastando su visión crítica con la exagerada
visión romántica de Romeo. La cita original (“A plague on both your houses”) se podría traducir literalmente
como “una plaga sobre tus dos casas”, pero hemos adaptado libremente la cita de la obra de Shakespeare,
conforme a la intención del autor sobre el sentido del uso de esta frase.

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El poder que sostiene el amor, el orden y la armonía de Dios, puede verse en todas
partes, por todo el universo.

La vida que nosotros enseñamos es la Vida Amparada en Cristo, es la de la unión


del alma con Dios, a través de la oración y de la contemplación.

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Dios y la Salud

En todo el mundo, no existe algo tan encarecidamente buscado como la salud. Sin
ella, no puede haber un verdadero éxito en ningún logro de la vida. Es una necesidad
universal porque, sin ella, ni el príncipe ni el campesino pueden ser felices. Cuando el
cuerpo es quebrantado por la enfermedad, el pecador ya no puede pecar tanto, ni el santo
puede elevarse a las alturas celestiales. Sin la salud, aquél que podría pisar el camino de la
fama en la literatura, el arte, la música, la invención o la industria, enfrenta una casi
insuperable barrera.

Es cierto que algunos de nosotros, durante nuestras así llamadas enfermedades, nos
hemos dirigido a Dios en nuestra extrema necesidad; pero la bendición no es que hayamos
estado enfermos casi al borde de la muerte, sino que nos hayamos dirigido a Dios sin ser
forzados a ello. Es lamentable el comentario del hombre promedio que afirma que,
obligado por la enfermedad, hizo aquello que debería hacer naturalmente y sin esfuerzo.

Era costumbre entre los antiguos israelitas el dirigirse a Dios ante la primera
sugerencia de una enfermedad y, si la historia nos lo ha contado correctamente, ellos no
sufrieron las enfermedades que tuvieron los egipcios, para quienes el remedio no era la
Deidad sino las drogas. Está registrado que el rey Asa, cuando le sobrevino la enfermedad,
no se dirigió al Señor sino a los médicos y, consecuentemente, “durmió con sus padres”.

Hacemos primero aquello que deberíamos hacer por último, y hacemos por último
lo que debiera ser primero. Tanto así, que si nos dicen que un enfermo puede ser curado por
un sistema sin drogas, nos llenamos de dudas sobre esto. ¡Arrestamos a los quiroprácticos,
a los osteópatas y a otros, cuyos pacientes fallecen sin usar drogas nocivas, mientras que
otra escuela puede firmar certificados de defunción evitando persecución y procesos por los
casos de pacientes que fallecen usando muchas drogas! En el mismo periódico en el que se
publica un impactante relato de un hombre que falleció sin recibir asistencia médica, usted
encontrará, en la columna de obituarios, una lúgubre colección de quienes fallecieron
recibiendo atención médica. Estos son los hechos que no deberíamos pasar por alto en un
tema tan crucial como el de nuestro bienestar físico.

Como nunca antes, vamos entendiendo que la enfermedad no es una institución


divina, sino que ella obedece a alguna forma de desdicha mental de la persona enferma,
desdicha que puede ser ocultada ante los amigos pero que, sin embargo, existe.

La felicidad y la salud no son bendiciones que puedan ser importadas. Ellas no


pueden ser impartidas desde fuera de una persona; pero si ellas florecen externamente,
deben entonces ser implantadas en lo más profundo del alma humana. Debido a una extraña
tendencia del pensamiento, buscamos fuera de nosotros mismos aquello que solamente
puede ser hallado dentro de nosotros. El enfermo busca la salud en lugares de reposo y el

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santo busca el cielo muy lejos, pero cada uno lleva dentro de sí, todo el tiempo, aquello que
desea.

Al hombre que le preguntó a Jesús cuándo llegaría el Reino de Dios, Jesús le


contestó: “El Reino de Dios llega sin dejarse sentir. Ninguno dirá ‘helo aquí o helo allí’,
porque el Reino de Dios ya está dentro de ti”5. Si aceptamos esto, entonces estamos
obligados a restringir nuestra búsqueda en un área pequeña. En vez de dispersar nuestras
energías y desperdiciar nuestras fuerzas, debemos quietamente entrar en el Silencio y
afirmar: “La Fuerza de Dios es mi fuerza, omnipresente y eterna”. En las profundidades de
nuestro propio ser encontraremos aquello que tan infructuosamente hemos buscado en otra
parte.

Si la felicidad, la salud y el cielo no están dentro de nosotros mismos como estados


mentales, ellos no estarán en ninguna otra parte. Se dice que en la Nueva Jerusalén no hay
dolor ni llanto, porque “las cosas antiguas ya habrán pasado”6. La Nueva Jerusalén que
proviene del cielo de Dios, no es una ciudad antigua, sino una ciudad rejuvenecida. Aquél
estado del alma humana que puede ser llamado el Reino del Bien o el Reino de Dios, es el
del hombre mientras está en la tierra, aquí y ahora. Es en la condición de la mente en donde
el individuo percibe las cosas que se consideran carnales y temporales, aunque no sean
consideradas como espirituales y eternas.

A través de las edades, los esfuerzos de todos los grandes maestros han estado
dirigidos a liberar la mente de los hombres de la creencia de que la materia es superior a la
mente, permitiendo así que el hombre se levante del polvo y que empiece a darse cuenta,
mientras que vive en la tierra, de los poderes que Dios le ha concedido. Así como la raza
humana estuvo durante siglos en relativa oscuridad, ignorando que vivía, se movía y
respiraba en un latente océano de luz –que hoy llamamos electricidad; de igual manera, el
individuo promedio acepta condiciones casi insoportables porque no se da cuenta de la
interna capacidad de desarrollo ilimitado de su propio ser.

Percibir que la enfermedad no es creación de Dios y saber que no existe ningún otro
creador, es “revestirnos con el poder de lo Alto”7, el cual nos permite tener la idea correcta
sobre nosotros mismos, según la Mente Divina. Este es el comienzo de nuestra curación.
Mientras que el concepto humano sobre sí mismo sea el de un frágil mortal, sujeto al
pecado y a la enfermedad, todas las tendencias de su pensamiento trabajarán para causar
que este concepto se manifieste, para que todo lo que el hombre crea sobre sí mismo se
haga realidad.

5
N. T.: Cita Bíblica del Evangelio de Lucas, 17: 20-21.
6
N. T.: Cita bíblica del Apocalipsis, 21: 4.
7
N. T.: Cita bíblica del Evangelio de Lucas, 24: 49.

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La Conciencia de la Opulencia

La pobreza no es una virtud, tal como algunos príncipes y predicadores nos hicieron
creer. Si lo fuera, entonces ellos habrían cultivado la pobreza para sí mismos y no la
recomendarían para los demás. La pobreza es una enfermedad del intelecto con la que el
hombre tonto se convence a sí mismo de que la prosperidad es para unos pocos. Creer que
la pobreza es un obstáculo insuperable en el sendero de su progreso personal, le roba al
hombre la iniciativa, le agota sus energías y produce precisamente aquellas cosas que él
teme.

El hombre que le teme a la pobreza se ve privado de su coraje natural, de modo que


permanece en un empleo pobremente pagado, hasta volverse demasiado viejo para buscar o
mantener una mejor posición, si pudiera conseguirla. La pobreza (en el pensamiento)
engendra la tacañería y el miedo a la inversión... Es verdad que ciertas inversiones no son
el camino más seguro para el éxito, pero ello sucede con cierto tipo de inversionistas que,
en su codicia, “compran oro” de zalameros charlatanes.

Cuando cierto hombre rico dijo: “La pobreza no es indigna”, lo dijo porque él no
estaba afligido por ella. Pero déjenlo sufrir una sola vez su punzada, que entonces cantará
una melodía diferente. No es muy consolador decir que “Dios ama a los pobres”, a menos
que los pobres puedan ser persuadidos de que existe una salida para ellos, a través del
Amor Divino. La pobreza puede ser totalmente correcta en una obra dramática, pero en un
hogar, es algo completamente distinto y ningún hombre honorable la desea allí. Ella forma
cataratas en los ojos, de tal modo que ningún hombre pueda ver (apreciar) "la bondad de
Dios en la tierra de los vivos"8. Dionisio afirma: "Un espíritu noble y generoso no puede
imaginarse en el pecho del hombre que lucha por su diario pan". El caso de un hombre que
asume la pobreza voluntaria, es algo que sólo le concierne a él; pero la gente íntegra no
debe provocar la pobreza ajena, ni nadie debe aceptarla cono un castigo de la Divina
Providencia.

Existen muchos antídotos recomendados contra el veneno de la pobreza. Entre ellos,


está el ser industrioso, ser honesto y ser ahorrativo; sin embargo, hemos visto que pese a
poseerse todas estas virtudes, existe tanta pobreza, que el corazón se enferma y el espíritu
se rebela contra un sistema que hace que muchos sean pobres y que sólo algunos pocos
puedan ser excesivamente ricos.

No es ningún consuelo para el hombre honesto el decirle que Dios lo está privando
de cosas en esta vida para que él pueda tener otras, en el más allá. Sería mejor buscar otra
explicación racional. Acaso no esta escrito que “ningún bien Él le quitará a quienes

8
N. T.: Cita bíblica del Libro de los Salmos, 27: 13.

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caminen con rectitud”9. Me parece que esto despeja la responsabilidad de nuestro Padre
celestial y que pone las cosas en su lugar.

Todos sabemos que un hombre puede ser muy honesto y que, sin embargo, también
puede ser muy temeroso y aprehensivo con relación al futuro. Hemos visto a hombres muy
honestos que no se atrevieron a desafiarse a sí mismos. Por otro lado, hemos visto a
hombres inmorales que no le temen al futuro, ni a nada, y que han tenido éxito; pero no
hemos sospechado de cuánto temor se ha ejercido sobre un hombre honesto para
mantenerlo en su pobreza, no nos hemos dado cuenta de cuán importante es el factor del
coraje en el éxito del hombre inmoral. No se trata apenas de una cuestión de calidad moral
o de honestidad, sino que se trata de una cuestión de mentalidad. Cuanto más pronto nos
demos cuenta de esto, más pronto dejaremos de atribuirle al cielo los tristes fracasos en la
tierra.

La Nueva Psicología nos asegura que la conquista sobre la pobreza, así como la
conquista sobre la enfermedad, es un asunto del pensamiento, cuando este se pone en
funcionamiento en un plano más elevado que aquél al que normalmente está limitado. La
parquedad de la vieja escuela está dando lugar al pensamiento de la nueva escuela, tanto
que ahora es un error creer que debemos privarnos de cosas y morirnos de hambre durante
nuestra juventud, para poder tener algo en nuestra vejez, la cual puede no llegar nunca. Tal
actitud de la mente es una forma de limitar, inconscientemente, el poder de Dios de
proveernos en nuestras necesidades durante la vejez; como si Dios estuviera parcializado
tan sólo con la juventud, la que finalmente se pierde por sí misma. Si la pobreza está tan
frecuentemente asociada con la vejez, es porque existe una razón psicológica para ello.

Escuche las conversaciones comunes de la gente e inmediatamente le será evidente


que la principal creencia de las personas es que la pobreza y la vejez son hermanas
gemelas. Pareciera que todos estuviéramos imbuidos de la idea de que “debemos guardar
para nuestra vejez”, atribuyéndole el significado de que debemos “hacer planes para ello”.
Tener la costumbre de ahorrar es una cosa, pero ahorrar con la perspectiva mental de la
pobreza en la vejez, es otra, y es algo peligroso. Ahora estamos empezando a entender que
en realidad inducimos en nuestras experiencias aquellas cosas en las que pensamos con
mayor frecuencia.

De todo esto se aprende que existe una ley que gobierna, que “se atrae por
afinidad”. Si un hombre bueno atrae más pobreza y si un malvado hombre rico atrae a la
enfermedad y a la muerte, cada uno según su particular temor, será debido al magnetismo
del pensamiento.

Para el malvado hombre rico que no le teme a la pobreza pero que le teme a la
muerte, le sugeriría que le agregue moralidad a su riqueza. Y para el hombre bueno, pero
que le teme a la pobreza, le sugeriría que le agregue a su honestidad una mayor confianza
en Dios como proveedor de cada una de sus necesidades. Si lo permitimos en nuestras
vidas, el miedo nos dominará en cualquier camino que emprendamos. El miedo fortalece
nuestras debilidades y, al hacerlo, aumenta las probabilidades de que todo vaya en contra

9
N. T.: Cita bíblica del Libro de los Salmos, 84: 11.

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nuestra y de nuestros mejores intereses. En conclusión, le recomiendo que, para obtener las
cosas que usted desea en el mundo del Bien, del Éxito y de la Belleza, “piense en estas
cosas”10.

10
N. T.: El autor parafrasea aquí con un pasaje de la cita bíblica de Filipenses, 4: 8: “Finalmente, amados, en
todo lo que es verdad, lo que es honorable, lo que es justo, lo que es puro, lo que es agradable, lo que es
recomendable, si hay alguna excelencia en ello y si hay alguna cosa digna de alabanza, piensen en estas
cosas”.

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Luz Eterna

Una idea equivocada sobre Dios y el erróneo entendimiento del hombre, son los dos
mayores obstáculos en el sendero del progreso humano en el camino hacia la Verdad. En
tanto que el hombre crea en un Dios personal y antropomórfico que, cuando así lo desea,
distribuye favores para algunos y castigos para otros; en cuanto el hombre crea en un Dios
con el que se puede argumentar, al que se le pueda persuadir, adular y pacificar, según la
ignorancia del hombre, no habrá ningún progreso verdadero.

Con esta falsa idea de Dios la mente humana no puede expandirse hacia la
comprensión de la Infinitud del Espíritu Santo porque, mientras se resista en esta
equivocada idea, el individuo será mantenido en los confines de su propia ignorancia
espiritual.

Conocer correctamente a Dios no se trata de algo que tan sólo concierna a la Vida
eterna, sino que es sentir paz en el presente y vivir con una seguridad consciente. Conocer
correctamente a Dios es saber que Él no es como ha menudo ha sido representado. El
hombre natural, razonando desde una premisa puramente material, no puede conocer a
Dios, “no capta las cosas del Espíritu de Dios, éstas son insensatez para él; no puede
conocerlas porque sólo pueden ser espiritualmente discernidas”11.

Para entender a la Mente que es Dios, debemos tener en nosotros a aquella mente
“que también estaba en Cristo Jesús”. La llave del Reino de Dios, con todo lo que ello
incluye, no es la sabiduría humana sino el entendimiento espiritual. Se requiere la mente del
Maestro para interpretar la misión del Maestro. Más que para morir por la humanidad,
Jesús vino para vivir una vida, en tal conformidad con el Principio Divino, como para que
“todos los hombres creyeran a través suyo”12 en la Divinidad del hombre hecho “a imagen
y semejanza de Dios”.

Espíritu, Alma y Mente son Luz y Sustancia para los ojos que ven; sin embargo,
pocos perciben esta Trinidad en la Unidad. Si se habla sobre la Verdad del Ser para éstos
últimos, ellos dirán “palabras, sólo palabras”. La Verdad amanece gradualmente sobre la
conciencia humana; por tanto, debemos ser pacientes con nosotros mismos y con los demás
en la Gran Búsqueda, la cual es –después de todo– la búsqueda del Alma por la Realidad de
sí misma. Mientras la mente madura bajo los benéficos rayos del Sol Central del mundo
Espiritual, brota la flor y el fruto de una vida que alcanza a Dios.

Aquél que se armoniza con el mundo a través del poder del Espíritu Santo, es
alguien que ha nacido de nuevo. Este Nuevo Nacimiento no es físico, sino metafísico. Es el
nacimiento, en la mente, de la Nueva Idea de la Creación, mediante la cual el hombre se

11
N. T.: Cita bíblica de la Primera Epístola a los Corintios, 2: 14.
12
N. T.: Cita bíblica del Evangelio de Juan, 1: 7.

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convierte en una Nueva Criatura. Si en el pasado el concepto del hombre sobre la creación
era material y se concebía a sí mismo como un vástago de la atracción material y carnal, a
la luz de la Nueva Idea, él verá ahora que la Creación es puramente espiritual y que él
mismo es la Imagen Divina en la Mente de Dios.

El hombre que nace nuevamente se eleva de la región de las ilusiones mentales, que
es en donde la discordia y la enfermedad tienen su único lugar; dentro de ese elevado
estado de conciencia espiritualizada no existe el mal ni el error, allí esas cosas son
imposibles. “Cruzar el río Jordán” no es morir, sino dejar lo material por lo espiritual y
añadirle vida a la vida.

Toda discordia y enfermedad provienen de un falso criterio sobre el hombre.


Deberíamos conocer cuáles son las posibilidades del hombre, es necesario que sepamos lo
que el hombre realmente es. Para emanciparnos a nosotros mismos y a los demás de la
discordia y de la enfermedad, debemos vencer aquello que Juan, el Divino, llamó de “la
soberbia de la vida”. La vanidad física y la vanidad espiritual caminan de la mano; no
puede haber un verdadero desarrollo hasta que no nos deshagamos de nuestros falsos
conceptos y no tengamos la real idea de nosotros mismos como hijos e hijas del Dios vivo.

Este es el amanecer de un Nuevo día. Las cosas antiguas quedarán atrás y todas las
cosas se convertirán en nuevas. El hombre no es el barro grosero. Él es inmortal, porque en
él se encuentra la semilla de la inmortalidad.

El hombre que soy en Cristo, es el mismo ayer, hoy y siempre. Ninguna cumbre ni
abismo, ni las cosas del presente o las que vendrán pueden separar al Hombre Verdadero de
su Creador. Ser consciente de esto es estar consciente de la salud, porque la salud de cada
hombre es Dios.

En Dios, que es la Luz Eterna, contemplaremos al hombre como la Inmutable


Expresión de la Mente Divina. Porque Dios vive, también nosotros vivimos. Porque Dios
está libre de enfermedad, sabemos que la salud perfecta es nuestra. Somos salvados por la
gracia, y la gracia es el conocimiento de la Verdad. Cuando el hombre perciba con su visión
interna esta Verdad, entonces él podrá decir con Jesús, “Mi Padre y yo somos uno”.

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Oración

La historia registra que hace unos trescientos años, inmediatamente después de


haber empezado la era cristiana, le fue acreditada a la oración un valor terapéutico que
antes no había tenido y que no se le ha dado desde entonces13. Los teólogos declaran que
Dios nunca pretendió que la curación espiritual, de la magnitud realizada por Jesús,
ocurriera a través de las edades; que esto fue meramente un método usado para hacer que la
gente entendiera la nueva dispensación. ¿Es esto lo que usted cree?

Cuántas veces se habrá usted consolado a sí mismo, creyendo que quizás no era lo
mejor para usted que gozara de buena salud, o que tal vez no era lo mejor ser libre de las
cadenas de la pobreza, o que quizás era mejor que no disfrute tanto de la vida… ¿Y con ese
concepto de Dios quiere mejorar su condición? En ese caso, otro hombre, sin hacer
absolutamente ninguna oración, estaría perfectamente bien, perfectamente fuerte y
próspero. Usted ora y pide, suplica y gime ante Dios, ¡pero las cosas le resultan como
siempre! Le pregunto: ¿ha tenido usted muchas respuestas a sus oraciones?

Nos han enseñado a orar hacia un Dios lejano, para recibir las bendiciones que nos
llegarían de un lugar ajeno a nosotros mismos, desde un lejano cielo. Queremos que Dios
vierta bendiciones sobre nosotros, dándonos salud, fortaleza y abundancia, pero siempre
creemos que todo esto nos debe llegar desde fuera de nosotros mismos.

Me enseñaron que muchas de las cosas que ocurrirían en mi vida serían el resultado
directo de la voluntad de Dios y me enseñaron que, entonces, debería pedirle a Dios que me
librara o que cambiara algunas de estas cosas. Me enseñaron que si Dios creía que era sabio
y bueno para mí, yo debería estar enfermo, pálido, afligido y sufriendo; que si rezaba
mucho, o que si rezara en la iglesia, conseguiría cambiar la suprema e inmutable voluntad
de Dios y que, entonces, aquello que Dios había planeado para mí, Él ya no lo haría. ¿No es
ridículo que enseñemos en Teología que Dios es inmutable, pero que al mismo tiempo Él
puede cambiar ante una petición persistente? La Biblia misma dice que Dios es inmutable.
Si la voluntad de Dios es que usted y yo debamos enfermar, ¿entonces qué derecho tenemos
de orar contra esto?

Nunca percibí lo absurdo de esto hasta que empecé a estudiar estas líneas, y me di
cuenta de que la voluntad de Dios no es como una veleta que se mueve en todas direcciones
según las peticiones de la gente, sino que Dios es una ley fija e inmutable, y que la ley es el
Amor. No todas las peticiones hechos pueden cambiar la voluntad de Dios. Suplicamos a
Dios para que sea compasivo y misericordioso, cuando no es la naturaleza de Dios ser de
otra forma.

13
N. T.: Tómese en cuenta que los textos del autor son de inicios del siglo XX y que tan sólo a finales de la
década de 1990 se hicieron investigaciones científicas en las que se confirmaron el valor terapéutico de la
oración.

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Una Introducción a la Ciencia Divina – Por: W. John Murray Pág. 15

Jesús adoptó un método muy contrario al que nosotros hemos adoptado. Él


agradeció, de antemano, a Dios por sus bendiciones. Jesús dice, “Todas las cosas que
deseen cuando estén en oración, crean que ya lo han recibido y las obtendrán”14.

En la Ciencia Divina, nosotros no pedimos, no suplicamos; pero esto no significa


que no oremos. Nosotros oramos sin cesar, estamos en constante oración, estamos
afirmando constantemente la omnipotencia, la omnisciencia y la omnipresencia de Dios,
porque esta es la afirmación de la unidad del hombre con su Hacedor. Y considero que ésta
era la oración de Jesús, la afirmación profunda y persistente de la unidad del hombre con
Dios.

Encontramos pocas referencias hechas sobre una oración audible de parte de Jesús.
Sus oraciones eran aquellas silenciosas contemplaciones de la verdad, esos momentos y
horas de silenciosa realización de la presencia de Espíritu Santo operando internamente.
Las oraciones de Jesús eran demasiado grandes para las palabras.

Mis amigos, he aquí una breve manera de definir la diferencia de oraciones entre el
Antiguo y el Nuevo Pensamiento. Uno es suplicante, del tipo peticionario, que le pide a
Dios que no nos haga algo que Él no tiene ninguna idea de hacer; la otra, es la intensa
afirmación del gran hecho triunfante de que Dios es nuestra vida y de que no podemos
morir, de que Dios es nuestra salud y que no podemos estar enfermos. Es la aserción de lo
real por encima de las contrarias apariencias. Es la afirmación de nuestra conexión
indisoluble con todo lo que es el Bien, lo Puro, lo Permanente y lo Inmutable.

A lo largo de las edades hemos vivido, nos hemos movido y hemos respirado en un
océano de Vida, Amor y Verdad Infinitos, y no hemos podido convertirla en manifestación
concreta. Jesús tomó lo invisible, lo utilizó y lo trajo como resultados visibles.

Oremos sin cesar. Afirmemos diariamente nuestra espiritualidad, nuestra fuerza y


nuestra vida. No existamos bajo el sentido de la limitación, sino que alcémonos sobre ella.

En la omnipresencia de Dios, tenemos todo el Bien, y es nuestro eternamente.


Reconozcamos este Bien y aceptémoslo con gratitud.

14
N. T.: Cita bíblica del Evangelio de Marcos, 11: 24.

© Diciembre de 2007, por Wilfredo J. Césare Centro de Recursos de la Ciencia Divina de Lima-Perú

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