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Corporación universitaria minuto de Dios

Asignatura:
Proyecto de vida

Tema:
Cuento, experiencia familiar

Presenta:
Edson Johan Pino Romero
ID: 769541

Docente:
Johanna Patricia Moreno Cortés

Bogotá D.C
2020
Un compartir familiar

Pensar en cuantos momentos gratos he pasado con mi familia, y describirlo en esta actividad,
resultó una bonita experiencia, porque me reconozco como una persona que no recuerda mucho
estos momentos tan fundamentales en la vida, tal vez por el devenir diario y sus ocupaciones o
porque en mi mente algunas imágenes ya no son tan claras.
Sin embargo, relataré uno de los momentos que permanecen en mi memoria. Fue una de las
salidas familiares que hicimos para un enero, el clásico paseo de esta época, luego de las
festividades de navidad y año nuevo, que siempre procurábamos pasar juntos. La fecha no es tan
clara, puedo ubicarla entre el 5 al 10 del primer mes del año, total, esperábamos que todos
estuvieran preparados para la tan anhelada travesía, y era toda una aventura, desde organizar
todas las cosas que deberíamos llevar, alimentos y agua eran los elementos fundamentales ya que
el plan era para pasar hasta 10 días en este lugar.
La salida en el día que aún no tengo claro, iniciaba en la casa de la abuela “Piri“, muchos de sus
hijos, mis tíos, viven cerca, entonces era el punto de encuentro para iniciar el viaje. Algo que
recuerdo muy bien era la acomodación, uno de los carros iba lleno de los víveres, generalmente
conducido por uno de los primos mayores, acompañado de su pareja, los otros carros se dividían
por edades, en uno los primos jóvenes, en otro, los niños y en los otros carros, los adultos que
guiaban toda la aventura.
El destino era la Alta Guajira, exactamente a Nazaret, este es un corregimiento que estaba lejos
de Riohacha, de donde partíamos, recuerdo que en ese tiempo y aún hoy se llega a él por camino
destapado; está ubicado a 5 horas de Uribia, donde acababa el pavimento y empezaba el saltar de
los carros y la polvareda propia del desierto guajiro, que cruzábamos a lo que daban los carros;la
parada obligatoria era a comer algo de lo que se había guardado en el carro de la comida o las
imprevistas idas al baño de más de uno.
El camino era un espectáculo, las planicies desérticas parecían no tener fin, la verdad nunca he
sabido cómo llegamos, sólo se seguían rastros de otros carros y de vez en cuando un retén de
indígenas que se tranzaban con algo de alimento y agua, nos informaban si teníamos que
continuar por esa trocha o regresar y seguir otra; así era hace más de 25 años, así es en la
actualidad. Pero todo era un disfrute, paseo es paseo y el dolor de la incomodidad en esos carros
llenos de gente, era parte de la experiencia, igual no se sentía, hasta que llegábamos.
Del calor y el polvo del desierto, se pasaba luego de tres horas de camino, por otro clima, la
serranía del Perijá se dejaba ver a lo lejos y todo era más verde desde ese momento, ya no solo se
paraba a comer o al baño sin límites, tocaba empujar el carro por que se atollaba en el barro o
tenía que pasar sin gente, por los riachuelos que no eran sino una excusa para mojarse todo y
pasar. Entonces ya no solo íbamos incómodos sino llenos de barro y mojados. Pero de eso se
trataba, nadie se quejaba, y eso lo recuerdo, se compartía durante todo el camino, se pasaba muy
bien.
Al llegar a la ranchería que ocuparíamos por el tiempo que durara el paseo, el recibimiento era de
las cosas más significativas, se sentía el cariño de los familiares que muy poco veíamos y la
alegría de que estuviéramos en su casa, podíamos ser más de 20 personas, igualmente todos
éramos bien recibidos. Los mayores se saludaban, los jóvenes empezábamos un ritual de
presentaciones que cada año teníamos que celebrar, los tíos lejanos se daban a conocer y los
comentarios sobre a quién nos parecíamos eran los más comunes; y por lo general llegaban a
algún parecido con el abuelo Sekundino, esto me gustaba, ya que ahora muy poco recuerdo su
figura, me alegra aún hoy que algo del viejo permanece en mí, en sus hijos, nietos y bisnietos.
Ya terminados todos los pasos de la llegada, tocaba guindar los chinchorros, otra vez las zonas
eran demarcadas por las edades y el compartir se aumentaba, habíamos llegado muy juntos en los
carros, ahora nos acomodábamos en ¨enrramadas¨, otro espacio dispuesto para el compartir, ya
que el colgar nuestros chinchorros quedábamos otra muy cerca. Cabe notar que en esa lejanía no
había luz eléctrica, salvo algunas dos o tres horas en la mañana. Y el frío nocturno le daba toda la
razón al permanecer muy juntos, incluso en los espacios para dormir.
Y así lo pasábamos 10 o más días, generalmente más. Pero quien se acordaba, se estaba bien, que
más queríamos.
Creo que describir cada uno de los momentos compartidos en esta experiencia, las comidas, los
paseos, los sentimientos, superará por mucho el espacio para desarrollar más este cuento sobre un
paseo familiar, por eso me queda por decir que valoro cada una de las experiencias que aún
permanecen en mi mente gracias a estos espacios compartidos en familia, todo me enseñó el
valor que la unidad tiene en medio del desarrollo propio de cada persona, de cada una de las
historias que nos iban distanciado en el tiempo, pero que nunca han podido vencer el amor que se
tiene por los integrantes de la familia, no sólo del núcleo familiar sino de todos los que
conforman esa realidad hermosa de los consanguíneos, de los que llevan parecidos a los que ya
han partido, de los que viven lejos y poco se les visita, pero que siempre nos acogen de la mejor
manera. De los que recordamos y de los que no, pero que sin lugar a dudas hacen parte de lo que
soy, de lo que somos, una familia realizando un paseo en este tiempo y espacio que se nos ha
dado y que llamamos nuestra vida.

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