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Biblioteca Nacional de España


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Lit de J.M.Mateu Biblioteca Nacional de España Ba.t<jui!¡o, 6, Madrid.
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BIBLIOTECA DE ^EL COSMOS »

OBRAS QUE SON PROPIEDAD DE LA CASA Y SE HALLAN DE VENTA


EN LAS PRINCIPALES LIBRERÍAS.

LITERATURA
Aruiiibilot. — Agnes (narración dei RickeiiN.—Días penosos: 2.50,
día): I peseta. RiiniUN. — Paulina y Pascuü Bruno:
AriiionicaH. — La Gioconda (ensayo 3 y 8,50 en tela.
crítico analítico sobre La Gioconda, Riiniam.—Amaut'y : 2,50 y 3 en tela.
óf'ern do . Ponchielli: 0,50. Eea «lo Qu« iras. — El Primo Basilio:
Uarij'íy íi'Aurovilly. —Lo que no dos tomos, 5.
muere: 2,50. Kdiii(»ii(i. — La Leñadora: 2,50.
Relo<.—Loca de amor : 2,50. LuaiiU. — Gabriela de Celestantje: 2,50.
ISeiot.—La Culebra (continuación de lünnory.—El Principe de .Woría; 2,50.
Loca de amor J: 2,50. Keulllet. —¿a Muerta: 2.» ed.: 3.
Bclot.—La» Corbatas blancas: 2,50. Ueu 111et.—Los Amores de Felipe; 2,50.
Belot«—La ea>plotarAón deliecrelo (con­ Uouilict. — Un Matrimnnio en la am-
tinuación de Las Corbatas blancas J : locracia: 2,50.
2,50. Feiiillot. — El Conde Luis de Camor«:
Beiot.—La Pecadora: 2,50 y 5 en tela. 2,50 y 3 en tela.
Bclol.—'Una luna de miel en Monte Car­ Feullloti.—La Novela de un joven po­
io : 3 y 3,50 en tela. bre, 2,50 y 3 en tela.
lííMivIcr.—Las Borgoñas del dia: dos Fcuiliot.—'Eí Viajero: 3 y 3,50 entela.
tomos, 5. Fortunio.—La Virgen de Belem: 2,50.
Cuñi/.o.—Justicia y Providencia: 2,50. OalMiriau.—Matrimonios de aventura:
Clai'ctlc*—Juan Momas : 2,50. 2,50 y 3 en tela.
Cluretie.—iVom; 2,50 y 3 en tela Gaborlaii. —/.0.5 Aom/'ráí de paJa: 2,50
Clui'ctie.—La Fugitiva: 3 y 3,50 en y 3 en tela.
tela. GalM»ria«i.— El dinero de los otros:
Claretic.—La Quei'ida : dos tomos, 2.50 y 3 en lela.
5 y 6 en tela. OalK»rlaii.—El jiroceso Lerouge: 2,50
CinrctUí.— El señor Ministro : dos to­ y 3 en tela.
mos , 5 y 6 en tela. Galería «le «leM^ciaciada*,por va­
Llni'etle.—S'anííaí/wtío ; 2,50 y 3 en rios escritores y escritoras: 1.
tela. Gautier.— Fortunio y La Mue’ ta ena­
Clai'etlo.—Un Diputado i'epublicano: morada: 2,50,
2,50 y 3 en tela. Gauticr.—iVorflías corío..?: 2,50.
Claretic.—Una mujer de gancho: 2,50 Hau^(.*aye.— La Comedianta : 2,50.
y 3 en tela. «lORíi^F SAIVD.—Eí rastillo de Fli-
Claretic.—El Ultimo foso: dos tomos, ínamnde; 2,50 y 3 en tela.
5 y 6 en tela. díORGIíi SA]\’I>.—-Loí dos Herma*
Ciihas.—El Angel del presi lio: i,50. nos : 2,50 y 3 en tela.
Cuba».—El Panal de miel: 2,50. dTORCvÚ SAJVD.—Mi hermana Jua­
Cubas.—La Mortaja de limosna : 1,50. na: 2,50 y 3 en tela.
Cuenta* eMcogUloN de varios au­ •lORGF SAIVR.— V.aenlina : 3 y
tores: 2,50. 3.50 en tela.
í*eli>¡t,—Las Represalias de la vida: «lulit» Simón.—Oíos, Patria y Libtr-
2,50. ■tad: 5.

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La Cerda.—El Gran prohUma: 9.50. Trucha. —£í Gabán y la Chaqueta:
La Cerda.—id Tela de arana : i. dos tomos, 5.
Alalialin. — ¿id Bella Horchatera: dos UlImcU.—El Suplicio de un padre ó la
tomos, 5. confesión de un sae rdote, 2.a edición:
Malot,—Zi/ía la saltimbanquis: *2,50 y 2,50.
3 en tela. Vascáuo.—Javier Malo: 2,50.
Musset.—Zrd Confesión de un hijo del Wílkle Collin».—¿ 5er?onlfi ó Seño­
siglo: 2,50 y 3 en tela. ra ? : 2,50 y 3 en tela.
Ohnct. — El Gran Margal, 2.* ed.: 3 ií lado de la dicha : 2,50.
y 3,50 en tela. Zacconc. — Xos Dramas de la Bolsa:
Olioet. — LtíS Señoras de Oroioo-Mort, 2.50.
2." ed.: 3. Zolu.—Germinal, 2.aed,: dos tomos, 6.
Ohnet.—Lise Füíaron: 2,50. Zola.—Su Eaecelínoia Eugenio Rougón:
Ohnet.—Sergio Panine: 3 y 3,50 tela. dos tomos, 5.
Ohnet.—Xa Perrería de PonUAresnes : Zola. — Cií^n/d.? á Ninon: 3 y 3,50 en
3 y 3,50 en tela. tela.
Ohnet. — Negro y Rosa : 3 y 3,50 en Zola. — El Vientre de Parle: dos to­
tela. mos, 5.
Ohnet.—¿a Condesa de Sara : 3 y 3,50 Zola. —/.'i Confesión de Claudio: 3 y
eu tela. 3.50.
Ortega MnntHa—Orgia de hambre: Zola.— £.(1 Fortuna de los Rougon : dos
2,50. tomos, 5 y 6 en tela.
Ossorie y Bernard. — Cuadros de Zola. — La Cnnquisla de Plassans : dos
género trazados á pluma : 2. tomos, 5 y 6 en tela.
Ossorio y Bernard.—/?omancfj de Zola.— Nana : 3.
ciego : 1. Zola.—Tema Raquin; 3.
Ossorio y Bernard. — Viaje critico Zola.—Ralea: 3.
alrededor de la Puerta del Sol: 2. Zola.— A la dirha de las damas : 3.
Rivl^re.—El Combate de ¡a vida : tres Xoia. — Aneia Miooulin : 3 y 3,50 en
tomos, 7,50. tela.
Soles L^iiálaz.—¿'n el quinto cielo: Zola.—X; Calda del Padre Mouret: dos
2,50. tomos , 5 y 6 en tela.

Los pedidos al Administrador de El Cosmos Editorial (Arco de Santa


María , 4, bajo), acompañando el importe en libranzas ó letras de fácil cobro.

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EL MARQUES DE VILLEMER

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EL MARQUES

VILLEMER
' POU

JOrtOJB SAISX>
VEKHION CASTELLANA

<ie

JOAQUINA BALMASEDA

n:a# wvt#

MADRID
IMPRENTA DE A. PÉREZ DOBRÜ
Flor Saja, 22.

1888

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EL MARQUÉS DE VILLEMER

I-

CartA á Camila llondeVicrt*


VZ Y
«Tranquilízate, hermana mía ; he llegado^-"
á París sin ningún contratiempo. He descan­
sado algunas horas, he tomado un frugal des­
ayuno, y ahora mismo voy á tomar un coche
que me conduzca á casa de Mad. d’Arglade,
para que ésta me presente á la señora mar­
quesa de Villemer. Esta misma noche te pon­
dré dos letras dándote cuenta de tan solemne
entrevista.
»0onfía en mí, Camila ; todo saldrá bien,
porque Dios no abandona á los que cuentan
con su misericordia. Lo único que me aflige
son tus lágrimas, las de esos pobres niños, y
al recordarlas, quieren correr las mías.... Com­
prende que yo no debía permanecer indiferen­
te cuando tú tienes cuatro hijos que educar.
Si Dios me da salud, al bienestar de esos án-

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JORGE SAND.

geles consagraré mi vida. Anímame en vez de


compadecerme : he aquí lo único que te pido.
Adiós , hermana mía ; abraza en mi nombre á
nuestros aderados hijos, y no les hagas llorar
hablándoles de mí, pero procura que no me
olviden.

»Carolina be Saint-Gteneix.»

Carta Á la misma.

«i Victoria, hermana mía! Mi entrevista ha


tenido un éxito feliz. Puesto que tengo aún
una noche de libertad, la última, te la consa­
graré, dándote cuenta de todo, y creeré que es­
toy hablando contigo al amor de la lumbre,
meciendo la cuna de Carlos y durmiendo á
Lelia sobre mis rodillas. ¡Amores míos! Nose
figurarán que su pobre tía está sola en un mez­
quino albergue, porque, temiendo ser molesta
á Mad. d’Arglade, me dirigí á la fonda, en lo
que he acertado, porque dicha señora está au­
sente, y he tenido que presentarme sola á la
señora Marquesa.
»Me encargaste te hiciera su retrato, y voy
á darte gusto : es una señora de unos sesenta
años, cuyos achaques la hacen representar mu-

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EL MARQUÉS DE VILLEMER.

cha más edad : apenas puede moverse de su


sillón. No habrá sido nunca hermosa, pero su
fisonomía es muy simpática ; su tez morena,
sus ojos hermosos, su mirada dura pero fran­
ca ; su nariz cao sobre la boca, que no está bien
formada, y tiene un gesto de desdén : no obs­
tante, su rostro se dulcifica cuando sonríe, y
sonríe muy á menudo. Creo á esta señora más
bondadosa que alegre, y dotada de gran talento
é instrucción.
»Estaba sola cuando entré en su cuarto, y
me hizo sentar á su lado, entablándose entre
las dos el siguiente diálogo :
—»Mad. d’Arglade, que la ha recomendado,
me ha hecho grandes elogios de V., de sus
cualidades y talentos, dicióndorne que es V.
de muy buena familia y tiene una conducta in­
tachable. Deseo, pues, que nos entendamos, y
para ello sólo se necesita que le parezca sufi­
ciente lo que yo (ky y me convengan á mí sus
servicios. Tratemos de lo primero ; daré á V.
mil seiscientos reales anuales.
— »Me lo han dicho (repliqué), y he venido.
— »iPeTO le parece corta esta cantidad?
—»Corta os en efecto para las necesidades
de mi situación; pero la señora Marquesa es
juez de la suya, y cuando marca eso....

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10 JORGE SAND.

— »Yo cuidaré de que nada le falte: en mi


casa solo tendrá V. que gastar en vestirse, y
yo no tengo exigencias. ¿Le halaga á V. el lujo?
—» Algo, señora ; pero me abstendré de él,
puesto que V. no le exige.
»Mi sinceridad acostumbrada pareció asom­
brar á la Marquesa, que replicó al cabo de un
instante, en que trató de reponerse:
—»¿Y por qué le gusta á V. el lujo? Es
V. joven, linda y pobre, y no tiene necesidad
ni derecho de engalanarse.
—»Porque lo comprendo así, voy tan senci­
lla como V. ve.
—»¿Pero siente no vestir mejor?
—»No, señora, no lo siento, porque me
conformo. Veo que al decir, sin reflexionar,
que me agradaba el lujo, he dado á V. muy po­
bre idea de mi razón, y le ruego queen esa con­
testación vea sólo el resultadode mi sinceridad.
He hablado como si ya le fuese á V. conocida.
—»¿Es decir, que entonces sabría que
V. se doblega sin violencia á las necesidades
de su posición?
—» Precisamente. *
—»Me agrada esa franqueza, y debo decir á
V. que prefiero la sinceridad á todo, hasta ai
i
talento. Veamos, pues, qué le obliga á aceptar

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EL MARQUES DE VILLEMER. H

tan corla retribución por cuidar y sufrir á una


señora anciana, imposibilitada , y , por consi­
guiente, fastidiosa.
—»En primer lugar, que me han asegurado
que tiene V. talento y bondad, y no he temido
aburrirme á su lado. En segundo, que me he
propuesto sufrirlo todo con tal de sostener á
mi hermana, viuda y sin recursos, y á sus
cuatro hijos.
—«¡Sostenerlos con poco más de mil reales!
(exclamó asombrada la Marquesa.) ¡Mad. d’Ar-
glade no me había dicho eso! Ese sacrificio me
interesa, y haré lo posible por probar á V. mi
estimación.
—«¡Ah, señora! (exclamé.) Tenga ó no la
fortuna de quedarme á su lado, recordaré con
gratitud ese noble corazón.
»Y besé su mano, lo que creo no le pareció
mal.
—«Sin embargo (continuó, después de una
pausa, queriendo conocerme más): quizá seráV.
voluble, y no proseguirá en tan buen propósito.
—«No soy ni lo uno ni lo otro.
—«Así lo espero ; aunque es V. demasiado
linda, y esto me inquieta.
—«¿.Por qué?
—«Es verdad; no hay razón para ello. Las

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i2 JORGE SAND.

feas quieren parecer hermosas , y á su fealdad


añaden el ridículo. Prefiero que sea V. hermo­
sa, siempre que no abuse de su hermosura.
¿Será V. también bastante franca para hablar­
me de su pasado ?
—»Lo seré.
—»¿TieneV. alguna historia de amor? Podrá
V. tener, según me parece, veintidós d veinti­
trés años.
—»Tengo veinticuatro, y mi única historia
de amor la diré en dos palabras : á los diez y
siete años me pidió en matrimonio un hombre
queme agradaba, y se volvió atrás al saber
que mi padre al morir dejaba más deudas que
capital. Esto me afligió, y he jurado no casar­
me nunca. '
—^Juramento hijo del despecho.
—»No, señora, de la reflexión : sin bienes
de fortuna, pero creyéndome de algún valer,
no he querido hacer un matrimonio poco ven­
tajoso, y he perdonado al que me dió tal des­
engaño ; sobre todo, el día en que, al ver á mi
hermana y sus cuatro hijos en la miseria, he
comprendido el dolor de un padre que deja á
sus hijos huérfanos y pobres.
—»¿Y ha vuelto V. á ver á ese ingrato?
—»Nunca ; ni pienso en él.

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EL MARQUES DE VlLLEMEIl. 13

—»¿Ni en otro?
—»Menos.
—»¡Es extraño !
—»No, en verdad. Guando una es pobre y
consagra sus horas al trabajo, no tiene tiempo
que perder en amoríos.
—»Me agrada ese modo de responder. ¿Y no
teme V. nada del porvenir? ¿No le entristece
su aislamiento?
—»No,señora; mi carácter es naturalmente
alegre, y he conservado mi fuerza de voluntad
en medio de las pruebas más crueles. Si ma­
ñana cambio, no lo sé ; boy soy tal como digo,
y así me ofrezco á la señora Marquesa.
—»Y yo la acepto tal como es : una joven
virtuosa, franca, modesta y con una voluntad
de hierro. Fáltame conocer la instrucción que
posee V.
—»¿Qué exige de mí?
—»BueDa conversación, yen ese punto es­
toy satisfecha ; lectura y música.
—/^Ensayemos, pues,—exclamé.
»Y tomé un libro que me presentó.
»Á las pocas líneas me le quitó satisfecha,
y me señaló el piano que había en la misma
pieza, en el cual logré también contentarla, di-
ciéndome que ya conocía cartas mías dirigidas

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¥

14 JORHE SAND.

á Mad. d’Arglade, y me despidió afectuosa­


mente hasta el día siguiente, que comenzarían
mis servicios.
»En este instante, querida hermana, me ha
interrumpido una sorpresa, y un billete de la
Marquesa, que dice así:
«Envío á V. á cuenta esa cantidad para su
»hermana, y ese vestido para V. Puesto que
»ama el lujo, fuerza es soportarlos caprichos
»de las personas que se aman. Cuente V. con
»doscientos reales mensuales.»
»¡Qué bondad, qué solicitud revela todo
esto! Decididamente amaré á esta señora con
todo mi corazón. Te incluyo el billete que me
manda, y te ruego que al punto compres con
.él ropas de abrigo á los niños y surtas algo
vuestra mal provista despensa.
»En cuanto á mí, me avergüenza el traje
que me manda : un vestido de seda aplomado
precioso. ¡Ah! ¡ Casi me arrepiento de mis pre­
suntuosas palabras! Yo no ambicionaba tanto.
Bien ves, Camila, que todo se logra á medida
del deseo, y que apenas propuesta á serte útil,
me encuentro admitida por una señora exce­
lente, que me ofrece más de lo que yo estaba
dispuesta á aceptar. ¡ Dios me protege, herma­
na mía; se lo he rogado tanto!

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EL MARQUES DE VILLEMER. 15

» Ahora, adiós: voy ádescansar de las emo­


ciones del día , después de dar gracias á Dios
por sus bondades.
» Carolina. »

Mientras Carolina de Saint-Geneix escribía


esto á su hermana, la marquesa de Villemer
hablaba de este modo con el menor de sus dos
hijos en el gabinete de su magnífica casa del
barrio de Saint-Germain. No obstante, en ella,
la Marquesa, muy rica en otro tiempo, y no
tanto á la sazón, ya veremos por qué, ocupaba
el segundo piso, á ñu de sacar alguna ventaja
alquilando el principal.
—¿Es decir, querida mamá (decía el Mar­
qués á su madre), que está V. contenta de su
señorita de compañía?
—No sólo contenta, sino encantada.
—¿De veras? Hábleme V. de ella.
—Temo prevenirte en su favor.
—No tema V. (exclamó tristemente el Mar­
qués) ; aunque me agradase, si á la dignidad de
esta casa y al reposo de V.....
—Lo sé, y no tengo inconveniente en decir­
te que esa joven es un prodigio.
Y contó su entrevista con Carolina, hacien­
do así su retrato:

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16 JORGE SAND.

—No es alta ni baja, tiene hermosos cabe­


llos rubios, cutis sonrosado, ojos azules, can­
dorosos, sin timidez, buenas maneras y dis­
tinción en su humilde traje. Una pronunciación,
que hace una música de su lectura, grandes
conocimientos musicales y tanto talento como
bondad. Al venir aquí, se sacrifica al bienestar
de una familia pobre, rasgo que me ha hecho
alterar mis proyectos de economía.
—¿Es decir, que ha tenido exigencias?
—Al contrario; se conformó con lo que le
daba.
—Entonces, ha hecho V. bien, madre mía ;
y celebro que haya reemplazado con tantas
ventajas á la señora gruñona que antes tenía
V. á su lado.
—Sin embargo, temo haber ido muy allá
en la satisfacción que me he procurado.
—Esa satisfacción le era á V. necesaria.
■—No importa ; me he dejado llevar de mi
buen corazón, y no siempre tiene una el dere­
cho de hacer bien.
—¡Madre mía ! (exclamó con amargura el
.^íarqués); si hubiéramos llegado al extremo
'de que V. se privase del placer de la limosna^
sería yo. muy culpable.
— ¡Culpable! ¿De qué, hijo mío?

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EL MARQUES DE VIL LEVER. 17

—Perdón, madre mía (dijo conmovido el


Marqués); culpable por haberme comprometido
á pagar las deudas de mi hermano.
—¡Calla! (exclamó su madre palidecien­
do.) No hablemos de eso. ¡No nos entendería­
mos !
Y como queriendo atenuar la amargura de
tal respuesta, tendió cariñosamente su mano
al Marqués, que éste besó respetuosamente,
retirándose á los pocos instantes.
Al día siguiente, Carolina se dedicó á visi­
tar algunos antiguos amigos de familia con
quien aún conservaba relaciones, y casi á des­
pedirse de ellos, puesto que estaba condenada
á no tener domicilio que le fuese propio.
Otra organización más débil hubiera sen­
tido profunda tristeza y dolorhsa melancolía
al reflexionar su extraño destino ; pero Caro­
lina tenía excesiva fuerza de voluntad, acti­
vidad notoria, conformidad y fortaleza que no
quebrantaban las pruebas más rudas.
Este carácter extraño, excepci^ab en.úqa( y
joven, se desenvolverá en el cur^^dé
historia. porque
historia, Dorcrue bien saben Eue|t|óSÁ|é^‘
Eue^EdSvlehiñiífiSí't
Íúil^á;
que no se comprende en un día mTpu
una persona; todo ser guarda en\A^fóñí%%e
su alma un misterio de fuerza ó im^óteueia, v>

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18 JORGE SAND.

que acaso él mismo no presiente hasta que los


sucesos le ponen en relieve. Para que el aná­
lisis satisfaga, debe estar ajustado ala verdad,
y no lo estaría si dejase obscurecida algu­
na faz del eterno problema de las cosas del
alma.

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II.

Carolina, triste y alegre á la par, recorrió


en un día, parte en coche y parte á pie, aque
París donde había sido educada con tanto es­
mero y había abandonado en la más bella
época de la vida.
Oigamos en cuatro palabras algo de su vida
anterior.
Era hija de un hombre honrado de Bretaña,
establecido en las cercanías de Blois, y de una
señorita originaria de Velay, que murió muy
joven, al dar la vida á Camila, su hija menor,
haciendo prometer á Justina Lanion que cui­
daría de la infancia de sus hijas.
Justina, mujer de Peyraque, era una hon­
rada aldeana de Velay, que había criado á am­
bas niñas, y ofreció permanecer en casa de
M.de Saint-Geneix durante ocho años. Gracias
á ella , las dos hermanas conocieron la ternura

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20 JORGE SAND.

de una segunda madre ; pero Justina no podía


dejar para siempre á su marido y sus propios
hijos, y volvió á su país, siendo conducidas
ambas niñas por su padre á uno de los prime­
ros colegios de París.
Como no era bastante rico para fijar en él
su residencia, iba y venía , gastando las eco­
nomías de todo el año en los días que las niñas
salían del colegio, en los que les proporcionaba
todo género de diversiones. El pobre padre era
idólatra de sus hijas, hermosas como ángeles
y buenas como hermosas, limitándose su am­
bición á hacer de ellas dos verdaderas pari­
sienses. En esto se propuso gastar su fortuna,
y la gastó.
Esta deplorable afición á la vida de París,
afición que hoy sigue en boga , ha causado la
ruina de honrados provincianos, que pasan
parte del año en reunir fondos en su provincia
para enterrarlos en un mes en París.
Camila y Carolina aprovecharon de muy
diverso modo su educación. La primera, me­
nor de las dos, amaba como su padre el lujo y
los placeres, y pasaba los días en el colegio en
aburrirse y en soñar con la vuelta de su padre
y de las vacaciones.
Carolina, más parecida á su madre, que

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EL MARQUES DE VILLEMER. 21

tuvo uu carácter enérgico y severo, aprove­


chaba con más juicio su educación, y aunque
tanto y más activa que su hermana cuando se
trataba de una diversión, consagrábase con
más afición á todas las creaciones del arte :
recitaba poesías; cultivaba con ventaja la mú­
sica; hablaba poco y bien, gracias á su mucha
instrucción, y parecía ser, si no un genio, un
intérprete de él.
La educación, que comenzó á los diez años
para Carolina, seyió interrumpida á los diez y
siete, porque su padre, con poca fortuna y
soñando siempre en un porvenir para sus bi­
jas digno de sus encantos, había comprome­
tido en especulaciones sus fondos, que des­
aparecieron por exceso de buena fe suya y falta
de ella en los demás.
Un día llegó, pálido y descompuesto,asacar
á sus hijas del colegio, conduciéndolas á Blois,
sin darles parte de su ruina, y sólo quejándose
de un malestar, que á los tres meses le llevó
al sepulcro, confesando á la hora de la muerte
su ruina á sus hijas y á sus futuros yernos,
porque apenas llegaron ambas jóvenes á Blois,
tuvieron excelentes proporciones.
El prometido de Camila era un modesto
empleado de nobles sentimientos, y celebró al

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28 JdRGK SAND.

punió su enlace ; el de Carolina, rico hacen­


dado , lo miró más despacio , consultó la vo­
luntad de sus padres, y retiró su palabra. Ca­
rolina sufrió este golpe con resignación, y
nadie la compadeció ; su hermana, más débil,
hubiera muerto de dolor con semejante golpe.
La energía moral es una cosa que no se ve y
se despedaza en silencio; matar un alma no
deja huella.... He aquí por qué los fuertes son
siempre maltratados, y respetados los débiles.
Dichosamente para Carolina, no había ama­
do con pasión, sintiendo un dulce afecto por
su prometido, que no tardaron en borrar clamor
propio ultrajado y el dolor de la pérdida de su
padre. No obstante, su corazón se encerró en
una fría reserva ó más bien resentimiento vago
á los hombres, que, según ella, la ponía al
abrigo de toda seducción.
No es necesario referir cómo transcurrieron
los años siguientes : todo el nundo sabe las con­
trariedades que siguen á un cambio de fortuna
y la monotonía que le acompaña. Sólo sí dire­
mos que Carolina, más útil y activa que su
hermana, tomó á su cargo la dirección de la
casa, constituyéndose en ama de gobierno, ó
más bien en sirviente distinguida de los jóve­
nes esposos.

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EL MARQUES DE VILLEMER. S3

En breve la dulce calma que disfrutaban se


vid turbada por la temprana muerte del mari­
do de Camila, que dejaba á su viuda y á sus
hijos en la miseria, y ya hemos visto cómo Ca­
rolina se proponía trabajar para ellos. Por esta
época un hombre de buena fortuna, aunque de
pocos encantos personales, ofreció á Carolina
con su mano una posición cómoda__ Ésta va­
ciló ; comprendió que Camila prefería que se
sacrificase; perdonó á la hermana el egoísmo
de la madre, y partió á París, adonde la hemos
visto llegar recomendada á Mad. de Villemer.
Contemos también sucintamente la historia
de esta señora ; toda familia tiene su llaga ;toda
fortuna su brecha por donde se escapan la san­
gre del corazón y el bienestar de la existencia.
La noble familia de Villemer tenía su gusano
roedor en los desórdenes del hijo mayor de la
Marquesa.
Esta casó muy j oven con el duque de Aleria,
español altanero, que, si no la hizo muy feliz,
la dejó viuda al cabo de cinco años, con una
pingüe fortuna y un hijo muy hermoso, vivo,
inteligente, pródigo, con todas las condiciones,
en fin, de un completo libertino.
Casada en segundas nupcias con el mar­
qués de Villemer, madre y viuda por segunda

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24 JORGE SAND.

vez, encontró en Urbano, su hijo menor, un


amigo generoso, sincero y de tan severas cos­
tumbres cuanto eran libres las de su hermano.
Tenía además fortuna suficiente para no afligir­
se de la ruina de su madre, porque en la época
que presentamos nuestros personajes, todos los
bienes de la Marquesa habían desaparecido en­
tre las manos del joven Duque.
Tendría éste á la sazón treinta y seis años,
y treinta y tres el Marqués : bien se ve que la
Marquesa no perdió tiempo para su segundo
enlace, lo que hizo suponer á las gentes que,
aún sin menoscabo de su honor, profesaba al
Marqués alguna inclinación en su primer pe­
ríodo matrimonial. Apasionada de su segundo
marido, su pérdida la trastornó hasta el punto
de temerse por su razón, y durante dos años
huyó de la sociedad y hasta de sus hijos, ca­
yendo en un estupor que asemejaba la idiotez.
Su familia trató entonces de separar sus hijos
de su lado para darles educación; y como si
esto hubiese despertado su corazón de madre,
su alma hizo un supremo esfuerzo para des­
prenderse de su apatía, su razón recobro su
lucidez y la voluntad su imperio, brillando al
fin su inteligencia, adormecida hasta entonces
por el amor y el pesar.

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EL MARQOES DE VILLEMER. 23

Tal era la posición de nuestros tres perso­


najes : veamos ahora cómo los juzga Carolina.

Carta á Camila Hcndcbcrt,

«Estoy, querida hermana, como te decía


en mi última , muy bien instalada, con buena
casa, buena mesa, buen coche, como una Mar­
quesa , en fin, puesto que, no separándome de
mi señora , disfruto por completo su cómoda
existencia. Ésta tiene cada día mayores defe­
rencias, y yo la quiero más cada vez. Ejerce
sobre mí una autoridad tan dulce, un encanto
tan inexplicable, que hasta en aquellas cues­
tiones en que difiere nuestro modo de ver, me
siento subyugada por'ella.
»Hace tres semanas que vivo en el gran
mundo, porque , aunque la Marquesa no va á
reuniones, recibe todas las noches gran núme­
ro de personas que á él pertenecen, y han ve­
nido á probarme que la alta sociedad no es
enteramente como yo me la figuraba en mi obs­
cura provincia. Créeme: coujbuenas maneras y
cierto aire de superioridad, se consigue ser
tan frívola como aquí se exige. No se forma
opinión sobre nada, se quejan de todo, y todo
lo aceptan; hablan mal de todo el mundo, y á

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26 JORGE SAND.

todo el mundo halagan.... No es indignación


lo que les impulsa, sino maledicencia. Predi­
cen sin cesar grandes catástrofes, y viven con
el mayor abandono. En 6n: este es el vacío, la
incertidumbre, la impotencia.
»Én medio de este mundo frívolo que la
rodea, destaca la Marquesa con su carácter
noble y franco como legado de otro siglo, con­
tra el cual protesta en silencio cuanto la rodea,
así como ella protesta contra esas evoluciones
de conciencia dictadas por el interés, esos
matrimonios de ambición, ese comercio vil
del dinero que aquí se hace, y en este punto
soy de su parecer. Por esto la Marquesa ve sin
terror caer día por día en un abismo cuanto
posee.
»Ya te he hablado de esto; ya te he dicho
que su hijo mayor, el duque de Aleria, la
arruina ; mientras el menor, el marqués de
Villemer, la rodea de comodidades y cuidados :
fuerza es que te hable de estos dos personajes.
»E1 Marqués, á quien conocí el primer día,
pasa con su madre todos los días desde las
doce á launa, y todas las noches desdólas
once á las doce, comiendo con ella muy á
menudo.
»Es un joven que parece no haberlo sido

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BL MARQUÉS DE VIt.LEMER. 87

nunca ; de una salud delicada , de un talento


profundo, y víctima, al parecer, de un pesar
secreto ó de una tendencia triste : es imposi­
ble encontrar un exterior menos simpático á
primera vista, y más simpático á medida que
se le trata. No es alto ni bajo, hermoso ni feo,
elegante ni abandonado ; yes, sin embargo,
un hombre distinguido y superior. Las pocas
frases que pronuncia son siempre delicadas; y
sus ojos, cuando pierden su timidez, su em­
barazo, son dulces, inteligentes, como no creo
baber admirado otros. Su conducta con su ma­
dre es su mejor elogio, y ya te he dicho que ha
gastado muchos millones, la mayor parte de su
fortuna, sin pesar, para pagar las deudas de su
hermano mayor. Cuanto más débil se ha mos­
trado su madre con este hijo ingrato, más
tierno y respetuoso se ha mostrado el Marqués.
Ya ves que es imposible no estimar á este hom­
bre ; y en cuanto á mí, puedo decirte que, más
que afecto, le profeso veneración.
»Los primeros días me retiraba al verle en­
trar en el cuarto de su madre , hasta que uno
en que ya pareció menos intimidado de mi
presencia, me dijo que por qué me marchaba,
y al replicarle yo que no me juzgaba autori­
zada para presenciar su entrevista con su ma-

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28 JORGE SAND.

dre, rae rogaron ambos que rae quedase, dán­


dome después ella estas razones:
—»Mi hijo es muy melancólico, al contrario
que yo, que estoy afligida ó contenta, pero
nunca abatida. Esto en mi hijo me inquieta ó
me aflige, y cuando estamos solos, como no
tiene que violentarse por mí, no puedo arran­
carle á su preocupación: cuando hay extraños
delante se toma el trabajo de vencer su carác­
ter, y así, para que yo pueda disfrutar de su
talento y su expansión, nada más conveniente
que la presencia de un tercero, que le obligue
á estar amable y cortés. En fin, hija mía; nece­
sita que le arranquen á sus reflexiones, y como
yo no tengo autoridad para ello, quédese V., y
nos hará á los dos un servicio.
—»Pero, señora (exclamé); si tienen Vds.
que tratar algún asunto importante, ¿cómo
sabré?....
—»En ese caso, le diré á V. que vaya á ver
si atrasa el reloj del salón.»

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III.

Centiniiación do la minina carta.

«Continúo mi carta comenzada anoche, y


como ya son las nueve, y la Marquesa no me
necesita hasta las doce, tengo tiempo de con­
cluir los detalles que deben ponerte al corriente
de mi situación.
»Los primeros quince días han sido un poco
enojosos, te lo confieso, ahora que me voy
familiarizando con mi nueva vida. Acostum­
brada á recorrer la casa cien veces al día, á
tener una vida activa hasta la exageración,
no podía sujetarme á esta vida sedentaria,
porque la Marquesa sólo sale á dar un paseo en
carruaje dos veces por semana , y á esto llama
hacer ejercicio. Imposibilitada, sin poder subir
escaleras más que apoyada en el brazo de un
lacayo, lo cual rehúsa porque ya una vez la
hqp dejado caer, su distracción es recibir, y su
actividad, ó más bien la savia de su existen-

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30 JOROE SAND.

cia, está reconcentrada en su mente y en su


labio.
»Á mí me obliga á estar igualmente ociosa;
aún no me ha exigido ni lectura ni música,
diciéndome que reserva mis talentos para
cuando habitemos en el campo; y una vez que
he intentado bordar á su lado, tantas veces me
ha hecho levantar, por el solo placer de inte­
rrumpir mi labor, que he acabado por dejarla,
conociendo que la incomodaba, lo que me ha
confesado después con su habitual franqueza,
diciéndome que semejantes trabajos denotan
aburrimiento ó esclavitud, y que, además, al
verme así ocupada, me tomarán por su donce­
lla , y ella quiere que yo sea su compañera, su
amiga. Conviene con esto el no*exigir de mí
el más leve servicio, llamando á un criado
hasta para alcanzarle un pañuelo que deje caer.
» Preguntarás que por qué me ha tomado á
su servicio. Te lo diré. En primer lugar, porque
odia la soledad, y hasta tal punto la altera, que
la encuentro por la mañana tan distinta á como
la he dejado la noche anterior, que parece ha­
ber envejecido diez años, volviendo á entrar
en el curso del día en su estado normal, ha­
biendo rejuvenecido, cuando llega su hijo, los
diez años de la noche. Me necesita, además.

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EL MARQUÉS DE VILLEMER. 31

para escribir su correspondencia, quenada


tiene de particular, y está reducida á conversar
con amigos ausentes. Aquí me tienes, pues,
como una esclava; pero como lo soy por mi
voluntad, en mi conciencia me creo libre. ¿Hay
nada más libre, en efecto, que el pensamiento
de un cautivo ó de un prisionero por su fe‘?
»Ahora recuerdo que nada te he dicho toda­
vía del señor Duque, y justo es pasar á este
capítulo.
);Sólo hace tres días que le conozco, y te
aseguro no estaba impaciente por verle, porque
no puedo menos de sentir una especie de ho­
rror hacia ese hombre que ha arruinado á su
madre, y á quien se dice adornado de todos los
vicios. Ahora bien: te confesaré que he sido
agradablemente sorprendida, y si mi repulsión
á su carácter continúa , su persona es en ex­
tremo simpática.
»En mi aversión, yo me le figuraba hasta
con garras, y he aquí cómo me he encontrado al
lado del diablo sin advertirlo. Ante todo, te diré
que nada hay más desigual que su trato con
su madre, visitándola unas semanas todos los
días, y desapareciendo después durante meses
enteros, no mediando luego entre madre é hijo
más explicación que si se hubiesen separado

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32 JOROE SANT).

la víspera. No comprendo cómo la Marquesa


le trata con las mismas deferencias que á su
otro hijo, si bien ya supondrás que no me he
permitido la menor observación sobre asunto
tan delicado, aunque una vez me ha referido,
sin darle importancia, la irregularidad de las
visitas de su hijo.
);Esperando, pues, verle aparecer cualquier
día, entré en el salón la otra mañana sin pen­
sar en él,y, según mi costumbre, á ver si todo
estaba arreglado al gusto de la Marquesa, re­
corriendo las lámparas y las macetas de las
jardineras del salón. Entregada, pues, á esta
grave ocupación, y aprovechando la ocasión de
hacer algo, iba y venía con actividad, murmu­
rando una canción del país, cuando me encon­
tré de repente delante de mí dos ojos azules de
gran diafanidad.
»Saludé en silencio, no sabiendo qué decir
áuua persona que, en su estrañeza, parecía
preguntarme quién era yo, y continué mi ocu­
pación , dejando al desconocido, que fué á apo­
yarse en la chimenea, siguiéndome con la vista.
■ - »Era un hombre alto, grueso á proporción,
de rostro bello, de exterior, en fin, dulce y
simpático, de voz grata y de pronunciación y
mánérns distinguidas. Parece qüe esta ser-

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EL MARQUES DE VILLEMER. 33

píente venenosa está dotada de la candidez y


dulzura del niño, para impresionar mejor. Aún
no me había ocurrido la verdad, ¿lo creerás?
Hasta que él, deseando entablar conversación,
exclamó;
—»¿Está enferma la señorita Ester?
—»No, señor (respondí): dejó esta casa
hace dos meses; yo no la he conocido; he ve­
nido á reemplazarla.
—»Imposihle,—añadió.
—» Se lo aseguro á V.
—»La primavera no reemplaza al invierno:
le hace olvidar.
—»E1 invierno tiene también sus encantos.
—»Bien se ve que no ha conocido V. á Es­
ter: era desapacible como las brisas de Diciem­
bre, y á su aspecto,se sentía uno acometido de
reuma.
«Continuando con tal exageración el retrato
de mi antecesora , que no pude contener una
carcajada.
—«Gracias á Dios que se oye reir bajo este
techo (exclamó): ría , ría V. muy á^nfeffúfey^
—«Siempre que tenga ocasiópív. v. s
■.\
—>> Para Ester nunca la hubo/es/
cuando mostraba sus dientes eiteba;-h9tóí|)lel'r>
No oculte V. los suyos; los be

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34 JORGE SANO.

digo, porque no conozco nada más inútil que


las galanterías. Dígame V. su nombre....; pero
no, no me le diga; le adivinaré como el de Es­
ter, á quien bauticé con el de Rebeca. Ya ve
V. que presentí la raza.
—»Veamos el mío.
—»E1 de V. debe ser muy francés, muy dis­
tinguido: Luisa, Blanca, Carlota....
—»En efecto: me llamo Carolina.
—>>Bien decía yo. ¿Y llega V. de una pro­
vincia?
—»Del campo.
—»¿Ha obligado á V. á venir á París su fa­
milia?
—»Nadie.
—»¿Y no se aburre aquí? Confiéseme V.
que sí.
—»Yo no me aburro nunca.
—»No es V. franca.
—«Juro que sí.
—«Entonces es filósofa.
—»No tal.
—«¿Romántica?
—«Meno^ todavía.
—«¿El qué, pues ?
—«Nada.
—«¿Nada?

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EL MARQUÉS DE VILLEMER. 33

—»Nada quft merezca fijar la atención : sé


leer, escribir, contar, tocar el piano , tengo la
conciencia de mi deber...., y he aquí todo.
—»Se aprecia V. menos de lo que vale.
Tiene V. gran talento y gran corazón.
—»¿Lo cree V. así?
—»Lo aseguro. ¿Y V. forma á primera vista
idea de las gentes?
—»Sin duda.
—»¿Y qué piensa de mí?
—»Lo que de mí ha pensado V.
—»Eso es por deferencia.
—»No, en verdad.
—»Entonces me lisonjeo, no por el talento,
porque éste le tienen muchas gentes , y ade­
más , cultivándole, se adquiere, sino por el
corazón. ¿Verdad que no me cree V. malo?
—»No, por cierto.
—»¿Y me permitirá estrechar su mano? No
hay sentimiento más noble en el corazón, que
el que me obliga á hacer esta súplica.
»Tenía una expresión tan tierna en su acen­
to y mirada, que no pude menos de acceder á
su petición, y le tendí con confianza mi mano:
la estrechó cariñosamente, sus ojos se lle­
naron de lágrimas, y murmuró con acento
trémulo:

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36 JORGE SAND.

—»Gracias , y cuide mucho de mi pobre


madre.
»A1 comprender, por fin, que la mano que
acababa de tocar era la del duque de Aleria,
de ese hijo sin corazón, de ese libertino sin
alma, de ese hombre sin freno ni religión, sen­
tí que mis piernas se negaban á sostenerme, y
me apoyé en un sillón; exclamando el Duque,
al ver mi rostro demudado :
—;>5Se pone V. mala?
» Aunque se detuvo al ver en mí un gesto de
disgusto y á su madre que entraba en el salón,
ésta, notando mi turbación, interrogó con una
mirada á su hijo , que por toda contestación
besó respetuosamente su mano, mientras yo
salía del salón para reponerme y dejarlos en
libertad.
»Cuando volví á él, había reunidas varias
personas, y principié á hablar con Mad. D.,
persona que me distingue mucho y quiere mal
al Duque, porque de ella sé todas sus malas
cualidades.
—>;Vamos (exclamó):ya ha conocido V. á
ese niño mimado. ¿Qué le parece?
—»Que es amable y simpático; lo que, á
mis ojos, condena más sus faltas.
—,'>En efecto; y no se comprende que esté

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EL MARQUES DK VILLEMER. 37

tan espiritual después de su vida desordena­


da. Pero no se fíe V. Es el hombre más co­
rrompido que existe, y se presentará á V. como
un ángel, para comprometerla mejor.
— »No lo creo: mi humilde posición le
hará no pensar en mí.
—»No lo crea V. : no diré que los mereci­
mientos de V. son superiores á su posición,
porque esto lo ve todo el mundo; diré tan sólo
que, baste que la vea honrada, para que quie­
ra extraviarla.
—;>Yo no permanecería un instante en
esta casa si me creyese ultrajada.
—»No la ultrajará; se presentará como pe­
cador arrepentido, y logrará engañarla.
»Mad. D. pronunció estas palabras con un
tono que me hirió, y ya iba á contestar á ellas,
cuando recordé que , según so dice, su hija ha
estado muy comprometida por el Duque, y dis­
culpé á su dolor de madre lodos sus epigra­
mas. Lo que no me explico es porqué, ápesar
de su resentimiento, que refleja en todas sus
palabras, tiene tal empeño en hablarme de él:
cualquiera diría que, creyéndome destinada á
ser víctima de ese Lovelace, entabla su ven­
ganza disputándole mi alma.
»Un instante de reflexión bastó á recon­

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38 JORGE SAND.

ciliarme con ella, y corté la conversación.


»Desde ese día el Duque no ha vuelto á pa­
recer : si corro aquí 'peligros, no los presiento ni
los temo: puedes vivir tranquila.»

Así terminaba la carta de Carolina.

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IV.

Por esta misma época, Carolina recibió la


siguiente, que no pudo menos de conmoverla,
y que-transcribimos, corrigiendo las fallas de
ortografía , que la harían difícil de entender:

«Querida Carolina: Permita V. á la pobre


nodriza que la llame siempre asi; he sabido
por su hermana que, con el fin de favorecerla,
ha dejado V. su casa para servir de compañía
á una señora en París, y no puede figurarse el
dolor que esto nos ha causado á todos: mis lá­
grimas corrían al considerar que una joven
educada con tantas comodidades, se ve en la
necesidad de vender sus servicios.
»Yo, gracias á la generosidad de sus padres
de V., vivo con algún desahogo, habiendo
comprado mi marido no hace mucho una ca­
sita y algunas tierras. Si algo necesita en esa,
ó, mejor aún, si quiere venirse á vivir en

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40 JORGE SAND.

nuestra compañía, nos dará un placer á mi


buen Peyraque y á mí.
»Si no se encuentra bien donde está , vén­
gase, y no olvide que en un rincón del mun­
do, que le es desconocido, viven personas que
la aman, y rogarán á Dios mañana y tarde que
la traiga á su lado.

»Justina Lanion.»

(En Lantriac: Alto Loire.)

«Mi querida amiga mi buena Justina : He


derramado al leer tu carta lágrimas de alegría
y de gratitud. Muy dichosa me considero de
contar siempre con el cariño de mi nodriza, ó
más hiende mi madre, porque si tú faltaras,
perdería mi madre por segunda vez. ¡Me ofre­
ces tus economías! Ese rasgo es digno de ti y
de tu noble marido, á quien amo sin conocer­
le. Por ahora nada necesito; pero no pierdo la
esperanza de visitaros algún día. Créeme : si
alguna vez puedo contar quince días de liber­
tad, iré á pasarlos en compañía vuestra, mis
buenos amigos, á quien saludo con toda la
efusión de mi alma.»

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EL MARQUES DE VILLEMER. 41

Mientras Carolina se entregaba á esta cán­


dida expansión, el duque de Aleria, envuelto
en su rica bata de casa, recibía la visita de su
hermano en su magnífico alojamiento de la
calle de la Paz.
Hablaban evidentemente de asuntos de in­
terés, porque el Duque, con firmeza, decía así:
—Por esta vez tendré energía, y rechazaré
tu firma: no pagarás mis deudas.
—Debo pagarlas , y las pagaré (replicó el
Marqués con resolución). Confieso que he vaci­
lado antes de conocer la cifra, temiendo com­
prometerme á más de lo que permite mi fortu­
na; pero al convencerme de que-uún conservo
lo necesario al bienestar de nuestra madre,
me he decidido á salvar de nuevo el honor de
nuestra familia.
— Me opongo á ello; no me debes ese sa­
crificio. No llevamos el mismo nombre.
—Somos hijos de la misma madre , y no
quiero verla morir de dolor.
— Pues bien: para evitarle todo pesar, me
casaré.
— i Por el dinero! Á sus ojos, á los míos, y
á los propios tuyos, sería el remedio peor.
— Aceptaré un destino.
— Eso te humillaría.

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42 JORGE SAND.

—Más me humilla la idea de arruinarte.


—No me arruinas.
— Y, en fin, ¿no puedo saber á cuánto as­
cienden mis deudas?
—Es inútil: basta con que me hayas dado
tu palabra de que el escribano las conoce to­
das, y hayas reconocido estos créditos.
El Duque se paseó impaciente por la estan­
cia, encendió un cigarro que arrojó con ira , y
cayó desplomado sobre un sillón: el Marqués,
comprendiendo lo que sufría su orgullo lasti­
mado, ó más bien su conciencia, dijo así:
—Tranquilízate; siento tu dolor, y cuento
con él para corregirte. Olvida el servicio que
te hago, ó más bien á mi madre; pero no olvi­
des que lo que me resta es lo necesario para
ella , y debemos conservárselo. Adiós, herma­
no mío; te veré dentro de una hora, que se ha­
brán zanjado estos asuntos.
—Sí; déjame solo: bien ves que en este
instante la emoción me ahoga.
En cuanto salió el Marqués, el Duque dió
orden de que le negaran á todo el mundo , y se
paseó agitado: en ninguno de sus desastres se
había sentido tan criminal, tan afectado.
Había disipado su propia fortuna con indo­
lencia, y había soportado la humillación de

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EL MARQUES DE VILLEMER. 43

que su hermano atendiese sólo á las necesida­


des de su madre, que, no obstante, le mimaba
con particular ternura. Su madre era parcial
con él, y la naturaleza parecía también ha­
berlo sido, puesto que le había creado más be­
llo , más expansivo, más simpático que á su
hermano, conquistándole desde la niñez mayor
afecto en todo el mundo. Y, sin embargo, el
Marqués, que pasaba por un hombre de hielo,
abrigaba en el alma mayor tesoro de ternura
que aquel hermano que pasaba por una natu­
raleza ardiente, y era preferido á él hasta por
su propia madre.
Urbano, el Marqués, sufrió esta preferen­
cia sin quejarse ni retirar un átomo de su ca­
riño á su madre. La Marquesa, en su buen
juicio , no tardó en convencerse de que había
equivocado la elección de afectos; pero no re­
tiró el suyo á aquel hijo encantador, según
confesaba todo el mundo, y de cabeza ligera,
pero no de alma pervertida.
Caminando éste de locura en locura, gastó
su fortuna, soportando épocas crueles, y la que
atravesaba á la sazón era tan horrible, que
más de una vez llevó la mano á sus pistolas, y
el pensamiento de su madre le detuvo. La
Marquesa, con su noble desinterés , le había

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44 JORGE SAND.

hecho dar poco valor al dinero, y aunque arrui­


nando á su madre había pasado los límites
razonables, nunca creyó dañar con sus desór­
denes la fortuna de su hermano, qua él no ten­
dría medio de reparar sin faltar á la austeridad
de ciertos principios que su madre y su clase
le imponían.
El caudal de su madre era suyo; pero entre
los dop hermanos siempre había habido tuyo
y mió; si no había falta de cariño, había falta
de confianza, y hasta las costumbres de uno
eran una eterna protesta de las del otro. Urba­
no hacía grandes esfuerzos para que la voz de
la naturaleza sofocase la de la antipatía; pero
Gastón no había hecho ninguno , y entre ellos
reinaba siempre una fría ceremonia.
—¿Es un hecho consumado? (exclamó el
Duque, al ver de nuevo á su hermano penetrar
en su cuarto.) Leo en tus ojos que acabas de
firmar.
—Sí; todo está arreglado (repuso el Mar­
qués); y sólo te quedan doce mil libras de
renta , que no he permitido que entrasen en
liquidación.
— i Me restan! (exclamó Gastón, clavando
los ojos en los de su hermano.) ¡Me engañas !
Nada me queda más que tu generosidad, que.

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EL MARQUES DE VILLEMEB. 45

después de pagar mis deudas, me señalas una


pensión.
—Pues bien : sí; tú no puedes enajenar
todo tu capital.
El Duque apoyó su frente en su ardorosa
mano con abatimiento, y Urbano, venciendo
una vez su natural reserva, se sentó á su lado,
tomó una de sus manos, y exclamó:
—Eres demasiado allanero conmigo. ¿No
hubieras hecho por mí lo que por ti acabo de
hacer?
El Duque sintió que sus ojos se llenaban
de lágrimas, y murmuró, estrechando con­
vulsivamente la mano de su hermano:
—No, no hubiera podido, no hubiera sabido
hacerlo, porque mi destino es hacer el mal,
y no tendré nunca la dicha de salvar á nadie.
—Si convienes en que es una dicha , ya ves
que no tú á mí, yo tengo que agradecértela.
—¡Urbano! ¡Urbano! Este sería el mejor
momento para hacerte mil protestas cariñosas,
y no te las hago, porque no sé descender has­
ta la hipocresía. Hoy condeso que nunca te
tuve cariño.
—Lo sé, y me lo explico, por nuestra di­
versidad de gustos. Ya h-a llegado el momento
do querernos mejor.

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46 JORGE SAND.

—No es el más lisonjero el momento de tu


triunfo y mi derrota. Dime, por el contra­
rio, que sin mi madre me hubieras dejado su­
cumbir ; dímelo, y sólo entonces podré perdo­
narte.
—Ya te lo he dicho.
—Repítelo.... ¿Vacilas? ¡Y quieres que hu­
millado te ame!
— ¡Ah! (repuso tristemente el Marqués);
sé que no he nacido para ser amado.
—¿Que no has nacido para ser amado? (ex­
clamó Gastón, ya vencido, y arrojándose en
brazos de su hermano.) ¡Perdóname: vales do­
ble que yo, y no te amo; te admiro, te venero !
¿Qué podré hacer por ti? ¿Amas una mujer
cuyo marido sea preciso matar? ¿Quieres que
vaya al fondo de China en busca de algún pre­
cioso manuscrito, con riesgo de la vida?
—¡Sólo piensas en recompensarme ! Que­
riéndome un poco, lo harías mejor.
—¡ Pues bien: te amo, te quiero con toda mi
alma, y...., ya lo ves...., lloro como un niño !
Yo me corregiré, hermano mío ; aún soy jo­
ven...., aún tengo salud, y si no,la adquiriré.
Yo viviré para mi madre y para ti; yo pasaré
con vosotros los veranos en el campo, y os
haré reir como en otro tiempo.... Ayúdame;

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EL MARQUES DE VJLLEMER. 47

dame valor, porque no”sé qué pasa por mí,


pero me siento muy desgraciado.
El Marqués no había perdido ni una de las
distintas impresiones de su hermano, y añadió
con cariño:
—Vamos, vístete, y vente á desayunar con­
migo. Formaremos castillos en el aire, y quién
sabe si te convencerás deque en ciertas situa­
ciones se comienza á ser rico el día que se
queda uno pobre.

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’i'i- 'l ■

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V.

El Marqués condujo á su hermano al bos­


que de Bolonia, que en la época á que nos re­
ferimos no era un magnífico jardín inglés,
sino un verdadero bosque, lleno de sombra y
de misterio. Corrían los primeros días de
Abril, y el tiempo era hermoso; las primeras
violetas comenzaban á exhalar los perfumes
y las primeras mariposas revoloteaban entre
el follaje.
Urbano comía siempre en su casa, ó, mejor
dicho, no comía^ porque apenas merecía esta
calificación probar precipitadamente dos ó tres
platos sencillos, sin separar la vista del libro
que tenía al lado. Esta frugalidad cp^^BWL
mucho á sus medidas económica^.pórque si(^
en la mesa de su madre conlimjaba'-jeinaj^dp' vA.
lo superfluo, en la suya no habíA'más;<
necesario.
No tanto por ocultar su régi¿t^p.,á su &er--::V
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so JORGE SAND.

mano, como para no afligirle más, le llevó á


un lujoso pabellón del Bosque, donde se hizo
servir una comida espléndida, no sintiendo
más este pequeño sacrificio que los grandes
que acababa de hacer, ni el reposo que perdía
y tanto necesitaba su delicada salud.... No
pensaba más que en la ventura de haber con­
quistado el afecto de Gastón.
Éste continuaba pálido y preocupado, si
bien poco á poco el aire primaveral que pene­
traba por la ventana, á cuyo lado estaban , le
fué devolviendo la tranquilidad, terminando
por estar amable y hasta jovial con su herma­
no, del que había estado apartado por una
indiferencia glacial. Entonces se sentía arras­
trado hacia él, y queriendo conocer más y más
al hermano que le acababa de salvar el honor
y le aseguraba un porvenir, exclamó con una
cordialidad que nunca existiera entre ellos:
—Explícame el secreto de tu dicha, por­
que tú debes ser muy dichoso. Nunca te he
oído quejar.
—No puedo explicarte (dijo éste lenta­
mente) más que mi valor, hijo de mi amor á
mi madre y al estudio, porque la dicha, ni la
he conocido, ni la conoceré. No era esto quizá
lo que debía decirte cuando quiero arrancarte

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í
EL MARQUES DE VtLLEMER. Sí

á tu vida disipada; pero quiero ser sincero


contigo, y no sabré erigirme en pedante de la
virtud.
—¿Y por qué eres desgraciado? ¿Puedes
decírmelo?
—No puedo; pero quiero confiártelo. He
amado.
—¿Tú? ¿Has amado á una mujer? ¿Cuándo?
—La amé hace tiempo.
—¿Y ñola amas?
—No existe.
—¿Era casada?
—rfí, y su marido vive, aunque no te le
nombro.
—¿Y no te consolarás de su pérdida?
—Hasta ahora no lo he logrado.
—¿Hace mucho que murió?
—Tres años.
—¿Te amaba mucho?
—No.
—¿Cómo que no?
—Me amaba como una mujer que no quie­
re poner en ridículo á su marido.
—Eso no importa : los obstáculos encien-
fien la pasión.
—Ó la destruyen : cansada de sufrir por su
marido y por mí, no me dejó por temor de des­

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52 JORGE SAND.

esperarme.... ¡Y murió al fin por causa mía!


—Eso será una quimera que tú te inventas
para atormentarte.
—No lo creas, no lo creas ; mi dolor es sin
consuelo, como mi falta sin disculpa. En un
acceso de pasión, á despecho de Dios y de los
hombres, que me mandaban alejarme del ob­
jeto amado, la hice madre.... Me dió un hijo,
al que salvé, que escondí...., que existe....;
pero ella, para evitar suposiciones, se presentó
en el mundo al día siguiente de dar á luz á su
hijo..,. Hablaba , reía, á pesar de la fiebre....,
¡ y veinticuatro horas después había muerto!
Bajó al sepulcro considerada de todo el mundo.
—Sé quién es ; Mad. de G. /
—Tú solo en el mundo conoces el secreto,
—Vive tranquilo. ¿Mi madre lo sabe?
—Ni lo sospecha.
El Duque guardó silencio un instante, y
exclamó con abatimiento:
—¡Pobre hermano! Y á ese hijo que existe,
á quien sin duda adoras, ¿le he arruinado
también?
— ¿Y qué importa? Mi objeto es que
aprenda á trabajar y ser hombre. Nunca podré
reconocerle, y durante muchos años ni tenerle
á mi lado , porque por su débil constitución le

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EL MARQUES DE VILLEMER. S3

tengo criándose entre campesinos; además,


M. de G., por una palabra imprudente del
médico, concibió una sospecha al morir su mu­
jer, y no debe ver á mi lado un niño cuya
edad coincidiría con la época fatal.... Bien ves
que tengo motivo para ser desgraciado.
—¿Y esa pasión te ha impedido casarte?
—Había jurado no hacerlo.
— Ya debes pensar de otra manera.
—¿Tú me aconsejas que me case?
—Sí : el matrimonio no merece mi despre­
cio, como tú piensas: exagero la antipatía que
me inspira, porque, no habiendo buscado es­
posa cuando pude hacerlo, al verme arruinado,
y con mala fama , no podía aspirará una joven
noble y rica, y mi madre no me hubiera con­
sentido enlazar á una persona de humilde
condición. Bien sabes que, aunque parezco de­
testable, siempre he respetado las opiniones
de mi madre.... Pero tú, es muy distinto, y,
aunque hoyas comprometido parle de tu fortu­
na por mí, esto aumenta tu mérito personal, y
todavía te queda la suficiente para que, unida
á tu figura, te acepte por esposo una joven no­
ble y poderosa. No tienes más que presentarle
en la lid....
—Yo no sé nunca presentarme de un modo

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S4 JORGE SAND.

ventajoso, y, además, ya sabes que no puedo


amar ; tengo embotado el corazón.
—¿Por qué llorar tanto tiempo á una mu­
jer que no se consideró dichosa con tu amor?
— ¡ Porque la amaba! En ella reconcentró
toda mi ternura, y yo no soy de esas natura­
lezas volubles. Lo que me impresiona, deja en
mí perpetuas huellas.
— Lees y piensas demasiado.
—¡Quizá! Vente este año con nosotros al
campo, y me prestarás consuelo. Cuento con tu
palabra, y necesito de un amigo que no. tengo.
Todo mi afecto estaba fijo en esa pasión, y hoy
tu cariño me reanimará.
El Duque escuchó conmovido las amargas
palabras de aquel hermano, del que aguardaba
oir reconvenciones, y sintió compasión al ver­
se obligado á prestar consuelos al hombre
fuerte. Estuvo, pues, con él muy solícito el
resto de la tarde, pasearon por el Bosque , di­
rigiéndose después en un coche á comer en
compañía de su madre.
Estaba ésta inquieta hacía muchos días,
temiendo que Urbano desistiese de su resolu­
ción al conocer la cifra de las deudas del Du­
que. No dudaba de su cariño; pero no sabía
hasta dónde llegaría su desinterés. Doblemen­

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EL MARQUES DE VILLEMER. 55

te preocupada por no haber recibido aquel día


la visita acostumbrada de Urbano, fué agrada­
blemente sorprendida al ver penetrar junios á
los dos hermanos, en cuyos rostros se pintaba
un rayo de venturosa calma.
En la mesa advirtió el cariño con que se
hablaban, lo comprendió todo, y aunque la
presencia de Carolina y los criados le impidió
manifestar su emoción, trató de disimularla
bajo un exterior jovial, mientras lágrimas de
ternura rodaban por sus mejillas. Carolina las
advirtió, al mismo tiempo que sus miradas se
cruzaron con las del Marqués, como interro­
gándole si aquellas lágrimas eran resultado de
una impresión triste ó dichosa, mirada que,
sorprendida por el Duque, le arrancó una son­
risa maliciosa. Ni Carolina ni el Marqués die­
ron importancia á esta sonrisa, seguros de la
buena fe de su mutua simpatía.
Á los postres, cuando los criados fueron
desapareciendo y la conversación se iba inti­
mando entre la madre y los hijos, Carolina ex­
puso con timidez:
—Creo, señora, que atrasa el reloj del salón.
—No, aguarde V.; ahora irá (dijo la Mar­
quesa, y continuó dirigiéndose á sus hijos).
¿Conque habéis almorzado juntos?

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S6 JORGE SAND.

—Como Orestes y Pílades (exclamó el Du­


que). Y no podéis figuraros, madre mía, qué
hermoso estaba aquello ; además, he hecho un
magnífico descubrimiento. Que tengo un her­
mano delicioso, un modelo de talento y de
ternura.
La Marquesa se sonrió, aunque una nube
de pesar cubrió su frente. Gastón, al aceptar el
sacrificio de su hermano, debió sentirse hu­
millado, y al hablar de él con tanta jovialidad,
mostraba poca dignidad. ,
Urbano comprendió esta secreta suposición
de su madre, y se apresuró á disiparla, excla­
mando :
—Y yo añadiré que mi hermano vale aún
más que yo, porque me ha mostrado un gran
fondo de rectitud y juicio. Sí, madre mía (pro­
siguió, mirando á Carolina); hay en él virtudes
que nadie supone, y que yo mismo no había
apreciado hasta hoy.
—Me agrada, hijos míos, oiros hablar así
al uno del otro, y ambos halagáis mi orgullo
maternal.
—En cuanto á mí, madre mía (repuso Gas­
tón), os lisonjeáis sin motivo, y la compasiva
sonrisa de Carolina os lo prueba.
—i Yo he sonreído! (dijo la joven estupe-

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EL MA.RQÜES DE VILLEMER. 57

facta.) No he separado los ojos ni el pensa­


miento de ese jarrón de China.
—No nos haga V. creer que siempre la
preocupan cuidados domésticos (repuso el Du­
que). V. se permite levantar su pensamiento
de los jarrones para juzgar á las personas.
—Yo no me permito juzgar á nadie, señor
Duque.
—Tanto peor para aquellos que no son dig­
nos de que V. los juzgue. Á mí me agrada el
ser juzgado por las mujeres, y prefiero una
sentencia en su boca, al frío silencio del desdén
ó la indiferencia. Las mujeres son las únicas
que pueden apreciar bien nuestras cualida­
des....
—Si la señora Marquesa (repuso tímidamen­
te Carolina) quisiera decir al señor Duque que
yo le conozco muy poco para atreverme á juz­
garle, y que mi posición....
—La posición de V. en esta casa es la de
una hija adoptiva á quien todo es permitido,
porque su talento y su modestia no le dejarán
abusar nunca (dijo la Marquesa con bondad).
No rehúse, pues, responder á mi hijo, ni le
ofendan sus inocentes bromas, porque él no
faltará nunca al respeto que á V. la debe.
—Esta vez, madre mía (repuso el Duque

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88 JORGE SAND.

con nobleza), acepto esas lisonjeras frases. Sien­


to el más profundo respeto por toda mujer no­
ble, pura y llena de abnegación, y por consi­
guiente por esta señorita.
Carolina no se turbó, ni dió las gracias:
miró al Duque frente á frente, leyó en sus ojos
que no se burlaba, y repuso con sencillez :
—¿Por qué, señor Duque, abrigando tan
buena opinión de mí, juzga que yo la tengo
mala de V.?
—Tengo mis razones, y las diré cuando me
conozca V. más.
— ¿Por qué no ahora?—exclamó la Mar­
quesa.
— ¡Sea! (replicó el Duque.) ¡ Es toda una
anécdota! Figúrese V., madre mía, que el otro
día aguardaba en el salón, reflexionando en las
sillas, como ahora Carolina en el jarrón, y me
figuraba ver transformarse á cada una en un
brioso alazán , y la sorpresa de las damas que
visitan esta casa, al encontrarse aquí de re­
pente una cuadra en lugar de vuestro aristo­
crático salón.
—Todo eso no tenía sentido común.
—Es verdad; eran pensamientos de un hom­
bre un poco alegre.
—¿ Cómo ?

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EL MARQUES DE VILLEMER. i>9

—Nada, mamá querida. Aquella mañana


había estado de broma , el agua me hace mal, y
me excedí algo en la suplantación del agua....
Ya sabe V. que esto me dura á lo más un cuarto
de hora, y ansio apartarme de las gentes ; pues
bien : por eso, en vez de dirigirme al tocador
en busca de V. , aguardé en el salón para re­
ponerme....
—Al hecho, al hecho.
—Al hecho (repuso el Duque con volubili­
dad , encontrándose ya, merced á los excelen­
tes vinos que adornaban la mesa de su madre,
en estado igual al que se refería): he dicho,
pues, que tuve visiones muy originales, y á mi
mente aparecían mujeres hermosas adornadas
como para una fiesta, pastoras engalanadas
con deliciosa sencillez , maritornes de aspecto
gentil, princesas de maravillosa belleza....
—¿Adónde vas á parar ?—repuso la Mar­
quesa.
—No invento nada , madre mía ; refiero la
■verdad. Estaba bajo el imperio de un sueño, y
üo sé hasta dónde me hubiera llevado, á no es­
cuchar el eco de úna mujer que á mi lado can­
taba ....
Y Gastón tarareó una canción, que á Caro­
lina arrancó una carcajada, recordando que.

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60 JOEGE SA.NB.

en efecto, la había cantado antes de apercibir


al Duque. Éste continuó :
—Despertó, y mi sueño se desvaneció, escu­
chando distintamente el sonido de la canción
campesina modelada por una voz fresca y ar­
gentina. ¡ Galle!, dije para mí; ¡ una aldeana en
casa de mi madre! Me estuve quieto, y la al­
deana pasó dos veces ante mí sin verme, aunque
casi rozándome con su vestido do seda gris....
—¡Era Carolina!
—Era una desconocida, una aldeana sin­
gular, que no estaba coronada de flores, sino
vestida como una joven modesta.
Carolina, ya disgustada de ser tanto rato
objeto de la conversación de aquel calavera,
iba á interrumpir al Duque ; pero la ansiedad,
el entusiasmo que animaba su rostro la detu­
vieron.
—Esta adorable aparición (continuó el Du­
que) resumía á mis ojos todas las bellezas de
los tipos de mi sueño reunidas en uno solo,
porque era reina por la nobleza y pastora por
la sencillez.
—He aquí un retrato (dijo la Marquesa)
muy lisonjero, aunque denota cierta precipi­
tación.... ¿No estarás hoy, hijo mío, algo tras­
tornado también?

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EL MARQUES DE VILLEMER. 61

—Me ha mandado V. hablar ; pero si he


hablado de más, ya callo.
—No, no (dijo vivamente Carolina , que veía
cruzar una suposición vaga por la mente del
Marqués, y no quería que dejase á medias el
Duque el cuento de su primera entrevista); no
conozco bien el retrato, y aguardo á que el
señor Duque le haga hablar.
—Nada más fácil; diré que, arrastrado por
su aspecto, dirigí la palabra á aquella joven, y
sus cándidas respuestas, su aire bondadoso,
me dominaron hasta el extremo de querer con­
quistar su estimación, como hubiera querido
conquistar la de una hermana. ¿Es esto ver­
dad, señorita?
—No sé sus pensamientos íntimos. Verdad
es cuanto acaba V. de referir, aunque advierto
algo de ironía en los elogios.
—Vamos (exclamó el Duque): se empeña
en oir mis palabras como una injuria.
Y prosiguió, volviéndose al Marqués, que,
aunque parecía distraído, no perdía una pala­
bra del diálogo:
—¿Tú la has hablado mal de mí?
—No tengo esa costumbre,—dijo Urbano
con dulzura.
— ¡Ya sé quién me ha hecho perder el con-

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1
6S JORGE SAND.

cepto de Carolina! Esa vieja acartonada, cuyas


sortijas se escapan de sus dedos todas las no­
ches y las recogen en la banca: Mad. de O. Ca­
rolina estuvo hablando con ella cuando entró
en el salón, y desde entonces no he vuelto á
merecer sus francas miradas, que alegraron
mi corazón. ¡Ves, hermano,que iniquidad! Te
confío mi rehabilitación....
—Vamos, hijos míos (exclamó la Marque­
sa): otro día proseguiréis esa conversación.
Seguidme al gabinete, donde quiero hablaros
antes que venga gente, y V., hija mía, vea
ahora si atrasa el reloj.
—Voy, señora,—murmuró Carolina.
Y se dirigió al salón, en el que nadie ha­
bía aún, sentándose pensativa al lado de la
chimenea.

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VI.

Carolina , á pesar suyo, comenzaba á sen­


tirse humillada de su posición y de la depen­
dencia á que con tanta abnegación se había
sometido.
—En casa de mi hermana (decía para sí)
no me hubiera visto obligada á sufrir las galan­
terías de ese calavera, y una palabra mía le
hubiera hecho salir de casa para siempre....
Aquí debo ser atenta, solícita con él, ó, de lo
contrario, tendré que arrostrar su despecho y
quizá su venganza. Sí; en la posición en que
estoy, cualquiera maquinación puede hacerme
perder la estimación de la Marquesa, que me
despedirá como al último de sus criados. He
aquí los ultrajes á que me he expuesto. ¡ Ah!
¿ Por qué Mad. d’Arglade no me habló de este
Duque fatal?
Carolina tenía un carácter firme, y desde
que concibió la idea de marcharse, comenzó á

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64 JORGE SAND.

meditar cómo devolvería á la Marquesa los


adelantos que le había hecho en favor de su
hermana, y recordó la oferta de Justina, de­
rramando lágrimas de ternura al comprender
cómo la limosna del pobre puede ser un bene­
ficio de verdadera importancia social.
El Marqués entró á tiempo que Carolina
enjugaba sus lágrimas, y, al apercibirle, la
joven guardó sin afectación la carta que había
sacado del bolsillo, sin tratar de ocultar su
llanto. El Marqués, después de contemplarla
un instante, exclamó;
—¿Llora V.?
—Sí, señor Marqués ; pero no de pesar.
—¿Ha recibido alguna nueva feliz?
—No, señor ; una prueba de amistad.
—Esas debe V. recibirlas muy á menudo.
—Las hay más ó menos sinceras.
—¡Hoy duda V. de todo !
—Pues no soy desconfiada. ¿Y V., señor
Marqués?
—Yo.... (repuso Urbano, que vacilaba cuan­
do le hacían una pregunta directa), yo no sé
lo que soy, y en este instante sobre todo.
—En efecto : me parece V. preocupado....;
parece que se esfuerza para hablar conmigo.
—Y, sin embargo...., quiero hablar con V.

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ti
EL MARQUES DE VILLEMER. 65

Pero es tan delicado lo que tengo que decirla,


que no sé cómo empezar.
—Me inquieta V. Y, no obstante, me ins­
pira interés eso que tiene que decirme....
—Pues bien: escuche V., porque alguien
puede llegar á interrumpirnos. Amo á mi her­
mano, y hoy sobre todo, con una ternura in­
finita....; pero aunque confío en su rectitud....,
su imaginación os viva, su carácter impetuo­
so.... ; si insiste en hacer desaparecer las pre­
venciones que contra él tiene V., sufra hasta
cierto punto....; si no, acuda V. á mi madre, á
ella sóla, y pondrá Vemedio. No juzgue indis­
creta mi advertencia, y vea en ella el deseo de
ver á mi madre dichosa. Se ha acostumbrado
tanto á la compañía de V., sería tan difícil
reemplazar á V. á su lado, que yo deseo ver
é V. dichosa para creerla ligada siempre á
ella. He aquí lo que me preocupaba.
—Doy gracias al señor Marqués por esa
franca explicación, y siempre conté conque
Un día ú otro su lealtad me la concedefígh..
—¿Mi lealtad? No tanto: todo:.ello-sá
unce á que mi hermano es franc'o^
su jovialidad le disgusta á V./, -mi 's'
ejerce sobre él una autoridad %ue.yo'm^ te;n^6^7i%^
le contendrá. X/'b
x.-'V' t) ,

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66 JORGE SANO.

—Nos comprendemos (repuso Carolina),


aunque no estemos enteramente de acuerdo en
la manera de remediar la.... jovialidad del se­
ñor Duque. Yo creo que ante ciertos jueces no
se tiene nunca razón, y nadie tiene derecho de
elevar una queja entre una madre y un hijo.
En ello pensaba cuando entró V., y meditaba
que acaso llegaría un día en que , aun á pesar
mío, me viera obligada....
—¡Á dejarnos....; ádejar á mi madre! (dijo
el Marqués, procurando contenerse.) ¡ He ahí
precisamente lo que temía! Esa resolución es
infundada: mi hermano estaba hoy conmovi­
do....; un asunto particular...., un negocio de
familia, le tenía exaltado,... Cuando le conozca
V. mejor....
En este instante se oyó la campanilla que
anunciaba las visitas ordinarias, y el Marqués
dejó por decir infinitas cosas , murmurando
rápidamente:
— ¡En nombre del cielo, en nombre de mi
madre, no tome V. un partido extremo! Si
tuviera derecho para ello , suplicaría que no le
tomara sin consultarme al menos.
— El respeto que me merece autoriza esa
súplica, y prometo lo que me pide. V. me acon­
sejará en todo caso.

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i
EL MAIIOÜHS DE VILLEMRU. 67

El Marqués no tuvo tiempo de decir «gra­


cias», porque las visitas penetraban en el sa­
lón; pero su mirada fué más elocuente que
hubiera sido su labio, y Carolina la aceptó sin
turbación, porque no se la causaban nunca
aquellos ojos de límpido azul.
Y es que la joven profesaba verdadera ve­
neración á este hombre cuyo carácter apre­
ciaba todo el mundo , pero cuyo talento y
ternura eran desconocidos. No obstante, mien­
tras con encantadora distinción hacía los ho­
nores de la casa en ausencia de su señora,
se preguntaba por qué el Marqués había pa­
recido fluctuar entre dos ó tres ideas, y
por qué había estado irresoluto y un tanto tí­
mido.
— Quizá teme á su hermano; quizá soy
más necesaria á su madre de lo que creo (pen­
saba la joven). No importa : si aquí se encie­
rra algún misterio, libre soy, y todavía puedo
escribir á Justina.
He aquí cómo la honrada niña buscaba la
causa de las reticencias del Marqués en todo,
menos en un sentimiento de celos. Á poco, el
Marqués, refugiado detrás del piano, sostenía
á pesar suyo este diálogo con su hermano,
que le decía con volubilidad :

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68 JORGE SAND.

—¿Has estado con ella? ¿La has hablado


de mí?
— ¡Qué insistencia tan original!—replica­
ba el Marqués.
—No por cierto, sino muy natural. Esa
niña me impresiona, me seduce, me enamo­
ra.... Justo; me enamora : palabra de honor.
¿Vas á dirigirme alguna reconvención, la pri­
mera vez en mi vida que te tomo por confi­
dente? Nos hemos ofrecido confianza mutua:
te he preguntado si la amabas, y me fias dicho
secamente oio. Nada tiene de extraño que
quiera que me sirvas á mí.
—Hago todo lo contrario. La he dicho que
no tome en serio ninguna de tus bromas.
— ¡Traidor! ¿Así sirves á tus amigos?
¡Fiaos en Pila des, para que os venda en el pri­
mer negocio!
—Para ese género de servicios no sirvo; ya
lo sabes.
— ¡Renuncias á la primera dificultad! No
importa: insisto; serás mi confidente, y te ha­
blaré de todos mis amores.
—Menos do éste, te lo suplico.
—¿Temes que la comprometa?
—Me causarías un pesar.
—¿Por qué?

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EL MAUtiüEá üfS VILLFíMUn. 69

—Porque es muy susceptible, y abandona­


ría á nuestra madre, que no puede vivir sin
ella.
—No me había ocurrido que tomase tal reso­
lución (añadió el Duque). Y debe ser una joven
de gran talento y de gran corazón, para que
mi madre la distinga así, porque no hace mu­
cho me decía: «Has estado inconveniente con
Carolina, que es una joven en quien te está
prohibido pensar». ¡ Ni pensar, como si el
pensamiento dañase!.... Y mira, mira cuán lin­
da y distinguida parece entre todas esas damas
de alta alcurnia. Mi madre no podrá siempre
tenerla á su lado , porque, excitando en torno
suyo pasiones, acabará por tenerla que casar.
—Bien ves que no puedes pensar en ella.
—¿Y por qué no? ¿No soy ahora un pobre
diablo sin fortuna? ¿No es ella honrada y de
kuena familia? Quisiera yo saber si mi madre,
que hoy la llama hija, se desdeciría mañana,
presentándola hoy como hermana nuestra.
—Vas muy lejos con tu entusiasmo...., ó
con tu broma,—exclamó el Marqués, trastorna­
do con lo que oía.
— Bueno (pensó el,Duque). Ya se enoja.
Y continuó hablando con gran seriedad de
su probable enlace con Carolina.

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JORGE SAND.

—Querría mejor robarla (prosiguió): esto se


amoldaría más á mis costumbres; pero no veo
el medio, y mis nobles propósitos me lo pro-
hiben. Nada, ¡rompo con todo mi pasado!
¡Transformación completa! En mí vas á ver
un hombre regenerado, un hombre que yo no
conocía, y que es capaz de todo, hasta de ser
marido ! En cuanto á esto, esta es mi última
determinación : si no me ayudas á vencer la
antipatía de Carolina, es que no quieres prote­
ger mi conversión.
Y se alejó, dejando á su hermano estupe­
facto, vacilando entre el temor de creerle sin­
cero y la indignación de ser cómplice de una
calaverada.
—No (exclamaba): ¡esto es una locura, hija
de su ligereza , de su embriaguez quizá ! No
obstante: esta mañana me hablaba de Caroli­
na con una insistencia, con una emoción!
¿Qué carácter es, pues, el de mi hermano?
Esta mañana pensaba en la muerte ; después,
arrepentido, sollozaba en mis brazos, y á las
pocas horas , apenas tranquilizado, vuelve
otra vez á sus locuras.... ¿Tendré que arrepen-
tirme de haberle salvado, ó tendré que aceptar
la penosa carga de cuidar un cerebro enfermo?
En su temor, el Marqués aceptó esta últi­

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El, MAntIDES DE VILI.EMK11. 71

ma suposición como la menos cruel, aunque


á ella se unía un sentimiento de pesar, de in­
dignación inexplicable. Quiso trabajar, y no
pudo; se acostó, y el sueño huyó de sus ojos.
En tanto, el Duque murmuraba para sí con
alegría:
—He encontrado la reacción de su tristeza.
¡ Pobre hermano! ¡ He logrado exaltar su amor,
sus esperanzas, hasta sus celos! Le curaré, le
curaré : á su pasión pondrá otra pasión reme­
dio , y si mi madre un día condena el haber
faltado al respeto que su casa merece, me lo
perdonará cuando le diga que mi hermano iba
á morirse de pesar.
El hombre más ingenioso no hubiera halla­
do un medio más oportuno de curar á Urbano
que el que acababa de encontrar el frívolo Du­
que. Éste, que por su vida desordenada cono­
cía la debilidad de las mujeres , no hallaba en
ellas excepción, y juzgaba que Carolina, dis­
puesta ya á amar al Marqués, secundaría sus
planes.
—Ella no es ambiciosa, pero mi hermano
tiene prendas personales para hacerse amar de
una mujer de corazón y de talento ; y cuando
mi madre se entere, la indignación, las recon­
venciones, y el enternecimiento, por fin, la

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Mf

72 JORGE SAND.

distraerán de la vida melódica á que vive con­


denada.
El Duque, entregado á sus cálculos inmo­
rales , sonreía contemplando desde un extre­
mo del salón la víctima que pensaba inmolar.
En un instante en que tuvo ocasión de hablar
con ella, exclamó en voz baja :
—Mi madre me ha reñido porque me he
propasado con V., cuando yo creía probarla
mi respeto , y me ha exigido palabra de que
no pensaré nunca en hacerla el amor: ¿está V.
tranquila?
—Tanto más, cuanto que no había pensado
en inquietarme.
—Enhorabuena; y puesto que mi madre
me obliga á decir esta grosería , que no se le
dice nunca á una mujer, seamos buenos ami­
gos, y ante todo prométame V. no hablar en
adelante mal de mí á mi hermano.
—£’n adelante; ¿cuándo he hablado yo
mal de V.?
—Esta misma noche se ha quejado á él de
mi impertinencia.
—No; solamente he dicho que si las bro­
mas de V. continuaban, me marcharía.
—¡Hola! (pensó el Duque); se entienden
mejor que yo creía. (Y añadió); Si piensa V. en

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EL MARQUES DE VILLEMEB. 73

dejar á mi madre por mí , es condenarme á vi­


vir lejos de pila.
—No, en verdad; un hijo no debe ceder su
puesto á una extraña.
—Pues eso sucedería si insistiese V. en su
plan; pero me quedaré, y V. dispondrá de mí:
¿no debo verla ni saludarla?
—No exijo semejante exageración, ni la
razón de V. es tan corta que crea* que no pue­
do sostener sus artificiosas palabras.
—Enhorabuena: no tendrá queja de mí: lo
juro por lo más sagrado que hay para el hom­
bre: ¡por mi madre!
Después de tranquilizar así á Carolina,
cuya desaparición hubiera frustrado sus pla­
nes , comenzó á hablarle del Marqués con tan
sincero entusiasmo , que Carolina se tranqui­
lizó por coqapleto, y escribió en breve á su
hermana que todo iba bien, y que el Duque
valía más de lo que las gentes creían.
Durante un mes , Carolina vió poco al Mar­
qués de Viüemer, que, terminada la liquidación
de las cuentas de su hermano, se despidió de
su madre para un corlo viaje, confiando sola-
u^ente á su hermano que partía en secreto á
Ver á su hijo.

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VIL

Carta del Marque* al Dnciiio stu licriuaiio.

«PoLiGNAC l.° de Mayo.

»Las señas que te doy son un secreto, que


te confío con doble placer, porque si fuera mi
suerte morir lejos de ti, sabrías dónde existe
el niño por quien quiero que veles.
»Es tos aldeanos ignoran mi nombre y mi
clase, hasta que el niño me pertenezca, pre­
caución necesaria para que su existencia no
llegue á noticia de M. de G., que dudaría sin
razón de la legitimidad de su hija. He aquí
por qué he colocado á mi hijo tan lejos de mí,
y en el fondo de un país escabroso, cuya co­
municación con París es nula.
»Aquí me conocen bajo el nombre de Ver­
nier, y la aldeana que cuida de mi hijo es hon­
rada, sencilla, y vive en un bienestar modesto,
porque no he querido , asegurándole una for-

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76 JGBGE SAND.

tuna, revelar mi posición. Los aldeanos en


cuya casa me alojo son arrendatarios, y viven
con algún desahogo.
»E1 país donde me encuentro es tan rico en
tradiciones , en vegetación y en monumentos
históricos, que no he mentido al decir á mi
madre que emprendía un viaje de instruc­
ción. Hay, en efecto , en el corazón de nuestra
hermosa Francia, santuarios de, poesía que
nadie conoce, y costumbres sencillas que no
ha dañado el trato con las grandes ciudades.
Este país no es tan severo como la Suiza, ni
tan alegre como la Italia ; es la Francia primi­
tiva, con su rudeza, su fertilidad, su misterio­
sa poesía.
»Los cuadros que aquí se ofrecen ala imagi­
nación están terminados por cordilleras de in­
accesibles montañas, y por un horizonte vasto
y grandioso. Los accidentes del terreno ofre­
cen numerosos diques á tres arroyos que , na­
ciendo en la montaña, atraviesan el valle,
fertilizando cuanto tocan, y en estas grandes
plataformas, cortadas en el seno mismo déla
roca, los habitantes han construido fortalezas,
templos y risueñas aldeas.
»Si el aislamiento de Roma, bajo su cielo
sin límites, es lo que da grandeza á sus mo-

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EC MARQUES DE VILLEMER. 77

numentos, aquí es donde debería estar Roma


situada. El gigantesco pedestal de una de es­
tas rocas hubiera servido admirablemente á
Miguel Ángel para trazar la bóveda magistral
de San Pedro. Y, después de todo, me pregun­
to ; ¿Por qué Roma, esa ciudad cubierta de
augustas ruinas y creyendo reemplazarlo todo,
compensarlo todo con un edificio de grandes
proporciones y de gran mérito artístico; por
qué Roma ha de querer para sí todo nuestro
culto, toda nuestra admiración? Yo, por el con­
trario, siempre he creído que el verdadero arte
consiste en hacer de lo poco mucho, y que las
cosas no valen por lo que son, sino por el efecto
que producen. He aquí por qué yo no admiro
objetos que causan la admiración general, y
uae conmueven los sitios ignorados, las mara­
villas y los abismos creados por la naturaleza.
»¿Te acuerdas cuando en los Pirineos te
exasperaban sus precipicios y reñías conmigo,
que los buscaba siempre, y me arrastrabas á
Biarritz á contemplar el tranquilo mar? ¡En
esto, tú eras más poeta ; yo, más artista! Tú
te arrojabas en brazos del infinito ; yo nece­
sitaba cosas definidas , pero grandes, majes­
tuosas....
»Volviendo á mi vida actual, me encuentro

Biblioteca Nacionai de España


78 JORGE SAND.

aquí bien ; y la soledad me aprovecha y me


arrulla al eco de mis antiguos amores. La so­
ledad es un ser cuya voz, arrancada del mismo
seno de la naturaleza, nos habla y nos con­
mueve. La personificamos al pedirle la calma
ó la energía que los acontecimientos nos roban;
y hay instantes en que sin ser pintor, poeta,
artista ni sabio, interrogamos á la naturaleza
con nuestra vista y con nuestro corazón.
»En la estación en que estamos, este país
parece formado por un capricho, cuyas combi­
naciones fantásticas han creado grupos de nu­
bes que eclipsan por un momento la luz del
sol para dejarle salir con más claridad, recor­
dando el alba primera del mundo ; esto es,
cuando la luz fué creada y la atmósfera terres­
tre, segregada de las nieblas que la envolvían,
contempló por vez primera la luz del sol.
»La multitud de cavernas que aquí se en­
cuentran labradas en las rocas, prueban la
existencia de una raza salvaje establecida
desde los primeros siglos. La raza actual está
en armonía con el suelo que la sustenta : som­
bría, ruda de formas, gustos pronunciados,
demuestra una sumisión ciega , en lucha per­
petua con su independencia feroz, lucha entre
la superstición y las pasiones. El culto de las

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EL MARQUES DE VILI.EMER. 79

imágenes, la fe estúpida en los milagros con­


fundido con el odio y la venganza, constitu­
yen al primitivo aldeano, no regenerado aún
por la civilización.
»Una divinidad del Egipto, traída, según se
dice, de la Palestina por San Luis, es el ídolo
que, después de siglos de veneración, la revo­
lución destruyó, siendo reemplazada por otra
virgen negra^ que, como se dice apócrifa, hace
menos milagros que la anterior; por fortuna, so
conservan en la catedral los cirios que bajaron
los ángeles, y éstos se muestran á la venera­
ción de los fieles. Las mujeres guardan la
compostura que les impone la religión, los
hombres no tienen ningún freno, y abandonan-
^ do al sacerdote la dirección de la mujer, se
entregan á todas sus pasiones, y por cuestio­
nes de dogma se matan unos á otros.
»Esta es su religión; en cuanto á sus cos­
tumbres , se resienten de la rudeza de sus pen­
samientos.
»Los hombres viven entregados á sus rús­
ticas faenas, y el que tiene más instrucción
manifiesta cierta superioridad altanera , que no
desagrada en los hijos de los bosques.
»En cuanto á las mujeres, son laboriosas, y
en el arte de encajeras una especialidad. Así

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1

80 JORGE SAND.

que la niña tiene uso de razón, la madre colo­


ca en sus rodillas una almohadilla, de la que
penden numerosos ovillos que se cruzan con
agilidad entre sus dedos. Á la edad de quince
ó diez y seis años, tiene obligación de ser
hábil encajera, ó se la declara indigna del pan
que come.
»Como en todos los países donde los artícu­
los se crean sin que haya comercio, los sala­
rios de estas infelices son muy cortos, y los
comerciantes ganan á su costa un 100 por 100.
»Creo que te he dado ya una idea general
del país. Quisiste que mi carta fuese larga,
previendo sin duda que, en mi soledad, y junto
á este niño que á mi lado duerme mientras
escribo, renacerían todos mis dolores. Cierto
es que su vista renueva mis heridas, pero tam­
bién á su lado siento consuelos infinitos. ¿Ce­
rraré mi carta sin hablarte de él? Imposible.
Le adoro , y comprendo que él será el único
objeto de mi amor ; no es el deber el que me
trae á su lado, es el grito de la naturaleza.
Aquí se encuentra bien cuidado y querido ; sus
padres adoptivos son honrados y cariñosos , y
la madre, que hace años vivió en París, tiene
alguna idea de la educación que debe darse á
un niño.

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i
EL MARQUES DE VILLEMER. 81

»Le amo con toda el alma, y siento que, á


medida que se desarrolla , su rostro y su ca­
rácter son iguales á los míos. Tiene ya mi re­
serva, mis arranques impetuosos y las sinra­
zones que en mi niñez me hacían tan poco
apreciable, según me refiere nuestra madre,
hale año se ha apercibido de mi presencia , y
al principio me huía; pero ya me sonríe y me
acaricia. ¡No sé por qué sus caricias me arran­
can lágrimas!
»Pero basta ; no quiero parecerte niño yo
también. No formes proyectos de matrimonio
para mi, y piensa en consolar mis pesares con
tu cariño.
»P. S. Supongo que mi madre habrá par­
tido al campo con Carolina y contigo ; si pre­
gunta por mí, dile que has tenido carta y que
sigo en Normandía.»

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VIII.

El mismo día en que el Marqués escribió á


su hermano esta carta, Carolina escribió á la
suya la siguiente:

«Seval 1.® de Mayo.

»Al fin, hermana mía, hemos llegado á este


paraíso terrestre. El castillo es mezquino, pero
sus contornos pintorescos y su parque muy
vasto y no á la inglesa. Á Dios gracias, sus ár­
boles frondosos prestan apacible sombra. Nos
tienes en Auvergne, cerca de una linda aldea
llamada Chambón, y que hemos atravesado
para llegar hasta aquí; esta aldea está muy
bien situada, y á ella se baja por la pendiente
de una montaña , ó más bien por una rambla
deliciosa, porque montaña no hay propiamen­
te hablando. Se atraviesan dilatadas llanuras,
cubiertas de árboles y arbustos, y se descien­
de á una especie de valle fecundado por arro-

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1
81 JORGE SAÍiD.

y líelos de límpido cristal. Para mí, que no co­


nozco más que nuestra humilde aldea, repre­
senta cada elevación un abismo ; pero la Mar­
quesa , que ha visto los Alpes y los Pirineos, se
burla de mí, y afirma que este país es llano
como el tablero de una mesa. Así, pues, no
emitiré mi parecer, temiendo equivocarme;
pero te daré cuenta de mi entusiasmo, porque
éste es independiente del parecer de la Mar­
quesa.
»Este es un país de perpetuo follaje, de
interminable alfombra de musgo. El camino
que á él conduce es limpio y arenoso como el
paseo de un jardín, orillado de arbustos, á
través de los cuales se distinguen praderas
dilatadas, tapizadas en este instante de llores.
¡Qué hermoso es esto, mi querida Camila!
¡Cuán poco se parece á nuestra^ áridas prade­
ras! En esta rica vegetacióñ, el verde es per­
petuo, y las más caprichosas flores de los cam­
pos se entrelazan y njecen sus corolas al im­
pulso del viento.
»Al venir aquí tuvimos que ascender hasta
la cumbre de una montaña , y en ella pude ad­
mirar, á unos seiscientos pies de elevación, un
conjunto de este delicioso cuadro. Contribuía
á mi encanto la canción de un aldeano que á

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EL MAEQDES DE VILLEMEU. 85

nuestro lado ífaminaba, entonando una copla


popular del país. Hay algo de misterioso y
tierno en las canciones de la aldea, y la mú­
sica y la letra, defectuosas siempre, encierran
triste y misterioso encanto, exaltando nuestra
mente á la región de los sueños! Yo, que es­
toy condenada á soñar á paso de posta , puesto
que mi vida no me pertenece, dejó en pos de
mí al filarmónico aldeano, guardando en el
alma un recuerdo melancólico de su can­
ción.
»La pendiente de esta montaña está eriza­
da de rocas, que, según dice la Marquesa, son
como granos de arena, y después, por una ve­
reda de travesía, hemos llegado á la entrada
del castillo, defendido por apacible sombra.
»Hay en el parque un manantial de agua
cristalina; el jardín está cubierto de flores, y,
lo que es mejor, en el corral existen numerosas
gallinas que me permiten cuidar. Las habita­
ciones de la Marquesa recuerdan por su mue­
blaje las de París : la mía es modesta y risue­
ña, y en ella me siento revivir. Me levanto con
el alba, y hasta la hora de acompañar á la Mar­
quesa , que no madruga, á Dios gracias, más
que en París, me pertenezco por completo, y
pienso en vosotros, en ti, en Lelia, en Carlos:

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86 JORGE SAND.

¡cómo los pasearía por aquí si los tuviera á mi


lado!
»La Marquesa no es aficionada á la vida
campesina, porque el otro día me decía :
—»Para amar el campo, hija mía, es pre­
ciso amar la naturaleza hasta la estupidez. Las
leyes de la naturaleza, como obras de Dios, son
inmutables, y el hombre no puede alterarlas
nunca. Su admiración debe ser siempre la
misma. Así, pues, admirado una vez un ar­
busto ó un ramo de flores, no tiene nada que
admirar.
»Bien ves que la Marquesa razona conde­
nando lo que no siente. ¡ Quién sabe si todos
hacemos lo mismo á propósito de las cualida­
des ó virtudes que nos faltan!
>>Habláüdome así, sentada en un banco del
jardín, en el cual descansaba de unos cien pa­
sos que habría andado, un aldeano se presentó
á la puerta para vender pescados á la cocinera,
y reconocí en él al aldeano de la canción.
—»ftEn qué piensa V.?—exclamó la Mar­
quesa , al ver que yo le observaba.
—»Pienso (repliqué), en observar á ese hom­
bre, que no es arbusto ni flor, y tiene una fiso­
nomía especial.
—»¿Lo cree V. así?

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EL MARQUES DE VILLEMEE. 87

—»Y tanto , que, si no temiera pronunciar


una frase que oye V. con prevención, diría
que es un tipo noble.
—»¿Está V. en su juicio? Noble, porque no
cede en el precio de su mercancía ; pero, per­
dón ; no recordaba que esa es una calificación
de poeta ó de artista, que nunca llaman las co­
sas por su nombre. La prevengo que no soy de
su parecer, y creo á los aldeanos exentos de
todo lo bueno y adornados de todo lo malo.
Veo á esas gentes arrastradas siempre por ma­
los instintos, y no me interesan.
—»¿Qué le interesa entonces aquí?
—»Nada; vengo, porque los aires son sanos
y el país económico, á reponer un poco mi sa­
lud y mi fortuna. Además, todo el mundo sale
de París, y cumplo con esa ley de la moda.
»Quise distraerá la Marquesa de este eno­
joso diálogo, y exclamé :
—»¿No tienepor aquí alguna vecina ridicu­
la de quien burlarse?
—»No, hija mía ; aquí no hay ridiculeces;
aquí no hay más que vicios ó desastres. El
movimiento civilizador, los caminos de hierro.
Van robando su carácter especial á las provin­
cias , y no sé hasta dónde tendremos que ir
para encontrar la mies y el labrador que la

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88 JORiE SA«D.

cuida. Hoy los provincianos son cortesanos sin


distinción, y ya no se admira en las aldeas lo
que se admiraba en mi juventud.
—»¿E1 qué, señora?
—»Aldeanos que se estaban preparando tres
años, y hasta hacían testamento para ir á pa­
sar un mes en París. Entonces había campesi­
nos que, instruidos, gracias á la revolución,
ejercían una especie de dominio entre sus con­
ciudadanos , como los antiguos señores de
horca y cuchillo. Niñas éramos mi hermana y
yo, é ignorantes de los sucesos políticos, y no
podíamos contener la risa al ver á uno de esos
pobres hombres amenazar á los otros en nom­
bre de Napoleón. Entonces caminaban sobre
una muía, y se presentaban á V. apestándola
con su cigarro y con su olor á cuadra; pero en
cambio no tenían el aire pretencioso de los
provincianos de hoy, que leen periódicos y se
creen capaces de alternar con todo el mundo.
»Bien ves, hermana mía , que la Marque­
sa no está conforme con las concesiones de la
civilización, y su crítica, que suele ser inge­
niosa y benévola, se torna á veces dura y agre­
siva. Sus réplicas son siempre afirmativas, por
lo cual las discusiones se cortan violentamen­
te ; obligada siempre á distraerla y sostener la

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EL MARQUES DE VILLEMER. 89

conversación, moriría de aburrimiento si no


tuviese toda la mañana por mía. Aunque
Mad. de Villemer, por su talento y su bondad,
presta algún encanto á nuestra ocupación es­
téril, deseo ya que llegue el Marqués y com­
parta conmigo esta penosa carga oratoria.»

El Marqués llegó, en efecto, al cabo de ocho


días, pero más preocupado que de costumbre, y
á Carolina le pareció que hasta más frío con ella.
Consagrado á sus estudios favoritos, le veía
apenas á la hora de comer, y esto era tanto más
sensible para la joven, cuanto que con su ma­
dre se mostraba el Marqués más animado que
nunca. Carolina, pues, creyéndose innecesa­
ria y hasta un estorbo á la cordialidad del Mar­
qués , aprovechaba su presencia para retirarse
á su habitación.

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IX.

Cuando al cabo de otra semana llegó el Du­


que, á su vez quedó sorprendido de este estado
de cosas. Conmovido por la carta de su herma­
no, en la que se revelaba su amarga lucha, re­
tardó á propósito su marcha, para dar aisla­
miento y libertad á aquellos dos corazones que
él había creído poner en contacto y ya se pro­
metía hallar completamente de acuerdo. No
contaba con la falta de arte ó de coquetería de
Carolina, ni con la reserva del Marqués.
—¿Qué es esto ? (se preguntaba, al ver que
hasta la amistad parecía haber desaparecido
entre ellos.) ¿Habrá hecho mi hermano una
tentativa inútil? ¿Será su tristeza hija del te­
mor ó del despecho?
El Duque no insistió en penetrar la verdad,
y se consagró á conocer á fondo los asuntos
financieros del Marqués, cuya mezquindad era
su obra , y déla cual su hermano parecía no
cuidarse. En efecto: el Marqués apenas poseía

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92 JORGE SAND.

lo suficiente para atender á su madre, á la pen­


sión de su hermano y vivir él en una modesta
situación.
El Duque, que había soportado con indolen­
cia su propia ruina , y al perder á sus amigos
de locuras había ganado en la opinión del
mundo, no podía ver con tranquilidad la ruina
de su hermano, y estudiaba el medio de ha­
cerle dichoso. Ya quería lanzarle en brazos del
amor, ya quería encender en su alma el fuego
de la ambición, ya sugerirle la idea de un ma­
trimonio ventajoso.
Este último partido era el sueño de la Mar­
quesa, que hasta había confiado al Duque que
estaba en trato con la duquesa de Duniéres
para unir al Marqués á una huérfana rica, no­
ble y bella, que se aburría en un convento y
se mostraba muy exigente respecto de las cua­
lidades de su prometido. Si Urbano se presta­
ba , el negocio era posible; pero Urbano era el
hombre menos á propósito para ver á una mu­
jer con intención de agradarla.
—Trata de convencerle, hijo mío ; yo pier­
do mi tiempo,—dijo la Marquesa.
El Duque lo intentó, y encontró á su her­
mano incierto, vacilante, sin decir que no,
pero sin dar una contestación decisiva. La

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j
EL MARQUES BE VILLEMER. 93
Marquesa se impacientaba de esta vaguedad, y
continuó en su nombre adelantando el negocio,
tomando al Duque por secretario , conside­
rando el asunto demasiado grave para Caro­
lina.
Gastón, viendo que pasaban los meses, y el
matrimonio no avanzaba un paso, resolvió
distraer al Marqués con alguna aventura amo­
rosa , y volvió á su tema de averiguar la causa
de la frialdad visible de su hermano para con
Carolina.
Le interrogó, y sus respuestas le asombra­
ron ; jamás había intentado hacerla el amor.
Era para él un caso de conciencia; y aunque
sentía por ella misteriosa simpatía, se debíaá
su madre y á su hijo, y se alejaba de la joven,
cuyo carácter noble y digno lo hubiera recha­
zado además. Tantos escrúpulos tan bien ex­
presados , lograron engañar al Duque, que
exclamó;
— ¡Me he engañado! Le absorbe por comple­
to la historia que escribe. Pues bien ; por la his­
toria le conquistaré.
Desde este día el Duque se preguntó en qué
iba á pasar su tiempo durante seis meses que
iba á durar su estanciar en el campo. Cazar,
leer, hablar con su madre y con su hermano.

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1
94 JORGE SAND.

no satisfacía su imaginación exaltada; y, como


de costumbre, sus pensamientos se fijaron en
Carolina, como la única que podía animar aquel
cuadro inerte.
—¿Cómo haré (exclamaba) para interesarla,
después de haber dado á mi madre palabra de
no ocuparme de ella? No hay más que un me­
dio : ser con ella solícito, con apariencia de
desinterés; galante, con aspecto franco, y esto
le inspirará una confianza real. Estaré amable,
obsequioso ; y como al cabo de algún tiempo
extrañará que no le diga ni una palabra de
amor, me relevará de mi juramento, y conquis­
taré al fin el corazón de esa muchacha, que ni
es coqueta ni insensible.
Estos pueriles pensamientos distraían al
Duque, cuyas locuras llevaban siempre el sello
de la distinción. Desde que la idea de una nue­
va aventura penetró en su mente, sus horas
deslizáronse gratas, y tanta fué su habilidad,
que Carolina tuvo la candidez de dejarse enga­
ñar por su fingida lealtad.
Viendo que no la buscaba á solas, no le
huía; y mientras él, sin perderla de vista,
aprovechaba los momentos que la casualidad
le ofrecía para estar atento y fino con la joven,
dejábala discreto en su más amplia libertad

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EL MARQUES DE VILLEMER. 93

cuando la veía ocupada. Tanta fué su habili­


dad , que Carolina escribía á su hermana :

«El Duque ha cambiado favorablemente, ó,


más bien, no ha merecido nunca las acusacio­
nes que le dirigen. Es imposible que un hom­
bre de tan buenas condiciones tenga gusto en
hacer de cada mujer una víctima : si el defecto
de los jóvenes del día consiste en comprometer
á las mujeres, preciso es que haya muchas
fáciles de comprometerse, pues que tantas víc­
timas se atribuyen al Duque. Yo no le veo ocu­
pado de las mujeres, ni le oigo hablar mal de
ninguna ; por el contrario , elogia la virtud y
afirma que la respeta. Á mí parece apreciarme
con sinceridad, y, á pesar de todos sus defec­
tos, hoy ni juega , ni gasta, ni vive más que
para su familia. Habla con ingenio, canta con
buen gusto, compone versos con arte , viste
con elegancia, y aunque inclinado á cosas frí­
volas, da á las graves el valor que tienen, y
escucha á su hermano con inteligencia y respe to.
ȃste, el mismo espejo sin mancha, modelo
de todas las virtudes, se ocupa de un gran tra­
bajo histórico, del que su hermano cuenta ma­
ravillas ; y si la naturaleza no es ilógica, le dará
la facultad de expresar las ideas elevadas, los

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■■•1

96 JORGE SAND.

sentimientos nobles que le ha concedido. Yo


siento por él respeto profundo, y aunque hoy
no me manifiesta el interés que me manifes­
taba en París, nunca olvidaré la prueba de
amistad que me dió el día en que su hermano
estuvo á punto de faltarme.»

Como se ve, Carolina advertía, pero ,no es­


taba resentida del cambio de conducta del Mar­
qués. El amor propio de la mujer significaba
poco en ella.
Acostumbrada á querer y ser querida, no
podía menos de enojarle aquella vida tranqui­
la, fría y ceremoniosa. Para huir de su aburri­
miento, se refugiaba en la contemplación que
la llevaba á la melancolía ; melancolía que no
escapó á la observación del Duque. Al verla
triste y pensativa, creyó llegado el momento
de manifestar que en su solicitud no entraba
para nada el amor, recurso que se estrelló en
la frialdad glacial de Carolina.
El Duque pensaba arrastrarla á la impa­
ciencia ó al despecho, sin conseguir sacarla
de su tristeza y de su dulzura, lo que acababa
por enternecerle á él y robarle su aplomo. Al
cabo de un mes, díjose que era preciso apresu­
rar el desenlace, lo que le parecía difícil, por-

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i
EL MARQUES DE VILLEMER. 97

que Carolina era demasiado virtuosa para per­


mitirle faltar á su palabra, y procediendo con
violencia lo perdía todo.
Un día, entrando en el cuarto de su madre,
exclamó:
—Me he estado entreteniendo en montar
uno de los potros que hay en la granja. ¡ Trota
con una viveza, con una igualdad! Si esta
señorita fuese aficionada á la equitación, po­
dría verlo.
—Lo soy, en efecto (respondió Carolina);
mi padre quiso que la aprendiera, y le obedecí
sin pesar.
—¿Es decir que es V. excelente amazona?
—No ; tengo aplomo y ligereza, como todas
las mujeres.
—Como todas las mujeres que montan bien,
porque, en general, todas quieren conducir los
caballos y los hombres ágalope. ¿No es verdad?
—Lo ignoro ; no he tratado nunca de con­
ducir á nadie.
—¿Tratará V. algún día?
—No es probable. C'
—Cierto (exclamó la Marqm&á};; nó'i^^'re ' \
casarse; y en su situación, hace.níú^^
— ¡Es verdad; el matrimq#):kin;##úña', z/-'
debe ser un infierno !- -dijo el

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98 JORGE SANO.

Y miró fijamente á Carolina, á ver qué


efecto causaban en ella sus palabras.
La joven permaneció impasible. El Duque,
queriendo penetrar más y más en su alma,
añadió:
—Sí, debe ser un infierno, á menos de abri­
gar una gran pasión, que presta lieroismo para
sufrirlo todo.
Carolina continuó como indiferente á la
cuestión , y la Marquesa dijo :
—Tienes días, hijo mío, en que no hablas
más que tonterías ; pareces un niño.
—Lo soy, y procuraré serio aún mucho
tiempo.
—Haces mal: las niñerías á cierta edad lo
matan todo, hasta el amor.
—¿Es esa la opinión de V., señorita?—ex­
clamó el Duque, dirigiéndose á Carolina.
—No la tengo formada en este asunto (re­
plicó ésta). Conozco poco de la vida, aunque
soy del parecer de la señora Marquesa. ¡Yo he
conocido la miseria, y he sufrido tanto al verla
pesar sobre los que amaba !....
—Todo es relativo : lo que es miseria para
unos, es opulencia para otros. ¿No se conside­
raría V. dichosa con doce mil libras de renta?
—Sí por cierto,—replicó Carolina, sin fijar-

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Bf. MARQUES DE VILLEMER. 99

se en que á eso ascendía la pensión de su in­


terlocutor.
—Pues bien : si alguno la ofreciera ese
bienestar y un amor verdadero....
—No lo aceptaría: tengo cuatro niños que
educar, y ningún marido acepta esta carga.
— ¡Esoriginal! (exclamó la Marquesa rien­
do.) Habla de su pasado como una viuda.
—Y aún no he hablado de la viuda. Con
ella, y una criada anciana á quien no debe­
mos abandonar, somos siete personas.... ¡Ya
ve V., señor Duque, que mi marido, aun con
doce mil libras de renta, haría un mal negocio!
Carolina hablaba sin afectación, con inge­
nua sinceridad.
—Tiene V. razón {dijo el Duque): V. y yo
somos verdaderos filósofos, y miramos la po­
breza con resignación , con alegría. ¡ Nunca he
sido más feliz que hoy i
—Mejor para ti,—añadió su madre con aire
de reconvención.
—Y seré mucho más dichoso (se apresuró
á decir el Duque, como queriendo reparar su
falta) el día que mi hermano celebre el matri­
monio en cuestión. ¿Se celebrará?
Carolina hizo ademán de retirarse, y la
Marquesa exclamó:

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100 JORGE SAND.

—¿Adónde va? No hay secretos para V.:


léanos esta carta que acabo de recibir.
Carolina indicó que acaso el Marqués no
aprobaría la confianza que le otorgaban, y á
una nueva intimación de la Marquesa, leyó lo
siguiente:

«Sí, querida mía; es preciso que este ma­


trimonio se realice, y se realizará. Aunque
Mile. X..... posee una fortuna de cuatro millo­
nes, no está envanecida, y la tengo muy pre­
venida en favor del hijo de V.
»Yo no he nombrado á nadie; pero la his­
toria de V. y la de sus hijos es tan conocida,
que mi querida Diana ha adivinado de quién se
trata, y consiente en ver al Marqués cuando
llegue el otoño. No prolongue V. mucho su es­
tancia en Seval : hasta entonces mi ahijada vi­
virá en el convento, porque es mejor que las
almas cándidas vivan lejos del mundo hasta
que tienen un brazo en que apoyarse para pre­
i-
■•■ir.
,
sentarse en él. Este brazo será el de su hijo, y
;V. me reemplazará al lado de Diana.»

Si el Duque hubiera observado á Carolina


mientras leía la carta, no hubiera notado la
menor alteración en su voz, ni más expresión

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EL MARQUES DE VÍ1.1.EMER. 101

que la satisfactoria que animaba á la madre y


al hijo. Pero el Duque no pensó en observarla,
porque ante un hecho de familia tan importan­
te, la pobre Carolina era un ser accidental, se­
cundario.
—Sí (exclamaba el Duque, besando con efu­
sión las manos de su madre). V. será dichosa,
y mi hermano recompensado. El mundo entero
conocerá su mérito , porque sin la fortuna, el
talento y la virtud viven obscurecidos. ¡Pobre
hermano! Por fin alcanzará fortuna , gloria y
honor. ¿Conoce esta carta, madre mía?
—Sí.
—¿Y está contento?
—Ha prometido dejarse presentar.
—i Victoria! ¡«Hagamos locuras de alegría !
¿Me permite V. que vaya á abrazarle?
—Sí, pero no le felicites mucho ; bien sa­
bes que se asusta de todo.
—Esté V. tranquila,—dijo el Duque.
Y salió , saltando como un escolar.

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X.

El Duque encontró á su hermano entregado


á sus trabajos, y exclamó ;
—¿Te estorbo? Tanto peor; es preciso que
le estreche entre mis brazos: acaban de leerme
la carta de la duquesa de Duniéres.
—¿Y eso qué importa? Aún no está hecho
el ruatrimonio.
—Hecho, si tú quieres, y no puedes menos
de querer.
—Aunque quiera, necesito aparecer encan­
tador, para no desmentir los elogios quede
mí ha hecho la Duquesa.
—Y aún no lo ha dicho todo. Tengo deseo
de verla, para que sepa cuánto vales, para que
le aprecie bien.
—Me conozco; no me ciega el amor propio.
—Pero, hombre, ¡qué diablo! ¿Te crees al­
gún oso? Yo creí que después de la conquista
de Mad. de G., la persona más severa....
—¡No me hables de ella, por piedad! No me

Biblioteca Nacional de España


104 JORGE SAND.

recuerdes cuánto me costó inspirarle confian­


za ! Tú no puedes comprender esto ; tú , que
inspiras afición á primera vista, que posees el
arte de hacerte amar, y no buscas un amor
para toda la vida ; yo no sé decir á una mujer
más que «amo», y si no comprende que toda
mi alma se encierra en esa palabra, no sé aña­
dir otra.
—Pues bien : amarás á Diana, que com­
prenderá tu palabra suprema.
—¿Y si no la amo?
—¿Y por qué no la has de amar? Es encan­
tadora, un verdadero querubín.
—Todo el mundo lo asegura; pero si, á pesar
de ello, no me agrada, si no la amo, no sabré ha­
cerme amar, y, por consecuencia, no me casaré.
—¡Parece que te halaga esa idea! (exclamó
el Duque con pesar.) ¡Y nuestra madre, que se
juzga tan dichosa con su esperanza! ¡Y yo,que
me creía absuelto por el destino!
—No desesperes todavía : yo trato de ven­
cer mi carácter y dar impulso á esta existencia
estéril: dadme todo el verano para triunfar de
mis recuerdos, de mis temores....: yo quiero
haceros dichosos, y Dios me lo concederá.
—¡Gracias, gracias! — exclamó el Duque
estrechándole en sus brazos.

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E! MARQUES DE VILUEMER. IOS

Queriendo arrancarle á su preocupación,


hizo lo que Urbano había hecho con él el día
de su reconciliación. Se mostró débil, para que
resaltase la energía de su hermano; desgracia­
do, para que el otro se juzgase algo dichoso.
—¡ Dos desgraciados (exclamó) no pueden
prestarse consuelo! ; pero el día en que yo te
vea feliz, renacerá mi alegría.
Urbano, enternecido, quiso distraer á su
hermano de estos pensamientos , llevándole á
terreno más frívolo, adonde fué el Duque sin
violencia, porque, como sabemos, era el suyo
favorito.
—Me harás dichoso (exclamó sonriendo),
y bien lo necesito, porque desde hace algunos
días me atormenta una contrariedad.
—¿Alguna aventura amorosa?—repuso el
Marqués sonriendo.
—¿Y qué quieres? Ese diablillo de Carolina
me preocupa más que quisiera.
—No pienses en ella (replicó vivamente el
Marqués). ¡Se lo has jurado á mi madre! ¿La
habrás engañado?
—No, hasta ahora; pero quisiera verme
obligado á engañarla.
—¿Obligado ?
—Sí por cierto: escucha.

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106 JORGE SAN’D.

Y el Duque contó á su hermano todo su


plan para vencer á Carolina, y los malos re­
sultados que hasta entonces le había dado;
añadiendo que él no haría nada para compro­
meterla ; pero que si esto llegaba á suceder,
estaba dispuesto hasta á casarse con la joven.
El Marqués no osaba pronunciar una pala­
bra contra proyecto tan extraño. Sabía que su
madre no contaba casar bien á aquel de sus
hijos que no tenía ni fortuna ni buenas cuali­
dades, y siguió escuchando á Gastón, que
acabó diciendo que él sabría conducirse con
decoro en tan delicado asunto, para no com­
prometer la tranquilidad de su madre ni el
respeto que debía á la casa de su hermano.

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XI.

Durante este diálogo, penoso para el Mar­


qués, Carolina sostenía otro con la Marquesa,
que, si no la entristecía, la descontentaba. En
él la Marquesa, á propósito del concertado
matrimonio, dejaba ver á su joven confidente
un fondo de ambición que ella no había sos­
pechado. Bien sabemos que una de las cosas
que admiraba en la Marquesa, era su desinte­
rés, que ahora apreciaba como un baño de
sociedad.
Al oirla que no existía la felicidad sin una
gran fortuna, se permitió alguna objeción, que
aquella rechazó, añadiendo :
—¿No cree V. que los nobles dominan á
las otras clases de la sociedad? Debe creerlo,
puesto que es bien nacida, y si su posición es
superior, su fortuna debe serlo también. No
puedo menos de afligirme al ver al Marqués
ocuparse hasta de pequeñeces en la granja y
la cocina; y aunque esto lo hace porque nada

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108 JORGE SAND.

me falte á mí, los que lo ignoran nos creerán


avaros, colocándonos al nivel de cualquier
plebeyo.
—Puesto que la hace sufrir tanto la vida que
yo juzgaba modesta, pero dichosa, ¡Dios quie­
ra que ese matrimonio se realice! Sin embar­
go, si me permitiese V. manifestar mi opi­
nión....
—Hable V., hija mía.
—Creo que lo más cierto sería contentarse
con el presente , sin desconfiar del porvenir.
—¿Cree V. que no se realizarán nuestras
esperanzas?
—No tengo motivo para dudarlo, si, como
dicen, esa señorita es tan perfecta.
—Bien lo prueba al preferir el mérito en su
prometido, contentándosecon su propia riqueza.
—No me parece tan extraño,—pensó para
sí Carolina.
La Marquesa continuó ;
— ¡Una Xaintrailles ! ¿Comprende V.^la
gloria de semejante enlace? ¡Es verdad que V.
no da gran valor á la nobleza de la sangre, se­
gún creo comprender! No se deje V. arrastrar
por las ideas de los nobles advenedizos ; de
esos nobles para quienes nada significa la no­
bleza de la cuna, y que son capaces de sacri­

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EL MARQUES DE VILLEMER. 109

ficar su vida y su fortuna por sostener una


idea ; los guía siempre un interés personal.
Carolina se sintió herida de aquella prefe­
rencia de clases que hacía la Marquesa; y aun­
que cambió la conversación, estuvo preocupada
con ella el resto del día. Ella, de noble ori­
gen, se veía colocada por la Marquesa entre las
clases más inferiores, atendiendo á su posición
y su poca fortuna; y no era una necia suscepti­
bilidad lo que la obligaba á resentirse, sino su
razón natural, que se rebela ba contra tal injus­
ticia.
—¡Es decir (pensaba), que mi sacrificio, mi
dependencia impuesta, mi renuncia volunta­
ria á todas las alegrías de la vida, nada signi­
fican juntoal heroismo de Mile, de Xaintrailles,
que se contenta con doscientas mil libras de
renta, con tal de unirse á un hombre perfecto!
¡Porque ella es una Xaintrailles y yo solamente
una Saint-Geneix, mi sacrificio es vulgar y
obligatorio!
Carolina, herida en su legítimo orgullo,
estaba triste, preocupada, y su rostro, no acos­
tumbrado á disimular sus impresiones , mani­
festaba secreto pesar. Éste , además de las
reflexiones que conocemos, nacía de que, ha­
biéndose dirigido á interrogar al Marqués para

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lio JORGE SAND.

asuntos domésticos, se había encontrado con


una mirada fría, altanera, que la heló de sor­
presa y de terror.
El Duque, interpretando á favor suyo las
impresiones de Carolina , creyó oportuno insi­
nuarse en su ánimo , y exclamó :
—¿Se siente V. mala? ¿No advierte V., ma­
dre mía, que desde hace algún tiempo Caroli­
na está muy pálida ?
—En efecto (replicó la Marquesa con soli­
citud). ¿Se siente mala, hija mía? No me lo
oculte V.
—Me encuentro muy bien (repuso Caroli­
na). El sol me ha producido un gran dolor de
cabeza, pero esto no es nada.
—Siempre es algo, y el Duque tiene razón.
¿Quiere V. recogerse, ó prefiere respirar el aire
libre? Yo esta tarde aguardo algunas visitas
de señoras de estos contornos , y la dejo en
libertad.
—¿Sabe V. lo que la convendría? (dijo el
Duque, dirigiéndose á la infeliz Carolina,
contrariada por fijar las miradas de todos.) Dar
un paseo á caballo; ese de que hablé antes, tie­
ne excelentes condiciones. ¿Quiere V. probarle?
—¿Sóla, en un caballo sin adiestrar?—dijo
alarmada la Marquesa.

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EL MARQCBS DE VILLEMER. Hi

—Carolina sabe montar, y, además, yo iré


á su lado y velaré por ella, Estoy seguro de que
eso la aliviaría.
Tanto insistió, que la Marquesa preguntó á
Carolina si aquella excursión sería de su agra­
do, á lo que la joven, queriendo sobreponerse
á la opresión que la dominaba , contestó :
—Sí, me agradaría; pero otro día mejor que
boy. No quisiera dar un espectáculo á las per­
sonas que esperáis, porque mi aire de amazo­
na es bien infeliz.
—Bien, pasead por el parque (repuso la
Marquesa). Es bastante sombrío para librar de
curiosos ese primer ensayo. Pero quiero que
alguien la acompañe á caballo, aunque sea An­
drés, que tiene un caballo viejo y cansado, con
el que podrá trocar el suyo si es muy fogoso.
—Perfectamente (dijo el Duque, batiendo
palmas). Andrés con su caballo cansino, Ca­
rolina en el potro , y yo despediré la comitiva.
—¿Pero hay silla de mujer?—dijo la Mar­
quesa.
—He visto una en el guadarnés.
—¿Y traje de amazona?
—Cualquiera falda larga bastará ,—dijo Ca­
rolina , que deseaba esquivar la compañía de
todos.

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112 JORGE SAND.

Retiróse á hacer sus preparativos, yen bre­


ve bajó, encontrándose su caballo ensillado,
Andrés montado en el suyo, y el Duque dis­
puesto á tenerle el estribo para que montase.
Él mismo, con la ligereza y habilidad propias
de su carácter y su experiencia en materias de
equitación, había arreglado en un momento
todo lo necesario , celebrando con jovialidad la
discordancia de todos los objetos que se admi­
raban en el potro.
Carolina dió cordialmente las gracias al
Duque por todas sus atenciones, y lanzó al
trole su caballo, creyendo ser seguida por An­
drés; pero en cuanto ella se alejó, el Duque
despidió al escudero, y, ocupando su lugar, si­
guió á Carolina por el sombrío parque.
—¡Cómo! ¿V., señor Duque? (exclamó la
joven, parando su cabalgadura.) ¿V. acompa­
ñarme? No lo consentiré: volvamos.
—¿Teme V. acaso (replicó Gastón) encon­
trarse sola conmigo en medio del Parque? En
él nos hemos encontrado mil veces, y no la he
importunado nunca.
—Es verdad (dijo la joven con entera con­
fianza,); no es eso lo que me aflige, sino el ver­
le en tan incómoda cabalgadura.
—¿Va V. bien sobre la suya?

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EL AfAKQUES DE VIL!-EME!>.. 113

—Perfectamente.
—Entonces, vamos los dos. Tiene para
mí cierta novedad este escuálido caballo, y
me creo sobre él tan airoso como sobre uno de
pura raza. ¿Quiere V. que galopemos?
—¿Y si el caballo le falta?
—Yole animaré, y si me estrella, tendré
el placer deque haya sido en obsequio de V.
El Duque dijo esta galantería con jovia­
lidad para no alarmar á Carolina, yambos
partieron al galope, dando felizmente la vuelta
al Parque, no sin notar el Duque el aplomo y
la maestría de Carolina para manejar un cor­
cel. La joven se había improvisado una falda
larga deshaciendo el doblez inferior; se había
puesto una chaqueta de piqué y un sombrero
de campo , pareciéndole al Duque doblemente
bella con esto traje original y con la animación
que le prestaba el galopar.
—A fe mía (exclamaba para sí el Duque),
que dejé sorprender mi buena fe cuando me
arrancaron una palabra cuyo curapUjulealp no
creí tan difícil. ¿Cómo hacer naíVqué íííé xív,
leve de mi juramento? Pero Ahíle! , Cree qü^\
Voy incómodo sobre esta cabálgadurá Ayl Voyc ^
á darle, por medio de una ratiraijh y
inquietud.

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1
114 JOUfiE SANU.

Y dirigiéndose á la joven, exclamó :


—Mi querida amiga: va V. segura sobre su
corcel, ¿no es eso?
—Completamente.
-¿No tiene resabios ni le cansa la mano?
-No, señor.
-Pues bien: me retiro, y enviaré á Andrés
en mi lugar.
—Sí, sí (repuso vivamente la joven); y no
me envíe V. á nadie ; volveré sola al castillo:
todavía pienso galopar , y me aflige ver á V.
sobre ese jamelgo.
—Todavía no estoy en edad de encontrar­
me mal sobre un caballo duro ; me retiro, por­
que recuerdo que Mad. d’Arglade llega esta
tarde.
—No, mañana.
—No estoy seguro; quizá esté V. mejor
informada que yo ; adiós, y gracias por todas
sus bondades.
Ya iba á poner al trote su caballo , cuando
el Duque, deteniéndola, exclamó ;
—Gomprendoque no es galante lo que hago.
—Pero es justo.
—¿Le cansa á V. mi compañía?
—De ningún modo ; pero su retirada es una
prueba de confianza que yo agradezco.

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K), MABQriJS DI': Vll.IJíMElt. 115

—¿Encuentra V. linda á Mad. d'Arglade?


—Muy linda.
—¿Qué edad tendrá?
—La mía, sobre poco más ó menos : juntas
estuvimos en el colegio.
—Lo sé, y también que son Vds. muy
amigas.
—Ella me ha manifestado mucho interés en
mis desgracias.
—Y V. es....
—Buena amiga suya, porque desd e que ella
se interesa por mí, la quiero más.
—¿Quiere á toáoslos que son buenos para V.?
—Sin duda.
—Entonces me querrá á mí un poco, por­
que yo no soy malo para V.
—Ciertamente, es muy bueno, y le quiero
bien.
—Lo celebro: de ese modo no temo sus ma­
los oficios para con esa amiga de colegio.
—No comprendo....
—Lo explicaré ; ella es maliciosa, suspicaz;
preguntará. ¿No es verdad que le dirá V. que
nunca le he hecho el amor?
— ¡Oh! Sin duda diré la verdad ,—exclamo
la joven, lanzando una carcajada: y puso su
oaballo á galopo.

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116 JORGE SAND.

—He mentido inútilmente (dijo el Duque


para sí). No ama á nadie, ó quizá tiene algún
prometido humilde, al que se unirá el día
que cuente con mil escudos ahorrados. ¡ Pobre
niña ! ¡Si yo los tuviera, se los daba!
El Duque se encaminó hacia el castillo;
pero al atravesar un bosquecillo sombrío, vio
deslizarse con precaución un hombre, al que
no pudo reconocer porque la noche había ten­
dido ya su obscuro manto.
— i Galle! (murmuró.) ¿Si será el amante
en cuestión, que vendrá á hacer una visita
nocturna? Yo sabré quién es ,—dijo.
Y bajando del caballo , se dirigió entre los
árboles hacia el camino que Carolina había
tomado, después de dar á su caballo un lati­
gazo, que le hizo dirigirse rápidamente camino
de su cuadra.
Carolina, que después de alejarse para no
oir confidencias poco decorosas, continuaba
su paseo, víctima de nuevo de amargas refle­
xiones, sintió de repente detener su caballo, y
vió ante sí á un hombre.
—¿Quién es? (exclamó alarmada, al ver que
su caballo parecía detenido por una mano de
hierro.) ¿Es Andrés? ¿Es el señor Duque? ¿Por
qué me detiene V.?

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EL MARQUES DE VILLKMEli. 117

No tuvo respuesta; pero el hombre se alejó,


el caballo quedó libre, y la joven, víctima
de verdadero terror, volvió al galope alcas-
tillo.
El Duque estaba, á diez pasos de ella
cuaudo tuvo lugar el singular encuentro; y
aunque nada vió, oyó el acento alterado de
Carolina , y al partir su caballo lanzóse sobre
el desconocido, al que sujetó por el cuello, ex­
clamando :
—¿Quién eres, miserable?
El personaje misterioso trataba de sus­
traerse á un examen ; pero el Duque, que tenía
una fuerza hercúlea, lo sacó de entre el follaje,
y en medio de una explanada reconoció á su
hermano.
— ¡Calle! (exclamó sorprendido.) ¿Te he
lastimado? ¿Por qué no me respondías?
—No sé (exclamó el Marqués conmovido);
uo reconocía tu voz. Pero ¿por quién me to­
mabas?
—¿Por quién había de tomarte? Por un la-
prón. ¿No has asustado á Carolina ?
—Es verdad ; he asustado sin querer á su
caballo. ¿ Dónde está ?
—¡Qué sé yo! ¿No la viste partir á escape?
—¿Por ausentarse de mí? (replicó el Mar­

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118 JORGE SAND.

qués con amargura.) Yo no quería ofenderla;


quería soliiuienle hablarla.
—¿ De qué? ¿ De mí ?
—Eso es : quería saber de su boca si te
amaba.
—¿ Y por qué no la has hablado ?
—N() sé; no pude proferir una palabra.
—¿ Estás malo ?
—Sí, estoy malo, muy malo hoy.
—Tienes fiebre , en efecto ; sígueme ; esta
humedad puede perjudicarte.
—No importa ; ¡ déjame morir!—exclamó
el Marqués, cayendo con desaliento sobre un
banco de piedra.
—Urbano (exclamó el Duque, adivinando
por fin la verdad); ¿ serías tú el enamorado de
Carolina ?
—¿Yo amarla ? ¿No es...., no debe ser tu
querida ?
—¡ Nunca , si tú la amas! Yo no siento por
ella más que un capricho, y te juro que es tan
pura, tan libre, tan digna, como el día que la
conociste.
—¿Por qué dejarla sola en este parque?
—¿Dudas de mí, después del juramento
que acabo de hacerte?
—Enmaterias galantes,tus juramentos va-

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Kl. MAI\Ot’Hf? DE Vi! I.EMEII 119
len poco. ¡ Tarabióa juraste no pensar en esa
niña, y acabas de eludir tu juramento ! ¿Era
leal tu táctica do atraerla por medio de la fas­
cinación, del despecho , de cuantos puntos dé­
biles dio á la mujer la naturaleza? ¿No te
burlabas del abismo á que querías arrastrarla,
asegurándome, por íiu, que hasta te casarías
con ella, y ahora, al sospechar que yo la amo,
me dices que sólo es uii capricho, hijo de la va­
nidad, vanidad de libertino? Tus miradas bas­
tan á dañar á una mujer, y la que ha sufrido el
ultraje de que pienses en ella, no puedo amar­
la yo.
Y hablando así á su hermano por la primera
vez en su vida , se alejó rápidamente, expre­
sando sus facciones un odio,reconcentrado.
El Duque, fuera de sí, iutentó pedir repa­
ración de estas palabras ; dió algunos pasos, y
se detuvo bruscamente : desesperábase al pen­
sar que la persona del Marqués era para él sa­
grada, y retorciendo sus manos convulsivas,
derramaba lagrimas de coraje.
Andrés llegó á sacarle de tan penoso estado,
anunciándole, en nombre de la Marquesa , la
llegada de Mad. d’Arglade.
Siguió maquiualmente al criado, y al p ene-
trar en el castillo, murmuró :

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120 JORGE SAND.

—¿Dónde está el señor Marqués?


—Le he visto subir hacia su cuarto.
—¿Y la señorita Carolina?
—En el suyo ; pero ahora la ha mandado á
llamar la señora Marquesa.
—Bien: anuncie V. al señor Marqués que
quiero hablarle; dentro de un instante subiré
á su cuarto.

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XII.

Mad. d’Arglade oslaba casada con un em­


pleado importante de una provincia, y en ella
había conocido á la marquesa de Villemer,
cuando ésta fué á vender unos bienes para pa­
gar las deudas de su hijo mayor. Mad. d’Ar­
glade, dotada de una ambición sin límites y
un deseo especial de brillar en el mundo, gas­
taba espléndidamente su fortuna con tal obje­
to, poniendo en juego también esa verdadera
ciencia que se llama coquetería de la mujer,
y consiste en prometer con los ojos y negar
con el corazón, plegándose á todas las velei­
dades y á todos los caracteres, para introdu­
cirse, lo mismo en la casa menos severa que en
la más rígida, rodeándose de amigos útiles.
De este modo era cómo se había intimado
en la amistad de la Marquesa, no obstante las
prevenciones de esta señora contra su origen,
su posición y el cargo de su marido. Su carác­
ter estudiado aparecía alegre, aturdido, cán-

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122 JORGE SAND.

dido, cuando en realidad era ella quien se reía


de la candidez de los otros. Comprendía lo que
vale el trato con cierta clase elevada, de la que
ella vivía desterrada por su nacimiento, y gra­
cias á su solicitud y sus servicios á la mar­
quesa de Villemer, se vio admitida en algunos
salones, donde la trataban como á una joven
encantadora cuyas recomendaciones las lleva­
ba en sí.
La Marquesa la había concedido lealmen­
te su afecto , y por ella y por su hijo el Duque,
M. d’Arglade acababa de ser trasladado á Pa­
rís, lo que puso el colmo á la alegría de su mu­
jer, que escribió á la Marquesa :

«Le debo la vida: ¡es V. mi ángel tutelar!


Antes de fijarme en París, iré á darla las gra­
cias á su retiro, en el que cuento estar el día
10. Haga favor de decir al señor Duque que
será el 9 ó el 11, y que le doy gracias por el
interés que se ha tomado por mi marido. »

Esta incertidumbre de fechas era la con­


tinuación de una broma que sostenía con el
Duque, sobre la ignorancia que manifestaba
tener del día y la hora en que vivía. Hasta tal
extremo la llevaban , que el Duque,á pesar de

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El. .MARQUES DE VILT.EMER. m

su experiencia , vivía completamente engaña­


do respecto al carácter de Leonera , á la que
solía decir;
—Venga V. á ver á mi madre hoy lunes,
martes ó domingo, adornada con el vestido
azul, gris ó rosa, y nos hará el honor de al­
morzar , comer ó cenar con nosotros.
Al presentarse el Duque ante ella , notó la
alteración de su rostro , así como la Marquesa,
que exclamó:
—¡ Gran Dios ! ¿ Qué tienes ?
—Nada , mamá: tranquilicése V.; sólo
siento un poco de frío.
Frío sentía en efecto, aunque el sudor de
la cólera bañase su rostro ; acercóse á la chi­
menea, y á los pocos instantes, la costumbre
de vencerse, arle de buena sociedad, y las pa­
labras artificiosas de Leoncia , disiparon su
pesar.
En breve llegó Carolina á abrazar á su ami­
ga de colegio , y al verla , no pudo menos de
exclamar la Marquesa :
—¡También V. está pálida! ¿Qué ha pasa­
do ? Algún susto de ese maldito potro. ¡ Si me
lo figuró 1
—No, señora, no ha sido él, aunque confie­
so que he tenido miedo.

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124 JORGE SAND.

—¿De quién, si no ha sido del caballo?—


exclamó Gastón.
—De V., señor Duque: ¿noha sido V.quien,
por darme un susto , ha detenido mi caballo
cuando me encontraba sola en el parque?
—Cierto, yo he sido, que he querido ver si
era V. tan valiente como parece.
—No lo he sido mucho, porque me he es­
capado.
—Pero sin gritar, lo cual es mucho.
Y refirió á Leoncia los incidentes del pasco.
Ésta parecía, como de costumbre, no pres­
tar atención, aunque en su mente se decía que
el Duque había seducido ó trataba Üe seducir
á Carolina , y que ésta intriga acaso la serviría
de algo. Gastón se despidió en breve de las
señoras , para subir al cuarto de su hermano.
Uno de los motivos porque Carolina y Leon­
cia no habían sido mdy amigas en su niñez,
era la diferencia de edades, mediando algunos
años en favor de Carolina , lo que la joven
ocultó al Duque, con tanto más acierto, cuan­
to que Leoncia quiso pasar por la más joven
enSéval, en lo que consintió de buen grado
Carolina.
Desde que una y otra dejaron el colegio,
se habían escrito de tardo en tarde, y cuando

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EL MARQL’ES DE VILLEMEIÍ. 12o

las desgracias de Carolina , Leoncia le ofreció


su casa y su protección , recomendándola á la
marquesa de Villemer, que en aquel momento
despedía su señorita de compañía. Habló de
Carolina, disminuyendo su juventud y su
hermosura, aunque elogiando sus cualidades
morales, y hemos visto cómo Carolina y la
Marquesa se vieron y agradaron.
Al ver á Leoncia, frívola y ligera, rnartifes-
tandoVu candor infantil, Carolina no pudo
menos de preguntarse si aquello no er§. afec­
tado, concluyendo, con su benevolencia habi­
tual, por admitirlo como todo el mundo. Leon­
cia estuvo con ella lisonjera, y la Marquesa la
colmó de elogios, diciendo á la anterior que la
había procurado una verdadera 'perla ^ lo que
hizo exclamar para sí á Leoncia :
' —Esta muchacha me será útil: bien dicen
que no se debe desdeñar á nadie.
El Duque, al dirigirse al cuarto de su her­
mano , vaciló , creyendo que , en lugar de una
reconciliación, podía provocar una escena vio­
lenta, si su hermllno insistía en sus reconven­
ciones, y ól no sabía ser dueño de sí: decidióse
por fin, y aunque no muy tranquilo , penetró
en la habitación de Urbano.
Estaba éste en su biblioteca, pieza ocha­

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1

126 JORGE SAND.

vada , de techo artesonado , iluminada por una


débil lámpara. No leía; pero al sentir pasos co­
locó un libro delante de sí, como recurso para
ocultar su rostro. El Duque se detuvo conmo­
vido , al contemplar su palidez , lo hundido de
sus ojos , y ya iba á tenderle la mano, cuando
Urbano, levantándose, exclamó:
—Te be ofendido mucho hace un momen­
to, hermano mío, y he sido injusto, condenan­
do tu ligereza, yo, que sin amar á las mujeres,
soy responsable del deshonor y la muerte de
una. Reconozco mi sinrazón, y espero me la
perdones.
—No sólo la perdono, sino que te doy gra­
cias por anticipado (dijo Gastón, estrechando
sus manos): yo pensaba decirte lo mismo;
disculparme por haberte lastimado acaso sin
conocerte; pero ¿por qué no hablabas? ¿Por
qué no tienes en mí la confianza que me ju­
raste?
—¡Confianza! Es una necesidad para mí,
y, si la perdiera, la lloraría con lágrimas de
sangre.
—Pues bien; yo me someteré á todas las
pruebas que exijas; para hacerme digno de
ella, me someteré al hierro, al fuego....
—i Siempre de broma 1

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EL MAUQUES DE VILLEMEH. 127

—Es mi carácter; y si tú me quieres , lo


demás no me aflige.... ¿Que amas á esa-niña?
Haces muy bien. ¿Que no quieres que la en­
cuentre, que la hable, ni la mire? Corriente;
mañana parlo de aquí j<aunque sea sobre el ruin
jamelgo de esta tarde.
—No, no me abandones, por piedad; ¿no
ves que me muero ?
—i Gran Dios! — exclamó el Duque, levan­
tando la pantalla de la lámpara, y contemplando
el rostro pálido de su hermano.
Observó su pulso, y era violento ; apoyó la
mauo' sobre el corazón del Marqués, y sus la­
tidos le asustaron por lo fuertes é irregulares.
Una afección semejante había puesto en
peligro la vida del Marqués en su primera ju­
ventud, dejándole delicado para siempre , y la
reaparición dé los síntomas no pudieron menos
de alarmar profundamente al Duque.
—¡ Ni una palabra á mi madre! (exclamó el
Marqués, dirigiéndose á la ventana.) Aún hay
fuerzas en mí, y no me moriré por esta vez;
¿adúnde vas?
—¡ Diablo! En busca de un módico.
—¿Y dóude hallarle? No hay aquí ninguno
que conozca mi organización, y me matará en
nombro de la ciencia. He aquí calmantes cuyo

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■128 JORGE SAND.

efecto conozco perfectamente (exclamó, sacan­


do de un cajoncito unos papelillos de polvos);
con ellos basta por ahora.... ; tranquilízate, y
escuchadlo que tengo que decirte. i
—i Tranquilizarme! Tú eres quien lo nece­
sitas ; tú, á quien la pasión altera física y mo­
ralmente. Amor, dicha ; eso es lo que buscas
y anhelas.... ¿Quieres que te ame? Pues Lien:
te amará, ó, más bien, te ha amado siempre;
porque.... ¡ahora recuerdo, ahora veo claro!
—¡ Calla, calla!—dijo el Marqués, cayendo
desplomado sobre su silla.
Después do un instante de silencio, excla­
mó , animando su rostro una dulce sonrisa :
—Quizá tienes razón ; quizá es amor lo que
me agita. Tú has halagado mi ilusión, y me
has conducido como á un niño.
—Puesto que ya te veo mejor, dejemos
este diálogo para mañana , y trata de descan­
sar ; todos los días, al partir yo á caza, veo
aún encendida tu lámpara.
—Y, no obstante, hace ya muchos días que
no trabajo.
—Es el insomnio lo que te atormenta; pues
bien: no velarás sólo ; te vas á acostar.
—Es imposible.
—Pues bitm: me quedaré á tu lado-, y te

Biblioteca Nacional de España


EL MARQUES DE VILLEMER. 129

hablaré de ella huata que iiu quieras oirme.


Condujo á su hermano á su dormitorio; le
sentó en un gran sillón , sentóse á su lado, y
estrechó una de sus manos con cariño, como
hubiera podido hacer una madre solícita.
—¿Me perdonas?—exclamó de nuevo Ur­
bano.
—Hago más ; te amo , y no soy yo sólo;
ella también está ahora pensando en ti.
—No me engañes, no alimentes mi ilusión;
ella no ama á nadie, ni amará jamás.
—¿Quieres que vaya á decirle que estás
enfermo , y la tienes al punto aquí?
—No lo extraño ; es bondadosa, y no me
negará su compasión.
—Pues bien : por algo se empieza. ¡Si te
dejaras guiar por mí!....
—Tus palabras me hacen daño ; si fuese
tan fácil conquistar su cariño , no le anhelaría
tanto yo.
—Pues bien : pruébalo ; y si tu ilusión se
disipa, quedarás tranquilo, y todo es ganancia.
—Ese será el desenlace al tin; un abismo
nos separa; pero, por piedad, heítiíano mía,
Una imprudencia tuya, un errar Ihijó de tu im^X
lerés, podría matarme con la Wsíná :jáéti&dad x \
que un arma de fuego.

Biblioteca Nacional de España.C ^ '• ' ^ ■'’*


130 JÜKGE SAND.

El Duque, que siempre había encoulrado


sencilla y natural la posición de dos seres que
se querían y estaban separados por mezqui­
nos escrúpulos, se admiraba de las complica­
ciones que encontraba el Marqués en una situa­
ción tan vulgar. Si Carolina le quería sin reser­
va, le extinguiría su pasión, y si le negaba su
amor, le mataría el desengaño, muriendo siem­
pre en uno ú otro caso. El Duque estaba muy
preocupado con tan contrarias situaciones, y
después de hablar largo rato con su hermano,
comprendió que el único medio de curarle era
ayudarle á descubrir el afecto de Carolina;
pensó advertir á la joven, poner en juego sus
bondades; pero era colocar á los dos en una
pendiente resbaladiza , comprometiendo su
mutua reputación y su reposo.
El destino, que es quien da interés á los dra­
mas íntimos, se encargó de hacer lo que el
Duque no osaba.

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i
XIII.

No obstante la promesa quo el Duque ha­


bía hecho á su hermano de guardar silencio,
no quiso cargar solo con ésta responsabilidad,
y se encaminó á Chambón en busca de un mé­
dico á quien ya había consultado en una leve
indisposición suya, pensando revelarle bajo el
sello del más inviolable secreto la penosa si­
tuación de su hermano. Contaba con traerle al
castillo con cualquier pretexto, y que pudiese
observar al enfermo, sin alarmar anadie. Fir­
me en esta resolución, aguardó á que su her­
mano durmiese, y calculando que en una hora
estaría de vuelta después de hablar con el
médico, dejó furtivamente el castillo.
El Marqués, que no dormía tan profunda­
mente, aguardó áque su hermano se retirase,
creyendo que iba á descansar, y continuó fin­
giendo dormir.
Entretanto, y á poco más de media noche,
Mad. d’Arglade siguió á Carolina á su cuarto,

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132 JORGü SAND.

después de despedirse de la Marquesa, para


continuar charlando otro rato.
—Y bien: ¿está V. tan contenta como dice
en esta casa? (exclamaba Leoncia.) Sea franca
conmigo,y si algo la disgusta, coufiémelo, que
yo tengo algún ascendiente sobre la Marquesa
y lo corregiremos.
—Gracias (exclamó dulcemente Carolina):
nada me disgusta ; lodos en esta casa son de­
masiado buenos para conmigo.
—¿Y el Duque? ¿No ha perseguido á V.?
—No, en verdad.
—Me tranquiliza su respuesta. Después de
haber hablado por V. en esta casa, tuve un
remordimiento, porque nada la había dicho de
ese seductor.
—Es cierto que guardó V. profunda reserva.
—No fué reserva; fué olvido. ¡Soy tan
aturdida ! Después me he dicho : quiera Dios
que no tenga algún atrevimiento con Carolina,
porque se atreve con todo el mundo.
—No conmigo, á Dios gracias.
—Entonces lodo va bien; ahora, hasta ma­
ñana : estoy fatigada del viaje, y deseo dormir.
¿Madruga V. mucho?
-Sí, V.?
—No gran cosa : abro los ojos entre diez y

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EL MAKQUES DE VILLBMBR. 133

once. Hasta mañana, querida ; la buscaré en


este mismo cuarto.
Y se retiró, prometiéndose madrugar, vagar
por todas partes como por casualidad , y sor­
prender los secretos de la casa. Carolina la
acompañó hasta su cuarto , y volvió al suyo,
cuyas ventanas daban frente á las del Mar­
qués.
Antes de acostarse estuvo leyendo un rato,
y cuando á la una iba á cerrar la ventana para
recogerse, la estremeció el ruido de un cristal
que caía desde las ventanas del Marqués , ha­
ciéndose pedazos en el patio. Al Ver que á este
extraño accidente no siguió el menor ruido,
prestó doble atención, y poco á poco llegaron á
su oído gritos inarticulados y sordas quejas.
—i Asesinan al Marqués ! (exclamó aterra­
da Carolina.) ¿Qué hacer? ¿Despertar á los
criados? ¿Llamar al Duque?
Todo esto era muy largo : Carolina midió
la distancia....: eran veinte pasos poco más los
que la separaban de la habitación del Mar­
qués ; si habían entrado ladrones, debía haber
sido por la escalera del torreón del Águila,
cuya escalera estaba muy cerca del cuarto de
Carolina. Nadie podía llegar antes que ella , y
estas reflexio nes las hacía Carolina mientras

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134 JORGE SAND.

SU pie se deslizaba por la escalera en espiral,


que subió rápidamente.
Dirigióse al cuarto del Marqués, escuchó
con ansiedad.... : nada se oía. Se aventuró á
llamar, y nadie la respondió : entonces empujó
suavemente la puerta, que había dejado entor­
nada el Duque al partir, y encontró al Marqués
tendido en el pavimento al lado de la ventana,
que no había tenido fuerza para abrir.
El Marqués no estaba desvanecido; estaba
aniquilado, sin fuerzas, y sentía escapársele la
respiración y la vida. De espaldas á la puerta,
no vió quien por ella penetraba, y creyen­
do que volvía su hermano, exclamó débil­
mente:
—No tengas miedo; esto se pasa. Ayúdame
á levantar.
Carolina se lanzó á él con una energía so­
breexcitada, y le ayudó á levantarse, recono­
ciéndola entonces el Marqués, ó, más bien,
creyendo reconocerla , porque su vista estaba
aún velada por sombrías nubes, y sus manos
crispadas habían perdido el tacto, y no recono­
cían los vestidos de Carolina,
y —i Dios mío, es un sueño! (exclamó con
extravío.) ¿Es V.?
—Sí, yo soy (respondió la joven); he oído

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EL MARQUES DE VU.LKMEIt. 13S

á V. gemir. ¿Qué le pasa? ¿Qué debo hacer, lla­


mar á su señor hermano?
—¡Mi hermano! (exclamó el Marqués, reco­
brando poco á poco la memoria.) ¿Es él quien
la envía , no es verdad? ¿Dónde está?
—Lo ignoro.
— ¿No le ha visto V. ?
—No; corro á llamarle.
—No, no me deje V.....
—Es fuerza buscar socorros.
—No, no; esto no es nada; estoy ya tran­
quilo ; pero ¿quién ha dicho?....
- Nadie ; desde hace algunos días le veo á
V. cambiado ; he creído que estaba enfermo....
—Y ahora...., ¿he llamado acaso?
—No; pero ha roto este cristal, al caer
quizá. ¿Se ha lastimado ?
Y tomando la luz, examinó la cara y las ma­
nos del Marqués ; la derecha tenía una pro­
funda cortadura.
Goroliua lavó la sangre, vendó la herida,y
cuando hubo terminado, el Marqués la pregun­
tó débilmente;
—¿Nada le ha dicho á V. mi hermano?
La joven, que no comprendía esta pregun­
ta, la creyó una idea fija en el cerebro enfermo
del Marqués, y tratando de distraerle, le refi­

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136 lOR^K SAMD.

rió su inquietud, creyéndole acometido por


asesinos.
—Era absurdo mi temor (prosiguió la jo­
ven); pero él me ha traído hasta aquí.
— y si hubiera sido cierto, ¡venía V. á bus­
car el peligro!
—No he pensado en mí; no he pensado más
que en V. y en su buena madre ; ; ah ! ; yo le
hubiera ayudado á defenderse ; no sé cómo,
pero hubiera distraído su atención, hubiera
gritado ; dejemos esto, y dígame V. qué tie­
ne, qué necesita. Fuerza esquelos amigos se­
pan....; su hermano quizá....
—¡ Sí, él lo sabe todo; mi madre, nada!
—Comprendo: ¿quiere V. que ignore? Des­
cuide....; nada lo diré; corro en busca del Du­
que , y entre los dos le cuidaremos ; yo tengo
experiencia ; fui enfermera de mi pobre padre
y del marido de mi hermana. ¿Sonríe V.? ¡Ah!
Veo que está V. mejor.
—Estoy en el cielo (dijo), y continuó:
quédese V.;. mi hermano no tardará en venir.
Carolina no replicó, ni pensó siquiera en
que al entrar el Duque ó los criados podrían
formar mala opinión de su estancia allí. El
Marqués quería hablar, y apenas podía articu­
lar palabra.

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El, MARQUES DE VIDT.EMER. 137

—No hable V. (exclamó Carolina); pro­


cure dormir.
—i Dormir ! ¡Nunca! ¡Guando duermo , me
ahogo!
—Y, sin embargo, sus ojos se cierran:
obedezca á la naturaleza, y nada tema; si tie­
ne otro ataque, yo le socorreré, yo estaré á su
lado.
La bondad de Carolina hizo un efecto má­
gico sobre el enfermo, que durmió tranquila­
mente hasta el día, y la joven, sentada junto
á la mesa, enteróse de cómo era preciso cuidar
al Marqués , leyendo el tratamiento de su en­
fermedad, dispuesto por uno de los primeros
médicos de París. El Marqués había sacado
este régimen para hacerle conocer á su her­
mano, y le dejó sobre la mesa, sin presumir á
qué manos iría á parar.
El Duque estuvo de vuelta antes del día, sin
encontrar al médico, que había salido á otro
pueblo inmediato, y se dirigió á ver á su her­
mano, que á la sazón dormía profundamente.
Carolina, al sentir sus pasos, salió á su en­
cuentro para evitarle una exclamación de sor­
presa, y al verla aparecer con ademán secreto,
haciéndole séfias de que callase, creyó por un
momento que su hermano le había engañado;

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138 JORGE SAND.

que ambos estaban de acuerdo, y la joven acu­


día á consolar sus pesares.
— ¡Ah, mi querida amiga! (exclamó.)
¡Cuán buena es V.! Tranquilícese; todo me lo
ha confiado.
—Entonces (exclamó la joven sorprendi­
da), si sabía V. que estaba malo, ¿por qué le
dejó ? ¿ Por qué no avisarme ?
—¿Pues qué ha pasado? — exclamó el Du­
que, viendo que no se entendían.
Carolina le refirió en tres palabras cuanto
había sucedido: el Duque le dijo que había
salido en busca de un médico, y hablando así,
bajaron la escalera , pasaron por delante de la
puerta de Mad. d’Arglade, que los observó, no­
tando queá la puerta del cuarto de Carolina se
despidieron, estrechando cariñosamente su
mano el Duque.
—¡Bravo! (exclamó Leoncia.) ¡Ya he visto
bastante! ¡Qué bien mentía Carolina! ¿Cómo
era posible que el Duque hubiera respetado su
virtud? Ahora su secreto es mío , y si la nece­
sito, me serviré de él.
Á las ocho, Carolina , después de haber des­
cansado un rato,- estaba ya vestida; vi ó por su
ventana al Duque , que desdo el cuarto de su
hermano le hacía señas de que soliese á la es­

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EL AtARQUES DE VILLEMEH. 139

calera, dicióadola cuando se encontraron en


ella :
—Está notablemente mejorado; dice que
es á V. á quien debe este beneficio, y yo creo
lo mismo; V. le ha salvado.
—¿Qué dice V.?¿ Quién soy yo para tener
esa influencia?
—¿Que quién es V.? (exclamó el Duque, des­
concertado por la fría mirada de Carolina.)
Derdón. Adoro á mi hermano, temo perderle,
y como V. se une á mí para salvarle, la hablo
como si fuera mi hermana : escuche V. Urba­
no se mata trabajando; yo no tengo ascendien­
te sobre él para evitarlo, ni podría prevenir á
mi madre sin inquietarla; V., que es tan bue­
na, ¿quiere ayudarme alternando algunas no­
ches en acompañarle , para que no pueda tomar
ni un instante sus malditas plumas? Para esto,
más que autoridad , se necesita bondad y dul­
zura. V., á quien mi hermano estima y respe­
ta , podrá hacerlo. Trate V. de distraerle ocho,
ó quince días , un mes quizá , porque si hoy
mismo se levanta , hoy mismo continuará sus
trabajos: bien penosa es la carga que la im­
pongo; pero V. la soportará con dulzura ; él se
someterá á V. sin pensar, y algún día nos
fiará las gracias.

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1

JORGE SAXD.

—Cuente V. conmigo (exclamó la joven con


firmeza); su hermano tiene para mí algo de
respetable y superior, y juzgo una dicha y un
honor serle útil. Arreglemos ante todo el me­
dio de asistirle sin despertar en él sospechas
de su estado. V. desde esta npche se queda­
rá en su cuarto.
—No lo consentirá.
—Pues bien: desde esa antecámara se le
oye respirar; en ella , V. y yo pasaremos la
noche.
—Muy bien.
—Le hará V. levantar temprano, á fin de
que necesite el sueño. Es preciso que coma
más de una vez en veinticuatro horas; le ha­
Kf-'.
remos pasear por la mañana y almorzar en el
jardín; después de su visita y la de V. á la
Marquesa, yo me quedo con ella hasta las cin­
co; entonces subo á vestirme..
—Y tiene una hora por suya; vendrá á ver­
le á la biblioteca.
—Esto es, le detendremos en el salón has­
ta las diez de la noche....
—Cuando mi madre tiene visitas y la deja
libre, venga V. á darle conversación.
—No, vendré á leer, porque alguna vez
querrá ocuparse de sus libros, y yo le evitaré

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EL MARQÜES DE VILLEMER. 141

«se trabajo. He aquí mi plau; solameule que


hoy nos impedirá realizarle Mad. d’Arglade.
—Hoy yo me encargo de todo; mañana
parte Leoncia, y mi hermano se salvará. ¡Es
V. im ángel!

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Biblioteca Nacional de España
XIV.

El Marqués, informado por su hermano del


plan á que pensaban someterle, le aceptó con
reconocimiento, y, no podiendo combatir su
amor, se resignó á ser objeto de una tierna
solicitud. El Duque no le permitía ocuparse de
nada , repitiéndole sin cesar:
—No eres dueño de tu voluntad. Sin sa­
lud , no funciona la inteligencia. Déjanos cu­
rarte, y entonces recobrarás tu energía, po­
drás volver á ocuparte de tus trabajos, y hasta
consultar la voluntad de Carolina. Hoy, que
nada sospecha , déjala que te asista y ocupe á
tu lado el lugar de una hermana.
Este medio término pacificó al Marqués,
que á la hora acostumbrada fué á ver á su ma­
dre, haciéndola creer que la alteración de su
rostro consistía en una leve indisposición, pi­
diendo permiso para retirarse el resto del día.
En todo él reinó entre el Duque y Carolina
nn aire de inteligencia, que acabó de engañar

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li
%
144 JORGE SANO.

áLtíoiicia, la cual partió segura de haber des­


cubierto un secreto que no quiso roA^elar á la
Marquesa.
Al cabo de ocho días, el Marqués no sentía
el menor síntoma de su mal. El régimen á
que estaba sometido le había producido nota­
ble alivio, halagando su espíritu el verse, por
la primera vez en su vida, objeto de tan solí­
citos cuidados. La Marquesa no tardó en ad­
vertir que su hijo adquiría un aspecto de bien­
estar desconocido, yéstoprodujoalguna alegría
en su fatigado espíritu.
El Duque ocultó á Leoncia el estado de su
hermano, tanto porque lo ignorase su madre,
cuanto porque, no desistiendo del matrimonio
proyectado, temía que la enfermedad del Mar­
qués, divulgada por Mad. d’Arglade, llegase á
noticia de su futura y fuese un entorpecimien­
to al plan. Así, pues, exigió á Carolina el más
profundo secreto, que la joven, como hemos
visto, guardó, y prosiguió prestando sus cui­
dados al Marqués,avanzando, confiada en los
dos hermanos, hacia un abismo, en el que po­
dían hundirse para siempre su corazón y su
dicha. El Duque, aunque bueno en el fondo,
proyectaba n sangre fría la pérdida de esta jo­
ven, digna de mejor suerte....: por fortuna, su

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ISL MAIIQUES Dii V1LLI!MJ51I. 145

mejor defensa estaba en la conciencia del Mar­


qués, que exigía al Duque estuviese muy á
menudo con ellos, para evitar ocasiones en que
acaso no hubiera podidoéldominar su corazón.
Carolina le exigió palabra de no ocuparse
de sus trabajos, y advertida por el Marqués de
que no debía couñar mucho en la sinceridad
de esa palabra, se instalaba horas enteras en
la biblioteca del castillo, pieza consagrada al
estudio, en la cual nadie extrañaba ver reuni­
dos al Marques, al Duque y á la lectora de la
Marquesa.
Esta época fuó la más dichosa de la vida de
Carolina : habiendo sufrido por la frialdad de
Urbano, le encontraba benévolo, cariñoso, en­
tusiasmado al escucharla leer, y en breve con­
sintió en dejarse ayudar por ella en sus tra­
bajos. Por este nuevo concierto, Carolina le
extractaba las notas que él quería , le coordi­
naba el orden de trabajos , y con más interés
que el más hábil secretario, le ponía en el caso
de escribir con doble facilidad, apartándole los
obstáculos que fatigan la mejrtéiy em^ryallan
las ideas.
El Marqués era hombrj/tlñ bíléjitoí'jper.o'aíj
de genio, y su concienci^^ áe y; moraj
lista creaba obstáculos en'i,^^ú 6b(;á¡ fób@ñ%^

Biblioteca Nacional de Esfiane '


• ^

146 JOñGE SAND.

parte de su interés , porque con sus escrúpulos


naturales hallaba á veces estampados juicios y
apreciaciones contradictorias, lo cual le hacía
dudar de su lucidez, abandonando con des­
aliento su trabajo durante meses enteros.
Carolina, sin cont)cer su libro, que él ocul­
taba con extraordinaria timidez, comprendía
sus escrúpulos,y tratada de disuadirle de ellos,
diciéndoleque nada importa una pequeña tacha
en un gran corazón, y que es preciso mirar el
pasado como se mira la pintura; á cierta dis­
tancia.
Hacía notar al Marqués que en todo paisaje
se observan efectos de luz y sombra, y que la
historia exige la verdad de los hechos, dejando
á cada uno la libertad de los juicios. El Mar­
qués, admirado de tan recto sentido, de tan
clara inteligencia, sometióle una porción de
dudas que abrigaba, resolviéndolas ella con
acierto, aunque sin aire pretencioso.
Si reseñamos estos incidentes, ajenos al
interés de nuestra historia, es que los juz­
gamos necesarios para hacer comprender á
nuestros lectores los nuevos lazos que unieron
al escritor y ala humilde lectora del castillo
de Séval. El Marqués comprendió que se liga­
ba á Carolina, no sólo por los sueños del cora­

Biblioteca Nacional de España


EL MARQUES DE VILLEMER. 147

zón, sino por las dotes de la inteligencia.


El Duque se asombró del inesperado resul­
tado de esta intimidad, y, ifábil en-materias
amorosas, comprendió que su herma no, en vez
de estar curado de su pasión como aparentaba,
se iba enamorando más y más en aquellas
graves ocupaciones, que aun para él mismo
tenían cierto interés, no obstante su carácter
frívolo y ligero. Al comprender un día y otro
que el Marqués, después de un horrible acce­
so de celos, concedió su confianza entera á
Carolina , sintió por primera vez en su vida un
sentimiento de aprecio por una mujer.
Por este tiempo Carolina escribía á su her­
mana :
«Hace muchas noches que no velo al en­
fermo, porque éste no se ha encontrado nunca
mejor; no obstante, continúo levantándome
temprano para dedicar algunas horas á los tra­
bajos que se ha dignado permitirme compartir
con él. La proximidad de los baños de Evans
nos trae visitas á todas horas, y mientras ellas
hacen compañía á la Marquesa , ésta me des­
pide para que vaya á continuar mis trabajos
con el Marqués, porque no he querido hacer
misterio de una cosa tan sencilla, y, además,
ella ha tenido un placer en que yo evito á su

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148 JORGE SAND.

hijo parte de sus trabajos. Esta señora me pre­


gunta sin cesar algo del libro misterioso que
nadie conoce, ni aun yo, por lo cual no puedo
vender el secreto : sólo sé que ahora llegamos
á la época de Richelieu, y creo que la madre y
el hijo no están muy acordes en su manera de
ver ciertas cosas.
»No me riñas porque, como tú dices, he
tomado dos amos en vez de uno. Mi carácter
se presta á ser útil á cuantos me rodean, y el
Marqués es tan bueno, tan bondadoso para
conmigo, que me considero feliz en poderle
ser útil. Su voluntad es la de un niño, que el
Duque y yo manejamos á nuestro antojo, y en
su alma, alma de artista, descubro cada día
nuevas virtudes.»

Biblioteca Nacional de España


i
XV.

Una mañana que el Marqués escribía en la


biblioteca y Carolina hojeaba algunos libros en
busca de datos, el Marqués dejó la pluma, y
exclamó con emoción :
—Carolina, recuerdo que alguna vez me lia
manifestado V. deseos de conocer el libro que
escribo, y nada más justo que mostrársele á
quien tanta parte tiene en él, que, si no me le
inspira, me ayuda á escribirle : V. es la causa
de que le termine ; V. me ha dicho : Vive, y
he vivido; tranquilízale , y me tranquilizo;
cree, y creo. Hoy tengo fe en mi pensamien­
to; pero es fuerza que V. la tenga en mi obra,
y se la entrego. Léala V.
—Sí (respondió vivamente Carolina); estoy
tan segura de su talento, que me comprometo
á ser sincera.
En el instante de tomar el inanuscristo,
Carolina preguntó si no contaba con el Duque
para esta lectura, á lo que el Marqués replicó :

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150 JORGE SAND.

—No, mi hermano no subirá hoy ; está


de caza, y precisamente he elegido el día en
que debía faltar. No quiero que conozca mi
obra ; no la comprendería. Además, yo tengo
algunas ideas modernas, con las que él no está
conforme, y mi indignación contra antiguos
sistemas opresores, le disgustaría. ¿Y á V.?
—Yo...., no sé; creo que seré de la opinión
deV. cuando la conozca.
Carolina comenzó la lectura , y en menos
de tres horas leyó el resumen de los trabajos
del Marqués de muchos años. Aunque no muy
clara la letra, Carolina leyó el manuscrito con
la misma facilidad que un impreso; y como su
pronunciación era tan clara, su voz tan dulce,
su expresión tan acertada, el autor quedó sa­
tisfecho de su obra , creyendo ya recompensa­
das todas sus fatigas y desvelos.
El cuadro que presentaba su historia no ca­
recía de originalidad, y llevaba un sello de ver­
dadera grandeza. Bajo el modesto título de
Hütoria de los Blasoyies, tocaba una porción
de cuestiones atrevidas, que miraba bajo el
prisma déla civilización. Era, en verdad, cosa
extraña ver al heredero de un nombre ilustre
igualando las clases, desdeñando la nobleza
hereditaria y juzgando á cada uno según sus

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lií, \nUQUIO.S DR VIM-UMRR, l.ll

virtudes, como manda la conciencia humana


y la palabra evangélica.
No daremos más idea de un libro cuyo exa­
men está fuera de nuestro propósito; sólo di­
remos que su estilo era magnífico, y, á pesar
■ de la aridez de la historia, en él había deposi­
tado sus galas una imaginación poética.
Carolina no encontró ni una advertencia
que hacer, y en más de una ocasión, contem­
plando con el autor un pueblo envilecido ó re­
generado, sintió lágrimas en sus ojos, y el
marqués de Villemer se mostró para ella aún
más superior que antes, y digno de que le con­
sagrase su vida entera. No se crea que clamor
entrase por nada en este pensamiento, porque
la joven ignoraba que existiese en el alma del
Marqués, y hasta en la propia suya , creyendo
debuena fe que sólo los unía un afecto fraternal.
Cuando en el otoño se trató de volver á Pa­
rís , volvieron todos preocupados con la próxi­
ma entrevista del Marqués y su prometida.
Entonces fue cuando Carolina sintió desga­
rrársele el corazón, y terror inexplicable se
apoderó de ella al comprender la verdad de sus
sentimientos. Se había ¡acostumbrado á la idea
de ese matrimonio lejano, como á una cosa
inevitable, como se acostumbra uno á la idea

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1
liiá JORGE SAND.

do la vejez y de la muerte, que al llegar roban


la alegría y la existencia. Ignoraba la opinión
del Marqués respecto de esto matrimonio, del
que nunca había querido hablarle, y el Duque,
que seguía paso á paso la cadena de senti­
mientos de ella y del Marqués, comenzaba á
mirar como un obstáculo grave aquella afec­
ción tan sincera, tan pura.
Carolina experimentó agradable sorpresa al
llegar á París. Allí la aguardaban su hermana
y sus sobrinos, que venían á instalarse cerca
de ella, en una linda casa de campo á poca dis­
tancia de París. Por el ferrocarril se llegaba
allí en media hora; y como Delia y Carlos
iban á quedarse en colegios de París, Camila
iría muy á menudo.
—¡Qué alegría ! (exclamabaCarolina, abra­
zando á su hermana.) Pero ¿quién ha hecho
todos esos milagros?
— ¡Tú, siempre tú!
—Te engañas: yo pensaba hacerlo al­
gún día.
—Pues bien; ya lo has hecho; eso bien nos
viene de esta casa.
—Imposible. Yonadahedichoá la Marquesa.
—No ha sido ella ; ha sido otro que no
quiero ser nombrado, pero cuyo nombre te

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"FA. MARQUÉS DE VILUISMER. 453

confío, porque no tengo secretos para ti. El


marqués de Villemer.
—¡Ah! ¿Le has escrito?
—No ; él ha sido quien lo ha hecho para
informarse de mi situación ; pero con una de­
licadeza.... Mira; he aquí sus cartas.
Carolina las leyó, convenciéndose con tier­
no reconocimiento de que desde el día que co­
menzó á prestar sus cuidados al Marqués, éste
no había dejado de ocuparse de su familia. El
cambio de fortuna de Camila era obra suya,
y hasta la casa de campo un donativo del Mar­
qués ; casa que, segúm.decía, tenía abandona­
da, y le haría Camila un favor en cuidar.
Carolina, aunque reconocida á tantas bon­
dades, sintió un dolor en el corazón, parecién-
dole que aquello era un adiós á la dulce exis­
tencia que había pasado, y que desde aquel día
comenzaba una nueva época para ambos. En­
cerró este dolor en el fondo de su alma, y
durante muchas mañanas se consagró á acom­
pañar á su hermana y sus sobrinos, presentán­
dolos á la Marquesa , que los colmó de bonda­
des, dando á Carolina dos días de licencia para
que los acompañase, La casa de la viuda fué
■^’isitada por el Marqués y el Duque, siendo
además Camila presentada por el primero.

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1S4 JORGE SANU.

El día que Carolina vid partir á su hermana


en el ferrocarril, se creyó más sola que nunca :
el matrimonio del Marqués se ocurrió á su
mente, y por primera vez sus ojos se llenaron
de lágrimas.
—¡ Llora V.! (exclamó de repente el Mar­
qués, apareciéndose en la misma estación.) Me
lo figuraba , y he venido para que no se encon­
trara sola.
—¡Cómo! ¿Ha venido V. por mí? (exclamó
Carolina, enjugándose las lágrimas.) ¡Ah, me
avergüenzo de mi aflicción ; pero ya no existe!
Tengo á mi hermana c^rca de mí, y soy muy
dichosa , gracias á V.
—¿Por qué llora, entonces? (dijo el Mar­
qués, conduciéndola á un carruaje.) Serénese
V.; es la primera vez que la veo llorar, y sus
lágrimas me hacen daño. Son las ocho de la
mañana (prosiguió); no es fácil que encontre­
mos á nadie ; y, además , el velo que lleva V.
oculta su rostro. ¿Quiere V. que demos un paseo
por el Jardín dePlaníasf Nos parecerá que aún
estarnos en nuestro delicioso parque de Séval.
Había tanta solicitud en el acento del Mar­
qués,que Carolina aceptó su oferta. ¡ Quién
sabe si ella no deseaba también darle un adiós
fraternal antes de su próximo enlace!

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XVI.

Condujo, pues, el Marqués á Carolina al


Jardín Je Plantas^ sin que en el camino que
& él conducía, ni durante su ameno paseo , le
hablase una palabra ; sólo al momento de par­
tir, detuvo á Carolina á la sombra de un her-
ruoso cedro, y exclamó:
—¿Sabe V. que hoy es cuando debo presen­
tarme á Diana de Xaintrailles?
Parecióle que el brazo que se apoyaba en el
suyo se estremeció, aunque Carolina contestó
con naturalidad:
—No, no sabía que fuese hoy.
—Le hablo á V. de ello, porque sé que mi
•uadre y mi hermano la han tenido al corrien­
te de este asunto : yo no he hablado de él,
porque creo no merecía la pena.
—¿Cree V. que no me interesa su dicha?
—¡Mi dicha! ¿Acaso está en manos de una
extraña? ¿V., que me conoce, puede hablar así?
—Pues bien: la dicha de la señora Marque-

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lo6 JORGE SAND.

sa , puesto que ella es quien anhela este


enlace.
—Ese es otro asunto (exclamó vivamente
el Marqués, y continuó); ¿Quiere V. descansar
un momento en este banco y le hablaré de mi
situación?
Sentáronse, y el Marqués , arreglando solí­
cito los pliegues del abrigo de Carolina, ex­
clamó :
—¿Tiene V. frío?
—No; ¿y V.?
—¡Oh! Yo , gracias á V., tengo ahora una
salud de hierro. He aquí por qué piensan hacer
de mi un padre de familia, y darme una dicha
de la cual no tengo gran necesidad. Hay, sin
casarse,niños á quien se ama mucho, mucho....
como V. ama á los de su liermana. Además, la
elección de la madre de mis hijos es un asunto
harto importante para que nadie pueda hacerla
por mí. Aunque mi madre diga «he aquí una
joven ilustre, poderosa , conveniente para mu­
jer de mi hijo; no la conoce, no importa ; quizá
no le agradará, no importa tampoco; todo esto
lo aprueban mi hijo mayor , la Duquesa y to­
dos mis amigos». Bien ve V., Carolina, que
esto es demasiado superficial para tomarlo en
serio.

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EL MARQUES DE VILLEMER. 157

La joven, procurando disimular la inmensa


alegría que estas palabras le causaban, excla­
mó con aparente tranquilidad :
— ¡Permita V. que me admire! ¿No ha
dado V. palabra á su madre y á su hermano de
dejarse presentar á Mile. Diana de Xaintrailles?
—Sin duda, y la veré esta noche; es una
presentación casual en la apariencia, que no
debo rehuir.
—¡Ese es un subterfugio indigno de una
conciencia tan recta como la del marqués de
Villemer! Ha dado V. su palabra de apreciar
su mérito y hacer valer el propio....
—Y mi anhelo más ardiente es poder reali­
zar esa última condición,—exclamó el Mar­
qués, fijando en Carolina una mirada cariñosa.
—¿Se ha burlado V. de su madre?
—No, en verdad (exclamó el Marqués, re­
cobrando su acento grave). Guando me arran­
caron mi promesa, no reía, se lo juro; era des­
graciado, estaba enfermo, me sentía morir, y
prometí cuanto quisieron, con tal deque me
dejaran acabar en paz. Después ha habido en
mí una violenta reacción, que me ha devuelto
la salud y la vida : el amor germina en mí, me
fecunda con su savia, y por él siento vigor, fe
y esperanza. Quiero ser dichoso; quiero vivir.

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158 JORGE SAND.

y no quiero casarme más que con la condición


de amar á mi mujer con todas las fuerzas de
mi alma. No me diga V. (continuó al ver un
movimiento de Carolina) que mi palabra me
encadena, que mi cuna me impone deberes....
Yo no soy esclavo de costumbres consagradas
por el uso, ni me someto á rancias preocupa­
ciones. Mi madre es rica ; mi madre no care­
cerá nunca de la existencia independiente que
la he procurado, y no tiene derecho á exigir
semejante sacrificio. ¡Hartos pesares he sopor­
tado además por ella desde mi infancia! ¡Harto
he sufrido sin quejarme, al ver la marcada
preferencia que ha merecido siempre mi her­
mano, sin que, en medio de tantos disgustos,
me consolara más que mi afición al estudio y
mi amor á las letras 1 ¡Años enteros he pasado
escribiendo páginas de una historia que ocul­
to en el misterio, porque en ella puede haber
doctrinas que mi madre no apruebe, y he pre­
ferido sacrificar la satisfacción de mi amor
propio, al dolor de dar un disgusto á mi madre.
—En todo eso le reconozco y le admiro;
pero nada de ello tiene que ver con el matri­
monio proyectado. Si la futura es digna de V.,
¿por qué rechazarla?
El Marqués, que, animado poruña vaga

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EL MARQUES UE VILLEMER. 159

esperanza, iba á abrir á la joven su corazón,


sintióse anonadado por sus consejos amistosos,
y exclamó con desaliento :
—¡Tiene V. razón ¡¿Porqué he de decir que
Diana me es indiferente, si uo sabe V. las cau­
sas que motivan mi indiferencia? No hablemos
de ella ; sólo quiero convencerla de que el
marqués de Villemer no se casará nunca por
el dinero. ¡Oréalo V. así! Descender hasta ese
punto en la estimación de V., sería un castigo
que no creo merecer.
Hablando así, el rostro del Marqués estaba
animado por una expresión enérgica y sentida.
Carolina tuvo miedo de comprender la ver­
dad; tuvo miedo de engañarse; y dominando
con su gran fuerza de voluntad la lucha que
agitaba su espíritu, exclamó que , aunque ig­
norante en materias del corazón , hubiera sa­
crificado su corazón y su dicha por cumplir un
deseo de su madre.
—Tenga V. presente (prosiguió con vehe­
mencia) que las alegrías que niegue hoya su
madre, serán un remordimiento cuando ella
falte.
El Marqués estrechó triste y silenciosa-
naente su mano, la condujo hasta su carruaje,
y exclamó:

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160 JOIUjIí SAÍíD.

—Esté V. tranquila ; no asestaré un golpe


violento al corazón de mi madre. Ruegue por
mí, á 11 n de que pueda convencerla, y si no lo
consigo, me sacrificaré.... ¿Qué importa eso
para V.?
Y dando las señas al cochero, desapareció
rápidamente.

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XVII.

No había ya medio posible para Carolina de


poner en duda la pasión que inspiraba. Su
única defensa era aparentar ignorarla y huir
las ocasiones de hablar asólas con el Marqués.
Cuando hubo trazado su línea de conducta,
su espiritase tranquilizó, pero su corazón
prorrumpió en sollozos.
No vió al Marqués hasta por la noche,
cuando se retiraba la tertulia do la Marquesa.
Llegaba con el Duque, yambos volvían de
casa de la duquesa de D unió res.
Carolina quiso retirarse, y la Marquesa
exclamó :
—Deténgase un instante, y sabremos lo
que ha pasado.
El Duque manifestaba cierta ,pr06éti|^g^óa
y asombro, mientras fel rostro
taba animado por frauca alearía. -
— Madre mía (dijo éste):|lm yi^s&ú l)^uu(;. %
y me ha parecido bella, enc4uT,aíof^Jíc'5|(¿¿du"^
\ . ■•'í /

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162 ror.f.K SAND.

inspirar uiTa pasión ui huiubre que merezca


agradarle.... ¡Pero yo no he tenido esa dicha!
La Marquesa, consternada,guardó silencio,
y el Marqués , besando su mano, continuó ;
—Pero esto no altera sus planos ; por el
contrario, los realiza, de modo que le causarán
doble alegría.
Carolina sentíase renacer y morir á cada
frase, aunque procuraba disimular su emoción
y sus lágrimas.
—Vamos, hijo mío; habla con seriedad,—
dijo impaciente la Marquesa,
—¡Ah! (dijo el Duque con acento melancó­
lico); cuanto ha pasado es bastante serio.
—Por el contrario (dijo el Marqués); muy
divertido y muy original.
—¡Acabad do una vez!—dijo la Marquesa.
-Cuenta , cuenta ,—dijo el Duque , son­
riendo.
-No anhelo otra cosa; pero es preciso pro­
ceder con orden. Figúrese V., madre mía, que
llegamos á casa de la Duquesa engalanados
como nos ve , es decir , mucho más , porque
nuestros rostros manifestaban cierto aire de
conquista que sienta muy bien á mi hermano,
y que yo ensayaba por primera vez, habién­
dome dado un resultado fatal.

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Á
HI, MARQUES DE VIl.l.EMER. 163

—Di que al entrar (exclamó el Duque), es­


tabas muy preocupado, y fijaste tus ojos en un
retrato de Ana de Austria que había en la sala,
en vez de fijarlos en tu prometida.
—¡Tan bello era ese retrato!—exclamó la
Marquesa con aire de reconvención.
—Muy bello (replicó Urbano), aunque me
diréis que no era el instante más propio de
apercibirlo. Mientras yo, distraído, observaba
el tontillo de la difunta reina, mi hermano se
adelantó á saludar á la Marquesa y á Diana, á
quien reconoció, á pesar de no haberla visto
desde la edad de cinco años. Saludó á los otros
grupos con su natural distinción , y cuando
volvió á mí á decirme qué hacía , me lancé
hacia la Duquesa y mi futura, que en este ins­
tante tenía vuelta la espalda hacia mí. ¡ Fatal
augurio ! Me retiré aguardando mejor ocasión;
Diana me miró dos ó tres veces con frialdad, y
el duque de Duuiéres se acercó á mí, entablán­
dose entre ambos un animado diálogo sobre
asuntos históricos , y mientras el Marqués me
llevaba á ver su colección de cuadros, mi her -
mano supo aprovechar el tiempo, y á mi vuel­
ta le encontró instalado en la misma silla
que había ocupado la Duquesa al lado de
Diana.

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104 JORGE SAND.

—¿Es cierto, hijo mío ?—exclamó la Mar­


quesa con pesar.
—Cierto (replicó el Duque con candor);
comenzaba á sitiar la plaza en nombre de Ur­
bano, pensando que él acudiría á mi lado ; pero
nada; el traidor me ha dejado solo ante el fue­
go enemigo, y ha sucedido lo que él os contará.
—Lo adivino (exclamó consternada la Mar­
quesa). ¡Os ha equivocado!
—Perdón, madre mía; no era ese mi deseo;
pero la Duquesa, llamándome aparte y sin po­
der contener la risa, me ha dicho estas memo­
rables palabras ; «Querido Marqués, ha pasado
un quid pro qu,o chistoso : Diana le toma por
su hermano , y, por consecuencia, toma á su
hermano por V.: á él le halla encantador....
—»Y á mí antipático,—repliqué.
—»No, no le halla de ninguna manera; por­
que no le ve ; no ve más que al Duque.»
Yo tranquilicé á la Duquesa, manifestándo­
la mi alegría porque Diana hiciese justicia á
las cualidades de mi hermano, prosiguiendo
la Duquesa : «Venga V. á deshacer este en­
gaño».
—No (dije entonces); es fuerza, por el con­
trarió, que se una á V. para ayudar una causa
que me es más querida que la mía. Mi herma­

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EL MARQUES DE VILLEMER. 16o

no tiene virtudes que el mundo desconoce, y


sus prendas personales son superiores á las
mías.... En fín: tanto le dije, que la Duquesa
me ha prometido proteger el enlace de mi her­
mano con la hermosa Diana.
—¿Qué has hecho? (exclamó aterrada la
Marquesa.) ¡Ese es un delirio deju noble co­
razón! Jamás una niña educada en un conven­
to consentirá en unir su suerte á la de un ca­
lavera.
—Aún no he concluido ; cuando volvimos,
Diana sostenía un animado diálogo con Gastón,
á cuyo lado me puse, haciendo resaltar sus
prendas, auxilio que, en verdad, no necesitaba,
según nos ha demostrado Diana con ingeniosa
distinción.
—¡La verdad es que la chica es encantadora!
—Cierto; elegante, bella, y con un aire....
—¡ Capaz de enloquecer! (replicó el Duque,
jugando con las gafas de su madre.) Pero todo
es una locura; Diana, cuando haya reflexiona­
do, se arrepentirá, ¡y luego la hablarán tan mal
de mí!
—Mañana volverás á verla, y tu aspecto
combatirá las malas influencias. No olvides
que al partir dijo la Duquesa: «Hasta mañana;
recibimos todas las noches;» lo cual quiere

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166 JORGE SAND.

decií ^Jaramente: no abandonéis el campo.


—i Dios mío, Dios mío! (dijo la Marquesa.)
Esto es un sueño. ¡Y yo que no había pensado
en ti, mi pobre Gastón! ¡Yo, que no había creí­
do encontrar una mujer bastante juiciosa , que
creyera que, á pesar de tus faltas , la harías
dichosa!
—De eso yo respondo, madre mía (excla­
mó el Duque con nobleza). Una niña de diez y
seis años que, á pesar de todas mis faltas, se
fiara de mí, sería mi ídolo, obraría mi regene­
ración. ¿No es verdad que tú serías dichosa al
verlo? ¡Y tú, hermano mío, que te sacrificabas
al casarte!
—¿Ha hecho acaso voto de vivir soltero?—
replicó sorprendida la Marquesa.
—No (dijo vivamente Urbano); pero aún no
pierdo tiempo : mi hermano mayor me lo
aprueba.
La Marquesa abrazó tiernamente á sus dos
hijos, y después á Carolina, murmurando;
—¡Alégrate tú también, pobre hija mía!
Carolina estaba más alegre de lo que apa­
rentaba , y, vencida por tantas emociones, se
retiró, durmiéndose al arrullo de que en algún
tiempo no vería ante sus ojos la imagen fatí­
dica de la boda del Marqués.
Biblioteca Nacional de España
XVÍII.

Lu Marquesa durmió poco, como acontece


siempre que uua idea fija nos preocupa. Al día
siguiente recibió una caria de la Duquesa, eu
que le decía que era preciso negociar eu favor
del Duque , por ser él el que había logrado in­
teresar á su ahijada. «Nuestra conciencia,
añadía, nos manda revelarle sus defectos;
pero está tan bien prevenida, que creo que no
serán un obstáculo.>>
Mientras la Marquesa y el Du([UO se entre­
gaban á sus proyectos de dicha , Carolina vivía
un poco más aislada, y pasaba largos ratos en
el salón leyendo ó escribiendo, pronta á res­
ponder al menor llamamiento de la Marquesa.
Uii día el Marqués entró con un libro, y le
pidió permi.so para escribir en la misma mesa
que ella escribía , añadiendo :
—Ha de ser con la condición, de que no ha
de alejarse, porque hace algunos días (¡ne pa­
rece que huye V. de mí. Desde el día do mi con-

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ins jnilGK SAND.

ñdencia en ^JardAn de Plantas^ me evita V.....


¿Teme V. acaso que vaya á confiarle algún
proyecto que turbe la paz déla familia?
—Precisamente, señor Marqués (respondió
Carolina); lo ha adivinado.
—Pues bien : olvide V. cuanto le dije, y no
me niegue la amistad generosa que me había
concedido.
Carolina, cediendo al ascendiente que sobre
ella ejercía el Marqués, aceptó sus excusas
como una reparación , y le concedió de nuevo
su franca amistad.
Viéronse de nuevo todos los días, yá solos,
ya en presencia de la Marquesa, que se alegra­
ba de ver á Carolina ayudar en sus trabajos al
Marqués.
En realidad, node ayudaba ya más que con
su memoria prodigiosa, recordando las obras
que había tenido necesidad de repasar en su
corto período de secretaria; esto, y la insjiira-
ción que su presencia despertaba en el Marqués,
era lo único que le otorgaba, á más del respeto
que le merecía su persona y sus trabajos.
El matrimonio del Duque de Aleria con la
hermosa Diana avanzaba rápidamente, sin que­
rer escuchar nada la joven en contra de su
futuro, ofreciendo pagar con su fortuna todas

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EL MARQUES DE VIRI.ICMER. 169

las deudas de su marido, inclusas las del Mar­


qués, que en vano trató de oponerse....; lo
único que pudo conseguir fue la promesa de
que no se le abonaría la parte de herencia que
le correspondía de su madre, y de la cual ha­
bía dispuesto aquélla la primera vez que tuvo
que pagar las deudas de su hijo mayor.
Todos en este asunto procedieron con la
más exquisita delicadeza; y Diana, lejos de
hacer un contrato de matrimonio que pusiera
su fortuua al abrigo de las dilapidaciones de
su marido, se la entregó por completo,confian­
do en su lealtad.
La Marquesa se consideró dichosa con este
arreglo, y el Marqués recobró su fortuna con
la misma indiferencia que la había sacrificado.
' Mientras se disponía el equipo de la no-
■via, el Duque se ocupó de las vistas , para las
que el Marqués le obligó á aceptar el importe
oorno regalo de boda. ¡ Qué placer para el Du­
que, ocuparse en comprar diamantes, encajes,
terciopelos!.... Entendía de esto tan bien como
la mujer más inteligente en materias de toca­
dor, y apenas dejaba tiempo para comer, ocu­
pado con joyeros y diamantistas. En medio de
®yta actividad general, en la cual Urbano y Ca-
'■olina tomaban la menor parlo, deslizóse de

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170 JuUGE SAND.

nuevo Mad. d’Arglade, como á pesar styo.


Un grave y doloroso acontecimiento había
cambiado la existencia de Leoucia. Al principio
del invierno, su marido, de mucha más edad
que ella, murió, dejándola joven, bella , rica y
viuda, lo que la arrancó lágrimas tan profun­
das, que hacían exclamar á lodo el mundo :
—Á pesar de su carácter frívolo, Leoucia
amaba mucho á su marido , y eso que él no era
lo más á propósito para inspirar amor.
Todos la compadecieron, y la Marquesa
tuvo empeñoenque pasase á su lado la primera
época de su viudez. Instalóse, pues, cu su casa,
y se dejaba consolar, contemplando los prepa­
rativos de boda, haciéndola con harta frecuen­
cia reir el Duque, si bien al momento ocultaba
el rostro en su pañuelo, exclamando cutre so­
llozos :
— ¡Es una crueldad hacerme reir! ¡Me
hace tanto mal !
Á través de su aílicción, Leoucia se iba apo­
derando del afecto de la Marquesa, llegando
hasta suplantar en su intimidad á Carolina,
que era el fin que se había propuesto.
Al ver morir á su anciano esposo, pensó al
punto en darle un sucesor, é ignorando el con­
certado matrimonio del duqm)do .Aloria , pensó

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KL MARQTJRS T)E Vil.r.EMEIi. 171

eu él, prometiéndose rehabilitar su fortuna. Le


creía incasable por su vida desordenada, y se
decía, no sin lógica, que no rehusaría el par­
tido de una viudita hermosa y rica.
—Tengo fortuna (exclamó), y con ella com­
praré nn título.
Cuando en su primera visita á la Marquesa
supo lo que todos sabemos, sus esperanzas se
desvanecieron, y volvió sus ojos hacia el mar­
qués de Villemer, cuya conquista, aunque
mucho más difícil, no. era menos gloriosa. La
Marquesa , que se afligía del retraimiento que
su hijo mostraba al matrimonio, confió á Leon-
cia su temor de que el Marqués manifestase
una antipatía general á las mujeres, y añadía:
—Sería preciso encontrar una mujer que
se propusiera despertar su alma y hacerse
amar, sacándolo de osa apatía.
—Sí (exclamaba Leoncia con aturdimien­
to) ; una mujer do cuna más elevada y que no
hubiera enviudado del mejor de los hombres,
pero que tuviera mi edad , mi fortuna y mi ca­
rácter.
—El carácter de V'. es demasiado espontá­
neo para un hombre lan reservado, querida
mía.
—Precisamente por eso sería más á propo­
Biblioteca Nacional de España
JORGE SAND.

sito para salvarle. Y, de ser posible que amase


á alguno, sería á un hombre de carácter reser­
vado y grave: tal era el de mi marido; pero;
¡ ah! ¡ Estas reflexiones me recuerdan que le he
perdido para siempre!
Leoncia encontró medio de tratar este asun­
to bajo aspectos tan distintos, que la Marquesa
se fue acostumbrando á esta idea sin darse
cuenta de ella, y Leoncia principió á formar su
plan de ataque contra el Marqués.
La charla frívola de la viuda era repulsiva
á Urbano, que, en vez de la antipatía que, según
su madre, profesaba á las mujeres, tenía, por el
contrario, tacto especial para juzgarlas, y com­
prendió las intenciones de la viuda, tratándola
con un desdén, que no pudo menos de herir su
amor propio.
Entonces Leoncia abrió los ojos; entonces
sorprendió mil detalles que le probaron el in­
menso amor que el alma del Marqués guardaba^
para Carolina. Al convencerse, alegría satá-'J
nica agitó su alma, y prometió vengarse.
El matrimonio del Duque se dilató algunos ií
meses, porque en la alta sociedad comenzó áiií
murmurarse de la precipitación de este enlace,
diciendo que sorprendían la inocencia de Dia-
na para enlazarla á un calavera. Este retardo

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Et, MARQUES DE VILLEMER. 173

contrarió vivamente á la Marquesa, que ya


anhelaba habitar el palacio suntuoso de sus
hijos, lo cual miraba con indiferencia Caroli­
na, porque el Marqués no estaba decidido á
aceptar cuarto en casa de su hermano. Caroli­
na vió en esto el cumplimiento de la reserva
que ella le imponía, y cuando el invierno locó á
su fin y el matrimonio se acercaba, recibió por
primera vez en su vida la primavera con pesar.
Diana manifestaba gran afecto á Carolina y
marcado desdén á Leoncia, que iba á aumentar
el odio que en el alma guardaba ésta á Carolina.
Con pretexto de su luto, no fue invitada á
las fiestas de la boda, mientras Carolina fué ele­
gida por Diana para acompañarla en tan críticos
momentos, colmándola de atenciones y regalos.
El día de la boda llegó , y en él por primera
Vez, en el espacio de muchos años, Carolina
se atavió con gusto y riqueza , y al presentarse
en el salón al lado de Diana, todo el mundo
preguntó á ésta quién era, respondiendo la jo­
ven con dulzura:
—Mi amiga ; una joven que vive confiada á
mi suegra, y que tengo la dicha de traerme hoy
á mi lado.
El Marqués bailó con su cuñada y con otras
jóvenes, á fin de poder bailar luego con Caroli­

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174 JORGE SANO.

na, que dijo, sonriendo, al escuchar su petición;


—¡Cómo! Después de haber tratado jun­
tos los sucesos más grandes de nuestra nación,
¿quiere V. que bailemos una contradanza?
—Sí; quiero sentir esa mano en la mía.
Era la primera vez que el Marqués mani­
festaba sin reserva una de sus impresiones :
Carolina se estremeció, y al punto se dijo que
ya otra vez el Marqués había parecido enamo­
rado de ella, y había sabido triunfar de tan mal
pensamiento. Además, como siempre, contaba
con su fuerza de voluntad.
Carolina causaba general sorpresa, y todas
decían á la duquesa de Duuiéres :
—Esa huérfana que va á vivir al lado de
vuestra ahijada, es demasiado linda : á mí me
inquietaría.
Todos pensaban así quizá, menos el Du­
que, que, reconocido al tacto de su joven espo­
sa , que no manifestaba el menor síntoma de
celos, sentía verdadero entusiasmo por su mu­
jer. La Marquesa trató á Carolina osa noche
con un afecto maternal, y la joven disfrutó uno
de esos momentos en que, á despecho de los
caprichos de la suerte, la inteligencia, la vir­
tud y la belleza ejercen su influencia y recon­
quistan su imperio cu el mundo.

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XÍX.

Cuando los novios dejaron la fiesta, la Mar­


quesa dijo á su hijo;
-—Dame tu brazo , y no distraigamos á Ca­
rolina, que baila en este momento, y queda
acompañada con Mad. D.
Mientras descendían desde el piso princi­
pal al bajo, donde habían sido colocadas las
habitaciones de la Marquesa, en atención á sus
años y sus achaques, exclamó :
—Hijo mío , ya no tendrás que sostener
á tu madre para subir la penosa escalera; ya
vos que me evitan eso trabajo.
—Me alegro por V., mamá ,—exclamó Ur­
bano.
—¡Qué animado está el baile! Y fuerza es
convenir en que Carolina ha sido la reina déla
fiesta. ¡Qué hermosura! ¡Qué elegancia la
suya!
—Madre mía, ¿está V. muy cansada, ó me
permite V. que baldemos un cuarto do hora Y

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176 JORGE SAND.

—Nunca estoy cansada para los que amo :


hablemos do tu hermano...., de ti. ¿Cuándome
darás un día semejante?
—Madre querida (dijo el Marqués, arrodi­
llándose y besando las manos de su madre);
de V. depende que yo disfrute también igual
ventura.
— ¿Qué dices? } Dios mío! ¿Hablas de
veras?
—Sí, madre mía; yo también puedo dar á
V. una segunda hija, tan bella y tan pura como
la primera. Amo con pasión desde hace un año,
más de un año, á una criatura perfecta , cuya
voluntad no he querido consultar sin el consen­
timiento de V. Hoy que su suerte, la de mi her­
mano y la mía están aseguradas, puedo exigir
á V. el sacrificio de que consienta en mi ma­
trimonio, hijo del amor, no de miras ambicio­
sas. Mi elegida pertenece á una familia honra­
da; de sus cualidades V. misma ha podido
asegurarse, puesto que vive en su intimidad....
i Ah madre mía 1 Si algún día tiene V. que ha­
cer un sacrificio por mí, sacrifique sus escrú­
pulos por la dicha de un hijo que la adora.
—i Dios mío ! ¿ Es de Carolina de quien me
hablas ? ¡ El golpe sería demasiado rudo!
-i-No diga V. eso (replicó con calor el Mar-

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J
EL MARQUES DE VILLliMER. 177

quós). ¡ Si es rudo, no lo reciba V.! Renuncio


á lodo, i No me casaré nunca !
—¿No casarte? Pero, hijo mío, reflexiona.
La cuna en que ha nacido, la dependencia en
que vive....
—¿. La haría V. una ofensa por lo que es su
inérilo mayor?
—No por mí, al contrario; pero el mundo
es tan....
—¡ Injusto ! ¡ Ciego !
—Tienes razón; y puesto que se trata de un
matrimonio por amor, nada puedo alegar; pero,
sin embargo, Carolina amó en sus primeros
años....
—No : he hablado con su hermana. Debió
casarse, pero su corazón no amaba. Conozco*
su vida día por día, hora por hora, y cuan­
do la digo que Carolina es digna de V. y de
mí, es porque lo sé. No me ciega una loca
pasión.
El Marqués habló aún largo tiempo, con­
venciendo á su madre, que cedió por tin.
—¿Me permite V. (exclamó el Marqt^^n-
tonces) que la llame aquí, y en i^S^tbia'
le diga por primera vez que 1 ^qí%\
—Tienes mi consentimieiitb'' -
condición; la de reflexionar v

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178 Ji. RÜE SAXn.

Hoy, que niiigiiu obstáculo te separa de ella,


piénsalo bien....; yo también necesito repo­
nerme; necesito que no lea en mi rostro el dolor
que su dicha me cuesta.
—Tiene V. razón : hasta mañana, pues,
madre mía. ^Asistirá V. mañana al concierto
que prepara la joven Duquesa?
—Sin duda: por eso deseo descansar. ¿Vuel­
ves tú al baile?
—Si V. me lo permite : está allí, ¡ tan her­
mosa con su traje de baile!.... '
—Pues bien: hazme ese sacriñcio á tu vez:
no la mires, no la hables durante las horas que
te he marcado.
El Marqués lo juró así, y cumplió su pala-
•bra ; pero k soledad de la noche y su obliga­
ción de no ver á Carolina no hicieron más que
dar cuerpo al fuego de su pasión.
Carolina extrañó que no volviese el Mar­
qués, y, lejos de adivinar la verdad, creyó que,
como otras vects, el Marqués habría sabido
dominar su corazón.
Leoncia, que tenía amigos en el baile en­
cargados de informarle de cuanto ocurriese,
supo con despecho el efecto producido por Ca­
rolina en el baile, y se dijo que ya era tiempo
de obrar. Dirigióse á la mañana siguiente á ver

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HI, MAIiQDES DE VILLUMEIl. m

á la Marquesa ; quiso verla sola para un asunto


piadoso, y exclamó :
—Perdone V. que venga á hablarla de los
pobres en días tan dichosos.
—Nunca mejor (dijo la generosa dama): en
estos días se hacen con doble placer los bene­
ficios.
Leoncia hizo contribuir á la Marquesa para
un donativo á una familia desgraciada, y aun­
que fingiendo que tenía mucha prisa, para que
la Marquesa la detuviera, comenzó á hablar
de lo que preocupaba á todo el mundo: de la
dicha de Gastón y de las perfecciones de su
mujer.
—Lo que más admiro en ella (prosiguió
Leoncia), es que no tenga celos de nadie, ni aun
de....,perdone V., iba á pronunciar su nombre.
Dos ó tres veces dijo lo mismo, ocultando
siempre el nombre, que ya comenzaba á in­
quietar á la Marquesa , pronunciándole por fin:
era el de Carolina.
Lamentando la ligereza de su labio , refirió
cuanto había observado en el castillo de Sóval;
y, por último, que había visto con sus propios
ojos , al rayar el alba, volver á Carolina á su
cuarto acompañada del Duque. Todo esto ter­
minó exigiendo á la Marquesa palabra de que

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181) JORGE SAXD.

callaría, porque nadie amaba á la joven como


ella , y lamentaba sus extravíos.
Al salir Leoncia, entraba Carolina, y la pri­
mera la felicitó por sus triunfos de la noche
anterior, que habían llegado á sus oídos.
Carolina encontró á la Marquesa pálida y
agitada ; y cuando le preguntó qué tenía, aque­
lla se disculpó con el cansancio natural de la
noche anterior.
Mientras Carolina leyó el correo, la Mar­
quesa no la escuchaba , pudiendo contener ape­
nas su indignación. Ésta se fuó calmando poco
á poco, y cuando hubo tomado su partido, in­
terrumpió á su lectora, exclamando con tono
glacial:
—Basta, señorita ; tengo que hablar á V.
Uno de mis hijos, inútil es decir cuál, parece
abrigar por V. sentimientos que creo no habrá
V. alentado.
Carolina se puso más pálida que la Mar­
quesa, aunque replicó sin vacilar :
—Ignoro lo que me dice, señora Marquesa:
ninguno de sus hijos me ha manifestado sen­
timientos que puedan alarmarme.
La Marquesa, viendo en esta respuesta una
insolente mentira, lanzó á la joven una mirada
de desprecio, y exclamó :

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EL MARQUES DE VILLKMER. 181

—No hablo del Duque ; cada tengo que de­


cir sobre ese punto.
—Ni de él ni de su hermano puedo que­
jarme,—respondió Carolina.
—Lo creo (dijo la Marquesa con ironía); yo
sería quien debiera quejarme, si hubiera V. te­
nido la pretensión....
—Yo no he tenido pretensión ninguna (ex­
clamó Carolina, con un arranque de dignidad
que no fué dueño de contener); y nadie en el
mundo tiene derecho de hablarme como si yo
fuera culpable de ambiciosas miras. Pero, ¿qué
digo? Perdón, señora (continuó, variando de
tono); he cortado á V. la palabra; he hablado
con un tono poco respetuoso ; perdón; no he
sido dueño de mí. Pregúnteme , y yo res ­
ponderé.
—Carolina (dijo la Marquesa con menos
dureza); no la interrogo, la prevengo; mi in­
tención no es de acriminarla. V. es dueño de
su corazón.
—Se equivoca V., señora.
—i Cómo! ¿Lo confiesa ?
—¿Y por qué no?No soy dueño de mi cora­
zón , cuando mil deberes, mil consideraciones,
me impiden disponer do él.
La Marquesa miró á Carolina con asombro.

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182 JORGE SAND.

y al punto se dijo que la aventura del Duque


la consideraba olvidada, cuando nada había
reclamado al unirse él á otra mujer. Esta re­
flexión mitigó en parte el enojo de la Marque­
sa , que prosiguió con acento bondadoso :
—Perdone V., hija mía ; la he lastimado,
porque me he explicado mal, y he sido injusta
un momento ; me complazco en reconocer su
prudencia y su generosidad. Se ha sacrificado
en alguna ocasión , y confío en que se sacrifi­
cará de nuevo, si las circunstancias lo exigen,
¿ no es verdad ?
Carolina , que no podía ver en todo esto una
alusión al matrimonio del Duque, creyó que la
Marquesa no tenía derecho para jugar con los
dolores íntimos de su alma, y replicó con al­
tivez :
—Nada he tenido que sacrificar, ni pienso
en sacrificios ; mande V., y no será un mérito
obedecerla.
—i Pues qué ! ¿ nunca ha participado de los
sentimientos del Marqués ?
—Nunca los he conocido.
—¿Ni los ha adivinado?
—Tampoco : ni creo en ellos. No se los ha­
brá revelado á V. él mismo.
—Pues vea V. si tengo confianza en V.; él

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EL MARQUES DE VILLEMER. 183

me ha confesado su amor , y cree contar con


el de V.
—El señor Marqués se ha engañado,—ex­
clamó Carolina, que en esta confesión tan ex­
traña veía una ofensa.
—¿Dice V. la verdad? (exclamó la Marque­
sa , engañada por la dignidad de Carolina.)
¡Gracias, gracias! ¡Esa franqueza me vuelve
la vida! (prosiguió, besándola en la frente).
Ahora, permita V. que diga á mi hijo que todo
ha sido un sueño, y que su matrimonio no
puede realizarse, no por mi voluntad, sino por
la de V.
Esta imprudente palabra iluminó á Caroli­
na, haciéndole comprender la admirable deli­
cadeza del Marqués, que se dirigióásu madre
antes que á ella. Sin embargo , este descubri­
miento no la halagó, al ver que la Marquesa
rechazaba su enlqce, según creía la joven, por
miras ambiciosas , no por una falta que á ella
se le atribuía.
—Señora Marquesa (prosiguió Carolina con
dignidad): sea cualquiera la voluntad de V.,
su hijo no debe hallar en ella objeto de censu­
ra ; y en cuanto á mí, nada podrá decirme por
rehusar el honor que quería hacerme. V., ade­
más, puede decirle cuanto le agrade, por­

Biblioteca Nacional de España


184 JORGE SAND.

que yo no estaré presente para desmentirla.


—¡Cómo! ¿Va V. á dejarme? (exclamó la
Marquesa , aterrada por este resultado que no
había previsto.) ¡Imposible! ¡Eso sería per­
derlo todo! Mi hijo la adora, y si huye, la
seguirá acaso, tratará de convencerla, y en­
tonces tendré que decirle.... lo que no quiero
decirle ahora.
—No podrá V. decirle más que mi negati­
va (prosiguió Carolina, sin sospechar la acu­
sación que iban á arrojar sobre su frente); pero
si soy yo quien debe decírselo , enhorabuena;
escribiré, y le enseñará V. mi carta.
—Pero ¿y su dolor? ¿Su cólera quizá?
—Déjeme V. partir, señora (prosiguió viva­
mente Carolina , que á la idea del dolor del
Marqués sintió estremecido su corazón); vine
á esta casa ignorando que tuviese V. hijos....;
déjeme salir de ella sin remordimientos. Si el
señor Marqués quiere seguirme....
—¡Hable V. más bajo, por piedad! Si se
obstina en seguirla, ¿qué hará?
—No me expondré á ser seguida ; dentro
de una hora vendré á despedirme de V.

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XX.

Fué tan enérgica la ^puesta de Carolina,


que la Marquesa no se atrevió á detenerla, re­
prochándose haber hecho comprender á Caro­
lina que lo sabía todo , cuando en realidad no
sabía nada, puesto que ignoraba el amor de la
joven.
Lejos de esto, la Marquesa creyó que Caro­
lina amaba siempre al Duque, y contaba con
atraerle de nuevo á su cariño , pasada la luna
de miel.
—En este caso (pensó la Marquesa), sería
peligroso que se quedase aquí, pudiendo tur­
bar un día ú otro la paz del matrimonio.
La Marquesa , durante una hora , formó el
proyecto de hablar á su hijo y manifestarle la
frialdad de Carolina, si bien evitando una ex­
plicación decisiva ; y como al cabo de la hora
Carolina no pareciese, como había prometido,
la hizo llamar, enterándose deque había salí-

Biblioteca Nacionai de España


186 JOIÍGE SAND.

do en carruaje , dejando para ella una carta,


concebida en estos términos;

«Señqra Marquesa : Acabo de recibir la


triste noticia de que uno de mis sobrinos está
gravemente enfermo. Perdóneme V. si corro á
su lado sin permiso suyo, y confiando en su
mucha bondad ; mañana á la tarde estaré de
vuelta, y entonces ,:agmo siempre, podrá con­
tar con su humilde servidora,

» Carolina.»

—¡ Magnífico! (exclamó la Marquesa, cuan­


do hubo leído esta carta.) Prometiendo volver
mañana, evita á mi hijo la primera impre­
sión de correr tras ella ; mañana tendrá otro
pretexto para no volver, é iremos ganando
tiempo.
Sus temores crecieron cuando llegó la hora
de comer toda la familia reunida ; y al ver que
la mirada ansiosa de su hijo la interrogaba, se
permitió mentir, y murmuró :
—Carolina no come con nosotros. Tiene á
su sobrina enferma, y se ha dirigido al colegio
á cuidarla.
Después de la comida, el Marqués intentó

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EL MARQUES DE VíLLEMER. 187

hablar á su madre, y ósla, por evitar uua ex­


plicación, le dijo rápidamente al oído :
—No está en el colegio ; está con su
hermana.
—i Gran Dios! ¿ Por qué dijo V. antes otra
cosa 1
—Porque no había leído bien su billete : no
es de la niña de quien se trata , pero promete
estar aquí mañana. Vamos : ¿por qué te alar­
mas ? En todo ello no hay nada de extraño.
—¡Madre mía, V. me oculta alguna cosa!
¿Es Carolina quien está enferma? Corro á in­
formarme de parte de V.
—¿Quieres comprometerla ? No sería el me­
dio mejor de disponerla en favor tuyo.
—¿La ha hablado V.?
—No, no la he visto: ha partido esta mañana.
—Ha dicho V. que el billete era de esta tarde.
—Cierto.... Le he recibido después....; pero
dejemos esto. Nos observan.
La pobre madre no sabía mentir, y la dolo-
rosa ansiedad de su hijo traspasaba su cora­
zón; durante el concierto, no dejó de observar­
le, y cada vez que se acercaba á una puerta,
creía con terror verle desaparecer.
Fatigada de tantas emociones ^ se retiró in­
dispuesta de la fiesta , velándola su hijo toda

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188 JORGE SAND.

la noche. Á la mañana siguiente, viéndola más


tranquila, aventuró algunas preguntas, mos­
trándole su madre el billete de Carolina :
aguardó con resignación hasta la tarde, y en
ella llegó un nuevo billete, según el cual el
niño estaba mejor ; pero su hermana aún ne­
cesitaba á Carolina.
El Marqués prometió aguardar otras veinti­
cuatro horas ; pero fingiendo acompañar á los
recién casados al Bosque de Bolonia, partió
para la quinta que ocupaba Camila cerca de
París : allí supo que Carolina había estado en
efecto, y se había vuelto á París; debiendo
haberse cruzado con él en el camino. Preguntó
por la enferma, á la que no pudo ver, porque,
según su madre, estaba descansando.
Urbano volvió á París ; corrió á casa de su
madre ; Carolina no había vuelto; se dirigió
al colegio, y no la habían visto : entonces cayó
sollozando á los pies de su madre, pidiendo
que le revelase el paradero de Carolina, que
ella debía conocer. La Marquesa , participando
ya de la inquietud de su hijo, le dijo que ha­
bía partido, y que no debía estar lejos, porque
había dejado sus alhajas, sus libros , y debía
tener muy poco dinero, porque su mesada era
siempre para su hermana.

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HL MARQUES IJE VILI.EMEH. 189

Mientras madre é hijo hacían estos comen­


tarios, Carolina, cubierta con velo, montaba en
una diligencia que salía de París con dirección
á la ciudad de Puy, en el Loire.
¿.Dónde iba Carolina sola, dirigiéndose á
un país extraño? ¿Hemos olvidado ya que en
la aldea de Lautriac poseía amigos heles y un
asilo seguro? Su buena nodriza, la mujer de
Peyraque, la había escrito reiterándole sus
ofertas, y Carolina, que á nadie había hablado
de esas cartas ni de este país, tuvo la noble
inspiración de ir á esconderse en él dos ó tres
meses.
Antes quiso abrazar á su hermana , y des­
pués de confiárselo todo, le dejó una carta di­
rigida á la Marquesa, en la cual se despedía
para el extranjero, carta que Camila debía
mandar ocho días después.
Carolina, provista de un itinerario, sabía
que tenía que caminar por un sendero de tra­
vesía tres leguas, que tendría que pasar á pie
si no encontraba un carro que la llevase. Con
su conocida fuerza de voluntad , dejó la dili­
gencia en el punto designado, y se internó sola
en una noche de hermosa luna, por un camino
desconocido; apenas había andado media hora,
la alcanzaron unos carros arrastrados por bue-

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190 JOHGH SAND.

yes que conducían troncos de árboles para la­


brar madera, y de todo ello cuidaba una fami­
lia , compuesta de jóvenes, viejos y de una
mujer con un niño en los brazos : era una ca­
ravana, que ocupaba gran espacio del camino.
— ¡La Providencia (dijo Carolina) socorre
siempre a los que cuentan con ella!
Dirigióse al primer carretero, que no la en­
tendió : no entendía más que su dialecto. Di­
rigióse al segundo, y encogió igualmente sus
hombros. Llegó al tercero, y éste le dijo se
dirigiese á la mujer, que la contestó en mal
francés que llevaban el camino por que ella
preguntaba.
—¿.Me permite V. (exclamó Carolina) que
deje este pequeño lío en uno de los carros?
—No (dijo la campesina); désele á mi ma­
rido, y siéntese aquí á mi lado.
Carolina dió gracias, y se instaló sobre uno
de aquellos troncos, atravesando un camino
sinuoso, bordeado de simas y de precipicios. El
carro, que cogía apenas en el estrecho camino,
amenazaba caer por cualquiera de sus orillas,
lo cual noaucedía, gracias á los bueyes , que no
se apartaban ni una línea del sitio que les es­
taba marcado. Carolina, sin embargo, no pudo
menos de exclamar, dirigiéndose al aldeano :

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El, MAllQÜES DE VILI.E,\IE«. i91

—¿No teme V. por su mujer y su hijo?


El comprendió, si no las palabras, el gesto;
y despertando á su mujer para que no dejase
caer el niño, prosiguió cantando con indo­
lencia.
—¿Por qué he de tener yo más miedo que
ellos? (se dijo entonces Carolina.) ¿Por qué he
de querer conservar una vida cien veces más
triste que la muerte?
Carolina se confesaba al fin su amor y sus
pesares.
—¡Quién sabe! (se decía.) Quizá le olvidaré
más pronto que presumo, y, aunque así no sea,
¿tengo el derecho de querer morir? ¿Debo dejar
que mi hermana siga viviendo á costa de los
que me ultrajan? No; fuerza es trabajar para
ellos, y para trabajar necesito olvidarlo lodo
y recobrar mis fuerzas.
Después pensaba en el Marqués, en su fuerza
de voluntad, en su amor, tantas veces com­
primido y nunca dominado, y exclamaba con
terror :
—Si se propone buscarme, me encontrará;
inútil es que esté á cincuenta leguas de él es­
condida entre estos riscos. Su alma me descu­
brirá, y entonces, ¿cómo decirle: i Sufra V.;
muérase V. quizás; yo no le amo?

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192 JOfJGE SAND.

Al decir esto, iutenciones tuvo de dejarse


caer eu el abismo. Después permaneció insen­
sible, contemplando con estupor las rocas y los
árboles que, como sombras fantásticas, cruza­
ban ante sus ojos ; y cuando comprendía que
no debía estar lejos de Lantriac, salló en tierra
para reponerse.
En efecto ; á una media legua descubrió las
casas déla aldea, tomó su pequeño lío, hizo
aceptar no sin trabajo algunas monedas al ca­
rretero , y penetró en la aldea cuando todavía
dormían sus habitantes.
Carolina no sabía qué callo seguir, porque
Justina no le había dado nunca las señas mi­
nuciosas de su morada, y nuestra viajera, re­
suelta á no darse á conocer más que á sus
amigos , no preguntó á nadie ; y sentándose á
la puerta de una de las casas , comenzó á ad­
mirar lo pintoresco del paisaje.
—¡Quécarabioen tresdías!(murmuraba.) El
jueves envuelta en gasas, adornada con per­
las, y causando general admiración : ¡ hoy ca­
minando á pie, y descansando á la puerta de
un establo! Por fortuna, la luna está clara, y
Dios no abandona á sus criaturas.

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XXI.

Al despuntar el día, Carolina vió abrir, una


por una, las puertas de las casas, y comenzó
á recorrer las calles de la aldea, diciéndose,
con razón, que entre tan pequeño número de
liabilautes, no lardaría en encontrar la persona
que buscaba.
¿Pero la reconocería? ¿Descubriría sin pre­
guntar á nadie aquella nodriza que no había
■visto desde la edad de diez años? Atravesó la
aldea hasta su última casa, y sobre la puerta
de ésta, vió este letrero: PeyraqueLanion. Una
herradura, pintada en la pared, demostraba la
profesión del dueño de aquella casa.
Justina, que se había levantado la primera,
según costumbre, preparaba cerca de una^yen-
laua una sazonada sopa, que su debía*
hallar exquisita al despertar r\
v,\
Iravés de la ventana á Carolina ^ coh .&múW&r-
aoz y su pañuelito con ropa
cual preguntó distraída :
13
Biblioteca Nacional de España
194 JORGE SAND.

—¿Qué vende V.?


Carolina levantó su velo, apoyó un dedo en
sus labios, demandando silencio, al tiempo
que Justina, conteniendo apenas un grito de
alegría, abrió la puerta y la recibió en sus bra­
zos. Había reconocido á su hija.
—¡Venga, venga V.! (exclamó , conducién­
dola al interior de la casa.) ¡Todos los días ha­
blamos de V.! ¡Todos los días la esperamos!
¡Peyraque, Pey raque, levántate; hay gran no­
vedad!
Carolina no cesaba de contemplar aquella
vivienda humilde , pero limpia, confortable, y
denotando en todos sus objetos la existencia
desahogada de sus dueños.
—I Este es un paraíso ! (murmuró Caroli­
na) : mira, dame de almorzar. Tengo hambre,
frío : ¡ah ! ¡qué dichosa soy al verme á tu lado!
Pero escucha : no quiero que mi nombre sea
conocido aquí; tengo mis razones, que apro­
barás cuando las conozcas; combinemos nues­
tro plan: ¿has vivido en Brionde?
—Sí; he servido allí antes de casarme.
—¿Hay alguien en esta aldea de ese país?
—Nadie.
—Pues bien: me harás pasar por una per­
sona que allí conociste.

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EL MARQUES DE VII LEMEI!. i9S

—Bien; por la hija de mi antigua señora.


—No, no debo pasar por señorita.
—Entonces algo tiene V. que ser.
—Venderé lo que tú quieras, lo que tú
me des.
—Yo me encargo de ello ; ¿cuánto tiempo
va V. á permanecer aquí?
—Un mes lo menos.
—Muy bien ; y ¿cómo la llamaremos?
—Carlota; así me llamabas en mi niñez, y,
como entonces, me tutearás.
—Tendrás que vestirte de otra manera, mi
querida Carlota.
—Este traje es bien humilde.
—Por lo menos, tus cabellos rubios no pue­
den ir al aire, y un sombrero chocaría en esta
aldea.
—Pues bien: me prestarás una gorra del
país.
—Corriente; voy á hacer tu desayuno; al­
morzarás con mi marido.
—Y contigo. Desde mañana te ayudaré en
el gobierno de la casa.
—No lo consentiré: ¿cómo he de permitir
que se estropeen esas manitas que tanto he
cuidado? Voy á ver si se ha levantado mi ma­
rido, y nos contarás todos esos misterios.

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198 JOBGE SíND.

Media hora después, Carolina, adornada ya


con la gorra del país, que, á pesar de su exira -
ña forma , no conseguía robar la hermosura de
sus ojos azules tan celebrados por la Marque­
sa , y con su delantal que encubría parte de su
humilde traje, no denotaba ser la distinguida
compañera de la marquesa de Villemer.
Almorzaron todos con jovialidad, después
de hacer Carolina conocimiento con Peyraque,
hombre ya entrado en años, feo como lodos
los montañeses de ese país, pero cuyo aspecto
llevaba el sello de su honradez.
—Amigos míos (exclamóCarolina, cuando
se hubo terminado el almuerzo); he prometido
contaros mi historia , y hela aquí en dos pala­
bras : uno de los hijos de mi señora ha querido
casarse conmigo.
—Quería muy bien.
— Tienes razón, porque nuestros caracte­
res y nuestros pensamientos y nuestras almas
se parecían : todo el mundo debió preverlo.
—Y la madre la primera.
—Pues bien ; nadie lo sospechó, y el hijo,
al revelarlo, no logró más que excitar el enojo
de su madre.
-&YV.?
—Yo, á quien nada había dicho, que com-

Biblioteca Nacional de España i


■A
EL MARQUES DE VILUEMER. iV7
prendía que no era bastante noble ni bastante
rica para unirme á él, me dije que no podía
permanecer un instante más en aquella casa.
—Qué ha hecho V. ?
— No he querido quedarme en casa de mi
hermana , adonde él me hubiera seguido. La
Marquesa quería que yo misma le dijese que
no le amaba....
— i Eso era lo mejor ! — exclamé Peyraque.
— i Es verdad!—dijo para sí Carolina,
aterrada unte la lógica del aldeano.
Y como guardase silencio, Justina excla­
mó , adivinando la verdad :
— ¿Qué sabes tú si esta pobre niña le ama­
ba acaso ?
— ¡ Eso es diferente i — exclamó el herra­
dor, con aire compasivo.
Carolina , sintiéndose conmovida hasta el
fondo del alma , exclamó sin poderse ya con­
tener :
— Pues bien : sí; tenéis razón : ¡ le amo i
¡Lo amo!
Y un torrente de lágrimas se escapó de
sus ojos.
— ¡ Valor, hija mía : Dios la ayudará ! —
exclamó Peyraque con acento solemne.
—Y nosotros también (exclamó Justina

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1

198 JOEGE SAND.

con ternura); te ocultaremos, te amaremos , y


rogaremos á Dios por ti.
Conduciéndola á un dormitorio, la desnudó
con solícito cariño, y luego bajó á prevenir á
las vecinas que había llegado una amiga suya
de Brionde, nombrada Carlota, cuyas maneras
delicadas y cutis blanco y sonrosado, más pa­
recían de señorita que de montañesa: asimismo
les añadió que era medio tonta, y apenas sabía
hablar el dialecto del país ; todo lo cual com­
padecía mucho á aquellas sencillas mujeres.
Á los ocho días de llegar, Carolina, ya
acostumbrada á su nuevo género de vida, y
ocultando su amargo pesar bajo un exterior
tranquilo, escribió á su hermana :

«No puedes figurarte los cuidados que aquí


me prodigan : Justina es siempre la mujer an­
gelical que conocimos,y su marido es un hon­
rado campesino, á quien no falta inteligencia,
y en cuya larga vida no hay una sola tacha. Ásu
lado me encuentro dichosa,querida y estimada.
»Lejos de vivir encerrada como tú temías,
me paseo por estos contornos con pretexto de
vender géneros de lencería, que llevo en una
caja, mientras Peyraque, que me acompaña,
visita las casas donde le avisan por su profe­

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f

EL MARQUES DE VILI-EMER. 199

sión de veterinario. Esto y mi comercio me


autoriza para penetrar en todas partes y ad­
mirar los usos y costumbres de este pintoresco
país.
»Vendo muy poco, porque las mujeres,
entregadas á suí"encajes, que fabrican con una
rapidez prodigiosa, apenas pueden cuidarse
de coser las prendas de su casa. Si en lugar de
telas me hubiese dado á vender Justina bisu­
tería, tendría una clientela numerosa. Esto no
obstante, las mujeres son buenas, generosas,
compasivas, y cuanto te digo es efecto de las
costumbres.
»Nuestra manera de recorrer los pueblos es
muy original: Peyraque tiene una carreta,á la
que llama tartana^ porque tiene un toldo que
no nos quila ni el sol ni el viento, y en ella,
arrastrada poruña mulita, caminamos los dos.
^Justina dice que de esta manera podría
ganarme la vida sin rebajarme á servir agran­
des señoras. ¡ Ah! ¿Quieres creer que echo de
menos todos los días la bendición de mi ancia­
na señora ? Quiera Dios que me olvide en breve
ó me reemplace con persona más digna. Ella
lo ha querido ; no pensó más que en su hijo, y
en verdad, que un hijo semejante bien merece
que su madre se lo sacrifique lodo.

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900 JORGE SAND.

»En nuestra última entrevista, me pareció


comprender que anhelaba que yo misma dijese
á su hijo qne amaba á otro. ¡Imposible! Hoy,
que invente cuanto quiera , que inmolo mi vida
jy. y mi honor, si es preciso ; yo no debía , no po­
día hacerlo.
'■' »Tú le verás, ó le habrás visto ya. ¿Está
rnuy triste? ¿Siente mi ausencia, ó tiene la
fuerza moral que necesita ? Di le que soy insen­
sible.... No; esto no lo creería. Habíale de mi
dignidad, que es invencible, y si no lo fuera,
no sería yo digna de su amor.
»No saldré de aquí hasta estar segura de
haber sido olvidada. Cuando lo esté, volveré á
pensar en nuestros hijos, y no me faltará un
colegio ó una casa de comercio donde colo­
carme.
»No te apures; confía en Dios, y cuenta
con mi cariño.»

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XXII.

I- ¿•i
\ ■>

Carolina hacía bien en temer las investiga-.-


clones fiel marqnds de Villomer. Dos veces
había vuelto á casa de Camila, y, en vez de
adoptar un sistema de interrogaciones opuesto
á su delicado carácter, se limitaba á comentar
las reticencias de Camila.
Éstas le hicieron comjirender que Camila
lo sabía lodo, y se contió á ella, hasta el punto
de que Camila le preguntase si estaba decidido
á unirse á Carolina faltando á la voluntad de
su madre, lo cual parecía una condición para
revelar el misterioso retiro de la joven.
El Marqués respondió sin vacilar :
—Si estuviera seguro de ser amado, yo
sabría alcanzar el consentimiento de mi ma­
dre ; deme V. una esperanza, y lo verá.
—Yo (dijo Camila confusa), no puedo. Ca­
rolina tiene un alma reservada, que nunca co­
nozco bien.
En efecto : la joven había sabido guardar su

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202 JORGE SAND.

secreto, no revelándole ni aun á su hermana.


—Y, sin embargo (continuó el Marqués), de
nada serviría adoptar una resolución extrema,
porque esa alma tan reservada y tan digna no
aceptaría mi nombre sin la bendición de mi
madre. No hablemos más jde ella. Dígame V.
sólo una cosa. Carolina, esté donde quiera,
debe hallarse sin recursos : acepte V. una pe­
queña suma, que le remitirá en su nombre, no
en el mío.
—Imposible: lo adivinaría, y no me lo
perdonaría nunca.
—¿La teme V.?
— Como á todo el que se ama.
— ¡Como yo! No me atrevo á buscarla, y,
sin embargo, no tengo más remedio que en­
contrarla ó morir.
El Marqués provocó una nueva explicación
con su madre, encontrándola afligida por la
desaparición de Carolina , á quien echaba de
menos más de lo que quería confesar; y como
su hijo la saliese al encuentro por todas sus
evasivas, no tuvo más remedio que revelar en
parte su resentimiento con Carolina, y publi­
car que la joven había cometido una falta,
que, aunque disculpable, la hacía imposible
para esposa de su hijo.

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w

Et- MARQUES DE VII.LEMKU. 203

Éste, fuera de sí, calificó de. calumnia es­


tas palabras, y añadió :
—¿Quién ha osado mentir tan bajamente?
¿Quién se ha atrevido á abusar de la creduli­
dad de V., madre mía? ¡Dígamelo al punto!
—No; no diré ni una palabra más, y si
añades una frase como la que acabas de pro­
nunciar, la consideraré como una falta de res •
peto á mi persona.
Dijo la Marquesa, y se encerró en una fría
reserva : había dado su palabra á Leoncia de
guardar secreto, y por nada en el mundo
hubiera querido sembrar la discordia entre sus
dos hijos.
Carolina continuaba escribiendo á su her­
mana :

«No te asustes al verme en un país tan


escabroso, ni creas que me expongo á morir á
cada paso : no hay ningún peligro para mí en
los caminos que recorro, y, además, la inteli­
gencia de mi conductor Peyraque es grande.
Si el camino por donde debemos pasar tiene
un centímetro más que necesitamos , le atra­
vesamos con aire de triunfo ; y si le tiene de
menos, me hace bajar de la carreta, y la hace
pasar siempre con acierto. Ó el temor me hizo

Biblioteca Nacional de España


204 jorop: sand

exagerarte al principio estos peligros , ó ahora


me he familiarizado con ellos hasta el punto
de desconocerlos.
» La belleza de Velay no es para descrita,
ni yo pensaba encontrar en el corazón de la
Francia países tan bellos é imponentes. La
ciudad de Puy ocupa una posición única ; está
edificada entre lava , que parece formar parte
de sus gigantescos edificios. .La catedral es
magnífica, de estilo romano, y parece colosal,
porque á ella se asciende por la pendiente de
una montaña, en cuya cima se eleva el templo.
Dentro de él se siente un respeto religioso, al
que contribuyó, el día que la visité, una tem­
pestad, cuyos relámpagos, pasando á través
de los pintados vidrios , iluminaban fatídica­
mente el santuario. Allí se admiraba á Jehová
en toda su cólera...., que no me aterró. Dios
no guarda sus amenazas para los débiles , y,
además, le imploré con tanta fe, que creo que
me escucharía. En cuanto á estos bellos tem­
plos de remotas edades , parecen ser la expre­
sión de esta gran palabra : misterio. Si el mar­
qués de Villemer hubiera estado aquí, él me
hubiese explicado.,..
»Pero dejemos esto : no es en las ideas del
Marqués donde yo debo estudiar el pasado.

Biblioteca Nacional de España


Wf-

EL MARQUES DE VILLEMER. 21)0

sino donde debo despertar para el porvenir.


»Hay al lado de Pny, formando parle de
este magnífico paisaje, una aldea, coronada
por una de estas rocas aisladas con que aquí se
tropieza á cada paso. La aldea se llama Espa-
ly, y la roca tiene en su cima las ruinas de un
castillo feudal, y á su pie grutas labradas quizá
por los mismos celtas. En una de ellas vive un
matrimonio anciano y pobre, cuya miseria me
conmueve.
»Paseándome en torno de esta roca, he ad­
quirido la amistad de un niño á quien conocí
jugando sobre las rodillas desu madre, robusta
y simpática aldeana. Piste niño le comparo á
Garlitos, no porque se le parezca, sino por la
simpatía que me inspira. Al hacérsele admirar
á Peyraque, así como el aseo con que está
ataviado y la holgura en que parece vivir su
madre, éste me ha dicho ;
—»Acierta V. más de lo que cree. Ese niño
es un tesoro para la Roquebert. SI le pregunta
V. quién es, le dirá que un niño de su herma­
na que vivo en Clermont; pero no es verdad:
es hijo de un caballero á quien nadie conoce,
y que la paga muy bien para que le cuide. Su
marido es guarda del castillo de Polignac. La
madre de ese niño debe haber muerto, por­

Biblioteca Nacional de España


20fi JORGE SAND.

que sólo su padre viene á verle de vez en


cuando.
»Ya ves, hermana mía, que á este niño debe
enlazarse toda una historia. Peyraque, al ver
cómo le acaricié, me dijo cuando nos sepa­
ramos ;
—»Puesto que es V. tan aficionada á niños,
¿por qué no busca uno como éste á quien po­
der cuidar? Esto le dejaría vivir al lado de su
familia.
—Ignora V. (le respondí)que en mucho
tiempo no puedo vivir al lado de mi her­
mana?
—»Cierto; pero la señorita Camila podría
venirse al lado suyo; mi mujer la ayudaría á
cuidar el niño, y V. sólo tendría que tomarse
el trabajo de instruirle. ¡Ah ! ¡Quéidea! (pro­
siguió). ¿Quiere que hable al padre de este
niño, que debe venir á recogerle de un día
á otro?
—»¿Le conoce V.?
—»Le he servido de conductor una vez que
quiso visitar estos contornos. Vendrá á reco­
ger su hijo, porque la Eoquebert no puede dar
la educación que necesita un niño de cierta
clase. Nada ; está dicho : en cuanto venga ese
señor, le hablaré de V.

Biblioteca Nacional de España


iSL MMIQUISS DE VILLEMBD. 207

»Dejo á Peyraque y á Justina acariciar esta


esperanza , a. la que no doy valor, porque el
misterioso personaje, caso de que accediera,
querría tomar algunos informes de mí, que
estoy resuelta á negar, con tal de no darme á
conocer.»

Biblioteca Nacional de España


V

Biblioteca Nacional de España


"m
XXIII.

Algunos días después,Carolina escribía de


nuevo:
«PoLiGNAC, IS de Mayo.

»No creas , por la fecha de mi carta , que


mi posición ha cambiado, realizándose los
sueños de Peyraque. No: es cierto que estoy
junto al pequeño Didier, pero no encargada
por su padre ó su protector, que aún no ha pa­
recido. He aquí lo que ha pasado :
»Yo deseaba volver á ver á este niño, in­
formarme algo de su historia , y, por último,
contemplar esas ruinas de Polignac, restos
majestuosos de la Edad Media , retratada por
el Marqués con tan verídicos colores.
»Nos dirigimos, pues, Peyraque y yo á
Polignac y á la vivienda de la Roquebert,
donde salió á abrirnos una^-ñína de dfez'apos,
diciéndonos entre sollozQ4_,'q,úe
moría. Me dirigí á su leípií,

i Biblioteca Naciona
210 aOROE SAND.

ban Didier y otro niño de su misma edad, y


me encontré á la enferma, víctima, á mi jui­
cio, de un ataque cerebral. Al apercibirme el
niño, que estaba medio lloroso, vino á abra­
zarme , exclamando con dulzura: «Mamá,
mamá»; con lo cual quería sin duda advertir­
me el estado de su madre adoptiva.
»En breve llegó el marido de la enferma,
se envió á buscar al médico, y yo me llevé los
niños á otra pieza, observando que si la fie­
bre era tifoidea, habría peligro para ellos.
Cuando llegó el médico, aprobó mi idea, di­
ciendo era necesario que los niños viviesen
lejos de la enferma, lo que llenó de desconsue­
lo á Roquebert, que comenzó á lamentarse de
quién cuidaría de los chicos , y del niño sobre
todo, esto es, de Didier, que es en esta casa la
gallina de los huevos de oro. Peyraque entonces
me dijo con efusión:
—»Quédese V., que tiene un corazón tan
bueno; quédese, y esto contribuirá á realizar
mi plan : mañana vendré á buscarla y la lle­
varé, si no tienen necesidad de V.
«Confieso que aprobé esta decisión: ¡tenía
yo necesidad de cuidar este niño! Al día si­
guiente volvió Peyraque, y como la Roquebert,
lejos de poderse levantar, no podría hacerlo en

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Á
EL MAIíOUES UE VIIJ.BMEK. 2U

una semana, he dicho á Pey raque que no vuel­


va en algunos días,
» Me encuentro aquí bien, y todo en esta casa
es, aunque humilde, cómodo: la niña de diez
años cuida la cocina, el marido á la enferma
bajo mi vigilancia , y yo cuido á Didier, al que
lavo, visto y enseño á leer, cobrándole un
afecto que rae alarma para el día que tenga
que dejarle.
»La inteligencia de este niño es superior á
su edad; tanto, que estoy segura de enseñarle
á leer en un raes correctamente; y su alma es
tan noble, tan afectuosa para conmigo, que
por él y por mí lamento el día de nuestra se­
paración.
»E1 buen Peyraque me trae en este instante
tu carta. ¡Ay, hermana raía! No rae robes el
valor que tanto necesito. ¿Dices que está páli­
do, que le causa tal compasión que vas á des­
cubrir mi retiro? No hagas tal, ó me obligarás
á ir lejos, muy lejos, donde tú misma ignores
el sitio en que vivo. Puedes estar segura de
que el día que en estos sitios penetre un ex­
traño, desapareceré al punto.»

Carolina cortó aquí su carta, porque Peyra­


que entró á decirle con cierta emoción;

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212 JORGE SAND.

—El señor ha llegado.


—¿Qué señor? — exclamó Carolina deses­
perada.
—El padre del niño: M. Bernyer.
—¡Sabes su nombre! Antes lo ignorabas.
—Es verdad; pero acabo de leerle sobre su
maleta.
—¡Bernyer! Nunca he oído este nombre;
creo que podré presentarme sin riesgo.
—Eso es necesario, que se presente V. y le
hable del niño.
Roquebert hntró, y tomando el niño en sus
brazos, se le llevó á su padre, encerrado ya en
una pieza apartada que había para él.
—Partamos,—exclamó Carolina, cuyos ojos
se llenaron de lágrimas ante la idea de que no
volvería á ver á Didier.
—Al contrario: esperaremos (dijo Peyra-
raque) á ver qué dice ese señor cuando sepa
que se ha quedado V. aquí cinco días para cui­
dar á su hijo.
—¿Crees tú que Roquebert se permitirá de­
cir que durante la enfermedad de su mujer ha
tenido que confiar el niño á una extraña, á una
aventurera quizá, puesto que ellos no me co­
nocen? No, callará, ó, si lo revela, ese señor
me juzgará pagada con unos cuantos escudos.

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«

KL MARQÜÍIR DR Vir.t.RMEn. 213

—Y cuando los rehúse V., conocerá que


vale más, y que no es aventurera cuando la
acompaña Peyraque, conocido en todo el país.
—¿Qué sabe de eso un forastero que no co­
noce más que á los habitantes de esta casa?
Partamos, créeme.
—Como quiera V.: aún no he desengancha­
do, y haremos descansar el caballo en Puy;
pero si le viera V., si le hablara....
Diciendo esto, Peyraque seguía á Carolina,
que, decidida á partir , se dirigió á la puerta de
la casa; fijó sus ojos sobre el nombre escrito
en la maleta del desconocido, y se alejó rápi­
damente, sin poder disimular su emoción.
—¿Qué tiene V.? — exclamó Peyraque, to­
mando á la muía del ramal.
—Nada, un sueño (murmuró Carolina); he
creído reconocer esa letra.
—¡Bah! ¡Si el nombre parece impreso !
—Tienes razón ; soy una loca,—dijo Ca­
rolina.
Ydurante el camino permaneció absorta en
sus pensamientos.
Tan pronto se decía que aquel desconocido
debía ser el Marqués, tan pronto que él nunca
la había hablado de aquellos países ; y ya tra­
taba de explicarse por una misteriosa simpa-

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214 JORGE SAND.

lía su amor al niño, ya sentía á su recuerdo


una impresión de celos, juzgándole hijo de
otra mujer y del hombre que adoraba.
— ¿ Qué le pasa á V.? — exclamó Peyraque,
al leer en su rostro las distintas impresiones
que la agitaban.
Respondióle ella con mil interrogaciones
respecto al desconocido, á quien Peyraque
había visto una sola vez, haciendo de él un
retrato tan incompleto, tan vago, que Carolina
nada pudo descubrir.
Esta noche Carolina la pasó mal, viendo
entrar al día siguiente á Peyraque, que ex­
clamó con aire de regocijo ;
— ¡Magnífico! ¡Nuestro negocio marcha!
M. Bernyer vendrá á ver á V. mañana ; puede
estar tranquila. Es un inglés, un marino.
—¿Le has visto ?
—No : acababa de salir ; pero he visto á la
Roquebert, que está ya mucho mejor, y me ha
contado que el niño ha llorado mucho por su
Carlota : el padre ha querido saber quién era,
y aunque Roquebert no tenía gran gana de ha­
blarle de vos, su mujer y su hija, que son bue­
nas cristianas, le han dicho toda la verdad. Se
ha informado de dónde vivía V., y ha ofrecido
que le llevará para tranquilizar al niño.

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EL MAliQUES ni? VILLEMEli. 213

—Vendrá á ofrecerme dinero ,—dijo Caro­


lina con aire de desdén.
—Mejor: con eso le probará V. que no es lo
que piensa : se le hablará, se le dirá que es V.
una señorita instruida, le contaremos esa his­
toria que le hace honor....
—No (replicó vivamente Carolina); no con­
fiaré á un extraño mi secreto.
—¿Qué importa, si no le conoces? (dijo Jus­
tina.) Además, no ignorándole, nosotros bien
podemos confiarle el nuestro.
—i Gran Dios! (exclamó Carolina, que al
lado de la ventana dirigía su vista á la calle.)
¡ Ese que se acerca es sin duda M. Beruyer!
Ya estaba yo segura. ¡Es él! ¡Es él! ¡Oh,
amigos míos ! Ocultadme ; decidle que he par­
tido, que no debo volver.... ¡Si me ve , si me
habla, soy perdida!

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Biblioteca Nacional de España
f

XXIV.

Justina siguió á la joven , recomendando á


su marido que recibiese al Marqués con sere­
nidad.
Así lo hizo, y él y M. de Villemer habla­
ron de la supuesta Carlota , el uno con indife­
rencia, y el Marqués como un hombre recono­
cido á favor inesperado. El Marqués parecía
fatigado del viaje , y todas sus facciones mani­
festaban doloroso abatimiento.
Peyraque le ofreció cuanto ordena la hospi­
talidad, llamando á su mujer en auxilio del re­
cién llegado, de cuya boca oyó este sin pesar
que Carlota había ya partido.
Carolina escuchaba desde su cuarto todo
este diálogo, produciéndole el acento del Mar­
qués horribles estremecimientos, y permanecía
muda, iumóvili, temiendo que el Marqués re­
conociese el ruido de sus pasos.
Éste, por tener un pretexto de recompensar
á sus huéspedes, fingió comer y beber algo.

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218 JORGE SANO.

mauifestando después deseo de partir, para lo


cual se ofreció Peyraque con su carreta.
Al paso que se dirigía á prepararla, eutró
por el cuarto de Carolina, á la cual dijo rápida­
mente en voz baja:
—Ese pobre señor me da mucha lástima :
debe estar muy enfermo ; su respiración es fa­
tigosa,y lleva sus manos al pecho y á la frente,
como una persona que sufre.
— i Gran Dios ! ¡ Si estuviera próximo al
acceso ! (exclamó Carolina aterrada.) No le lle­
ves en tu incómoda carreta ; no consientas que
tome el frío de la noche: hazle que la pase
aquí.... Pero ¿.dónde? ¡Ah! ¡ Qué idea I Dale
mi cuarto : yo reuniré al punto mis efectos,
y marcharé á casa de tu hija; á cualquier
parte.
—No, eso está demasiado cerca, y si se pu­
siera peor, correría V. á su lado.
—¡ Es verdad !
—Tiene V. salud y energía : voy á condu­
cirla á Laussoune, en casa de mi cuñada, y vol­
veré á buscarla mañana, cuando haya partido.
—Tienes razón : al punto es4,oy lista; hazle
que se quede.
Peyraque y Justina instaron tanto á M. de
Villeraer, que consintió en pasar allí la noche.

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F,L MARQUÉS TIE VrTI.EMER. 219

subiendo Justina á prepararle el cuarto y á


despedirse de su pobre Carolina, que exclama­
ba deshecha en llanto :
— ¡Dejarle cuando se encuentra aislado,
enfermo!
—i Cómo ha de ser! (exclamó Justina.) Nos­
otros le cuidaremos; y, además, Peyraque
no consentiría nunca que os quedaseis bajo un
mismo techo. ¿Qué diría su madre?¿Qué diría
el inundo?
Carolina no la escuchaba : conducida por
Peyraque, descendió á la calle, donde la espe­
raba la tartana. Mientras Peyraque colocaba
en ella las ropas de Carolina, ésta corrió á la
puerta de la casa, desde donde pudo ver al
Marqués , cuyos cabellos negros y correcto
perfil aparecía iluminado débilmente por una
luz pendiente de la chimenea.
—Heme aquí (dijo Carolina , volviendo al
lado de Peyraque); no me ha visto, y yo parlo
más tranquila después de haberle contempla­
do. Júrame (prosiguió la joven con firmeza)
que si esta noche fuese acometido de un des­
vanecimiento, correrás á buscarme, aun cuan­
do debieras reventar tu caballo ; júramelo por
tu honor.
Peyraque lo prometió, y partieron, estando

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1
220 JORGE SAND.

Peyraque de vuelta en su casa á las once de la


noche.
El Marqués se había recogido , después de
hablar largamente con Justina, la cual dijo á
su marido :
—Este hombre tiene un corazón tan ange­
lical como el de ella, y ahora comprendo....
— ¡Silencio! (dijo el severo aldeano.) Y
puesto que él se ha recogido, no pienses más
que en dormir.
La noche fué tranquila para todos, incluso
el Marqués, que se despertó á las dos de la
mañana sin el menor síntoma de fiebre, y co­
menzó á reflexionar sobre su situación, mejor
que lo había hecho desde la desaparición de
Carolina. La vista de su hijo le había dado el
valor que necesitaba, y resolvió llevarse el
niño á casa de Camila, y dejarle allí con una
carta para Carolina, en la cual se despediría de
ella para el extranjero, confiando á sus cuida­
dos aquel fruto de su amor.
Tranquila con su ausencia , Carolina con­
sentiría en volver al lado de su hermana, y,
entretanto, la Marquesa quizá descubriera su
secreto al Duque, que había ofrecido á su her­
mano arrancársele por sorpresa.
Paseando su vista por la estancia, descu­

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EL MAKQUES DE VILLEMER. 221

brió tintero, papel y plumas; y como esto lle­


gaba en auxilio de su plan, se levantó á escri­
bir su proyectada carta para Carolina.

«Amiga mía (escribió): no abandone V. á


Un desgraciado que en V. funda todas sus espe­
ranzas. Voy á partir, y le pido un favor que no
puede rehusarme ; tengo un hijo, que no tiene
madre, y á V. se le confío. Voy á Inglaterra, y
nunca me verá si no tiene confianza en mí....»

El Marqués apercibió en este instante un


objeto que le hizo estremecer, deteniendo brus­
camente su pluma. Sóbrela mesa en que escri­
bía se veía una cuenta de azabache labrada de
Un modo particular , cuenta que debía formar
parte de un brazalete que llevaba constante­
mente Carolina, y que él conocía muy bien,
porque la joven se le quitaba siempre para es­
cribir, y el Marqués tenía costumbre de jugar
con él, habiéndole dicho más de una vez Ca­
rolina :
—No lo rompa V. : es un recuerdo de mi
madre.
Al recoger Carolina sus objetos, había roto
este brazalete, y aunque creyó recoger todas las
cuentas, quedó una sobre la mesa.

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1
JORGE SAND.

Esto Iraslornó la mente del Marqués, que


se puso á recorrer el cuarto como un loco, bus­
cando más indicios. Registró los rincones, la
mesa, la cama, las sillas....; ¡ nada ! Lo único
que descubrió fueron cenizas de papel quema­
do, que se puso á inspeccionar con avidez, y
entre ellas eucentró un fragmento donde se leía
am: era sin duda la fecha de una carta de Ca­
mila , porque era letra suya, y Camila residía
en Elaw-fs. No había duda : la Carlota que él
iba buscando era Carolina, que había desapare­
cido de nuevo.
El Marqués se propuso disimular y obser­
var, y al rayar el alba, en cuanto sintió hablar
á sus huéspedes, prestó oído, sorprendiendo
oslas palabras:
—Nuestra pobre Carolina no habrá dormi­
do tan bien como nosotros.
—Una noche es una noche, y en cuanto él
se vaya, iré yo por ella á Laussonne.
El Marqués, después de dejar el bolsillo en
el cajón de la mesa, hizo ruido como de levan­
tarse, y bajó, rehusando un caballo que le ofre­
cían, afirmando que se encontraba muy bien.
Despidióse, pues, y se dirigió camino de
Laussonne, esperando ver pasar á Carolina sin
que ésta le apercibiese.

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Rr. MAUQfJRj l)K VlMJi.VIRIi. ¿33

Cuando la joven vio llegar á Peyraque, le


preguntó con ansiedad por el Marqués, dicién-
dola aquél;
—Está muy bien; tanto, que ha querido vol­
verse á pie.
—¿Conque ha partido? Tanto mejor : con
eso no le volveré á ver,—dijo.
Y subió sollozando al carruaje.
—¿Va V. ahora á ponerse mala? (le dijo el
aldeano con cariñosa severidad.) Tenga V. jui­
cio, ó creeré que no es V. buena cristiana.
—¿No he tenido harto valor al huir de él?
¿Pero qué haces? ¿Por qué retrocedemos?
—Tengo que ventilar un asunto en esta
aldea,—dijo; y volvió á Laussonne.
La verdad era que había descubierto un
bulto en el camino, y, malicioso como era, te­
mió que el Marqués les observase, y queriendo
evitar su encuentro, dijo á Carolina :
—El paseo la sienta siempre bien; ¿quiere
V. que vayamos á uno nuevo que V. no co­
noce?
—Como quieras.
—La llevaré al nacimiento del Mecene, cer­
ca del cual tengo que ventilar unos asuntos:
en la aldea de Estables.
—Dicen que es^un camino peligroso.

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'2n JORGE SAND.

—Le han compuesto algo..,.; pero si


teme V....
—¡No estoy en el caso de temer nada!—dijo
la joven.
Y principiaron á ascender por un camino
escabroso, en el cual el caballo hacía prodi­
gios de valor y Peyraque milagros de habilidad.
Al cabo de dos horas, el caballo se detuvo
bañado en sudor, y Peyraque mismo se paró
con desaliento, buscando entre las rocas en­
vueltas en espesa niebla algún sendero.
—¿Hemos perdido el camino?—exclamó
con indiferencia Carolina.
El viento levantó algo la nube en que se
hallaban envueltos, y distinguieron unos mon­
tañeses, á los que preguntaron el camino; pero
era imposible seguirle sin que descansara el
caballo, fatigado de tan penosa ascensión.
— i Me da gusto, porque de nada se queja 1
(exclamó Peyraque conmovido.) Aquí hace-
frío , mucho frío.
Carolina no respondió más que por un es­
tremecimiento. La sombra del marqués de Vil-
lemer acababa de pasar indiferente al lado de
la tartana.
— ¡Es él; le he visto I — exclamó aterrada
Carolina.

Biblioteca Nacional de España


i
r
r.
EL MAIteUiiS DB Vll.LEMEH. 228

— Dejémosle alejar, y volveremos.


— ¡Imposible! Se morirá si continúa á pie ;
sigámosle.
Había tanta energía en el acento de la
joven, que Peyraque obedeció, y siguieron al
Marqués, que, en breve, fatigado por dos le­
guas de ascensión, y sin poder respirar el
aire , más enrarecido cada vez, se vió obligado
á detenerse.
Ya iba Carolina á lanzar un grilo, cuando
el acento solemne del aldeano la detuvo, ex­
clamando ;
—¡Valor, hija mía ! Dios quiere esta prue­
ba de V.
La joven inclinó su cabeza, y el aldeano
prosiguió ;
— Dos leguas á pie no matan á un hombre,
y si se pone malo, yo correré á él.
El Marqués observó esta vacilación, y, por
último, la conformidad de Carolina y su vuel­
ta , que dió el último golpe á su abatido espí­
ritu. La idea de que no le amaba, de que no le
había amado nunca, destrozó su alora., y, sen­
tándose á una orilla del carqioq; agualdó tran­
quilo la muerte. / ■■-."V , . '• .

fv ít t i

Biblioteca Nacional de ■Espáñ'á


XXV.

— ¡Adelante, adelante! (decía Peyraque


media hora después, viendo caer la nieve en
espesos copos ): esto es peor que la niebla ; y
cuando principia á nevar en estgs alturas, el
camino cubre la estatura de una persona.
Esta palabra imprudente exaltó de tai
modo á Carolina , que quiso lanzarse fuera de
la tartana y correr en busca del Marqués, á
quien ya creía enterrado entre la nieve.
Peyraque la detuvo, y comenzaron á ascen­
der la media legua que habían descendido des­
pués de encontrar al Marqués.
Llegaron al sitio donde creían hallarle , y
nada descubrieron.
—¡Se habrá vuelto!—exclamó Peyraque.
—¡No hemos encontrado á nadie!—excla­
maba con desconsuelo Carolina.
—¿Y qué hacemos? (exclamaba Peyraque.)
No podemos permanecer aquí sin arriesgar
la vida.

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El; MARQUES DE VIULKMER. 227

—¡Vele! (dijo Carolina, saltando en la nie­


ve.) Yo me quedaré aquí hasta que lo en­
cuentre.
Carolina, insensible como un cuerpo sin
alma, iba y venía en todas direcciones, en­
terrando sus pies entre la nieve. Ya estaba un
poco lejos del carruaje, cuando sintió resoplar
el caballo de una manera extraña; corrieron á
él, y descubrieron entre la nieve la mano de
un hombre, y en breve el cuerpo inanimado
del marqués de Villemer reposaba en la tarta­
na , donde Carolina quería con sus cuidados
volverle á la vida.
Peyraque quiso continuar el camino, pero
en vano : el caballo no podía dar un paso, ni
las ruedas podían girar, enterradas entre la
nieve.
— i Es preciso perecer aquí!—exclamó Pey­
raque con desaliento.
No obstante; pensó en ganar un cuarto de
hora, aunque fuese el último de su vida, y to­
mando un tablón de la tartana, procuró apo­
yarle para que les resguardase de la nieve,
que, empujada por el aire, amenazaba envol­
ver el caballo y la tartana.
Al cabo de diez minutos, aquel hombre
rudo, que no había lanzado ni una blasfemia,

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■ 228 JORGE SAND.

dio gracias á Dios porque el viento cedía, la


nieve caía con menos fuerza, y las nubes blan­
quinosas comenzaban á entreabrirse, anun­
ciando tiempo mejor.
—¿Cómo está? (exclamó Peyraque, con­
templando el rostro pálido de Carolina.) Eso no
será nada.
— ¡Nada!—exclamó la joven, deshecha en
llanto al contemplar el rostro amoratado del
Marqués.
Esto era efecto del frío, al que se unía una
afección nerviosa, propia de la organización
del Marqués.
—No está muerto, sin embargo (exclamó
Peyraque, saltando á su lado para darle calor
con su propio cuerpo). Si yo encontrase con
que hacer lumbre.... ; pero nada : aquí no hay
más que nieve.
— ¡Si quemáramos la carreta!—exclamó
Carolina con entereza.
—¿Y luego?
— ¡Luego, Dios nos socorrerá! Lo primero
es evitar que la muerte nos sorprenda aquí.
Peyraque vió á Carolina tan pálida, tan
próxima á morir también, que no vaciló, y jugó
el todo por el todo. En breve, todos los efectos
de la carreta , y la carreta misma, producían

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EL MAIIQUES DE VILLBMKIt. 229

una inmensa hoguera, junto á la cual el Mar­


qués comenzó á volver en sí.
—¡ Se ha salvado! ¡ Se ha salvado! (exclamó
Carolina , loca de alegría.) Tú le has salvado,
Peyraque ; ¡bendito seas!
El Marqués, al oir la voz de Carolina, creía
soñar; murmuró débilmente que le dejaran
morir; á lo cual Carolina, sin poderse ya con­
tener y cubriendo sus manos de besos y de lá­
grimas , exclamó:
—¡No; es preciso vivir; yo lo quiero; yo,
que os adoro!
El Marqués, envuelto en los abrigos de
Peyraque y Carolina , y siempre al amor de la
llama , fué recobrando sus sentidos , y pudo
hacerse cargo de su situación.
Peyraque entretanto se lamentaba por no
encontrar medio de salir de allí, y en breve
una exclamación de Carolina le volvió la es­
peranza.
—¡Mira! (le dijo, mostrándole una carreta
que se acercaba, cargada de paja y arrastrada
por bueyes.) ¡Dios nos socorre!
El Marqués estaba tan débil , que fué pre­
ciso tenderle en la carreta , sentándose á su
lado Carolina, y de este modo llegaron ála pe­
queña aldea, cuyas habitaciones son tan raras

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á30 JORGE SAND.

bajo aquel cielo inclemente, que les costó gran


trabajo que una familia les cediese su albergue.
Éste se componía de un establo, en el cual
se admiraban dos lechos incomprensibles, que
servían para los seis individuos que compo­
nían la familia.
No obstante, aquello estaba resguardado de
la intemperie, y Peyraque encendió lumbre,
preparó algún alimento, y acudió después á su
pobre caballo, desfallecido de cansancio y de
hambre.
— ¡Carolina! (murmuró el Marqués, sen­
tándose en un escabel con auxilio de la joven.)
Tengo muchas cosas que decirla; pero temo
por mi razón ; temo hablarla sin estar comple­
tamente sereno. Perdóneme V. ¡Soy tan dicho­
so al volverla á ver! ¡ Qué carga tan penosa he
sido para V.! Pero ya no será así. No será V.
quien tenga que huir de mí; yo, por el contra­
rio.... Tome V., lea (prosiguió, sacando de su
seno la carta comenzada á escribir en casa de
Justing); quizá la nieve, la lluvia, hayan bo­
rrado estos caracteres.
—No; los leo, los comprendo (murmuró
Carolina); ó, por mejor decir, todo lo sé, todo
lo había adivinado. Acepto el cargo que me da
V.; él era el sueño de toda mi vida.

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EL MARQUES DE VILLEMBR. 231

—Pero aguarde V., escúcheme antes....


—Es inútil (prosiguió Carolina); yo acepto
la carga que me impone, y buena ó mala , me
será querida.
Y prosiguió con nerviosa excitación ;
—No sé cuál será nuestro destino; sólo sé
que su madre de V. es inexorable, que nada
podemos esperar sino desgarrando su corazón,
y que, como V. mismo ha dicho, fundar la fe­
licidad en la amargura de una madre, es lle­
varla al más criminal de todos los terrenos, es
hacerla maldita de Dios y de los hombres.
—¿Por qué recordarme todo eso? ¿Por qué
no intentar de nuevo vencer la voluntad de mi
madre? ¡Ah ! ¡Si ya que no me ama V., tuviera
piedad de mí!....
—¡Que no le amo!—exclamó Carolina sin
poderse ya contener.
—¡Gran Dios ! (murmuró el Marqués, des­
lizándose á sus pies); es la primera vez que lo
oigo, y creo soñar. Repítalo, aunque deba mo­
rir después.
—Pues bien: sí, le amo más que á mi vida,
más que á mi dignidad , más que á mi honor.
He querido negar todo esto á Dios en mis ora­
ciones, y hasta á mí misma; pero ya no se
trata de mí, se trata de V. ; de V., por quien

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232 JORGE SAND.

yo luchaba; de V., á quien yo daba la muerte


creyendo sacrificarme por su dicha. Hace un
instante he comprendido nuestra situación; he
comprendido que mi conducta le mataba....
Basta de dignidad, basta de consideracio­
nes.... Seré, no su mujer, puesto que no he
de serlo sin hacer desgraciada á su madre;
pero seré su hermana , su amiga, su amante,
la madre de su hijo! Todo el mundo lo cree­
rá así.
— ¡Noble corazón! (exclamó el Marqués
fuera de sí.) Yo acepto tu divino sacrificio, y
en breve te probaré que soy digno de él. Yo
conquistaré la voluntad de mi madre; pero
aunque así no fuera, aunque el mundo entero
se levantase contra ti, tú te levantarías más
grande á mis ojos. No vivo por el mundo, ni
al mundo pido nada: no busco más que la paz
de mi alma, la dicha de mi hogar. Una vez,
una sola vez en mi vida he amado.
—Basta (exclamó la joven); no quiero sa­
ber nada.
—Por el contrario; debe V. saberlo todo:
era buena, dulce, y mi recuerdo puede
bendecirla hasta en su tumba. La quise mucho;
pero no me amó, y los remordimientos me han
atormentado de continuo, por haber cedido á

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EL MARQDES DE VIt.LEMETi. 233

una pasión ilícita y no correspondida. Hoy me


siento rehabilitado; hoy comprendo que se
realizan mis esperanzas, y mi corazón encuen­
tra el ser con que soñaba. Hemos nacido el
uno para el otro , Carolina. Nuestra primera
mirada nos lo dijo, nuestras primeras palabras
nos unieron para siempre. ¿Y todo esto sería
perdido ? ¡ Imposible, Carolina, imposible!
—Ven, óyele (exclamóCarolina, corriendo
á Peyraque , que desde la puerta contemplaba
extático la exaltación del Marqués). ¡ Óyele , y
di si no tengo razón para amarle! ¡Sí, le amo
(prosiguió, notando el asombro con que el al­
deano oía estas palabras); le amo, y nadie será
bastante á separarme de él! ¡Su hijo será mi
hijo, como su patria es mi patria, como su fe
es mi fe!
El Marqués, manifestando la pura alegría
que inundaba su alma, parecía reanimado por
su amor.
Ni el uno ni el otro se preguntaban cuál era
su plan, cuál su destino. Un solo pensamiento
los unía, los animaba, los sostenía : no volver
á separarse más.

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XXVI.

Á las cuatro de aquel mismo día, mientras


que Peyraque, ayudado por un tiempo favora­
ble, hacía sus preparativos de marcha, la joven
y bella duquesa de Aleria entraba en el apo­
sento de su madre política, mientras su marido
y Leoncia hablaban en el salón. Todos se en­
contraban en el castillo de Mauveroche , en
Limousin.
—¿Qué pasa, hija mía? (exclamó la Mar­
quesa , al ver el rostro placentero de Diana.)
¿Ha llegado mi otro hijo?
—No; pero vendrá en breve: su hermano,
que sabe en dónde está, me lo asegura. Mi
alegría nace de la compañía de Leoncia. ¡Su
conversación es tan agradable !
—No me engañes ; sé que no puedes sufrir­
la, é ignoro por qué la has traído aquí; ella no
puede consolarme : sólo tú, hija mía.
—Y yo me felicito por ello ( repuso Diana
con sencillez); pero justamente á ella debo

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EL MARQUES DE VILLEMER. 235
excelentes armas contra el pesar de V. Escu­
che V., madre mía. Hace tres días que el Duque
y yo la asediamos con nuestro cariño, hasta tal
punto, que la pobre, completamente engañada,
se ha permitido llegar hasta las confianzas se­
cretas, revelándome que la falta de Carolina
tuvo por cómplice....; V., sin duda, lo sabe;
pero yo recibí una herida en el alma,y corrí en
busca de nw marido, diciándole frente á frente:
— ¿Conque has sido tú el amante de Ca­
rolina ?
El Duque lanzó un rugido, y dijo :
— ¡Ah! ¡Ya estaba yo seguro ! Esa víbora
de Leoncia lo ha inventado.
Y, como hablase de matarla , he tenido que
tranquilizarle, habiéndome jurado Gastón por
Dios, por la salud de V. y por la mía, que es
una infame calumnia.
Sin dar tiempo a que contestase á estas pa­
labras la asombrada Marquesa, el Duque entró
con un aire tan triunfante como el de su mujer,
exclamando :
— ¡ Á Dios gracias , no volveréis á ver á esa
víbora! ¡Ahora mismo sale del castillo para no
volver! ¡ Pobre madre mía! ¡ Cuánto debes ha­
ber sufrido! ¿ Y qué infierno se hubiera vuelto
mi matrimonio, si mi mujercita no hubiese

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236 JORGE SAND.

sido un ángel del cielo? Pero, en fin, ya sabe­


mos en qué so fundaba esa perversa mujer
para perder á Carolina: en que un día, al rayar
el alba, me vio conducirla del brazo hasta su
cuarto en el castillo de Séval, y allí besar sus
manos con efusión; y.... ¿sabe V. lo que la
dije, madre mía? Pues la dije: «Mi hermano
iba á morir esta noche, y V. le ha salvado.
Únase á mí para cuidarle y ocultar su estado á
mi madre, y gracias á V. no se morirá».
Y el Duque refirió todos los detalles de
aquella triste noche que ya conocemos, termi­
nando con este elogio de Carolina:
—Jamás he visto igual abnegación ni ma­
yores virtudes, unidas á tan rara modestia.
Bien sabe V. que yo he deseado para mi her­
mano un matrimonio brillante; pues bien: hoy
que mi mujer me ha hecho comprender que un
matrimonio por amor es donde está la ventura,
le digo á V. que es fuerza buscar á Carolina
como la amiga mejor de mi mujer y la hija
más digna que puede V. desear.
— i Hijos del alma, me volvéis la vida! (ex­
clamó conmovida la Marquesa.) Es fuerza
buscar á Carolina , buscar á Urbano. ¿Pero
dónde? ¿Sabéis si está con ella?
—No, ignoraba su paradero; pero su her-

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É
EL MARQUES DE VILLEMER. 237

mana lo sabe, y si V. la escribe diciéndole la


verdad, ella la dirá también,—dijo la joven
Duquesa.
—Sí, voy á escribirla; pero, ¿y Urbano?
—Á ese, yo mismo iré á buscarle (dijo el Du­
que) ; es decir (prosiguió), yo, con mi mujer.
—Convenido; no creas (prosiguió Diana)
que te he de permitir que andes solo á tu ca­
pricho ; yo sabré retenerte á mi lado.
—¿ Cómo ?—exclamó el Duque, mirándola
con amor.
— ¡Adorándote cada día más !—exclamó
Diana, estrechándole en sus brazos.
Durante esta escena, la Marquesa escribió
este billete, que dió á leer á sus hijos:
«Mi querida Camila : Traednos al instante
á Carolina, que había sido vilmente calumnia­
da. Hoy todo lo sé, y rae avergüenzo de haber
creído en la carita de un ángel: que me perdo­
ne, y venga al momento, porque nadie encasa
podemos vivir sin ella.»
La carta partió á su destino, y la Marquesa
prosiguió ;
—¿Y vosotros vais muy lejos en busca del
Marqués ?
—Doce horas en posta,—respondió el Duque.

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238 JORRE SAND.

— i No puedo saber dónde está?


—No debo decirlo; pero él lo dirá, porque
ya no tendrá secretos para V. La dicha le hará
expansivo.
—i. Está aquí malo quizá, y me lo ocultáis
como en Séval ?
—-No (exclamó Diana riendo); ni está aquí,
ni está enfermo.
—Es que no lo ha estado nunca sin que yo
haya sentido una agitación particular : en Sé-
val, en la época á que os referís, tuve una no­
che de padecer horrible, y esta mañana he creído
ver á mi hijo, que, envuelto en un blanco su­
dario, murmuraba madre mia.
—¡Qué gana de atormentarse!
—No lo dudéis; mi hijo ha corrido hoy al­
gún peligro. Averiguadlo, y no me lo neguéis.
Dos horas después, el Duque y su mujer se
dirigían, en silla de posta , á la ciudad de Puy.
Diana conocía el secreto de su cuñado: igno­
raba el nombre de la madre, pero sabía la exis­
tencia del niño.
Á las seis de la mañana siguiente llegaban
á Polignac, y el primer rostro que apercibie­
ron fué el de Didier, que despertó en el corazón
de Diana, como había despertado en el de Ca­
rolina, sentimientos de ternura. Se informaron

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El, MARQUES DE Vll.LEMER. 239

del supuesto M. Bernyer, y les dijeron que ha­


bía salido la 'víspera, indicándoles el camino
que llevó.
Una hora después,la inlrépidaDiana seguía
á caballo á su marido, y llegaron á la casa de
Peyraque,con gran asombro de lodos los habi­
tantes de la aldea. Toda la familia, que estaba
almorzando, lanzó exclamaciones de alegría á
la aparición délos nobles viajeros, y los dos
hermanos y las dos futuras hermanas perma­
necieron largo rato abrazados.
Pasóse una hora en darse cuenta mutua­
mente de todo lo ocurrido, y después prosiguió
el almuerzo , en el que tomó parte el Duque,
que tenía gran apetito, y la Duquesa, cuyo ca­
rácter jovial se acomodaba á todo.
Mandóse una carta á la Marquesa para tran­
quilizarla, y en breve partieron todos de casa
de Peyraque, prometiendo marido y mujer asis­
tir á la próxima boda. El Marqués, al llegar,
colocó á su hijo sobre las rodillas de la Mar­
quesa, ya advertida de lodo en la carta, quien,
colmándole de caricias, le entregó á Carolina,
diciéndole estas tiernas palabras:
—Hija mía, ¿consentirás en hacernos á to­
dos felices?
El matrimonio del Marqués no asombró á

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240 jnnGR SAND.

nodie. Unos le aprobaron, otros se desataron


en invectivas contra él, y Mad. d’Arglade
persiguió siempre con su odio á Diana,á Caro­
lina y á la póbre Marquesa, hasta que la vio
morir víctima de sus años y sus achaques.
El Duque, que ha engruesado en la prospe­
ridad, aunque sin perder sus buenas maneras,
vive con esplendidez, aunque sin prodigali­
dad , sometido á su mujer, que le hace dichoso.
El marqués y la marquesa de Villemer pa­
san ocho meses al año en Séval, ocupados, no
uno del otro, puesto que ambos son una misma
persona, sino ocupados en la educación de sus
hijos, de los que forma parte Didier, sin que
Carolina recuerde que no es su madre.
Camila con sus hijos vive también en Sé-
val, y estos se educan bajo la inspección del
Marqués y de Carolina.
Los Peyraque no han sido olvidados, y se
ven visitados de vez en cuando por los jóvenes
Marqueses, que tienen gran inclinación á visi­
tar la cima del Mezent, donde Carolina vió por
primera vez á sus pies el hombre con quien
hubiera participado sin terror una choza en un
desiertoel olvido del mundo entero.

FIN.

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