Sophie Baby
Université de Paris I
1
Pocos libros tratan de interpretar el fenómeno de la violencia política en su globalidad (J. Arós-
tegui, Violencia y política en España; S. Julia [coord.], Violencia política en la España del siglo xx; J.
Muñoz Soro et alii [eds.], Culturas y políticas de la violencia, o E. González Calleja, La violencia
política en Europa), algunos más tratan del terrorismo (J. L. Piñuel, El terrorismo en la transición
española; A. Muñoz Alonso, El terrorismo en España; J. Avilés farré, «El terrorismo en la España
democrática»; E. Pons prades, Crónica negra de la transición española (1976-1985); F. Reinares
(ed.), Terrorismo y sociedad democrática y «Democratización y terrorismo en el caso español») o de
la política antiterrorista (D. López Garrido, Terrorismo, política y derecho, La legislación antiterro-
rista en España, Reino Unido, República Federal de Alemania, Italia, y Francia, u Ó. Jaime Jiménez,
Policía, terrorismo y cambio político en España, 1976-1996). Mucho más numerosos y conocidos son
los que tratan de ETA y de la amenaza golpista, sobre todo el 23-F (aquí la bibliografía es tan amplia
que su mención rebasa el propósito de estas páginas).
2
Basta con mirar la proliferación de libros existentes sobre el nacionalismo vasco y su vertiente
radical, ETA, para convencerse de ello.
S. Baby, O. Compagnon y E. González Calleja (eds.), Violencia y transiciones políticas a finales del siglo xx,
Collection de la Casa de Velázquez (110), Madrid, 2009, pp. 179-198.
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3
Entrevista a Juan José Ibarretxe en la cadena SER, 19 de junio de 2008.
4
Véase sobre todo la Ley 32/1999, de 8 de octubre, de Solidaridad con las víctimas del terrorismo,
que se dirige hacia «las víctimas de actos de terrorismo o de hechos perpetrados por persona o perso-
nas integradas en bandas o grupos armados o que actuaran con la finalidad de alterar gravemente la
paz y seguridad ciudadana», en actos acaecidos a partir del 1 de enero de 1968 (art. 2), que fue el año
del primer atentado mortal de ETA. Las víctimas de la acción policial o de las bandas de extrema dere-
cha no encajan en la ley por la dificultad de depurar las responsabilidades. Una excepción notable es el
«caso Menchaca»: en 2002, la Audiencia Nacional reconoció a María Norma Menchaca, muerta en en
el transcurso de una manifestación en julio de 1976 en Vizcaya, como víctima del terrorismo a pesar
de la duda persistente en cuanto al origen de los tiros (Policía o extremistas de derechas), y concedió
una indemnización de 140.000 euros a su familia. Véase la sentencia del 27 de marzo de 2002, en la
página web de la asociación Nizkor, http://www.derechos.org/nizkor/espana/doc/menchaca.html.
estado y violencia en la transición española 181
5
El País, 29 de junio de 2008.
6
La Ley de la Memoria Histórica (Ley 52/2007, de 26 de diciembre, por la que se reconocen
y amplían derechos y se establecen medidas en favor de quienes padecieron persecución o violencia
durante la guerra civil y la dictadura), entre otras cosas, extiende las ayudas existentes a las víctimas
del primer franquismo a las «personas fallecidas en defensa de la democracia y reivindicación de las
libertades y derechos democráticos» entre el 1 de enero de 1968 y el 6 de octubre de 1977 (art. 10).
Tales víctimas no pueden pedir justicia porque la Ley de amnistía del 15 de octubre de 1977 borró
las responsabilidades de los crímenes con motivación política, tanto si provienen de los terroristas
contestatarios como de los agentes del Estado o de las bandas incontroladas de derechas. Las legis-
laciones posteriores de ayuda a las víctimas del terrorismo compensaron la imposibilidad de pedir
justicia para los hechos anteriores a 1977 con reparaciones financieras, pero éstas no alcanzaron a
las víctimas de la violencia de Estado. Tal deficiencia se ve ahora colmada por la Ley de la Memoria
Histórica. Aún más, tales víctimas aparecen como héroes defensores de la libertad y de la democra-
cia. Véase S. Baby, «Sortir de la guerre civile à retardement: le cas espagnol».
182 sophie baby
parte del régimen anterior y desafío del nuevo régimen, el Estado español hubo
de transformarse radicalmente, ya que con la muerte de Franco no desapa-
recía sólo un dictador, sino todo un régimen con sus valores normativos, sus
principios e instituciones. Sin embargo, uno de los caracteres principales de la
transición española fue precisamente la continuidad del Estado: continuidad
jurídica (se habló de un proceso «de la ley a la ley»), de los hombres (no hubo
ninguna depuración y los líderes de la transición venían del franquismo) y, en
gran medida, del aparato administrativo bajo una nueva fachada democrática.
Si el marco institucional y normativo cambió radicalmente, existe sin embargo
una gran continuidad funcional y orgánica entre el Estado franquista y el Estado
de la nueva democracia.
Además, si seguimos la famosa definición de Max Weber, el Estado es el que
detenta el monopolio de la violencia física legítima7. El control de la violencia
está en el corazón mismo de la definición de Estado y de la construcción de su
legitimidad. Ahora bien, durante la transición española, el monopolio estatal de
la violencia física se vio precisamente cuestionado por un lado por la violencia
contestataria, y por otro por las veleidades disidentes dentro del aparato del
Estado. De hecho, el Estado hubo de enfrentarse a un doble reto: en primer lugar,
trató de democratizar su aparato y sustituir el sistema represivo de la dictadura
por un sistema democrático de «seguridad pública»8. El Estado debía canalizar
la violencia interna de los agentes del Estado que disponían de la fuerza y se
resistían a someterse a la nueva autoridad democrática, es decir, las fuerzas del
orden público —cuerpos de Policía, Guardia Civil—, el Ejército y el aparato de
justicia. Tuvieron que aprender a hacer un uso contenido, regulado y aceptado de
la fuerza física, lo que provocó resistencias en unas instituciones por naturaleza
conservadoras y reacias al cambio. En segundo lugar, el Estado de la transición
debía asegurar el orden público, garantía que tenía un sentido particular en el
contexto de una España traumatizada por la Guerra Civil que cuarenta años de
propaganda franquista imputaron precisamente a la incapacidad de la Segunda
República para contener los desórdenes públicos, las violencias y el caos9. Por
consiguiente, el Estado tuvo que canalizar la violencia externa de los actores
contestatarios que no dejó de crecer durante todo el período, aprovechando el
clima de libertades y la debilidad relativa de un Estado que hubo de afrontar
un ciclo sin precedentes de violencias subversivas que pusieron en peligro la
reforma10. Así, una de las claves del éxito de ésta radicó en la recuperación impe-
7
M. Weber, Le savant et le politique, p. 100.
8
Véase S. Baby, «Violence et démocratie : la question de l’ordre public dans la transition démo-
cratique espagnole (1975-1982)». Véase también M. Ballbé, Orden público y militarismo en la
España constitucional (1812-1983), caps. xii-xiii.
9
Sobre la memoria de la Segunda República, véase M. Á. Egido León (dir.), Memoria de la
Segunda República. Mito y realidad.
10
Sobre el ciclo de violencia contestataria de la transición, véase mi tesis doctoral, inédita,
S. Baby, Violence et politique dans la transición démocratique espagnole. 1975-1982, en particular los
caps. iii-vii. Véase también en este libro, el capítulo de P. Aguilar e I. Sánchez-Cuenca dedicado a
la movilización social.
estado y violencia en la transición española 183
rativa por parte del Estado democrático del monopolio de la dominación física
y simbólica, tanto en el terreno de la violencia interna como de la violencia
externa. De esta doble contención dependió tanto la legitimidad del proceso de
democratización como la calidad de la futura democracia.
Lo que quiero demostrar aquí es hasta qué punto el proceso de transforma-
ción del sistema represivo, lejos de ser lineal, fue un fenómeno complejo. En el
período de la transición no fueron dos los sistemas represivos que se sucedie-
ron, sino fueron tres los que se superpusieron, compitieron entre sí y entraron
en interacción constante con las fuerzas contestatarias y con la dinámica de la
reforma. El primero fue el de la dictadura franquista, basado en la primacía
del orden a costa de la libertad, autoritario, partidista, excluyente y violento. El
segundo corresponde al horizonte democrático que se trataba de alcanzar, es
decir, un sistema basado en la defensa de la libertad y de los derechos humanos,
reconciliador y legítimo. Pero a lo largo de la transición, sobre todo a partir de
1978, apareció un tercer sistema represivo que se interpuso entre la mutación
del primero al segundo: se trató del sistema propio a la lucha antiterrorista, cada
vez más polarizada por el problema vasco, que sacaba sus recursos de los dos
sistemas citados, entre la herencia dictatorial y la modernidad democrática. Este
proceso complejo de transformación pudo observarse a varios niveles, desde la
institucionalización de los principios de la política de orden público hasta su
plasmación en las prácticas del mantenimiento del orden, y fue muy amplio
el trecho que separó la regla de su aplicación. El presente artículo no pretende
analizar el cambio global del sistema represivo11, sino centrarse en un caso poco
estudiado por los especialistas de la transición: el estudio de las prácticas poli-
ciales y, sobre todo, de la violencia empleada por las fuerzas del orden público.
Cuestionar la violencia policial es una tarea delicada, tanto desde un punto de
vista teórico como metodológico. Porque ésta no depende tanto de la naturaleza
brutal en sí misma de la actuación policial como de la legitimidad o no de la
violencia empleada. En una democracia se delega el derecho de emplear la fuerza
física a los agentes del orden público, y este uso de la fuerza es aceptado y percibido
como legítimo; no se habla en este caso de violencia. Por consiguiente, hay que
preguntarse por los criterios de legitimidad de la actuación policial, criterios que
precisamente cambiaron radicalmente en el período de la transición. Sin embargo,
observamos que, cuando la Policía mata, el escándalo estalla y se despierta la hos-
tilidad popular: la consecuencia trágica de la actuación policial constituye un
deslumbrante revelador de su inadecuación social y política, y representa, en este
sentido, un excelente punto de entrada para el estudio de la violencia de Estado.
Nuestro análisis de las violencias policiales se basa en un corpus establecido
a partir de las actuaciones que provocaron víctimas mortales12. Por las mismas
razones que acabamos de mencionar, se tiene en cuenta aquí a todas estas vícti-
11
Para un estudio global del sistema represivo, véase S. Baby, Violence et politique dans la transi-
ción démocratique espagnole. 1975-1982, caps. viii-xiii.
12
La investigación se hizo a partir del periódico El País, completado por la lectura de ABC, y por
la consulta de varios archivos, entre otros los del Ministerio del Interior y los Gobiernos Civiles.
184 sophie baby
mas, sin prejuzgar por ahora su carácter político, ya que éste no depende tanto de
la naturaleza política del acto, de la víctima o de su finalidad como de las percep-
ciones que se tienen de él en la sociedad. Un presunto delincuente matado por la
Policía en un control de carreteras será tomado en consideración porque, en la
época de la transición, tal incidente pudo haber sido percibido como consecuen-
cia del carácter represivo de las fuerzas del orden y haber desembocado en una
movilización popular importante contra la violencia institucional heredada de la
dictadura franquista13. Además, el propio criterio de definición de «delincuente»
debe ponerse en tela de juicio, ya que lo establecían las autoridades, inmersas por
ese entonces en un sistema normativo represivo donde casi cualquier gesto podía
constituir un delito. Frente a tantos conflictos de caracterización y de interpre-
tación, es aconsejable estudiar la violencia policial de manera global. Así en la
transición, desde octubre de 1975 hasta diciembre de 1982, fueron 178 las perso-
nas que murieron a manos de las fuerzas del orden público.
Podemos distinguir tres tipos de violencias policiales existentes en la época
de la transición española: la tortura, el incidente policial y el acto de brutalidad
policial en las manifestaciones. El acto de tortura necesita un tratamiento tan
específico que su análisis se sale del marco de este artículo. Señalemos solamente
que fueron siete los individuos que murieron a consecuencia de torturas infli-
gidas por las fuerzas del orden14. Lo que llamo aquí «incidente policial» pudo
suceder en un control de carreteras, en un control de identidad, en la deten-
ción o la persecución de un sospechoso, es decir en el trabajo cotidiano de los
agentes del orden público. Este tipo de actos provocaron casi el 80% de las vícti-
mas (139 muertos), y fueron efectuados por la Guardia Civil en un 60%, como
consecuencia lógica de su función de mantenimiento del orden público en el
conjunto del territorio nacional, y sobre todo en las carreteras. Por último, los
actos de brutalidad policial en las manifestaciones, que fueron protagonizados
sobre todo por los agentes de la Policía Armada (los «grises», fuerzas antidistur-
bios encargadas de la disolución de las manifestaciones urbanas), y provocaron
menos del 20% de las víctimas de la violencia policial (32 muertos).
Son estos dos últimos tipos los que quiero analizar sucesivamente. Como
sugiere el gráfico siguiente (cuadro 1), que muestra la evolución cronológica de
13
Es, por ejemplo, el caso de la muerte de Bartolomé García en septiembre de 1976 en Tenerife,
confundido con el delincuente «El Rubio», autor presumido del secuestro del industrial Eufemiano
Fuentes, que desembocó en una movilización popular espectacular en la isla, con 30.000 personas
en los funerales, huelga general y motines urbanos durante seis días.
14
Para una primera aproximación al problema de la tortura, véase S. Baby, Violence et politique
dans la transición démocratique espagnole. 1975-1982, cap. xii. Los siete muertos por tortura son
Antonio González Ramos, obrero que murió tras un interrogatorio en Tenerife en octubre de 1975;
Agustín Rueda, un anarquista fallecido en la cárcel de Carabanchel en marzo de 1978 tras haber
sido golpeado por los funcionarios de la prisión; José España Vivas, un militante de los GRAPO
fallecido en septiembre de 1980 después de su interrogatorio en los sótanos de la Dirección General
de Seguridad en la Puerta del Sol; José Ignacio Arregui Izaguirre, miembro de ETA, que falleció en
febrero de 1981 tras un interrogatorio en los mismos locales; y por último, tres jóvenes que fueron
asesinados en mayo de 1981 en la provincia de Almería, tras haber sido salvajemente torturados
por los guardias civiles que les habían confundido con terroristas de ETA.
estado y violencia en la transición española 185
los tres tipos de violencia policial evaluados, tienen éstos unos perfiles muy dis-
tintos que nos dicen mucho sobre el proceso de mutación del aparato represivo
del Estado durante la transición.
Cuadro 1. — Cronología de la violencia policial (1976-1982)
Número de muertos por tipo de actuación policial
30 28
25
22 21
20
16 17
15 14 14
10 10
10
7
5 4
0 1 0
0
1976 1977 1978 1979 1980 1981 1982
15
No hemos contabilizado aquí los individuos que fallecieron en el curso de la manifestación
sin haber sido víctimas de manera directa de la violencia policial. Fueron seis durante la transición.
16
Véase en este libro el capítulo de P. Aguilar e I. Sánchez-Cuenca.
186 sophie baby
30
25
20
15
10
0
1976 1977 1978 1979 1980 1981 1982
17
Véase supra p. 107
18
Las referencias a la violencia contestataria son el resultado de años de investigación en fuentes
periodísticas y archivos, que condujeron a la construcción de una base de datos inédita, que recaudó
unos 4.000 acontecimientos violentos de naturaleza política, y no sólo los que provocaron víctimas
mortales. A partir de allí, pude establecer una tipología precisa de los actos violentos encontrados
en la transición, aquí resumida. Para más detalles sobre la metodología empleada, véase S. Baby,
Violence et politique dans la transición démocratique espagnole. 1975-1982, cap. i-ii.
estado y violencia en la transición española 187
19
Basta con mirar los periódicos de este período para darse cuente de la intensidad de la conflic-
tividad social y política. Tal intensidad es corroborada por los documentos del Ministerio del
Interior, que publicaba cada semana un Boletín Informativo con destino a las diversas administra-
ciones interesadas. Estos boletines dan cuenta de las alteraciones del orden público semana tras
semana en todo el territorio nacional. Es suficiente consultar el primer semestre de 1977 para
confirmar la intensidad tremenda de los disturbios (Archivo General de la Administración [AGA],
Cultura, 104.4/691).
20
R. Adell, La transición política en la calle: manifestaciones políticas de grupos y masas. Madrid,
1976-1987, pp. 219 y 226.
21
El cálculo es nuestro, a partir del Boletín Informativo de la Policía, 11 de enero a 30 de julio de
1977 (AGA, Cultura, 104.4/691).
188 sophie baby
22
El Frente Revolucionario Antifascista y Patriota (FRAP) era el brazo armado del Partido
Comunista de España (marxista-leninista), fundado en 1971 y conocido por el asesinato de varios
policías entre 1973 y 1975 que llevó a tres de sus miembros ante el pelotón de fusilamiento en
septiembre de 1975. Su actividad terrorista fue esporádica después de la muerte de Franco. El
PCE(i)-línea proletaria nació de una escisión del PCE(i) en 1975 y cometió varias acciones arma-
das de baja intensidad hasta 1979. Sobre la izquierda radical durante la transición, véase C. Laiz,
La lucha final y L. Castro Moral, «La izquierda radical y la tentación de las armas». Sobre el
anarquismo, J. Zambrana, La alternativa libertaria. Catalunya 1976-1979 y Á. Herrerín López,
La CNT durante el franquismo. Clandestinidad y exilio (1939-1975).
23
El País, 14 de mayo de 1977.
estado y violencia en la transición española 189
24
Una de las pocas reformas abordadas por el Gobierno de Carlos Arias Navarro (el primer
presidente de Gobierno de la transición) consistió en liberalizar precisamente el derecho de reu-
nión y de manifestación (Ley 17/1976 de 29 de mayo, reguladora del derecho de reunión, y Ley
23/1976 de 19 de julio, sobre modificación de determinados artículos del Código Penal relativos a
los derechos de reunión, asociación, expresión de las ideas y libertad de trabajo). Pero la ley dejó
una gran capacidad discrecional a la autoridad gubernativa para juzgar el carácter lícito o ilícito
de la manifestación, y de hecho la prohibición, y por consiguiente, la dispersión por las fuerzas del
orden público, siguió siendo la regla hasta las elecciones del 15 de junio de 1977.
25
Pueden verse algunas de estas fotos en D. Ballester y M. Risques, Temps d’amnistia. Les
manifestacions de l’1 i el 8 de febrer a Barcelona, páginas centrales.
26
Amnistía Internacional, Amnistía Internacional, Informe 1977, p. 208.
27
Entre las 32 víctimas del período, una persona falleció de las lesiones causadas por un bote
humo recibido en la cabeza (María Luz Nájera, durante la «Semana Negra» en enero de 1977), otra
a consecuencia de los golpes recibidos (Elvira Parcero Rodríguez en Vigo en abril de 1978), seis a
consecuencia de tiros de pelotas de goma y 24 por disparos con fuego real.
28
Sobre la Policía Armada, véase J. Delgado, Los grises. Víctimas y verdugos del franquismo.
190 sophie baby
29
A finales del franquismo, Guardia Civil y Policía Armada eran cuerpos militares que forma-
ban parte de las Fuerzas Armadas, al contrario del Cuerpo General de Policía, civil, conocido bajo
la dictadura por su Brigada Político-Social que era, de hecho, la Policía política del régimen. Sus
oficiales eran, por consiguiente, de formación estrictamente militar y sin ninguna experiencia en
cuanto a la contención de la conflictividad social. Los mandos de la Policía Armada y de la Guardia
Civil se incorporaban directamente del Ejército, donde no se estudiaban las técnicas policiales, o
bien se estudiaban de manera muy general en la Academia especial de formación. Tal situación
empezó a cambiar con la reforma de 1978, que transformó a la Policía Armada en Policía Nacional,
incluyendo un cambio del color del uniforme, que pasó del gris al marrón. En cuanto a la Guardia
Civil, sólo a partir de 1984 fueron introducidos cursos de «táctica policial» en la formación de
los guardias. Véanse J. Delgado, Los grises. Víctimas y verdugos del franquismo, p. 250 y D. López
Garrido, El aparato policial en España. Historia, sociología e ideología, pp. 151-165.
30
Citado por J. Delgado, Los grises. Víctimas y verdugos del franquismo, p. 328. Véanse también
La Calle, nº 17, 18-24 de julio de 1978 y el documental de J. Gautier y J.Á. Jiménez, Sanfermines 78.
31
P. Brunetaux, «Cigaville: quand le maintien de l’ordre devient un métier d’expert», p. 227.
estado y violencia en la transición española 191
contra los asesinatos de los abogados de Atocha fue una prueba anticipada de
tal aprendizaje: la Policía no intervino aunque el Partido Comunista no fuera
por entonces legal, y la manifestación se desarrolló sin ningún incidente, en un
silencio impresionante, con el servicio del orden del Partido demostrando su efi-
cacia para controlar tanto a sus seguidores como a los potenciales agitadores. Los
comunistas se ganaron entonces su legalización. En definitiva, la manifestación
entró progresivamente en el juego regulado de la democracia y los actores obede-
cieron a un proceso acelerado de aprendizaje durante el período, demostrando la
debilidad de las resistencias policiales a la democratización en este terreno.
32
F. Jobard, Bavures policières? La force publique et ses usages, p. 117.
33
Juan José Rosón Pérez, respuesta escrita a la pregunta de Javier Luis Sáenz Cosculluela (PSOE),
F-1124-I, Boletín Oficial de las Cortes Generales (BOCG), 21 de octubre de 1980. Respuesta en
BOCG, 2 de diciembre de 1980.
34
Resolución n° 690 del Consejo de Europa, 8 de mayo de 1979.
35
Ley Orgánica (LO) 2/1986, de 13 de marzo, reguladora de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad
del Estado, de las Policías de las Comunidades Autónomas y de las Policías Locales, cap. ii: «Prin-
cipios básicos de actuación».
192 sophie baby
que persistieron, más allá del término dado a la transición española, cierto vacío
normativo y cierta confusión en el comportamiento de los agentes policiales en
el momento de actuar.
Ahora bien, si profundizamos un poco el análisis, surge otro elemento sin
incidencia en el caso anterior del espacio manifestante: se trata del elemento
terrorista. Volvamos un instante a la evolución cronológica de los incidentes
policiales: su número aumentó en los años 1978-79 y, tras una baja en 1980,
llegó a su máximo en 1981 antes de descender de nuevo a partir de 1982. Tal
evolución corresponde al ritmo de la actuación terrorista, de manera simul-
tánea en los primeros años de la transición (1976-78), y luego con cierto desfase,
ya que la baja de 1980 corresponde con el apogeo terrorista en cuanto al número
de muertos, mientras que el clímax de 1981 coincide con un declive de la acción
contestataria (cuadro 3), como si las fuerzas del orden, que reaccionaban de
inmediato a los golpes terroristas en el esquema represivo franquista, actuaran
luego con cierto retraso, al tiempo de poner en marcha los nuevos dispositivos
de la lucha antiterrorista.
Cuadro 3: Violencia policial y violencia contestataria (2).
Número de muertos en incidentes policiales en relación con el número de acciones
violentas terroristas y de muertos en atentados terroristas (escala 1/10e)*
35
30
25
20
15
10
0
1976 1977 1978 1979 1980 1981 1982
* ������������������������������������������������������������������������������������������������������������
Lectura del gráfico: durante el año 1976, 14 personas murieron a manos de la Policía en circunstancias acci-
dentales fuera de las manifestaciones y 30 murieron en atentados terroristas. Contamos además 160 acciones
terroristas cometidas en el mismo período.
36
No existe una bibliografía específica sobre la violencia parapolicial durante la época de la tran-
sición. Hay que referirse a la bibliografía sobre los GAL, en particular R. Arques y M. Miralles,
Amedo: el Estado contra ETA; J. García, Los GAL al descubierto. La trama de la «guerra sucia» contra
ETA; J. L. Morales et alii, La trama del GAL; A. Rubio y M. Cerdán, El caso Interior: GAL, Roldán
y fondos reservados: el triángulo negro de un ministerio y El origen del GAL. Guerra sucia y crimen
de Estado; P. Woodworth, Guerra sucia, manos limpias: ETA, el GAL y la democracia española; S.
Belloch, Interior; I. Iruin, «GAL: el espejo del Estado»; J. Barrionuevo Peña, 2001 días en Inte-
rior; J. A. Perote, Confesiones de Perote, y J. Amedo, La conspiración. El último atentado de los GAL.
Véanse también los testimonios del jefe de los servicios de seguridad de Carrero Blanco, J. I. San
Martín, Servicio Especial. A las órdenes de Carrero Blanco (de Castellana a El Aaiun), y del general
Sáenz de Santamaría, en D. Carcedo e I. Santos Peralta, Sáenz de Santa María, El general que
cambió de bando.
37
En el orden represivo franquista, que perduró en buena medida hasta 1978, la «subversión»
constituía un conjunto muy amplio, que incluía comportamientos de naturaleza social —conflic-
tos del trabajo, paros colectivos, piquetes de huelga, encierros, concentraciones o manifestaciones
en el marco de un conflicto social etc.; y también actos de delincuencia o contra la moralidad
pública—, delitos de naturaleza política en un contexto de dictadura —manifestaciones y reu-
niones ilegales, delito de asociación (pertenecer a un partido ilegal), delitos contra las instituciones
(el Jefe de Estado o la bandera nacional), propaganda ilegal etc.— y actos que implicaban un uso
deliberado de la violencia. Las prácticas violentas no estaban estigmatizadas como tal. Véase, por
ejemplo, el artículo 2° de la Ley 45/1959 de 30 de julio, de Orden Público, que define los actos
contrarios al orden público, o la Memoria de la Fiscalía del Tribunal Supremo para el año 1977,
que muestra una preocupación indiscriminada por los «atentados terroristas, atracos, aumento de
la delincuencia violenta, huelgas ilegales, con frecuente apoyo de grupos o piquetes de coacción,
abuso del derecho de manifestación, con acompañamiento de tumultos y desórdenes públicos [...],
deterioro en la moralidad pública» (p. 13).
38
La primera medida antiterrorista tomada por el parlamento democrático fue el Real Decreto-
Ley 21/1978, de 30 de junio, sobre medidas en relación con los delitos cometidos por grupos o
bandas armadas. Constituyó el preludio a la Ley 56/1978 de 4 de diciembre, provisional pero pro-
rrogada un año después, que no impidió al Gobierno decretar otro Decreto-Ley (3/1979 de 26 de
enero sobre protección de la seguridad ciudadana). Después de la promulgación de la Constitu-
ción, dos leyes orgánicas tocaron el tema de la lucha antiterrorista antes de la famosa ley socialista
de 1984 (LO 9/1984 de 26 de diciembre): se trata de la Ley de Seguridad Ciudadana o Ley de
Suspensión de los Derechos Individuales (LO 11/1980 de 1 de diciembre) y de la Ley de Defensa de
la Constitución después el 23-F (LO 2/1981 de 4 de mayo).
194 sophie baby
39
Véase el análisis de Ó. Jaime Jiménez, Policía, terrorismo y cambio político en España, 1976-1996.
40
Por ejemplo, la muerte de Juan Carlos Delgado de Codex, muerto en abril 1979 por unos
policías en Madrid mientras era perseguido y controlado por otros policías de la Brigada de Inves-
tigación Social, dirigida por Roberto Conesa (famoso torturador en el franquismo), apareció tan
sospechosa que dio lugar a una pregunta del grupo socialista al Gobierno en el Congreso de los
Diputados (F-9-I, BOCG, 9 de mayo de 1979).
41
El tiroteo ocurrió el 11 de enero de 1978. Véase El País 12-13 de enero de 1978, y M. Castells
Arteche, Radiografía de un modelo represivo, pp. 139-144.
estado y violencia en la transición española 195
Conclusiones
Volviendo a nuestras preguntas iniciales, ¿qué podemos deducir de este breve
análisis de la violencia policial? En primer lugar, que no podemos entender
la evolución del sistema represivo español desde el único punto de vista de la
continuidad. Tal conclusión va en contra de toda una corriente crítica que se
sublevó contra los efectos perversos del proceso de cambio político, en la que los
vicios de la democracia actual son imputados a las deficiencias de la transición.
En particular, la transición, que no rompió claramente con el pasado franquista,
habría facilitado la persistencia de cierta mentalidad represiva y de ciertos
hábitos antidemocráticos heredados del régimen dictatorial: tortura, prácticas
policiales ilícitas, connivencias entre los agentes del Estado y los ultras nostálgi-
cos del franquismo, resistencias en el aparato militar, pero también corrupción
de magistrados y de la clase política. Toda esta literatura que denuncia confu-
samente estas prácticas puestas en el haber de la transición43 tiene el mérito de
poner el dedo en la llaga de un aspecto oculto de la historia de la época, pero
42
Interpelación del grupo socialista en el Congreso de los Diputados, D-453-I, BOCG, 19 de
septiembre de 1980.
43
Véanse, por ejemplo, A. Grimaldos, La sombra de Franco en la Transición; E. Pons
Prades, Crónica negra de la transición española (1976-1985) y Los años oscuros de la transi-
ción española. La crónica negra de 1975 a 1985 y J. Díaz Herrera e I. Durán, Los secretos del
poder. Del legado franquista al ocaso del felipismo. Episodios inconfesables. Los títulos resultan
explícitos por sí solos.
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44
Habrá que esperar la reforma socialista de 1986 para que los Cuerpos de Policía sean despoja-
dos del legado del franquismo (LO 2/1986, de 13 de marzo, Reguladora de los Cuerpos y Fuerzas
de Seguridad del Estado, de las Policías de las Comunidades Autónomas y de las Policías Locales).
45
Se trata del derecho a la intimidad de la vida privada, limitado por la observación postal o
telefónica y el registro domiciliario; de la libertad individual limitada por la prolongación del plazo
de detención gubernativa más allá del plazo ordinario de 72 horas; de la seguridad jurídica y del
derecho de asistencia letrada fragilizado por la posible incomunicación del detenido; de la libertad
de expresión amenazada por la sanción penal del delito de apología del terrorismo.
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46
Por ejemplo, los juicios contra policías acusados de tortura fueron casi inexistentes durante la
transición, y las sanciones gubernativas, cuando existían, eran despreciables: unos días de arresto
y alguna pobre indemnización.
47
A partir de las elecciones del 15 de junio de 1977, los militantes de los partidos políticos de
la oposición ya no fueron perseguidos, la práctica de la manifestación y de la huelga se norma-
lizó (disminuyeron las que estaban prohibidas) y descendió de manera espectacular el número de
detenciones y de sumarios por delitos contra el orden público.
48
Véase en este mismo libro el capítulo de E. González Calleja dedicado a la violencia subversiva.
49
Véase D. López Garrido, Terrorismo, política y derecho, La legislación antiterrorista en España,
Reino Unido, República Federal de Alemania, Italia, y Francia.
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¿Es necesario citar aquí el ejemplo de los Estados Unidos frente a la amenaza terrorista post
11-S?