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LOS CUATRO PASOS


Esquema operatorio

En la perturbación mental hay una vivencia fundamental, que es el sentimiento de soledad y


de paralización del tiempo, que es cuando la persona en crisis dice “no sé qué hacer, cómo
sigue mi historia”, porque yo estoy arrojado a ese que va a ser, que es el concepto
fundamental de la filosofía existencial, el hombre como proyecto, el Da Sein, ser ahí, hacia
adelante. Si no tengo proyecto, tampoco me puedo vincular, porque me vinculo en función de
un futuro, de un proyecto, por eso el proyecto es con otro, y por eso se habla de un Mit Da
Sein, que en alemán significa que “yo me realizo a través del vínculo con el otro”.
Continuamente, en el proceso de existir, hay cosas que se van y cosas que vienen, por
ejemplo: los padres se van, los hijos vienen; la juventud se va, la vejez viene.
Siempre estamos en ese no querer abandonar el objeto conocido, lo que se llama “ansiedad
de pérdida”, y al mismo tiempo, estamos temerosos del objeto que viene porque es
desconocido, lo que llamamos “la ansiedad de ataque”, que son las dos ansiedades básicas
que configuran la tristeza y el miedo.
Los cuatro pasos ¿para qué sirven? Son un ordenador para saber qué maniobras tenemos
que hacer y en qué orden. Vamos a ver que, si no las hacemos en ese orden, podemos
dañar en vez de ayudar. Es una guía que nos permite meternos en lo confuso y caótico que
es toda crisis para poder operar reparatoriamente.

PRIMER PASO CONTENCION

Consiste en conectarse con la otra persona. No sólo por estar cerca, estamos conectados
psicológicamente con la otra persona: podemos estar cerca y no estar conectados, o
podemos estar lejos y estar conectados. Esto tiene que ver con una presencia que le
ofrecemos al otro, y que está expresada en una mirada y una actitud de escucha que el
operador debe conseguir. Esta mirada debe ser aceptadora y atenta, ni persecutoria ni
distante, debe crear un clima de confianza en el que el paciente pueda sentirse sostenido, y
por lo tanto pueda acercarse a las zona traumáticas de su pasado, pero esta vez
acompañado por el terapeuta, ya que no puede hacerlo solo por tratarse de lugares muy
lastimados de su historia.
En el caso de la mirada, un operador puede tener una mirada, a lo mejor, melancólica, otro
puede tener una mirada más ordenadora, otro una mirada mas seductora, y todas valen.
Las únicas que no sirven son las miradas controladoras e inquisidoras, como las de algunos
psiquiatras que, fijando la vista, le dicen: “¿Desde cuándo usted escucha voces
persecutorias…?” (mientras lo mira fijo y prepara la jeringa con el calmante)
La mirada es una forma de aceptarlo al otro, y también es muy importante la escucha, porque
se puede oír pero no escuchar, y se puede mirar pero no ver.
Son dos sentidos los que usamos, pero al operador puede faltarle uno de ellos, puede ser
ciego, e incluso en algunos casos, hasta es ventajoso que el terapeuta sea ciego, por
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ejemplo, cuando se trata de personalidades paranoides que temen la mirada, o de fóbicos,
porque éstos se relacionan mejor con una persona que no los pueda ver, pero que, con la
calidez de su voz y su escucha, consiguen que el paciente confíe en ellos. En ese caso
podemos decir que el operador ve con su escucha.
También usamos las técnicas gestálticas, que nos permiten mirar al otro sin escudriñarlo, y
en la distancia que el otro necesita: una mirada atenta y aceptadora de que el otro es como
es.
Incluso, si vienen pacientes delirando, este terapeuta que proponemos “les cree” el delirio, se
mete en él. Lo único que no les cree es que eso pasa aquí y ahora, pero si el paciente dice
que lo persiguen con un cuchillo, para él eso es real, porque el algún momento lo
persiguieron, tal vez en su infancia, con algo parecido a un cuchillo (pudo ser, por ejemplo,
un abuso sexual infantil, que el paciente metaforiza, y el cuchillo en realidad es un pene).
Por eso el terapeuta pregunta cómo lo persiguen, en que posición estaba el cuchillo. Si dice
que el ataque con el cuchillo viene desde arriba, es muy probable que haya sido un cuchillo
real, pero, si lo recuerda desde abajo hacia arriba, es muy probable que lo que está
simbolizando sea el recuerdo de un abuso sexual. En casos como éste, lo más adecuado
para descifrarlo, es usar técnicas psicodramáticas, donde se busca recrear la escena
original, para así entenderla.
Este primer paso llamado contención tiene que ver con contenerlo al otro, con aceptarlo, con
producir el encuentro profundo entre dos personas, que no es nada fácil. Es todo lo contrario
de la asepsia psicoanalítica, porque se trabaja con la persona en crisis, que está muy
necesitada de ser percibida, porque a eso la llevó el no serlo, ya que siente que desapareció
para el mundo, y el mundo le desapareció a ella, y aparece entonces una sensación de
soledad que, en casos muy graves, puede ser muy aguda, de carácter existencial,
profundísima e insoportable. El paciente está ahí solo y paralizado, y nosotros tenemos que
rescatarlo de ese lugar.
Muchas veces, especialmente en las familias con padres que no son muy hábiles o tienen
problemas, el chico dice una cosa y la madre le contesta algo diferente, por ejemplo: “¡Mamá
tengo miedo!”, y la madre le contesta: “¡Comé!” (resultado: un obeso). O, en otro caso, la
mamá contesta: “No seas malo con mamá” (resultado: un culposo). Ella no percibe que el
chico está inseguro y no pregunta lo que debería preguntar: “¿Por qué tenés miedo?”
En ese fenómeno humano de intercambio de símbolos que transmite imágenes internas, yo
quedo comunicado con el otro por ese recurso tan sencillo y potente que es sustituir un
objeto por un sonido, que llamamos fonema, palabra; y eso es lo que nos salva de la
soledad, la palabra, que es lo que construye la realidad. La realidad es la mirada del otro,
porque no podemos definirnos a nosotros mismos. Yo puedo decir: “Soy Napoleón”, y si
todos lo aceptan, entonces soy Napoleón, y si no lo aceptan, me meten en un manicomio o
me dicen: “Mirá, Alfredo, me parece que estás muy cansado o con la autoestima muy baja…”
No es tan fácil aceptar al otro, porque a veces hay fobia al encuentro, el otro nos puede
cuestionar, nos puede ignorar, nos puede culpar (el otro puede ser percibido como
peligroso…)
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En el compromiso terapéutico hay que meterse en el profundo pozo donde está el paciente,
pero con una soga (la soga es el método o la técnica) y entonces ayudarlo a subir, en lugar
de gritarle desde arriba: “salga del pozo, que afuera brilla el sol…”
La primera etapa de contención es, entonces, la resonancia emocional, y se llama empatía.
Es el momento de la identificación con el otro, para que el otro se sienta que uno está
resonando con él. Uno se conmueve, se pone en el lugar del otro. Si el otro tiene miedo,
uno evoca sus propios miedos para comprender los miedos del otro, y si está triste, las
propias tristezas.
El buen terapeuta no es sano ni es un loco, sino que es un loco curado. Si hemos vivido
deferentes experiencias, desde ellas podemos hacer el ejercicio de ponernos en los zapatos
del otro. Si el terapeuta es un terapeuta sólo alimentado de libros, el otro siente que lo que
está haciendo es mirar el mapa de los diagnósticos, pero no percibe la calidad de su
depresión; por que hay depresiones suaves, otras agudas, y hay depresiones peligrosas que
pueden conducir a una acción suicida, así como hay depresiones crónicas y otras histéricas
que exageran el sentimiento, que solo las distinguiremos desde los matices de nuestras
propias tristezas.
Las personas tienen un modo de deprimirse, un modo de tener miedo, un modo de sentir
culpa; nosotros, los terapeutas, somos nuestro propio instrumento. Nuestro instrumento para
curar son las propias experiencias que tenemos que poner al servicio de esa tarea tan
delicada que es el proceso de ayudar a otro.
Hablamos de terapia, para hablar de un concepto más amplio, pero puede ser también la
escucha de un tío experimentado o una tía solterona, de los que había antes y que ahora no
hay, y que eran los psicólogos familiares. ¿Saben por qué existen los psicólogos? Porque la
familia se achicó de tal modo que ya no contienen a esos personajes. Ya no hay más tíos o
tías, al menos, cercanos y convivientes. Las familias se han reducido y entonces, tuvo que
aparecer el tío o la tía ortopédica, que es el psicólogo.
Tanto es así que, en los momentos agudos de angustia, hay una técnica que se ha usado
por ejemplo, en la explosión en la AMIA, el avión de LAPA, la noche de Cromañon, etc., que
se llama “maternaje”, que consiste en abrazar a la persona en crisis para que reconstruya los
límites corporales, ya que en cualquier experiencia traumática muy aguda, la persona
regresa tanto psicológicamente, que incluso, puede llegar a perder el control de los
esfínteres, o se coloca en posición fetal. El traumatismo se puede percibir gráficamente por
la posición de la persona, y ahí se lo puede abrazar como a un bebé.
Yo he abrazado a adultos, mujeres, hombres… Con cierto adiestramiento, se puede hacer
sin sentir lo que usualmente sentiría un hombre, por ejemplo, abrazando a una mujer, donde
habría cierto erotismo, o con otro hombre, con miedo por las ansiedades homosexuales. El
terapeuta debe ser como los ángeles, que no tienen sexo (mientras trabaja como terapeuta,
por supuesto). Uno percibe que esa persona no es un adulto, que está abrazando en ese
momento a una nena o un nene, ese maternaje lo conecta, lo va trayendo al aquí y ahora, lo
va conteniendo para que pueda reorganizar su percepción de realidad.
Para la contención debemos operar desde dos modalidades vinculares, el momento A, que
es la identificación, en el cuál resonamos emocionalmente con la persona, diríamos que
“nos metemos en los zapatos del otro”. Pero esto implica el peligro de quedar captados y
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encerrados en el otro: seríamos dos llorando en el pozo. Entonces hay que hacer algo que
es bastante difícil: después de ese movimiento de identificación, hay que saber salir y tomar
una actitud totalmente distinta. Este es el momento B, que es la disociación instrumental,
donde el operador se dice: “¿Qué hago ahora?, ¿qué estrategias utilizo?, ¿lo abrazo o no lo
abrazo?, ¿está muy regresado?, ¿está es una depresión aguda con riesgo de suicidio?, ¿es
una histeria pasajera?…”. En ese momento se toma una distancia científica.
Esto se resume en una frase: “corazón caliente para entender, y cabeza fría para operar”.
Es un trabajo agotador, porque hay que hacer un movimiento para entrar y otro para salir,
meterse para entender y salir para operar, dos operaciones opuestas.
Tato Pavlovsky decía: "Yo te comprendo desde mi desesperación y te curo desde mi
esperanza". Por lo tanto, tengo que haber tenido desesperación y haber tenido esperanza. Y
después hay que empezar a hacer el otro trabajo, ya que este es un ejercicio doble: primero
te conmovés y después te disociás. ¿Y con qué te conmovés o favorecés esa empatía? Con
lo que llamamos el núcleo depresivo, que es un núcleo en relación con la identificación y
permite el encuentro emocional, y también con el núcleo histérico que tiene que ver con la
expresión de las emociones, para que la persona perciba que uno lo entiende. Esto debe
hacerse también a través del lenguaje corporal y gestual, lo que podemos llamar poner el
cuerpo. Los animales tienen acrobacias, danzas, gruñidos, sonidos, que definen la
naturaleza del encuentro.
Entonces, con el núcleo histérico yo me comunico. Y ¿con qué me disocio? Con otro núcleo
que tenemos todos, un núcleo esquizoide, que tiene que ver con la distancia. En síntesis,
debemos ser inicialmente “italianos”, y luego “ingleses”...
En los cursos que doy a las maestras, yo no tengo que enseñarles la empatía, ni la
transferencia, porque es lo que mejor saben hacer, eso de estar pegadas con el nene, o
llorar con la nena. A las maestras tenemos que enseñarles la disociación instrumental, a
separarse porque si no, se contaminan y quedan pegadas. El caso de los psiquiatras es lo
opuesto, ya que, desde el comienzo de sus estudios en la facultad, tienen asegurada la
disociación profesional con el paciente (el primer ser humano que estudian en la disección
anatómica es un muerto), por lo que manejan bien la distancia. El terapeuta ideal, entonces,
sería una cruza entre una maestra y un psiquiatra…
Tenemos momentos en los que nos retiramos hacia adentro, y usamos eso como protección,
a veces, es muy sano ser tortuga; en algunas familias muy patológicas, se salvan los hijos
que se hacen tortugas esquizoides, porque se retiran hacia adentro (siempre que después
puedan salir del caparazón).
Como egresado de la UBA en Arquitectura, pude cursar una de las últimas materias de la
carrera de psicología (ahí me di cuenta de que no necesitaba esa formación marcadamente
psicoanalítica). En esa corta experiencia, recuerdo al adjunto de la cátedra de Psicología
Clínica II de Fernando Ulloa, que se llamaba López. El explicaba los cuadros
psicopatológicos, pero los explicaba desde la vivencia de cada cuadro, por ejemplo, cuando
explicó la paranoia, recuerdo que mientras iba explicando, miraba insistentemente la puerta
del fondo, y generó un clima persecutorio, que era congruente con lo que él decía, y con el
modo en que lo transmitía, y miraba para un lado y para el otro, y generó un clima de
ansiedad (era la época en que la policía de Onganía, podía entrar a la Universidad, en 1964).
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Cuando explicó la neurosis obsesiva fue una clase perfecta: dibujó en el pizarrón un gráfico
impecable, y a cada rato nos preguntaba si habíamos entendido bien (en esa clase, era un
verdadero obsesivo). Luego, cuando explicó la histeria fue una clase brillante, todos salieron
encantados: ¡qué hermosa clase! Y cuando explicó la depresión, un compañero, Jorge
Franco, me dijo al salir de la clase: "Che, sigámoslo, que éste se nos mata…". Finalmente,
cuando explicó la esquizofrenia puedo asegurar que no se entendió nada, fue una clase
fragmentada, quedamos todos confundidos, se disgregaba, se iba del tema, hacía
neologismos. López fue sumamente didáctico. (Yo a veces, dando clase, uso ese recurso…).
En el proceso terapéutico, no hay que ser omnipotente ni impotente; en el medio está la
potencia que uno tiene. En la vida profesional hay cosas que se pueden hacer y cosas que
no, y es bueno darse cuenta de eso. Hay patologías con las que uno puede operar y otras en
que no puede, en ese caso conviene derivar. Y a algunas personas puede resultarles difícil
trabajar con grupos de riesgo, como chicos de la calle, esquizofrénicos, adictos o pacientes
en crisis agudas o con enfermedades terminales.
Cada uno de nosotros, tiene un punto débil, un talón de Aquiles, y es mejor conocerlo antes
para poder manejar o evitar esa situación, que enterarse en mitad de ella.

SEGUNDO PASO REGRESION

Luego de la contención, sigue el paso de la regresión, que se da cuando la persona, al


sentirse contenida, puede abrir su interioridad, y puede enfrentar los fantasmas internos.
No podemos entrar a esta etapa sin haber pasado antes por la contención. Cuando nos
metemos adentro, estamos yendo hacia atrás; cuanto más adentro nos metemos, cuanto
más profundo vamos, más antiguos son los recuerdos. Es como en el árbol, que va
creciendo por anillos desde adentro hacia afuera. La historia del árbol está en el interior.
Generalmente la regresión produce una abreacción que se denomina catarsis. Hay dos tipos
de catarsis: el llanto, que al ser convulsivo descontractura y relaja, y la ira.
A veces los chicos hacen catarsis de ira, y esto es lo más difícil de controlar en las escuelas.
Nosotros, con Paulo Freire en Brasil, hicimos una experiencia con los niños de las escuelas
de las favelas, les dimos almohadones donde pintaban caras que ellos temían, para que
sacaran la bronca a través de golpear estos almohadones, y una vez que lo hacían, podían
prestar atención y escuchar a la maestra, porque habían descargado en una catarsis de ira.
No se puede operar sin anestesia porque es muy cruel. Una nenita que fue abusada
sexualmente es un caso paradigmático de este tipo de situaciones, porque no se puede, de
pronto, preguntarle: "¿Qué te hicieron…?" porque es violarla por segunda vez, a menos que
se genere antes una situación de confianza en la que ella pueda enfrentar esa escena
angustiante.
A veces, algunos pacientes sienten que con el terapeuta han contratado a un
guardaespaldas para que los acompañe a su “bosque fantasmal interno”, oscuro,
desconocido, donde hay muchos fantasmas. Y el guardaespaldas tiene que ir allí e increpar a
los victimarios: “¿qué le hicieron a la nena…?”, es decir, hacer lo que no se hizo en ese
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momento, lo que a lo mejor no pudo hacer el padre porque no existió, o por que él mismo fue
el abusador.
La contención es como la preparación del campo operatorio para después hacer la incisión.
De la contención podemos pasar a la regresión si aquella fue efectiva, pero si no se produce,
no podemos entrar, y a veces, lleva mucho tiempo porque depende del timming, del tiempo
que necesita la persona lastimada.
Para que un chico de la calle se entregue, suelen pasar meses, porque tuvo muy malas
experiencias cada vez que se entregó. A veces, cuando uno va a acariciarlos “te muerden la
mano”, porque saben que después de la caricia viene algo malo; los primeros tiempos son
tormentosos, hay que aguantar que nos pongan a prueba, antes de bajar las defensas. La
contención tiene que ver con un compromiso, en que el otro sienta que uno va a mantener
ese sostén, y para eso no hay que asustarse, y para no asustarse hay que conocer las
propias escenas temidas del terapeuta.
De todas maneras, la teoría es muy sencilla, lo complicado es, a veces, su buena ejecución.
¿Qué hacer? Es fácil. ¿Cómo hacerlo? Es un poco más difícil, pero este esquema ayuda.
Estando en Cuba, en el Neuropsiquiátrico de La Habana, comencé a explicarles a los
psiquiatras mi teoría de la temporalidad del psiquismo. Les era muy difícil de entender,
porque están en un conductismo-pavloviano, pero cuando les expliqué los cuatro pasos, los
entendieron y les pareció muy útil.
Entonces, si hay contención, se produce en la persona a nivel corporal, la relajación, incluso,
a veces, con un baño caliente, se afloja muscularmente. Se puede relajar sin fármacos
(aunque el fármaco se usa, a veces, solo como un miorrelajante). Imaginen tener miedo, o
asustarse mientras están en la bañadera tomando un baño de agua caliente, y verán como
no se puede tener miedo, porque hay una concomitancia músculo-emoción instalada
ancestralmente en la evolución: siempre que nosotros tenemos miedo estamos tensos,
porque nuestra parte animal, frente al peligro, se tensa (esto se llama estrés agudo y sirve
para prepararse para atacar o huir), en cambio, cuando estamos deprimidos, estamos
hipotónicos.
El brote psicótico tiene un momento donde el paciente tiene una vivencia terrorífica de
soledad infinita y de paralización total. Entonces hace el delirio, inventa al marciano para
salir de la soledad; si lo llevan al hospicio lo aíslan, lo dejan solo y lo medican, entonces la
persona no tiene otro recurso que crear y perfeccionar su delirio para salir mágicamente de
allí. En el hospicio tienen una terapia opuesta a la que el paciente en brote necesita, es
como si a una persona accidentada, con hemorragia, la llevaran a un hospital y le extrajeran
sangre.
Pichon decía que, en las primeras veinticuatro horas, se define el destino del paciente, pues
si es contenido y acompañado en el delirio por un terapeuta de crisis, el paciente sale del
brote y vuelve a la realidad.
Cualquier crisis, aunque sea neurótica, tiene dos síntomas que son fundamentales: soledad y
paralización de la temporalidad. Veamos un caso: nos separamos traumáticamente de
nuestra pareja, es domingo, son las seis de la tarde, entra esa melancólica luz amarillenta…
y tenemos esa sensación de que el tiempo se ha paralizado y estamos absolutamente solos.
Ese es el momento en que perdemos el contacto con el otro, ya que no podemos hacer un
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proyecto si no es con otro, no podemos hacer proyectos con nosotros mismos, sino en una
tarea con otro, el único proyecto con nosotros mismos es el delirio psicótico.
Por eso, la pareja es el primer proyecto, y la separación es esa sensación de vacío, porque el
otro se fue con la otra mitad del proyecto.
Respecto a la depresión, nuestro tango transforma en poesía esa situación. El pobre malevo
está abrazado al recuerdo de la mina que se fue. Estuvo solo quince días con la mina y hace
dos años que está sufriendo, abrazado a la guitarra, y en el conventillo pasa cada minón al
lado de él, y el tipo no las ve porque es un depresivo.
Con Pichón estudiamos esto del tango y vimos que la mina, en realidad, era la madre,
porque en la época en que apareció el tango, la generación anterior de los principales
letristas había sido de inmigrantes, que habían soñado con “hacer la América”, pero se
quedaron pegados en los conventillos, donde había tuberculosis, prostitución, y eran muchos
los casos de los chicos cuya madre tenía que trabajar y no podía estar con ellos. Había un
abandono materno, y este era reeditado cuando la mina se iba, y esto daba lugar a un duelo
patológico (el tango no es otra cosa que esto), porque habían sido abandonados por la
madre, la única mina que no se puede sustituir.
También pesaba el destierro, para aquellos inmigrantes que habían dejado la patria, familia y
amigos muy lejos. La enorme epopeya del tango es la elaboración de la pérdida del terruño
y de la separación con la madre.
Entonces ¿cómo se hace la regresión? Se hace con técnicas, como por ejemplo, el ensueño
dirigido, que es una pequeña hipnosis en que la persona puede visualizar cosas muy viejas,
porque tiene la protección del terapeuta y además lo realiza lentamente.
Este estado se obtiene por la relajación muscular, usando técnicas como el Entrenamiento
Autógeno de Shultz. Esto se realiza sobre una cama, un diván, un lugar cálido y silencioso, y
se logra un estado crepuscular de la conciencia, que quiere decir que se va relajando
paulatinamente y llega a quedar en un estado de conciencia pre-onírico, cuando se está
entre la vigilia y el sueño. El paciente está entre-dormido, pero como el terapeuta va
acompañándolo, diciéndole por ejemplo, “¿qué recuerdos vienen de tus cinco años?”, él
puede decir: “Me acuerdo cuando iba con mi hermanita por una calle oscura y muy angosta,
y había un nene que nos quería pegar y comenzamos a correr…” El terapeuta recurre a sus
propias experiencias, para vivenciar una escena propia equivalente e identificarse con eso, y
le va diciendo: “Tratá de detenerte, date vuelta, enfrentá al nene que te amenaza y
preguntále qué le pasa…” Con eso, el terapeuta le está proponiendo que enfrente una
situación. Seguro que este paciente consulta porque, siempre frente a una dificultad, tiende
a huir. En realidad, el terapeuta, le da el coraje que no le dio su padre en la infancia.
Una vez tuve una pareja que me consultó, una situación casi absurda, en que él era
impotente y ella tenía mucho temor a la penetración, una histeria con vaginismo. Venían a
resolver la situación, pero en la segunda reunión decidieron no volver, y yo pensé que tenía
algo de sensato no modificar las cosas, porque en realidad, lo mejor para un impotente, es
una histeria con temor a la penetración, él no puede y ella no quiere. Esa pareja dura años, a
veces hay una funcionalidad, si él resolvía la impotencia ella iba a estar en problemas, y si
ella lo resolvía, peor.
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Trabajando en un manicomio de Nueva York (el Brooklyn State Hospital), presencié las
terapias de regresión, que por supuesto, se hacían con una droga, el pentotal, que era un
recurso no subjetivo, sino químico; la psicoterapia norteamericana está basada en la
conducta (conductismo) o en psicofármacos. A los soldados de Vietnam que se enloquecían
porque habían matado población civil en una guerra muy sucia, y que venían sintiéndose
asesinos, con permiso de matar, se les inyectaba pentotal para que hicieran la regresión al
hecho traumático en el campo de batalla, y pudieran hacer la catarsis, especialmente en los
casos de neurosis de guerra. Las terapias debían ser rápidas porque el soldado debía volver
a Vietnam.
El síntoma es consecuencia de un traumatismo, que al no ser explicado, surge como una
conducta conflictiva, como somatización o fobias. Porque el traumatismo, aunque lo
neguemos, igual existió.
Imaginemos que tenemos un pescado podrido y decimos: “Yo lo voy a negar”, levanto la
alfombra y lo mando abajo; después hay una baranda espantosa, que sigue hasta que
levantamos la alfombra, y lo sacamos… El síntoma es el olor de lo escondido, y nos indica
que hay algo reprimido que hay que destapar (hay pescado podrido…)

TERCER PASO EXPLICACIÓN

La explicación es organizar el Proyecto de Vida. Con la regresión, se encuentra la situación


traumática y al sacarla a la luz, ponerla en palabras, se organiza el inconsciente, la imagen
confusa. Si al tener una pesadilla y despertarnos angustiados la contamos a otro, se baja el
nivel de angustia, porque al ponerla en palabras se domesticó la pesadilla, se la colocó en el
circuito semántico de la cultura.
Una nena abusada está confundida porque el abuso generalmente es nocturno, en una zona
corporal muy íntima y además muchas veces la madre es cómplice del abusador y le puede
decir dos cosas: ¡Vos te lo imaginaste, no es así!, con lo que la nena queda confundida, o:
“¡Vos lo provocaste!”, con lo que la nena queda culpable. Entonces, si ella vivió una cosa y
la madre le dice que es otra, entra en un estado confusional, por eso es muy importante que
pueda relatar el hecho y quién lo escucha pueda ponerle en palabras lo que ella sufre, así
organiza esta confusión. Si la chiquita no lo pone en palabras puede llevarla a actos auto
agresivos, o en la edad adulta, tener perturbaciones sexuales invalidantes (como la frigidez o
el vaginismo) o fobias.
La explicación es el tercer paso, se basa en que debido a que nos fuimos al fondo de nuestra
historia, entendemos qué nos pasó. Cualquier síntoma siempre tiene una explicación
histórica, quiere decir que algo pasó. ¿Por qué le tengo miedo a la oscuridad?, quiere decir
que algo pasaba cuando era chico y mis padres apagaban la luz (tal vez discusiones
ásperas, o una sexualidad violenta…) Con otras situaciones traumáticas aparecen otros
síntomas, como impotencia, fobia o alergia.
Respecto del sentido de la historia, las preguntas son: ¿De dónde venís? y ¿adonde vas?
Nosotros proponemos la estructura de la mente como un transcurrir entre ayer y mañana.
Podemos pensar la vida como un viaje o, si no, como una película. Estamos dentro de una
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película que se llama “Mi vida”; en la que tenemos que actuarla, verla y dirigirla, y, además,
hay algo bastante angustiante que es no poder salir del cine, a menos que destruyamos el
cine (la mente) de un balazo.
Hice la prueba de empezar a ver una película de video desde la mitad; había una pareja que
se estaba besando, pero yo no sabía qué sentido tenía ese beso. ¿Era el beso de
despedida, era el primer beso, o era un incesto? La imagen es la misma, y, sin embargo su
significación tiene que ver con la historia anterior, porque la historia anterior define el acto. A
lo mejor es el beso de Romeo y Julieta antes de morirse, que es distinto al primer beso de
una pareja, o es un beso adúltero, o un beso de traición. Para saber el significado debemos
ver la película desde el principio y cuando llega a ese punto se puede decir: “¡Ahora entendí!”
“¡Qué desgraciado, ese tipo, es un incestuoso!”, o “¡Que boludo, no se da cuenta de que se
va a ensartar con esa mina!”, o “me enternece ese beso de despedida”. Entonces, el tema
es de dónde vengo y adónde voy, que son las dos grandes preguntas. El enunciado es
sencillo, pero, a veces, para el paciente es difícil de encontrar de dónde viene y elegir a
dónde ir.
Ninguna operación terapéutica quita la desgracia, pero sí quita la confusión. Si a alguien se
le muere un padre, puede creer que se va a morir también, pero hay que explicar que no, que
va a sufrir dolor por el que murió, pero él quedó vivo. Cuando a un nene chiquito se le muere
la mamá es muy útil que sepa que ella murió, pero que él quedó vivo, por que si no, él se
confunde y puede suceder que se caiga por una ventana porque quiere acompañarla.
En la confusión aparecen caras de los monstruos infantiles. Siempre tienen algo que ver con
papá y mamá, pero no es porque hayan sido malos, sino porque la responsabilidad es muy
grande, y no todos podemos ser excelentes padres. Es muy difícil ser buen padre, porque a
lo mejor el padre no se da cuenta, se va, apaga la luz y deja solo al niño, y éste entra en
pánico.
Pero no es en términos de culpa que debe entenderse esto, sino en términos de que papá y
mamá tenían que ir a trabajar y por eso el chico quedaba solo, y a veces no había luz, pero
no era por abandono, sino por pobreza.
A un paciente su padre le pegaba con un látigo. Entonces le dije: “Andá y preguntále a tu
papá con qué le pegaba tu abuelo”, y se entera de que le pegaban con una cadena, entonces
puede entender qué le pasó al padre, con esos abuelos inmigrantes que venían de la guerra,
que venían mal, y no podían ser excelentes padres, porque tenían miedo, porque se
embrutecían trabajando demasiado o bebiendo…
Y al comprender se puede perdonar, diciéndole: “Mirá, papá, te perdono, pero yo voy a ser
diferente de lo que vos querías. Yo voy a tener mi sexualidad y voy a realizar mis deseos.
Yo comprendo lo tuyo, pero dejame hacer mi vida”.
La explicación, permite organizar el proyecto de vida, y hacer un proceso en sentido opuesto
al de la regresión, hacia la progresión, y que consiste en generar un futuro, para continuar
esa historia que me empuja desde el pasado.
Pero, ¿con la explicación sola nos curamos? No. Hace falta un cuarto paso que es el cambio,
llevar a la realidad ese proyecto. Si entendiste y no cambiás, sos un paciente esclarecido.
“Sé todo sobre mi Edipo” (después de diez años de terapia) “y ¿te casaste?”. “No, vivo con
mi mamá”. Entendió todo, se explicó todo, pero no creció, no pudo cambiar.
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Entonces es muy importante que tenga un proyecto de vida. La depresión es falta de un
sentido de la vida. Decía Pichon que: “La muerte está tan lejos como grande es mi
proyecto”. Si el proyecto es pequeño, la muerte está ahí cerca. Hay gente anciana que
percibe lejos a la muerte, porque está comprometida con el mundo, y hay adolescentes de
veinte años que se quieren matar porque se perciben sin futuro.
El tema es que la esperanza de vida te aleja de la muerte, pero el proyecto no se puede
hacer si no se arreglan los fantasmas. Se hace con lo que a uno le pasó; hay que deshollinar
la chimenea, para que después tire y remover esto que duele, como dolió cuando sucedió.
La comprensión del pasado sólo sirve si permite construir el futuro.

CUARTO PASO CAMBIO

El último paso, el cambio, es: ¿Cómo lo hacemos? El paciente ya eligió el sentido de su vida
y construyó su proyecto de vida. El paso siguiente es comenzar a realizarlo, es efectuar un
cambio en su vida, que es salir de la paralización que genera toda perturbación psicológica.
El proyecto siempre es con otro, porque esa trama en la que tiene que realizar su vida es una
trama social, que fundamentalmente está sostenida por dos tareas, amar y trabajar, que se
concretan en una estructura familiar y en una inserción o rol laboral. Pero como en toda
perturbación psicológica hay distintos grados de desvinculación con la realidad, hay que
ayudarlo en su reingreso a lo real, a lo social, y acá es importante estudiar lo que podemos
llamar las “estrategias posibles”. Cada uno tiene recursos para organizar su vida cotidiana,
su estructura familiar, y su habilidad para insertarse en la producción.
La enfermedad mutila el amor y el trabajo. La persona pide ayuda porque no puede hacer
algo, y eso lo mutila en alguna función: no puede amar, no puede dormir, no puede tener una
buena sexualidad, no puede despedirse de algo que perdió, algo pasa que nos paraliza y nos
deja solos.
"Está bien, te pasó esto, ya entendimos todo y elegiste el sentido de tu vida. Pero ahora
¿cómo lo vas a concretar?, ¿cuáles son tus recursos de acción?, ¿cuál es tu escena
deseada y cuál tu escena temida?". Los humanos podemos recorrer este universo buscando
lo que deseamos y evitando lo que tememos. Esto es complejo, porque muchas veces, lo
que deseamos, está impedido por lo que tememos, y a menudo, para complicar las cosas, lo
bueno está debajo de lo malo y se generan conductas que se llaman ambivalentes, se ama y
se odia a la misma cosa o a la misma persona.
Este último paso tiene que ver con la creatividad, el paciente debe encontrar nuevos modos
de vincularse, de formar pareja y familia, nuevas estrategias para insertarse en lo laboral, en
su rol social, y superar sus antiguos modos ineficaces de recorrer la vida.

RELACIONES ENTRE LOS CUATRO PASOS


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El orden de los cuatro pasos obedece a un proceso, supongamos que eliminamos el primer
paso, la contención: la exposición a las zonas dolorosas va a ser sin anestesia, sin
protección del terapeuta.
Si también salteamos la regresión, vamos a obtener una explicación que no surge de su
historia, estamos inventando nosotros la explicación de su vida, y no la historia vivida por él.
Si nos salteamos la contención, la regresión y la explicación y solo exigimos el cambio, es la
imposición del conductismo, que es “adiestrar” al paciente a la salud prescripta, o lo más
brutal de las terapias represivas: “Vos cambiás o te rompo la cabeza…”, que son las terapias
manicomiales.
El precio de la salud es la exposición al dolor. Pichón decía que a la enfermedad se entra y
se sale con lágrimas. Cuando vamos al dentista y nos duele una muela, le decimos:
“Hágame sufrir para dejar de sufrir” porque el dentista va justo a la muela que nos duele…
Nos angustiamos para entender y dejar de angustiarnos.
La explicación se refiere a que la historia es comprendida, y se crea la expectativa de cómo
seguirla.
El paso siguiente, la última etapa, el cambio, es seguir esa historia en el mundo real. Hay
momentos en que, si la terapia no lleva a la realidad, el paciente está esclarecido pero sigue
siendo paciente.
Toda terapia debe terminar en sesiones familiares, donde se presenta al nuevo “Pepito”, que
ya no es “el que se va a matar”. Porque esta familia de depresivos había depositado toda la
depresión en él y cuando le preguntan “Pepito, ¿cómo estás?”, y él responde “La verdad es
que estoy bien. ¿Y vos, mamá, cómo estás, que te pasás, semana tras semana, deprimida
en la cama? ¿Y vos, papá, que sos un alcohólico…?” Y lo que hace Pepito es repartir la
depresión familiar que le fue asignada sólo a él como chivo emisario. Además quiere ir a
trabajar, para desconcierto de todos, ahí es donde el terapeuta tiene que apoyarlo, y
ayudarlo a encontrar su reinserción en el trabajo, que es el camino para el amor y la familia.
Cuando soñamos algo, no lo hacemos arbitrariamente, tiene que ver con lo que no
resolvimos, lo que reprimimos. Si aparece un muerto, es por algo, tenés que conversar con
él, mandarlo a la mierda o pedirle disculpas, según el personaje que representó en tu vida.
Son los dos grandes temas que se tienen con los muertos: “Me cagaste la vida” o
“Perdoname por lo que te hice”. Con los muertos quedan cuentas pendientes. Los sueños
son intentos de resolución, pero sin un terapeuta al lado que nos ayude, por lo que se está
tan solo como cuando se lo vivió.
Lo que enferma es lo que no se entiende. En una película de terror, todos se asustan cuando
hay bultos ambiguos en la oscuridad, pero cuando aparece la cara, por más horrible que sea,
dicen: “¡Es Frankenstein!”. Feo, pero conocido. Lo malo es no saber quién es, pero después,
hasta nos podemos hacer amigos y tal vez conversar con él: “Vení, Frankenstein, a tomar un
cafecito…”, y seguramente, él pensaría: “¡No huye de mí!, no soy tan espantoso, a lo mejor
quiere hablar conmigo...” entonces le das el cafecito y Frankenstein se pone a llorar, porque
nunca le ofrecieron un cafecito para conversar.
Frankenstein, en realidad, es nuestro perseguidor, lo creamos nosotros, es el que cada uno
tiene adentro de su historia. El paciente no puede hacerse amigo de sus monstruos estando
solo, necesita al terapeuta para que acompañe, entonces él conversa con el monstruo
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interno y le dice: “Sos malo, me asustaste”, o: “Me abandonaste…”, y cuando lo ve de cerca,
ve que tiene algo de papá o mamá. Y no es porque ellos fueron malos, sino que los padres
tienen una enorme responsabilidad. Cuando somos chiquitos somos tan indefensos, tan
dependientes, que cualquier maltrato nos crea un Frankenstein.
Cuando uno se cura, solamente se transforma en alguien más adaptado a la vida. Un
obsesivo se transforma en un muchacho ordenado, una depresiva se transforma en una
chica profunda y reflexiva, un paranoico, en un muchacho precavido; no cambiamos
totalmente, la terapia no hace milagros, disminuye un poco lo que hace sufrir, lo que
enferma, el exceso. Cada uno de nosotros tiene una locura distinta. La enfermedad es la
exageración de la salud, es especializarse en algo: en miedo, en tristeza, en orden, etc. Y
transformarnos en fóbicos, en depresivos, en obsesivos. La salud no es la perfección, una
cara perfecta es lo más aburrido que hay, siempre la cara tiene imperfecciones, asimetrías,
pequeños gestos extraños, y esa es la gracia, la singularidad, una cara perfecta sería una
Barbie aburridísima. La salud no es planchar al otro, es sacarle sólo las arrugas más
importantes.
Pero también las frustraciones en nuestra historia son necesarias porque crean vacíos en
nuestro pasado que nos permite un proyecto, que es llenar esos vacíos.
A Adán y Eva les dijeron: “Pueden comer de todos los frutos, menos el del manzano” y
empezaron: “¿Qué gusto tendrá, qué gusto tendrá...?”, y entonces comieron la manzana y
nos cagaron a todos nosotros (inventaron el pecado original…).
La prohibición genera el deseo, si el sexo fuera obligatorio, arruinaría todo el placer, sería
como un trabajo.
De hecho... ya la vida nos frustra, nos deja agujeros, y esos agujeros nos llevan a recorrer la
vida tratando de taparlos. Si una mujer de familia rica tuvo de todo, menos el cariño de su
padre, va a buscar como marido a un hombre cariñoso aunque sea pobre; en cambio, una
mujer que se crió en la pobreza va a buscar un marido rico, aunque él no sea cariñoso, pero
la saca de las humillaciones de su pobreza infantil.
Más dramático aún es cuando a un niño se le muere la mamá: le queda como un agujero en
el alma, que va a tener que elaborar con una terapia profunda, la herida cierra pero a veces
la cicatriz va a supurar. Esto vale también para los padres de Cromañon.
A veces no es tan fácil que se produzca el cambio, en ese caso hay que ayudar un poco,
buscar la estrategia posible para que la persona pueda salir. Tuve como paciente a un
hombre gordo que era completamente fóbico: tenía cerca de 40 años y había salido pocas
veces a la calle, la madre lo retenía diciéndole que afuera era peligroso. Trabajamos su
historia y descubrimos que al padre lo habían traído muerto de la calle, por una pelea
política, y la madre había quedado pegada a esa escena...
En el trabajo terapéutico él entendió el origen de su fobia, pero a pesar de eso, no se
animaba a salir. Como tenía una casa vieja en planta baja, le dije: “¿Por qué no ponés un
kiosquito? Te quedás en tu casa, pero atendés el negocio”. Así fue cómo empezó a
relacionarse con los vecinos, aunque estaba siempre como una vizcacha, asomando sólo la
cabeza, y ante cualquier cosa rara cerraba el kiosco. Seguro que nunca iba a ser un
vendedor callejero, pero, al final, se casó con una clienta del kiosco, y llevaba una vida casi
normal, charlando con uno y con otro... Era bueno el gordo... Pudo armarse una vida mejor
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cuando vio que el mundo no era tan peligroso como le había dicho su mamá, que no
mataban a toda la gente, pero viviendo desde allí, la mitad adentro, la mitad afuera.
Después de casado, empezó a salir, pasó de ser un fóbico grave, a ser un hombre “muy
casero”, y eso fue el progreso que pudo hacer, hasta ahí lo pude ayudar.

Aún en patologías muy graves, siempre es posible encontrar modalidades de inserción en


grupos con carácter familiar, que nosotros llamamos familias ortopédicas (en chicos de la
calle, psicóticos externados).
En la otra función, el trabajo, para una reinserción laboral alternativa usamos el concepto de
funcionalización de la perturbación remanente, que es, que en toda enfermedad grave,
después del proceso terapéutico, hay un monto de perturbación que no se soluciona
totalmente, y esto tendrá que resolverse creativamente. Para ilustrar esto, citaremos como
ejemplos, un poco absurdos, el insomne como sereno, el claustrofóbico como vendedor
ambulante o cartero (y el mitómano como político…)

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