En los inútiles carteles de neón tu
nombre mal escrito, la revelación
La ruina
de tu nombre
Carlos Ríos
op >>> a c a n t i l a d o s
le dijiste que no. En tu nombre no
pudo reconocer el linaje de su peor
enemigo.
Entran los caballos al pastizal y
desaparecen absorbidos por un
oleaje de juncos. En otra época
podías recitar los nombres de una
tropilla entera sin temor a equivo-
carte. Ahora no sabés cómo te lla-
más. Quienes dicen tu nombre ig-
noran que es una palabra que no
Al cuerpo que descansa en un ban-
co de cemento le falta la cabeza.
La decepción llega temprano, pues
la figura es la de un maniquí. El
deseo de conversar con alguien sin
cabeza resulta desagradable. No se
hace esperar la venganza y arro-
jás ese cuerpo al vacío. Hay una
segunda decepción: el cuerpo del
maniquí se hunde de manera verti-
cal y ni siquiera te consuela la idea
de pensar que es la misma caída
el viento. Las superficies dialogan.
El capítulo de tu vida en un libro
se corresponde con la persona
que tienen enfrente. Si respondés
al llamado es para dejar en claro
que nunca serás aquella figura
original. En la potencia de esa co-
pia habita tu seguridad. Quisiste
ser un animal y casi lo lograste.
En la ruina de los edificios leés
tu nombre con el método de quie-
nes leen textos infernales. Hay ma-
yúsculas al revés: se pasan por
vertical de los poemas escritos
durante los meses del intercam-
bio y la guerra.
Tuviste que subir una valija roja
a pulso porque las ruedas se rom-
pieron al hacerlas rodar por el
asfalto. Suspendidos los vuelos,
decidiste regresar a la ciudad con
el propósito de aislarte todo el
tiempo que dure la pandemia. No
importa que el caserón tenga un
en una obscena falta de ortogra-
fía. Alfabeto fantasma, sílabas ex-
traídas en tiempos de intercambios
de guerra. Las que leés no son las
tuyas. Igual te reconocés en una
escritura a punto de ser desman-
telada: la ruina de tu nombre.
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Apenas un cartel sobreleído por
alto. Sordas tipografías donde
cada sílaba marca un territorio ali-
mentado por la náusea y el per-
dón. La promesa de irse quedó en
suspenso y todavía puede leerse
en los carteles que indican que hay
prohibición de venta, acciones ex-
tractivas y refugio.
Sentados en una piedra, los jóve-
nes fuman y sacan cuentas de
cuántos enemigos hay que matar
pedazo de techo mordido por el
último huracán. Menos importa la
ruina de tu nombre que va de boca
en boca y es usado por los sobre-
vivientes para justificar la ampli-
ficación del desastre.
Tu nombre y vos, tan inhábiles
para el intercambio.
cerrado para siempre. Había trein-
ta cuchillas en la cocina, según el
inventario que permanece en ma-
nos oficiales. En el remate obtu-
viste menos de la mitad. El resto
quedó en propiedad de un oficial
retirado. Quiso comprar tu parte
al doble del precio que pagaste.
Quiso seducirte. A punto estuvo de
ponerle precio a tu cuerpo. A todo
para que sea declarada la victo-
ria o la amnistía. El fenómeno de
la pandemia los tiene sin cuida-
do. No son nuestros muertos, ar-
gumentan. Juntan los cuerpos y
desde el acantilado los arrojan al
mar, donde navegan las cenizas de
la familia del gobernador.
Escribiste un libro que nadie va a
leer.
oficina
perambulante
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2020